En el pasado 1
Hyakkimaru Daigo
Sus orbes caramelo inspeccionaron cada rincón del lugar en donde se encontraba. Era una habitación amplia de colores cálidos y agradables. Ya que era una sala de espera, había diversas sillas acojinadas. Una pequeña mesa de plástico en la esquina tenía diversos juguetes llamativos. En las paredes había varios cuadros de familias sonrientes. Mostraban sonrisas exageradamente grandes, como si no pudiera haber nada mejor en la vida que el que les tomaran una fotografía.
Su mirada se encontró una vez más con la de la recepcionista, la cual como en las otras cinco veces que pasó, le esbozó una amable sonrisa que dejó entrever sus plateados frenillos. Hyakkimaru ladeó su rostro, de nuevo no correspondió al gesto educado de la muchacha.
Decidió mejor mirar a sus padres, estos se encontraban sentados a su lado. Apenas se percataron de que los observaba, ambos le forzaron una sonrisa, mientras que su madre acarició suavemente su cabeza. Hyakkimaru no pudo entender esas reacciones ¿por qué todas las personas les sonríen a otras apenas se ven? Es como si sus rostros estuvieran programados para responder de esta extraña forma.
Su madre hizo ademan de acariciar su inflamada mejilla derecha, pero se contuvo. Los hermosos ojos caramelo de su mamá, los cuales él heredó se humedecieron y entrecerraron. Que extraño... Ella parecía ¿feliz? hacía un momento, y ahora de la nada su rostro cambió por completo. No pudo comprender nada.
— Panquecito—le habló su madre suavemente—, tal parece que el doctor aún tardará un poco en atendernos ¿Por qué no vas a jugar con los juguetes que están en esa mesa mientras seguimos esperando?
Hyakkimaru negó lentamente con su cabeza antes de responder:
— Estoy aburrido... ¿podemos irnos?
— Lo siento campeón, pero es de suma importancia que veamos a este doctor. —Le habló esta vez su padre. Movió su torso para acercarse a él, dándole unos amistosos golpes en una de sus pequeñas rodillas—. Solo ten un poco más de paciencia ¿de acuerdo? Si lo haces, te compraré un enorme helado antes de volver a casa.
— Está bien.
Hyakkimaru se dio por vencido, dejó escapar un cansado suspiro en un intento por juntar más paciencia. Daría lo que fuera por estar en su casa jugando videojuegos o leyendo un buen libro, por desgracia debe acatar las órdenes de sus padres.
El dolor del golpe en su mejilla que le dio uno de sus compañeros de clase lo atacó de nuevo. Hyakkimaru optó por comenzar a contar las veces en que la recepcionista parpadeaba mientras seguían esperando, todo con tal de ignorar el dolor de ese golpe y las extrañas actitudes de sus padres.
Uno... dos... tres... el conteo llegó hasta quince, vaya que esa mujer parpadeaba demasiado. En pleno conteo, sus padres comenzaron a hablar entre ellos en voz baja.
— Nui querida, creo sinceramente que esta es una pérdida de tiempo.
— Amor, es la tercera vez en menos de dos meses que uno de sus compañeros lo agrede... ¿crees que esto es algo normal? Si tienes una mejor idea, dímela por favor.
— ¿Qué tal clases de karate? De esa manera él podrá defenderse. Les enseñará a esos bravucones a no meterse con él.
— No creo que esa sea la solución. La violencia solo generará más violencia, eso no solucionará nada.
— ¿Y crees que los loqueros sí?
— No son loqueros, son psicólogos.
— Loqueros, psicólogos, es lo mismo. Hemos visto ya a varios y ninguno ha podido dar con el porqué del raro comportamiento de nuestro hijo.
— No digas que es raro. —Nui apretó sus dientes—. Hyakki presenta comportamientos inusuales para alguien de su edad, pero eso no lo hace raro. Es por esto que ahora estamos con un psiquiatra, para que él nos ayude a dar con el porqué.
— Vamos de mal en peor. —Kagemitsu giró sus ojos en un gesto de preocupación y frustración mezcladas.
— Este psiquiatra nos lo recomendó uno de tus accionistas, dicen que es el mejor psiquiatra infantil de la ciudad. —Nui entrelazó cariñosamente sus manos con la de su esposo, gesto que le ayudó a serenarse—. Tengamos fe en que él nos ayudará ¿de acuerdo? Si después de esto no damos con una solución, entonces haremos lo que tú propongas.
— De acuerdo. —Kagemitsu llevó su mano libre a su cabeza para frotar su sien—. Todo sea por el bien de nuestro hijo.
Cuarenta y uno, cuarenta y dos... Hyakkimaru contó cuarenta y tres parpadeos de la recepcionista antes de que esta respondiera una llamada, y tras unos minutos se dirigiera a sus padres.
— ¿Señor y Señora Daigo?
— ¡Presentes!
Gritó rápidamente su padre. Como siempre las tonterías que hacía su padre ocasionaron que el rostro de su madre se tornara roja. La recepcionista parecía estar aguantando las ganas de reír antes de volver a hablar:
— El Dr. Fujioka puede atenderlos ahora, por favor pasen.
Ambos le agradecieron mientras se levantaban. Nui tomó suavemente la mano de su hijo, y con una sonrisa le indicó que avanzara. Hyakkimaru leyó con una inmensa curiosidad el letrero que estaba en la puerta de la habitación antes de ingresar en ella: Dr. Jukai Fujioka – Psiquiatra infantil.
Ya dentro de la habitación, Hyakkimaru dejó que hablaran los adultos. Esa vez no pudo evitar los deseos por jugar con todos esos sofisticados objetos que tenía el Dr. Jukai en su consultorio.
El hombre de espesa barba y mirada bondadosa revisó el expediente del niño con una inmensa atención. Pasados unos minutos de revisión, finalmente le habló al matrimonio Daigo:
— Veo que anteriormente ya han ido con otros psicólogos ¿es por la razón que me comentaron?
— Así es. —Respondió rápidamente Nui, afligida—. La consultora de la escuela nos lo recomendó, pues ya son varias veces que sus compañeros lo molestan o se burlan de él. Incluso, ya lo han agredido en varias ocasiones.
— ¿Y saben a qué se deben estas agresiones? —Preguntó Jukai sin dejar de examinar el expediente.
— Porque es raro, y vaya que nuestro hijo lo es.
Continuó Kagemitsu con naturalidad, palabras a las que su esposa lo regañó en silencio con una severa mirada. El hombre tragó saliva y desvió su rostro. Jukai alzó la vista para posteriormente preguntar con interés:
— ¿Raro en qué sentido?
— El muchacho parece un robot. Fíjese doctor que el otro día...
Mostrando una imperturbable sonrisa, Nui le dio una patada al tobillo de su esposo por debajo del escritorio para que se callara de una vez por todas. Sabía que él no lo hacía con mala intención, pero le tocó un esposo idiota, no se podía hacer nada contra eso si ella amaba a ese imbécil.
— Querido, por favor déjame hablar a mí. —Le ordenó sutilmente con una falsa dulce sonrisa asomando en sus bellos labios.
— Claro, mi pichoncito. —Se dio por vencido el padre de familia, sin poder ocultar el dolor en su voz.
Nui comenzó a relatar todas las cosas singulares que notaban en su hijo, comportamientos que lo llevaron a ser considerado como "el rarito de la clase". Jukai la escuchó con atención, él hizo diversas anotaciones en su cuaderno. Después de una plática que dura unos quince minutos, el doctor se acercó a Hyakkimaru para hablar y hacerle unas preguntas.
— Panquecito, por favor préstale atención al doctor.
Le pidió Nui con cierta desesperación al observar como el Dr. Jukai intentaba hablar con él, pero el pequeño lo ignoraba al seguir concentrado en armar una increíble torre con legos.
— Hyakkimaru ¿recuerdas que lo hemos hablado? —Dijo esta vez su padre con más severidad— Es de mala educación ignorar a los demás cuando te hablan.
Sus padres quedaron boquiabiertos cuando su hijo tomó la torre que armaba para darles la espalda y seguir en sus cosas. Estaban a punto de regañarlo cuando el Dr. Jukai los detuvo, asegurando que no había problema.
Volvió a hacer algunas anotaciones en su libreta antes de colocarse enfrente del niño y hablarle con una voz agradable y cálida:
— Sí que eres muy hábil, lograste construir esta increíble torre en tan pocos minutos. A mí me tomaría más de una hora hacerlo.
Jukai rio jovialmente, a lo que Hyakkimaru lo miró con atención por unos segundos antes de responder desinteresadamente:
— Eso es porque usted ya está viejo.
— ¡Hyakkimaru!
Sus padres estaban a punto de regañarlo a causa de esa respuesta tan impertinente, sin embargo, Jukai los detuvo nuevamente con un gesto de la mano. El doctor continuó con toda la calma del mundo:
— Tienes razón, debe ser por eso. Si te ayudo a seguir construyendo la torre ¿me responderías unas preguntas?
El doctor Jukai dejó una intensa mirada clavada en él. Cuando se percató de esto, el niño se ocultó un poco detrás de la torre de legos antes de confesar:
— No... No me gusta que me vean, ni a mí me gusta ver a los demás.
Vino otra anotación rápida en su cuaderno antes de que Jukai contestara, esta vez dirigiendo su vista hacia un lado para evitar mirarlo:
— Oh si, entiendo lo que dices. Es horrible eso ¿verdad? Entonces, Hyakkimaru-kun ¿Qué opinas de lo siguiente? Conversamos mientras seguimos construyendo esta torre y ya que nos incomoda tanto mirarnos, ninguno de los dos lo hace.
— ¿Qué gano con eso? —Preguntó el niño suavemente, colocando un nuevo lego.
— Pues... tu acabas de construir tu torre, y yo acabo de tomar mis notas. Así los dos ganamos.
— ¿Su trabajo consiste en tomar notas?
— Algo así. —Jukai no pudo evitar reír, cantando victoria en su mente pues por fin parecía que había obtenido la atención del niño.
— Suena como un trabajo divertido. —Hyakkimaru sonrió un poco por primera vez desde que estaba con él.
— Lo es, pues te permite ayudar a los demás.
Esa palabra llevó a otra, y así poco a poco Jukai logró entablar una conversación con el niño, lo cual le permitió terminar de tomar las notas necesarias.
— Panquecito, no olvides bañarte. —Le dijo su madre mientras colocaba su toalla con dibujos de "Sonic el erizo" cerca del baño—. En la tarde iremos a ver al Dr. Jukai.
— Está bien.
Pasó casi un mes desde que estaban yendo a ver al doctor dos veces por semana. Al principio a Hyakkimaru le resultaba extraño y fastidioso, pero con el pasar del tiempo comenzó a agradarle y tomarle estima.
Le gustaba lo amable que era ese hombre regordete y barbudo. Él siempre tenía un semblante bondadoso, y lo que más cómodo le hacía sentir al hablar con él era que no lo regañaba o criticaba por no verlo a los ojos mientras conversaban.
Todas las personas a su alrededor les molestaban que él no los viera a los ojos mientras conversaban, lo regañaban o le decían que era como si no les pusiera atención. A él simplemente le daba vergüenza admitir que esto le incomodaba y no le gustaba.
Por el contrario, el Dr. Jukai lo comprendía y nunca lo obligaba, por esto era que le agradaba tanto ir a hablar con él, ocasionando que ya cada vez que fuera a verlo lo hiciera con gusto.
Cuando regresó esa tarde de la consulta, su hermano menor; Tahomaru, se acercó a él para interrogarlo como siempre.
— ¿Por qué yo no puedo ir con el Dr. Barbudo? —Preguntó haciendo un puchero.
— No lo sé.
— ¡No es justo, hermano! Papá y mamá siempre te llevan y a mí me dejan aquí con la niñera. También quiero ir con ustedes.
— Tú no estás descompuesto, por eso no debes ir. —Hyakkimaru se sentó, desanimado, en el sofá de la sala.
— ¿Cómo que descompuesto? —Su hermano se sentó a su lado y lo observó con interés.
— Papá dice que estoy descompuesto, y para saber que causó esto, por eso debo ir con ese doctor.
Hyakkimaru sintió una punzada de dolor en su corazón tras decir esas palabras. "Raro" "Descompuesto" "Irregular" eran palabras que lo acompañaban desde hace tiempo cada vez que alguien hablaba sobre su persona.
Y la verdad era que, si se comparaba con su hermano menor, él se dio cuenta que tenía comportamientos muy diferentes a los de él. Se sentía extraño en su propia familia y con sus compañeros de clase. Era como si fuera un ser del espacio que llegó por error al planeta Tierra y simplemente no pudiera encajar en ese mundo.
Un habitual grito caprichoso de su hermano lo hizo salir de sus reflexiones y volver a la realidad:
— ¡Entonces yo también voy a descomponerme para poder ir con ustedes!
— No hay nada malo contigo, y es mejor así... ¿Por qué siempre tienes esa exagerada necesidad por querer ser el centro de atención todo el tiempo?
Los labios de su hermano temblaron ligeramente antes de romper a llorar y dirigirse corriendo hacia su madre mientras le gritaba:
— ¡Mamá! ¡Hyakkimaru está siendo otra vez cruel conmigo!
Hyakkimaru intentó detenerlo antes de que lo delatara, pero fue tarde. Esa era otra cosa que no podía entender, y odiaba de su ser intensamente. Decía comentarios que para él parecían simples y carentes de importancia, a pesar de esto sus padres se lo dijeron hasta el cansancio "tu honestidad lastima a tu hermano, no le digas esas cosas".
Se abrazó a sí mismo y no pudo evitar derramar unas lágrimas a causa de la frustración que atacaba su corazón. Por más que pensaba no podía entenderlo ¿qué estaba mal con él? ¿por qué no encajaba con los demás? ¿por qué estaba descompuesto?
El Doctor Jukai le prometió que él lo ayudaría a descubrirlo ¿en verdad sería capaz de hacerlo? Ese bondadoso hombre le dijo que debía observarlo por un mes para poder diagnosticarlo. Y ahora que lo recordaba, era una palabra que nunca había escuchado antes "diagnosticar" ¿qué era eso?
Con su corazón latiendo velozmente a causa de la emoción de conocer algo nuevo se dirigió a la biblioteca que había en su casa y tomó un diccionario para buscar esa palabra. Cuando la encontró, la leyó con un profundo interés:
"Diagnosticar: Determinar o identificar una enfermedad mediante el examen de los signos y los síntomas que presenta".
Leer esa palabra hizo que se interesara en otra, esa en otra más, y así en otra y otra. Su madre llegó de pronto para preguntarle qué pasó con su hermano, quien solo pudo aumentar su llanto al ver que no importaba que tanto le hablaran, Hyakkimaru los ignoraba y continuaba leyendo ávidamente el diccionario.
Después de casi diez minutos su madre lo seguía llamando con desesperación sin obtener repuesta. Él solo quería seguir leyendo más palabras ¿por qué a los demás les era tan difícil entenderlo?
Odiaba que lo molestaban cuando estaba haciendo cosas que, a su forma de ver, eran de suma importancia. Completamente furioso, tomó uno de los libros cerca de él y se lo arrojó a su madre y hermano para que lo dejaran en paz.
Con ojos humedecidos, y sin poder comprender en absoluto esas acciones irregulares, Nui tomó a Tahomaru y se lo llevó a su habitación para intentar consolarlo y tranquilizarlo.
Hyakkimaru duró casi cuatro horas encerrado en la biblioteca leyendo el diccionario sin parar. No importaba que tanto le insistieran, él la ignoraba y seguía leyendo.
Estaba en verdad desesperada al no poder entender porque tenía esos comportamientos tan obsesivos. Esperaba que el Dr. Jukai fuera capaz de decirle que pasaba con su querido niño.
El Dr. Jukai cumplió su palabra. Tras poco más de un mes de tener diversas sesiones con Hyakkimaru, observar su comportamiento y hablar con algunas personas de su entorno, fue capaz de dar su diagnóstico. A los ocho años de edad, Hyakkimaru Daigo fue diagnosticado con síndrome de Asperger.
"Síndrome de Asperger" ... Era la primera vez en su vida que el matrimonio Daigo escuchaba esa palabra. El Dr. Jukai comenzó a explicarles con toda la calma del mundo acerca de este trastorno del desarrollo.
Conforme el bondadoso doctor les dio a conocer detalladamente todas sus características, Nui no pudo evitar llevarse las manos a su pecho debido a la angustia que se instalaba en su corazón. Todo lo que el psiquiatra les estaba informando concordaba a la perfección con el irregular comportamiento de su querido hijo.
Dificultades para socializar, comprender los sentimientos ajenos y demostrar los suyos propios. Ese fue el principal problema que los obligó a recurrir a los psicólogos, al punto de tener que llegar con un psiquiatra.
Hyakkimaru ya estaba en tercero de primaria y no tenía ni un solo amigo. Su poco interés por jugar con otros niños, y el que mostrara tan poca empatía con los demás hicieron que lo consideraran como un bicho raro. Esto ocasionó que los bravucones de su clase lo comenzaran a molestar, al punto incluso de golpearlo pues creían que los ignoraba cuando le hablaban.
Hablaba muy poco, evitaba a toda costa mirar los ojos de los demás cuando tenía una conversación con alguien. Su aparente apatía y nula preocupación por las respuestas que le daban las personas que llegaban a intentar conversar con él, hicieron que incluso le resultara difícil llevarse bien con su hermano menor. A pesar de que solo se llevaban un año de diferencia, simplemente no lograban entenderse mutuamente.
Obsesionarse por conocer y aprender diversos datos que carecían de importancia o que no le servirían de nada, tal como lo que pasó cuando se encerró a leer ese diccionario durante horas.
Tener rutinas o diversos rituales para actividades diarias. Él también lo hacía, siempre le pedía a su madre que lunes, miércoles y viernes le sirvieran panqueques para el desayuno (motivo por el cual su madre había comenzado a decirle panquecito de cariño), y si acaso la cocinera no podía hacerlo por algún motivo, se ponía furioso y hacía rabietas.
Todo en torno a los problemas de su hijo concordaba con el bien explicado diagnóstico del doctor. Todo se debía a ese trastorno, al síndrome de Asperger. Cuando el Dr. Jukai por fin terminó de hablar, el primero en atreverse a hablar fue Kagemitsu. El angustiado padre lo hizo con una voz baja e insegura:
— E-entonces, díganos por favor, Dr. Jukai... ¿este trastorno tiene cura?
El Dr. Jukai esbozó una pequeña sonrisa. Observó al matrimonio con compasión antes de continuar sin perder su habitual serenidad:
— Ante todo Sr. Daigo, debe comprender que este trastorno no se trata de una enfermedad, y es por eso que no tiene cura. Varios estudios realizados indican que el SA se debe a una alteración en el desarrollo cerebral, es algo que no puede arreglarse. —Hizo una breve pausa a la espera de que los padres opinaran, por desgracia estaban tan alterados y deprimidos que fueron incapaces. Él continuó con su imperturbable calma cuando añadió—: Sé que es difícil asimilar esta situación, sin embargo, aunque no hay cura, sí que hay una forma de ayudar a su hijo. Con las terapias adecuadas, el podrá llevar una vida lo más normal posible.
La plática con el Dr. Jukai se extendió poco más de una hora. Una vez terminaron de hablar con el psiquiatra, el matrimonio Daigo llegó al estacionamiento y subieron a su lujoso Mercedes Benz, se quedaron mirando fijamente al frente. Ambos permanecieron en un silencio sepulcral. Kagemitsu no reaccionaba, no ponía el coche en marcha. Mientras tanto, el cuerpo de Nui temblaba ligeramente.
Lo que terminó por romper ese angustioso silencio fue un fuerte sollozo de la hermosa mujer de brillante y larga cabellera azabache. Cubrió su rostro con sus manos y se dejó derrotar, comenzó a llorar con una frustrada amargura, no importaba que tanto lo intentara, era incapaz de detenerse.
Su llanto se tranquilizó un poco cuando percibió los fuertes y amorosos brazos de su esposo rodeándola. Ella se dejó consentir. Acercándose más a su marido apoyó su rostro en su pecho, el cual aún era surcado por gruesas y cristalinas lágrimas.
— ¿Por qué él? ¿Por qué Hyakki? ¿Por qué nuestro panquecito? —Se las arregló para decir después de unos minutos con voz entrecortada.
— Mi querida Nui, escuchaste lo que dijo el doctor. Pueden ser diversas causas, pero no hay nada concreto. No tiene caso que sigamos pensando en el porqué, debemos enfocarnos en lo que será mejor para nuestro hijo. Sera difícil, pero lo lograremos, si trabajamos juntos como hasta ahora, lograremos que Hyakkimaru lleve una vida lo más normal que sea posible para alguien con su condición.
Nui se aferró a la tristeza y el desespero por un rato más. Ella solo se permitía mostrarse vulnerable junto a ese hombre que tanto amaba. Después, en una de esas características suyas que su esposo más admiraba de ella, hizo el dolor a un lado para mostrar una entereza y convicción realmente asombrosas.
Cuando llegaron a su mansión junto con sus amados hijos, la Nui que lloraba inconsolable en el coche desapareció. Ya solo estaba una mujer fuerte y sumamente dulce, la cual amaba con todo su corazón a sus niños y era capaz de todo por ellos.
— Asper... Asperger...
El corazón de Nui encogió de dolor cuando su Hyakkimaru pronunció esas palabras con su vocecita siempre tan suave e ingenua. Nui decidió hablar seriamente con él esa misma noche acerca del trastorno con el que tendrá que lidiar toda su vida.
Hizo su mejor esfuerzo por hablarle de una manera sencilla, de forma que un niño como él pudiera entenderlo. Para eso recurrió a algunos consejos que el Dr. Jukai le dio antes de dejar su consultorio.
— Entonces... eso significa que en verdad estoy descompuesto ¿verdad?
Nui apretó con fuerza sus labios, no pudo evitar que temblaran ligeramente tras escuchar la inocente pregunta de su hijo. Su corazón se rompió en mil pedazos, la tristeza la embarga. No sabe de dónde sacó la suficiente fuerza para no dejarse derrotar y llorar frente a él. Hyakkimaru añadió, como siempre, evadiendo su mirada:
— ¿Es por eso que soy raro? ¿Es por eso que me consideran "anormal"?
— No lo eres, mi panquecito.
Nui se acercó a él e intentó abrazarlo. Hyakkimaru ladeó su cuerpo rápidamente para evitarlo. Ahora sabía que las personas con SA no disfrutaban tanto del contacto físico, a partir de ese día, ella debía aprender a convivir con eso. Hizo una enorme inhalación para juntar más entereza antes de decirle con un inmenso cariño y seguridad:
— Hyakkimaru, escucha esto con atención ¿de acuerdo? Que tengas Síndrome de Asperger no significa que seas raro, ni que los demás deban odiarte o repudiarte por eso. Solo eres diferente al resto en ciertos aspectos, y eso no tiene nada malo. Por favor, nunca lo olvides.
— A pesar de eso... ¿ustedes me seguirán queriendo?
— Por supuesto, mi panquecito. Sin importar lo demás, sabes que papá, Tahomaru y yo siempre te querremos mucho.
Nui abrió sus ojos de par en par cuando su niño se dio la media vuelta y se acercó a ella, la tomó en completo por sorpresa que prácticamente se hubiera lanzado a ella para abrazarla. Percibió que unas gotas caían en su blusa, lo que indicaba que su pequeño estaba llorando, aun así, lo hizo en un completo silencio.
Nui respetó eso, se dedicó a abrazarlo con fuerza en un intento de poder transmitirle de esa manera cuanto lo amaba. Unas silenciosas lagrimas resbalaron por sus mejillas cuando le aseguró con ternura:
— Todo estará bien, Hyakkimaru. Nos esforzaremos mucho para poder llevar una vida lo más normal posible. Nunca permitas que nadie te haga sentir que no mereces el cariño o respeto de alguien por tu condición. Yo sé que lograrás salir adelante, mi pequeño.
Hyakkimaru comenzó a ir a diversas terapias con el Dr. Jukai a partir de ese momento, lo cual le ayudaría a mejorar notablemente sus capacidades emocionales y sociales, al punto en que, con los años, su Asperger se haría cada vez menos notorio.
Él lograría salir adelante con el cariño y comprensión de su familia, y afortunadamente, en el camino se encontraría también con valiosos y pacientes amigos. Sobre todo, el conocería a una noble jovencita, la cual se convertiría en una mujer sumamente indispensable en su vida.
