En lo que va de noche apenas ha podido cerrar los ojos. Intenta no pensar, conducir su mente hacia rincones más agradables, pero no puede. Se da otra vuelta en la cama, sintiendo cómo la sábana bajera se va arrugando más y más bajo el maltrato de tanto movimiento, y lo asume: hoy ya no va a pegar ojo.
Enciende la luz de la mesita de noche, arranca el cable que mantiene cargando la batería de su teléfono móvil y desactiva la alarma del despertador, programada para sonar a las 6:30 de la mañana. Sus ojos se fijan en la hora presente, y resopla con fastidio al comprobar que está viviendo sobre las cuatro de la madrugada.
Dentro de unas horas debutará en su primer día de trabajo como agente inmobiliario, y Saga ya no sabe qué narices hacer para relajar su estómago y domesticar todas las secretas inseguridades que le están comandando los nervios. Podría aprovechar las horas que tiene de margen para echarse al sofá y acabar de ver esa película que hace dos días dejó a medias, pero no le apetece. En realidad no le apetece nada, y cuando le sucede ésto, cuando siente que no tiene control sobre su vida, se ofusca tanto que ni él mismo se soporta.
La única salida que encuentra viable es meterse en la ducha, regalarse un buen rato bajo el agua e intentar relajarse. Poco podrá convencer a los posibles compradores si no es capaz de creerse todas las mentiras que a partir de hoy deberá aprender a contar.
Inspira...espira...inspira...espira...lo intenta, sí, y casi lo está consiguiendo. Toma el bote de champú y se lava el largo cabello de color añil con frenesí. Luego agarra la esponja y la embadurna de gel corporal, siempre con un poco más del que necesita, y se frota el cuerpo entero como si se lijara la piel y los nervios que afloran por ella.
El siguiente paso es procurarse un buen afeitado. Con la toalla enroscada en su cintura, se acerca al espejo y lo desempaña con un poco de papel higiénico. Se aplica la espuma de afeitar por toda la zona a rasurar y con una cuchilla recién estrenada comienza su acicalado facial. El after shave es imprescindible para calmar el ardor que siempre le deja esta rutinaria acción, y luego llega el peinado. Todo hacia atrás para que cuado el cabello se vaya secando caiga con naturalidad donde le plazca.
La ropa la tiene preparada en la silla del dormitorio. Es una vieja costumbre a la que no renuncia jamás y que le evita pensar por la mañana.
O madrugada en este caso.
Se viste con los jeans más nuevos que tiene, con una camisa blanca, una de esas que quedan bien con todo, y como abrigo toma una americana oscura. En la entrevista le remarcaron la importancia de ofrecer una buena imagen de cara al cliente, aunque también debía transmitir cercanía y confianza. La corbata es descartada en esta supuesta ecuación de proximidad, y cuando se da un último vistazo al espejo espera que esa versión de su presencia sea adecuada.
Renuncia a tomarse un desayuno en casa. El estómago persiste cerrado, y forzarlo a trabajar en situaciones así nunca le trae buenas consecuencias.
El bloque de pisos de obra nueva que tiene el cometido de vender se halla lejos del centro de Atenas, lugar donde reside, y se ve obligado a desplazarse en coche hacia el punto de encuentro con sus primeros clientes. El tráfico de esa hora es muy fluido. La noche todavía no quiere irse, pero él necesita hacerse con la zona, estudiarla y convencerse que es cojonuda para vivir.
Estacionar es fácil. Localizar las viviendas asignadas también.
Le quedan un par de largas horas para llegar al momento del encuentro, y después de pasear sin rumbo alguno por las calles de ese barrio, siente que quizás debería acallar el dolor del estómago con algo caliente.
Poco le importa donde entra. Sólo ve que es una cafetería repleta de gente cargando pilas y accede. Se acerca directamente a la barra con la intención de pedir una bebida y se halla casi asaltado por la simpatía de una chica rebosante de energía.
- Buenos días. ¿Qué desea?
- Un café solo, por favor - dice mecánicamente - Para llevar.
- En seguida - la chica sonríe, y no deja de mirarle. Al parecer es curiosa, y no se oculta de ello - ¿Es nuevo en el barrio?
- Estoy de paso - Saga le responde con seriedad. En ese momento lo último que le apetece es mantener charlas estúpidas que no llevan a ningún lado.- ¿El baño, por favor?
- Sí, al fondo, a la izquierda.
Levanta la mirada y ve la señal de los aseos. Necesita cambiar las aguas y asegurarse que su aspecto físico es aceptable. De ello depende parte del éxito que pueda tener.
Un éxito que parece haberle abandonado.
By September
