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Al tratar de alejarse de la escuela, Junpei descubre que una barrera la rodea. Se ve como humo solidificado, y parece envolver el predio por completo. Incluso el cielo se ve oscurecido. Probablemente sea una de las pantallas que Mahito le mencionó en algún punto de las últimas semanas.
No está seguro de si debería intentar cruzar o no. ¿Qué ocurrirá si logra salir pero luego ya no puede volver a entrar? Itadori ya está herido, podría necesitar su ayuda cuando derrote a Mahito. La parte pesimista de sí mismo, mucho más grande y ruidosa de lo que le gustaría admitir, le grita que corra, porque Itadori perderá y entonces Mahito vendrá por él.
Puede oír la pelea desde aquí, mientras duda frente a este muro de sombras y humo con el brazo acunado contra el pecho. Probablemente se haya roto algún hueso, sin dudas duele como si algo estuviera roto.
No puede entender del todo cual es el plan de Mahito. Sabe que la maldición ha matado demasiados humanos para contarlos. Ya sea por simple diversión o aburrimiento, incluso por curiosidad, para probar los límites de su poder. Pero parece haber una gran diferencia entre esos experimentos y su forma de actuar ahora. Tal vez la muerte de los tres chicos de su escuela -Junpei se niega a pensar en ellos como compañeros- fuera un sin sentido; pero su madre, la aparición del objeto maldito en su casa, que Mahito lo siguiera a la escuela: ninguno de esos hechos puede ser una coincidencia.
Fue tan estúpido e inocente. Mahito se ganó su confianza, escuchó sus problemas y preocupaciones con atención, le hizo sentir visto y apoyado, incluso lo ayudó a despertar sus propios poderes, a sentirse especial y validado… nadie lo había tratado así nunca. Incluso aunque se siente horrible de solo pensarlo, ni siquiera su propia madre le dio jamás tanta importancia a lo que le ocurría. "La escuela es un simple acuario, más allá está el océano", le había dicho. Pero ser apaleado en un simple acuario y tener que huír y esconderse en su casa por semanas no es un gran entrenamiento para el océano.
Cuando se encontró con ellos en el pasillo, Mahito parecía conocer a Itadori. O al menos parecía saber acerca de él. "Recipiente de Sukuna", lo llamó. Junpei no sabe lo que significa, pero como mínimo parece querer algo de él.
No alcanza a entender para qué exactamente, pero Mahito sólo lo estaba utilizando, como a todos esos humanos que encoje, retuerce y luego almacena como simples herramientas.
Se deja caer de rodillas delante de la pantalla, dividido entre atravesarla y correr no sabe a dónde, o volver y morir junto al único chico que ha sido amable con él sin esperar nada a cambio. Aprieta el brazo herido contra el pecho aún con más fuerza, buscando inútilmente que el dolor lo distraiga lo suficiente como para no llorar. Acaba inclinado hacia adelante, apoyando la frente contra el suelo de tierra cuando comienza a ahogarse con la fuerza del llanto que lo sacude en espasmos. Tensa tanto la mandíbula que puede escuchar sus dientes rechinar unos contra otros, y el dolor de cabeza que lo acosó desde la mañana empeora.
Aunque huyera, no tiene a dónde ir. Su madre está muerta, cubierta con una colcha y rodeada de hielo en su casa, justo donde Mahito y él la dejaron. Acaba de atacar su escuela como un verdadero lunático, como esos chicos desquiciados que salen a veces en el canal de noticias, que un buen día toman un rifle y orquestan una masacre. Está bastante seguro de que no ha matado a nadie, pero aún así varias personas lo han visto perder la cabeza. Aunque evadiera la cárcel, sólo le espera una camisa de fuerza.
De todas formas su madre está muerta gracias a que él se involucró demasiado con cosas que no comprende, así que es lo mínimo que merece. No hay redención posible, no hay nada más para él.
-Oye, tu. Eres Yoshino Junpei, ¿verdad?
Se incorpora sobresaltado, tratando de limpiar las lágrimas de su visión con su antebrazo sano para poder ver a su interlocutor, y retroceder arrastrándose al mismo tiempo. Piensa que debe ofrecer una vista bastante patética. Tras parpadear varias veces ve a un hombre alto y rubio, vestido con traje y corbata. Parece un simple oficinista, aunque muy en forma, y porta una espada enfundada. Le pone bastante nervioso no poder verle los ojos, ya que están ocultos tras unos lentes oscuros.
El hombre avanza y se inclina sobre él. Junpei se encoje asustado, pero sólo recibe un apretón en el hombro.
-Soy Nanami Kento, un hechicero. Eres Yoshino, ¿verdad? ¿Estás herido?
Junpei casi se estremece de alivio. Escuchó a Itadori hablar acerca de su superior Nanami en varias ocasiones la noche anterior, siempre con un tono de admiración.
-Estoy bien. - Responde apresuradamente, aferrándose inconscientemente al saco de Nanami.- Pero Itadori, él está peleando contra Mahito… contra una maldición. ¡Debe ayudarlo!
Nanami se pone de pie de inmediato, mostrándose aún más serio que antes.
-Iré. No te muevas de aquí, vendré a buscarte cuando terminemos.
Junpei no tiene tiempo de estar de acuerdo o decir nada más, Nanami da la vuelta y corre hacia la escuela, donde aún se pueden oír golpes y estallidos.
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Pueden ser minutos u horas más tarde, Junpei no está seguro. Se quedó de rodillas en el suelo exactamente donde Nanami lo dejó, con la mente todavía divagando. En algún punto el ruido de la pelea cesa y la pantalla que rodeaba la escuela desaparece, el humo solidificado se dispersa desde el cielo hasta el suelo, dejando detrás un atardecer demasiado brillante.
Apenas unos momentos después, Nanami aparece desde la esquina del edificio más cercano, viéndose pálido y bastante frenético. En sus brazos, yaciendo flácido, claramente inconsciente, lleva el cuerpo de Itadori.
-Levántate. - Indica Nanami, pasando por su lado.- Y sígueme.
Junpei se incorpora como puede, incapaz de apartar la mirada del cuerpo que carga Nanami. Hay mucha más sangre que antes, nuevos cortes y magulladuras. El brazo izquierdo cuelga flojo, balanceándose al compás de los pasos del hechicero, y Junpei alcanza a vislumbrar brevemente heridas que atraviesan la palma por completo, como si hubiera sido perforada. Intenta no tropezar con sus propios pies, y sigue a Nanami ciegamente hasta un automóvil negro aparcado en la entrada de la escuela.
Nanami sube en la parte de atrás con Itadori, por lo que Junpei toma el asiento del copiloto, junto a un hombre delgado con gafas que se ve a segundos de echarse a llorar. Incluso parece que las manos le tiemblan, y Junpei se pregunta vagamente si debería estar conduciendo.
Mientras el automóvil arranca, observa la escuela a través de la ventanilla. Todo se ve muy tranquilo, casi normal de no ser por los vidrios rotos y los huecos en las paredes. No hay nadie a la vista, por lo que probablemente muchos sigan inconscientes en el gimnasio. Mahito le había llegado a contar que las pantallas suelen interrumpir la señal de teléfonos móviles, radio y otros medios de comunicación, que es seguramente el motivo por el que todo el predio no está lleno de policías aún.
Se pregunta qué conclusión sacará la policía acerca de él, y cuanto tiempo tardarán en ir a su casa y encontrar a su madre. No tiene forma de explicar nada de lo que ha pasado hoy. A menos que los hechiceros decidan ayudarlo, irá a prisión. Se siente tan cansado que no puede encontrar en sí mismo la energía para preocuparse. Tal vez debió haber muerto hoy.
En el asiento trasero, Nanami pasa varios minutos trabajando en silencio, ajustando vendas al rededor del torso y abdomen de Itadori. Luego coloca un parche de gasa sobre un corte bastante profundo en una mejilla, justo debajo de una de las marcas que tiene Itadori bajo los ojos. Para cuando llega a las manos, parece lo bastante satisfecho con sus primeros auxilios como para alzar la vista hacia Junpei.
-Vivirá. - Nanami vuelve su atención a las manos de Itadori, procediendo a envolverlas en sendos vendajes apretados. -En cuanto lleguemos con Ieiri ella podrá curarlo.
El conductor con gafas parece infinitamente aliviado, aunque todavía luce como si pudiera ponerse a llorar de un segundo a otro. Aferra el volante hasta que los nudillos se le ponen blancos, pero no emite sonido, limitándose a pisar a fondo el acelerador.
-Yoshino. -Prosigue Nanami, terminando el ultimo vendaje y dejando que la mano derecha de Itadori descanse sobre el asiento a su lado. -¿Cómo está tu brazo?
El hechicero está apoyado apenas en la orilla del asiento, dejando la mayor cantidad de espacio disponible para que Itadori se recueste. Parece haber perdido los anteojos en la pelea, por lo que sus ojos oscuros se clavan directamente en los de Junpei. Es una mirada firme y seria, y casi lo hace preferir no poder verla.
-Creo que está roto. -Murmura en respuesta. No ha dejado de doler ni un instante desde que aterrizó sobre él. En parte lo agradece, sin ese dolor manteniéndolo en tierra su mente con toda seguridad hubiera vagado aún más lejos.
-También podemos hacer que Ieiri lo arregle. -Comenta Nanami. Se echa hacia adelante y apoya la frente en la parte trasera del asiento del conductor. Parece exhausto, y probablemente también esté herido.
Junpei se revuelve en el asiento por un momento, con la vista fija en el rostro sereno de Itadori. Se siente tan inquieto que nota los dientes hundidos en su labio inferior recién cuando siente el sabor metálico de la sangre en la lengua. Aprieta con fuerza la herida entre el pulgar y el índice antes de decidirse a hablar, con el corazón martilleando tan fuerte que puede sentirlo latir acelerado en los oídos.
-¿Qué va a pasar conmigo? -La voz le sale pequeña y agrietada. Nanami guarda silencio durante tanto tiempo que Junpei está a punto de repetir la pregunta.
-No es mi decisión. -Dice al final, con cuidadosa lentitud, como si estuviera eligiendo las palabras adecuadas. -Pero necesito que me cuentes todo lo que ha ocurrido desde que presenciaste la muerte de tus compañeros en el cine hace dos semanas. Llamaste a esa maldición por su nombre cuando llegué, e Itadori me dijo que tu le advertiste sobre no dejar que lo tocara.
Junpei se gira en el sitio para sentarse correctamente, de espaldas a Nanami para no tener que verlo a la cara. El paisaje fuera se ha vuelto más boscoso, y la noche ya se cerró sobre ellos hace un buen rato. Gracias a la luz tenue encendida dentro del automóvil, puede ver su reflejo en el vidrio. Su semblante se ve pálido y asustado, con ojeras oscuras, casi violáceas.
No quiere tener que contar nada de lo que pasó. Se siente estúpido, usado y débil, poco más que un juguete destrozado. Pero cuando comienza a hablar, descubre que no puede parar. Habla hasta que la boca se le seca y le sabe a cartón, y sigue hablando aún después de eso.
Aunque Nanami sólo pidió detalles de las últimas dos semanas, le cuenta todo. El acoso de sus compañeros, la indiferencia de los profesores, cómo dejó la escuela y se dedicó a perder el tiempo junto al río o viendo una película tras otra en el cine. Habla sobre su madre, sobre sí mismo. Nanami no lo interrumpe en ningún momento, ni le pide que se atenga a lo importante.
Habla sobre la muerte de los tres estudiantes de su escuela en el cine, de cómo siguió a Mahito fuera y lo confrontó al respecto. Explica que pasó las siguientes semanas visitándolo, manteniendo largas conversaciones con él, aprendiendo sobre hechicería. Describe el momento en el que Mahito le mostró sus humanos modificados, y lo que pensó entonces al respecto.
Le cuenta sobre Itadori.
Se quiebra finalmente cuando comienza a hablar sobre su madre. No puede contener las lágrimas y tiene que detener el relato por un momento. El conductor le tiende una caja de pañuelos, y Junpei no se sorprende tanto como debería cuando ve que él también está llorando, aunque en silencio.
Prosigue entrecortadamente, detallando cómo se levantó aquella mañana para encontrar un escenario de pesadilla en la sala, la llegada de Mahito y la explicación que este le dio. Cómo fingió apoyarlo y luego lo incitó a que ocultara el hecho de la policía y en cambio buscara venganza.
Continúa hablando sobre la escuela, y luego sobre Itadori de nuevo. Duda, pero también menciona la invitación que este le hizo para asistir a la escuela de hechicería. Al final se queda en silencio, sintiéndose completamente drenado y agotado emocionalmente.
Ni Nanami ni el conductor dicen nada más, y al final Junpei está tan cansado que se queda dormido con la frente presionada contra el vidrio de la ventanilla. En sus últimos instantes de vigilia, oye a Nanami hablar por teléfono con alguien, pero no le presta especial atención, dejándose arrullar por el ronroneo bajo del motor.
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Si leyeron hasta acá, muchas gracias!
Se que parece todo bastante deprimente, pero era necesario. Espero poder escribir cosas más felices pronto.
