Disclaimer: Todo lo que aparece en el fic es de Rowling, incluidas sus contradicciones.
¡Hola!
Aquí vamos con el segundo capítulo de esta cursilada tan larga. No sé si os interesa saberlo, pero yo lo digo por si acaso: la corrección avanza a muy buen ritmo.
¡Muchas gracias por leer y un abrazo!
Fiesta de bienvenida
Disfrutaron del banquete de bienvenida como alumnos por última vez en sus vidas. Harry sentía sus emociones divididas entre la satisfacción y la nostalgia. Un capítulo de su vida se estaba cerrando mientras McGonagall, mucho más aséptica que Dumbledore aunque igual de carismática, les recordaba las normas del colegio y les conminaba a permanecer unidos y no enfrentarse como casas más allá del ámbito académico. La familiaridad de la ceremonia de Selección contrastó con sus recuerdos al ser Flitwick quien desplegaba el largo pergamino y, ayudado de un escalón, ponía el Sombrero Seleccionador sobre las cabezas de los nuevos alumnos de primero.
Aplaudió con el resto de sus compañeros a cada alumno, observando con curiosidad sus reacciones al caminar hacia sus respectivas mesas. Eso le hizo darse cuenta de que, desde las cuatro casas, les miraban sin disimulo alguno.
—Es irónico —susurró Hermione, a su lado. Se habían sentado en el mismo orden que durante el almuerzo de manera tácita, por lo que Harry volvía a estar entre su amiga y Malfoy—. McGonagall ha pedido unidad, pero a la vez… ¿no tenéis la sensación de estar separados de los demás? No sólo separados: diferenciados. No pertenecemos a ellos.
—Será parte de su plan para que nos unamos entre nosotros —masculló Harry, dándole la razón a su amiga.
—Creo que tienes razón, Harry —aprobó Hermione. Harry se volvió hacia Malfoy, que estaba observándole con un gesto intrigado. Apartó la mirada de él cuando Malfoy se giró para seguir mirando la Selección, preguntándose qué había sido aquello.
Cuando por fin apareció la cena sobre las fuentes y los platos, el grupo se animó rápidamente al conversar sobre los detalles de la fiesta que habían comenzado a organizar durante el almuerzo. Dean había propuesto tener su propia ceremonia de bienvenida y prácticamente todos habían asentido aprobadoramente. Harry, Neville y el propio Dean habían bajado a Hogsmeade a comprar cervezas de mantequilla y dulces y Hermione y Morag habían pedido los permisos correspondientes a McGonagall y Flitwick, que habían dado su aprobación. Justin había anunciado que se encargaría de dinamizar la velada para que todo el mundo se divirtiese.
—Cuando era pequeño, fui a varios campamentos de verano. También lo hice durante los primeros veranos de Hogwarts. La primera noche nos reuníamos junto a una hoguera y jugábamos algunos juegos para ayudarnos a romper el hielo y que hiciésemos amistad lo más rápido posible —les había explicado con entusiasmo—. Me acuerdo de casi todos. Hay un par de ellos que os divertirán, estoy seguro.
El resto, menos Malfoy y Michael, que seguían taciturnos, aprobaron la idea. Al terminar de cenar se dirigieron todos juntos al ala este de manera similar a cómo habían hecho al mediodía. Harry volvió a fijarse en que Malfoy los seguía en último lugar, desde una prudencial distancia, como si no le quedase más remedio que estar allí.
«O como si creyera que este no es su lugar», comprendió Harry, recordando todas las veces que él había ocupado esa posición en cualquier comitiva en la que hubiese estado envuelto Dudley o alguno de sus tíos.
—¡Cinco minutos para cepillarnos los dientes y ponernos ropa cómoda y nos vemos todos en la sala común! —anunció Justin, que iba en cabeza junto a Ernie, dándose media vuelta, haciendo altavoz con las manos y sin dejar de caminar.
Harry entró en el dormitorio, pero no cerró la puerta suponiendo que Malfoy no tardaría en llegar. No miró hacia él cuando oyó el sonido de la puerta. Sus respectivos baúles ya están a los pies de sus camas, colocados seguramente por los elfos. Abrió su mochila en busca del cepillo de dientes y entró en el baño, pasando por delante de Malfoy. Este también tenía el cepillo de dientes en la mano, pero no entró al baño tras él. Harry se encogió de hombros, suponiendo que habría cambiado de idea.
Malfoy ya se había quitado la túnica del uniforme cuando Harry volvió a salir del cuarto de baño y estaba de rodillas frente a su baúl. Harry observó con curiosidad cómo hundía las manos hasta los hombros en el baúl, preguntándose si sería el mismo hechizo que Hermione tenía en su bolsito de cuentas. Malfoy, concentrado en su tarea, sacó una torre de jerséis que colocó cuidadosamente en la balda de uno de los armarios.
—Me encanta ese hechizo. Debería haberlo hecho yo también en mi baúl —dijo Harry mientras se quitaba la túnica él también, procurando que su tono fuera cortés y neutro
Malfoy se volvió hacia él, observando con desdén cómo tiraba la túnica descuidadamente sobre su cama y, empuñando el cepillo de dientes, entró en el cuarto de baño sin contestar, cerrando la puerta tras de sí. Harry suspiró, sin saber si agradecer que Malfoy facilitase las cosas al intentar no coincidir con él en el mismo espacio y dar la callada por respuesta o romperle la nariz de un puñetazo por ser insufrible.
Rebuscando en el baúl, sacó una camiseta vieja y raída que le quedaba enorme, uno de los últimos vestigios del guardarropa que había tenido mientras vivía con sus tíos. Se puso también un pantalón deportivo y unos calcetines limpios, recordando que Justin les había insistido que fuesen con ropa cómoda y preguntándose qué habría planeado. Dudó sobre ponerse las deportivas o no. Le gustaba sentir el suelo helado bajo sus pies y en la sala común de Gryffindor la temperatura solía ser agradable todo el año como para caminar descalzo por la sala común, pero no quería pasar frío tampoco.
Malfoy salió del baño, ya sin el cepillo de dientes y volvió a aplicarse a la tarea de vaciar el baúl sin dirigirle una sola mirada. Harry cogió las deportivas en la mano, decidiendo ir descalzo pero tenerlas cerca por si acaso. Malfoy no había terminado de quitarse el resto del uniforme y tampoco parecía tener prisa por ir a la sala común a pesar de que ya habían transcurrido más de los cinco minutos de margen que les había concedido Justin.
«Le has prometido a Hermione que ayudarías a integrarle en el grupo. Y a McGonagall también», pensó mientras se mordía el labio, con la conciencia martilleándole pero sin deseo de recibir más desprecios silenciosos. Al fin y al cabo, Malfoy era un adulto de pleno derecho y podía decidir no festejar con el resto del grupo si no lo deseaba.
—Esto… Malfoy… —Este levantó la cabeza y le miró con una ceja enarcada, sorprendido de que volviese a hablarle—. Creo que la idea es que ordenemos las cosas de nuestros baúles mañana y ahora celebremos nuestro primer día del último año de Hogwarts —dijo Harry intentando no equivocarse con el galimatías con el que Ernie había bautizado la fiesta de bienvenida.
—Lo haré cuando me dé la gana, Potter —espetó Malfoy con un rictus de desagrado en los labios y haciendo especial énfasis en su nombre.
—Vale, mala idea. No he abordado bien el asunto —admitió Harry con un tono que esperaba que fuese conciliador—. Lo siento, no pretendía decirte qué debes hacer. —La ceja de Malfoy subió otro centímetro más, escéptico ante su disculpa—. Me refería… bueno, hemos quedado en la sala común. Todos —enfatizó, recordando que Malfoy no había dicho nada cuando habían hablado de ello y dándose cuenta de que quizá Malfoy había daba por hecho que no estaba invitado.
—Genial, pasadlo bien.
Malfoy volvió a arrodillarse junto al baúl, sacando varias camisas primorosamente colgadas en perchas y levantándose con ellas con agilidad. Las llevó hasta el armario, organizándolas en riguroso orden cromático. Harry se lamió los labios, pensando cómo seguir abordando el tema, pero distraído por lo que estaba haciendo Malfoy.
«Joder… ese orden es obsesivo hasta para Hermione», pensó, mordiéndose la lengua a tiempo, al verle comparar dos camisas verdes para decidir en qué orden colocarlas.
—Verás… —Harry tragó saliva antes de seguir. Malfoy tenía la habilidad innata de irritarle y sacarle de sus casillas, pero estaba decidido a controlarse y mantener la calma—, la idea es que estuviéramos los nueve. Para compartir juntos un rato ahora que estamos al inicio de curso, romper el hielo, conocernos mejor ya que hemos estado en casas diferentes todos estos años… esas cosas.
—No me interesa, Potter. Sólo he venido a obtener mis EXTASIS, no a participar en hogueras de campamentos muggles con personas que me desprecian —respondió Malfoy en tono monocorde, sin mirarle, ordenando todavía las camisas. Harry se preguntó si aquella obsesión sería algún tipo de autodefensa o si era así todo el tiempo.
—Eso no es… —Harry se calló, mordiéndose la lengua.
A punto de tirar la toalla y mandarlo a la mierda, contuvo sus ganas de llamarle idiota. Sabía por experiencia más que demostrada que si lo hacía, Malfoy sacaría la varita y ambos se lanzarían los hechizos más desagradables que se le ocurriesen. Una imagen de Draco tendido en un charco de sangre y agua, con los cortes del sectumsempra, cruzó momentáneamente la mente de Harry, ayudándole a tragarse el insulto. No podían seguir escalando aquello. McGonagall tenía razón, tenían que conseguir convivir y formar un grupo si querían sobrevivir no sólo a su último año en Hogwarts sino también a las consecuencias de la guerra.
—Una convivencia productiva y pacífica. Cojonudo, Minerva —masculló Harry entre dientes, desesperado, en voz muy baja.
Malfoy le miró durante un segundo con gesto de intriga antes de volver a concentrarse en su ropa. Harry tuvo la sensación de que iba a decir algo, pero se había arrepentido en el último segundo. Lo observó durante algunos segundo, pensando en qué decir a continuación. Hermione siempre le reprendía por no hacerlo y Harry ya entendía por qué. Frenar su lengua de momento los había salvado de una pelea. O eso esperaba.
Algo en el rostro de Malfoy, empeñado en mantener la mirada fija en la ropa que doblaba y colocaba, el tono neutral y monocorde que se estaba esforzando en mantener y el ligero temblor de sus manos al doblar la ropa disiparon el incipiente enfado de Harry, que volvió a suspirar, resignado. Su instinto le estaba gritando que la actitud de Malfoy escondía algo más. Le recordaba a él mismo de pequeño cuando rechazaba las invitaciones de cumpleaños de sus compañeros de colegio porque no podía corresponderles. Aunque dijese que no, Harry había deseado ir a todas aquellas fiestas con toda su alma.
«Bien, Malfoy. Eres un cabezota, pero yo también lo soy. Vamos a ver quién tiene más paciencia jugando a tu juego», pensó Harry, entrecerrando los ojos y dándose cuenta de que le divertía tener un reto al que enfrentarse. «Además, lo siento por ti, pero se lo he prometido a Hermione y McGonagall. No te vas a librar tan fácilmente, al menos tengo que intentarlo de verdad».
Con un movimiento de varita, Harry realizó un accio no verbal, abriendo la puerta del dormitorio justo a tiempo de impedir que el botellín de cerveza de mantequilla se estrellara contra la madera. Atrapándolo con habilidad, la enfrió con otro toque de varita hasta que la cubrió una capa de condensación. Reprimió una sonrisa de suficiencia cuando vio, de reojo, cómo Malfoy le miraba disimuladamente con interés reflejado en el rostro. Quitó el tapón y dejó la botella en el suelo junto a Malfoy, que volvía a estar arrodillado ante el baúl.
—Yo no te desprecio —dijo Harry al cabo de unos segundos con sinceridad, intentando no resoplar ante la mirada desconcertada que puso Malfoy al oírlo—. Si no quieres venir a pasar un buen rato con nosotros, al menos celébralo por tu cuenta. Y, si cuando acabes de colocar tu baúl decides a unirte a la fiesta, serás más que bienvenido. Por parte de todos —insistió una vez más.
Malfoy entreabrió la boca como si quisiera decir algo y Harry le retó con la mirada, rezando porque tuviese el buen juicio de quedarse callado y no soltar una gilipollez de las suyas. Malfoy alternó la mirada entre la cara de Harry y el botellín que estaba al lado de su rodilla, cerrando la boca de nuevo y apretando los labios. Sin saber muy bien por qué, Harry se agachó para darle un intento de palmada amistosa en el hombro y, dirigiéndole una sonrisa de cortesía y un asentimiento, salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí.
Se apoyó contra la puerta sin hacer ningún ruido, exhalando despacio un aire que no sabía que había contenido hasta ese momento. Cerró los ojos con fuerza hasta que vio manchas de colores en sus párpados y se los frotó con los dedos, liberando la tensión acumulada por el esfuerzo.
—¿Todo bien, Harry? —preguntó Hermione, acercándose a él.
—Sí —contestó con cansancio, todavía preguntándose qué había pasado exactamente dentro del dormitorio y sin terminar de creerse que hubiera podido mantener la calma durante una conversación con Malfoy—. Sólo acabo de tener una charla civilizada con Malfoy sin que ninguno de los dos nos matemos porque me he tragado un par de sarcasmos de su parte y él ha tenido la cortesía de no insistir con ellos.
—¿No viene a la fiesta?
—Decía que no… —Harry se preguntó cuál sería la respuesta correcta. Repetir lo que Malfoy le había dicho probablemente no ayudaría a mejorar las relaciones de este con el resto de los compañeros—. No lo sé.
—Espero que se una, le vendría bien —djo Hermione moviendo la cabeza con tristeza.
—¿Vamos? —preguntó Harry intentando cambiar de tema y nervioso al darse cuenta de que estaban junto a la puerta y de que Malfoy podría estar escuchándoles hablar de él.
Entraron juntos en la sala común. Justin, descalzo como él, estaba ayudando a Neville a colgar una pancarta enorme que rezaba «PROMOCIÓN '91». Ernie ondeaba la varita junto a una pequeña radio mágica de la cual salían unos gorgoritos que a Harry le recordaron sospechosamente a Celestina Warbeck, intentando sintonizarla. Dean y Michael estaban despejando un estante y colocando en él las cervezas de mantequilla, enfriándolas con un hechizo. Morag transformaba unos trozos de pergamino usado en mantas que hacía levitar hacia el centro de la habitación, que habían despejado de sillones y mesas, alfombrándolo.
—¿Puedes transformar algunos cojines, Harry? También nos vendrían bien algunos platos —le pidió Justin al verlo entrar.
—Claro.
Buscando con la mirada algo que pudiera servirle, Harry seleccionó algunas astillas que encontró en un rincón de la sala y las transformó en platos. Dean tiró a Hermione un par de bolsas de golosinas para que las vaciase en los platos y la chica los hizo levitar hacia las mantas. Concentrándose en recordar los hechizos de transformación necesarios. Unas astillas era algo sencillo, pero las sillas podrían dar lugar a cojines rígidos.
—Solatium mutatio —murmuró para imprimirle más potencia al hechizo, observando satisfecho cómo la silla se encogía hasta adoptar la forma de un mullido puf.
—Ey, Harry, esto está genial —dijo Dean a su lado con aprobación, cogiéndolo y tirándolo sobre las mantas—. Parece muy cómodo. ¿Puedes hacer ocho más?
—Gracias. —Harry sonrió modestamente, realizando el hechizo de manera no verbal sobre las siguientes sillas sabiendo que podía hacerlo con éxito—. Me resulta divertido, la verdad.
—Sabía que eras bueno en Defensa contra las Artes Oscuras de cuando nos enseñaste en quinto, pero no te había visto destacar con las transformaciones —dijo Morag, ayudando a Dean a repartir los cojines—. Tienes que enseñarme este hechizo en particular, no lo conozco.
—Tú has transformado las mantas —señaló Harry, sintiéndose incómodo por las alabanzas.
—En la Torre de Ravenclaw hay demasiadas corrientes en los días ventosos, todos aprendemos a hacerlo en nuestro primer año para no pasar frío —dijo Morag, quitándole importancia—. Pero mis transformaciones no duran demasiado, unas horas o un día como mucho.
Ayudó a Morag y Dean a colocar los últimos cojines, pensando que el círculo que estaban haciendo haría más patente la ausencia de Malfoy cuando su cojín quedase vacío. En el centro, Hermione estaba encendiendo un fuego. Harry sonrió, divertido al ver que su amiga no había perdido la práctica, cuando la hoguera llameó sin quemar las mantas sobre las que estaba con un intenso color esmeralda.
—Buena idea, Hermione —le felicitó Harry, agradeciendo el calor que emanaba de la fogata—. Cada vez te pones más creativa con los colores.
—Salió así —dijo Hermione, quitándole importancia. Observó a su alrededor—: Has transformado nueve cojines.
—Uno para cada uno. Dean y Justin también contaban con él.
—Bueno, si finalmente se une, le agradará saberlo —aprobó Hermione.
Harry asintió, escéptico. Ernie consiguió que el hechizo que estaba utilizando con la radio funcionase y una música moderna y rítmica retumbó en toda la sala. Segundos después consiguió controlar el volumen para que sonase en modo ambiente y que no tuviesen que hablar en voz alta para hacerse oír.
—Venga, va. Sentaos en círculo —propuso Justin, quitándose los calcetines y dejándolos a un lado antes de pisar las mantas y sentándose en uno de los cojines—. Os voy a enseñar un juego, como os prometí.
Cogiendo una botella de cerveza de mantequilla, Harry le imitó, dejándose caer en otro de los cojines. El resto hizo lo mismo, descalzándose tácitamente antes de entrar en la zona de las mantas. Dean se acomodó con un plato lleno de golosinas entre las pierna, picando con gula y Ernie se acercó a Justin con dos botellines de cerveza de mantequilla abiertos, ofreciéndole uno antes de comenzar a descalzarse, pero este le detuvo con una sonrisa ladina y los ojos entrecerrados.
—Espera, Ernie —dijo Justin en tono travieso, aceptándole una de las botellas y riendo entre dientes—. ¿Tú has jugado alguna vez al psicólogo? —Unas risas procedentes de Dean y Hermione le indicaron a Harry que ellos sí habían entendido el chiste.
—¿Al qué? —preguntó Ernie, extrañado.
—Eso imaginaba. —La sonrisa de Justin se ensanchó juguetonamente—. Tienes que salir de la sala unos minutos, lo siento. Voy a explicar un juego y tú no puedes oírlo porque vas a ser el protagonista.
—¿Seguro? —Ernie le miró con sospecha pero, ante la insistencia de Justin, accedió y salió de la estancia.
—Vale, creo que Dean y Hermione sí han jugado. —Los dos asintieron, todavía sonriendo. Justin bajó la voz para evitar que Ernie pudiera escucharlos y Harry se inclinó hacia adelante para oírle mejor—. Tiene sentido, porque os criasteis en el mundo muggle. ¿Tú no lo conoces, Harry?
—No llegué a ir a ninguna acampada cuando era niño —negó Harry, intrigado.
Por supuesto, Dudley sí que había ido con Piers y el resto de su horrible pandilla, pero jamás ninguno de los Dursley se planteó siquiera el gasto que suponía enviarle a uno. Aun así, Harry recordaba los campamentos veraniegos de Dudley con cariño porque durante diez días tanto él como sus amigos estaban fuera del barrio y no le hacían la vida imposible.
—El juego se llama «el psicólogo» —comenzó a explicar Justin—. Es muy sencillo. Ernie es un psicólogo…
—¿Qué es un psicólogo? —interrumpió Morag con curiosidad.
—Un sanador muggle que ayuda a la gente a través de terapia. Hablan con él y este les ayuda a poner en orden sus ideas —intervino Hermione, incapaz de dejar una pregunta sin contestar, adelantándose a Justin—. Cuando estás triste, deprimido o tienes un trauma acudes a ese tipo de sanadores y te ayudan a superarlo.
—Pues Ernie es un psicólogo —continuó Justin cuando el resto asintió en un gesto de comprensión—. Nosotros tenemos un problema y él tiene que averiguar cuál es haciéndonos preguntas. Todos adoptaremos la personalidad de la persona que está a nuestra derecha. Esto es muy importante. Cualquier pregunta que Ernie os haga, tenéis que contestarla como la contestaría esa persona.
—¿Y si no sabes la respuesta? —preguntó Michael con gesto de preocupación. Harry se preguntó qué cosas sabía de él y se acobardó pensando que era más difícil de lo que parecía.
—Entonces el juego se pone interesante —respondió Justin con otra sonrisa maliciosa—. Tienes que contestar lo que creas que puede ser. Si la respuesta no es correcta, quienes lo sepan gritan «Manicomio», y todos tenemos que cambiarnos de sitio procurando no coincidir con la misma persona a nuestra derecha.
—Pero bastará con que nos pregunte nuestros nombres para darse cuenta, ¿no?
—No podrá preguntarnos nuestros nombres, Neville. Ni tampoco cosas demasiado delatoras, no te preocupes. ¿Lo habéis entendido? —Todos asintieron y Justin, dando una voz, pidió a Ernie que entrase de nuevo. Cuando este entró en el interior del círculo, Justin le lanzó un cojín para que pudiera sentarse en el centro—. Es muy fácil, Ernie. Todos estamos mal de la cabeza y hemos venido a que nos ayudes porque eres un sanador muy bueno. Para ganar el juego tienes que adivinar qué nos pasa haciéndonos preguntas.
—¿A todos?
—A quién tú quieras. Puedes preguntar varias cosas a una sola persona o la misma pregunta a varias, o cambiar… Lo que quieras. Eso sí, no te está permitido preguntarnos nuestro nombre, dónde vivimos o qué nos pasa.
—Eh… vale. Creo que lo he entendido —asintió Ernie, concentrándose.
A su izquierda, Hermione soltó una risita cuando Ernie empezó a mirar a su alrededor, rotando sobre el cojín. Harry miró discretamente a su derecha. El cojín sobrante que habría sido de Malfoy estaba entre él y Morag. Respiró aliviado cuando Ernie se detuvo de nuevo frente a Justin. Apenas sabía nada de Morag y no quería quedar en ridículo.
—¿Tenéis todos la misma locura? —preguntó Ernie, intentando sonar profesional, lo cual arrancó una carcajada al grupo, relajándolos.
—Sí, ya te lo he dicho. Tienes que intentar hacer preguntas más concretas —le aconsejó Justin amablemente.
—De acuerdo… —dudó Ernie, girando hasta quedar frente a Morag—. ¿En qué casa fuiste sorteada?
—En Ravenclaw, claro —contestó MacDougal risueña. Estaba sentada al lado de Michael, que sonrió, nervioso, cuando Ernie le encaró.
—¿Y tú?
La puerta de la sala común se abrió con un suave chirrido, interrumpiendo el juego y llamando la atención de todos. Malfoy estaba en la puerta, sosteniendo el botellín de cerveza que Harry le había dejado y con aspecto inseguro.
—Hola —saludó en voz baja—. Yo… me preguntaba si todavía estaba a tiempo de unirme.
Todos se pusieron serios. Habían contado con Malfoy cuando habían hecho los planes, encantado los cojines o comprado las cervezas, pero se habían adaptado fácilmente a su ausencia. En la sala había personas que habían sufrido la tiranía de los Carrow el curso anterior y, por extensión, de los Slytherin que habían actuado como su brazo armado. Además había varios hijos de muggles, como Dean y Hermione, que habían sufrido directamente a Malfoy.
—Claro, Draco —Hermione era la única que seguía sonriendo afablemente. Le indicó el cojín que estaba libre—. Puedes sentarte ahí.
Malfoy entró y Harry se percató de que, al contrario de lo que le había parecido ver en un principio, sí se había cambiado el uniforme. Se había puesto una camisa distinta, más sencilla, y un pantalón claro, amplio y cómodo, muy alejado de las usuales ropas oscuras con las que solía vestir. Iba calzado con unas zapatillas de felpa suave que, imitando al resto, dejó en el borde de las mantas, dejando al descubierto unos pies blancos, largos y delgados que llamaron la atención de Harry.
«Tiene unos pies muy bonitos», pensó Harry, observando cómo Malfoy se sentaba a su derecha y cruzaba las piernas a lo indio. Se preguntó de dónde había venido ese pensamiento, ya que nunca le había dado por pensar en los pies de nadie como algo bonito o estético.
—¿Puedes explicarle tú cómo se juega, Harry? —Justin interrumpió sus pensamientos—. Ernie, tápate los oídos.
—Claro —asintió Harry mientras Ernie obedecía y Hermione convocaba un muffliato para asegurarse de que este no los oía. Dudó unos segundos antes de inclinarse hacia Malfoy, acercando la boca a su oreja y bajando el volumen de voz al mínimo—. Tienes que fingir que eres la persona que está a la derecha. Cuando Ernie te pregunte algo, has de contestar como si fueses esa persona.
Algunos de los pelos rubios de Malfoy se escapaban de detrás de la oreja, haciéndole cosquillas a Harry en los labios. Se fijó en que su pelo, rubio y fino, había crecido notablemente desde el verano cuando lo vio en el juicio de su familia. Un asentimiento de Malfoy le indicó que le había oído y entendido.
—Si no sabes la respuesta, improvisa. Si alguien dice algo que no es correcto y tú lo sabes, gritas «Manicomio» y todos tenemos que levantarnos y cambiarnos de sitio, procurando tener a otra persona al lado.
—De acuerdo, creo que lo he entendido —afirmó Malfoy con una seguridad que no transmitían sus manos, con las que se estaba frotando las rodillas.
—Seguimos entonces. —Hermione retiró el hechizo que aseguraba que Ernie no escuchase nada y este giró con una sonrisa traviesa hasta ponerse frente a Malfoy.
—Malfoy…
—Draco —intervino Morag, al otro lado de Malfoy—. Habíamos quedado en la cena que, para romper el hielo, dejábamos los apellidos a un lado.
«Cierto», recordó Harry palideciendo con culpabilidad. Lo había estado haciendo ya con el resto, dirigiéndose a ellos por sus nombres. Sin embargo, al hablar con Malfoy, «Con Draco», se recordó a sí mismo, en la habitación, había utilizado su apellido todo el tiempo. Recordó cómo Malfoy le había hablado por primera vez en la habitación justo tras haber utilizado su apellido, llamándole Potter con cierto retintín. Apretó los labios, disgustado por no haberse dado cuenta del detalle.
—Draco —aceptó Ernie con una sonrisa conciliadora. Malfoy, «Draco», volvió a corregirse Harry irritado, pareció ponerse un poco más nervioso. El semblante seguía impertérrito, pero Harry observó cómo los dedos de los pies, que se contraían y estiraban con rapidez, lo delataban—. ¿Siempre vistes así de pijo cuando te dicen que te pongas cómodo?
Dean dejó escapar una carcajada y el resto sonrió ampliamente. Harry se dio cuenta de que era cierto. El contraste entre las prendas de Draco: limpias, aparentemente nuevas y con un aire sofisticado; y las que llevaban todos ellos, camisetas viejas y raídas y pantalones deportivos o de pijama que ya no usaban. Draco sostuvo la mirada a Ernie, sin sonreír, y este se puso serio.
«Se va a enfadar y hasta aquí nuestro experimento de confraternización», se temió Harry.
—Es cierto que tengo un estilo de moda que no pasa desapercibido. Es normal que te llame la atención, nadie en Hogwarts combina los complementos como las chicas de nuestra casa —contestó Draco finalmente, evadiendo la pregunta.
Ernie le miró desconcertado, pero el coro de carcajadas del resto del grupo relajó el ambiente. Harry, riendo también sin poder evitar pensar en Luna al oír esa descripción, echó un vistazo a Morag, que también reía con ganas sin ofenderse por el comentario.
—Buena respuesta, Draco —lo felicitó Justin desde el otro lado del círculo, secándose las lágrimas.
Ernie se había girado hacia su compañero de casa para hacerle una pregunta, pero Harry no se enteró. Miraba intrigado a Draco, que seguía el juego con atención. Parecía algo más relajado y una ligera sonrisa satisfecha se estiraba en sus labios. Le vio coger el botellín y darle un trago antes de volver a dejarlo en el suelo.
—Harry. —Con un pequeño sobresalto, miró a Ernie, que estaba encarado hacia él, como las miradas de todos los demás—. ¿Cuál es tu dulce favorito?
—Yo… eh… —Dirigió una mirada a Draco. Al verlo levantar una ceja, recordó que debía disimular, así que miró también a Hermione—. ¿Las meigas fritas?
—Tú sabrás —bromeó Ernie, girándose para preguntar a Dean.
Harry miró a Draco de nuevo, con sorpresa por haber acertado, preguntándole silenciosamente. Este asintió secamente y apartó la mirada, centrándose en Dean, que balbuceaba una respuesta a la pregunta de Ernie.
—¡Manicomio! —gritó Neville, levantándose.
Durante unos segundos, la sala se volvió un caos mientras todos se levantaban y, ante la desconcertada mirada de Ernie, se cambiaban de sitio entre risotadas. Cuando volvieron a sentarse, Harry quedó entre Justin y Dean, justo enfrente de Draco, que estaba junto a Hermione y Neville.
—¿Por qué os levantáis? —preguntó Ernie a Justin totalmente desconcertado.
—Neville gritó «Manicomio», hay que hacerlo —contestó Justin riéndose de la cara de su amigo.
—Joder, Justin, no me ayudas nada.
—Nos tienes que ayudar tú a nosotros, doctor —replicó Justin arrastrando la última palabra con sarcasmo—. Anda, sigue preguntando.
—Vale —contestó Ernie fastidiado—. ¿Quién es tu compañero de cuarto favorito?
—Hermione Granger, por supuesto —contestó Justin guiñándola un ojo aprovechando que estaba enfrente de la chica.
—¿Qué? No, eso no es cierto. Yo soy tu compañero de cuarto preferido.
—Ya te dije que estamos fatal de la cabeza, Ernie. —Otra carcajada de todo el grupo rubricó la última frase de Justin.
—Un momento… —Ernie entrecerró los ojos.
—¡Mierda, creo que el juego se ha acabado! —exclamó Michael con una risita.
—¿Cuál es tu estatus de sangre, Harry? —preguntó Ernie con tono triunfal.
—Sangre muggle —respondió Harry inmediatamente.
—¿Y tú, Dean? —continuó Ernie rápidamente, siguiendo el orden en que estaban sentados.
—Mestizo.
—¿Michael?
—Sangre muggle.
—¿Hermione?
—Mestiza.
—¿Draco?
—Sangre muggle.
—¿Neville?
—Sangre pura.
—¿Qué? ¡No! —exclamó Ernie indignado.
—¿Cómo que no, Ernie? Lo sabré yo mejor que tú —replicó jocosamente Neville, provocando otro coro de risas de los demás.
—Quiero decir que todos están diciendo lo contrario de lo que son. Tú deberías haber dicho mestizo.
—No es lo contrario, Ernie, lo siento —intervino Morag, consolándole—. Yo también soy sangre pura.
—¿Y tú, Justin? —preguntó acusadoramente Ernie.
—Sangre pura —contestó el chico con petulancia, desatando otra carcajada colectiva ante la cara roja de indignación de Ernie—. Lo siento, tu teoría no cuadra con Morag y Neville. Pero vas por buen camino.
Ernie se quedó un rato pensativo, masticando lo que había averiguado. Se volvió hacia Michael de nuevo.
—¿Eres un chico?
—Sí.
—Pero eres sangre muggle.
—Sí.
—¿Llevas el pelo corto?
—Sí —contestó Michael con una sonrisa alentadora.
—Draco, ¿tú eres un chico? —preguntó Ernie volviéndose hacia él.
—No.
—¿Eres Hermione?
—No puedes preguntar eso, Ernie —le llamó la atención Justin.
—Vale —concedió Ernie, contraatacando maliciosamente—. ¿Eres la más inteligente de la sala?
—No creo que sea modesto por mi parte quedar por encima de Morag —respondió Draco bromeando. Todos rieron otra vez. Harry se preguntó con curiosidad si Malfoy había tenido siempre ese sentido del humor, o era una novedad.
—¡Manicomio! —gritó Dean. Todos se levantaron rápidamente y volvieron a cambiar de lugar—. Lo siento, Morag, pero es que sí es la más lista de la sala.
—Sin rencores, Dean —contestó Morag riendo y guiñándole un ojo. Todos parecían estar pasándoselo en grande, incluido Ernie. Harry estaba disfrutando mucho del juego y podía observar que Draco estaba mucho más relajado. Sus manos habían reposado más tranquilas sobre las rodillas durante los últimos minutos.
—Lo has hecho para tocarme los cojones, Dean —se indignó Ernie.
—Sí —admitió este descaradamente—. Pero casi tienes la solución y había que liarte un poco.
Draco había quedado a su izquierda esta vez, observó Harry, pero no se había sentado a lo indio como antes, sino que se abrazaba las rodillas, apoyando la barbilla en ellas. Sonreía levemente y tenía las mejillas sonrojadas.
—Te odio, Thomas —protestó Ernie—. A ver… Draco, ¿sigues siendo una chica?
—No.
—¿Te llevas bien con Harry? —preguntó Ernie con una chispa de malicia en los ojos.
—Todo el mundo adora al Niño-Que-Vivió-Para-Salvarnos-a-Todos —contestó sarcásticamente Draco. Lo dijo con tanta seriedad y, al mismo tiempo, impregnado de tanta burla, que Harry resopló de risa a medio trago de su cerveza de mantequilla, atragantándose y tosiendo.
—¿Tú también? —insistió Ernie.
—Digamos que le tengo en buena estima, aunque a veces no lo parezca por cómo viste. Pero qué remedio, tengo que convivir con él.
Neville y Justin estaban revolcándose en el suelo de risa. Hermione y Morag también estaban riendo a carcajada limpia. Draco estaba utilizando dobles sentidos para engañar a Ernie y hacerle creer que estaba contestando como él mismo, pero sin llegar a faltar a la verdad. Al fin y al cabo, Harry sí se tenía en buena estima y compartía habitación consigo mismo además de con Draco. Se echó a reír otra vez. Draco le dirigió una mirada sorprendida antes de volver a centrarse en Ernie, que le miraba perplejo.
—Joder, ¿por qué vuelves a ser Malfoy? ¡Antes eras Hermione! —se quejó Ernie, fastidiado—. Harry, ¿tú eres sangre muggle?
—Sí —contestó este, todavía riéndose de buena gana.
—¿Compartes habitación con Draco?
—No.
—¿Pero tú con el sí? —preguntó a Draco, que asintió con una sonrisa maliciosa. Ernie volvió a preguntar a Harry:
—¿Eres Hufflepuff?
—No.
—Joder, ¿eres Ravenclaw? —se desesperó Ernie.
—No.
—¿Gryffindor?
—Sí —contestó Harry con una amplia sonrisa. A su derecha estaba Dean, que también había empezado a retorcerse de risa otra vez viendo a Ernie totalmente descolocado.
—Draco, ¿tú compartes habitación con Harry?
—Te repito que sí —dijo Draco, serenamente.
—¿Justin?
—También —corroboró este, que estaba al lado de Draco.
—Eres un Slytherin, ¿verdad?
—Sí, Ernie. ¿Lo tienes ya, verdad?
—Creo que sí. Respondéis como si fueseis el de vuestra derecha, cabrones.
Espontáneamente, todos jalearon a Ernie, felicitándole. Justin le dio unas palmadas en la espalda y se levantó, yendo hacia la mesa donde estaban las bebidas y las chucherías. Harry también se levantó y peleó de broma con Dean por hacerse con el control de otro de los platos con golosinas. Percatándose de que Draco no se había movido del sitio y que volvía a frotarse las rodillas con incomodidad y a mover los dedos de los pies con nerviosismo, Harry enfrió una segunda cerveza de mantequilla para él, ofreciéndosela cuando se sentó junto a él y poniendo el plato de golosinas entre ambos. Draco la aceptó con un asentimiento de agradecimiento y se la llevó a los labios para beber.
—¿Sabéis jugar a la cajita de música? —preguntó Hermione cuando todos volvieron a sentarse. Dean y Justin asintieron, pero el resto negó—. Vale, pues escuchad con atención. Tengo una cajita de música y en ella caben muchas cosas. Por ejemplo, un sillón.
—Una mimosa —intervino Justin con una sonrisa.
—Un remo —añadió Dean.
—¿Qué más creéis que puede caber en la cajita y por qué? —preguntó Hermione, retándoles.
Entre risas distendidas, todos fueron participando del juego, sugiriendo cosas de lo más locas e intentando averiguar el truco del juego. Harry constató que Draco no participaba en el juego diciendo palabras, pero escuchaba atento. Con ojos brillantes y las mejillas sonrosadas, estaba más relajado de lo que nunca le había visto. Satisfecho, se alegró por haber insistido en que acudiese a la fiesta. Intentando concentrarse, Harry comenzó a aportar palabras él también, intercalándolas con tragos a su cerveza de mantequilla y mordiscos a un par de ranas de chocolate, ofreciendo de vez en cuando el plato de golosinas a Draco, que las aceptaba en silencio, seleccionando las meigas fritas.
—¡Una muñeca de trapo de bruja! —gritaba Morag, intentando hacerse oír.
—No, pero el sombrero que lleva sí —replicaba Hermione, partida de risa, intentando dar pistas.
—¿Un lazo del diablo?
—Sí, Neville —corroboró Dean—. Al menos la parte del lazo.
—¡El perro de Hagrid!
—No.
—Se llama Fang, así que sí, Justin. Fang. —Hermione repitió el nombre, vocalizando. El chico asintió aprobadoramente con un silbido.
—¿Una varita? —preguntó Ernie.
—No. Y tu varita tampoco —añadió Justin con un guiño pícaro.
—¡Serás malpensado!
—¿Yo? Eres tú quien ha hecho la asociación cochina —se defendió Justin, haciendo que todos estallasen en otra carcajada.
—Creo que ya lo tengo —interrumpió Draco con voz suave, hablando por primera vez desde que habían cambiado de juego. Todos enmudecieron, mirándolo expectantes—. Pero no tiene gracia si lo digo en voz alta, ¿no? Le quitaría al resto la oportunidad de hallarlo por sí mismos.
—¡Ese es el espíritu, Draco! —aprobó Justin mientras Dean se reía a carcajadas.
—¡No es justo! —protestó Michael—. Yo también puedo decir que lo sé y que no quiero estropearos el juego. ¿Cómo sabéis que realmente lo ha averiguado?
—Porque yo sí sé que el dolor, la miseria y la soledad entran en la cajita de música, Corner —replicó Draco con los ojos maliciosos y mirando fijamente al fuego—. No así la alegría o la felicidad. Pero reírse sí. Una silla entra, pero no una butaca. También podemos meter un retrete y un lavabo, pero no un váter o la bañera. La mirada sí, pero no la vista. Y la clave está en que es una cajita de música. De música —recalcó—. La música entra, por cierto.
—Suficientes pistas, Draco —interrumpió Hermione riendo y dando otro trago a su cerveza de mantequilla—. Lo siento, Michael, pero lo ha averiguado. Enhorabuena, Draco.
—No tiene mérito —contestó Draco con humildad. Harry arqueó las cejas. Era otra cosa que nunca habría esperado de él, habría apostado por que presumiría de su logro—. Sólo hay que distanciar un poco la vista para ver el conjunto y enseguida se nota cuál es el truco.
Harry miró admirado a Draco. Él había estado, como el resto, diciendo palabras al azar, cada cual más absurda que la anterior, pero no estaba más cerca de deducir cuál era el criterio por el cual algunas palabras servían y otras no. Draco no había dicho ninguna, pero había averiguado el sistema correcto.
—Un momento, ¿no nos lo vais a decir al resto? —preguntó Neville indignado. Ante las risas de Hermione, Dean y Justin, todos empezaron a protestar—. ¿Cómo esperáis que yo concilie el sueño sin saberlo? ¡Seréis los culpables de que mañana McGonagall quite puntos a Gryffindor a pesar de que ha dicho que no lo haría!
Entre risas, se fueron levantando poco a poco, todavía discutiendo e intentando sonsacar a los que entendían el juego. Con la varita, Hermione hizo desaparecer el fuego y, entre todos, hicieron desaparecer los casquillos vacíos y colocaron los sobrantes en la estantería. Dejaron los cojines y las mantas, volverían a su normalidad cuando la magia de Morag y Harry dejasen de sostenerlos.
Harry notó que el grupo estaba más relajado que unas horas antes. Incluso Malfoy, que estaba calzándose, parecía un poco más integrado en el grupo y tanto Ernie como Justin le dieron una palmada en la espalda a modo de despedida. Conversando entre ellos, salieron de la sala común y se fueron repartiendo por las habitaciones.
—Lo has hecho bien —le dijo Hermione cuando llegaron a su puerta.
—¿El qué?
—Conseguir que Draco viniese a la fiesta.
Levantó la vista. A unos pocos metros, Draco estaba entrando en la habitación, ignorante de la conversación que mantenían sobre él. Morag ya había entrado en el dormitorio y sólo quedaban ellos dos en el pasillo.
—Yo no he hecho nada, 'Mione.
—Claro que sí. He visto la botella que traía. Alguien se la tiene que haber proporcionado. Y Dean me ha dicho que salió volando de la caja que estaba llevando a la sala común.
—Únicamente le dije que si no iba a venir que al menos celebrase por su cuenta. Y que si quería venir, todos le recibiríamos.
—¿Ves como si has hecho algo? —sonrió Hermione—. Buen trabajo, Harry.
Poniéndose de puntillas, le dio un beso en la mejilla. Despidiéndose con una sonrisa, entró en la habitación. Harry, quedándose solo, suspiró y fue hasta su habitación.
NdA. Los juegos existen realmente y son típicos de convivencias y acampadas. Los he sacado de muchos años siendo monitor en ellas, jajaja. Si no conocíais «El psicólogo», siento que no podáis jugar en la posición de Ernie, pero es muy divertido. Probadlo con vuestras amistades.
