¡Hola!
Juli: Creo que estuve mirando demasiados videos de facebook, por eso Ursula la trató así a Ethel. Mildred tendrá sus diferencias con Ethel, pero no sería capaz de abandonarla en semejante estado.
Me alegro que te haya gustado.
Capítulo dos
Un mundo nuevo.
Ethel se despertó primero. Todavía no había amanecido, pero el cielo se estaba aclarando. Lo primero que hizo fue mirar al suelo. Mildred estaba profundamente dormida, con la boca abierta y babeando la almohada. Levantarse antes del amanecer, si, claro.
—Mildred —la llamó Ethel.
Un ronquido fue toda la respuesta que recibió. Ethel puso los ojos en blanco y se inclinó para agarrarla del hombro y sacudirla.
—¡Mildred! —susurró, zarandeándola.
—¿Mhh? —Mildred abrió los ojos lentamente—. ¿Qué pasa? —preguntó, aletargada.
Ethel miró la hora en el reloj que tenía en la pared.
—Son las siete de la mañana y me prometiste que te despertarías temprano —gruñó.
Midred se sentó sobre el colchón, refregándose los ojos.
—Ya me levanto —murmuró, bostezando.
Se levantó, tomó sus cosas y se marchó de la habitación. Ethel se quedó quieta en la cama, sin saber muy bien como reaccionar. Se suponía que en ese momento estaría muerta sobre la cama, dado el potente veneno que había preparado. Se preguntó cuanto habrían tardado en darse cuenta. ¿Quién la habría encontrado primero? ¿Hardbroom o una de sus hermanas? ¿Cómo habrían reaccionado? ¿Cómo habrían reaccionado sus compañeras de clase?
¿Cómo habría reaccionado su madre?
El dolor que había sentido en los últimos meses la golpeó en la boca del estomago. Sus lágrimas contenidas le estaban quemando los ojos. A su madre no le habría importado un pepino. ¿Por qué no la amaba? ¿Qué le había hecho? Se había esforzado por ser la mejor en todo, incluso mejor que Esmeralda, pero no le bastaba. Nada era suficiente para Ursula Hallow.
Mildred entró en la habitación con el caldero de Ethel en la mano y la encontró doblada en dos, bañada en lágrimas. Mildred tuvo que ir a abrazarla para reconfortarla un poco.
—A nadie le hubiese importado si me moría —murmuró Ethel, entre sollozos.
—No es cierto —le dijo Mildred—. A mi me hubiera importado. A tus hermanas…
—Lo único que he hecho es causarles problemas a todos…
—Pero no es tarde para hacer las cosas bien —Mildred la sujetó de los hombros—. Ve a juntar tus cosas, yo tengo que llamar a mi madre…
—Espera… ¿No le has dicho que iba?
—Bueno… iba a hacerlo ahora
—¿Y si dice que no?
—Conozco a mi mamá. Ella va a entender.
Mildred salió corriendo de la habitación antes de que Ethel pudiera decir algo. No tuvo mucho tiempo para pensar en lo que pasaría si la madre de Ethel se negaba, ya que sus dos hermanas irrumpieron en su habitación.
—Mildred nos contó que vas a vivir con ella —dijo Esmeralda, sentándose a su derecha.
—Estaba preocupada porque no sabíamos a donde irías —agregó Sybil, sentándose a su izquierda —. Mildred es una buena amiga.
—Bueno… —empezó a decir Ethel, pero Esmeralda la interrumpió.
—Intentaremos convencer a nuestros padres que te dejen volver, lo prometo.
—No es justo, ¿por qué hacen esto? —se quejó Sybil.
—Porque no me quieren —respondió Ethel de manera cortante—. ¿Por qué crees?
Esmeralda se puso tensa, pero intentó disimularlo.
—Sybill, mejor termina de empacar tus cosas, yo ayudaré a Ethel con lo suyo —dijo, con una sonrisa forzada. Sybil abrió la boca para protestar, pero debió darse cuenta que era lo mejor, porque la cerró, asintió con la cabeza y se marchó, cerrando la puerta tras de sí.
—Ethel…
—¡Te lo dije! —estalló—. ¡Te dije que nunca me quisieron y siempre me dijiste lo contrario? Si querías pruebas, aquí las tienes.
Esmeralda la miró, con los ojos llenos de lágrimas.
—Lo siento, Ethel…
—¿Lo sientes? ¿Después de todo lo que te hice por celos? Quiero que me hagan un favor, tanto tú como Sybill: no quiero que vayan a la casa de Mildred a verme ni nada de eso. Quiero estar alejada de todo un tiempo.
Esmeralda le acarició la mejilla.
—Juro que esto no va a quedar así —dijo, con dulzura pero al mismo tiempo con determinación—. Mamá no puede hacerte esto, no puede separar a la familia así.
Esmeralda se levantó y se marchó de la habitación. Ethel negó con la cabeza y comenzó a acomodar sus cosas en el baúl, ante la atenta mirada de su gata, Starnight. Ya estaba guardando sus últimas cosas, cuando Mildred llegó, arrastrando su maleta, con la escoba en la mano y un morral donde estaba su gato atigrado, Tabby.
—Ya hablé con mamá y estuvo de acuerdo en que vinieras —dijo, casi saltando de alegría.
—¿De verdad? —preguntó Ethel, sin poder creerlo.
—Si, mamá me dijo que estaba bien que te quedaras con nosotras. ¿Ya terminaste?
—Me falta poco.
—¡Genial! Yo ya terminé con lo mío.
Ethel metió sus últimas cosas en la maleta, tomó su escoba y alzó a Starnight en brazos. Ambas salieron de la habitación y se dirigieron hacia el exterior.
El clima estaba un poco frío, pero nada que no pudiera soportar. Había pocas nubes y estaba soleado. Algunas alumnas ya estaban despegando y volando en distintas direcciones hasta sus hogares. Mildred se separó de Ethel para despedirse de sus amigas, Maud y Enid, mientras que Esmeralda y Sybil fueron al encuentro de Ethel.
—Cuidate mucho, Ethel —le dijo Esmeralda, abrazándola.
—Te extrañaré mucho —Sybil la abrazó también.
Ethel a duras penas pudo corresponderles, ya que casi la dejaron sin aire. Cuando al fin se separaron, sus dos hermanas tomaron sus escobas y salieron volando hacia su casa.
Mildred regresó de despedirse de sus amigas y se montó en su escoba.
—No vivo muy lejos del colegio —le dijo—. Solo sígueme.
Mildred despegó del suelo con la escoba y comenzó a volar. Ethel la imitó y se dio cuenta que, si bien había mejorado un poco, todavía tenía problemas para volar en linea recta. Pasaron por encima del bosque y se dirigieron a la ciudad.
Ethel solo había sobrevolado la ciudad cuando iba y venía al colegio pero nunca le había prestado atención. Parecían un montón de torres altas con miles de ventanas. ¿Cómo se viviría allí adentro? Su casa era en realidad una hermosa mansión, pero no era tan grande como esas torres.
—¡Hay que bajar ahora! —gritó Mildred por encima del viento, ya empezando a descender.
Aterrizaron en el pasto cubierto por la nieve y Ethel miró asombrada la estructura que tenía enfrente. Era un edificio gigante, lleno de puertas y ventanas por todas partes, tan ancha como la academia Cackle y con bastantes pisos de altura.
—¿Vives aquí? —preguntó, asombrada, levantando a su gato en brazos.
—Si —Mildred señaló una ventana de uno de los pisos altos—. Allí vivo.
Ethel no entendía.
—¿Todo esto no es tuyo?
Mildred la miró y se rió.
—No, solo es uno de los departamentos —Ethel debía tener la misma cara de no entender nada, porque agregó—. Entremos y te mostraré.
Entraron por una de las puertas y se adentraron en un pequeño vestíbulo. Mildred siguió de largo hasta ponerse delante de una puerta corrediza que llevaba a lo que parecía una habitación extremadamente pequeña, más que la habitación donde hablaban por el espejo. Había varios espejos y al costado de la puerta varios botones con números. Mildred pulsó el número diez, las puertas se cerraron solas y la habitación comenzó a moverse.
—¿Mildred, que está pasando? —preguntó Ethel, aterrada.
—Es solo el elevador, no te asustes —la tranquilizó Mildred, un poco extrañada de que no supiera de que se trataba y Ethel comenzó a entender como Mildred se sintió al entrar a la academia por primera vez.
El "elevador" se detuvo y las puertas se abrieron. Mildred salió primero y Ethel la siguió, con pasos vacilantes. Nunca se había sentido tan insegura y fuera de lugar en su vida. Mildred siguió caminando por el pasillo hasta llegar a una puerta.
—Es aquí —dijo, sacando una llave del bolsillo de su uniforme—- ¿Estás lista?
No lo estaba pero de todos modos asintió.
—Perfecto, entremos.
La casa de Mildred era… diminuta, por así decirlo. Tan solo la sala de estar de la casa de Ethel era más grande.
—¿Mamá? —llamó Mildred, pero no hubo respuesta. Se dirigió a la mesa y tomó un papel que estaba sobre ella.
—Oh, se fue al supermercado —comentó.
—¿A dónde? —preguntó Ethel, aún más confundida.
Mildred alzó las cejas y respiró profundo antes de hablar.
—Es un lugar donde compras la comida y otras cosas —explicó—. No sé cuanto va a tardar mamá en llegar, así que me voy a poner a desempacar. Sigueme.
Ethel la siguió y llegaron a la habitación de Mildred. Era más pequeña que su habitación en Cackle, pero de alguna manera estaba ordenado. No entendía como las dos podrían dormir allí. ¿Tendría que compartir la cama con ella? Ni soñarlo.
Mildred abrió su maleta y comenzó a sacar sus cosas y a ordenarlas. Ethel solo se quedó sentada en la cama, observando a su alrededor. Gran parte de las paredes estaban tapadas por varios dibujos de Mildred que, muy a su pesar, se veían bastante bien.
—Luego veremos donde podrían entrar tus cosas, solo saca las que necesites —le aconsejó Mildred—. ¿Quieres cambiarte? Te dejaré sola.
—Gracias.
Mildred se retiró y Ethel abrió su maleta para buscar su ropa. Nightstar bostezó y se acurrucó en una esquina de la cama, al lado de Tabby. Ojalá pudiera sentirse tan cómoda como se sentía su gato.
