La calma entre tus pasos.

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Disclaimer: Kimetsu no Yaiba no me pertenece, bienvenidos a mi momento creativo.

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Capítulo dos: Senderos cruzados.

Aoi se había acercado serenamente a Kanao una mañana fría de primavera; apenas empezaban a reverdecer los brotes que se habían quemado bajo la nieve. Sentada en el pasillo que daba al jardín trasero se hallaba la menor de las hermanas Kochou; la heredera de la espada. Sin mucha ceremonia Aoi, portadora del conocimiento médico, se acurrucó tiernamente a su lado.

—Está un poco frío, el invierno insiste en quedarse. — Le dijo quedamente.

Kanao asintió, sin mucho más para agregar salvo una pequeña sonrisa.

La mayor estaba preocupada, y le constaba que era ella la fuente de sus pensamientos recurrentes. La nueva médico cabecilla la rondaba reiteradas veces a lo largo de las últimas semanas, aunque de modo tan disimulado que si no fuera por sus instintos lo habría pasado por alto. Quizá fuera porque Aoi trataba de llenar los espacios vacíos que quedaban y por eso mismo se desvivía procurando llegar a todos en todo momento.

La brisa fría rompió contra sus mejillas y colocó su mano sobre la rodilla más próxima de Aoi.

—¿Qué te preocupa sobre mí, Aoi? — Soltó, con la misma tranquilidad que la mencionada usaba con ella.

—Te has vuelto perceptiva, Kanao ¡Quién lo diría! — Rió. — Oh, bueno… has vuelto a estar particularmente solitaria.

Inclinó la cabeza en señal de confusión. Nunca se había dado a conocer por ser especialmente sociable o, para el caso, sociable en lo absoluto. Si bien era cierto que sus esfuerzos por integrarse, conocer a los demás pero sobre todo conocerse y valorarse a sí misma habían crecido a pasos agigantados aún estaba lejos de considerarse conversadora. Aoi era, como siempre, una rara excepción.

—Tú también. — Indicó — Das indicaciones, hablas con la gente… pero no conversas; no como ahora.

La muchacha de las coletas se rió, presa de su propia trampa. Sí, ella también estaba bastante retraída. Puso su mano sobre la de Kanao y le dio un beso trémulo en la mejilla de ella, dónde un ojo opaco la recibía. Lamentaba profundamente no haber podido hacer nada por su vista, idéntico caso al de Tanjiro, pero comentarlo ofendería su sacrificio. Cuánto había crecido en tan poco tiempo esa chica, se abrumó.

—Estoy conversando ahora, como bien dices. — Concedió. — Ah, la culpa es la que me hace evitar a los otros. No poder hacer lo suficiente es la condena del autoexigente, el pago por no poseer como don la excelencia.

Kanao entendió la referencia de inmediato. Su maestra Shinobu era la excelencia; al menos en lo que a la sanación importaba. Gran artista del veneno y los antídotos, docente de la anatomía y la salud mental; se había erguido como un modelo de excelso conocimiento para ambas.

—Sin embargo, eso es algo con lo que yo debo lidiar; no tú. — Remarcó, obligándola tiernamente a volverse hacia ella. —La señorita Kanae estaría orgullosa de tu progreso, Kanao. Pero creo que te aqueja el anhelo; aunque quizá aún no sepas reconocerlo.

La muchacha frunció el cejo. Anhelo, sabía lo que significaba para su mente: desear profundamente algo. O alguien, le susurró su corazón desde lo profundo.

—¿Te refieres a extrañar? — Sugirió.

—Cariño, sí.

—Pero si estoy en casa, contigo. Ni las señoritas Shinobu y Kanae regresarán.

Por un segundo el ambiente cambió, fue tan sútil que Aoi tuvo que confiar en su intuición. Se deslizó hasta quedar frente a la mejor aprendiz que Shinobu pudo haber tenido, la pragmática y temible Kanao. Pero en ese momento, mientras le tomaba el rostro entre las manos y veía el entendimiento cruzar su mirada, la vio como la niña pequeña que llegó a la finca en un primer momento y un instante después, como la mujer que asomaba.

—Se fueron hace casi dos meses, yo estoy perfectamente bien ahora con la carga de trabajo actual. — Cerrando los ojos, apoyó su frente contra la suya. —No necesito que me cuides, Kanao. Te libero… puedes ir y venir a tu gusto.

Kanao cerró los ojos también y se dejó invadir por la maternal energía de su acompañante. Algo se sacudió en ella.

—Yo… no, tú me necesitas aquí.

—No, no lo hago. —La reprendió, separándose. — Tienes miedo, Kanao. Y si no supiera que estarás bien haría todo por retenerte. Pero ya eres mayor, has enfrentado más peligros que la mayoría y, por todo lo santo, Kanao; ¡eres tan libre cuando estás con él!

Kanao sintió algo extraño subiendo desde el centro de su estómago, un calor furioso pero no abrasivo que trepó hasta instalarse en su rostro. Oh, oh. A eso se refería Aoi cuando dijo "anhelar". Oh.

—¿Qué… uh, qué sugieres?

Escuchar a Kanao titubear era algo nuevo, y sumamente gracioso para Aoi. Si tan solo Shinobu estuviera ahí para verla removerse toda incómoda en su sitio, se haría un festín. Apretó los labios para evitar reírse, no quería lastimar los tiernos sentimientos de su amiga que apenas si empezaban a nacer.

—Tengo un paquete que me gustaría hacerle llegar a esos cuatro, convenientemente. — Comentó, fingiendo desinterés de manera cómica. — Pero, oh, pobre de mí, no puedo salir de la finca por los pacientes y tú, siempre tan predispuesta a ayudar, irás a llevarlo. Podrías, por supuesto, quedarte un par de días de visita y quién sabe, se hagan semanas.

Sonrojada, Kanao asintió.

—Un par de días estarán bien.

—No seas tímida, Kanao. Una semana, al menos. Caramba, tremendo viaje por dos días ¡Absolutamente no!

—Pero…

—¡Nada de peros!— Se levantó, abruptamente, y miró a su interlocutora con picardia. —Y más te vale tener buen chisme para contar cuando vengas, ¿me escuchaste?

La sanadora dio saltitos mientras se volvía por el pasillo para improvisar algún paquete, cuando se giró sorpresivamente.

—¡Pero no tan picante, me escuchas! Tengo que cuidar tu reputación, chica.

Y así, Kanao partió esa misma tarde con un caballo, dos paquetes importantes, algunas cartas de Aoi y una bolsa de bellotas especialmente dirigida a Inosuke.

Kanao levantó las cejas interrogándose en silencio tras la última aclaración de Aoi quién golpeando suavemente su cabeza le aclaró que era a modo de broma porque el muchacho le había jugado una antes de partir con el resto y le deolvía el chiste.

La joven no necesitaba ambos ojos para detectar que Aoi también anhelaba , pero se lo guardó para sí. De la forma en que ella era franca sobre lo que lograba comprender sobre sí misma, Aoi era reservada. De manera que sonrió, asintió y emprendió el viaje.

La muchacha de profundos ojos azules lanzó un suspiro al verla irse, sabiendo que tarde o temprano, se iría para no volver "tras un par de días".

Espero estar haciendo lo correcto , pensó.

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Meses después de que se disolviera el cuerpo de exterminio de demonios los cazadores quedaron libres de sus deberes para con ésta. La mayoría de los sobrevivientes tomó la posibilidad de vivir una vida normal y se ciñó a ella. Otros, como Sanemi, se abocaron a la eliminación de los demonios restantes. Era cuestión de tiempo, lucha y muerte para que aquellas criaturas finalmente se extinguieran y pudieran vivir sin la sombra de su ataque.

En otras palabras, a pesar de ya no poder esgrimir el título de pilar del viento aún luchaba desde que caía el sol hasta que rompía el amanecer. Era consciente del deterioro de su cuerpo luego de meses de pelear casi sin descanso. Pero no fue sino hasta que se desvaneció de cansancio al concluir tres días de persecución de un demonio que asumió que necesitaba atención médica.

Las flores explotaban en los árboles una mañana cuando la puerta de entrada de la finca de las mariposas estalló en un golpe brutal. Aoi agradeció la calidad de la madera de las puertas para no hacerse trizas un segundo antes de volverse para insultar a quién fuera que las maltratara de aquel modo. Pero el color se le fue de la piel en el instante en que posó sus ojos en Sanemi, apenas de pie al lado de las puertas astilladas por el golpe.

—¡Tienes que estar bromeando! — Masculló antes de abalanzarse para sostenerlo.

No llegó a tiempo, y cuando pensó que se daría de bruces contra el suelo, Nezuko logró que se apoyara contra su espalda para mantenerlo lejos del piso.

—Gracias, gracias. — Exclamaba la joven sanadora mientras daba instrucciones.

Sanemi estaba exhausto, necesitó veintiseis puntos de sutura en diferentes partes del cuerpo y estaba claramente deshidratado. Aoi quería reñirlo por su mala condición, pero le guardaba demasiado respeto y cierto recelo. Pero Nezuko, su recién adquirida aprendiz, no parecía conocer la cautela.

¡Pero si él la había apuñalado al conocerla y todo!

—Si te quieres morir, hay formas más rápidas. —Expresó ella, depositando la bandeja con comida junto a un recién reincorporado Sanemi.

—¿Quién carajo te crees que eres?

—Alguien que no cae deshidratada en la finca por no cuidar de sí misma. — Apuntó, sentándose frente a él.

Aoi aprovechó el momento para retirarse, riendo, segura de que no tenía nada que temer ni nada que aportar a aquel encuentro.

Sanemi cedió a quedarse un par de días más, Aoi estaba sorprendida pero no consultó a Nezuko por su método. Quién diría que había alguien capaz de contener el mal genio del pilar, y mucho menos, una jovencita que tenía fácilmente unos buenos veinte centimetros menos que él. Quería desternillarse de risa, pero se contuvo.

Joder, joder, era estupendo. Sanemi casi, casi, parecía un ser humano sociable cuando recibía el té de la muchacha Kamado. Aoi pensaba que podía sentirse remotamente mal por haberla lastimado en su forma demoníaca y por eso era decente con ella; incluso hasta manso dentro de sus estándares de mal humor y grosería.

Haber mantenido al pilar más de dos días era un nuevo récord en lo a que a su cuidado médico se refería. Shinobu siempre había renegado hasta rebuznar respecto a eso cuando llegaba herido a la finca. Apenas si les daba tiempo a coserle los tajos, o enderezarle algún hueso, antes de armar jaleo para huir de allí. Lo hacía apenas Shinobu se ausentaba, pues ella tendía a sedarlo sin miedo a nada con tal de darle la merecida atención que requiriese. Un imbécil redomado, le había escuchado mascullar una vez. Aoi coincidía.

Al menos lo hizo hasta que una tarde, saliendo de coser a un aldeano de las cercanías, alcanzó a oír una discusión acalorada entre el cazador de demonios y su aprendiz.

—Un día más, aún no cierran tus puntos. — Insistía Nezuko.

—Ni hablar, un juego de niños. Nada que no pueda controlar con mis músculos.

—¡Cuáles músculos si sigues perdiendo masa muscular a lo tonto!

Aoi pensó que era un buen momento para intervenir, con las manos enfundadas en guantes esterilizados hizo una seña para llamar la atención de la antigua demonio.

—Él tiene una destreza única: puede controlar sus músculos para evitar que una herida le lleve a desangrase. — Le informó — Y de todos modos, las heridas que tenía fueron porque evidentemente su deshidratación era incluso peor que la que trajo aquí.

Respirando para infundirse valor, pero temblando por dentro, se dirigió al ex pilar:

—Puedes irte, pero ven al menos a una revisión mensual. Los muñones de tus dedos están maltratados y no debes contraer ningún tipo de infección . — Tratando de emanar una fuerte sensación de autoridad, asintió. — Nadie puede retenerte si no quieres permanecer aquí, pero vuelve cuando lo necesites, no al borde de morirte.

Sin esperar respuesta, Aoi se fue. Con su corazón rompiendo en mil latidos. Señor, Dios, joder. Qué miedo le daba Sanemi.

Lo cierto era que tras la batalla final, con Muzan muerto y evaporado debían reencontrase consigo mismos en la quietud. Era un hecho crudo: cuándo la tormenta acaba debían cuidar de los daños y él se negaba a afrontarse con lo que quedaba de sí mismo. Por eso mismo Sanemi no paraba ni un minuto. No quería detenerse a pensar en todo lo que había perdido. Lo único que sabía hacer era matar demonios, dejar de ser un cazador le significaba perder su razón de vivir y lo que lo mantenía centrado y andando. La única forma que realmente conocía de ser útil, se lo debía a la memoria de su hermano.

Maldita sea, mascullaba, mientras la menor de los Kamado le ceñía el vendaje antes de que se fuera. Pensar que había querido matarla sin dudar, y ella se había resistido al embriagador aroma de su sangre.

Menudo coraje, para ser tan pequeña. No sólo por no guardarle temor, que era lo que la mayoría de las muchachas sentía por él debido a su apariencia y carácter ásperos, sino por su determinación no sólo como demonio sino como humana, Tenía una enorme determinación por vivir. Ella detuvo sus dedos un instante sobre el nudo final de sus vendajes, aquel que mantenía todo lo demás en su sitio; era una caricia súbitamente tímida que buscaba confortar aunque desconocía lo que acosaba los pensamientos del cazador. Sanemi se levantó apenas ella hizo la última atadura a las vendas, con el calor de las yemas femeninas ahuyentadas por el tacto de sus ropas.

Aún no estaba dispuesto a pensar qué hacer después cuando se evaporase el último de la calaña demoníaca. No estaba listo para eso. Se dirigió a la salida cuando escuchó sin detener su paso la voz femenina detrás de él:

—Sanemi — Le llamó, con una confianza que él nunca le había dado. — Eres bienvenido aquí.

Sin más palabras de por medio, salió por la misma puerta por la que había llegado por su propio paso con el calor de sus yemas reavivado por aquellas palabras. Huyó.