Disclaimer: El One Piece le pertenece por completo a Eichiiro Oda, lo siento Luffy, no podrás ser el Rey de los piratas XD.

Amor felino

Capítulo 2: La cabaña del lago.

Zoro iba a paso firme pero rápido hacia la cabaña mientras sostenía una hoja que había logrado poner en forma de cuenco para poder llevarle agua a su nakama, entró esperando verlo en el lugar donde lo había dejado, pero ya no estaba. Su cuerpo se congeló por un momento, pero enseguida se puso a buscarlo, instintivamente miró hacia el suelo, seguramente encontraría un rastro de sangre que lo llevase hasta él, pero tampoco había nada, ni siquiera una gota del líquido rojizo que esperaba ver. Su amigo y todo rastro de él había desaparecido, un sentimiento de impotencia y confusión logró anidarse en su cabeza, y cuando estuvo a punto de gritar el nombre del cocinero para llamarlo, sintió una presencia tras de sí.

—No te preocupes, él está bien. —Una voz femenina hacía su presencia.

Roronoa dio la vuelta para enfrentarse a quien sea que se hubiera llevado al rubio y cuando quiso desenfundar sus katanas se dio cuenta de que al frente suyo se encontraba una anciana, y no, Zoro no se había detenido por la edad o el género de la persona que tenía en frente, sino que había sentido con tan sólo de mirarla que no tenía malas intenciones.

La mujer empezó a caminar hacia el espadachín a paso lento y calmado, estaba un poco encorvada, lo que hacía que una pequeña joroba se asomara por su espalda, su rostro también tenía signos de una vejez avanzada, los surcos en su piel blanca eran bastante notorios por las sombras que creaban, y aunque la gravedad afectara mucho en la flacidez del cutis, se podía notar en los gestos de la anciana que era una persona amable.

—¿Dónde está él? Necesita tomar agua y también tengo que cambiarle el vendaje.

—Oh querido, no tienes que preocuparte por eso. —Los ojos avellana brillaron con ilusión. —Le di una infusión de hierbas medicinales y le desinfecté la herida, pero aquí entre nosotros —bajó la voz como si estuviera contándole un secreto. —, eso no es una simple herida ¿Qué fue lo que le sucedió?

Zoro, que no era de estar divulgando información delicada a un desconocido, se vio en la necesidad de hablar. —No lo sé con exactitud, pero cuando lo encontré, estaba en el fondo de un agujero.

La anciana movió la cabeza en señal de negación mientras hacía un ruido con su lengua chocando contra sus dientes. —Eso es malo, muy malo. —Dejó escapar una voz apesadumbrada. —Debemos esperar un poco. Se podría decir que tengo cierta clase de conocimientos que podrían salvar a tu… —Su voz se alargó en la última vocal pronunciada dándole una entonación de interrogatorio.

—Amigo. —Se apresuró a contestar el espadachín.

—Oh si si, amigo. —Una voz burlona se le escapó a la anciana que se apartó riendo. —¿Puedes ser bueno y alcanzarme el recipiente que está sobre la mesa? —Su dedo alargado y delgado apuntó hacia una dirección en la habitación.

Hasta ese momento, Zoro no se había percatado de todos los elementos que tenía la casa, el recipiente descansaba sobre una mesa pequeña de un color menta desgastado que dejaba ver el color de la madera, se aproximó a ella para recoger una vasija en tonos marrón con algunos grabados, y cuando estuvo a punto de agarrarla para alcanzársela a la anciana, un gato anaranjado se subió a la misma. El espadachín se sorprendió, no había notado la presencia del animal hasta que había aparecido; el felino hizo un sonido gracioso pero amable y empezó a frotarse contra el brazo estirado de Roronoa.

—Oh, perdónalo, hace eso cada vez que quiere comida, es inofensivo. —La voz de la anciana, que ya de por sí era dulce, se hizo mucho más suave y melosa al hablar de su gato.

Zoro sacudió la cabeza restándole importancia al animal y agarró la vasija, en el camino hacia la mujer examinó su contenido y pudo ver una mezcla de hierbas y flores que estaban trituradas y mezcladas con algo de agua. De pronto, una tos llamó la atención del espadachín, por un momento había olvidado al cocinero pervertido, pero el sonido lo hizo caer en cuenta de que quizás estuviera metiéndose en una situación peligrosa.

—¡Sanji! —lo llamó a gritos mientras se dirigía hacia la fuente del sonido, y allí lo vio, tendido en un sofá violeta, cubierto con una manta negra y con un gato atigrado sobre su vientre que ronroneaba de manera bulliciosa. —¿Qué le hiciste? —Encaró a la anciana que venía tras él, y es que Sanji se encontraba completamente inconsciente

La mujer se sorprendió por el cambio de humor brusco que le mostró su invitado, abrió grandes los ojos por un momento y volvió nuevamente a su semblante tranquilo. —Solamente está descansando, como te dije, su herida es algo más grave de lo que puedes ver.

Algo en la voz de esa misteriosa mujer lo hizo calmarse, Zoro no era del tipo de persona que confiaba en alguien de buenas a primeras, pero notaba en la anciana sus buenas intenciones, algo muy dentro de sí le decía que confiara plenamente en ella, sin embargo, no podía darse el lujo de bajar la guardia. Pensó que lo mejor sería dar una vuelta para despejar la mente, pero no quería dejar a esa mujer cuidando de Sanji, y como si la anciana le hubiera leído la mente, le dijo.

—¿Me ayudas a traer agua del manantial? Necesito cocinar algo, yo soy de poco comer, pero seguramente ustedes tendrán hambre.

Salieron con un barril grande, el cual Roronoa llenó, caminó a la casa y pudo notar varios detalles que no recordaba de la primera vez que había visto la cabaña. De lejos, podría pasar como una casucha vieja y abandonada, con ramas escalando las paredes y muchas plantas que tapaban la fachada, sin embargo, de cerca la casa era mucho más bonita, un patio de césped un poco largo daba la bienvenida y un camino de piedra los dirigía hacia la entrada. Las plantas crecidas que daban la apariencia de descuido, estaban plantadas en macetas de varios colores, también pudo ver una gran variedad de flores en tonos radiantes que decoraban el jardín y entre ellas, algunas macetas más que contenían plantas de hojas gruesas y gordas, para su gusto, veía todas las cosas amontonadas, pero no podía negar que había cierto encanto en lo que veía, todo parecía estar tan bien cuidado, tanto que la naturaleza desprendía amor. Nuevamente esa sensación de desconexión se hizo presente en su cabeza y continuó caminando hacia la casa, por una extraña razón, sintió que su cuerpo empezaba a relajarse, cruzó la puerta, depositó el barril en un amplio salón y recobró nuevamente la percepción de la realidad al notar que la casa era mucho más grande de lo que podía verse desde afuera.

Rápidamente se dirigió hacia el rubio para comprobar su estado, y pudo ver que estaba plácidamente dormido, como si no le hubiese ocurrido nada, con la boca abierta y los largos brazos sobre su cabeza, notó que el gato atigrado que estaba sobre él ya no estaba y por alguna razón tuvo el presentimiento de que el cocinero tendría frío sin ese calor extra del animal, así que acomodó la cobija para taparlo por completo. De un momento a otro había surgido en él una necesidad de cuidar a Sanji, hecho que lo consternó un poco, movió la cabeza con rapidez tratando de despejar los nuevos pensamientos que se le avecinaban y optó por hacer abdominales para mantener su cuerpo y mente en alerta.

Habían pasado varias horas y no había visto a la anciana por ningún lado, Zoro empezó a preocuparse dado que había caído la noche y el lugar estaba casi a oscuras, de pronto, escuchó unas pisadas a su lado izquierdo, y antes de poder ponerse en posición de pelea, una llama se encendió en una de las paredes de la casa. La repentina luz lo había desorientado un poco, sin embargo, rápidamente pudo aclarar su vista y notó una pequeña chimenea que brindaba luz a toda la habitación, junto al fuego se encontraba la anciana sosteniendo una olla mediana y la agitó produciendo un sonido como de lluvia, en seguida escuchó un coro de maullidos y ronroneos que se aproximaban y pudo divisar a varios gatos que llegaban, el primero en llegar había sido el anaranjado que le había dado la bienvenida, después llegó el atigrado que había estado con Sanji, tras ellos llegaron otros dos felinos, uno de pelaje negro y otro que tenía un patrón de leopardo a sus costados y lucía con orgullo un pecho blanco. Los cuatro se sentaron en torno a la anciana que empezó a botar el contenido de la olla hacia el fuego. Al principio, al espadachín le pareció una locura, pero tras unos segundos, del fuego empezaron a salir una especie de luces con alas que revoloteaban cerca de los mininos, estos se abalanzaron sobre los destellos, los cazaban y se los comían con gusto mientras hacían ruidos graciosos con sus hocicos.

La imagen era hermosa, tanto que Zoro no podía despegar la vista, ver la gracia de los animalitos al moverse le provocó cierta emoción y los siguió con la mirada, el gato anaranjado puso pecho al suelo mientras miraba con cautela a su próxima presa, se abalanzó sobre ella, y al mismo tiempo el gato atigrado saltó sobre la misma, una pequeña pelea se dio en el piso entre los dos mininos, se gruñeron, los zarpazos iban y venían y ambos tenían la cola esponjada, la anciana rápidamente corrió a separarlos mientras les extendía a cada uno, una luz para que se las comieran y la pelea cesara.

—Estos dos siempre se pelean —Acotó la mujer al ver que el espadachín no les despegaba la vista. —, a pesar de eso, se quieren muchísimo, no pueden vivir el uno sin el otro, hasta cierto punto, diría que tienen un amor enfermizo, aunque los dos son machos. —La mujer alzó la ceja como queriendo expresar algo más, sin embargo, se relajó y siguió alimentando a los pequeños animalillos.

— ¿Qué eres tú? —Para este punto, Zoro presentía que la anciana era mucho más de lo que aparentaba, quizás por eso no podía sentir la presencia de ella ni de sus animales con su haki de observación. —¿Quiénes son ellos? —Miró a los gatos que seguían saltando.

La expresión de la anciana se endureció por unos segundos, de pronto, un sonido los interrumpió.

—¿Qué me sucedió? —Una voz masculina, seca y ronca se hizo presente. —¿Dónde estamos?

Las facciones de la mujer se suavizaron.

—Seguramente tienen hambre, está bien, preparé algo para ustedes también. —Procedió a guardar la olla que había utilizado para alimentar a sus gatos y enseguida puso al fuego una gran cacerola.

Zoro se levantó con cierta prisa para ir a ayudar a su nakama, debía revisar si estaba bien, comprobar que en realidad estaba siendo tratado y que todo eso no se tratara de alguna trampa. Llegó hasta Sanji que para ese momento estaba haciendo el intento de levantarse del sillón, el espadachín lo detuvo, y con un pequeño empujón, hizo que se recostara nuevamente.

—Tienes que descansar, no puedes andar moviéndote de aquí para allá como si no te hubieras destrozado la pierna.

La preocupación de Zoro, sin duda alguna estaba en un punto que no había vivido anteriormente, y Sanji, un poco confundido por todo lo que estaba pasando, aceptó el cuidado que le ofrecía su nakama sin que hubiera algún tipo de resistencia. El cocinero volvió a acomodarse en el sillón mientras dejaba que Zoro examinara su herida.

—Parece que todo está bien… ¿Te duele?

—Te diría que no, pero creo que te debo sinceridad, así que sí, me duele un poco, pero el dolor es soportable.

—Oh querido, pero dolerá después de unas horas, se puede decir que por el momento estás anestesiado — La anciana se aproximó a ellos cargando dos platos soperos grandes y le extendió a cada uno su porción. —. Tendrán que disculparme, pero no suelo recibir visitas, así que me las arreglé con lo que tenía.

La mirada de Sanji se iluminó por completo y le dedicó una amplia sonrisa a la mujer.

—Discúlpenos a nosotros, llegamos sin avisar y al parecer nos ha cuidado demasiado bien —Miró su pierna y luego al espadachín para luego volver a mirarla. —Mi nombre es Sanji, mucho gusto.

El cocinero hizo una pequeña reverencia como pudo, a decir verdad, la posición en la que se encontraba y el plato que cargaba, no le facilitaban la movilidad.

—Oh sí, tu nombre lo sé porque… pues bueno, lo he estado escuchando toda la tarde —Miró de reojo a Zoro para luego soltar una risilla traviesa. —. Bueno, coman o se enfriará la comida.

Los dos hombres asintieron con la cabeza y miraron hacia sus platos. Era una sopa que contenía lo que parecía ser flores y hojas, además, el caldo era de un color verde vibrante. Sanji se llevó la primera cucharada sin vacilar, después de todo, respetaba mucho la cocina de otras personas, era un acto que decía mucho de los demás, así que comió gustoso, por otro lado, a Zoro se lo podía ver con un poco de desconfianza, aunque eso no significara que dejara el plato de lado.

—Esta sopa está deliciosa —Sanji saboreaba los diferentes matices que le daban las flores, una combinación de dulce y salado junto con la frescura de las hojas. —, ¿no piensas lo mismo, Zoro?

El espadachín solamente atinó a asentir, y es que era la verdad, a pesar de que al plato le faltaban proteínas y carbohidratos, sentía como su energía estaba siendo renovada. Se quedaron en silencio por algunos instantes y el ambiente se volvió mágico, era como estar presenciando un milagro, aunque en realidad estaban disfrutando de la naturaleza en todo su esplendor.

El viento soplaba levemente, provocando que las hojas de los árboles emitieran un sonido relajante, además, el crujir de las ramas al fuego y las chispas que revoloteaban formaban un ritmo inesperado, como si las cosas a su alrededor estuvieran creando algún tipo de música, las sombras que se creaban gracias al fuego danzaban en armonía y la anciana se puso de pie para jugar con sus gatos. Empezó a saltar y caminar a pasos pequeños mientras agitaba una hierba larga, los felinos iban detrás, tratando de cazar la flor roja que tenía en la punta. Ambos estaban extasiados con todo lo que veían, por eso, a pesar de haber terminado su cena, no se atrevieron a decir una sola palabra, se quedaron disfrutando del espectáculo.

No supieron cuándo ni cómo terminaron profundamente dormidos, pero lo que si supieron, es que al día siguiente despertaron sentados en el sillón, uno junto al otro, apoyando sus cuerpos en el otro, y en sus piernas, acurrucados ese par de gatitos que mientras estaban despiertos no hacían más que pelear.

—Buenos días, ¿Pudieron descansar? —La anciana los miraba con curiosidad mientras reía por lo bajo.

Zoro y Sanji se separaron de un salto apenas cayeron en cuenta de lo que sucedía haciendo que los felinos despertasen y empezaran a corretearse por toda la casa, el espadachín aprovechó la situación para levantarse y dirigirse a la puerta

—Buenos días —Sanji respondió tratando de disimular lo mejor que pudo, sin embargo, un dejo de nerviosismo podía notarse en su voz.

—Muchas gracias, pero es hora de que nos vayamos —La voz ronca de Zoro se pudo escuchar en toda la habitación.

Sanji se limitó a mirarlo de mala manera por la brusquedad con la que siempre actuaba, sin embargo, él estuvo de acuerdo en que ya debían irse.

—Muchas gracias por todo, nos encantaría quedarnos un poco más, pero nuestros amigos deben estar preocupados por nosotros, además, creo que solamente llegamos a causar problemas —Sanji empezó a quitarse las cobijas de encima, sin embargo, cuando intentó levantarse, cayó nuevamente al sillón mientras soltaba un grito de dolor.

—Oh cariño, te dije que muy pronto empezarías a sentir dolor —La mujer suspiró. —. No puedo dejarte ir sin que termines el tratamiento, porque de lo contrario, podrías quedarte sin pierna —Empezó a examinar la herida. —Como lo suponía, esto aún no está del todo curado, en mis cálculos, serán por lo menos dos días más.

—¿Cómo? pero —Sanji estaba perplejo, adolorido y un tanto confundido. —. No podemos quedarnos mucho tiempo más, deben estar esperándonos, ¿No puedes darme la medicina y así puedo tratarme en el barco? Digo, tenemos un doctor que es excelente.

A Zoro solamente se le podía ver el malhumor en la cara y empezó a sobarse la sien para tratar de calmarse. La anciana asintió y puso en un bolso de fibras vegetales una serie de plantas y frascos, por último, anotó en un papel de color marrón algo en lo que se demoró un tiempo considerable.

—Querido, te voy a dar todo lo necesario y la receta para la medicina, pero no creo que tu médico pueda replicar esto, por más bueno que sea, igual, si llegas hasta el barco, no te aseguro que él pueda curarte con otros métodos, mi medicina no es compatible con todo lo que pueda existir afuera —Los miró con preocupación antes de seguir hablando. —. Les deseo mucha suerte en su camino, pero Sanji, si empiezas a sentirte mal, no dejes que el orgullo te impida decirle a tu… amigo, y Zoro, si sientes que está con fiebre, tráelo inmediatamente.

Roronoa se sorprendió, no recordaba haberle dicho su nombre a esa mujer, y trató de recordar si Sanji en algún momento de la noche lo hizo, pero dejó de pensar en cuanto vio que su camarada intentaba ponerse de pie.

—No se preocupe, trataré de cuidarme.

La anciana los siguió hasta la puerta y alzando la mano se despidió de ellos.

La lluvia caía copiosamente provocando un sonido fuerte y latente en las hojas de los árboles, los charcos en la tierra cada vez se extendían más y más, de pronto, un par de botas negras pasaron por encima de los mismos haciendo que el agua se dispersara por todos lados. Zoro corría desesperado con un Sanji inconsciente sobre su espalda que ardía en fiebre. No había pasado ni dos horas desde que abandonaron la casa de la anciana y su nakama había empeorado de un momento a otro, el espadachín había pensado que quizás podrían llegar al barco antes de que los síntomas se hicieran presentes, pero se había equivocado.

Se maldecía a sí mismo, debió dejar que Sanji acabe el tratamiento, después de eso, podrían volver. Una serie de pensamientos atacaron a Roronoa y llegó a la conclusión de que salir del lugar había sido precipitado, estaba seguro de que Luffy y los demás estarían buscándolos, y no dudaba de que tarde o temprano llegarían a la casa de aquella mujer misteriosa, además ¿Cómo se había atrevido a salir siquiera de allí sabiendo perfectamente su habilidad innata a perderse? No le gustaba admitir que tenía un problema de orientación, pero en esa ocasión debió haber sido más consiente de este hecho importantísimo.

Siguió corriendo tratando de encontrar un lugar seguro, incluso estuvo tentado a elaborar él mismo la medicina, y cuando creyó que todo estaba perdido, llegó nuevamente a la laguna, nuevamente a la cabaña, nuevamente a la seguridad. Sintió un alivio inexplicable cuando vio correr a la mujer hasta ellos, empezó a respirar de manera exagerada mientras sentía que todas sus fuerzas eran drenadas, su cuerpo empezó a ceder ante la debilidad y sus ojos empezaron a cerrarse. Roronoa no soportó más, y cuando la anciana estuvo a pocos pasos de ellos, simplemente se desmayó.

CONTINUARÁ