Anunciado la llegada al piso requerido, un timbre se dejó oír en aquél ascensor. Las puertas se plegaron en dirección vertical, mientras el muchacho de cabellos colorados se dirigía a una amplia habitación pintada completamente en blanco.
Situándose en el centro del cuarto, un escáner automático detectaba la intromisión de armas de fuego, rastreadores o cualquier objeto peligroso para el sitio. Al terminar, una puerta secreta se abría permitiendo la entrada al cuartel.
Caminaban por los pasillos hombres y mujeres vestidos con trajes negros, camisas blancas, corbatas y una credencial que pendía de su pecho para darse a reconocer.
El muchacho pelirrojo caminó entre ellos con su porte elegante y serio, atrayendo un par de miradas curiosas, de envidia o quizá amigables por parte de algunas compañeras que trataran de seducirlo.
- Camus, llegas temprano - Le saludó un hombre de cabellos añiles y mirada esmeralda, cuando llegó al cubículo que le pertenecía.
- Kanon, hola - Sonrió mientras tomaba asiento y sacaba un par de carpetas del cajón de su escritorio. Su acompañante le inspeccionó con la mirada, observando cada gesto materializado en su semblante
- Luces diferente... - Comentó con suspicacia, sentándose a su estribor. El pelirrojo mostró un tenue sonrojo y una mueca en los labios
- Tal vez porque hoy si me bañé - El peliazul soltó una leve risita
- Francés tenias que ser... - El galo iba a responder, cuando un tercer hombre se aproximó a ellos
- Agentes Noiret y Weaver, el señor Brynner los espera en la sala de juntas - Y continuó su camino por las instalaciones. Camus y Kanon tomaron la carpeta negra que se encontraba sobre sus teclados, antes de dirigirse hacia donde el vocero les había indicado.
Si alguien le infundaba desconfianza, ese era su jefe. Un tipo de cabellos negros y largos, de mirada gélida y piel blanca, pálida, casi haciendo pasar su dermis por muerta.
Ambos le ignoraron al entrar en la sala, disponiéndose sólo a sentarse y tratar el asunto por el que habían sido llamados, junto con otro par de sus compañeros.
- Buenas tardes señores - Dijo el líder dirigiéndose a todos y recibiendo un saludo... quizás cordial. – Hemos hecho bastas investigaciones con resultados fallidos en el pasado. - Mostró algunas diapositivas en la pared donde podían apreciarse excavaciones o científicos tratando de descifrar coordinadas, mapas o restos arqueológicos. – Esta vez, es un placer informarles que encontramos los primeros rastros de que la cueva donde Aldolf Hitler enterró armas de destrucción masiva, si existe - La mayoría intercambiaron miradas sorprendidas. Camus se limitaba a observar el semblante regocijante de aquél ser que le daba repulsión.
El líder de la rama oculta de la CIA nombrada como "SD-6" llevaba quince años buscando aquél lugar que los rusos, en un intento por destruir a los Estados Unidos, querían encontrar. El pelirrojo recordaba cada misión a la que había sido enviado para encontrar pistas, cada una de las veces en que arriesgó su vida porque aquél día llegara; y ahora se sentía... extraño. Estaba por ser padre a unos cuantos meses, mintiéndole a la madre de su hijo al decirle que trabajaba en un banco y que estudiaba en la universidad, cuando en realidad era un agente secreto que mataba personas en nombre de su país...
- Aún no sabemos la ubicación exacta - Escuchó la voz lejana de su jefe, que se colaba entre sus cavilaciones, hasta llegarle a los tímpanos. – Pero tenemos conocimiento de que la única forma de entrar a la cueva es recolectado unas llaves... mejor dicho, unos zafiros. En sus carpetas hay información acerca de la ubicación de uno de ellos, propiedad del señor Siegfried Von Gesner.
Todos observaron el contenido de dichos documentos, desde fotografías, pasaportes con identidades falsas y cuanta información requirieran para penetrar en el sitio donde se guardaba el zafiro.
Los dedos de Camus recorrieron la imagen del hombre a quien le tenían que robar...
Si tan sólo Mariah supiera...
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Aquella mano que tantas veces había besado en la oscuridad, aquella que ahora le otorgaba una caricia en la mejilla, parecía concederle las fuerzas que él no encontraba para delatarse. Cerró los ojos y apretó los labios
- Mi amor que te pasa? - La rubia depositó un beso en su pómulo derecho.
El francés había escogido aquél lugar apartado para decirle la verdad; el único problema era que no se atrevía.
Los parpados se replegaron hacia las cejas, mostrando un par de pupilas consternadas
- Quiero que seas mi esposa - Dijo. Ella lo estrechó entre sus brazos, dando un grito de emoción; sin embargo, el pelirrojo rompió el contacto al tomarle por las extremidades. – Pero... tengo algo confesarte - Suspiró abatido, buscando las oraciones correctas que pudieran sacarle de aquél predicamento.
Y es que él no estaba entrenado para eso, sólo para omitir emociones humanas y disparar a matar...
- Yo no trabajo en un banco... Mi amor, soy agente de una rama oculta de la CIA llamada SD-6 - Confesó.
La chica observó sus facciones serias, aunque ella comenzó a reír como si se tratara de un chiste; mas este sonido divertido quedó en el olvido, cuando él negó todo contacto visual con un gesto dolido.
- Es... en-enserio? - Preguntó ella con un nudo en la garganta, con emociones tales como la decepción y el enojo
- Perdona por mentirte...- Se excusó el francés tratando de tomar su mano, siendo rechazado con repulsión
- No lo puedo creer! - Gritó la mujer
- Mariah... - Él trató de apaciguar las sensaciones que sus propias palabras le habían provocado; pero ella no parecía querer una tregua
- Me has engañado todo este tiempo? - Se llevó las manos al rostro ocultando su dolor.
- Yo no podía decirte la verdad. Tu vida hubiera corrido peligro - Explicó con lágrimas brotando de sus caobas pupilas. Ella apretó los ojos y apoyó la frente sobre su hombro
- Y por qué me lo dices ahora? - El francés la estrechó contra sí, temiendo perderla
- Porque eres la madre de mi hijo... porque te amo... porque es una parte de mi vida que no quiero ocultarte
- Yo también te quiero; pero no puedo con esto... No puedo vivir con alguien que no sé si volverá por la noche... No podría llorar sobre tu tumba! Y qué pasa si ahora corro peligro? - Rompió el abrazo empujándole con brusquedad mientras intentaba emprender el camino de retirada lejos de su lado.
- Mariah, por favor - Aprisionó su extremidad en forma de suplica. La chica, aún dolida por aquella confesión, respondió
- Dame tiempo - Secó sus propias lágrimas con el dorso de su mano – Yo te llamo - Camus la soltó virando el rostro hacia el lado contrario por donde ella pretendía huir. – Te amo - Dijo por última vez antes partir, dejando al francés con el corazón apunto de romperse.
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La oscuridad no llenaba por completo la ciudad de Zurich, la cual era adornada y alumbrada por blanquitas luminosidades artificiales.
La limusina se estacionó en la entrada de una residencia de aristócratas, donde una fiesta de gala se efectuaba aquella noche. Un peliazul con gesto altanero descendió del vehículo negro, seguido por otro mucho más joven de cabellos de fuego
- Por hoy eres mi pareja - Rió Kanon por lo bajo, apretando su mano. Camus hubiera deseado responderle en la misma forma sarcástica con la que él pretendía molestarlo; pero aún se sentía abatido por la discusión con ella...
- Bienvenidos - Dijo uno de los sirvientes haciendo una profunda reverencia, a lo que ellos no respondieron con ningún gesto, sólo le pasaron de largo como todo buen aristócrata.
- No te sientes bien? - Inquirió el más alto notando su mutismo
- Esta noche olvídame - Respondió. Kanon ya no insistió.
Dejaron transcurrir algunas horas, mismas en que registraron con la mirada el lugar, a los invitados y probaron tanto vino como comida, únicamente para pasar inadvertidos.
Una hora después, se encontraban recargados en una de las paredes, aparentando compartir roces subidos de tono.
- Encontré al hijo de Von Gesner - Informó Kanon en un linde con el oído de su 'novio', simulando una caricia de labios dada en su cuello – Esta solo en el jardín - Retiró un mechón de su cabello rojo al mismo tiempo que situaba los brazos a cada lado de la cintura del menor – Yo iré al baño y esperaré a que me pases la información y robes el zafiro - Camus fingió gemir al tiempo que llevaba una mano a la nuca del otro para acomodar el micrófono que los iba a comunicar toda la operación.
- De acuerdo - Respondió.
Dos guardias que iban pasando tan sólo alcanzaron a escuchar los insultos proferidos por el pelirrojo, a un novio que no sabia controlar sus impulsos carnales.
Abrió los ojos de golpe, aún atormentada por una confesión que jamás pensó escuchar de él.
Estiró el brazo, intentando tocar el fantasma de un ser al que ya se había acostumbrado a palpar por las mañanas y que ahora ella impedía el acceso a su vida.
El francés llegó hasta el jardín, al mismo sitio donde Bean Von Gesner estaba admirando el firmamento despejado.
Llamó su atención con un suave carraspeo y le dedicó una sonrisa, la cual el otro correspondió.
La rubia deslizó las manos por su vientre, pensando en todo lo dicho por su novio aquella tarde y en lo mucho que le necesitaba. No quería apartarlo de su lado. Le amaba tanto... Tomó el teléfono y comenzó a marcarle.
A Camus le costó trabajo cerrar los ojos y aparentar que disfrutaba que ese castaño devorara su cuello con feroces besos, en tanto él trataba de abrir la suite de aquél conquistador.
La grabadora fue quien recibió su mensaje...
Creí que simplemente podría mostrarme molesta contigo y decir que ya no te quería más en mi vida...
Lo tenía sobre su cuerpo, recorriendo cada palmo suyo con las manos.
Camus deslizó su extremidad hasta sacar un pequeño frasquito de la bolsa de su pantalón, y rociar un poco del líquido en la cara de ese hombre.
Pero la verdad es que... te quiero a mi lado... quiero despertar contigo todos los días de mi vida y tener a todos tus hijos. Quiero verlos corriendo por toda la casa, rompiéndolo todo...
Se llevó la mano al oído, donde el pequeño comunicador se situaba
- Cubierto Kanon. Bean se ha quedado dormido - Informó acomodando el cuerpo inerte del muchacho sobre la cama
- Se ve que te gustó - Comentó el otro a modo de burla
- Cállate!
Con las manos palpaba su vientre, contemplándose en el espejo, imaginándose a sí misma con unos meses más de embarazo.
No sé si no estas en casa... o si no quieres responderme. Prefiero optar por la primera opción...
Retiró cada uno de los cuadros en la habitación, buscando alguna caja fuerte donde pudiera haber sido ocultado el zafiro
- No esta por ningún lado! - Exclamó al terminar la inspección
- La información dice que él lo tiene, su padre debió obsequiárselo - Respondió Kanon tecleando en su computadora, indagando en el sistema de seguridad de aquella mansión por si alguien decidía hacerle una visita al joven castaño crespo. – No traía joyas consigo?
- Lo revisé y no era ninguna - Contestó sonrojándose. Rebuscó entre los cajones del armario, de la cómoda, en todos los lugares posibles
Tomó asiento en el borde de la cama, aún con el teléfono en el oído
No quiero estar sin ti... Te amo y no me importa si trabajas para el gobierno, quiero estar contigo siempre... Entiendo porque me lo ocultaste...
- Lo encontré - Informó Camus escondido bajo la cama. Había levantado una tabla suelta en el piso y sacado un cofre de oro donde Bean ocultaba el zafiro
- Bien hecho. No hay vigilancia, te recomiendo salir enseguida. Cuídate y nos vemos en la entrada.
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La gente transitaba por el aeropuerto de camino a sus hogares o buscando un vuelo para salir de la ciudad.
Kanon pasaba entre ellos vestido de turista y sus gafas de sol, cuando dos tipos con traje lo interceptaron y le mostraron unas credenciales que los acreditaban como miembros de la SD-6
- Dónde esta el agente Noiret? - Le preguntaron. Se quitó los cristales de los ojos y les observó con aprensión
- Para que quieren saber? Yo tengo el zafiro - Contestó impávido
- Noiret incumplió las reglas y está acusado de traición.
Sus pupilas reaccionaron ante aquellas palabras, recordando que Camus había llamado a su casa para escuchar los mensajes en la contestadora.
- Pues él no viene conmigo, se adelantó y se fue directamente a su casa - Ambos hombres le dejaron y comenzaron a caminar hacia la salida.
Introdujo la pequeña llave en la cerradura de cofre, ansioso por verla, abrazarla, aspirar el aroma de su cabello y permitirles a sus manos perderse entre su silueta
- Mariah, ya estoy aquí.- Se anunció - Yo...- Pero las maletas de viaje cayeron estrepitosamente contra el suelo, cuando ante sus ojos se materializó el escenario de una batalla campal en aquella sala.
Los sillones volteados, las cosas rotas, un hilo de sangre en el piso... El corazón se le dilató con aceleración, los pasos eran lánguidos mientras intentaba seguir la marca carmesí en la alfombra hasta el destino trágico de su mujer.
Los labios le titilaron, los ojos se le cristalizaron y todo el sistema perdió fuerzas, incluso los pulmones olvidaron el procedimiento de aspirar y exhalar. Se dejó caer de rodillas al lado de su cuerpo inerte completamente golpeado, con perforaciones de plomo en su sistema.
La boca se le abrió por completo sin que algún sonido emanara de ella. No hasta el instante en que rodeó ese cuerpo con sus brazos y se meció con desesperación, fue entonces que un grito desgarrador rompió el silencio junto con su corazón.
Los curiosos no se hicieron esperar en la habitación.
Un par de mujeres sollozaron la pérdida, otros se limitaban a verla con compasión y a tratar de reconfortar al pelirrojo que no cesaba de llorar.
Se levantó de golpe ignorando todo ser presente, caminando apresuradamente hacia la puerta mientras en su mente rondaban palabras, recuerdos y la imagen de ella sin vida. Viró por el pasillo con todos los sentimientos conspirando en su contra, lesionándole, haciéndolo sentir débil; cuando un cuerpo ajeno al suyo le obstruyó el paso, tirándole de sentón al piso
- Maldita sea! - Exclamó parándose de golpe y tomando a quien le estorbó por el cuello de la camisa hasta que la espalda golpeara contra la pared.
Miedo fue lo que se reflejó en las pupilas azuladas de él. Tomó las manos captoras para ejercer presión y obligar a que le soltara, sin conseguirlo, mientras éste le taladraba con la mirada, una donde el otro distinguió un gran vacío y una herida profunda que sangraba...
Camus bajó la cabeza, con la punzada más dolorosa de su vida desgarrándole el alma. Tragó una bocanada de aire y le dejó, limitándose a correr lo más lejos posible, perdiéndose en el pasillo.
- Señor Belafonte se encuentra bien? - Preguntó uno de los sirvientes que iba con él, percatándose, muy tarde, del apuro en el que su jefe se encontraba. El nombrado permaneció en la misma posición en la que el pelirrojo le había dejado, con la viva presencia de esa mirada mancillada que se tatuó muy en el fondo de su propia voluntad.
Condujo por las calles de la ciudad a toda velocidad, dispuesto a llegar hasta la oficina de la SD-6 para pedir una explicación... una venganza... Lo que fuera que mitigara el dolor que le consumía por dentro. Su rostro estaba empapado, pálido, totalmente distorsionado a todo cuanto estaba acostumbrado a mostrar.
Si no hubiera sido tan estúpido! Si tan sólo no le hubiera hablado con la verdad, su hijo y ella seguirían con vida, engañados, pero a su lado!
Las llantas rechinaban. Podía percibir la aceleración recorrer el volante del auto y cosquillearle en las yemas de los dedos, subiendo hasta sus manos, hormigueado por sus extremidades y llenando cada parte de su sistema, hasta que el sentido se le nubló y fue a estrellarse de frente contra otro auto.
— ALGUNOS MESES DESPUÉS —
Una alfombra otoñal cubría la senda del camino al lugar donde reposaba. La ventisca vespertina era gélida, la misma que acariciaba su rostro y jugaba con sus cabellos dorados y rizados. El sol se ocultaba tras nubarrones que anunciaban una posible nevada, acaeciendo la caída del otoño y el paso hacia el invierno.
Depositó el puñado de flores blancas que llevaba en la mano, sobre la lápida de ella
« Artemis Everett.
Amada esposa, madre y tía.
Fiel patriota de esta nación
(1961 – 1991) »
- Te extraño - Dijo aquél muchacho clavando ambas rodillas en el piso y dejando emanar una exhalación entrecortada. - Fuiste muy importante en mi vida, y te agradezco el gesto que tuviste cuando estuve apunto de perderla, ya que no te importó sacrificarte por nosotros - Cerró los ojos y sonrió tenuemente. - siempre te agradezco lo mismo, todo lo que hiciste por mí... Ahora que me voy del país y ya no podré venir a verte, me siento triste... - Sus ojos quedaron al descubierto, centrados en la inscripción dorada.
Escuchó a lo lejos el crepitar de algunas hojas secas, algo que le hizo ponerse en pie mientras enfocaba al muchacho rubio que avanzaba hacia él, con una sonrisa
- Quién lo diría, tía? Tu querido Shaka ya es todo un hombre, incluso dejó de ser un tipo arrogante y súper desagradable - Comentó entre risas como si la mujer se encontrara parada a su lado
- Ja, ja. Ya te despediste? Mi padre dice que es hora de marcharnos - Anunció con gesto serio, como molesto por las palabras recién pronunciadas de su familiar, terminando su camino frente a la tumba de su madre.
- Ya casi. No me molestes - Refunfuñó, antes de mirar nuevamente el reposo de la mujer. - Retiro lo dicho tía... sigue siendo taaaaaan...
- Es mentira mamá, tú que estas allá arriba puedes ser testigo de que él es quien me fastidia - Se defendió el rubio lacio. Ambos tardaron un poco en despegar los ojos de la cripta. Suspirando y añorantes decidieron dar media vuelta, de regreso por el camino otoñal antes recorrido
- No será fácil comenzar desde el principio - Dijo Milo con un ligero temblor en la voz
- Después de que mi padre se enteró que te gustaban los hombres y que a mi no me eran del todo indiferentes, creo que es lo mejor. Iniciar algo nuevo nunca es fácil, pero tampoco imposible - Alcanzó la extremidad de su primo y la apretó con ternura, trasmitiéndole un poco de afecto. El otro correspondió su gesto con una sonrisa - pues si no desiste de la idea de ponerte un guardaespaldas, me tendrá que escuchar - Shaka soltó una carcajada en medio del sepulcral silencio que inundaba el santo lugar
- No puede ser tan malo, Milo
- Lo será si te sigue como perro las veinticuatro horas
Llegaron a lo limusina que los esperaba, lista para transportarlos hacia el aeropuerto. El rubio lacio introdujo su cuerpo en el vehículo, mientras el otro volteaba hacia atrás y le decía adiós al sendero que recorrió esos quince años, desde la partida de su tía; pero algo llamó su atención, un color rojo entre las hojas, que le recordaba una mirada enardecida...
- Pasa algo? - Inquirió Shaka colocando una mano en su hombro y sorprendiéndose por el suave suspiro que éste dejó salir. Sus ojos se cruzaron con una mirada, una donde el rubio lacio pudo leer una emoción - Y quién es el afortunado? - Levantó las cejas en forma pícara, acentuando el sonrojo de su familiar, quien al principio dudó sobre contarle
- Desconozco su nombre. La noche que fui a ver los departamentos lo encontré... - Recordó al muchacho pelirrojo caer de sentón en el piso y luego su reacción molesta - En realidad... chocamos en el pasillo... - Guardó silencio
- Y luego? - Preguntó ansioso. Milo le dedicó una mirada
- Jabu me dijo que había escuchado que ese hombre acababa de regresar de un viaje de negocios y que el cuerpo de su prometida estaba totalmente inerte en su sala... un horror - su semblante se ensombreció
- Oh... - Exclamó Shaka copiando su misma expresión
- Si, eso mismo pensé yo... - Sus pupilas enfocaron la bóveda celeste que ahora lucía en un tono grisáceo, amenazando por dejar verter un torrente
- No has sabido nada de él? - Inquirió su primo. Milo volvió a suspirar mientras se llevaba las manos a los bolsillos de la gabardina.
- Regresé al departamento varias veces... pero... nadie me supo dar razón - Frunció el entrecejo a modo de extrañeza – Es como si la tierra se lo hubiera tragado.
- Que raro - Cruzó los brazos y lo miró
- Si. Ni siquiera asistió al funeral de su prometida
- Cómo sabes eso? - Milo se sintió apenado por sus propios recuerdos
- Porque yo asistí. La pobre mujer no tenia familia aquí, por lo que nadie pudo pagar el entierro...
- Y déjame adivinar el resto. Te impresionó tanto el muchacho que los gastos de todo corrieron por tu cuenta - Esbozó una sonrisa cómplice. El otro sólo se limitó a mirar la alfombra de hojas que se parecían en color, a los ojos de quien había abarcado toda la conversación.
- Si, algo así... - Dijo en tono bajo.
- Vaya. Entonces, tampoco lo viste ahí?
- No. Te lo digo. Es como si la tierra se lo hubiera tragado - Se quedó un momento pensativo, recordando una camioneta negra que se encontraba parada muy cerca de donde la mujer fue enterrada. Y si él se encontraba dentro?
- Sabes cual es su nombre?
- No... - Mintió
- Que lástima. - Exhaló el rubio con decepción, tocando el hombro de su primo para transmitirle apoyo - hubiéramos podido usar nuestros recursos para investigar su identidad.
- Si... lo sé. Será mejor que nos vayamos
- Como tú digas - Le dio unas palpaditas en la espalda y volvió a entrar en la limusina, en tanto él le dedicaba una última mirada a las hojas y susurraba para el viento el nombre de quien le había cautivado.
- Camus Noiret.
