Sunrinses
Parte 2
Recorrió con ojos temerosos la extensión de pradera en aparente calma estudiando el terreno en un intento de atisbar alguna presencia desconocida que sus débiles ojos humanos no pudieran ver de inmediato.
— No sé siquiera si he escogido bien el lugar— bufó insegura, bajando al fin la cabeza.
— Nadie nos molestará. — aseveró contundente a sus espaldas guardándose para si el motivo, como era habitual.
El cuerpo de Rin vibró con cada sílaba de su respuesta, con cada pausa, incluso con el silencio ulterior en el cual todo reverberó dentro de ella, como si su ser fuese un recipiente hueco lleno de mariposas y estas revoloteasen agitadas ante la expectativa de algo que amenazaba con perturbarlas.
Tembló ante el roce de su garra que solo pretendía apartarle un mechón rebelde de la cara. Avergonzada por su reacción suspiró y giró el rostro superada repentinamente por la situación.
¿Dónde había ido toda la determinación que tenía hasta llegar al prado? ¿De verdad la había abandonado por completo en un solo instante?
Por mucho que lo deseara lo cierto es que estaba aterrada. ¿Y cómo no estarlo?
Se veía a si misma como una sencilla muchacha de pueblo, menuda y demasiado delgada, sin embargo a él lo percibía como una presencia poderosa, como un agujero negro a su espalda que amenazaba con engullirla, pero a la vez como un mullido lecho de pelaje blanco en el cual podía retozar y hundirse hasta desaparecer.
Aparte, aquella presencia abrumadora exhibió también una paciencia sobrehumana.
Pasaron inmóviles mucho tiempo, demasiado según Rin, que contemplaba el paisaje en movimiento a su alrededor temerosa de que se le escapara el día y tener que regresar a casa con el rabo entre las piernas lamentando su cobardía.
Sabía muy bien que a él no le afectaba la ausencia de movimiento, recordaba haberle visto permanecer estático durante horas con la vista fija en la lejanía, en cambio ella estaba acusando la inmovilidad y la tensión en el dolor naciente en sus músculos rígidos.
Hubo muchos momentos en que temió que se aburriría de sus tonterías y sencillamente se levantaría y se marcharía; pero en el transcurrir de las horas siguientes eso no sucedió.
Era tremendamente paciente. Siempre lo había sido… con ella, claro.
Si al menos no le hubiese involucrado de nuevo en sus locuras.
— ¿Señor Sesshomaru? — musitó insegura.
No respondió, aunque tampoco le extrañó que no lo hiciera. Seguramente estaba molesto e ignorarla era una de las maneras que solía tener de demostrarlo.
Suspiró apesadumbrada. La situación estaba mejorando por momentos.
Afinó todos sus abotargados sentidos humanos en un intento de averiguar lo que se cocinaba a su espalda.
Despedía un aura sofocante, pero su respiración era cadenciosa. Eso era una buena señal, ¿no?
Se armó de valor y se atrevió a girarse ligeramente para mirar sobre el hombro, espiando al daiyôkai y se topó con una estampa inusual y totalmente inesperada.
Tenía la cabeza ligeramente inclinada hacia atrás, apoyada contra el tronco del árbol, lucía una expresión serena y sus ojos permanecían cerrados. La suave brisa le mecía el pelo.
Lo observó con estupefacción unos instantes en los cuales se maravilló internamente por la belleza de aquel ser y el aspecto de indefensión que ofrecía, a pesar de tener a otra criatura tan cerca de él. Por un momento tuvo Rin la loca idea de que había adoptado esa actitud para contrarrestar su miedo, como un cánido que se tumba sobre el lomo exponiendo sus zonas sensibles.
Giró sobre si misma poniéndose de cara a él, aproximándose a su rostro para verlo más de cerca, en el proceso perdió apoyo y estuvo a punto de caer de costado, pero su mano, que hasta ese momento había estado descansado sobre su muslo con la palma hacia arriba; la sujetó por el hombro y la enderezó con delicadeza recordándole que por muy indefenso que pareciera siempre estaba alerta. Como si ella necesitase que se lo recordaran. Sostuvo aquella mano y, tras unos segundos de vacilación, la llevó hasta su rostro donde apoyó la mejilla en la palma abierta, emulando un antiguo gesto que él le brindó hacía ya muchas lunas, dedicándole una pequeña sonrisa de agradecimiento a su rostro engañosamente vulnerable.
En cuanto la soltó el daiyôkai recuperó su postura inicial y con ella su inmovilidad total.
Aún se tomó Rin unos minutos más para reunir valor y elevarse sobre sus rodillas con el objetivo de alcanzar su rostro, aún sereno, en un movimiento fluido perfectamente ejecutado en que sus labios tomaron contacto.
Se separó casi en el acto solo para comprobar lo que ya sospechaba, que el semblante masculino continuaba inmutable a pesar de su atrevimiento, pero apenas se alejó volvió a alzarse en su dirección y esta vez el contacto fue más duradero e intenso. Movió sus labios sobre los otros, que demostraron ser poco o nada colaboradores y se alejó dejando escapar un suspiro. A pesar de la nula respuesta masculina, todo su cuerpo bullía como si su interior estuviera en plena efervescencia.
Obedeciendo a una fuerza desconocida se izó una vez más y se prendió de su cuello aplastando nuevamente sus labios contra aquellas puertas blindadas, luego bajó por su garganta apartando parte del kimono para poder tener mejor acceso a su piel. El receptor de tan intensas atenciones continuaba haciendo gala de su gran capacidad para imitar a una roca.
Las pequeñas manos de la muchacha habían hecho ya un destrozo considerable en las ropas masculinas, desordenando las capas del pulcro kimono y provocando incluso que el ahori se descolgara, pero nada de eso parecía perturbarle.
Totalmente ensimismada en su tarea, arañó la piel expuesta de su cuello introduciendo los dedos en el cuero cabelludo y aferrando en sendos puñados entre ellos la blanca melena del daiyôkai, aprovechando el agarre ladeó la cabeza y se lanzó nuevamente sobre sus labios sellados, depositando besos tanto cortos y ansiosos como largos e intensos, en los que solo participaban los labios.
Se demoró bastante en permitir que su lengua interviniera, asomando tímidamente para rozar los contrarios en una caricia tentativa que paulatinamente se convirtió en una intensa batalla por vencer la resistencia de aquellos labios pétreos y sus fieras fauces selladas.
— Abra la boca — musitó finalmente desistiendo de su vano intento por hacer caer aquella fortaleza inexpugnable.
No pudo evitar reír al ver como, a parte de abrir la boca, exponía las fauces en un gesto que perfectamente podría considerarse amenazador.
— Solo le falta gruñirme para que salga corriendo aterrada. — bromeó.
Contra todo pronostico el demonio blanco captó el mensaje y escondió bajo su labio superior casi la totalidad de los temibles caninos, quedando a la vista solo la filosa punta que Rin acarició brevemente con la lengua, curiosa. Podían hacer mucho daño aún cuando su propietario no se lo propusiera, debía llevar cuidado con eso.
Se permitió un segundo de duda antes de besar y morder ligeramente su labio inferior y finalmente sellar con la suya la boca abierta. Dejó que su lengua la explorara tímidamente pero a placer acariciando de forma sutil pero constante la contraria que se mantenía, como todo en él, inmóvil.
Se separó en medio de un suspiro profundo envuelta en una fina capa de sudor y se dejó caer sobre los tobillos. Los ojos del daiyokai se abrieron y cayeron sobre ella contemplándola con vehemencia.
— ¿Eso es todo? — preguntó acentuando el sonrojo de las mejillas de Rin.
— De momento, sí.
— ¿Aún hay más?
Sus orbes ambarinas resultaban demasiado apabullantes y Rin tuvo que apartar la mirada a un lado.
— Ya sabe que sí — masculló de forma casi inaudible sintiendo que la tierra se hundía a su alrededor amenazando con tragársela entera.
Se vio a salvo de sus inquisidores pupilas doradas cuando volvió a cerrar los ojos.
— No des nada por supuesto.
Una pequeña gota de sudor se deslizó por su sien izquierda. Realmente podía ser muy aterrador sin proponérselo.
No esperó a armarse de valor, no podía permitírselo o saldría corriendo.
Se alzó de nuevo en su dirección y le rodeó el cuello con los brazos, aquella posición le permitió depositar un tierno beso en la media luna de su frente y una vez había tomado contacto con su piel, bajó hasta sus labios y presionó los suyos con suavidad.
Le sorprendió notar que los labios bajo los suyos, hasta ese momento inertes, cobraron vida; una vida que resultó ser muy abrumadora.
Demostró ser un excelente alumno, uno que se esfuerza mucho y hasta se extralimita. Sesshomaru iba a por la matricula combinando con maestría todo lo que le había enseñado Rin hasta dejarla en un estado lamentable, empapada en sudor y ensordecida por su propio corazón que saltaba en su pecho como un conejo asustado.
Mientras disfrutaba de la vibración de la sangre corriendo por su pequeña aorta, aplicó sus feroces caninos sobre la frágil carne de aquel pálido cuello. Lo único de su cosecha.
Por otro lado, la muchacha había caído sobre él apegando su cuerpo milimétricamente al poderoso torso masculino sin dejar un solo espacio entre ellos.
Rin concluyó que había llegado la hora de enseñarle a usar las manos. Aunque éste fue un pensamiento inconexo en el cual no se permitió detenerse demasiado.
Sintiendo aún las puntas de los feroces colmillos contra su piel, tanteó buscando su mano derecha que, intuía, estaría ociosa sobre el muslo como lo había estado la anterior, la tomó y sintiendo como su cabeza hervía ante la magnitud de lo que se disponía a hacer, la guió entre sus piernas. Ésta se mostró muy colaboradora haciendo a un lado el kimono y emprendiendo la tarea con una maestría que le desconocía. Se notaba el tiento con el que manipulaba su intimidad usando las yemas de los dedos y manteniendo las garras bajo control. La destreza y el tino que demostró tener con el pulgar fue lo que más la desconcertó.
Mientras apresaba entre sus muslos la derecha tomó la izquierda y la deslizó hasta su pecho acoplando ambas, la suya y la propia, al rededor de su seno, para enseñarle hasta donde era tolerable apretar y donde era agradable acariciar.
Esta vez Sesshomaru no necesitó meditar la instrucción, en tanto la mano de Rin le concedió libertad yendo a buscar asidero en sus hombros, la garra deshizo el obi de un tirón desordenando el bello kimono hasta tenerla expuesta.
Rin se elevó aún más sobre los talones apoyándose en los poderosos hombros, apretando los muslos en respuesta a las sensaciones que la asediaban golpeándola en oleadas tan intensas como impredecibles. Repentinamente todo su cuerpo entró en combustión y en impulso incontrolable se acopló a él aplastando su magnánima espalda contra el tronco del árbol. En medio de aquel torbellino de placer anhelaba su cercanía incluso más que el aire que tragaba con ansia para alimentar su corazón desbocado.
Tal y como había llegado se desvaneció y cayó desbaratada sobre su cuerpo impávido mientras intentaba regular su respiración. Le apartó la mano, pues tras la ultima convulsión su caricia había empezado a resultarle molesta y levemente dolorosa.
— ¿Suficiente? — musitó junto a su oido con aquel tono sereno aunque más tenue de lo acostumbrado.
Rin se había escondido en su cuello, derrotada.
— Ya sabe que no.
— Te he dicho que no presupongas nada, Rin. No me gusta repetirme.
— De acuerdo, deme un momento.
Necesitaba tiempo por muchas razones y una de ellas, la más poderosa, era que había llegado hasta allí por inercia y que lo que restaba de camino resultaba aún más sinuoso y extraño. Había sabido lidiar, más o menos, con todo lo que él tenía a la vista, pero lo oculto era un gran misterio para ella. Para continuar necesitaba desentrañar esa parte concreta y no tenía ni idea de cómo.
¿Funcionaría igual que en los humanos?
¿Acaso ella sabía como funcionaba siquiera en los humanos?
Se demoró demasiado tiempo, pues notó la presión de sus colmillos nuevamente, solo que esta vez sobre el hombro.
— ¿Usted sabe…? Esto…— ni siquiera sabía como preguntarlo. Tampoco se atrevía a hacerlo, pero tal vez él pudiera echarle una mano. — ¿Sabe cómo…?
El mundo se desdibujó y sintió un leve mareo. Cuando consiguió enfocar la vista, sobre ella se extendía el cielo nocturno tachonado de estrellas. Recién se percataba de que el sol se había ido. Hasta ese punto había perdido la noción del tiempo.
En su campo de visión irrumpió el rostro estoico de Sesshomaru, varios mechones de su blanca melena cayeron a ambos lados de su cuerpo. Cuando pensaba que se iba a poner sobre ella, la visión del cielo fue sustituida por un primer plano de la hierba tierna y de la tierra fresca… y del ahori blanco con detalles rojos que se encontraba extendido bajo su cuerpo.
"¿Cuándo lo ha…?"
Un delicado aunque contundente jalón la colocó de rodillas, pero cuando se percató de que estaba a cuatro patas como un animal se dejó caer de nuevo sobre el ahori con el rostro en llamas. Ni de broma se sentía preparada para adoptar esa posición, pero entendió el punto.
No había desconocimiento total por la contraparte, al parecer solo ignoraba lo tocante a rituales humanos.
La pregunta ahora era… ¿Si la había colocado así significaba que lo siguiente era…?
No se sentía con fuerzas para averiguarlo.
Se giró de nuevo y se lo encontró acuclillado a la altura de sus pies, mirándola tan intensamente que las preguntas sobraban.
Ya había llegado hasta ahí, era hora de recorrer el último tramo del sendero.
Se tumbó de nuevo boca arriba y abrió los brazos en su dirección.
Él aceptó la invitación de inmediato postrándose sobre sus piernas con las rodillas separadas posicionando debidamente las manos a ambos lados de su cuerpo para no aplastarla bajo su peso. Tanto el cabello como el sencillo kimono blanco interior se abrieron cubriendo su cuerpo, que quedó oculto al mundo.
La visión de su pecho desnudo capturó la atención de la muchacha y Sesshomaru le concedió unos minutos que empleó en observarla a ella, detallando el cuerpo que estaba a punto de poseer, recordándose silente que debía ser cuidadoso al extremo al ver con qué velocidad se le enrojecía la piel. En la mañana con la potente luz solar serían más evidentes para sus limitados ojos mortales las señales que los suyos estaban captando a la perfección a la luz de la luna.
Notó, por como reaccionaba la ligera musculatura de su brazo, que iba a levantar su mano izquierda con la intención de tocarle, y pudo anticiparse a la sensación. No es que no pretendiera mostrar reacción, solo que no lo consideraba necesario… Ni acostumbraba a hacerlo. Simplemente no le nacía de forma natural, al contrario que a Rin. Los humanos eran tan ruidosos.
Cuando notó el roce de los pequeños dedos bajando por la piel de su vientre, aferró sus muslos y la encajó en su cintura arrancándole un gritito de sorpresa. Él también se sorprendió de su reacción, pero dudaba mucho que Rin se hubiera dado cuenta.
Observó con ojo crítico la posición y tras evaluar que mecánicamente todo funcionaría bien, se dispuso a desanudarse la hakama. Su olfato captó el aroma picante del miedo de Rin. Sus ojos chocolate delataron su temor y él, siendo consciente de la acción que había desencadenado aquella reacción, no se sorprendió. Llevaba rato notando como rehuía el contacto con aquella parte concreta de él y ahora se confirmaban sus sospechas. No lo comprendía, pero lo respetaba.
Dejó el nudo con una sola vuelta y se dejó caer sobre ella hasta casi tomar contacto con su piel febril. Comenzó a poner en práctica una vez más lo que le había enseñado y, manteniéndose suspendido sobre ella, se dispuso a hacer lo que mejor se le daba; abrumarla.
Rin lo sentía por todas partes, se movía con contundencia y maestría. En determinado momento sintió que elevaba sus caderas separándola del suelo para poder acceder más cómodamente desde detrás hasta su intimidad, ya que su cercanía le limitaba el acceso. Una maniobra que probó ser demasiado efectiva dándole otra perspectiva a la caricia.
Aunque el contacto de sus dedos era extraño e intenso la sensación desagradable había desaparecido. El tacto ajeno en aquella postura tan vulnerable era también abrumador… Y mientras sus pies encontraban al fin un apoyo para, instintivamente, elevar las caderas contra las suyas, un repentino dolor atenazó su interior.
Secó, abrasador e intenso.
Él chistó molesto y retrocedió, ella apartó las manos de su cuello y las encogió en puños sobre el pecho en una señal de protección frente a la repentina y brutal invasión, sabiéndose también responsable de ella.
Sesshomaru por su parte comprobó con un rápido vistazo lo que le decía su olfato.
Estaba sangrando, lo que podía ser preocupante. Expuso sus garras a ojos de Rin esperando ver su reacción, dependiendo de ello actuaría en consecuencia.
— Es normal — musitó ella apartando la vista de aquello y de lo que significaba.
— ¿Sucede siempre? — parecía genuinamente interesado y Rin se sintió en la obligación de despejar sus dudas, nuevamente.
— So…Solo la… La primera vez. Creo.
— Comprendo — añadió repentinamente abstraído en la contemplación de aquel fenómeno.
No era la primera vez que la sangre humana teñía sus garras y tampoco sería la primera vez que la probaba. De pronto fue consciente de que la sangre y la saliva de Rin se habían introducido en su interior y aquel pensamiento le llevó a sensibilizarse, de una forma demasiado compleja, con el hecho de que él también había penetrado en ella.
Percibió su unión, tan angosta y cálida que rozaba la incomodidad. Observando el fenómeno sin pudor alguno ganó el terreno que previamente había abdicado y ella siseó dedicándole una mirada de reproche. A pesar de la ayuda completamente involuntaria de Rin, aún no lograba acogerlo por completo.
Permaneció unos segundos manteniéndole intensamente la mirada desde arriba, se inclinó hasta dejar dos palmos entre sus rostros y comenzó a embestirla con tiento pero a un ritmo constante.
Una expresión de angustia dominó el rostro de Rin quien agitó comicamente las manos y las bajó hasta casi alcanzar la zona en la que se unían sus cuerpos con las palmas expuestas como quien se protege de una amenaza.
— ¡Ayyyy! ¡Basta! ¡Pare! ¡Pare! ¡Por favor!— le rogó componiendo una mueca de intenso sufrimiento.
De inmediato cesó todo movimiento y suspiró aliviada. Le miró de soslayo, excusándose.
— Es que duele más de lo que suponía.
— Ya te he dicho que no supongas nada.
Sus reacciones eran demasiado intensas. Era hora de detenerse.
— Suficiente. Terminemos con esto.
— ¡No!
— Rin.— el tono de su voz decía claramente que su infinita paciencia con ella estaba a punto de agotarse. — ¿Por qué te empeñas en sufrir? Es evidente que no somos compatibles.
En un gesto de absoluto desprecio que solo le permitiría a Rin, le sostuvo por el pelo para evitar que apartase la cara.
— No diga cosas que no siente. Sí lo somos.— musitó con una terquedad demasiado dulce. — Y la primera vez duele.
Aquello bien podía ser cierto, pero no soportaba ver sufrir a Rin y menos si era él el causante directo de la agresión.
— Si no puedo ni moverme ni liberarte, ¿qué pretendes que haga?
Aprovechando que aún le tenía agarrado le obligó a acercar el rostro al suyo por medio de un leve tirón. Se arrepintió en el acto, aquellos pozos ambarinos estaban demasiado cerca y para colmo de males no habían perdido ni un ápice de su aplastante intensidad.
— Be… Béseme.— sus ojitos contemplaron de soslayo como el daiyôkai sopesaba su petición… o algo.
Tras meditarlo unos segundos le pareció aceptable y tras reducir la distancia que separaba sus rostros posó sus labios sobre los de una sorprendida Rin. Luego los apresó varias veces entre sus fauces con inusitada delicadeza, tirando levemente de ellos y se alejó para detallarla con mirada especulativa. Apartó su larga melena que se había desparramado sobre ella cubriendo parcialmente su torso y rozó por accidente uno de sus pequeños pezones. La reacción de su cuerpo no le pasó desapercibida.
Tras sopesarlo unos segundos, descendió sobre su pecho y , sin miramientos, aplastó la lengua contra aquella corona rosada disfrutando del violento espasmo que desató la caricia en el pequeño cuerpo. Selló los labios sobre su piel y primero mordió delicadamente en una caricia tan inesperada como electrizante y luego succionó. Todos los músculos del cuerpo de Rin se tensaron quedando él deliciosamente atrapado en su pequeña prisión. Se demoró en aquella caricia hasta que su cuerpo se contrajo alejándose de su boca hambrienta en una señal inequívoca de molestia.
Era hora de cambiar de objetivo.
La reacción fue exactamente la misma, solo que esta vez en cuanto su cuerpo perdió fuelle comenzó a embestirla de nuevo.
Rin se agitó bajo él en medio de un gemido quebrado que se convirtió en una suerte de sollozo. Utilizó su pierna izquierda, que pendía huérfana de apoyo sobre la cadera del daiyokai, para propinarle una serie de golpecitos con el talón que postulaban a ser furiosos. Aquella agresión fue perdiendo intensidad a medida que los embates del cuerpo masculino acababan con su capacidad de resistencia. Aquello no era dolor, pero se trataba de una sensación demasiado potente y extraña. Su cuerpo respondía de una forma…desconocida.
En el intenso olor que destilaba cada poro de su piel ya no percibía el matiz amargo del dolor, su esencia era toda dulzura, tan deliciosa que no pudo resistir el impulso de recogerla con la lengua.
Ella le rodeó la cintura con las piernas, engarzando los tobillos entre sí en medio de un sonoro gemido. Y el fenómeno vocal no se detuvo. Escuchó varias veces su nombre mezclado con palabras ininteligibles y sonidos inconexos.
Algo lo distrajo momentáneamente de la vorágine del apareamiento.
Manteniendo el perfil bajo, desvió sus orbes dorados, parcialmente cubiertos por sus párpados entrecerrados, en dirección al pueblo.
Los sonidos de Rin habían atraído la atención de cierto personaje con un sentido del oido similar al suyo que en cuanto percibió su voz la reconoció de inmediato y ese idiota había salido de su mugrienta choza encaminándose en su dirección.
No tenía de qué preocuparse, se había encargado de esparcir su olor por toda la zona. Cuando arribase a la linde del río, el imbécil de su medio hermano se toparía con una desagradable sorpresa olfativa.
No era momento de preocuparse por nimiedades ya que empezó a notar que algo extraño le ocurría a su propio cuerpo. Estaba empezando a dominarle una sensación parecida al dolor que no era desagradable y que crecía exponencialmente. Un poderoso impulso le instó a rodear el menudo cuerpo con los brazos separándolo levemente del suelo para apegarlo al suyo adentrándose aún más profundamente en su angosta cavidad. Aquella extraña sensación se intensificó hasta alcanzar cotas imposibles y viajó a cada confín de su ser, rindiendo los férreos muros de su autocontrol, eclipsando su conciencia y sembrando el desconcierto.
Aplastada contra él Rin notó como repentinamente aquel poderoso cuerpo se tensaba para luego sufrir una violenta sacudida. En cuanto comprendió lo que estaba ocurriendo su interior se prendió en llamas y gritó su nombre mientras las lágrimas le nublaban la visión. Él también dijo el suyo en un susurro gutural mientras se derrumbaba con ella empujándola y arrastrando su espalda por el pasto. Emitió un gruñido junto a su oido, cual bestia salvaje, un sonido aterrador que avivó las llamas que calcinaban su cuerpo emanando en oleadas desde el lugar donde estaban conectados, y que palpitaba sordamente y con violencia, hasta la cabeza.
Sintió el frescor de la tierra en su espalda y el cosquilleo de las briznas de hierba en su cintura. El kimono masculino quedó enrollado a la altura de su cadera, el suyo se clavaba cruelmente en sus codos, sometido a tal tensión que estaba a punto de desgarrarse.
Sesshomaru llevaba inmóvil demasiado rato, hasta el punto de preocupar a Rin, que se mantenía mirando al cielo mientras abrazaba su espalda.
— ¿Señor Sesshomaru?
Los ojos del daiyôkai fijos en la tierra y en las insignificantes plantas que emergían de ella, miraban sin comprender lo que veían.
Tenía que moverse. Era imperativo, pero también una tarea compleja. Ya estaba haciendo un gran esfuerzo por no dejarse caer y aplastarla.
— ¿Qué ha sido eso? — le sorprendió escuchar su voz formulando aquella cuestión en contra de su voluntad, como si necesitara oírlo para poder procesarlo.
Rin parpadeó ante la pregunta que llegó a su oido izquierdo, el que estaba más cercano al rostro mayestático de Sesshomaru.
— ¿A qué se refiere? — preguntó extrañada.
No contestó, ni siquiera supo porqué había formulado la pregunta en primer lugar, no pretendía poner en evidencia su confusión.
Un rápido vistazo le fue suficiente para comprobar que durante aquel extraño frenesí la había arrastrado un buen trecho por la hierva.
Aquella sensación había resultado ser muy problemática a la par que peligrosa, pues le era totalmente desconocida y le había alterado todos los esquemas.
Se fijó en su cuello recordando como había sentido el irrefrenable impulso de morderla, y aunque había logrado contenerlo en un primer momento, se descubrió en ese mismo instante anhelando encajarle una buena dentellada. Mientras observaba ese punto concreto donde se apreciaban las señales rojizas producidas por las puntas de sus caninos, su cuerpo se irguió, vigoroso y Rin emitió un sonoro jadeo debido a que aún estaban conectados.
Giró los ojos en su dirección y lo que vio en su rostro sonrojado le dejó estupefacto. Al parecer no iba a poner reparos a la idea de repetir y él no iba a negarse tampoco, pero no podían permanecer en esa posición o no podría resistir el impulso de morderla.
La sujetó firmemente y rodó llevándosela con él hasta tenerla encima. En cuanto hubo terminado la maniobra ella se apresuró a incorporarse componiendo una serie de muecas extrañas en el proceso y finalmente, de forma inconsciente, bajó la vista hacia su vientre desnudo y la apartó con las mejillas encendidas.
Se percató de que en aquella postura se hallaba demasiado expuesta, pero Sesshomaru no pensaba incorporarse, la razón de colocarla justo ahí era no tener su cuello a una dentellada de distancia, pero lo que sí quería era que se moviera. Le propinó un ligero golpecito con el muslo que la sobresaltó.
Bueno, por lo menos algo se había movido, lamentablemente no lo suficiente.
La observó con ojo crítico mientras ella intentaba recolocarse el kimono que se había deslizado hasta quedar prendido sobre sus codos, en un intento por hacer cualquier cosa menos mirar hacia abajo.
Torció el gesto y la sostuvo por la cintura con ambas manos. Aquello no tenía ningún misterio. La atrajo hacia él y luego la alejó en una suerte de vaivén que pretendía que ella imitara. Sabía que lo idóneo sería que brincase sobre él, pero por el momento se conformaría con eso. Ya la haría brincar luego si no lo hacía ella por su cuenta.
El problema era que estaba demasiado cohibida porque como ahora no podía abrumarla debido a la lejanía… dirigió la vista a su intimidad, hacia aquella pequeña uve invertida que le devoraba. No podía alcanzar las zonas altas, pero si que podía poner en práctica aquella otra caricia.
Hizo desaparecer el pulgar en su ranura mientras sus resentidos orbes achocolatados lo reprendían y la sangre acudía en tropel a sus mejillas.
Aquel era su punto más caliente y él podía ver los mapas de combustión que recorrían su cuerpo mientras lo acariciaba. Ella desconocía las pistas que le daba su olor y la capacidad que tenía el daiyôkai de percibir su temperatura corporal.
No tardó en verla separar los labios para emitir un jadeo ardiente e inclinarse levemente hacia atrás para aferrarse a sus piernas, que él había colocado convenientemente para ese menester. Aplicó una pequeña presión ascendente con el pulgar en un intento por guiarla. Funcionó a la perfección. Aferrándose a la tela de la hakama a mitad de muslo, elevó su liviano cuerpo y lo dejó caer. Solo tuvo que repetir aquello varias veces hasta que la muchacha le encontró el gusto y apoyándose sobre su pecho continuó por su cuenta.
No tardó en percatarse de hasta que punto había subestimado aquella situación. Estaba sometido a demasiados estímulos como para tener un control férreo de todo y se complicó cuando volvió a notar la proximidad de aquel sentimiento poderoso y lo codició casi en la misma medida que clavar sus afilados caninos en la tierna carne del cuello de Rin. Aquellos dos deseos crecían exponencialmente a medida que sus pequeñas caderas se movían sobre él… demasiado despacio.
Sabía que luego se arrepentiría, pero le dio igual.
La volvió a tumbar contra el suelo posicionándose sobre ella, embistiéndola brutalmente mientras apartaba su melena arañando su nuca en el proceso. Unos pequeños arañazos eran algo baladí en comparación con lo que se proponía hacerle a aquella tierna porción de carne sobre su clavícula. Cuando alcanzó el climax descubrió las fauces y apresó su carne, gruñó y su cuerpo se sacudió violentamente presa de una serie de brutales espasmos.
Rin emitió un sonoro alarido mientras hacía lo único que podía hacer, arañarle y morderle de vuelta cuando, asustada, vio que no la soltaba.
Rugió en respuesta a los envites de la muchacha alargando aquel sonido hasta provocar una vibración hipnótica que la sumió en un extraño trance. Cuando se extinguió aquel peculiar rumor, comprobó con alivio como destrababa las fauces desenterrando los colmillos.
— ¡Ay! ¿Pero qué ha hecho? ¿Por qué me ha mordido? — le recriminó tratando de ver las perforaciones que habían quedado en su piel.
— No sangra.
— Eso es raro, no bueno. ¿Por qué lo ha hecho?
Rin contempló estupefacta como le hurtaba la cara.
Contempló su perfil estoico tratando de comprender y repentinamente su mente se quedó en blanco.
"Tal vez no me lo dice porque simplemente no lo sabe. Es la primera vez que le pasa porque es la primera vez que…"
— Esto… ¿Señor Sesshomaru…?
Sus ojos dorados se volvieron en su dirección mirándola fijamente de soslayo con intensidad.
— ¿Acaso ha sido su…? ¿Es que usted antes no…?
Por mas que lo intentaba no conseguía ponerlo en palabras. Aunque no era necesario, sabía la respuesta, podía verla reflejada en sus áureas pupilas.
"Así que él también era…"
— Oh, Está bien.
Bajó la vista a su regazo.
El peso de su mirada, aunque fuera de soslayo, se había convertido en algo con lo que era bastante difícil lidiar.
— Esto, eh… ¿Por qué no me lo ha dicho?
Rin levantó los ojos en su dirección y él desvió la vista.
— No importa. No tenía porqué decírmelo. Además creo que yo ya lo sabía.
Repentinamente se sintió embargada por una suerte desconocida de felicidad. Sabía que era un sentimiento pueril y romántico, dos términos que no casaban para nada con la figura de Sesshomaru, pero que a Rin le venían como anillo al dedo. Y hablando de anillos…
— Señor Sesshomaru…
De nuevo se vio bajo la influencia de su intensa mirada. Que difícil era enfrentarse a según que cuestiones sometida a aquel asedio.
Tomó aire de forma dramática y simplemente lo dejó salir.
— ¿Se casaría con Rin?
Se trataba de un ritual humano y además una mera formalidad. Bien sabía ella que acaba de saltarse la regla principal, pero aún así le hacía ilusión.
— ¿Es tu deseo?
No podía creer que lo estuviera considerando. Tampoco es que esperara que lo rechazara de plano pero sí que preveía un mínimo de reticencia por su parte, por lo que nuevamente se sintió invadida por la dicha.
Asintió vigorosamente despeinando aún más su ya alborotada melena.
— Pues que así sea.
[…]
Mientras tanto en la linde del río, sentado a horcajadas en una piedra con Tessaiga apoyada sobre los muslos y un tic nervioso en el pie izquierdo, estaba Inuyasha que contemplaba con fijeza asesina la linde del bosque. Un rumor a sus espaldas le alertó haciéndolo agitar las orejas.
Era Kagome. Le había seguido, por supuesto, pero se había tardado más de lo necesario.
La sacerdotisa se puso tras él con los brazos en jarras y una mueca de disgusto en el rostro.
— ¿Se puede saber qué pasa? ¿Sales de casa en medio de la noche corriendo como un loco para venir a sentarte aquí en el río? A estas alturas ya debería estar acostumbrada, pero mira, no.
— Cállate. — al tic en la pierna se le sumó otro en el ojo.
Miroku surgió de detrás de Kagome observándole entre ojos como quien contempla a un loco.
— Te urgía darte un chapuzón nocturno, ¿eh, Inuyasha?
— ¿Qué haces tú aquí?
— Les he llamado yo — intervino Kagome —Tal y como has salido de casa, creía que había una amenaza seria y he pedido refuerzos. Sango ha ido a avisar a los cazademonios.
— Pues ya podéis iros todos. No pasa nada.
— ¿¡Cómo!?— la vena en la frente de Kagome estaba a punto de reventar.
— Sí, no hay ninguna amenaza.— reiteró el hanyô mirándola ceñudo.
— Pero entonces, ¿por qué has salido corriendo como si se estuviera acabando el mundo? — la paciencia de Kagome se estaba agotando y tenía ya preparado el "abajo".
— Oí gritar a la mocosa y pensé que la estaba atacando algún yokai.— reveló molesto.
El rostro de Kagome se deformó en una mueca de espanto.
— ¿Rin? ¿Inuyasha, te refieres a Rin? ¿Rin está en peligro?
— No lo sé.
— ¿Y por qué no vas a comprobarlo, estúpido?
— ¡Pues porque no puedo, idiota!
— ¿Y se puede saber por qué no puedes, imbécil?
— Por culpa, precisamente, del imbécil de mi medio hermano.
Aquella nueva información pilló a todos por sorpresa.
— ¿Sesshomaru? ¿Estas seguro? Hace mucho tiempo que no ha aparecido por aquí.
— Sí, años, pero por mí podrían haber sido siglos. — estaba realmente molesto.
Su medio hermano, el idiota, le había prometido a la mocosa que no volvería hasta que ella hubiera tomado una decisión, pues no quería influir de ningún modo en ello. Quería que fuera completamente libre a la hora de decidirse entre permanecer en la aldea con ellos o irse con él por ahí. Inuyasha tenía muy claro cual era la decisión correcta, pero al parecer Rin se había equivocado. ¿Cómo había podido elegir al idiota de Sesshomaru?
Se sacudió molesto y bufó.
— ¿Sesshomaru ha vuelto?
El pequeño zorro demonio apareció de la nada sobre la cabeza de Inuyasha, interrumpiendo sus pensamientos. Éste lo tomó con la garra y lo lanzó demasiado cerca del río. Se produjo exactamente la reacción que esperaba.
— ¡Buah! ¿Y ese olor tan desagradable?— se quejó tapándose la nariz y la boca con las manos. Inuyasha disfrutó del doble castigo que le había impartido al molesto yôkai.
— Culpa del imbécil de Sesshomaru. Ha hecho una marca olfativa que está circundando toda la zona. El maldito no ha dejado ni un hueco.
— Sí que es verdad que huele como a perro mojado, ¿no? — comentó el bonzo tocándose distraídamente la nariz. Inuyasha le dedicó la misma mirada de malas pulgas que de costumbre cuando alguien los comparaba a él o a su hermano con aquel animal.
— Es desagradable, pero no es como las bolas de olor de Sango. Yo estoy bien así que iré a salvar a Rin.
Inuyasha bufó y giró la cabeza sacudiendo su melena a un lado en un despectivo. Ese maldito zorro era un maldito estúpido.
— Sesshomaru te está avisando de que te mantengas alejado y yo que tú, zorro estúpido, le haría caso.
Ahora fue Kagome la que intervino, en su voz se escuchó un deje de sospecha.
— Espera un momento, entonces… ¿Sesshomaru está ahí con Rin?
Inuyasha asintió.
— ¿Y no quiere que nadie se acerque…y dices que la has oido gritar?
— Sí. Parecía que la estuviera haciendo pedacitos.— espetó Inuyasha con gesto altivo. Kagome disimuló una sonrisa, no quería provocar a su marido, pero de pronto la situación adquirió un tinte diferente. Y no era la única que se había percatado de esto último. Miroku también disimulaba una sonrisa. Él hacia tiempo que se lo veía venir.
Ignorando al mayor como solo él sabía hacer, el pequeño demonio zorro se incorporó y emprendió una marcha suicida hacia la corriente, pero fue interceptado por el Inu que saltó en su dirección, lo levantó del suelo y lo sostuvo cerca de su rostro.
— ¿A dónde vas, tu?
Debatiéndose contra el agarre, Shippo se enfrentó a Inuyasha como un titán en miniatura.
— Voy a hacer lo que tú no haces por cobarde, voy a salvar a Rin.
— Rin no está en peligro, ¿me oyes? No quiere que la salves.
— ¡La has oido gritar! La gente grita cuando está en peligro, ¿sabes?
Ese zorro era demasiado terco y bien sabía el hanyô que no se rendiría fácilmente. Tenía que darle una explicación convincente para desistiera de su loca idea y dejara de tocarle las narices.
— A ver, enano. Rin… — le costaba hasta decirlo porque le ponía los pelos de punta, pero ahora tenía toda la atención del pequeño yokai y debía aprovecharlo — Rin se esta… esto, casando con mi medio hermano. Así que no te metas, ¿me oyes?
Mientras se cubría la nariz con la garra contraria Inuyasha retrocedió. Por culpa del idiota de Shippo se había acercado demasiado y el maldito olor saturaba sus fosas nasales.
— ¡Qué desagradable!— exclamó molesto saltando de vuelta a la roca donde había estado esperando.
Un silencio incómodo se había instalado a sus espaldas y lo cierto era que le gustaba. Mejor si se mantenían callados. Bastante tenía ya con aguantar esa peste insoportable.
Y ya que no pensaba moverse de allí hasta comprobar que la maldita mocosa estaba entera, aunque un poco magullada, agradecía poder hacerlo en silencio. Estaba preocupado, pero eso era algo que se guardaría para él.
— Se han movido — exclamó dirigiendo la vista hacia el bosque. Había llegado la hora de enfrentarse a él y todo su cuerpo tenía sed de venganza por haberlo mantenido apartado con una estrategia tan rastrera. Como de costumbre cargó a Kagome a su espalda y el bonzo los siguió de cerca con Shippo sobre el hombro. Inuyasha conocía la dirección que había tomado su medio hermano.
Llevaba a la mocosa a casa.
"Claro. Ya habrá terminado con ella."
— ¡Keh!
— ¿Qué ocurre, Inuyasha?— le preguntó Kagome acercándose a su oreja.
El Hanyô no respondió, de todas formas ya casi habían llegado, podía ver la choza de la vieja y junto a esta distinguió la inconfundible silueta de su medio hermano. Se le erizaron todos los vellos del cuerpo de puro rechazo.
En un solo salto se colocó a su espalda, no demasiado cerca pues aún destilaba ese asqueroso olor, aunque ahora mezclado con la esencia humana de Rin, lo que le daba un toque menos desagradable.
Y en cuanto a la mocosa, estaba frente a él, oculta a sus ojos pero no a su fino olfato, y apestaba intensa y desagradablemente a Sesshomaru.
— ¿Qué haces aquí? — le espetó a su espalda. El desgraciado ni siquiera se había dignado a girarse.
— ¿Por qué preguntas cosas que ya sabes?
No se esperaba esa respuesta, pero no se amedrentó. Sacó pecho y se aproximó a él ocultando a su mujer de forma instintiva interponiendo su cuerpo entre ella y la amenaza que representaba Sesshomaru.
— ¿Qué haces? ¿Por qué ocultas a la mocosa?
— Estoy haciendo exactamente lo mismo que tú, idiota.
Estaba demasiado hablador y no le gustaba un pelo, pero tenía razón. Su postura no dejaba lugar a dudas, además de su olor. Inuyasha compuso una mueca de asco y se cubrió la nariz con la manga del manto retrocediendo levemente.
— Oye, ¿quieres dejar de hacer eso? Apesta.
— Pues aléjate, asqueroso medio demonio.
— ¡Keh! ¡Tú sueñas! Primero quiero ver si ella está bien y luego te arrancaré la cabeza.
La voz de Rin surgió de su espalda, al parecer estaba escondida entre el pelaje y asomó tímidamente la cabeza.
— Ya basta. No peleéis.
La estampa que presentaba era más terrible a ojos de Inuyasha que del resto. Ellos tal vez repararan en sus labios hinchados, o en los pequeños arañazos de su cuello, pero él, gracias a su naturaleza, podía percibir otras cosas que a veces le resultaban extrañas, y el cuerpo de Rin exudaba problemas, el más acuciarte era la que tenía cerca del hombro izquierdo y que vibraba de forma bastante intensa.
— ¿Qué le has hecho, animal?
Sesshomaru se mostró esquivo. Nunca lo había visto así, parecía… ¿dubitativo?
Por supuesto y por descontado, todas estas percepciones solo podía captarlas él y no era la gran cosa.
— ¿Lo que tiene en el hombro es un mordisco?
Esta vez el cambio sí que fue claro, estaba interesado. Inuyasha se frotó las manos mentalmente sorprendido a su pesar. Por primera vez le llevaba ventaja a ese imbécil y pensaba aprovecharlo.
— La has mordido y no tienes ni idea de porqué. ¿A qué sí?
— Cierra el pico, Inuyasha. Tú tampoco sabes porqué lo hiciste.
Notó que lo embargaba la ira. Era tan típico de él. Quería cortarle otra vez el brazo.
— ¿A qué has venido?
Rin se apabulló a su espalda. No tenía ni idea de lo que él iba a decir y temía que fuese algo comprometido.
Sesshomaru cruzó los brazos ocultando las manos en las mangas del kimono y le dedicó una mirada de suficiencia.
— No eres nadie para cuestionar a éste Sesshomaru.
— Idiota. — insultarle ya le salía tan natural que daba miedo, pero es que en verdad era un idiota engreído.
En respuesta al insulto de su medio hermano descruzó la mano derecha y crujió los dedos a la altura de su rostro en un gesto amenazante. Rin tuvo que intervenir colocándose delante de ellos con los brazos extendidos intentando evitar el enfrentamiento. Al fin Inuyasha pudo verla bien y emitió un jadeo estupefacto que ella no percibió, pero Sesshomaru sí. Le dedicó a su hermano una mirada significativa que éste no logró entender porque, en contra de su advertencia silente, abrió la bocaza incomodando a Rin.
— ¿Pero qué le has hecho, animal? Parece que venga de la guerra.
Pero no contento con eso se puso a bailotear a su alrededor, agachándose y empinándose, estudiando minuciosamente a una cada vez mas apabullada Rin.
Entre todos los habitantes de la aldea, y del mundo en general, Inuyasha era un maestro en el arte de crear incomodidad.
— Pero mira que montón de marcas. ¿No te duelen? — acercó tentativamente una garra al rostro de Rin que le sonreía incómoda mientras negaba con la cabeza. No reaccionó a tiempo de esquivar el ataque de su medio hermano que, prescindiendo de su látigo venenoso prefirió atizarle un contundente puñetazo. El Inu fue al suelo y Kagome se apartó gritando.
— No la toques.
Sesshomaru despedía un aura asesina, pero eso no era lo peor. Su esencia se había intensificado e Inuyasha comenzó a boquear en el suelo.
— ¡Mira, pégame todo lo que quieras! ¡Atraviésame con tus garras si eso te hace feliz, pero deja de apestar la zona! Me estoy mareando.
Rin se mostró curiosa con el fenómeno que expresaba el hanyô, se acercó disimuladamente y olisqueó el pelaje. Todos aguantaron la respiración maravillados por su valentía pues no parecía consciente de como aquellos ojos amenazantes se volvían hacia ella, pero inmediatamente quedaron estupefactos al ver como se disipaban las sombras que oscurecían aquellos orbes dorados para finalmente dedicarle una mirada clara y abierta. Si incluso parecía que se habían dulcificado.
Parpadearon al unísono, incrédulos. Sabían que él tenía una cierta inclinación hacia la muchacha, habían sido testigos de ello en varias ocasiones, pero aquello era distinto. Allí había algo más y los ojos de Kagome comenzaron a reflejar su sorpresa. Lamentablemente su marido abrió la bocota.
— ¿Te has enamorado de la mocosa parlanchina? — el hanyô lo observaba desde el suelo con los ojos como platos.
La aludida se mostró mortalmente sorprendida durante algo más de un segundo antes de enrojecer hasta la médula.
— No me puedo creer que te hayas dado cuenta con lo despistado que tu eres, Inuyasha. — El bonzo expresó su sorpresa. Todo el rato se había mantenido alejado. Ahora era padre, pero es que todo aquello era demasiado divertido para perdérselo.
— Éste es despistado solo para lo que le interesa — espetó Kagome molesta recordando cierto incidente con la propuesta de matrimonio que tanto trabajo le costó conseguir.
De pronto se percataron de algo que los hizo girarse en dirección a los hermanos, teniendo en el punto de mira a uno en concreto.
"No ha dicho nada, ¿no? No lo ha negado" pensaron al unisonó mirándose de soslayo.
Esta vez Inuyasha pudo ver la sonrisa de su esposa y se sintió invadido por la rabia. No iba a permitir que ese idiota hiciera lo que le viniera en gana.
— Por mucho que te hayas enamorado de ella no te la vas a llevar — espetó aún desde el suelo.
— Esa decisión no es tuya.
Rin se sobresaltó, no se había percatado de las consecuencias de sus acciones y se sintió indecisa por un segundo en la mejor forma de obrar. No se había tomado el tiempo de exponerle a las personas con las que vivía la decisión que había tomado. Era hora de hacerlo.
— Señor Inuyasha, Señora Kagome, Señor Bonzo, Shippo — comenzó inclinándose en su dirección demostrando una seguridad aplastante — Les agradezco todo lo que han hecho por mí. Han cuidado de mí, me han protegido y me han dado su aprecio. Nunca podré devolverles ni tan siquiera una parte de todo lo que me han dado. Estaba aquí por una única razón y ya he tomado mi decisión.
Inuyasha se levantó e hizo un intento forzado por continuar siendo el mismo, pero la aplastante seguridad en aquellos ojos oscuros terminó por vencer su determinación. Bufó molesto y apartó la cara para evitar que viera su ligero sonrojo.
— A mi no tienes que agradecerme nada, estúpida. Algo he tenido que hacer mal para que elijas irte con el idiota éste.
Rin dio un paso en su dirección mientras con la mano derecha apaciguaba a Sesshomaru que había vuelto a exponer las garras.
— Pero quiero hacerlo, Señor Inuyasha. Los quiero mucho a todos. Rin los quiere mucho.
— Bah, quieres dejar de soltar estupideces peligrosas, ¿acaso quieres que tu perro en celo nos arranque la cabeza a todos?
— ¡Abajo Inuyasha!
El collar de cuentas sagradas se iluminó y el hanyô se dirigió de bruces contra el suelo. En esa posición humillada recriminó a su mujer con la mirada.
— ¡Ah! ¡Kagome! ¿Por qué has hecho eso? ¡Solo he dicho la verdad!
— Es que me parece que eres tú el que quiere que nos mate. ¡Deja de decir cosas inapropiadas para picarle!
— Pero no creas que le voy a hacer caso a lo que diga la mocosa. No te la llevarás así como así. Te casarás apropiadamente con ella.
Ni siquiera sabía porqué había dicho eso, pero se cuadró ignorando el fuerte abrazo de su mujer y la mano del bonzo que sujetaba su brazo en un agarre muy pobre mientras Miroku se rascaba la frente.
Mientras tanto Rin que trataba de retener a un Sesshoraru muy molesto abrazándose a su cintura, giró la cabeza y clavó sus ojos desorbitados en el hanyô.
— Ni que fueras su padre, Inuyasha.
El repentino silencio y la actitud despreocupada del daiyôkai los dejo expectantes ante una respuesta.
— Lo haré — concedió contundente mientras los observaba de frente con todo el poder de su mirada — Me casaré con Rin porque es lo que ella desea, no porque lo digas tú.
Aquella ultima frase parecía que la hubiera escupido por la expresión de desprecio que le dedicó a su medio hermano.
Kagome soltó a su marido y les dio la espalda palmeándose las mejillas presa del más puro regocijo. Estaba tan emocionada porque aquella pareja con la que había tenido un pálpito se concretara al fin. Además su frío cuñado había hecho una declaración que jamás creía que oiría salir de su boca. Quería gritar de puro deleite. Debía decírselo a Sango cuanto antes.
Ajena a toda aquella algarabía Rin contemplaba el rostro estoico de su ahora prometido y fue testigo de como sus pupilas bajaban en su dirección. Se vio reflejada en su superficie y a duras penas se reconoció. La felicidad que le henchía el pecho amenazaba con desatar el llanto, ya sentía el característico escozor de las lágrimas asomando a los ojos. Le regaló su mejor sonrisa y se escondió entre su pelaje donde tomó una gran bocanada de aire mientras pensaba que no tenía ni idea de a qué se refería Inuyasha, para ella Sesshomaru olía mejor que nunca.
Continuara…
_Pero eso depende de vosotros_
Uf, qué difícil ha sido esto. He sudado tinta, he trasnochado, incluso hay días que me he olvidado de comer xD
Espero que le deis amor y rewiews porque me ha costado muchísimo trabajo, mas que nada porque es super larga y quería que quedara bien. Sé que nunca estará perfecta y por eso seguramente la volveré a editar (manías de escritor) pero no quería haceros esperar más.
Lo más complicado de todo ha sido Sesshomaru y su frialdad. Este hombre no es flores y corazones y aunque me gustaría ponerlo romántico no me nace porque el personaje creado por Takahashi y desarrollado ahora por Sunrise no lo permite. En especial la actitud que ha demostrado en HNY me pone las cosas aún más difíciles. ¿Por qué tienes que ser tan frío como hermoso?
Podría continuar esta historia cubriendo los huecos que quedan hasta llegar al momento del nacimiento de las gemelas, pero eso depende de si vosotros queréis verlo. Por supuesto sería en una nueva historia, porque esto se va a quedar cerrado como dos partes. Así que, ya sabéis, si queréis más sed pesados conmigo xD
Y ahora lo más importante:
Muchas gracias por vuestras Rewiews Sonia Martinez, Tenyoukai, hina-chan21, , y finalmente y colmando mi ilusión, Ohmygaby a quién le he dedicado esta historia con todo mi corazón y me ha regalado ese bello comentario.
Espero que Sunrise no nos haga esperar mucho por HNY2 y nos de nuestra buena dosis de Sessrin.
¡Saludos y mil abrazos!
