Se despertó un par de horas después, desorientado. Estaba cálido y a través de la ventana se veía cielo oscuro. Parpadeó varias veces hasta orientarse: no era su cama, no era su casa y sentía una presencia tras él, respirándole en el cuello.

Las imágenes de todo lo que había hecho ese domingo volvieron de golpe a su mente. El viaje en moto, la feria, el paseo, el almuerzo. Y el sexo, oh Merlín. Se frotó la frente con una mano, con los ojos fuertemente cerrados. Un sexo jodidamente bueno. Y acurrucarse. El no hacía esas cosas, no tenía sexo como ese ni se acurrucaba después.

Con cuidado, se bajó de la cama y buscó su varita para localizar el resto de sus cosas. Cinco minutos después estaba huyendo por el flu, sin mirar atrás.

El viernes por la noche quedó con Theodore. Era su costumbre, tomar una copa tranquila con su amigo cuando salía del hospital. Nott estaba en su cuarto año de sus estudios como sanador, especializándose en psicomagia.

— ¿Qué tal el domingo?

Draco levantó una ceja. Estaban sentados en el salón de su apartamento con una copa de un licor de esos raros que a Theo le gustaba probar.

— Blaise me dijo que tenías un plan interesante —respondió su amigo con una media sonrisa a la interrogación muda.

— Es una cotorra —contestó entre dientes.

Theo se puso un serio y miró a Draco con los ojos entrecerrados.

— Te lo tiraste.

— ¿A Blaise? hace bastante, ya lo sabes.

— Y estás evitando el tema. ¿Qué pasa con Potter, Draco?

— No pasa nada, estuvo divertido, ya está.

— Y ahora a la defensiva.

— Hazme el favor de no hacerte el loquero conmigo.

Su amigo soltó una pequeña carcajada y se echó hacia atrás en el sillón.

— Te lo tiraste —insistió—. Y, conociéndote, algo ha pasado.

Suspiró exasperado por la insistencia, dando un trago al licor. No había hablado con nadie de su vergonzosa escapada del domingo. Porque se sentía avergonzado, desde luego, no podía evitar pensar en la cara que se le habría quedado a Potter cuando se despertara y se encontrara solo.

— Follamos. Y me marché a la francesa.

— ¿En serio?

— Nos quedamos dormidos. Y cuando me desperté me entró el agobio y me escapé por la chimenea —confesó, tapándose la cara con las manos.

Esperó la bronca consiguiente, porque ese era Theo, el que les reñía cuando hacían cosas de ese tipo, pero no llegó. Liberó su cara para mirar a su amigo y lo encontró mirándole con el ceño un poco fruncido. Y entonces le hizo click una idea en la cabeza.

— Ya lo sabías.

¿Cómo se le había pasado? La novia de Theo era muy amiga de Potter.

— Puede ser.

— Y ahora estas esperando a que te pregunte si Potter se lo tomó muy mal.

— Luna está preocupada.

No pudo evitar un escalofrío de culpabilidad.

— ¿Tan mal?

— Harry le dijo que te había contado lo de Suiza.

Cerró los ojos con fuerza.

— Joder. No tiene nada que ver, Theo. De verdad. Ni siquiera sé qué pasó en Suiza. Simplemente me agobie, me conoces, soy así cuando las cosas se ponen intensas

— ¿Intensas?

— Sexo íntimo y dormir abrazados.

— Espera, espera, saliste huyendo porque se puso tierno y no porque estuvo internado en una clínica mental.

— Su salud mental no influye en cómo es en la cama, Theo.

— Y eso es todo lo que te interesa de Harry.

— Aparte de su moto y sus pantalones de cuero, sí.

— Ya —rezongó Theo.

Pese a lo que defendía, al día siguiente no quiso salir. Era incómodo pensar en encontrarse con Potter. Suponía que se enteraría, que Luna le iría con el cuento de que no tenía que ver con que estuviera mejor o peor de la cabeza. Era él, que lo único que quería en la vida en ese momento era divertirse. Mierda, tenía 22 años, estaba en su derecho, ¿no?

El siguiente sábado estaban ya con las celebraciones de Yule, así que no salió. Hizo visitas a amigos y acudió a cenar a casa de sus padres varias veces, así que nos fue de fiesta hasta el 31 de diciembre.

Se emborrachó. Mucho. A partir de medianoche los recuerdos eran inconexos. Había besado a alguien al terminar de sonar las campanadas. Y bailado, mucho. Al despertarse por la mañana, más bien a mediodía, constató dos cosas: tenía una resaca de campeonato e incluso borracho tenía buen gusto para los hombres.

No era capaz de abrir los ojos del todo, pero el tacto le estaba diciendo que el cuerpo pegado a él, roncando sonoramente, estaba muy bien.

Cuando consiguió abrir los ojos del todo, se encontró con piel oscura. Quizá, puede que quizá, algo pequeñito y remoto dentro de él esperaba encontrar una piel más clara y un pelo menos afro.

— Joder, Blaise —consiguió verbalizar antes de salir de la cama.

El durmiente le contestó con un ronquido mientras caminaba hacia la ducha sujetándose la cabeza.

Una poción para la resaca y una ducha después, se fue a la cocina a por un café y allí estaba su amigo lidiando con la cafetera.

— Buenos días.

Blaise se sobresaltó con su saludo y soltó lo que tenía en la mano con un escándalo de metal.

— La madre que te parió, Draco —gruñó apoyándose en el mostrador junto al fregadero, antes de darse la vuelta—. Joder, que mala cara tienes.

Draco gruñó, apartándolo para preparar la cafetera. Cuando empezó a oler a café, sus hombros se relajaron un poco.

— ¿Por qué tú no tienes cara de resaca? —preguntó, tendiéndole una taza.

— Porque no bebí como tú —contestó su amigo, dando un sorbo con una sonrisa—. Y agradécemelo, porque te traje a casa y no me aproveché de ti.

Levantó las cejas, entre sorprendido y dudoso.

— No me mires así, con lo que habías bebido no se te habría levantado, ¿y en serio crees que yo te habría follado estando inconsciente? Hasta yo tengo límites, hombre.

No pudo evitar sonreír ante el gesto indignado de su amigo.

— No recuerdo nada —confesó, dando un largo sorbo.

En la cara oscura apareció una mirada malévola.

— Estas jodido, amigo. Y no de una buena manera.

Abrió mucho los ojos. En su cerebro solo había retazos de risas, bailes y abrazos borrachos. Y un beso.

— ¿A quién besé en las campanadas? —preguntó con un mal presentimiento.

Vale, esa sonrisa le dijo que la había liado muchísimo.

— No puedo creer que no lo recuerdes. Lo enganchaste de la camiseta, murmurando algo sobre pantalones de cuero. Y le besaste bastante más rato que el protocolario.

— Joder —se lamentó, escondiendo la cara entre las manos.

Blaise le dejó revolcarse en su mierda un rato, hasta que acabo por compadecerse. Se levantó para sentarse junto a él y le pasó el brazo por los hombros.

— Creo que te gusta. Después de que se fue lloriqueaste un rato y luego empezaste a beber sin control. —Apretó un poco más el abrazo y Draco apoyó la cabeza en su hombro—. ¿Tan malo sería tener algo con él?

— Él está bien, no es el problema —insistió—. No quiero una relación.

— Pero te gusta.

— ¿Tú lo has visto? Imposible que no le guste a cualquiera.

— Sabes que no estoy preguntando por su físico, Draco.

— No quiero que me guste —respondió bajito.

Su amigo suspiró y apretó un poco más el abrazo. Nadie conocía a Draco como él, los demás solían quedarse en la superficie, también porque él no dejaba ver más allá. Pero Blaise era el que más se le parecía y el que había estado más cerca los últimos años mientras Draco se revelaba contra su padre y su destino de heredero sangrepura. Ambos eran conscientes de que en algún momento la paciencia de Lucius se acabaría y le obligaría a casarse y tener un heredero, así que Draco estaba viviendo a tope en previsión de ese momento.

— Puedo entenderlo, de verdad. Pero anoche se marchó con muy mala cara. Creo que, al menos, le debes explicarle. Y te lo debes a ti mismo, porque después tenías un montón de remordimientos, te lo aseguro.

Blaise se fue a media tarde, después de asegurarse de que comía algo, aunque se sentía el estómago cerrado. Podía no hacerle caso, podía guardar toda esa mierda de culpabilidad en el mismo cajón que había guardado el temor a que su padre le obligara a casarse. Quería hacerlo, seguir con su vida sin esa sensación de malestar en el estómago. Pero no podía.

Miró la repisa de la chimenea, comparando con la de Harry. El también tenía fotos, básicamente de sus amigos. Tomó la foto de Pansy en sus manos. Ella había sido fuerte, había huido cuando sus padres se pusieron pesados con lo de la boda y estaba viviendo su vida en Holanda, sosteniéndose por sus propios medios. La echaba de menos.

Ella le echó valor. ¿Por qué le resultaba a él tan difícil hacer algo como disculparse? Apretó los labios y se obligó a dejar la frotó y meter la mano en el bote de los polvos flu. Al menos intentar llamarle, se dijo.

Se agachó ante la chimenea y echó los polvos, componiendo un gesto muy controlado, pero con el estómago encogido. Pidió con voz clara conectar para una llamada con la dirección de Brighton, esperando en el fondo que Potter estuviera muy enfadado y le diera una excusa para no volver a intentarlo. En un minuto sintió un vuelco al ver aparecer la cara en las llamas.

— ¿Malfoy? —escuchó la voz sorprendida.

— Hola.

Y ya no supo que más decir, se quedó allí, no tenía ningún plan más allá de la llamada. Mierda, Draco, se dijo a sí mismo, por eso no haces cosas sin pensarlas bien primero.

— ¿Querías algo? —preguntó, seguramente mosqueado por su mudez.

Tomó aire y lo soltó, todo de golpe.

— Quería disculparme. No estuvo bien marcharme así y dejarte pensando que era por ti. Y sea lo que sea que hice anoche, quiero disculparme también. Por todo, de verdad, no es por ti, es por mi.

Lo dijo a toda velocidad, tanto que paró de hablar porque literalmente se quedaba sin aire. Se quedó unos segundo en silencio, tan mortificado que le ardían las orejas. La expresión de Harry en la chimenea era de confusión, le pareció, aunque la verdad era que el flu no daba mucho margen para matices.

— Mmmm, vale. Disculpas aceptadas. ¿Querías algo más? Tengo visitas.

Tierra trágame, pensó Draco.

— No, no. Lo siento. Ya está, sí, mejor hablamos otro día, sí, adiós.

Y cortó la comunicación.

— ¿Ese era Draco? —preguntó Nott cuando volvió a sentarse frente a ellos en el sillón.

Harry asintió con la cabeza, todavía confuso.

— Parecía muy nervioso —comentó Luna.

Volvió a asentir. Había sido bastante extraño, la verdad. Pero después de la noche anterior, ya no sabía qué pensar.

— Nos encontramos anoche, coincidimos en el mismo bar.

La pareja le miró, animandole a hablar pero sin presionar.

— No le había visto desde aquel día. Me lo crucé poco antes de las doce y se hizo el loco. Estaba seguro de que me había visto, pero bueno. —Respiró, mirando a la alfombra— Entonces empezaron a sonar las campanadas y de repente lo tenía ahí delante, y no dijo nada, solo esperó a la última y se me enganchó al cuello y me besó.

Nott abrió un poco los ojos y Luna soltó un gritito feliz.

— No es lo que pensais, se notaba que estaba bastante borracho. Y en que acabó, se dio media vuelta y se fue a la barra. Hasta Zabini parecía sorprendido.

— Por eso ha dicho "lo que sea que hice anoche".

— Sí.

— Le gustas —dijo suavemente Luna, levantándose del sofá para sentarse en el brazo de su sillón y tomarle de la mano.

Harry miró a Nott. Desde que había vuelto a Inglaterra, esa curiosa pareja se había convertido en un gran apoyo. No es que Ron y Hermione no estuvieran con él, estaban siempre pendientes, pero Luna y Theo tenían una sensibilidad especial. Con ojos pesarosos, Nott negó con la cabeza.

— Draco no te conviene, Harry. Y de verdad que me gustaría verlo bien acompañado de alguien como tú, pero no está en ese punto. Ahora mismo vive en una huida hacia delante, cree que tiene que apurar la vida porque cualquier día su padre va a decidir casarlo y todo se acabará.

La mano de Luna le dio un apretón, acompañado de una sonrisa débil. Iba a tener que olvidarse de ese día y dejar de salir por Londres. Muchos meses de terapia le habían enseñado a no luchar batallas que no podía ganar. Y claramente los problemas de Draco no eran su batalla.

Quiso preguntare a Theo muchas veces. Sabía perfectamente que su amigo sí estaba en contacto con Potter. Pero su orgullo, bastante tocado desde Año Nuevo, le impedía mostrar ese punto débil que era su interés por Harry. Lo metió todo en un cajón de su mente, con esfuerzo, como cuando intentas guardar un sweater muy grueso y siempre te sobresale algo al cerrar.

Pasó el invierno y no volvió a verlo, asumió que había muchos clubs, no se le ocurrió pensar que directamente Potter le estaba evitando. Estuvo muchas noches en los diferentes cuartos oscuros, cada vez más asqueado y más mecánico, pero sin salir de esa costumbre, asustado de volver a conectar con alguien de verdad.

Una tarde de mayo, mientras tomaba el té con sus padres, supo que era el final de ese espejismo que su padre le había permitido vivir. Entre sorbo y sorbo de té, Lucius puso sobre la mesa el contrato de compromiso. Sintió el suelo fallar bajo sus pies.

— Padre, yo...

— Vas a casarte. Antes de acabar el año.

Miró a su madre, buscando algo, apoyo, socorro, algo, pero ella apartó la mirada.

Horas después, de vuelta a su apartamento, trataba de entender lo que había pasado esa tarde. Había firmado, había sido tan cobarde que había agachado la cabeza y había firmado sin tan siquiera mirar quién era ella. Sentado en el sofá, con la cabeza entre las manos, sintió la ira crecer hasta convertirse en una ola de magia que salió de él, rompiendo cuanto cristal encontró a su paso.