Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer. La historia es completamente mía, queda prohibida cualquier adaptación. Todos los medios de contacto se encuentran en mi perfil.
Se sentía un frio del demonio.
El aire helado paso por mi costado, acariciando la piel de mi espalda hasta llegar a mi cuello, erizando los bellos de mi nuca a la vez.
Mi cabello se bamboleo, provocándome cosquillas en los hombros desnudos. Jale la chaqueta que había traído desde Chicago y me quite en el avión. Metí mis brazos y subí el cierre sobre mi pecho. Era una chaqueta de doble capa, mezclilla oscura y una sudadera gris por dentro, con capucha y muchos botones.
Fruncí el ceño al salir finalmente por las puertas hacia la calle, alegrándome de salir del atestado aeropuerto de Florida. Había mucha gente. Niños, familias completas. Madres con sus hijos y esposos. Gente peleando por los taxis o esperando su Uber.
Pase la mirada por todos ellos por si acaso, solo por si acaso.
No me sorprendió ni un poco no encontrar ni a mi madre ni a Phil esperándome.
Estaba acostumbrada a su impuntualidad. Me alegre en parte por ello. Necesitaba un par de minutos para asentar mis emociones y pensamientos. Seguro que mi madre se retrasó por alguna tontillada, como no encontrar el par de zapatos correcto o perder un pendiente.
A paso decidido me acerque a una pequeña cafetería que se veía lo suficientemente decente en el lugar, dispuesta a tomar un poco de té caliente y tal vez algo de comer. Necesitaba algo de alimento. Algo que le diera un segundo a mi mente.
Al entrar al establecimiento una campana sonó, casi como un signo de bienvenida. La observe por arriba de mi cabeza. Era bonita por lo menos. De un tono dorado y bordes verdes.
Me adelante hasta llegar a una área lo suficientemente cerca del mostrador y alejada de la gente. Esquive a un señor corpulento de gran bigote y de paso escanee toda la estancia.
El ruido no me hacía bien, así como el frio. Tampoco me hacía bien aislarme, según el doctor Peterson, llamado por mí como el doctor P, pero aunque llevara asistiendo a su consultorio no menos de un año, a veces me gustaba saltarme un poco las reglas.
No importa que sea mi terapeuta, ni siquiera él comprendía mucho de lo que sentía o pasaba en mi cabeza.
No tarde mucho en encontrar la mesa perfecta y sentarme.
Era circular, cercana a un ventanal y lo suficientemente alejada, pero sin parecer apartada. Dos sillas la flanqueaban.
Deje mi maleta de lado, tratando de dejarla muy cerca de mí. No estaba para distracciones y tan voluble como me sentía este día, lo que menos que necesitaba era perder mi maleta con todas mis pertenencias. Algo que sería muy típico de mí y de la torpeza que no había logrado eliminar del todo con el pasar del tiempo.
Fue hasta que preste la suficiente atención que capte la presencia de alguien frente a mí.
Al levantar la mirada, una chica bajita y de aspecto grasiento me miraba.
Una mesera.
—Soy J-Jessica. —tartamudeo un poco. Su rostro se volvió escarlata y paso su peso de un pie al otro. No pude evitar recordar a Jessica Stanley, del mismo nombre que la mesera, y su gordo trasero embarazado la última vez que me la tope en Seattle, la última vez que estuve allí. Pero esa era otra historia.
No dije mucho, mientras miraba directamente sus bellos ojos azules. ¿Era retardada o algo así? Por lo menos en algo si se parecía a la Jessica que yo conocía.
Su titubeo me hizo recordar un poco a mí yo adolescente, alejando toda comparación que pudiera existir entre ella y la señora Newton de Forks.
Decidí darle una oportunidad antes de comportarme como una perra.
El mundo lo podía considerar mi buena acción del día.
—Bien, Jess. —el sobrenombre debería ayudar a infundirle un poco de confianza— Fácil. Quiero un té, cualquiera que tengas servirá. Sin azúcar y a temperatura tan caliente como para quemarme la lengua.
—¿Algún… algún —levante una ceja y se esforzó más al hablar— algún s-sabor en especial?
—Me gusta la manzanilla o el limón, pero si no, y como ya mencione antes, cualquier me servirá. —repetí con paciencia esto último.
—C-Corec-cto. —afirmó, tartamudeando de nuevo, y apunto rápidamente en una libreta que traía entre sus manos.
Espere a que terminara y continúe. No la quería poner más nerviosa.
Se cortes, Bella. Se cortes. Me repetí mentalmente.
—Ahora, dime qué tipo de postres tienes para acompañar mi té.
Moví levemente el mentón, cediéndole la palabra.
—Macarrones de chocolate, red velvet whoopie pies, scones de chocochip, tartaleta de ricotta y maracuyá, tartas de manzana con natilla, brownie clásico… —comenzó a recitar precipitadamente.
La detuve antes de que siguiera parloteando. ¿Olvide decir lo mucho que también me estresa la gente que habla demasiado? Noto mi exasperación y dejo de hablar, una gota de sudor bajo por el costado de su sien y la limpio rápidamente. Se le veía casi verde.
Por Dios, ¿pero qué le pasa a esta chica?
Mi paciencia disminuyo a menos diez.
—Está bien, está bien. Con un brawnie clásico estaré bien. —me conformaría con lo que fuera con tal de perderla de vista.
—¿E-Eso e-es to-od-do? —y ella volvía a tartamudear, otra vez.
—Es todo. —dije simplemente.
Supuse que mi misión de no portarme como una perra fallo.
Dio media vuelta y se marchó, con la cabeza baja y entre tropezones. La compadezco. Esa debilidad que dejaba salir por los poros que conformaban cada parte de su piel… seria su ruina. Regla universal de vida: trata de nunca mostrar tu bondad en un mundo de mierda donde todos se aprovechan de todos.
Suspire y dirigí mi mirada al otro lado de la cafetería. Un chico a mi derecha, no mucho mayor a unos dieciséis o dieciocho años, me observaba desde el otro lado.
Era desgarbado, delgado y de tez muy blanca. Me fulminaba con sus ojos topacio. Alce una ceja, así que la señorita Jessica tartamudeosa y sudorosa tenía un admirador.
Le sostuve la mirada hasta que se giró sobre su silla, dándome la espalda y metiendo su nariz en las hojas de un gigantesco libro.
El frio color de mis ojos solía hacerle eso a la gente sin necesidad de palabras. Fácilmente recordé a mi padre, Charlie siempre solía mencionar, en las ocasiones en las que teníamos la oportunidad de convivir, lo rara que era mi mirada. Toda calidez ahora era inexistente y la mirada chocolate que antes cautivaba a las personas, ahora las hacia titubear.
Tal vez por eso existían personas que decían que los ojos son las puertas al alma. El vacío y la frialdad que la gente veía en la mía… era solo un reflejo del estado de la misma.
A mis casi veintidós años, mi genio no mejoraba mucho día a día. Al contrario, empeoraba.
Sobre todo en aquellas épocas en el año.
Octubre. Noviembre. Diciembre.
Entonces y mientras esos meses hacían acto de presencia, el agujero se volvía a abrir en mi pecho, profundo y oscuro.
Con el dolor, la depresión, la rabia y las pesadillas regresando en todo su esplendor.
Razón número uno por la que vine a Florida. Un lugar sin recuerdos y limpio. Un refugio en el que podía llegar para lamer mis heridas, mientras estas sangraban. Todos los años desde mi accidente, venía a visitar a mi madre por un par de semanas. Usaba los días para olvidarme de mi pasado, para divertirme un poco y hacer de cuenta que nunca tome la estúpida decisión de mudarme a Forks cuando mama se casó con Phil.
No pude evitar bajar la mirada a mis muñecas, más como un acto reflejo.
Ambas cubiertas con mi chaqueta de mezclilla oscura hasta los nudillos.
Cerré los ojos antes de atreverme a pasar los dedos por la piel de mi muñeca izquierda, sintiendo los bordes arrugados de mi pálida piel.
La cicatriz barría toda mi muñeca, desde el inicio de la palma hasta el codo. Un corte largo y fino, lo suficientemente profundo para desmayarme rápido. Una muerte tranquila, pero aquello nunca sucedió.
El repiqueo de mi celular me trajo a la realidad, haciéndome brincar en mi asiento.
Rápido, me levante un poco, sacándolo de mis jens. El nombre de Charlie brillo en la pantalla. Cualquiera dirían que le llame con el pensamiento pero no, eran las cuatro de la tarde. Charlie me llamaba a diario, lo ha hecho por los últimos tres años consecutivos. Tres veces al día. No conteste la llamada que me hizo antes de subir al avión.
Pase mi pulgar por su nombre.
Si le contestaba ahora, de todos modos me daría la charla. Y yo me enojaría, diría algo de lo que me arrepentiría y luego tendría que escucharle derramar todas sus palabras compasivas sobre mí.
Me parecía irritante que todavía no pudiera superarlo.
Era como si necesitara asegurarse que seguía viva, sobreviviendo al dolor. Pero supongo que así sucede cuando eres padre o madre. ¿Cómo te repones a que tu hijo se quiera morir?¿De la insistencia por tu mente de asegurarse que no estaba en alguna habitación de hotel, con un frasco de pastillas para dormir en mi estómago y las muñecas cortadas?
Otra vez.
No importaba que, y a pesar de lo que él pudiera sentir, no deseaba pasar por lo mismo otro año más. Comenzaba a sentirme cansada de su necesidad de sobreprotección y control sobre mi vida. Desvié la llamada y me encargue de enviarle un mensaje rápido, claro y conciso. Debía ser suficiente por lo menos. Eso esperaba. Durante un tiempo.
Escribí a través de la pantalla:
"Estoy bien, no hay nada de lo que preocuparse. Llámame cuando este en Chicago de vuelta, ahora mismo estoy en Florida. Sabes lo que eso significa". Bella.
Si conocía lo suficiente bien a Charlie, no volvería a saber de él hasta que regresara a casa. Podía tomarse un descanso de lo que representaba tener una hija como yo. Con un par de movimientos en mi celular le mande otro mensaje a mi madre, dándole la dirección de donde me encontraba y en que mesa. No recibí respuesta alguna, pero supuse que si ella no lo leía, Phil lo haría.
Recordé que tenía que avisarle al doctor P que ya había llegado a Florida y le mande un mensaje a su número de emergencia profesional también. Me respondió rápido, demasiado rápido a decir verdad.
"Cuando quieras podemos agenda tu terapia por video llamada, Bella. Asegurarte de pensarlo bien". DP.
Le ignore, luego pensaría en ello.
Navegue un rato por Facebook y me aburrí, me metí a Instagram y revise las ultimas notificaciones, mi perfil personal se mantenía en silencio, con pocas interacciones. Le di me gusta a una fotografía de Ben y Ángela en su luna de miel, creando una nota mental para llamarla cuando regresara de su viaje.
Guarde el celular de nuevo y mire a mí alrededor.
Las paredes estaban un poco roídas y llenas de humedad. Había mesas color crema con asientos rojos. El mostrador quedaba justo en frente de mí, con una larga barra recorriendo de un extremo a otro el local, con muchos bancos alineados a la par de esta.
Me hizo recordar a la cafetería de Forks. La habían remodelado hacia un año. Lucía bonita por las fotos que mi padre me había enviado. Sue hizo un excelente trabajo.
Casi pude ver a mi padre, sobre la barra con su característico uniforme de policía, comiendo una hamburguesa. O quizás no. Se supone que tenía órdenes estrictas de mantener una buena dieta.
Hice otra nota mental de llamarle en la semana a su nutrióloga para verificar. Me mordí el labio, y algo temerosa de olvidarlo, le mande un mensaje a B.
"No importa que, Bree. Recuérdame llamar a la nutrióloga de Charlie y también de llamar a Ángela cuando vuelva de su luna de miel". Bella.
Respondió enseguida.
"Anotado, jefa". B.
Buena chica.
Mi padre seguiría siendo mi padre y procuraba cuidarlo, aunque estaba casi segura que Sue lo mantenía en cintura.
Imagine su dolor al leer mi mensaje que le envíe minutos antes y su consternación al saber que estoy en Florida. Sé lo duro es para él saber que prefería venir aquí antes que a Forks. Sin embargo, su dolor quedaba sepultado cuando la sola idea de volver a aquel lluvioso lugar llegaba a mi cabeza. Por más que amara a Charlie, nada me valía para volver a Forks, ni siquiera a Washington. Odio Forks y no me siento nada tímida a la hora de decirlo abiertamente. Él lo sabe. Forks es, aparte de mí, la única prueba viviente de mi debilidad y el paso de Edward Cullen por mi vida.
Y no estaría dispuesta a volver, aun si alguien pusiera una pistola en mi cabeza. Primero prefería morir.
Aquel lugar solo podía tener una descripción para mí.
Mi infierno personal.
Tan mágico que me enamore, inocente y confiada, y tan cruel como para quitarme lo que un día ame, poniéndome sobre el piso mientras el fuego consumía el hielo, arrasando con mi vida por competo.
Un carraspeo me saco de mis pensamientos.
Renne y Phil tomaron asiento. Había estado tan concentrada en mi mente que no los note llegar. Intente esconder mis pensamientos en el rincón más alejado de mi mente y les sonreí de manera forzada. Estoy segura de que la sonrisa no llego a mis ojos. No lo hacia desde hace mucho en realidad.
—Bella… —mi madre apenas toco mi mano sobre la mesa. Agradecí aquel gesto, el contacto físico no era algo que aun pudiera soportar, ni siquiera de mis progenitores.
—Hola, mamá.
—Lamento la tardanza.
—No importa. He pedido algo. En cuanto me lo traigan, podemos marcharnos. —conté mentalmente hasta diez, antes de retirar mi mano.
Mi madre esbozo una sonrisa triste, retirando la suya también. Phil la atrajo hacia su cuerpo, cubriendo su mano y llevándosela hacia los labios. Un pequeño gesto de consuelo.
Le di una pequeña sonrisa de agradecimiento.
—Hola, Phil.
Sus azules ojos bailaron con diversión.
—Hola, Bella. Es bueno verte. Te ves muy bien, chica.
Me gustaba que me llamara "chica".
—Hago lo que puedo. Tu también te ves bien. —cabeceé un poco, apuntando a su rostro— Me gusta el bigote.
—Es lindo. A tu madre le gusta también. —me guiño un ojo, mientras mi madre soltaba una risita tonta.
Era bueno verle también.
Phil representaba la calma entre mi madre y yo, actuando de intermediario cuando las cosas se ponían demasiado pesadas y ambas, mucho más yo, perdíamos en control. Lo que pasaba muy a menudo debido a la excesiva necesidad de Renne por asegurarse que todo iba bien conmigo y cualquier cosa que me rodeara. Si fuera una competencia de padres excesivos, posesivos y controladores, Renne le daba una patada en el trasero a Charlie.
—Ya lo creo. ¿Cómo ha estado todo por aquí desde que me fui?
—Nada del otro mundo, las cosas comunes. Sol, playa, calor, trabajo. —me guiño un ojo juguetonamente— Tal vez puedas acompañarme un día de estos a algunos entrenamientos, los chicos se mueren por verte. El pequeño Ethan pregunta mucho por ti.
El pequeño Ethan. Con su metro y diez, sus cabello de un profundo café oscuro, casi igual al mío, unos ojos tremendamente azules y ese increíble talento que tenía para jugar futbol.
Disfrutaría ver su reacción cuando me viera.
—Tal vez vaya si prometes no romperme el trasero.
—¡Bella! —Renne me riño.
—¿Qué? —dije con total inocencia— Tu marido no tiene piedad de mí y mi poca coordinación.
Phil se rio.
—Estoy seguro que los chicos serán capaces de abandonarme por defenderte.
Asentí, tratando de ignorar el revoloteo que nació en mi corazón ante la mención de aquellos chiquillos. Esos niños eran los únicos capaces de plantarme una sonrisa en el rostro por un día completo. Una verdadera sonrisa. Una de esas que casi me llegaba a los ojos. Casi.
—Tal vez.
—¿Qué tal el trabajo? —pregunto él.
—Va bien. —me encogí de hombros, restándole importancia.
—¿Bree se ha quedado a cargo de todo? —mi madre pregunto suspicaz.
No dejaría que el tono de su pregunta arruinara mi apenas mejorado humor, así que simplemente respondí.
—Sí.
—Sigue sin gustarme.
—Mamá. No te tiene que gustar. —le respondí. Me sacaba de mis casillas que hablara de B. Ni siquiera le conocía— Es mi mano derecha, mi asistente. Me debe gustar a mí, no a ti.
—Si tú lo dices. —hizo un mohín.
Phil intervino.
—Creo que es suficiente, cariño.
—No creo que…
Mi té llego en ese momento, cortando la siguiente frase de mi madre. Jessica pareció estar menos nerviosa cuando vio a más personas alrededor de la mesa.
—Gracias. —dije. Tome la taza entre mis manos, mientras le daba un sorbo.
Me sentí un poco confundida cuando levante el rostro y Jessica seguir estando parada en el mismo lugar. Fruncí el ceño cuando se mordió el labio.
—¿Algo más? —pregunte.
Unilateralmente, mi madre no pudo mantener la boca cerrada y termino de decir lo que iba a decir justo antes de que llegara Jessica.
—No puedo creer que confié más en esa chiquilla que en nosotros.
Una llamarada de molestia llego a mí.
Jessica titubeo un poco más por un minuto, lo que hizo que mi paciencia se terminara por acabar.
—Solo, quería saber s-si…
—Esfúmate.
Abrió los ojos sorprendida y se sonrojo de cabeza a pies.
Sus antes azules ojos, tomaron una tonalidad gris, en tanto se le llenaban de lágrimas. Un sollozo salió de sus labios, mientras acuñaba algo en su pecho y salía corriendo.
Ignore las miradas de todos en la cafetería, incluyendo la de Renne y Phil. Y ahí va mi buen humor, yéndose por el retrete.
—Ella solo quería que le firmaras el cuadernillo.
—Y yo solo quiero que dejes de joder a B. La vida no es siempre como quieres.
Renne rompió con mi escena.
—Ni siquiera le conoces lo suficiente, Bella.
—Basta. Termínalo.
—MD es una parte importante de tu vida… solo no logro comprender como puedes dejarle a esa chiquilla todo el esfuerzo de tu trabajo.
—Hablas como si B pudiera hacer algo contra MD. Por favor, Renne. —resople.
—Pasas más tiempo con ella que con tu familia.
No me esforcé en levantar la mirada. No necesitaba ver su mirada de reproche o de excesiva comprensión o de lastima, las que casi siempre dirigía hacia mí.
Pique un poco de mi brownie antes de responderle:
—No, soy Isabella Swan. MD queda fuera de mi vida. Odio que la gente me pida firmar ese maldito cuadernillo y odio estar aquí sentada y tener que aguantar que una niñata estúpida me mire como si fuera el sol por las mañanas que ilumina sus días…
—Bella…
No la deje terminar y continúe hablando.
—… como también odio que me trates como una estúpida y que pretendas manejar mi vida, inclusive si se trata de mis empleados. B es importante, porque gracias a ella he podido sacar adelante a MD, no es una chiquilla y es una mujer hecha y derecha, igual que yo. Es estúpido que siquiera la menciones cuando no la conoces. Yo podría reclamarte algunas cosas también, si es que tienes ganas de discutir. —me recargue en el asiento, cruzando los brazos y lanzándole una mirada furiosa. Phil, a su lado se estremeció, debió anticipar lo que venía: un ataque de mi lengua viperina— ¿Qué tal el hecho de que no puedes siquiera tomarte el tiempo de venir a recogerme a tiempo? Sigues siendo una madre de mierda, Renne.
El rostro de mi madre se crispo.
—Sé que no quisiste decir eso, cariño. —cerro los ojos y su boca formo una línea recta.
—Fue exactamente lo que quise decir.
—Es el dolor hablando.
—¡Tú no sabes nada! ¡Y mi dolor, no tiene nada que ver aquí!
—Sé lo suficiente como para saber que esta no eres tú, no eres la que está hablando realmente. Está bien, admito que no debí hablar de B, lo lamento.
Me reí de verdad, justo frente a su cara. ¿En serio? Incluso deje salir una carcajada.
—No eres distinta a Charlie, creyendo que algún día mejorare y usando mis problemas de excusa ante cualquier discusión. Creyendo que el dolor es el culpable de que yo sea así. Bueno, les tengo una noticia. Soy así. Esta persona soy yo. Y si esperan que vuelva a ser la niñata que fui hace tres años entonces les recomiendo que vayan resignándose porque ella está muerta.
Renne intento tomarme del brazo cuando me levante. Mi rápido movimiento provoco que lo poco que quedaba de té, la taza y el plato con el brownie callera al piso.
Me zafe de su agarre fácilmente, tomando mi maleta y saliendo furiosa de la cafetería.
Lo que me faltaba, ahora ni siquiera Florida era un lugar seguro.
Desee con todo mi corazón poder desaparecer.
Por primera vez en tres años, venir a Florida se sintió como un error. Tal vez estaba a tiempo de llamar a Bree y pedirle que me buscara un vuelo de regreso a Chicago.
¡Bienvenidas!, no estés nerviosa, no estés nerviosa, me repito a mí misma, pero es casi imposible no estarlo. Hace tanto que no publicaba una nueva historia. En FF ya llevo un año, año que le he dedicado completamente a Volviendo a ti, mis esfuerzos por completo enfocados en sacar adelante a mi pequeño bebé y hasta hace unos meses me dije: ¿Qué demonios estamos esperando para dejar salir una nueva historia de esta cabecita loca mía? Y aquí estamos. ¿Qué tal esta Bella, sus cambios de humor y esa nueva lengua viperina? En tres años, muchas cosas pueden pasar y claramente han sucedido. Poco queda de la antigua Bella, ¿ustedes que creen? Déjenme saber sus primeras impresiones de este capítulo y los detalles que pudieron captar. Espero que la disfruten tanto como yo disfrute escribiéndola.
Las leo en sus reviews siempre y no lo olviden: #DejarUnReviewNoCuestaNada.
—Ariam. R.
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