Dubai, Emiratos Árabes Unidos.
Para evitar cualquier situación, Karl había decidido pedir ayuda de los dos compañeros con los que más había congeniado: Stefan Levin y Sho Shunko. Situación contraproducente, pues... ¿no sería peor encontrar a tres estrellas del fútbol mundial saliendo de la habitación de una chica que a uno solo? Pero el Kaiser, según él, jamás se equivocaba.
-Si llegara a salir en alguna revista con el título de botinera, ¿qué debería hacerte?- Le dijo ella, mientras el futbolista miraba la bella ciudad por el balcón y, de paso, ojeaba que llegara el auto de su compañero.
-No va a pasar nada. Además, aún con esto puesto soy fácilmente reconocible.
-Te dije que podía hacerte unas trencitas.
-¡No soy tu muñeco!- Exclamó, molesto, haciéndola reír. -Ahí está Sho.
-Pese al momento... siempre quise conocer a Sho Shunko y a Stefan Levin.- Sonrió Azula. Karl la miró con una ceja enarcada. -Especialmente a Sho. Me encanta su manera de jugar, tan... ¿agresivo?
Soltó una risa burlona.
-Es tu día de suerte.
-Mi interés es meramente futbolístico, Karl Heinz Schneider.- Dijo, ofendida.
-¿Alguien dijo que no?
-Me fastidia tu actitud altanera.
-Debiste dejarme en el lodo.- Le sonrió.
Unos cuántos minutos después, en la puerta sonó un golpeteo. No se oía barullo alguno, por lo que pareciera que los futbolistas no tuvieron ningún problema en llegar a la habitación.
-Seguramente ellos optaron por un outfit un tanto más adecuado para escabullirse.- Le dijo Schneider a la joven, mientras se dirigía a abrir la puerta. Al hacerlo, vieron al chino y al sueco llevando ambos unos lentes negros, una gorra negra y las respectivas camperas y pantalones de su club. El alemán frunció el seño.
-Si... Creo que son el Equipo Rocket.- Murmuró ella, asomándose. El Kaiser soltó la risa al fin.
-Vaya, casi que no los reconozco.- Les sonrió, irónico, dándoles el paso.
-Te dije que no saliéramos con las ropas del Bayern.- Dijo Stefan a Sho.
-¿Acaso nos reconocieron?
-No, pero...
-Seguro que intentaron usar el atuendo que menos creería la gente que usarían para salir de su hotel.- Apareció Azula, sonriendo. Sho le levantó el pulgar.
-Gracias por eso. Ninguno de ellos se hubiese percatado jamás de mi intención.- Sonrió el chino, abrazándola de lado.
-Estaba siendo sarcástica.- Le dijo Karl.
-A propósito, ¿cuál es tu nombre?
-Sho, no la molestes.- Suspiró Stefan.
-Azula.- La chica sonrió maravillada. ¡No siempre se podía tener a tres de los mejores futbolistas del mundo frente a una! -Estoy entre pedirles autógrafos, fotos o encerrarlos en el baño a los tres.
-Ella es una de los pocos hinchas de Boca que vinieron.- Se burló el capitán del Bayern. Azula lo miró horrible.
-Bueno... ¡perdón por ser de un país tercermundista!
-He oído de mujeres argentinas de clase media que se han casado con futbolistas de elite y se han vuelto millonarias por eso.- Dijo Sho, con la doble intención a flote. -La oportunidad está.
-Ya, ya, casanova.- Karl lo tomó del cuello de su campera, alejándolo de la muchacha. Entonces colocó sus manos en su cadera, con fastidio. -Enfoquémosnos en lo importante: ¿cómo saldremos de aquí sin ser vistos? Sin peinados ridículos.- Dijo al final, al ver que Azula quiso abrir la boca.
-Nosotros subimos muy bien, sin ningún problema.- Levin se cruzó de brazos.
-Quizás fué suerte.- Schneider frunció su seño, mirando a la chica a su lado.
-¿Qué?
-Aunque... creo que es una buena idea.- Musitó. Ella enarcó una ceja y los otros dos se miraron confusos. -Sho, debes deshacerte de tu cola de caballo y ambos de sus flequillos.
-¡No voy a cortarme el pelo!- El chino se indignó.
-¡No, pedazo de estúpido! ¡Hablo de un cambio de look! Al menos hasta llegar de nuevo a nuestras habitaciones.
-Y... ¿cómo haremos eso?- Quiso saber Stefan. Karl sonrió hacia la chica, quien se señaló.
-¿Yo?
-"¿Yo?" ¡Sí, tú! ¡Tú fuiste la de la idea!
-¡Yo solo dije de hacerte trencitas! Y fué un chiste.- Hizo un mohín.
-¡Perfecto! Si eres peinadora, sabrás hacer algo más.
-¡Hacer trencitas no es ser peinadora!- Exclamó.
-Solo procura que no parezcamos nosotros mismos.- Le sonrió Sho, sentándose en la cama y quitándose la gorra. Stefan suspiró e hizo lo mismo. Al ver la duda en ella, continuó. -Anda, lo harás bien. Confiamos en ti.
-Habla por ti.- Murmuró Stefan, recibiendo un seño fruncido de la chica de ojos caoba. -Lo siento.
Azula miró a Schneider.
-¿Y vos?
-Yo no tengo un cabello fácilmente reconocible.- Sonrió victorioso, para luego empujarla hacia sus amigos. -Anda, haz tu magia.
Con sumo pesar, la chica inició por el sueco, percatándose de lo lacio e increíble que tenía el cabello.
-¿Por qué yo no tengo en pelo así?- Bufó. -¡Injusticia!
-No es algo tan genial como parece.- Sonrió él, apenado. -Intenta peinarlo, verás que no obedece.
-Oye.- Sho agravó la voz, celoso.
-No tenemos todo el día.- Se quejó Karl. Ella volteó.
-¡Entonces hacelo vos, Schlammjunge!
El alemán frunció horrible el seño.
-¿Schlammjunge?- Preguntó Stefan, al tiempo en que ella simplemente atrapaba su cabello dentro de la gorra.
-No se me permite hablar del suceso.- Se mofó ella, entre dientes. Entonces pasó con Sho.
-Muy bien.- El chino sonrió ante la cercanía del pecho de ella en su cara. Por tal, Azula le tironeó su cola de caballo. -Auch.
-Quedate quieto.
-Bien, bien, cerraré los ojos.- Lo hizo. -Solo... tus caricias me dan sueño. Son muy relajantes.- Sonrió, dejándose.
-No son caricias, está ayudándonos a salir de aquí. ¿Podrías evitar acosarla?- Le dijo Stefan, molesto.
-No la acoso. Además, ella no parece molesta.
-Sho Shunko, una palabra más y vas a volar por la ventana.- Susurró ella, haciéndolo reír. Tomó su cabello negro e hizo lo mismo que con Stefan. Algo sencillo, pero que generaba un buen cambio en ellos. Shunko se colocó sus lentes. -¿Ahora parezco otra persona?
-Pareces un estúpido.- Respondió Karl.
-Es tu culpa. Te hubieces ido solo, llorón. ¿Por qué tenías que arrastrarlos?- Prostestó Azula.
-¡Porque ellos son mis amigos!
-Es cierto.- Asintió Sho.
-Si es así, ¿en dónde estaban ayer cuando él estaba solo y triste y con el corazón roto como un vagabundo?- Azula sonó un tanto dura, logrando que ellos se mirasen entre sí, con cierta culpa. Claramente sabían las cosas por las que su capitán estaba pasando, pero prefirieron creer en él y su fuerza interior.
-¿Realmente la pasaste mal ayer?- Preguntó Stefan, con pena, al ver la nula reacción de su amigo. -Lo siento, es mi culpa, yo fuí el de la idea.
-La joda loca y descontrolada no es la cura para un corazón roto.- Les dijo ella. -¡Mucho menos estando solo!
-Creímos que él podría con eso.- Se excusó Shunko. -Él... Él parecía estar bien cuando lo dejamos allí.
-Ya, deja de regañarlos. Fuí yo el causante del problema.- Habló finalmente Karl. -Creo que me tomé muy en serio eso de "eres el Kaiser de Alemania, no puedes sufrir por amor". Pero lo hago.- Sonrió con pena al final, encogiéndose de hombros.
-Creo que necesitás desahogarte, y no precisamente emborrachándote en un boliche, solo como loco malo, Schneider.- Le dijo Azula, con el mayor tacto posible. -Acá tenés a estos dos que se ve que confiás. Hablá con ellos. Probablemente te sientas un poco más alivianado para el partido. Ya te dije: quiero que le ganemos al mejor Bayern Munich, no al Bayern Munich del capitán depresivo.
-Supongo que tienes razón. Gracias.
-¿Cuál gracias? Evitá tus Fire Shoot mañana.- Se rió.
-Es más: te los dedicaré.- La sonrisa triste del Kaiser se volvió una combativa. -¡Haré un triplete y te lo dedicaré a ti, la que me sacó de la miseria!
-La que te sacó del barro.- Se carcajeó. Stefan y Sho se sorprendieron y se unieron a la risa.
-¡Ahora entiendo eso de Schlammjunge!- Exclamó un alegre Sho.
-¡Bueno, bueno, que eso no es nada divertido!- Karl se ofendió ante las burlas. -¿Qué hubiese pasado si alguien, que no fuera ella, me encontraba?
-Hubieses sido el Hazmerreír de Alemania, más que el Kaiser.- Respondió Azula. Karl la miró feo.
-Tu padre te hubiera enviado a la décimoquinta división del Bayern.- Dijo Stefan, con cara aterrada.
-Entre otras cosas.- Agregó el chino. Schneider sudó frío. ¡Vaya que había tenido un Dios aparte esta madrugada!
-Una vez más: te lo agradezco.- Le dijo el alemán a la argentina, quien sonrió. -Por favor, acepta a este humilde astro chino como muestra de mi agradecimiento.- Empujó a su compañero hacia ella, quien la atrapó en un abrazo.
-Que de humilde no tiene nada.- Agregó Levin, divertido con la escena. -Sho siempre dijo que le fascinaban las latinas.
-¡¿Y yo qué culpa tengo?!- Bufó ella, intentando safarse del agarre.
-¿Recuerdas a Pepe Le Pew?- Le preguntó Schneider a Levin, quien rió.
