Advertencias: BL (chico x chico), lemon (sexo explícito), incesto (relación intrafamiliar).


Que te quiero al revés, si me miras de usted.
A veces tus propias mentiras son buenas razones en las que creer.
¿No ves que el mundo a veces, por un segundo, deja de ser absurdo, si en medio estamos tú y yo?

El mundo, Love of Lesbian.


PoV Milo

Me sorprendió que al llegar a casa la llave no funcionara. Miré alrededor buscando alguna señal, pero nada parecía haber cambiado en mis cinco años de ausencia en España. Por el estado de la fachada, al menos sabía que la propiedad de nuestros padres no estaba abandonada.

Descorazonado, me fui a la playa donde solíamos pasear como familia y esperé a que el sol se pusiera. Quería regañarte por no haber contestado nunca a mis mensajes, si no era una emergencia, y esa era una escena que no te quería dar en tu trabajo.

No. Nuestro reencuentro tendría que ser sin nada de público si quería un final divertido.

Sonreí al llegar y ver las luces encendidas esta vez. Apreté una pequeña cajita en el interior de mi chaqueta, toqué el timbre y un ligero alboroto se escuchó en el interior. El miedo de que una voz extraña me recibiera apareció, así que sujeté una de mis maletas con más fuerza y dejé de contener el aliento cuando el que apareció fuiste tú.

—Milo. ¿Qué haces aquí? —me dolió verte confundido en lugar de feliz.

—Yo también vivo aquí —meneé las llaves en tu cara—. "Alguien" cambió la chapa —canturreé. Tú diste una sonrisa de medio lado y me dejaste pasar.

—¿Cómo estuvo tu viaje?

—Bien —dejé mi equipaje en la sala y acomodé mi cabello—. Y tú, ¿cómo has estado?

Sin reparar en mí, te fuiste a tirar en un sillón que no identifiqué.

—Sin novedad en el frente.

No pude resistir el impulso de averiguar qué otras cosas habían cambiado. Los muebles que no habían sido reemplazados estaban en otro sitio, a excepción por el frutero con tus amadas manzanas. Tú te veías notablemente más viejo y cansado. Por eso odio las barbas.

—Siéntate. Debiste avisarme que venías, habría ido por ti al aeropuerto.

—Si nunca me contestas —diste un suspiro pesado—. ¿Todavía tengo recámara?

—Por supuesto que sí, esta es tu casa. Siéntate, me estás poniendo de malas —te obedecí a regañadientes—. ¿Y qué noticias me tienes? ¿Cuánto piensas quedarte?

No creí lo que escuché. Te había extrañado horrores, ¿y ese era el recibimiento que me dabas?

—¿Cuánto pienso quedarme?

—Sí, de seguro tienes un montón de ofertas lejos de aquí. Planes. Una pareja.

—¿Volviste a beber?

—No. Estoy más sobrio que nunca —negaste con la cabeza y bajaste la cara—. Bien. Si no te irás, ¿cuáles son tus órdenes? —volví a ponerme de pie para acercarme a ti, pero tú hiciste lo mismo para alejarme—. Te dije que te sentaras. Si no vas a hacerlo me iré a dormir —soltaste autoritario y dejaste la sala.

—¿Qué, ya no te sirvo porque soy un adulto?

Te detuviste por medio segundo y seguiste subiendo las escaleras.

—Buenas noches.

Tus pasos pesados se clavaron en mis oídos. ¿Qué había sido todo eso? No eras el Kardia con quién había soñado reunirme todos estos años.

Volví a fijarme en la sala buscando algo conocido y me confortó ver que las fotos familiares seguían ahí. Pero no estaban las de nosotros dos solos. Me sentí extraño. Subí corriendo al siguiente piso y me topé con que tu puerta estaba cerrada. Desgarré mi garganta exigiendo que me abrieras, hasta que me rendí y fui a mi habitación.

Todo lo que faltaba estaba ahí, cada pared estaba cubierta con nuestros recuerdos empolvados, como si nadie hubiera entrado en años. Moví los muebles más grandes y, cuando acepté que sería imposible despejar mi cama por esa noche, salí azotando la puerta y me acomodé en la sala.

En otro momento, si no fueras mi hermano, me hubiera largado; lo deseaba. Pero la preocupación de saber qué te había pasado me carcomía.

En medio de la incomodidad y el insomnio, te escuché bajar a la cocina. Te alcancé y me pareció que estabas a punto de irte.

—Rentaré un cuarto de un amigo, no está lejos de aquí. Te quedas en tu casa —me mostraste un juego de llaves que dejaste sobre la mesa—. Cuando sepas lo que vas a hacer me mandas mensaje. Hay comida en la nevera.

Te bloqueé la salida. Tenía tantas ganas de gritarte "Te extrañé. Idiota", pero volver a detectar tu aroma combinado con tu colonia me hizo enmudecer.

—Quítate, Milo. Estorbas.

—¿Siempre te estorbé? ¿Qué es esto? Ahora ya eres libre de mí y de vivir tu vida, ¿es eso?

—Estoy cansado. Yo sí tengo trabajo mañana. Hablamos luego, ¿de acuerdo? Ahora, hazte a un lado —tomaste mi hombro, pero ni por nada del mundo iba a moverme.

No sé qué vieron tus ojos en mi cara, que de repente toda tu fachada de veterano duro y honorable se derrumbó, y me apretaste tan fuerte que creí que desprenderías mi brazo del torso.

—Milo, te lo advierto. Muévete.

—No —ahogué el dolor de mi corazón y de mi hombro, y me clavé al piso a pesar de tu sonrisa amenazante.

Te agarraste el pecho y entonces supe que había llegado muy lejos. Contrariado, te llevé hacia el sillón para que lograras recuperar el aliento.

—¿Dónde está tu medicina?

—En la bolsa del costado de la mochila.

Corrí hacia el escueto equipaje que habías improvisado y te acerqué el frasco con un vaso de agua. Te tragaste las pastillas en menos de un segundo como si fueran caramelos y me dejaste con la bebida en la mano.

Esperamos a que volvieras a la normalidad y por fin pude relajarme un poco.

—Lo lamento.

—No te disculpes. Tú no tienes nada de qué disculparte.

—Debí avisarte que estaba en camino.

—No. Esta es tu casa. Me mudaré en cuanto encuentre un departamento.

—Esta también es tu casa.

—Ya lo arreglé con el abogado. Mi renuncia está hecha. Espero que te guste la remodelación. Intenté que fuera a tu estilo.

—Kardia —quise acercarme, pero tú me alejaste con tu brazo—. ¿Por qué?

—Ya fue suficiente, Milo.

Frustrado, jalé tu brazo hacia mí hasta que logré capturar tu boca. No respondiste al principio, pero tus esfuerzos por alejarme no me resistieron. Al poco tiempo ya te estaba jalando sobre mí y recibiendo tu lengua; mientras tú me raspabas con tu barba; mordiendo y succionando la piel que ya había perdido tus marcas desde hacía tanto.

Con una fuerza feroz me pusiste de cara contra el asiento del sillón y me bajaste los pantalones. Yo me removí ansioso por lo que venía. Me estremeció sentir tus gruesas y hábiles manos sobre y dentro de mí, hasta que en corto te diste cuenta del aparato que estaba en mi interior. Lo retiraste mientras te escuché masturbarte y agregar un poco de saliva a la mezcla. Te acercaste, lamiste mi cuello y alzaste mi cadera. Nuestros gruñidos se mezclaron cuando nuestros cuerpos se reconocieron y empezaste a clavarte en mí como un animal hambriento reclamando su territorio.

Fue tan nuevo. Antes siempre habías sido tierno, un poco brusco, pero amoroso. Ahora parecías una bestia salvaje que disfrutaba con deshacerme por dentro. Me corrí antes que tú, y me empujaste y me comprimiste contra el respaldo. Sentí todo tu peso y tu gruesa resolución en mi espalda, hasta que mi abdomen se llenó de nuevo con tu esencia.

Antes de que cantara victoria, te levantaste. Te vestiste. Tomaste tus cosas y dejaste la casa.

Entumecido. Temblando, y totalmente confundido, me limpié y, dolido, volví a vestirme.

Me partió ver las marcas de lágrimas en la carta que dejaste junto a las llaves, más que el contenido.

—¿Pero qué fue lo que hice?

Por primera vez, temí que jamás volvería a verte; a pesar de que antes de irme juraste que sólo muerto dejaría de arder tu corazón por mí.

No sabía qué era exactamente lo que había hecho mal, si me querías lejos o me querías cerca. Miré alrededor y me sentí hasta repudiado por la misma casa. El hogar que una vez consideré mi refugio del mundo, que lo era porque ahí estabas tú, estaba tapado por un cruel disfraz de mentira. Aunque, para tu desgracia, no está en mi naturaleza aceptar ninguna imposición.

No sabía cómo iba a recuperarlo todo. Fue mi cuerpo el que empezó a mover y arrastrar, como intentando encontrarle algún sentido a la decoración, aparte de ser una simple pero eficiente autodefensa. Corrí a mi cuarto y como pude jalé hasta el pasillo el sillón. Nuestro sillón. MI sillón. No me podrías devolver mi virginidad ni aún quemando las naves que nos transportaron al placer de nuestra unión. No lo permitiría. Y tú, con tu débil resolución de ocultar el pasado en vez de destruirlo, me gritaste en silencio que tampoco lo querías.

Parecía hasta cruel que mi cuarto fuera lo bastante grande para almacenar todo lo que vivimos, como si nuestra historia juntos se pudiera resumir en unos cuantos objetos. Pero tendrías que deshacerte de la casa misma, y no sólo volverla a pintar, para que las paredes dejaran de ser "El Monumento" de que lo que vivimos fue sincero, hechos y sentimientos incluidos.

En un mal movimiento, choqué con tu puerta y se abrió de golpe como si fueras tú el que me estuviera invitando. Nada había cambiado. Ni siquiera los pequeños aparatos de ejercicio con los que te mantenías en forma. Me recosté en tu cama y me di gusto oliendo tu almohada. Fue de esa misma forma que encontré uno de tus cigarros prohibidos. Manoseé mis recuerdos por debajo de mi ropa, pero ahora no me molesté en limpiar la evidencia de que había fantaseado contigo desde que tenía uso de razón. Pero esa pequeña satisfacción no era suficiente. Te quería a ti y nada me haría arrepentirme.

Te mandé un mensaje diciendo que ya estaba listo para hablar, pero que, si necesitabas otra excusa, lo hiciéramos en mi cumpleaños. Mientras, terminaría de acomodarlo todo a mi gusto.

Conseguir trabajo fue sencillo. Luego habría tiempo para diversificar las fuentes de ingresos. Las semanas se quemaron y seguí esperando. Con que entraras de nuevo por esa puerta ya sería un triunfo.

Cuando apareciste, traías puesta tu fachada de jefe carnicero y despiadado. Pero sólo yo sé cómo infiltrarme en tus murallas y estaba decidido a hacer lo que fuera para dejar eso claro.

—Hermano.

—Milo —respondiste con ese usual respingo de incomodidad, que siempre te había delatado cuando usaba esa palabra, y lo confirmé. Seguías siendo mío.

—Te propongo algo —comencé invitándote a pasar, pero te quedaste en el patio—. Si me regalas el día de hoy, sin objeciones, te prometo que será el último.

—¿Regalarte el día?

—Sí. 24 horas a partir de este momento, como mi regalo. Después podremos olvidarlo todo si quieres. Pero necesitaré un último recuerdo.

—Milo…

—Sin objeciones y sin peros. Sinó venderé la casa y jamás volverás a verme.

Pude ver en tus ojos que reconociste mi treta, pero, como siempre, aceptaste el reto de poder resistirme.

Antes que nada, te hice afeitar y te arrastré conmigo hasta el mejor acuario de la costa. Con eso bastó para que empezaras a entrar en confianza. Para la comida, los mejores mariscos de tu fonda favorita, y de regreso nos llevamos unas manzanas acarameladas.

—Pensé que me recibirías desnudo cuando dijiste que nos viéramos hoy.

—Oh, sí lo pensé. Pero ya habrá tiempo para eso —mordí mi manzana y lamí despacio el dulce de mis dedos—. O lo habría si dejaras de fingir que me quieres lejos —hice como que no me di cuenta de tu incomodidad.

—Al menos debí pagar el postre.

—No. Mi regalo es que me dejaras invitarte a una cita. Si tú pagaras cualquier cosa sería una salida cualquiera.

—¿En qué año vives?

—En el que me conviene —diste una pequeña risa.

—¿Y ahora qué sigue?

Esperé a que llegáramos a la puerta de la casa y no te quité la mirada de encima.

—Esto es lo más importante —levantaste una ceja, yo abrí la puerta y entré de espaldas—. Hoy me darás lo que yo te dí a tus 23.

Por fin soltaste una risotada.

—Estás demente.

Te jalé del cuello y te hice pasar.

—Repite eso de nuevo.

—Demente —sonreíste.

—Es hora de jugar.

Corrí por la casa hacia mi recámara y tú te quedaste en el recibidor. Empezaste tu cuenta regresiva y yo la aprovecharía a mí favor. Por el camino me fui sacando la ropa, juntándola con todos los recuerdos que una vez nos unieron.

Al terminar de desvestirme, me coloqué el siguiente traje y los zapatos más elegantes que encontré. Arreglé las luces y apreté la pequeña caja que no alcancé a darte la primera noche que volví. La espera fue tanta, que creí que en realidad te echarías para atrás cuando intuyeras que conmigo sólo estaba nuestro sillón. Pero no fue así.

Tus pasos acercándose lo confirmaron y al detenerse pude volver a respirar.

Al verte en el dintel de mi puerta, me doy cuenta que aún guardas un sin fin de emociones que te envenenan y te hacen dudar. También me pasa, pero te prefiero igual. Paso saliva y camino al centro de la habitación. Te extiendo la mano para que entres y por fin hagamos nuestros los últimos espacios que nos faltan el uno del otro.

—¿Kardia? —aprisiono tu mirada para que tu corazón no escape esta vez—. Sin objeciones. Ese fue el trato.

—Decida lo que decida perdemos los dos. ¿Cuánto más quieres de mí?

—Todo —sostengo sin romper el contacto visual—. Es todo o nada.

—Ya es hora de que dejes de jugar.

—Nunca fue un juego —saco la caja y te muestro el contenido: dos anillos idénticos en forma de escorpión—. Esto nunca dejará de doler. No nacimos para una vida fácil, pero sí para tener una que valga la pena.

—Eres un maldito.

—Lo sé. Estamos malditos. Ahora ven y abre tus piernas para mí.

Veo la ansiedad que recorre cada célula de tu sonrisa y enciende la mecha de la sed en tus labios.

—Mataré al que le hayas dicho eso antes —afirmas cerrando la puerta tras de ti.

—Quiero mi regalo —sonrío jugando con el tercer botón de mi camisa.

—Niño consentido —disminuyes la distancia hasta quedar a un suspiro de mi boca—. ¿De quién aprendiste eso? —jalas mi cadera y sin vergüenza la empujo hasta sentir la firmeza de tu cuerpo, que está tan interesado como el mío.

—Todo lo que sé lo aprendí de ti —"o pensando en ti".

La caja cae al suelo y te jalo para comenzar nuestro vaivén de besos al ritmo de tu corazón. La memoria se apodera de nuestros sentimientos y me veo tentado a dejar que avances debajo de mi cremallera. Pero no. No será así el día de hoy. Con toda mi inexperiencia en la posición, tomo la iniciativa y te aviento al viejo mueble. Me hago con el lubricante y busco el bulto con la mirada que has liberado en tu entrepierna. El recuerdo de su sensación provoca te todo se excite en mi interior. Tanto, que no puedo evitar montarte y frotarme en tu muslo, mientras consigo deslizar tu pantalón.

Gustoso, aprietas mis glúteos e intentas guiarme para que me siente bien y empiece a frotarme como solía hacer. Sonrió malicioso y, muy despacio, comienzo a abrir mi regalo y a besarlo hasta que puedo volver a saborear el jugo cítrico que emana de tu hongo alucinógeno. Comienzas a desordenar mi cabello, indicando con tus tiernos roces el ritmo que deseas. Añado las caricias a tus tersas bolsas y comienzo a derramar el lubricante.

Me facilitas la entrada y poco a poco voy introduciendo un pequeño juguete. Protestas, pero la vibración en tu base hace que te arquees hacia atrás.

—¡Ah! Esto no fue parte del trato.

—Sin peros. Ese fue el trato —aflojo mi ropa y la hago caer a mis rodillas.

Interpreto tu reacción como un "yo no te enseñé ésto", y me río al ver cómo te agarras de los cojines. Recuerdo las noches en que te tuve que sustituir con ese y otros juguetitos, y el sólo hecho de verte entregado a mis deseos es suficiente para hacer que empiece a gotear.

—Kardia —me lamento al apartarme y me buscas preocupado.

—Demonios. Necesito estar dentro de ti.

Intento controlarme, pero sólo tus firmes manos lo logran comprimiendo mi miembro.

—No te preocupes, tendrás tu regalo. Déjamelo a mí.

Me empujas en el piso con un beso y terminas de desvestirnos, me montas y me aprietas para que no explote. Cuando me tranquilizo, te acomodas y voluntariamente me ayudas a invadirte. Tus gestos sonrojados son tan nuevos, que me encelo al verte torturado por algo que no soy yo.

—Es suficiente —aviento el juguete y te empujo a mi vientre.

—Sí, Señor —sonríes malicioso y te acercas para besarme. Acaricio tu cadera y con la otra mano busco apoderarme de tu última frontera. Tú solito te empujas y me devoras, dejando expuesta la danza de tus partes más tiernas. Me fascino al observar cómo te meneas, te quejas y gimes a profundos gruñidos.

Aturdido por la cálida sensación y la inédita imagen, acaricio tus fuertes piernas mientras intento llegar lo más hondo que tu estrecho camino me permite. Me quejo abrumado y aumento el ritmo, hasta que estallo en una intensa mezcla de emociones.

Mis lágrimas brotan y en seguida me cubres con tu cuerpo para absorber mi llanto con tus labios.

—Aquí estoy. Tranquilo —sigues besando mi rostro y siento cómo te acomodas para poder voltearme—. Es mi turno.

Besas mi nuca y sigues recorriendo mi espalda con tu boca. Reconozco el frío del lubricante y separo las piernas alzando la cadera. Me encojo al sentir tus dedos y mis jadeos crean una burbuja. De repente todo lo que puedo sentir es tu miembro entrando y saliendo, tu calor y tu gruesa respiración en mi oreja. Mi voz comienza a surgir como los fuegos artificiales de los festivales de primavera.

Es como si todo mi cuerpo intentara hacerte entender que el ritmo de tu corazón es lo que mueve mi mundo, que eres mío desde el momento en que yo lo decidí y que, aunque el universo entero sostenga que no debe ser así, soy tuyo y sólo tuyo desde el día en que nací.

Cuando recupero la conciencia, me percato de la cálida manta de piel que me rodea recostado en el sillón, y de nuestras manos enlazadas luciendo cada uno su anillo. Mis dedos te aprietan y beso las únicas prendas que aceptaré con nosotros. Buscas mi boca y me entrego a tu deseo.

—Feliz cumpleaños, Milo —un beso y otra caricia en mi mejilla.

—Quédate en casa —me refugio más en tu cuerpo. Cómo si fuera posible estar aún más juntos.

—De acuerdo. Tú ganas —me aprietas, me abrazas. Siento tu beso en mi frente y, agotado, caigo presa del arrullo de tus latidos.

Funcionará. Lo sé. Funcionará.

*. *. *. *. *

.

Saudades do meu coração.
(Extraño mi corazón).
Dins del meu cor.
(Dentro de mi corazón).
Si un día dejé de amarte, lo hice siempre sin querer.

El mundo, Love of Lesbian.

.

º•FIN•º

.

.

Gracias por haberle dado una oportunidad. Y gracias y perdón Lesath Al Niyat por incomodarte con esta historia, de verdad muchas gracias por siempre estar ahí para mí. Así como a Ale-chan por el apoyo y la inspiración, la base de esta historia pertenece a su fic "Obsequio". Fue por ella que quité el final trágico, pero más que nada porque Kardia merece ser feliz. Sí, tengo una debilidad por él.

Datos extra: El buen amigo al que se refiere Kardia, en las dos partes, es Dégel, se reencontraron cuando Kardia necesitó un abogado y no dudo que pasara algo más entre ellos, en el inter en que el bicho mayor se hizo gerente del restaurante; más adelante también empezó una cadena. El mejor amigo de Milo era Aioria (sí, aquí fue él el desgraciado). El bicho menor se hizo amigo de Camus y Shura en su viaje a Europa y fueron ellos los que le recomendaron los juguetes.
La canción llegó después, pero me encantó. Fue sentir la nostalgia y el amor de Kardia por Milo. Me costó no ponerla completa pero super recomiendo que la busquen. Love of Lesbian es uno de mis grupos favoritos.

Y creo que eso es todo.
Espero no haber traumado a nadie y que no caiga en manos equivocadas.

Invitación:

Puedes encontrar aquí otros trabajos en proceso (no abandonados) y ya concluidos de Saint Seiya, Sherlock, YuYu Hakusho, Naruto y Príncipe Cautivo. Espero que los disfrutes.

También te recomiendo visitar la cuenta de Lesath Al Niyat si te gusta el Milo x Camus, de Saint Seiya.

Kissus. n.n/