Nuevo capítulo para esta noche, disfruten.


2. Blanco y negro

Blanco y negro, las cosas siempre eran así.

El señor misterio se jactaba de poder distinguir un sueño de la realidad. Mabel quiso enseñarle las maravillas del color apenas hace unos días, y aunque casi se queda ciego, jamás le diría lo maravilloso que fue haber visto un arcoíris por primera vez en varios años. Fue magnífico.

En tanto, sus sueños siempre eran a blanco y negro como una película vieja, sin importar lo que soñara, así fuera ganar el Súper Tazón o estarse tirando a Katy Perry. Incluso sus pesadillas donde visitaba una versión bizarra de la Cabaña del Misterio, la cual estaba atestada de puertas y cada una la llevaba a un recuerdo de su vida, ya fuera bueno o malo.

Pero ahora estaba en la ciudad de sus pesadillas, donde cada rincón se asemejaba a sitios que había olvidado, o que intentaba olvidar. El sitio donde estaba era un parque de diversiones muy lejano a sus días de juventud, y ahora todo lucía destartalado. Las atracciones se movían sin música y sin luz, la cual hacía gala de su ausencia aunque todo estaba en blanco y negro. Los puestos de golosinas a donde se acercó estaban llenos de gusanos y moscas. En otro punto del parque, el suelo se convirtió en fierros oxidados manchados de sangre.

Momento, ¿sangre?

Stan se dio cuenta de que no estaba soñando, ¿o sí? Todo estaba a colores y eso no era posible, ¿acaso Mabel le había dado color a sus pesadillas? No pudo evitar temblar cuando vio un aparecer un viejo carrusel que comenzó a moverse acompañado de una vieja música de tocadiscos. Se quedó mirando conforme los caballos comenzaban a transformarse de un momento a otro. Sus pelajes de plástico blanco se "pelaron" como pintura vieja, mostrando su estructura de hierro manchado de rojo; al dar su segunda vuelta desaparecieron, siendo reemplazados por dragones púrpuras y rojos con miradas amenazantes que destellaban en fuego. Cuando trató de apartarse, una mujer apareció montado en uno de ellos.

— ¿Carla?

Sí, Carla McCorkle estaba frente a él, pero no se parecía a ella. Era como si alguien le hubiera arrancado la piel y la estuviera usando de fachada, a modo de un títere de piel humana. Ni siquiera tenía ojos, y tampoco se le alcanzaban a distinguir los dientes en la sonrisa.

—Ven a divertirte, Stan querido —le decía ella, pero su voz tampoco se parecía—. Demos una vuelta otra vez. Dejemos plantado a mi novio y dame un beso.

Ese hippie cabrón.

No, nada bueno podía salir de eso. Esta vez, el títere de Carla sonrió mientras se descomponía en gusanos negros y líquido de podredumbre que se regó por el carrusel. Entonces todo se transformó por segunda vez, poniéndolo al frente de una taquilla donde estaba su padre vestido como maestro de ceremonias de un circo y entregando boletos a gente que no estaba ahí, pues los papelitos quedaban amontonados en el suelo. Al final lo esperaba un vagón de montaña rusa.

Stan se acercó a pesar del miedo que le daba su padre, tomando un boleto aunque sentía cómo su estómago se revolvía y empezaba a morderse los labios hasta sangrarlos, sintiéndose de nuevo como el chiquillo al que su ansiedad lo devoraba por esperar un regaño de su papá. Sin embargo, éste también parecía ser un títere, pues ni un sonido oyó de él cuando se encaminaba al vagón, el cual se puso en marcha apenas se sentó.

Las vías iban formándose conforme el carrito avanzaba por ese paraje oscuro hasta un letrero con luces brillantes donde resaltaba su rostro sonriente sobre un paredón de concreto desgastado. Las gotas de sudor empezaron a caerle por el rostro al escuchar la voz de Carla por algún sitio.

«Cuando te conocí pensé que no podía haber mejor hombre sobre la tierra. Todo marchaba bien, yo quería pasar todos mis días bailando contigo en aquella cafetería. No me pude resistir a ese hombre ni a su música con letras tan frescas e ideas tan nuevas. Y eso no te gustó.»

De pronto, la montaña rusa dio un vuelco hacia arriba con una velocidad vertiginosa que lo hizo gritar aterrorizado. Debajo de él, en la inmensa oscuridad que aguardaba abajo como un abismo infinito, pudo ver a Carla besuqueándose con ese hippie mientras él, mejor dicho una versión más joven que él, veía todo a lo lejos con sus puños apretados en ira. Con sus ojos llenándose de lágrimas por el despecho.

«Insististe bastante, no puedo creer que no entendieras mis razones, y tampoco pude entender por qué lo golpeaste, ¿por qué me hiciste pasar tanta vergüenza? Yo jamás hubiera visto en él lo que vi en ti. Eran distintos, pero jamás entendiste que él no me gustaba como tú. Que no lo buscaba a él. Que tú malinterpretaste todo.»

Al bajar con una pirueta, los rieles echaron chispas con un chirrido insoportable que parecían los gritos de alguna bestia. Todo empezaba a tapizarse de una oscuridad mucho más densa con leves destellos de luz que lo mostraban a él, machacando a aquel pobre infeliz con golpes y patadas, al vago con olor marihuana que osó robarle a su amor. El rostro del tipo se deformaba con chichones, moretones, dientes rotos, y sangre brotando de cada herida. El viento en la cara de Stan seguía cerrándole los ojos, pero no era necesario que pudiera ver nada. En su mente todavía estaba presente la imagen de ese tipo agonizando del dolor por tantos golpes.

«Confundiste algo tan simple como la amistad, con un romance impuro. En una infidelidad, pero yo lo sabía, ¿no te diste cuenta? ¿Creíste que era tan tonta? No, querido, sólo te dejaba ser porque te amaba. Porque pensé que recapacitarías… qué ilusa fui.

El riel guio el carrito hacia la izquierda, y esta vez, la negrura se deformó en un cielo de nubes naranjas, de color infernal, que se movían en una sola dirección a una velocidad imposible. A lo lejos, la figura enorme de un monstruo lleno de tentáculos comenzaba a envolver la endeble figura de Carla, quien se mostraba lastimada, herida, envuelta en lágrimas. Entre los tentáculos salieron millones de dientes que la devoraron bocado a bocado en gritos de desesperación aberrantes.

— ¡Déjame bajar, déjame, suéltame!

Stan comenzaba a llorar. Suplicaba. Temía por la cosa tan espantosa que le hizo a la mujer que tanto amaba. Cómo la forzó. Cómo nunca se conmovió al escucharla llorar.

«¡¿No te bastaba con mis palabras?! ¡¿Por qué lo hiciste?! ¡¿Por qué no confiaste en mí?! ¡YO TE AMABA, STAN!»

— ¡También te amaba! —gritó en lágrimas.

« ¡NO ES CIERTO! ¡NO TE BASTÓ CONMIGO! ¡TENÍAS QUE LLEGAR TAN LEJOS!»

— ¡PERDÓN, PERDÓN!

Una vez más, el riel se apresuró directo hacia el abismo hasta las fauces de una criatura gigantesca, de algo envuelto en sangre y llamas, de los que provenían las voces de su padre, de sus hermanos, de Carla, de toda la gente que alguna vez tuvo la desgracia de toparse con él. Stan cayó hacia su final. Recibiendo lo que merecía. El monstruo cerró sus fauces, y tal como el flash de una fotografía, todo terminó en un destello que se convirtió en la linterna de Dipper apuntando a su rostro.

— ¿Niños?

Stan se levantó del sofá, en la televisión estaban las novelas que tanto le gustaban ver a escondidas. La cabeza le daba vueltas y justo cuando estaba por quejarse de un dolor de espalda, vio que sus sobrinos sostenían sus linternas mientras lo miraban nerviosos. Estaban pálidos. Él siempre reconocería aquella mirada de miedo y desconcierto. Carla también la tuvo.

— ¿Qué les pasa?

Los niños guardaron silencio. Dipper se echó la linterna en el bolsillo del chaleco y Mabel apagó la suya.

—Ehm… ¿Quieres estar en una fiesta de pijamas con nosotros, tío Stan? —preguntó la castaña con voz tímida.

Los dos varones Pines la miraron confusos, pero ninguno objetó nada. Sus sobrinos estaban asustados y él era el adulto a cargo, así que debía cumplir con esto, por infantil que fuera. Tragándose su propio miedo. Lo único que Stan no entendió, fue la razón de que Mabel echara su linterna en el cesto de basura.


Espero que les haya gustado. En mi opinión, Stan es un personaje con secretos más oscurillos que los mostrados en la serie, pero esa será tema para otra ocasión, ja. Hasta la próxima.

-Slash.