NOTA: Hola de nuevo, veo que no a muchos le interesó esta historia, pero subo otro capítulo porque como ya había dicho, ya lo tenía escrito, jajaja. Por ahora no hay advertencias ni nada, el lemon estaba programado para el siguiente capítulo que es cuando se intensificará el amor entre los dos (L).
ONE IN A MILLION
II
La mañana era fresca, las aves volaban hacia el horizonte y los árboles aún mantenían su brillante color verde. Lucy abrió los ojos lentamente hasta que su retina se acostumbrara a la claridad que entraba en su habitación y se estiró aún dentro de su enorme cama de ligeras sábanas de seda. Uno minutos después, tocaron la puerta y entró Virgo cuando obtuvo permiso de parte de su majestad. Había ido ahí como cada despertar de la princesa para ayudarla en su aseo personal.
—La bañera pronto estará lista, princesa —informó Virgo.
Sin decir nada, Lucy se dejó ayudar por las manos de la criada, deslizando las prendas de dormir hasta dejarla desnuda, para después caminar hacia el cuarto de baño, que resultaba un amplio espacio de baldosas color marfil, metales en dorado y brillante espuma.
Lucy entró dentro del agua caliente provocando que el líquido se derramara en el proceso, y Virgo se posicionó detrás de su cabeza para dedicarse a masajearle el cabello en un mar de burbujas de champú.
—Virgo —llamó la rubia—, ¿sabes dónde se encuentra Natsu?
—Durante la noche estuvo velando por usted desde lo alto del castillo, justo arriba de su habitación, tal como lo ha hecho los últimos días, así que esta mañana bajó un momento a hablar con el Rey Dragón, y poco después se fue con él.
—¿Quiere decir que no se encuentra aquí? ¿A dónde fue? —inquirió la princesa.
—Eso no lo sé. Lamento no serle de ayuda, princesa.
—Descuida —dijo Lucy, quitándole importancia al asunto.
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Después de su relajante baño, la joven se vistió gustosa con otro de los vestidos reales que ahora le pertenecían, siendo el de esta ocasión uno con escote corazón, de telas teñidas en un bello azul cielo, añadiduras en blanco y moños a juego.
Tranquilamente salió a dar un paseo por el jardín delantero del castillo para contemplar el paisaje, y de pronto, la silueta de un dragón rojizo se fue acercando a una velocidad constante. Muy pronto Natsu estaba arribando ante los ojos de ella.
—¿A dónde has ido? —preguntó Lucy.
Sin cambiar su forma mitológica, él le siguió la conversación:
—Mi padre me necesitó a orillas de la ciudad.
—Se supone que no me puedes dejar —espetó ella, con una nota de disgusto en la voz.
—Me disculpo, su alteza.
Lucy clavó su mirada en la suya, y se tomó un momento para analizar que en verdad era un dragón. No era enorme, sin embargo, sí de un voluminoso tamaño. Todo estaba cubierto de ásperas escamas, sus garras eran gruesas, afiladas y peligrosas, y el color de sus ojos en vez de ser verde olivo, se pintaban de un amarillo ocre.
—No vuelvas a salir sin mi permiso —indicó Lucy, girándose para volver a entrar.
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"20 de agosto X788
Cuando mis padres me dijeron que me iban a dejar sola en este castillo para que alguien viniera por mí y así rompiera con mi maldición (como la he decidido llamar), no pensé que fuera a ser tan difícil, porque antes sabía que los podía esperar, con algún detalle u objeto que adquirieran del bazar, para que así yo obtuviera algo del mundo exterior, pero ahora, me está resultado muy solitaria la espera".
Lucy fue a la biblioteca para devolver a su sitio el último libro que había leído y llevarse uno nuevo, en eso, antes de salir pudo ver por la ventana que su dragón protector se encontraba cerca de la colosal fuente de agua. Apretó el libro contra su pecho, pues en su memoria llegaba el recuerdo de una tarde soleada en la que junto con él se habían divertido siendo pequeños, rociándose agua y salpicando sin cesar.
Sus pies la terminaron llevando a la salida del castillo, camino a la gran fuente, deteniéndose cuando se dio cuenta de una decena de hombres que se acercaban hacia ellos.
—¡Vengo a llevarme a la princesa Lucielle Heartfilia, belleza de Fiore! —clamó el hombre al centro, montado en un caballo pardo—. ¡A un lado, sucio dragón! —dijo confiado. Es así como el resto de personas que le acompañaban empuñaron sus arcos con flechas y apuntaron a Natsu.
Lucy abrió grande los ojos y corrió hacia él, invadida por el miedo de que le hicieran algún daño.
—¡Alto! —gritó ella, apresurada.
Pero antes de siquiera haber hecho algo con su única palabra, el dragón había sacado un estruendoso rugido que los hubo desequilibrado, continuando con una llamarada en círculo, encerrándolos en su propio diámetro.
La decena de caballeros se puso a temblar, echándose a correr inmediatamente que las flamas se extinguieron. Para Lucy lo que acababa de presenciar había sido absolutamente intimidante.
Él por su parte, supo que ella estaba cerca desde que había salido, por lo que no midió sus poderes al defenderla de esos tipos, no obstante, el asombro en sus ojos de café, le decían que algo no había entendido.
—Princesa...
—¿Por qué —quiso saber ella de inmediato—, las personas han podido llegar hasta aquí...?
Ella había creído que debido al decreto de su padre, ningún humano iba a ser capaz de poder acercarse a esa zona del reino, mucho menos porque una escuadra del ejército del dragón Igneel era el encargado de impedir el camino.
—¿Qué ha pasado con la defensa principal? —insistió Lucy.
Como respuesta a eso, Natsu sólo pudo decir la verdad:
—El rey pidió su retirada hace tres días.
—¿Qué...?
¿Pero por qué? Se preguntaba Lucy, pues sus padres la habían protegido toda su vida para que ahora no tuviera sentido que recién que la habían dejado sola, decidieran que pudiese entrar todo aquel humano que se lo propusiera, y no sólo aquel héroe que supuestamente era al que debía esperar. Su cabeza se llenó de pensamientos, dejándole como única opción salir corriendo.
Natsu reaccionó naturalmente, queriendo ir tras de ella para poder asegurarse de que estaría bien, no sin antes adoptar su forma humana para poder atravesar por los jardines de rosas, cuyos pasillos delimitados por arbustos, eran pequeños.
La siguió, notándola absorta, tanto que vio cómo no pudo evitar trastrabillar por pisar una piedrecilla, que rompió con su tacón. Natsu en seguida advirtió que caería al suelo, produciéndole una enorme preocupación.
—¡Lucy!
No queriendo que la chica se lastimara, se abalanzó con rapidez hacia ella y la atrapó, cogiéndola con ambos brazos, haciendo que Lucy se olvidara por completo en lo que estaba pensando. Al sentir la calidez de los músculos del joven, supo que la había salvado de seguramente, diversos golpes en su cuerpo. Se ruborizó de inmediato, sintiéndose avergonzada, no estando segura si había oído mal o había sido real que él le hubiese llamado por su mote. No dijo nada, sólo se quedó quieta, con una mano contra su propio pecho, en espera de que él fuera quien dijera algo.
—¿Se encuentra bien, princesa?
Lucy asintió quedamente.
Él por su parte giró sobre sus talones y en silencio la llevó cargando hasta su habitación.
No había podido evitarlo.
El nombre por el que casi siempre le había llamado, simplemente había salido de su boca cuando creyó que ella se habría lastimado. Por fortuna que no había sido así, pero se molestó consigo mismo, pues se suponía que guardar distancia era algo obligado, para lo que él había estado entrenando durante esos años y, aun así, había cometido ese error.
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Lucy escribió una carta a sus padres en vista de no quería caer en especulaciones y, sobre todo, en su poderosa imaginación. La repuesta llegó tres días después de su envío, siendo quien se la entregó, una callada Libra que se que dedicaba con pulcritud a la mensajería del castillo. La princesa no perdió tiempo y de inmediato rasgó el papel desde una de las esquinas des sobre sin dañar su contenido.
Cuando tuvo la carta en sus manos, leyó:
"Hija mía,
Te saludo amorosamente, esperando que estés bien. Sabíamos que pronto escribirías. No tienes por qué temer. Es verdad que la seguridad que rodeaba el castillo la mandó a suprimir tu padre, esto debido a que, a partir de ahora en adelante, cualquier ser humano que lo desee y se atreva, podrá ir hacia donde tú estés.
Sin embargo, no pienses en tu cabeza cosa que no son, en ningún momento decidimos deshacernos de ti, porque te amamos inmensamente, y esto sólo es un paso más del plan que creamos hace años, para asegurar tu libertad.
Natsu cuidará de ti hasta que llegue aquel que sea capaz de atravesar todo por tu amor. Aquel que pueda lograrlo será tu héroe. Sólo un hombre con grandiosas cualidades, profunda determinación por querer hacerte feliz, y deseoso de llevarte consigo a conocer el mundo, será digno de ti. Es probable que príncipes, condes, duques y marqueses deseen visitarte, inclusive algunos pueblerinos tengan las agallas de aventurarse, pero recuerda que sólo el que haya hasta vencido a Natsu, podrá ser con quien debas casarte, para así romper la condena de tu encierro.
Ruego al cielo que pronto llegue el hombre de tu vida para tu rescate.
Te amamos,
Jude y Layla Heartfilia".
La princesa quedó atónica, leyendo una tras otra las mismas palabras escritas con la perfecta caligrafía de su madre. Tanto le había costado aceptar que, para poder salir de ahí, debía esperar por alguien, para que entonces le terminaran de rebelar hasta el último trozo de verdad. Era imposible hacerse a la idea de que ahora tendría que esperar hasta que mágicamente el denominado héroe apareciera, pues cuando sus padres le habían dicho con anterioridad parte de su plan, había entendido que ellos sabrían a quién buscar, pero había estado equivocada, y ahora su aprisionamiento se iba a alargar.
Lágrimas iniciaron a emanar de sus ojos, y en eso, cayó en cuenta de que parte de lo que le había revelado Layla en la carta, era que Natsu tendría entonces que siempre pelear, defenderla e inevitablemente, ser derrotado. Era algo fácil de explicar, es decir que, si ella lograba salir de ahí para vivir una vida normal, entonces Natsu se quedaría sin un destino, porque antes de que alguien la mereciera a ella, primero él debía quedar herido.
Salió corriendo hacia el pasillo repicando sus tacones, en busca de su amigo de la infancia. Le preguntó a Capricornio si lo había visto en las almenas más altas, pero éste negó, informándole que lo podría encontrar en las puertas del jardín del castillo. Ella apresuró su paso, y en menos de dos minutos llegó a donde el dragón estaba.
—¡Natsu! —lo llamó, recuperando el aliento.
El aludido reaccionó a su voz, volteándose para poder divisarla muy por debajo de su altura, debido a que en su forma de dragón, él era mucho más grande en volumen y altura.
—¿Tú sabías del plan que tenían mis padres? —inquirió la chica con los ojos humedecidos aún por el llanto—. ¿Lo sabías? —insistió.
Natsu sin inmutarse, asintió con la cabeza a su pregunta.
—¡¿Pero sabes lo que eso significa?!
Él sólo continuó mirándola.
—¡No te quedes como si nada! ¡Dime algo!
—Lo he sabido desde hace cuatro años.
Las pupilas de Lucy se dilataron, siendo ella ahora la que sólo pudo observar.
—Su majestad el rey le dio órdenes precisas a mi padre respecto a mis responsabilidades a partir del día de la coronación. En ellas indicaban mi deber como tu protector hasta que fuera necesa-
Lucy lo interrumpió, contrariada.
—¡Pues no lo acepto! ¡Mi padre y mi madre construyeron un designio del cual yo casi ni estaba enterada! ¡Así que desde ahora me dejarás de cuidar! —prosiguió—: ¡No quiero que vuelvas a tratar de defenderme!
—Las órdenes de su majestad el rey fueron muy claras, yo...
—¡Pero yo soy la princesa! Y te ordeno que dejes de actuar como mi guardián. ¡Desde ahora, si alguien se acerca a este castillo no te aparecerás!
Los ojos amarillos de Natsu se entrecerraron, no sabiendo cómo reaccionar ante su actitud.
—Y tampoco quiero que siempre te muestres con esa apariencia de dragón —siguió añadiendo Lucy—. ¡Desde hora mismo! —espetó autoritaria—. ¡Cámbiate a tu forma humana, ya!
La irritación en los ojos de la princesa era tal que él tuvo que ceder para no hacerla enojar más. Todo lo que había dicho estaba claro que no lo iba a poder acatar, empezando con que no tenía permitido estar sin dragonificar, pero decidió dejarlo pasar, pues para cuando tuviera que actuar, sin pensárselo dos veces por supuesto que se iría a transformar para poderla salvar de quien fuera que sea.
En segundos deshizo su escamosa forma, irguiéndose en su uno ochenta y dos metros de altura. Con los ojos de color verdes y su cabello en rosado, pareciendo poseer un simple cuerpo humano, se quedó frente a la rubia en silencio. Las pupilas de ambos brillaron en secreto, y por alguna razón no fueron capaces de desviarse de donde observaban.
Lucy de repente sintió latir mucho a su corazón. Lo anterior había sido sólo un arranque de coraje al conocer cómo habían planeado todo sin haber ella estado enterada, pero ahora no sabía qué hacer. El rostro de Natsu estaba lo suficientemente cerca como para poder apreciar cuánto había cambiado en esos últimos años. Sus facciones eran ligeramente más duras y su cuerpo se notaba mucho más fornido, dándole un aire agresivo, pero aún así era capaz de percibir cierta calidez que le hizo recordar a cuando habían sido amigos.
Por su parte, Natsu también la contempló, advirtiendo que su fino rostro reflejaba el encanto de una mujer y ya no el de una niña, sus labios pintados en un tono rojizo se asimilaban a una cereza y el cabello le había crecido, llegándole poco antes de la cintura. Sin poder detener el recorrido visual, llegó a su cuello, decorado con una gargantilla de encaje, y más abajo se encontró con el escote que formaba su pecho, atrayéndolo al instante, pero volvió a centrarse, recordándose que no se podía dejar llevar.
Ella se dio cuenta de lo penetrante que se había vuelto la manera en cómo la veía, haciéndola sentir caliente de las mejillas. Se suponía que por él ya no sentía absolutamente nada, pues cuando había entendido la causa de su comportamiento en ese entonces, sumando que su tonto romance de adolescentes no podría tener ningún sentido, se había preparado mentalmente para que cuando volviera a verlo ya no le afectara en lo más mínimo. Pero estaba fallando.
La princesa sintió pánico, huyó pasando por su lado, y Natsu no la siguió, no porque no hubiese querido, sino porque era lo mejor para los dos.
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Una semana después, el castillo fue invadido por docenas de hombres armados queriendo atravesar los jardines para llegar al interior del salón, pues pese a lo que la princesa había dicho, Natsu en su forma de dragón se mostró, intimidante y peligroso, haciendo que todos regresaran a sus hogares, de donde no debían haber salido.
Se enfrentó contra carruajes mágicos, armas de fuego, duques arrogantes y un sinfín de cosas que al final no eran más que un simple reto. Con cada nuevo pequeño ejercito que se acercaba a la entrada del sitio, Natsu volaba, tiraba unas cuantas bolas ardiendo y nunca pasaba a escenas más violentas, así que Lucy lo dejó moverse sin rechistar.
Ambos guardaron su distancia para no despertar los sentimientos que habían oprimido con tanto esfuerzo. No querían caer en el error de creer en el amor del uno por el otro, porque eso sólo los iba llevar al desastre, arruinando lo que en realidad estaba en sus destinos.
Una tarde de noviembre, en la que las hojas de los árboles caían, se oyó un fuerte estruendo provenir del oeste, dirección por la que todas las hordas habían estado viniendo. El hijo de Igneel previno su entrada agudizando el oído, yendo a abordarlos antes de que ellos se acercaran lo suficiente, sin embargo, cuando llegó, no vio más que cerca de trece hombres, acompañados de búfalos que eran los responsables de tanto ruido.
De pronto, sus ojos se afilaron al escuchar entrar a la verdadera turba en la dirección opuesta a donde estaba defendiendo. Voló tan rápido como pudo a lo más alto de la torreta.
Mientras tanto, Lucy dejó de cepillarse el cabello al darse cuenta del alboroto que se venía acercando. Mucho antes de siquiera pensar en salir, un sujeto abrió la puerta de su dormitorio de una patada y entró de inmediato. El personaje en cuestión era de un aspecto pulcro, cabello rojizo oscuro, de gran altura y con porte de caballero al usar una capa púrpura, además de traer un bigote que se alargaba hacia debajo de sus mejillas.
—Princesa, ha venido hasta ti —presentó ante Lucy haciendo una educada reverencia—, José Porla.
Lucy retrocedió con sutileza. ¿Era este hombre quien se convertiría en su salvador real?
Se preguntó entonces si había sido posible que alguien como él hubiese vencido a Natsu, pues hasta ahora, a pesar de las altivas palabras de ella, él se había determinado a no interrumpir con su trabajo encomendado, así que ver a un sujeto llegar hasta ahí era rarísimo.
Pero por su puesto que no, se dijo, no había manera de que José Porla hubiera ganado en fuerza contra alguien como Natsu, por lo que no había podido haber sido de otra manera más que conseguirlo por la cabeza, habiendo ideado una estrategia que no le hubiese arriesgado a encararlo.
Como ella se mostraba muy quieta en sus pensamientos, el hombre se acercó hasta quedar a casi un metro de ella y le cogió la mano sin pedir su permiso.
—Mi doncella de oro —la apodó—. He preparado un carruaje especialmente para que salgamos de aquí, pero no tenemos mucho tiempo, así que entre más rápido camines, será mejor.
—No iré a ningún lado —espetó ella.
—Es ridículo —respondió José—. Vendrás conmigo quieras o no —amenazó, cambiando su semblante a uno más aterrador, dejando atrás la amabilidad de antes. La volvió a agarrar de la mano sin pedir autorización y la haló contra su voluntad.
La joven se quejó, oponiéndose a ser arrastrada.
—¡No pongas resistencia!
—¡Suéltame! —Lucy le propició una bofetada con la otra mano, consiguiendo así zafarse de su agresor. Retrocedió unos pasos más hasta llegar a la salida de su balcón, viéndose obstaculizada con la barandilla de piedra y siendo perseguida por los pies de José Porla.
—¿Cómo te atreves? Tú eres mi pase a ser inmensamente rico y poderoso, así que ve pensando en que te convertirás en mi esposa, y futura reina —hizo saber, mostrando su tenebrosa faz por encima de su ambición y demencia—. Ahora ven aquí.
Sin pensar exactamente lo que estaba por hacer, la princesa miró de soslayo el precipicio y de un ágil movimiento saltó por el borde de la miranda, dejando boquiabierto al señor Porla, completamente pasmado, con un color añil tintando su rostro.
Mientras por su mente se cruzaba la imagen de un joven de pelo rosa, Lucy se precipitó hacia la tierra cerrando los ojos, y con las manos en puño contra su pecho, gritó con todas sus fuerzas:
—¡NATSUUUUU!
Como si hubiera estado predispuesto a que eso ocurriera, el aludido respondió en segundos, con notas de impetuosa preocupación.
—¡LUCY!
El joven apareció conservando únicamente las alas y algunas escamas en la piel en vez de permanecer por completo en su forma de dragón. Atrapándola con sus brazos, la cargó con firmeza y descendió suavemente hasta pisar el suelo. Natsu sintió cómo ella se había aferrado a su cuerpo todo ese breve tiempo.
—Sabía… —dijo Lucy—, sabía que vendrías.
—¿Te encuentras bien? —él la observó atento a su respuesta.
Ella asintió con la cabeza, apesadumbrada por lo ocurrido.
Natsu frunció el ceño al subir la vista a la torre de la habitación de la princesa, en donde aún se encontraba el infeliz de José. Las ganas de volar hacia él y darle su merecido iban creciendo, además de que quería compensarse por cómo lo habían burlado para llegar hasta ahí. Le dedicó una mirada amenazante que inmediatamente ocasionó que José y sus hombres huyeran despavoridos, y estando a punto de dirigirse hacia allá, el sollozo de Lucy tomó su total atención. Ella había iniciado a llorar y sin aviso sus rodillas se flexionaron, quedando sentada en el piso, con la esponjosa falda del vestido rodeándola en un mar de tela.
El hijo de Igneel se alarmó.
—Todo el tiempo —susurró Lucy—, había deseado saber cómo poder salir de aquí, y ahora que lo sé, y que alguien ha venido hasta mí —hizo una pausa—, no he querido.
Entonces volteó a ver a Natsu a la cara, con las lágrimas emanando fluidamente, empapando sus mejillas enrojecidas por la frustración de su corazón.
—No quiero irme de aquí así —gimoteó de tristeza, rememorando el miedo que la llegada de José Porla le había producido.
El dragón rápidamente quiso animarla. Si había algo en el mundo que por mucho entrenamiento y tortura que recibiera no iba a poder cambiar, era reaccionar ante el llanto de Lucy. Oír su aguda voz distorsionada por el dolor le hacía experimentar grandes punzadas. Bien había imagino que, si un día como ese llegaba, no iba a poder seleccionar qué opción tomar, por lo que desechando su fachada en la que pretendió haber querido guardar su distancia con ella, se aproximó al rostro femenino y la miró con un brillo de decisión en sus ojos.
—No tienes por qué temer. Yo te protegeré con mi vida hasta que aceptes el día en que estés dispuesta a salir de aquí —aseguró él, llevando en su frase de manera implícita que así sería hasta que ella decidiera marcharse con quien rompiera la condena con la que había nacido.
Ella sintió alivio con sólo haber entendido que Natsu en verdad estaba dispuesto a velar por su bienestar. Y en el fondo, que su mejor amigo fuera el que la acompañara en su espera por aquel héroe prometido, hacía que el tiempo que se fuera a tomar se pudiera volver menos eterno, y por el contrario, hasta más divertido, lo anterior al recordar cómo años atrás habían podido vivir innumerables aventuras dentro ese mismo castillo. Ya no importando cómo la habían instruido, e ignorando que él al parecer, de poseer algún tipo de ambición por ella no tenía ningún signo, se dejó llevar por lo que le indicaba su corazón y le creyó.
—Natsu... —los redondos ojos de la chica se entrecerraron.
—Te lo prometo, Lucy —añadió Natsu con convicción.
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"17 de septiembre X788
No sé si lo que hago estará mal. Quizá sólo se deba a mi soledad. Se supone que debería haberme mantenido alejada de Natsu y sólo dejarlo andar para que me pudiera cuidar, pero estar estos meses aquí sola, sin mis padres, no me ha ayudado en nada. Durante cuatro años me recordaron que por mucho que lo ordenaran a adiestrar, era mejor que no volviera a desarrollar ningún tipo de amistad con él, pero es ahora que me he puesto a pensar si en verdad podría resultar tan malo como creían que sería. Jamás me pude percatar de que Natsu hubiera tenido algún tipo de mala intención conmigo, o siquiera un mínimo deseo por mis riquezas. Como sea, haciendo memoria a nuestra amistad de cuando éramos unos niños, lo único que he querido ahora es volverla a tener, y así ha sido, bien o mal. El otro día lo mandé a llamar para que pudiera comer conmigo, y en otra ocasión me hizo compañía mientras escogía un libro. Poco a poco fue dejando su casi permanente estado de dragón, transformándose sólo cuando fuera necesario para impedirle el acceso a los intrépidos que habían decidido tratar de llevarme consigo. Hemos vuelto incluso a reír juntos, como cuando fuimos mejores amigos, no obstante, creo que aún hay un trecho entre nosotros, del cual aún no estoy muy segura, pues quizá tenga que ver con que hayamos crecido".
Un lunes por la mañana, Lucy decidió disfrutar de su copa de parfait de yogur en su sitio favorito, en el jardín detrás de las cabañas que por más que pasaran los años, siempre se veía brillante y colorido. A su lado también tenía un libro, cuya historia había sido todo un martirio, pero saber que se había tratado sólo de ficción, la hizo acodarse con tranquilidad. Los argumentos en los que el protagonista masculino perdía la vida nunca habían sido de sus preferidos.
Suspiró estirando los brazos, y como si hubiera sido obra del destino, Natsu llegó volando hasta donde ella se encontraba, aterrizando a la perfección para luego desaparecer sus impresionantes alas color carmín.
—¿Ya has tomado el desayuno sin mí? —cuestionó Natsu, exagerando su fingida decepción.
—¡Sabes que no podría dejarte ni un poco de yogurt! —dijo Lucy, burlona.
Y en eso sacó de una canastilla un plato con galletas que a simple vista parecían ser de chispas de chocolate, a excepción de una que simulaba traer pimiento rojo molido.
—Le pedí a la repostera que hiciera una receta especial para ti, en la que agregó un polvo de ají y comino —la princesa sonrió ampliamente al ofrecerle con su mano todo el excéntrico platillo.
—¡Ohhhh! —exclamó con pasión Natsu.
De inmediato se sentó a un lado de ella y las devoró, feliz de saborear la nueva receta del refrigerio que le habían concedido.
Lucy lo observó gustosa, presenciando por un instante a aquel pequeño que llevaba vestido un pantalón marrón y chaleco de lana. No pudo evitar embargarse por la nostalgia.
—Natsu —llamó ella con su dulce voz, obteniendo que él se detuviera en sus mordidas y tuviera toda su atención—. ¿Recuerdas cómo todo el tiempo jugábamos aquí cuando éramos niños?
Él curvó sus labios en una sonrisa, sumergiéndose en un rápido recuerdo de cómo corrían entre las flores, hacían coronas, peleaban conta bichos y le enseñaba sus trucos con fuego. Por su puesto que lo recordaba, y nunca lo iba a querer olvidar. Ella perpetuamente iba a significar mucho en su vida, aunque por su parte jamás se lo dijera, pues se había convertido en su primera amiga que, a pesar de su nobleza, lo había tratado siempre con bondad, y estaba seguro de que los sentimientos que trató de suprimir por los últimos años era muy probable que no se fueran a desintegrar de su ser.
—Cada que no te encontraba en las habitaciones del castillo, sabía que aquí era donde te podría encontrar —dijo Natsu.
—Era el único lugar en donde no me rodearían como a una princesa —respondió ella—. ¿Sabes? Que desde niña recibiera cada capricho y hasta más atención de la que debía, sólo me hacían anhelar más el volver y querer quedarme aquí, en este hermoso campo de flores.
Natsu la escuchó con atención, divisando un encantador brillo en sus iris chocolate. Igualmente, ese lugar era muy especial para él, pues parte de sus mejores memorias las había obtenido ahí mismo.
—Es que es realmente agradable estar aquí —mencionó él, añadiendo en su mente la palabra «contigo», y con naturalidad recostó el cuerpo a lo largo de la fina hierba, pero depositando su cabeza justo encima del regazo de la princesa.
Disimulando el sobresalto que se había creado en su interior, con su piel erizándose ligeramente, Lucy lo dejó acomodarse, viendo cómo había bajado los párpados para disfrutar de la apacible corriente de viento que le había comenzado a mover la punta de sus cabellos rosas. Se notaba tan tranquilo. Las tersas mejillas de la joven se sonrosaron al admitir que le gustaba mucho ese cándido momento entre los dos.
Sin pensarlo demasiado, se atrevió a llevar su mano hasta la densa melena con el fin de proporcionarle una suave caricia. Entrelazó sus delgados dedos entre las hebras rosadas sin pausas y admiró su calma, mientras que Natsu, más que olfatear el perfume de las flores, se deleitó con el dulce aroma de Lucy.
Con el ruido de los pájaros cantando a la redonda, ambos se cuestionaron qué hubiera pasado de no haber sido separados ese día después de haber salido al pueblo, pensando en si el otro se estaría preguntando lo mismo.
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La relación entre la princesa y el dragón poco a poco fue volviendo a ser parecida a lo que antes habían tenido, pero aún con cierta barrera de por medio. Pese a que las formalidades se habían quedado atrás, cada uno conservaba aún la idea de que no debían perder el tiempo en dejarse llevar por sus más puros sentimientos de amor, al tener como destino el no poder ser correspondidos.
La explicación a esto era que en el futuro de Lucy estaba escrito que un héroe debía rescatarla y, por consiguiente, para ese entonces la tarea de Natsu ya habría concluido, por lo que no iba a tener sentido que se dejaran alimentar de sueños e ilusiones, los cuales iban a terminar siendo destruidos. Sin embargo, ignorar los lazos de amistad que los unía como atraídos por un imán, había sido prácticamente imposible.
Las semanas pasaron, y con ello llegó el invierno, las hojas de los árboles había caído una a una hasta desaparecer. Natsu y Lucy continuaban fortaleciendo su amistad, recuperando los días perdidos, haciendo de todo lo que podían aprovechar en el castillo. A veces daban un paseo entre las nubes, con ella montando su lomo de dragón, lo cual al principio le había parecido aterrador, pero con el tiempo, sin darse cuenta de cuándo, se acostumbró. Por igual acordaron jugar a "Adivina el acertijo", el cual trataba de describir una cosa hasta que el otro pudiera acertar en lo que dijo, y sin querer se había vuelto un juego que repetía por darles mucha diversión.
—¡Es frondoso y con mucho brillo! —aludió Natsu, sonriendo.
—Eh… —pensaba Lucy—. ¿Un arbusto de frutillas?
—No, ¡es realmente grande y alguien podría echarse a dormir ahí!
—¿El cojín del segundo salón?
—¡No!
—¡Moo! Vamos, Natsu, dímelo ya, que no encuentro qué más podría ser tan brillante y sirva como para dormir.
—El peinado afro de Cáncer —reveló, muriéndose de la risa.
Lucy apretó sus labios aguantando abrir la boca, pero al final sacó una gloriosa carcajada, no pudiendo soportar tanta perfección que había tenido su amigo en la descripción del cabello de su peluquero real, que era verdad que recientemente había optado por un estilo de masa redonda y abultada.
"9 de enero X789
Lo admito, estoy enamorada de Natsu. Querer ocultarlo en este diario no me serviría de nada así que… ¿Por qué no desahogarme, aunque sea por aquí? Desde el primer día que volvimos a encontrarnos mi corazón se aceleró y ahora no hace más que sentirse cálido cada que estoy con él. Desde un inicio lo que hacía y lo que sentía eran dos cosas diferentes, pues trato de cumplir con lo que mis padres me ordenaron, y no sólo por ello, si no que con ello obtendría mi libertad, pero también estar junto a Natsu ha comenzado a doler. He llegado a pensar en si… de casualidad, no habría alguna otra forma de romper con mi cruel fortuna, para que así mi corazón pudiera seleccionar con quién quiero estar, y no sólo dejar que me lleven como a la pobre princesa abandonada. Pero supongo que es inútil, además, cómo sabría si Natsu tan siquiera pudiera seguir sintiendo lo mismo…".
Posterior a la comida, el atardecer dio paso al anochecer, lo cual la princesa aprovechó para comenzar una nueva novela de misterio. Pese a su trama poco entretenida, le sirvió para distraer su mente con cada línea que leía, acordó consigo misma. En eso, se escuchó una cadena de explosiones en la lejanía, ocupando de su atención, y al asomarse sobre el balcón lo que vio la estremeció. Una considerable cantidad de hombres armados, montados a caballo, con espadas en la mano y grandes estandartes con el arte de una insignia, se acercaban con velocidad hacia la entrada del jardín principal.
La princesa corrió hasta la parte más baja del castillo, con los ojos sumidos en inquietud e incertidumbre. A los pocos pasos de haber salido con el primero que se encontró fue con Natsu, que ya presentaba algunas escamas en los brazos y cuello.
—Natsu —pronunció Lucy en un hilo de voz.
—Por favor, regresa adentro, Lucy —le pidió muy serio—. Yo volveré pronto.
—Pero… Es que… —la princesa se acercó más a él—, son demasiados.
—Juré protegerte con mi vida hasta que tú así lo decidieras, ¿quieres que me detenga? —el joven detuvo por un instante su transformación, dejándolo en la transición del color y rasgadura de sus ojos.
Lucy apretó sus labios, sin poder responder a esa pregunta, pues en ella se sobreentendía la condicional de si era ahora que deseaba marcharse con quien fuera que viniera encabezando a las tropas, y sabía perfectamente que, con darle una respuesta negativa de su parte, bastaría para que él saliera volando de ahí. Pero tampoco diría que sí, porque entonces su corazón perdía.
—No… —musitó a punto de temblar, porque la verdad era que no quería irse con nadie más, que no fuera a ser él.
Sin más dilatación, la forma de dragón de su amigo, extraordinaria y aterradora, se alzó valerosa, sacando un rugido desde el fondo de su garganta. Desplegando sus alas en el acto y acerándose en dirección a la batalla, Natsu le prometió en silencio que ganaría, muy egoístamente, incluso no por ella, si no por él, que no deseaba perderla.
—¡Natsu! —oyó cómo Lucy había gritado hacia el cielo con inmensa preocupación, a punto de quebrarse en llanto, rememorando aquel día en que había hecho lo mismo hace cuatro años, el día en que los habían separado, haciéndolo tomar lo anterior como una razón más para no volver a dejar que la apartaran de su lado, sin importar cuánto le dolieran las heridas que obtuviera.
Cargado de coraje, amor y valor, llegó hasta donde las decenas de hombres se levantaban osados con todo su armamento que al ver al poderoso dragón elevándose en el aire, sacaron un grito de guerra, lanzándole en seguida una serie de múltiples fechas.
En eso, el eco de una voz que se distinguió entre el resto, exclamó:
—¡No se detengan! ¡Llegaré hasta la princesa de Fiore cueste lo que cueste!
El sujeto en cuestión, portaba un fino traje blanco con detalles en dorado y blanco, de tez blanca, cabellos rubios y ojos azul oscuro, pero con una marcada cicatriz por encima de su ceja derecha. Dirigiéndose a una velocidad constante, el hombre ordenó a su caballo dar un gran salto, provocándole desviarse del camino que todos seguían. Por detrás de su ejército, se aceraron enormes cañones, que apuntaron en dirección a Natsu, y una sonrisa confiada se trazó en su rostro, creyendo ciegamente que con eso lo derrotaría.
Por otro lado, Lucy había entrado de vuelta al castillo sin poder hacer mucho. Buscó con premura a su catedrática Acuario, quien se había vuelto una amiga, casi confidente (aunque muchas de las veces terminando en regaño y comedia). Siendo la sala del té en donde la encontró, junto con otros de sus mentores, Escorpio, su entrenador real de actividad corporal.
—¡Acuario! —llegó llorando—. Esta vez han venido demasiados soldados armados, ¡Natsu no podría contra tantos hombres!
La mujer de largos cabellos azules se incorporó de su asiento sólo de ver el estado de la princesa.
—Lucy, cálmate —inició a hablar su maestra—. Debes tranquilizarte primero, que llorar no te ayudará en nada —prosiguió con serenidad—. Sin importar la cantidad de hombres que conformen el ejército que se acerque a este castillo, su deber es el de hacer todo lo posible para protegerte.
—Pero… —gimoteó Lucy.
Acuario, que jamás había visto ese tipo de miedo en los ojos cafés en esa niña, frunció el ceño y le preguntó:
—¿De qué es lo que tienes tanto miedo, Lucy?
—No quiero —trató de vocalizar la princesa—. No quiero perder a Natsu —continuó entre su llanto—. Pero no sé qué hacer. Incluso si el hombre que viene a por mí en este momento, fuera aquel rompa con mi maleficio, ¡no quiero salir de aquí!
Y Acuario entendió perfectamente, tenía sentido, pues a pesar de que la princesa tuviera claro que no quería irse de ahí, aun así, permanecía el miedo de que la labor de Natsu fuera luchar contra todo aquel que decidiera ir por ella.
La maestra entonces le dijo:
—¿Sabes que eso significaría renunciar a tu libertad? Layla y Jude pasaron todos estos años forjando un plan que salvara a su hija. ¿Perderías todo solo por una amistad?
Los labios de Lucy vibraron.
—No… Yo…
—¿Quieres dejar de tener miedo? —cuestionó Acuario, refiriéndose a la posibilidad de pensar en perder al joven dragón—. Entonces primero admite que estás enamorada. Admite tus sentimientos frente a él.
Lucy abrió grande los ojos, y se fue apresurada hacia su dormitorio, agradecida por la fugaz conversación anterior.
Mientras tanto, Natsu esquivaba enormes bolas envueltas en centelleos blancos, esperando un momento para escupir fuego de su boca. Las flechas no cesaban de atacar sus extremidades, pero poco era el daño que le causaban, lo cual dejaba pasar desapercibido. Inesperadamente, una munición de los grandes cañones le disparó por la espalda, impactándose directo en el nacimiento de sus alas, provocándole un inmenso dolor que se manifestó con un rugido capaz de haberse oído millas a su alrededor.
Natsu atacó con una increíble llamarada completamente molesto.
—¡Príncipe Sting, nuestros hombres han sido quemados! —gritó un muchacho de cabello negro que permanecía cerca de la cabecilla de la tropa.
—¡Maldita sea! —espetó rabioso—. ¡No paren! ¡Ni se les ocurra mirar hacia atrás, imbéciles! ¡Sólo un golpe más y podría caer al suelo!
Sting se sintió con más emoción en ese punto de la batalla, llenándose de mayor coraje por conseguir atravesar los rosales del castillo. Ordenó con ansias lanzar diez bolas de luz blanca más, pronosticando que al menos una de ellas caería en sus alas o la alargada cola, lo cual le haría perder el equilibrio.
El dragón se preparó para esquivar, estaba listo así fueran a dispararle hasta masacrar. Como si se tratara de lava hirviente y no sangre lo que fluía en sus venas, como si aquella fuera la batalla más importante de su vida, se elevó por los aires y decidió impulsarse para atacar directamente al responsable de ese lío.
Con fuego inundando el piso, el ejército de Sting disparó sus últimos ataques, la decena de bombas se condujeron hacia el dragón, pero éste las esquivó una a una, todo parecía que Natsu iba a ganar, pero entonces dos proyectiles más aparecieron, una de cada lado de su cuerpo e inevitablemente colisionaron contra él. Se desató al instante una explosión, sumergiendo a todos en una nube de humo.
—¡Joder, tú sí que eres muy molesto!
El príncipe rió orgulloso. Aquello definitivamente había acabado con él, se dijo a sí mismo. Y pese a que no estaba en lo correcto, tampoco era que no fuera cierto. Natsu se vio en desventaja, he inexorablemente había caído, con las alas lánguidas por encima de su lesionado cuerpo. Trató de mover sus extremidades, pero el dolor y la poca que fuerza que le quedaban no ayudaron a levantarlo ni un centímetro.
—¡Sigan avanzando! —ordenó Sting al resto de hombres que aún integraban su ejército.
—Eres increíble, ¡príncipe Sting!
—¡Príncipe Sting Eucliffe de Weisslogia! —se unieron en voz el resto de subordinados, en un tipo de canto por la victoria.
Menudo cabrón que era, pensó Natsu. En su mente, creyó que todo había terminado, que el destino, por mucho que quiso cambiarlo, al final había sido como había estado escrito, sin poder hacer más que aceptar que ese tipo era el héroe que debía cruzarse con su camino, llevándola a vivir las aventuras que tanto había querido, soñado y rogado por tener. Su vida como su guardián entonces también se había concluido, esperando que algún día se pudiera resignar.
Pero súbitamente abrió grande sus ojos, sintiendo más que nunca sus latidos.
—¡Natsu! —oyó a lo lejos—. ¡Natsu! —volvió a oír en eco—. ¡Por favor, vuelve conmigo!
Era la voz de Lucy que lo estaba llamando. Agudizó el oído e incorporó medio cuerpo, girando la cabeza en dirección al castillo, y con sus sentidos al máximo, desde lo alto de una de las torres del castillo, en el balcón de su habitación, pudo distinguir a una Lucy gritando mientras lloraba desconsolada.
—¡Me prometiste que me protegerías hasta que yo me decidiera ir! —dijo ella con la mayor fuerza capaz en la voz—. ¡Aún no quiero irme de aquí! ¡No quiero separarme de ti! ¡Natsu!
Como si sus palabras hubieran sido magia o un elemento curativo, Natsu de poco en poco se levantó por completo, y rugió con pasión. Sus ojos inyectados en sangre presagiaron su camino. Dentro de su cabeza, como recordándose quién era él, se dedicó la frase: «Estoy encendido».
—¡NO PERMITIRÉ QUE SE ACERQUEN A LUCY!
De un impulso subió al cielo y en un pestañeo ubicó a su objetivo. Cargado de flamas por todo el cuerpo, voló sacando un colérico y poderoso bramido, llegando por la espalda del avanzado y ahora mucho más recudido ejército, continuando hasta rebasar a la multitud para presentarse en sus caras de frente, y en seguida abrir la boca que prosiguió a brillar, sin perder el tiempo, liberando una feroz bocanada de fuego que cubrió toda el área.
Como se esperaba, los hombres que pudieron salvarse de las quemaduras corrieron despavoridos, con Sting Eucliffe entre ellos. Molesto y frustrado por no poder ganar pese a su perfecto plan, no tuvo más opción que la de huir, regresando en su caballo blanco, mencionando la obvia retirada.
Natsu casi sin poder permanecer de pie después de vaciar hasta su última gota de reserva de magia, levitó lo más rápido que pudo para llegar hasta su princesa. En el trayecto, su cuerpo fue perdiendo las partes dragonificadas, regresando a su forma humana, a excepción de las alas, un brazo y algunas escamas en su rostro.
En cuanto lo vio regresar a la distancia, la mirada de Lucy se puso borrosa por las muchas lágrimas que se agolparon en sus ojos. Y en cuanto él llegó a su balcón, ella lo recibió con sus brazos, cogiéndolo y rodeándolo antes de que se desplomara con ella totalmente desfallecido. Lloriqueó como una niña encima de su rostro, repitiendo su nombre, mojándole la piel con las gotas que se derramaban por su mentón.
—Luce… —él pronunció su bello nombre.
—No puedo imaginar mi vida mas que sólo contigo —gimoteó la chica—. Yo… Yo…
El muchacho levantó un brazo y ahuecó su mano en la mejilla derecha de la chica, rozándola levemente con los dedos, pero con un infinito amor transmitido a través de ellos. A pesar de sus heridas, Natsu con un pinchazo de dolor en las costillas, formó una media sonrisa y susurró:
—Te amo, Lucy…
—Yo… —para la princesa era imposible que no llorara todavía más, posó una de sus manos encima de la que él tenía sobre su rostro y mientras se aferraba a su calidez, confesó—. Yo también te amo, ¡Natsu!
Ambos sintieron un enorme alivio al conocer los sentimientos del otro, experimentaron una inmensa alegría al saber que su amor era mutuo y que al final, lo habían puesto por arriba de lo que les pudieran ordenar.
Lucy hipó varias veces antes de poderse serenar y ayudar a Natsu a ingresar al dormitorio. Con premura, ella llamó a Virgo para que ésta mandara a solicitar a su equipo médico real, Piscis. Minutos después el cuerpo de Natsu fue vendado y apropiadamente atendido.
NOTA: Y eso es todo por ahora, ya no he escrito casi nada de la continuación, sigo teniendo una ideas de allá del 2018 XD, pero no sé cuándo las concretaré bien y eventualmente escribiré. Espero que este no sea un fanfic de los que dejo perdidos, especialmente porque igual carece de espectadores. Los invito a pasar por mis otros fanfics NatsuxLucy, en específico Feel de fire, que también sigo teniendo ideas jajaja, había sido una historia que en el momento que la publiqué había encantado a algunos, así que vayan a dar una vuelta y déjenme saber si valdría la pena retomar esa historia :)
Besos,
NinaCat19
