Metal Fight Beyblade y sus personajes no me pertenecen.


—¡L-Drago!— Ryuuga gritó de repente. —¿¡Dónde está L-Drago!?

Intentó ponerse de pie con la intención de incluso nadar por todo el río para encontrar a su bey. Sin embargo, debido al intenso movimiento sus piernas fallaron y se desplomó de nuevo en la cama, con la respiración agitada.

—¡Tranquilizate, Ryuuga! Te vas a lastimar más.— Hyouma auxilió al otro para que se pudiera sentar en la cama, mientras el mayor gruñía de frustración. —L-Drago está aquí.

De su bolsillo sacó al bey completamente destrozado. Ryuuga se quedó atónito cuando lo vio.

Lo tomó, para sorpresa de Hyouma, de una manera muy delicada. Una pizca de miedo se apoderó de aquellos ojos afilados, sintió un nudo en el estómago y comenzó a marearse de nuevo.

—¿Se puede reparar, verdad?— Su voz sonaba temblorosa, mirando el bey con detenimiento.

—Yo... espero que sí.

Ambos se quedaron en silencio por un momento.

—Vamos. Tenemos que irnos antes de que anochezca.

Después de su aturdimiento, Ryuuga intentó ponerse de pie con ayuda de Hyouma. Se recargo sobre él y salieron de aquella pequeña cabaña hasta la casa del carnero.


El viaje fue silencioso y sólo se detenían por momentos para que Ryuuga retomará un poco de fuerzas y pudieran seguir caminando.

Hyouma no era alguien débil físicamente, pudo cargar a Kenta y a Madoka cuando cayeron por el precipicio el día que vinieron a buscar a Gingka, sin embargo el ojidorado era mucho más alto y musculoso que él por lo que era difícil llevarlo hasta su casa.

Justo cuando el sol se iba poniendo, el menor logró divisar la construcción entre los árboles. A diferencia de las demás, su casa tenía una arquitectura tradicional japonesa, Ryuuga la miró por un momento, como si un recuerdo se hubiera desbloqueado dentro de su cabeza.

Ambos ingresaron a la vivienda, Hyouma se quitó sus botas y ayudó al otro con lassuyas. El de ojos azules lo llevo hasta la sala principal y lo sentó en uno de los cojines del suelo, Ryuuga soltó un gruñido debido al dolor.

—Voy por el botiquín.

El menor salió de la habitación, dejándolo solo.

El dragón se recargo sobre su palma, observando con cautela los alrededores. Era gracioso, había estado en este lugar varias veces, pero ahora se sentía como un completo desconocido invadiendo la casa. Soltó un largo suspiro, alejando todos los recuerdos que amenazaban su mente.

Sin embargo, sus ojos se abrieron cuando enfocó una de las fotos en la pared. Era Hyouma con su padre. Parecía tener no más de ocho años y usaba una yukata azul cielo. Su padre traía entre sus manos un pescado bastante grande y el niño traía una caña de pesca, su rostro estaba adornado por una brillante sonrisa, una que Ryuuga no había vuelto a ver.

Sus ojos se apartaron de inmediato cuando escuchó pasos acercándose. Hyouma traía consigo la pequeña maleta blanca y se fue a sentar junto a Ryuuga.

—Esto va a doler mucho.

Vertió alcohol en un trapo y comenzó a limpiar las heridas, desde las más profundas hasta las superficiales. Claro que le dolió bastante, pero su rostro estaba estoico frente a la situación.

Después de eso, vendó las heridas y guardó todo lo que había utilizado.

—Te preparé el cuarto de huéspedes para que puedas descansar en lo que te recuperas.— Dijo en un tono monótono.

Ryuuga asintió con la cabeza, con dificultad se puso de pie y se dirigió a la habitación. Hyouma intentó ayudarlo, pero el otro no lo permitió y continuó con su camino.

El chico bufó molesto por lo terco que era el ojidorado a pesar de su situación. Estuvo a punto de no ayudarlo más y dejarlo a su suerte, sin embargo no podía traicionar las enseñanzas de su padre.

"Hyouma, ayudar es un gesto que nutre tu alma. Cuando se te presenta la oportunidad de ayudar a tu rival debes tomarla, es de cobardes aprovecharse y ganar una guerra cuando tu oponente está herido."

El carnero cerró los ojos y respiró hondo. No podía hacerle eso a su padre, al hombre que lo educó para que se convirtiera en lo mejor de sí en el futuro.

Con paso firme se dirigió a la cocina y decidió preparar una sopa de fideos. A pesar de su decisión de ayudar a Ryuuga, sus pensamientos no paraban de girar en su mente. Ahora estaba ayudando a la misma persona que provocó que la Aldea fuera lo que es ahora: cenizas de lo que fue un pueblo lleno de alegría y riquezas.

Hyouma sabía que también fue su culpa.

Fue su culpa por confiar en él, fue su culpa por llevarlo hasta el bey prohibido, fue su culpa por ser tan ingenuo, fue su culpa por no proteger su hogar, fue por su culpa que su padre...

Un dolor punzante interrumpió sus pensamientos llenos de odio, se había cortado por accidente su dedo meñique, manchando los vegetales. Con brusquedad soltó el cuchillo y se fue a lavar la sangre. Ahora tenía que hacer todo de nuevo.


Ryuuga estaba sentado sobre el futón blanco. Su cabeza estaba cabizbaja, sus ojos pasando una y otra vez por todas las grietas que tenía el L-Drago. No podía escucharlo. Quien había sido su única compañía durante todos esos años pareciera que sólo esfumó en un instante.

Y fue la segunda vez que el dragón se dio cuenta de su mortalidad.

Fue estrellarse de nuevo contra el mundo y darse cuenta que no era invencible. Se juro no volver a cometer más errores que pudieran costarle todo lo que conocía, pero de nuevo cayó en un pozo arrogancia.

Se sentía tan humano que lo odiaba.

La luz de la vela se movía con lentitud, sin embargo para Ryuuga comenzó a desvanecerse. Una penumbra era todo lo que le rodeaba. Su culpa comenzó a moverse sobre su espalda, escalando como un ratón travieso que se asentaba en su oído y todo lo que le decía eran sus errores.

Su avaricia disfrazada de determinación lo había llevado a perderlo todo de nuevo, a perder a otro amigo.

Se sintió mareado y sus manos se distorsionaban frente a sus ojos, ya no estaba en la habitación, no estaba en ningún lugar. Percibía sólo oscuridad y soledad.

Está bien. Eso era lo que se merecía.

Sus ojos se comenzaron a cerrar, ya no le importaba.

De pronto, una cálida luz invadió el lugar. Primero fue una línea delgada que sólo alumbró sus ojos, después baño su cuerpo por completo. Un olor delicioso invadió el lugar y las sombras que se adhirieron a él escapaban lo más rápido posible.

Se sentía tan reconfortante. Se sentía como en casa.

Su mirada se dirigió hacía arriba y vio a Hyouma con un plato de comida.


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