Capítulo II
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¿A donde navegaban? Solo Eren lo sabía.
Encerrada en su camarote todo el tiempo, leía todos los libros de navegación que poseía, estudiaba sus mapas, vigilaba su brújula y solo salía para dar una instrucción a su segundo al mando, que era Mikasa, hasta entonces su más leal tripulante que estaba a cargo del timón.
Ese día el mar estaba en calma, el viento apenas soplaba, ni un solo barco enemigo o sospechoso se había vislumbrado en el horizonte.
Mientras, las mujeres hacían sus tareas correspondientes de rutina, ninguna poseía un privilegio sobre las demás; cargar pesados bultos y barriles, limpiar la cubierta, izar las velas… y por si acaso tenían que pelear o matar… cada una poseía una espada amarrada a su cintura.
Navegaron tranquilamente bajo el sol hasta la caída de la noche. Comieron y bebieron como de costumbre, hasta que a Eren le fue notificado un acontecimiento imprevisto a varios metros que la hicieron salir, caminó hasta la proa y miró a través de su catalejo.
A lo lejos, y sobre todo en su dirección, había un barco de gran longitud.
—Capitán, es mejor que lo rodeemos —recomendó Mikasa, atenta.
—No. Seguiremos nuestro curso —respondió Eren con el semblante tranquilo y nada perturbado.
La mujer pelinegra dudó, pero al ver la mirada feroz de su capitán, volvió a dirigir el timón en la dirección original.
Lo que Eren había visto era el cuerpo de un barco abandonado, dejado a la deriva, pero aún estaba fresco, de algunas partes salía humo de un extinguido fuego; seguramente había estado expuesto a una batalla horas antes. Los enfrentamientos eran comunes, era saquear o ser saqueado. Si uno no luchaba no podía sobrevivir.
Con la rapidez necesaria, el Jaeger se aproximó cautelosa al barco enemigo, no hizo falta ningún explosivo ni herida de cañón porque sino el barco terminaría por hundirse, dado el daño que tenía. Cuando el nivel y la altura fueron suficientes como para abordar, Eren tomó un grupo de quince mujeres para que la siguieran, y ayudándose de los escales, los mástiles y algunas cuerdas, abordaron exitosamente.
Cuando sus pies tocaron la cubierta, ella ordenó en silencio.
—Si atentan contra su vida, mátenlos —ordenó Eren más seria que nunca y caminó por la proa del barco, bajando las escaleras.
Estaba todo muy quieto y tranquilo, el silencio era preocupante. Entonces ella sacó una pistola cargada y disparó dos veces al aire.
Después del eco que produjo, desenfundó su sable dorado y marfil, y se acercó al camarote del capitán. Había varios cuerpos de hombres muertos y un montón de sangre cubría la cubierta, las puertas del camarote superior estaban entreabiertas, más bien medio destruidas, ya no estaban sujetadas por las bisagras.
Las demás mujeres la siguieron, Petra y Sasha entre ellas.
Se detuvieron, inhalaron hondo, y Eren pateó las puertas para derribar lo que quedaba de la madera, al hacerlo, tuvo un encuentro inmediato con al menos 10 hombres armados. Los cuales apuntaban amenazantes en su dirección, el filo desgastado del hierro pulido y empuñado.
Las mujeres hicieron lo suyo y rápidamente se posicionaron al lado de Eren, sin miedo, muy atentas, a la expectativa de los movimientos enemigos.
Ninguno se movió; Eren cuantificaba el número de hombres, sus posibilidades de triunfo, sus próximos movimientos, hasta que una voz interrumpió sus pensamientos.
—Tiren sus armas —se escuchó una voz profunda, casi como un quejido grueso.
—Pero capitán… —renegó un chico calvo que temblaba.
—¡Háganlo ahora! —replicó una vez más la voz moribunda.
Apenas la orden fue dada, el sonido de espadas chocando contra el suelo de caoba se dejó oír. Pero Eren no ordenó lo mismo, con su espada aún arriba, se adentró por donde ella había escuchado aquella voz. Caminó despacio, poco a poco, abriéndose paso entre los hombres, en medio de los susurros y la penumbra, hasta que llegó a un rincón oscuro que estaba iluminado por una insípida vela a punto de extinguirse. En una especie de cama mal lograda, cubierta de sábanas verdes, había un hombre recostado, casi muerto que respiraba con esfuerzo y de su abdomen salía sangre que ridículamente estaba cubierta por ropajes sucios.
"Morirá". Lo supo. Su estado era terrible. No solo el de él, sino el del resto de los hombres, los habían aniquilado y saqueado sin ningún remordimiento.
—Por favor ayude a nuestro capitán, Señora — pidió a punta de ruegos y sollozos el mismo chico de antes.
—El nombre de tu capitán ¿Cuál es?
—Levi Ackerman, señora.
"Levi". Solo había oído hablar de él por rumores, nunca imaginó encontrar al temible capitán, el de los seis navíos azules en ese estado, algo grave había pasado y no quiso imaginar.
Los hombres que se convierten en leyendas no son sobrehumanos. Se destacan por sus habilidades y su entrega en el mar. Sus posesiones, su riqueza, en este caso, por ser el más sanguinario y cruel pirata de todos.
—Petra, trae a Hange, dile que tengo un hombre casi muerto aquí.
Era apenas un hombre un poco mayor, pero lucía como en la víspera de su juventud, su cabello lacio y negro como las profundidades inexploradas del mar.
Eren no supo porqué se sentía tan conmovida. O porqué quería ayudarlo. Quizá era orgullo y respeto genuino ver a alguien tan importante siendo tan vulnerable ante sus ojos.
Él respiró pesadamente, el dolor le estaba adormeciendo los sentidos. Su vista era borrosa, se sentía ya en el fin de su vida, alcanzó a entreabrir sus párpados antes apretados y solo logró grabar unos ojos verdes y amables mirarle.
—¿Quién eres tú? — preguntó, sintiendo que se alejaba poco a poco de la realidad.
—Eren.
Fue lo último que escuchó antes de desmayarse, producto de la gran pérdida de sangre.
Cuando Hange llegó y revisó a prisa su estado, logró curarle la herida de bala en el costado, se la vendó y por órdenes de Eren, Levi fue llevado al gran Jeager, junto con los diez hombres restantes, que eran jóvenes de cuerpos fuertes, pero también estaban heridos. Se les curó las heridas y también fueron alimentados, y estos al ver la buena voluntad de su salvadora, no tuvieron otro remedio que rendirse y esperar la recuperación de su capitán.
Los nervios de haber sido salvados por la capitana Eren y su tripulación de sirenas era la mejor de las suertes para ellos.
En cuanto volvieron a zarpar, rápidamente la amistad entre ambos sexos creció. Pues la juventud se respiraba en el barco, las bromas y hasta la coquetería y el romance.
Aunque siempre todo era moderado por Eren, quien todavía no confiaba plenamente en ellos.
N/A: Tengo mis dudas respecto a este capitulo, pero meh XD
Les cuento que en principio esto iba a ser un drabble, pero miren nada más... a ver qué sale
Nos leemos.
