Entre Uncharted 1 y Uncharted 2

¿Como puede volver uno a la rutina después de la mayor aventura de su vida?

En el avión de vuelta a Estados Unidos lograron descansar bastante pero la sensación de normalidad no se había hecho patente aún.

Después de algunos días reunió el valor para escribir bastante esquemado el relato de su viaje. Su jefe estaba cabreadisimo por haber malgastado miles de dólares en una aventura poco fructuosa, aunque después de que Sully le enviara un regalo dejó de molestarla. Elena ni siquiera quiso preguntar que le habia mandado.

Su compañera de piso y mejor amiga Joanna le había preguntado varias veces y al final no pudo resistirse, necesitaba un confidente.

Sabía que podía tomarla por demente, pero le relató todo lo que habían pasado una noche entre copas de vino.

Cuando hubo terminado apuró su copa, la cabeza le daba vueltas y no sabía si era por la intensidad de la historia o por la bebida.

-Entonces... ¿Ese tal Nathan esta bueno? -sus ojos castaños reflejaron la luz cuando se echó a reir.

-¿Eso es todo lo que me vas a preguntar? -Elena agarró el cogín en el que se había estado apoyando y lo lanzó a su cabeza. Por suerte no hubo que lamentar vasos rotos.

-Bueno, desde que te conozco has mentido más bien poco -asintió su amiga. Se quitó una goma del pelo de la muñeca y se hizo una coleta alta- y aunque inverosimil tenémos la navaja de Ockham.

-Ya -resopló la rubia repantigándose algo más en el sofá- la respuesta más simple suele ser la correcta.

Joanna y ella tenían una relación distinta, ninguna se metía innecesariamente en la vida de la otra. Se habían conocido en una fiesta en la universidad en la que acabaron charlando sobre la supuesta manipulación de Estados Unidos en el gobierno Venezolano. La morena se había graduado en derecho y ella había optado por el periodismo.

-¿Y ese casanova te ha llamado desde que volvisteis?

-Lo cierto es que no -soltó Elena rellenándose la copa con algo de tristeza. No había perdido su trabajo, pero hacía tres días que había regresado y si bien había pasado los dos primeros recuperándose del jet lag y el exceso de adrenalina, no había sabido nada de el. Tenía su número, pero nunca había querido parecer desesperada, tenía su orgullo.

-Llamará -la alentó su amiga mientras se levantaba tambaleándose para irse a dormir- por lo que cuentas parece buen tipo.

Elena sonrió. Escuchó la puerta del dormitorio de Joanna cerrarse y algún que otro golpe amortiguado. Tenía intención de terminarse la botella y caer en coma hasta el dolor de cabeza de la mañana siguiente. El lunes tenía que volver al trabajo y pensaba aprovechar ese buen domingo para terminar de sanar.

Su teléfono estaba sonando en algún punto de la habitación. Ese pitido insistente la había sacado de un placentero sueño que acababa de olvidar. Chasqueó la lengua pastosa y se llevó una mano a la cabeza.

Recordaba haberse lavado el pelo la noche anterior y se había dormido en el sofá como una indigente entre copas de vino.

Tropezó al levantarse y tuvo que agarrarse a toda prisa al brazo del sofá.

-Maldito teléfono -refunfuñó caminando por la sala buscándolo- ...y encima se esconde el muy cobarde.

Logró encontrarlo debajo de varias revistas y descolgó sin siquiera mirar quien era.

-Y yo que pensaba que habías cambiado de número para no quedar conmigo.

-¡Nate! -de pronto estaba más despierta aunque su voz sonara tan ronca.

-¿Estabas aún en la cama? -le oyó reir a través de la linea, casi pudo imaginarlo.

-Pues si -resopló intentándo peinarse con los dedos- es domingo -le recordó.

-Y las doce y cuarto del medio día -contestó el.

Elena no llevaba reloj, buscó el que tenían en una pared de la cocina con la mirada. 12:17.

-Mierda -soltó la mujer, miró a la habitación de Joanna, su puerta estaba abierta, cama hecha y desierta. Sobre la mesita con el teléfono tenían una pizarra blanca para apuntar recados. Se acercó para mirarla.

"Iba a invitarte a comer por ahi, pero estabas roncando como una piedra, no había manera de despertarte. Volveré a media tarde. J"

-¿Todo bien? -inquirió Nathan al otro lado.

-Ah si, mi compañera de piso me ha dejado colgada para comer -dijo sin emoción. Solían comer juntas los domingos, pero tampoco era una tradición rígida.

-Vaya, ¿Quieres que me pase y te lleve algo de comer? -inquirió- Pensaba invitarte a cenar pero si te viene mejor...

-¡No! -miró a su alrededor el desastre sin recoger de la noche anterior, juraba estar viendo incluso una mancha bastante grande de vino rosado en la alfombra- mejor a cenar, no tienes ni idea del caos que tengo aquí ahora mismo.

-¿Zombies malditos?

-Aún no, pero dame tiempo -rió.

-De acuerdo, ¿Te recojo a las 8?

-Perfecto -su sonrisa se ensanchó cuando le escuchó toser nervioso.

-Genial, hasta luego Elena.

Casi ni pudo despedirse antes de que colgara y se quedó allí planteándose cuanta experiencia real tenía Nathan con las mujeres.

Se hizo un sandwich para comer a toda prisa y ponerse a limpiar el desastre. Poco después empezó a dolerle bastante la cabeza.

Joanna se empeñó en que se pusiera un vestido y para más pesadez no le valía ninguno de los que tenía.

-Son todos muy sosos -soltó habiendo dado tres vueltas a su armario.

-Mi intención era llevar un pantalón y una...

-Camisa, si, como si fueras al trabajo -la cortó su amiga. Elena estaba echada en su cama envuelta en una toalla esperando el veredicto- te voy a dejar mi vestido azul, el ajustado con la espalda descubierta.

-De eso nada -rió ella.

Joanna sin mediar palabra se marchó a su habitación, la rubia se incorporó en la cama pensando que quizás la había ofendido, pero a los veinte segundos la morena volvió al cuarto con una prenda en las manos.

-Está sin estrenar, me lo regaló mi tía pensando que a mi me gustaría -le lanzó el vestido a la cara con una expresión juguetona.

Elena se detuvo a observar la tela, era verde botella, muy suave. Al ver los tirantes finisimos pensó que no sería su estilo, pero le dió la satisfacción de probarselo. Era más largo de lo que acostumbraba a usar Joanna y entendió que no le gustara, pero a ella si. En el espejo la tela acariciaba sus curvas sin ceñirse demasiado, la falda bajaba hasta justo encima de las rodillas dándole movimiento. Sonrió frente al espejo, después se asomó de nuevo.

-No me vas a obligar a levar tacones -sentenció.

-¡Eres imposible! -exclamó su amiga con teatralidad. Lo cierto era que Joanna era casi la hermana que nunca había tenido.

Se ondeó un poco el pelo, no lo llevaba tan largo como para un buen recogido. Se maquilló como estaba acostumbrada para el trabajo, intentando no parecer que llevaba nada.

Tras un último vistazo al espejo se calzó un zapato plano que le quitaba seriedad al vestido y se puso encima una chaqueta.

-Estas buenisima -soltó Joanna al verla salir. Ella estaba en el sofá con el pijama y un gran bol de palomitas.

-Ya me contarás que tal la peli -sonrió mientras se aseguraba que llevaba su teléfono.

-Ya me contarás que tal el sexo con...

Elena se apresuró hacia la puerta para no tener que escuchar la frase completa mientras reía a carcajadas.

Su edificio estaba en un barrio bastante bueno, al compartirlo con su mejor amiga podía permitirse algo en condiciones, justo delante tenían un parque lleno de árboles y podía aparcar su coche con relativa facilidad. Bajó en el ascensor poniendose nerviosa por momentos. Hacía mucho que no tenía citas. Había salido con varios tipos del trabajo con finales más bien agridulces.

Había alguien en la puerta del edificio, llevaba una chaqueta de piel marrón y vaqueros limpios, pero por su forma desgarbada de moverse al primer vistazo supo que era el.

Nathan trataba al nerviosismo con la misma vara que a un niño pequeño, era un viejo amigo bastante pesado, pero sabiendo eso entendía que ponerse nervioso era parte de cualquier cosa emocionante.

Esperar en la puerta de ese edificio no parecía nada del otro mundo pero en cuanto se giró y la vió salir su corazón se desbocó y empezaron a sudarle las manos. El niño nervioso había ignorado sus advertencias y estaba bailando sobre la mesa de la cocina.

-¿Nate? -la sonrisa de Elena lo sacó de su estupor. Vale que solo la conocía cubierta de suciedad en una isla de sudamerica pero esto era pasarse. Ese vestido verde le sentaba perfectamente, parecía más menuda de lo que la recordaba, pero con el pelo rubio suelto se daba aires de modelo. Le estaba costando mucho centrarse.

-Hey -tragó saliva.

-¿No me conoces sin la pistola? -él soltó una risilla, entonces vió su expresión. Levantó la mano despacio hacia su cara, ya sabía lo que había visto. Los golpes frescos pasan a cardenales después de unos días. No es un espectáculo agradable- ¿Te duele?

-Nah -dijo quitándole importancia, se giró y con una mano le indicó que lo siguiera. Su coche estaba aparcado frente al parque.

¿Quien iba a decir que el aventurero Nathan Drake tenía una vieja camioneta azul?

Elena se felicitó a si misma por no haber hecho caso a Joanna, algo más refinado habría destacado demasiado y Nate tampoco parecía ser un hombre de gustos caros.

El hombre condujo por varias calles hasta incorporarse a una autovía. Por allí solo podían ir en dirección a la playa y tampoco demasiado lejos.

Fueron apenas diez minutos de trayecto hasta un restaurante de comida caribeña justo frente al mar. El ambiente era distendido, había musica fuerte, cócteles y mucho bullicio. La rubia sonrió, cuanto más conocía sus opciones más lo entendía. Nathan Drake no era un tio muy complicado en superficie.

Tenían reservada una mesa en la terraza, fuera de la zona de barra atestada de gente y de ruido.

El mar aunque estuviera anocheciendo lo relajó, aunque se fijó en que Elena había atraido las miradas de algunos hombres sin darse cuenta. No sabía que lo hacía sentir mejor, que ella no se hubiera enterado o que fuera el quien estaba sentado delante.

Deprisa un camarero se acercó a pedirles nota de la bebida.

-Dos submarinos -dijo Elena sin llegar a dejarle hablar.

Nate levantó una ceja divertido.

-¿Has venido aquí antes? -inquirió sabiendo la respuesta.

-El pasatiempo favorito de mi compañera de piso es probar toda la comida y bebida del pais- se encogió de hombros sin darle importancia.

-Una misión encomiable -su buen humor era contagioso y pronto Elena estuvo riendo con el.

Nathan se guardó la receta de los submarinos con bastante sorpresa de que ella bebiera cerveza.

-Te tomaba por una mujer de vino -la comida hacía rato que había desaparecido de sus platos, él había dejado de beber en la primera cerveza, por mucho que le hubiera gustado la mezcla tenía que conducir.

-No me gustan los licores fuertes, eso seguro.

-¿Whisky? -la mujer negó con la cabeza, los ojos le brillaban y la sonrisa no se le borraba del rostro.

-¿Vodka? -otra negativa.

-Cerveza y vino -soltó afirmandolo -Y algún ocasional ponche en fiestas -la mujer estiró los brazos frotándose uno de ellos con una mueca. Nathan ensombreció su semblante, la mesa era lo suficientemente pequeña como para que pudiera colocarle una mano en el brazo- solo es un moratón como los tuyos.

Igualmente el contacto no la incomodó en absoluto, lo había estado añorando.

-Se va haciendo tarde -resopló el moreno con una ligera sonrisa- te llevaré a casa.

Cuando se sentaron de nuevo en el coche unas gruesas nubes cubrían el cielo estrellado. Se puso a llover en cuanto volvieron por la autovia y cuando llegaron a casa de Elena apenas se podía ver la carretera.

Consiguieron aparcar antes de que el fuerte viento arrancara un par de ramas y las lanzara despiadado a la carretera.

-No parece muy seguro que vuelvas a salir con el coche -murmuró la mujer sorprendida por lo rápido que se había desatado la tormenta.

Nathan se quedó mirando el cielo oscuro con los brazos sobre el volante, no tenía muchas más opciones. La visión de un rayo atravesar el cielo disipó sus dudas.

-Va a sonar poco glamuroso, pero ¿Me prestas tu sofá?

La rubia soltó una carcajada. Para cuando alcanzaron el portal ambos estaban completamente empapados.

-Vaya una ligera lluvia de verano -resopló ella al entrar al ascensor. Se quedó más de un segundo mirando como se reía. Seguía llevando la barba de tres días, le quedaba estupendamente, tenía ese tipo de atracción de ser un hombre poco serio, cercano.

Los ojos azules de Nate se clavaron en los suyos y de pronto a pesar de estar empapada empezó a tener mucho calor.

Llegaron a su piso en silencio. Joanna debía estar durmiendo así que entraron de puntillas por el pasillo.

-Espera que saco una manta o algo -señaló ella quitándose los zapatos a patadas.

La casa estaba ordenada, aunque las paredes pintadas de un violeta oscuro desconcertaban bastante. Tenían elementos que caracterizaban a dos mujeres viviendo solas. Había una cesta de mimbre llena de colada sin doblar donde podían apreciarse varias braguitas de algodón.

El hombre apartó la vista sorprendido y la fijó en las botellas de vino vacías de la encimera o el jarrón de flores de plástico que adornaba lo alto de un armario.

Elena volvió un poco después con una manta suave y una almohada limpia.

-Estuve escribiendo -sonrió esperando que no le sonara raro- todo lo que ha pasado.

-Es bastante increible -murmuró el sin saber muy bien que decir.

-Es solo que tenía que ponerlo sobre papel -lo entendía, como la mujer lógica que era esperaba que si lo escribia o ponía sobre algo físico tuviera más sentido.

-¿Me lo enseñas?

Elena no esperaba que se fuera a interesar así por un mero recuerdo, pero después pensó que era tambien suyo.

Lo guió hacia su habitación. No era demasiado grande pero era luminosa. Había una cama grande en el centro, como si se le diera mucha importancia al descanso. Un escritorio frente a la ventana sobre el que reposaba un ordenador portatil y un montón de carpetas y papeleo amontonado.

Nathan se tomaba sus licencias, era fácil tratar a la gente como si los conociera de toda la vida. Con paso cauteloso se sentó en la silla con ruedas frente al ordenador y esperó que ella pulsara varias teclas para enseñarle el texto, después se quitó la chaqueta distraida.

Era extraño verlo desde su perspectiva, como ella había vivido esa aventura, era como una ventana a ella misma que estaba abriendo lentamente.

Quiso seguir bajando el texto para leer más, pero al intentar llegar al ratón tambaleó una montaña de papeles. Elena se lanzó sobre el para intentar contener el desborde flagelándose por no haber mantenido su trabajo más ordenado.

Sus pies tropezaron con las ruedas de la silla y se vió obligado a soltar los papeles para cogerla a ella. Prácticamente le cayó encima. Consiguió sujetarla con una mano en el hombro y otra en su cadera. El ruido de las hojas esparciendose por el suelo fue lo unico que se escuchó.

Elena le jadeó en la boca sorprendida, estaban demasiado cerca, tragó saliva y estaba seguro que iba a excusarse por haberle caido encima, pero todo lo interrumpió el tirante de su vestido.

Se deslizó por su piel con un suave movimiento y la curiosidad mató al gato. O a Nate en este caso. Su curiosidad por sentir si la piel bajo el tirante era tan suave como parecía fue demasiada para resistir.

La muchacha esperó el beso con deleite, como si le leyera la mente. Se relajó hasta sentarse a horcajadas sobre el. La tela de la falda se arrugó a su alrededor.

El hombre bajó delicadamente los dedos por su hombro hasta su clavícula mientras probaba sus labios de nuevo. Más suave incluso de lo que había imaginado.

Ninguno de los dos recordaría a la mañana siguiente quien cerró la puerta ni como había acabado la camiseta de Nathan encima de los papeles esparcidos por el suelo, pero si recordaban cosas bastante más interesantes que esos detalles sin importancia.