2. Desertar
Olía a sangre y a humo. Izuku ya no sentía el peso del cuerpo ajeno encima suyo. El ruido del tiro que había dado lo dejó con el tímpano aturdido. Su cuerpo seguía temblando, aunque no sabía si de sus sollozos, de la sorpresa, o de ambos. Se sentó. Su vista estaba nublosa, y tuvo que parpadear varias veces para recuperar la visión. Lo primero que vio fue su camiseta salpicada de rojo.
Estaba desnudo de cintura para abajo, adolorido. Luego vio a Tomura tirado en el suelo, cubriéndose el rostro, tratando de impedir que la sangre siga saliendo. Se incorporó, limpiándose la cara, tratando de controlar su respiración, hasta que vio aparecer a Shinso en la puerta, con la mirada estupefacta. El miedo no lo había abandonado, y sin dudar, levantó la pistola para asestarle un disparo al pelimorado, quien se ocultó tras la pared.
Miró de reojo a Shigaraki, quien ya no gemía de placer sino de dolor, con el rostro y las manos ensangrentadas. Recordó el golpe de Shinso que atravesó la pared de cartón yeso, su mirada consoladora cuando le apuntó en la frente, las palabras que pretendían defenderlo del abuso de Shigaraki. Se lo agradecía, pero en ese momento Midoriya no podía pensar en nada más que en las duras manos de Shigaraki en su cuerpo, la sonrisa que este ponía ante como lo torturaba.
Y en que debía salir de allí de inmediato.
Agarró su bolsa y su ropa interior, y mientras se paraba, volvió a disparar a la dirección de Shinso, cuya cabeza volvía a asomar por la puerta. Miró con desesperación a su alrededor, tratando de pensar en cómo escapar de esas cuatro paredes. Deslumbró el gran árbol, con algunas hojas ya caídas, fuera de la ventana.
Tenía 2 opciones: o se metía con Shinso en una guerra de disparos y veía quien mataba a quien primero, o saltaba por la ventana, que estaba a 3 pisos del suelo. Se encaminó hacia allá y la abrió, y volvió a dispararle a Shinso quien parecía querer salir para cumplir lo que le fue mandado. Midoriya se dio cuenta que, si seguía así, terminaría por desperdiciar las balas que le quedaban, y saltó.
Sintió los arañazos de las ramas en sus piernas y brazos que usó para protegerse el rostro. Al caer bruscamente al suelo, sintió un fuerte dolor en sus tobillos, que recibieron con fuerza el impacto. Tenía arañazos en todas sus extremidades, hilos de sangre pintándole la piel, la camiseta manchada de rojo, el oído aturdido, el escozor de las heridas en todo el cuerpo, pero estaba vivo. Estaba sorprendido de ese último hecho.
No esperó a que sus sicarios bajaran a concluir el trabajo, y sin que el dolor hubiese disminuido un poco, volvió a correr.
Había corrido con el miedo pintado en el rostro hasta lo más lejos que su cuerpo adolorido se lo permitió. Con un teléfono público llamó desconsolado a Ochako, y tratando de no derrumbarse por completo ante el teléfono, acordaron verse en un vecindario que no frecuentaban pero que se hallaba lejos del hogar de Ochako (y, por ende, lejos de sus perseguidores). Apenas colgó, se hizo adelante para regresar lo poco que había en su estómago. Se aisló en unos callejones desiertos, sintiendo la sangre recorrerle la superficie de la piel y las heridas escocerle.
En lo que la esperaba a su amiga, Midoriya agonizaba ante el recuerdo del rubio. Apretó la bolsa al rememorar los buenos momentos que había pasado a su lado; la primera cita, el primer beso, la primera vez. Todo lo que había sido motivo de sonrisa hace no menos de 1 hora, lo hacía llorar ahora con más fuerza, sorprendiéndose a su vez por la cantidad de lágrimas que guardaba en su interior.
Ya había perdido a su madre, y se negaba a creer que había perdido a su novio también. Pasar por la misma oscuridad ante el tormento por la pérdida de un ser amado suyo. Y para empeorar, el recuerdo solo le traía devuelta la imagen de su novio, que siempre estuvo ahí para él. De niños, tras darse cuenta de lo agresivo que se comportaba con él, se disculpó con verdadero arrepentimiento, y lo defendía de aquellos que continuaban agrediéndolo. Cuando su madre murió, le dio el tiempo que necesitaba, y cuando finalmente salió de su encierro emocional, Kacchan le abrió los brazos, siempre consolándolo en silencio cuando la tristeza lo atacaba de improviso.
Cuando cumplió 18, Kacchan se había mudado al que hace poco era su hogar, y le había propuesto al peliverde vivir con él. A pesar de su impetuosa personalidad, era dulce cuando se lo proponía, y en esos momentos íntimos, que poco a poco se volvieron más seguidos, Izuku solo pensaba en lo mucho que amaba a Kacchan, y en lo contento que era sabiendo que él lo amaba de la misma manera. Estaba dispuesto a compartir su vida con él, hasta que una llamada telefónica irrumpió en su vida, sacudiéndola por completo.
- Deku-kun.
Alzó la mirada hacia la portadora de aquella voz, aquella que cambió el significado de su apodo. Midoriya se fijó en los ojos rojizos de la castaña, que lo miraban horrorizada ante su nefasto aspecto.
- ¿Qué te sucedió? ¿Por q-que estás así? - se mordió el labio, tratando de contener los sollozos. - Tsuyu-chan…murió. La mataron… e-estaba conmigo y cuando escuché el disparo ya estaba en el suelo. La confundieron contigo, o eso lo escuché decir a ese hombre. No sé quién era, pero vino y le disparó y huyó…
Dejó de hablar puesto que se había puesto a llorar. Izuku se levantó y la abrazo, uniéndosele al llanto. Su novio, su amiga. ¿Cuantos más morirían por causa suya? Se sentía culpable, lógicamente, podía sentir la sangre en sus manos.
- Mataron a Katsuki. – dijo después de calmarse un poco. - Lo siento tanto Ochako-chan, me quieren muerto a mí y por mi culpa Tsuyu-chan…
Uraraka tomó con suavidad las manos del pecoso, viendo como temblaban al igual que sus labios que retenían los sollozos.
- Perdóname Ochako-chan
La castaña tomó un respiro, controlando el llanto que quería volver a salir.
- Esto…nada de esto es tu culpa Deku-kun. Nada. Solo es culpa de esos monstruos.
- P-pero-
- Tú no eres el que está jugando con sus vidas. No es tu culpa, ¿entiendes? - él asintió sin mucha convicción.
Se sentaron, calmándose mutuamente. Izuku veía la mirada oscura de Ochako, preocupada por él, y enfurecida por la muerte de sus amigos. Temió por un momento que fuera en busca de los asesinos, porque Ochako si se caracterizaba por algo era por su tenacidad y testarudez.
- ¿Qué hacemos Deku-kun? ¿Llamamos a la policía?
- No serviría de nada. Tomura no solo tiene montañas de dinero con el que podría pagarles para que no abran una investigación de esto, sino que también es muy peligroso. No tendrá un ejército, pero los hombres que tiene nos matarían en un instante. O hace que la justicia nos rechace o nos mata primero. Ya lo he visto hacerlo. Lo de sobornar y comprar policías me refiero.
- Sin embargo, sigues vivo.
- Eso fue suerte. Y está por acabarse.
- ¿Por qué te persiguen?
- No lo sé. – se encogió de hombros, con la mirada perdida. La castaña no estaba convencida, pero ambos estaban hundidos en tanta pesadumbre que no lo presionó.
Entonces, Midoriya se enderezó a su lado.
- Ochako-chan, ¿me prestas tu celular?
Era arriesgado, lo sabía. Nada le garantizaba que Shigaraki no fuera a delatarlo con los compañeros de su hijo, especialmente después de abrirle la cara y, con suerte, matarlo. Claro que la relación entre Tomura y su padre nunca fue precisamente unida. Una de las razones por la que dejó el trabajo de su padre para formar el suyo fue precisamente para alejarse de él. No entendía el por qué, de la disputa entre padre e hijo, pero tampoco era asunto suyo. Sin embargo, eso no quitaba el hecho de que eran padre e hijo, quieran o no, obligadamente unidos por la sangre.
Era por eso que, por más que el viejo Shigaraki le haya dado obsequios de vez en cuando, saludado siempre con cálidos abrazos, y tratarlo como nunca lo veía tratarlo a Tomura, como su hijo, no podía fiarse de él. Pero, aun así, hizo la llamada, y se encontraba esperándolo en la playa municipal de Dagobah, un lugar sin ningún atractivo debido al montón de basura que usaba Izuku para esconderse de cualquier vista. Sus manos se aferraban a la Beretta, esperando, con suerte, a la llegada de All For One.
Le había dicho que estaría ahí en media hora, pero Izuku no traía nada que le diese oportunidad de ver la hora. Contaba los segundos en su cabeza, tratando de ahuyentar los nervios. Esa era la última oportunidad que le quedaba. Si All For One le daba la espalda, ya podría irse dando por muerto. Probablemente usaría la misma Beretta para darse un mejor fin del que los hombres de Tomura Shigaraki le darían. Ya el sol se estaba ocultando, y pronto no quedaría ninguna luz que pudiese advertirle de las sombras que estarían acechándolo.
Escuchó un auto parar en la calle, así como el ruido de la puerta abriéndose y cerrándose. Tragó duro al escuchar más pasos de los que una sola persona daría. Era su fin. No podía culparlo del todo al viejo Shigaraki, después de todo era su hijo a quien con suerte había matado.
- Izuku
Miró al cielo y salió.
Vestido de traje (casi siempre que lo veía estaba de traje), con una mirada compasiva, estaba Shigaraki. Su pelo canoso se le removía por el viento que circulaba en la playa. Había dos hombres que estaban un poco más alejados, como si le estuvieran dando privacidad para cualquier charla que surgiera. Izuku sentía que volvía a llorar. El hombre que desde su juventud había escalado hacia la cima, ocasionalmente con métodos sanguinarios, estaba allí, por él. Pudo sencillamente haberlo servido en bandeja de plata a sus perseguidores, pero estaba allí.
Se le acercó sin preocuparse por las lágrimas en sus mejillas.
- Mataron a Kacchan. – dijo ocultando sus sollozos. El mayor lo miró apenado.
- Así escuché. Sabías como era Katsuki y su modo de hacer las cosas. Ya llevaba un tiempo alterando el orden del trabajo de Tomura y metiéndose donde no debía.
- Pero yo no sé nada de eso, de lo que hacía, y usted lo sabe. Usted les podría decir que no sé nada.
Shigaraki se acercó al peliverde, y rodeó con su brazo sus hombros.
- Tú sabes que no tienen nada personal contra ti, Izuku. Pero sabes cómo es Tomura, hace las cosas a su manera, y hace mucho que yo ya no lo controlo.
Izuku entonces recordó el cuaderno en su bolsa, y se lo entregó, con una mirada implorante.
- ¿Y esto?
- Kacchan me dijo que se lo entregara.
- ¿Leíste algo?
- Nada. Él me dijo que usted me ayudaría si se lo entregaba.
- Cuando se trataba de ti, Katsuki era muy optimista. – aquello lo desanimó un poco.
- Él lo apreciaba mucho. Como yo.
- Y yo a él, así como a ti Izuku, y lo sabes. – lo miró como si buscara convencerlo al ojiverde con sus palabras. - Pero no puedo meterme en eso.
- Usted tiene mucho poder.
- Y Tomura también. Y no solo es él, sino todos los que están con él. Terminaría debiéndole algún favor, y para mí eso siempre resulta contraproducente, sus negocios son problema de él, no mío.
- Kacchan me dijo que usted me ayudaría. – insistió. Ya estaba ahí, no podía dejar ir a la única persona que podría ayudarlo. – Por favor, Shigaraki, por favor.
El nombrado miró al peliverde, quien bajaba la cabeza mientras se aferraba su brazo. Si Shigaraki no lo ayudaba, no habría más. Era su última esperanza, por lo que no dejó de murmurar 'por favor' con desesperación.
- ¿En serio no leíste nada?
- Se lo juro.
Hubo un silencio, bastante inquietante para Midoriya. Sintió su pulso rebobinarse al escucharlo hablar.
- Tienes una oportunidad.
- Una es suficiente- dijo más tranquilo.
- ¿Tienes pasaporte?
- Sí. Con visa china y americana.
- Si vas a China te encontrarán de inmediato. Pero si quieres ir a Estados Unidos, tengo un par de amigos allá, personas que me deben favores. Con una llamada te ayudarán en todo lo necesario. Te puedo dejar en el aeropuerto ahora mismo y, antes de subir al avión, te daré un nombre y dirección. De ahí será asunto tuyo.
Midoriya asintió a cada palabra. Se secó los ojos para dar paso a una nueva expresión en su rostro. Una llena de alivio. Lo abrazó con fuerza.
- Muchas gracias en serio Shigaraki.
Sintió como lo rodeaba con gentileza antes de separarse.
- Pero escucha algo, ni siquiera allá estarás por completo a salvo. No te lo garantizo, porque si yo tengo amigos allá, Tomura también. Así que procura desaparecer por completo para que jamás te encuentren.
Izuku asintió de nuevo, ajustando su bolso en su brazo. Shigaraki puso una mano en su hombro como de consuelo.
- Lamento mucho lo de Katsuki.
Para cuando volvió a amanecer, Midoriya se encontraba dentro del avión despegando, con nada más que su bolso en su regazo y un papel en el que había anotado la información que le dio Shigaraki una hora antes de subir.
Se había despedido de Ochako después de que ella le hubiese prestado su celular. Le había dado un fuerte abrazo del cual ninguno deseaba zafarse, y se miraron con aflicción antes de ir por caminos separados. No había sido necesario ningún intercambio de palabras, puesto que ambos, en todos esos años, se habían demostrado cuanto se querían, y que, sin importar que adversidad, tendrían un amigo donde quieran que estén.
Le había dolido bastante, separarse de la última persona que seguía viva y que amaba. Ochako no solo había sido un amiga entrañable e incondicional, sino que también se había vuelto su hermana de corazón, mucho antes de que su familia lo hubiese acogido al quedar huérfano.
Y mientras veía como se alejaba más y más del suelo, lloró nuevamente en silencio. Por Kacchan, Tsuyu, Ochako, y él mismo. En aquel pedazo de tierra que se volvía aún más minúscula a medida que subía, dejaba enterrada un parte sí mismo que, probablemente, nunca volvería a ver.
