Dualidad
By Dione Ishida
Disclaimer: Digimon y todos sus personajes pertenecen a Toei Animation (Akiyoshi Hongo) y este fic está escrito sin fines lucrativos. Soy autora de mi propia narrativa, sin embargo solo utilizo los personajes para el storyline. Historia ambientada en Last Evolution Kizuna, SPOILERS. LEMON.
Parte 2. Al unísono.
Finalmente habíamos llegado a mi, más bien pequeño y modesto, hogar. Tras haber dejado una bolsa con frutas pasando el área del recibidor —un genkan también diminuto—, cerré la puerta del departamento detrás de mí. Por su parte, Mimi había dejado su pequeño bolso en el sofá y se había dirigido directo a la cocina observándolo todo, como una niña curiosa que analizaba su entorno.
—Justo así me imaginé que sería tu apartamento, tan ordenado —Declaró ella desde la cocina señalando la sala— Deberías ver el de Taichi —Exclamó en tono burlón.
—Lo sé. Y había pensado en decirle que rentáramos juntos, pero no soporto su desorden.
—Creo que les iría bien —Dijo colocando sus manos en la cintura— Ustedes dos son como un matrimonio. Durarían años juntos —Admitió divertidamente, mientras se aceraba hacia mí para tomar la bolsa con frutas y regresar a la cocina.
Dejé las llaves sobre una mesita junto a la puerta principal, me descalcé y caminé fuera del área del genkan para adentrarme en mi hogar. Me acerqué al umbral de la cocina y noté que Mimi había extendido las compras sobre la barra blanca de trabajo, que consistía en un cartón de algo parecido a un té —la célebre agua de frutas que ella tanto defendía— y asimismo, pequeñas porciones de frutas como durazno, manzana, melón y piña.
—A tu izquierda, Mimi —Indiqué, al observar que ella buscaba un cuchillo. Ella asintió y tomó el utensilio, colocándolo sobre una tabla para cortar.
Me crucé de brazos y me apoyé sobre el marco de la puerta mientras la observaba sonriendo desde la entrada de la cocina. Mimi lucía tan adorable y despreocupada, tarareando una canción a la vez que con una mano tomaba las frutas y con la otra, las comparaba con la etiqueta del empaque. Y de repente ahora todo lucía tan acogedor, pues la presencia de Mimi le había inyectado una renovada vitalidad a mí y a mi entorno. No podía apartar mi vista de ella —incluso cuando pensé que me vería como un reverendo tonto observándola—, sin embargo quería asegurarme de que esto era real. Admiraba que Mimi podía disfrutar del momento sin cuestionarse por todo como yo solía hacerlo.
—¿Qué haces ahí parado luciendo tan galán? —Preguntó ella repentinamente girándose hacia mí.
—¿Eh? —Solo atiné a exclamar aún cruzado de brazos.
—Sí, ya sé que eres irresistible —Admitió ella sacudiendo un cucharón en el aire— Pero…
—¿Te lo parezco? —Interrumpí, cambiando mi voz por un tono más grave, notando de inmediato que ella se había sonrojado ante mi provocación. No pude aguantar y comencé a reírme.
—¡Yamato! —Exclamó riéndose también— En verdad, ven aquí y ayúdame a crear tu famosísimo jugo mixto —Pidió agitando el cucharón.
Me retiré la chaqueta de cuero, dejándola fuera de la cocina y arremangándome la camisa verde, me acerqué a Mimi mientras lavábamos las frutas.
—¿Para qué es el cucharón? —Pregunté observando el utensilio junto a mí.
—No lo sé —Admitió ella con inocencia y yo la miré arqueando una ceja— Pensé que podía ayudarte a revolver el jugo.
—Nunca has hecho un jugo mixto, ¿verdad? —Cuestioné con resignación.
—No, pero sé que tú me vas a enseñar —Dijo con optimismo y yo suspiré.
Y así comenzó nuestro pequeño proyecto. Mimi se encontraba sentada sobre la barra de la cocina y enlistaba los ingredientes del agua de frutas, a la vez que yo recreaba la receta a modo de jugo con las frutas frescas que habíamos comprado. Mientras intercambiábamos anécdotas, discutíamos y reíamos por cosas banales, Mimi y yo compartíamos en complicidad aquella noche de primavera. Nunca me había percatado cómo me gustaba la versión de mí mismo cuando estaba a su lado.
—¿Y bien? —Pregunté a la expectativa, tras observar que ella le había dado un primer sorbo al jugo mixto que yo recién había hecho.
—Mmmmmm sabe delicioso —Admitió ella paseando la lengua sobre sus labios, relamiendo las gotas de jugo restantes.— Aunque… —Anunció y presté aún más atención— no hay diferencia si los ingredientes son los mismos —Dijo y ante mi expresión de incredulidad, añadió—. El agua de frutas que compramos y tu jugo mixto saben igual.
—¡No, por supuesto que no! Espera, lo revolveré una vez más y lo pruebas.
—Ay Yamato, creo que me has timado —Dijo ella bromeando mientras ella tomaba el cartón de agua de frutas entre sus manos y volvía a leer el contenido.
Me giré a buscar otro vaso de vidrio en el gabinete superior y cuando volví hacia Mimi, la contemplé de abajo hacia arriba y sonreí ante la imagen que tenía frente a mí. Mimi lucía encantadoramente seductora sobre la barra de mi pequeña cocina. Sus pies se encontraban uno sobre otro mientras que su piel pálida y tersa se extendía por sus largas piernas, mismas que colgaban de la barra. Al llegar a sus muslos, noté que la falda de color celeste se disponía en forma desordenada sobre los mismos. Subí la mirada y noté cómo ella sostenía el cartón de agua de frutas sobre el que habíamos discutido con anterioridad, señalando la lista de ingredientes. Algunos mechones sueltos caían con gracia hacia el frente, sobre su crop top blanco, el cual se ceñía a su silueta, por lo que pude advertir que sus senos descansaban en libertad detrás de la prenda. Finalmente llegué a su rostro, dulce y juvenil, y me cuestioné cómo es que su magnificencia había pasado inadvertida para mí.
No. Rectifiqué mi cuestionamiento anterior, porque si bien me había percatado de lo bonita que era, nunca me había sentido atraído por su belleza como hasta ahora. Todo en ella era fascinante y me provocaba una mezcla de ternura y excitación.
Me acerqué a Mimi e involuntariamente tapé la luz que le auxiliaba a leer el cartón. Aparté el mismo con gentileza y ella descalificó mientras fruncía el ceño de una forma divertida.
—¡Tundra! ¿Pero qué hac… —Intentó replicar, pero ella misma se silenció al notar mi cercanía y mis claras intenciones. Nos contemplamos durante algunos instantes y ella, evidentemente sonrojada, colocó sus manos sobre mi pecho y tomando mi camisa entre sus dedos, me atrajo hacia sí. Teniendo su aprobación tácita, posicioné una mano detrás de su nuca y acerqué su rostro al mío para besarla.
Instintivamente, Mimi separó sus piernas para albergarme entre ellas y rodeó mi cintura con sus brazos, atrayéndome hacia sí. Sentí cómo sus labios humedecidos en jugo me devolvían el beso, por lo que percibí dos notas de durazno y piña en sus labios, de modo que deslicé mi lengua sobre ellos para introducirme en su boca. De inmediato, sentí su lengua recibirme con un cálido movimiento, acariciando la punta de la mía.
Nuestras lenguas habían comenzado una danza indecente que no hacía más que afianzar aquel momento como el preliminar, a la vez que mi cuerpo aprisionaba el suyo. Noté por primera vez cómo sus pezones erectos rozaban mi torso a través de la tela. Al estar en tal proximidad, Mimi advirtió mi erección incipiente sobre el tejido del pantalón, por lo que sin separarse de mí, dirigió una mano hacia abajo y acarició mi miembro por encima. Suspiré mientras su mano jugueteaba en mi entrepierna, por ende deslicé una de mis manos sobre sus muslos abiertos y emprendí el camino cuesta arriba. Reparé en la textura de su lencería bajo mis dedos y cómo estos habían comenzado a humedecerse, ya que la tela de encaje había filtrado el líquido que provenía del interior de su sexo.
—¿Quieres que esta noche sea una chica mala, Yamato? —Preguntó lúdicamente tomando distancia de mí, a la vez que fijaba su vista en la mía, por lo que yo solo pude asentir.
Me desconcertaba y a la vez excitaba saberla tan sexualmente desinhibida. A diferencia de las japonesas promedio, quienes se limitarían a dejarse llevar por el amante en turno que asumiría el mando, Mimi era tan extrovertida; se sabía sensual y no dudaba en provocarme y marcar la pauta en cómo complacerla. Tener sexo con ella era una droga estimulante que me hacía perder la voluntad y volver por más. Yo estaba a su disposición y dejaría sacar esa bestia por la que ella tanto imploraba, para satisfacerla hasta dejarla afónica.
De un solo movimiento, apartó mi mano con brusquedad y saltó de la barra de la cocina, para plantarse frente a mí. Con ambas manos me empujó contra la misma superficie en la que había estado sentada segundos antes, y me observó con malicia.
—No te muevas —Exigió con determinación.
Sin perder el contacto visual en ningún momento, se arrodilló ante mí y desabrochó la cremallera de mi pantalón. Con una mano acarició mi muslo mientras que con la otra había liberado mi miembro. Yo estaba absolutamente rendido, absorto y erecto ante ella, y Mimi se sabía una diosa que se había puesto a mi pies. Comencé a respirar con rapidez al observar cómo sus mejillas rosadas se habían acercado a la punta. Asegurándose que aún la miraba, paseó su lengua lamiendo las primeras gotas de mi líquido. La escuché relamerse y yo solo rogaba que lo introdujera, sin embargo en un hábil movimiento posicionó su boca en la base, y recorrió la longitud de mi erección con su lengua. Resoplé y sentí cómo mi corazón palpitaba con furia, como si quisiera abandonar mi cuerpo, mientras mi respiración se perdía entre jadeos. Llevé las manos a la cabeza de Mimi y comencé a acariciarla.
—P…p-or favor, Mi-mi —Clamé con voz áspera.
Ella me sonrió con lujuria y vorazmente introdujo mi miembro erecto en su boca, succionando con suavidad mientras éste recorría la humedad de su cavidad, de forma tan sensual y ávida que una corriente eléctrica arqueó mi espalda. Alcancé a gemir al sentir el vaho de su aliento cubriendo mi erección durante los movimientos incesantes de sus labios y sentí que no podría aguantarlo por más tiempo. Cuando ella notó cómo mis piernas habían empezado a temblar, se apartó de mi entrepierna y volvió a incorporarse. En un intento por quedar a mi altura, se colocó en puntas y me atrajo hacia ella para besarme. Percibía el sabor de mi sexo en sus labios a la vez que ella mordía juguetonamente mi labio inferior, gesto que me enloquecía. Antes de que yo pudiera reaccionar, volvió a apartarse, abandonando mi boca y se dirigiéndose a mi oreja.
—Llévame a tu cama —Susurró eróticamente lamiendo el lóbulo de mi oreja izquierda.
Sin perder más tiempo, desnudé la parte inferior de mi cuerpo y cargué a Mimi hacia la habitación, mientras ella seguía dándome besos por toda la cara, como ya solía hacerlo.
Abrí la puerta de un sólo golpe y arrojé a Mimi sobre la cama, quien rápidamente terminó de quitarse el top y la falda, a la vez que yo quedaba completamente desnudo ante ella. Cuando ella estaba por retirar la última prenda, interrumpí.
—Déjate las bragas —Demandé mientras me colocaba sobre Mimi y ésta en señal de sumisión, retiraba sus manos y se recostaba.
Observé cómo la prenda de encaje negro con fondo rosa pálido, se amoldaba perfectamente a sus caderas y contrastaba con el tono de su piel. Me excitaba sentir sus pezones erectos sobre mi piel y al verla dispuesta, no podía esperar a adentrarme en ella…
…Hasta que una idea un tanto inoportuna cruzó por mi mente.
—¿Es seguro? La vez pasada lo olvidé —Declaré con voz queda— ¿O quieres que use uno…? —Sugerí apuntando con la cabeza hacia una mesa en mi recámara, donde tenía una caja de preservativos. Maldecí mentalmente por haber roto el romanticismo y el ritmo que habíamos llevado hasta el momento. Pero ella simplemente sonrió y acarició mi cabello.
—Es seguro Yamato, tomo pastillas —Dijo mientras rodeaba mis hombros con sus brazos.
Le sonreí de vuelta y aparté sus bragas de encaje hacia un lado, por lo que sin retirarlas, introduje mi miembro de un solo golpe, provocando el primer grito ahogado de tantos que ocurrirían aquella noche.
Sentía perfectamente cómo la tela de su ropa interior aprisionaba nuestros sexos, por lo que nos brindaba mayor sensibilidad en cada desplazamiento. Mimi me sujetaba con firmeza mientras contemplaba cómo sus senos se sacudían en un bamboleo exquisito, por lo que incrementé la fuerza de mis penetraciones. A medida de que llenaba su interior con cada embestida, sus gemidos resultaban cada vez más sonoros, y sus uñas se encarnaban en mi espalda, en un intento por aferrarse a mí.
Me erguí sobre ella y la contemplé sin detener el vaivén de mis movimientos. Los ojos castaños de Mimi me devolvían una mirada lujuriosa y llena de brillo, como nunca antes lo habían hecho. Estaba absolutamente fascinado con la versatilidad que había descubierto en esta nueva faceta suya. Me enloquecía la forma traviesa en que mordía su labio inferior mientras se relamía los labios, como si me invitara a ir continuar para regalarle el mejor de los orgasmos.
Sonreí maliciosamente y en respuesta, ella soltó mis hombros para comenzar a acariciar sus senos, que se meneaban al unísono con mis caderas. Disminuí la velocidad de mis penetraciones y ella resopló inmediatamente a modo de protesta.
—¿Qué? ¿Quieres más? —Pregunté con voz ronca, seduciendo a mi presa antes de continuar devorándola, a la vez que ella asentía con la cabeza. Mimi se encontraba tan expuesta y entregada a mí, que solo deseaba hacerla gritar de placer.
Aventurándome, dirigí mi mano derecha hacia abajo y rocé únicamente la entrada de su sexo con mis dedos, ya que aún permanecía dentro de ella. De inmediato, sentí cómo se había estremecido mientras mis dedos se humedecían. Deslicé mi pulgar sobre la perla eréctil que sobresalía en la parte superior de su abertura, y comencé a moverla en círculos a medida que los espasmos en su interior eran más evidentes. Sin detenerme pero con lentitud, clavé mi erección hasta lo más profundo de su ser, mientras Mimi me obsequiaba un sonoro aullido.
En cuestión de segundos, observé con profunda satisfacción cómo aquella mujer tan sensual comenzaba a retorcerse bajo de mí, dirigiendo sus manos ahora hacia las sábanas y aferrándose a ellas, apretando sus ojos con fuerza, en un vano intento por anclarse y mantener el control. Había notado cómo las contracciones de su sexo se hacían cada vez más frecuentes, por lo que incrementé tanto la fuerza de mis embestidas como el movimiento de mis dedos.
La admiré tan expuesta y entregada y a mí, dejándose llevar por todo el placer que estaba otorgándole, a la vez que un delgado hilo de saliva se había derramado por la comisura de sus labios; y aquello no hizo mas que excitarme todavía más. Simplemente estaba loco por ella.
Quería hacerla más mía que suya.
—Da-da-me-lo, Ma-tt… —Imploró Mimi entrecortadamente, tomando la mano que antes había estimulado su sexo y lamiendo mis dedos mientras me observaba, limpiando cualquier rastro de su propia humedad; siendo aquel acto lo más erótico que jamás hubiera visto. En seguida volvió a tomar la misma mano, guiándola y depositándola sobre su cuello. Miré de reojo en busca de alguna señal de confirmación. Mimi asintió volviendo a cerrar sus ojos, por lo que sujeté su cuello con mi mano derecha y lo apreté.
Había iniciado por cortar ligeramente su respiración mientras la penetraba con una fuerza y velocidad tal, que la cabeza de Mimi chocaba repetidamente contra la pared. Noté las contracciones sostenidas de su sexo cada vez que me hundía en ella sin piedad. Me percaté cómo ella ahogaba sus gemidos mientras algunas lágrimas se asomaban a través de sus pestañas, a la vez que sentía cómo separaba sus piernas lo más que podía.
No podía aguantar más. El deseo había crecido a tal magnitud que se había vuelto insoportable y apenas podía controlarlo. Mi cuerpo tembloroso comenzó a arquearse sobre Mimi, mientras ella se regocijaba en placer. No podía frenar ya el deseo, el calor me había invadido y sentí los espasmos tan esperados de su sexo aprisionar el mío. Una descarga eléctrica recorrió mi columna vertebral y mi respiración se detuvo por un instante, mientras mi amante suspendía sus caderas en el aire durante un par de segundos. Estábamos llegando al orgasmo y antes de que Mimi pudiera gritar, retiré mi mano de su cuello y posé mis labios sobre los suyos, conteniendo su gemido en mi boca. Mi vista se nubló y finalmente sentí un líquido descargarse en su interior, saciando así mis instintos en su cuerpo.
El mundo se había apagado y solo ella y yo existíamos en él.
Dejé caer un poco más de mi peso sobre ella y cerré los ojos, sin abandonar el cuerpo de Mimi. Ella relajó sus brazos y nos sentí fundirnos en un abrazo eterno. A pesar de que nos tomó varios minutos recomponernos, me incorporé para asegurarme que ella seguía respirando, ya que recordé que había apretado su cuello a petición y jamás había experimentado algo similar.
—¿Estás bien? —Pregunté enderezándome sobre ella, tratando de señalar hacia su cuello, sin embargo sus párpados se hallaban cerrados— ¿Mimi? —Volví a llamar y ella contestó musitando algo ininteligible, pero sonriéndome de vuelta.
—Sí, tundra —Murmuró finalmente aún con los ojos cerrados. Su expresión era encantadora, tan apacible, como si se encontrara soñando. Sus mejillas rosadas resaltaban la piel satinada de sus pómulos, su nariz afilada exhalaba con lentitud y sus labios se hallaban ligeramente entreabiertos. Me incliné hacia ella tan solo unos centímetros y besé la punta de su nariz.
—Voy a salirme —Susurré y extraje mi sexo de su interior, por lo que ella gimió débilmente y apretó los ojos.
Abandoné la cama y me dirigí al baño. Al regresar, Mimi finalmente había despertado y me miraba alegremente, envolviéndose en las sábanas.
—Tomaste tu papel de chica mala muy en serio —Dije con una sonrisa burlona en el rostro mientras volvía a meterme en la cama con ella— ¿en verdad estás bien?
—Sí, estoy bien —Aseguró un tanto divertida y sonreí— Pero no creas que siempre soy así de pervertida —Dijo robando mi almohada.
—Qué lástima —Repliqué, robándole la almohada de vuelta.
Me recosté a su lado y Mimi permanecía sentada, observándome sin decir nada. Coloqué mis brazos detrás del cuello y giré mi cara hacia ella.
—¿Qué ocurre?
—¿Te puedo pedir algo, Yamato? —Pidió de repente sonrojada y me desconcertó verla tan apenada después de que, literalmente, me había suplicado por ahorcarla mientras teníamos sexo. Asentí un tanto confundido y ella continuó— ¿Puedes… puedes abrazarme antes de dormirnos?
Simplemente resoplé. Tras once años de conocer a Mimi, su ingenuidad no dejaba de sorprenderme, ya que siempre me provocaba una mezcla de dulzura y exasperación tan característica. Si bien era cierto que la vez anterior habíamos terminado tan exhaustos siquiera para mantenernos despiertos, en esta ocasión había sido distinto. A pesar de que nuestros cuerpos se hallaban plenos, era como si nuestras almas pidieran por más. Y antes de que yo pudiera responder con quizá alguna ironía como "¿Y eso te da vergüenza?", ella me devolvió una imagen llena de ternura que me desarmó por completo.
Así que opté por juntar la paciencia necesaria y asentí mientras ella se recostaba y yo la rodeaba con mi brazo izquierdo.
—Gracias, Matt —Respondió acurrucándose mientras su cabeza descansaba ya sobre mi pecho—… por haber venido cuando te necesitaba —Añadió antes de comenzar a conciliar el sueño.
Era como si el silencio de la noche nos envolviera para seguir fantaseando, pero en esta ocasión uno cerca del otro.
La habitación se había iluminado con el claro matiz de la mañana, trayendo consigo la vida y el bullicio del exterior. Mis sentidos habían comenzado a despertar y pude escuchar cómo el viento movía el follaje de los árboles frente a mi ventana. Me encontraba recostado sobre mi espalda y me sentí extrañamente exhausto pero en plenitud. Sin embargo, el resto de mis sentidos se activaron y en seguida, me supe justo al borde de la cama, por lo que traté de girarme hacia el lado opuesto y abrí mis ojos.
A mi lado izquierdo pude contemplar el cuerpo de Mimi junto al mío. Ella yacía lánguidamente boca abajo, extendiendo sus brazos y piernas a tal grado que parecía una estrella de mar gigante acaparando mi cama. No pude evitar reír ante la escena, ya que uno normalmente imaginaría a una mujer durmiendo con delicadeza y no a una estrella de mar invadiendo tres cuartos del colchón.
Me giré totalmente hacia ella y apoyando mi peso en mi codo izquierdo para balancearme, continué observándola. Era la primera vez en aquella velada que había despertado antes que Mimi y era tierno verla tan exhausta. Al menos ella me había despertado en dos ocasiones anteriores —quizá alrededor de la de la mañana— montándose sobre mí y haciéndome mimos, ya que me pedía por más. Jamás se me ocurrió pensar que podríamos ser una combinación explosiva en la cama.
Con mi mano derecha, la cual se hallaba libre, deslicé mi dedo índice en línea recta sobre la piel de su columna vertebral, desde su nuca hasta su región lumbar, sintiendo la textura tan suave bajo mi yema. Mirándola desnuda y descansando tan plácidamente sobre mi cama, admirando las curvaturas de su cuerpo, me preguntaba cómo es que serían las mañanas de aquí en adelante, y si ella querría repetir más de estos días para escribir una historia juntos.
Despejándome de mis propios pensamientos, observé el reloj digital que se encontraba en la mesita de noche detrás de Mimi, el cual marcaba las ocho y media. Traté de calcular, pero supe que al menos tendría una hora de sobra antes de que ella despertara, por lo que me incorporé de la cama, no sin antes besar su espalda en señal de despedida. Me coloqué mi ropa deportiva y le dejé una nota sobre mi almohada, por si acaso ella despertaba antes de que regresara. Salí del departamento lo más silenciosamente posible y fui a hacer mis diligencias de aquella mañana.
Aproximadamente una hora después, regresé al departamento y ni bien había colocado la llave en el cerrojo, la puerta se abrió y aquella chica de cabello castaño me recibió tan alegre de verme. Tenía puesta mi camisa verde y pude divisar sus senos sin sostén detrás de la ropa, mientras que en la parte de abajo, sólo tenía puesta esa pieza de lencería de encaje negro con fondo rosa pálido. No podía dar crédito a lo increíblemente dulce y sensual que lucía.
—¡Tundra! —Respondió ella abriendo la puerta con una sonrisa y arrojándose hacia mí, para abrazarme y darme un beso— ¿Dónde estabas?
—Fui a correr —Dije un poco confundido mientras ella se separaba de mí, quedando en la entrada— Te dejé una nota en mi almohada por si despertabas antes.
—No encontré nada —Admitió ella llevándose un dedo al mentón— Supongo se habrá caído —Sugirió con simplicidad.
Sin embargo, al terminar su frase, pude advertir que dos vecinos —alrededor de mi edad— habían pasado por detrás de mí y habían comenzado a murmurar divertidos observando a Mimi. Y yo, que apenas había reparado en que la puerta seguía abierta, me giré hacia ellos y mientras que uno de los chicos le había guiñado el ojo, el otro le había saludado con la mano. Enfadado, les sostuve la mirada con cierto desprecio, por lo que sin decir nada más prosiguieron su camino. Cuando ellos se hubieron marchado, tomé suavemente a Mimi de la muñeca y la guíe hacia adentro.
—¿Qué pasa? ¿Te da pena que nos vean juntos? —Preguntó ella con tono burlón mientras yo cerraba la puerta.
—No, solo no quiero que otros te vean semidesnuda —Admití ante la obviedad de que las reacciones de aquellos dos me habían molestado.
—¿Por qué mejor no admites que estás loco por mí…? —Dijo ella bromeando, aunque pausó por un momento— Oh… ¿y eso? —Cuestionó al notar que yo sostenía una bolsa blanca.
—Ah… te traje algo —Dije extendiéndole la bolsa de takeaway a la vez que ella la recibía.
—Aww, Yamato… ¡te acordaste! Gracias —Exclamó ella ahogando un gritito al abrir la bolsa y observar el contenido
—Pasé frente a la tienda mientras corría y pensé que aún te debía un desayuno.
En el interior de la bolsa se encontraban dos bagels con crema y mermelada de fresa de su tienda favorita, así como dos café latte para acompañar. Mimi me miró enternecida y volvió a darme otro beso, en señal de agradecimiento. Al separarnos me sonrió alegremente y tomó mi mano entre la suya.
—Vamos —Dijo guiándome de vuelta a la habitación.
—¿A volver a hacerlo? —Pregunté riéndome.
—No, bueno quizá después —Admitió mirándome traviesamente— Por ahora solo quiero comer.
Al regresar a mi recámara, nos sentamos sobre la cama y dispusimos la comida frente a nosotros, sobre la superficie de la cama.
—No sabes cómo agradezco que tengas una cama normal —Dijo ella estirando los brazos— Creo que nunca he podido conciliar el sueño en un tatami. Y eso que la casa de mi abuelo estaba repleta de tatami —Admitió mientras le daba un sorbo a su café.
—Bueno, la mayoría de estos departamentos tienen camas modernas, ya que es una zona para estudiantes extranjeros.
—¿Y qué haces aquí entonces? —Preguntó ladeando la cabeza.
—La renta es más barata y estoy cerca de la facultad. Espera, toma —Dije extendiéndole una caja con su respectivo bagel— ya que el programa de Ingeniería Aeroespacial es más popular entre extranjeros.
—Entiendo. Quizá yo también deba alojarme en una de estas zonas ahora que viaje a Hawaii —Dijo ella pensativa y la miré preocupado, gesto que no pasó desapercibido ante ella, por lo que añadió— Es un viaje muy breve de trabajo, de una semana a lo mucho —Explicó con tranquilidad.
Continuamos platicando durante el desayuno acerca de nuestras vidas, en una confidencialidad y reciprocidad que no había experimentado antes. Mientras comíamos los bagels favoritos de Mimi, conversábamos acerca de nuestros planes y todo a lo que aspirábamos, sobre todo ahora que nuestra misión como los antiguos elegidos había finalizado. Y en medio de todas las vivencias que evocamos y las vistas hacia el futuro, fue que lo vi más claro que nunca, y de una manera tan contundente que no podía creer que lo hubiera pasado por alto.
Podría nunca haber sido el mejor tiempo para considerar algo entre ella y yo; ya fuese porque no éramos los indicados o que a pesar de que coexistíamos en equilibrio no sería suficiente, pero nadie podía negar el hecho de que siempre había habido algo entre nosotros.
—Siempre fuiste tú —Solté sin reparos, como si lo comprendiera después de tantos años.
—¿Eh? —Dijo ella apunto de sorber su café, no obstante lo dejó de lado al escucharme.
—Siempre existió esto entre nosotros, desde que éramos niños. ¿No es así, Mimi? —Reconocí mientras la observaba y Mimi asintió condescendiente, como si ella lo hubiera sabido desde hacía tanto tiempo y solo hubiera esperado a que yo me percatara. No puede evitar preguntarme desde hacía cuánto tiempo ella había sentido lo mismo por mí.
Y sí, me refería a todas aquellas veces que caminamos juntos, que nos observábamos, que nos colocábamos uno cerca del otro, las ocasiones en que discutíamos, la forma en que nos retábamos y la dulzura con la que ella se dirigía hacia mi hermano o hacia mí. Todo eso siempre estuvo frente a mí y no me di cuenta sino hasta ahora. Éramos dos extremos tan opuestos que en conjunto, formábamos una dualidad que podía funcionar al unísono.
—¿Recuerdas algo después del almacén?
—No —Contestó ella nostálgica— Solo hasta que desperté en el mundo digital, con el resto.
—Antes de que sus conciencias despertaran, ustedes retrocedieron en el tiempo. Y volviste a tener 10 años —Sonreí con un sentimiento agridulce al recordarlo—. Nadie parecía a escucharnos a Taichi o a mí, incluso te grité para que reaccionaras. Pero… —Enmudecí y ella colocó su mano sobre la mía y me miró comprensivamente, por lo que continué— Quise que me entendieras como lo hacías antes. Siempre fuiste tú y nunca me di cuenta.
Permanecimos en silencio durante algunos minutos, nuevamente compartiendo aquel silencio libre de tensión donde solía sentirme resguardado. Suspiré y miré a Mimi de vuelta, quien observaba hacia la ventana, transmitiéndome ese sosiego tan característico de ella. Esbocé una sonrisa, sabiendo que si no lo decía ahora, no lo diría nunca.
—Siento haberme tardado.
—No importa. Quizá… no éramos tan compatibles en ese entonces, ¿no crees? —Sugirió con calma, compartiendo el mismo pensamiento que había tenido instantes atrás.
—Aunque es distinto ahora que ambos lo sabemos —Proseguí y ella volvió a posar su vista sobre mí— Quiero que tú y yo sigamos. Sé que apenas me encuentro resolviendo qué hacer con mi vida, pero… deseo que me acompañes mientras lo hago.
—¿Me estás pidiendo una oportunidad? —Preguntó ella cariñosamente.
—Sí —Ratifiqué con una sonrisa.
—¿Como tu novia? —Cuestionó pensativa, enredando su dedo índice en uno de los mechones de cabello que caían descuidadamente hacia el frente, gesto tan característico en ella.
—Si tú quieres —Dije un tanto extrañado, ya que no estaba acostumbrado a ponerle un nombre específico a ese vínculo.— Es raro, —Señalé y me miró sorprendida— en algunas cosas ni siquiera te comportas como japonesa.
—¿Te molesta?
—No, es parte de tu encanto ser tan extrovertida. —Confesé y me miró enternecida— La verdad no me importan los títulos, Mimi. Sé que quiero estar contigo.
Con mi camisa verde aún puesta, Mimi se inclinó hacia mí y acarició mi pómulo izquierdo con la misma mano con la que había jugado con su cabello, por lo que volví a percibir un delicado aroma a rosas cerca de mi rostro. En tal proximidad, pude contemplar la expresión de alegría y dulzura que me devolvían sus ojos color miel, mirada que conocía tan bien y cuyo sentimiento había trascendido a lo largo de los años. Y comprendí que no podía haber sido de otro modo. Que era ella por quien, sin saberlo, yo me había quedado prendado.
—Entonces para mí es suficiente, Yamato —Aseguró Mimi, por lo que sintiéndome agradecido, también coloqué una mano sobre su mejilla izquierda— Intentémoslo. —Declaró ella con una sonrisa, por lo que ambos cerramos los ojos y rozamos nuestros labios, sellando así la promesa.
Como es natural en la vida, es imposible predecir el curso de los acontecimientos. Pero por primera vez en años y tras algunos tropiezos, me sentí el hombre más afortunado del mundo.
FIN
Notas de la autora: Y así es como finaliza este pequeño proyecto, en cual he estado trabajando desde hace exactamente un mes. 11,446 palabras que revolucionaron la forma en la que solía plasmar mis sentimientos y que me han brindado la motivación para seguir escribiendo. Quiero agradecer a Ruby Kaiba, que con tanto amor dibujó un fanart basado en mi historia y que forma ya la portada de estos dos fics (pueden ver la imagen completa en la comunidad Mimato en Facebook). A SaoriJoishi07 por sus vibras tan bonitas, y en general dar las gracias por el apoyo que he recibido y a quienes han leído mi historia.
¡Viva el Mimato :)!
