Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer. La historia es completamente de la maravillosa Judy Christenberry, yo solo hago la adaptación. Pueden encontrar disponible todos los libros de Judy en línea (Amazon principalmente) o librerías. ¡Es autora de historias maravillosas! Todos mis medios de contacto (Facebook y antigua cuenta de Wattpad) se encuentran en mi perfil.
Isabella Swan volvía a casa. Solo para pasar el día de Acción de Gracias con su familia, pero estaba deseando que vieran a la nueva Isabella. Inspeccionó su apartamento y, antes de marcharse, regó las plantas con el fin de que su vecina sólo tuviera que hacerlo una vez más durante su ausencia.
Sacó las bolsas al descansillo de la escalera, cerró la puerta y echó el cerrojo con la llave. Después, llamó a la puerta de su vecina Alice y esperó a que le abriera.
En vez de su amiga, un hombre alto y guapo le abrió. Pero lo que le sorprendió fue su indumentaria: no era la típica ropa que cualquiera llevaría en la ciudad de Chicago, él iba con pantalones vaqueros viejos, una camisa de franela y botas. Igual que sus hermanos en su tierra natal.
—Hola, ¿está Alice en casa?
—Sí, un momento —él volvió la cabeza y llamó a Alice; después, abrió la puerta de par en par—. Entra.
Isabella se adentró en el momento en que Alice apareció.
— ¡Isabella! ¿Todavía no te has marchado?
—No, he venido a darte la llave de mi piso. Como me has dicho que no te importa regarme las plantas...
—¿No hay problemas con tu vuelo? —la interrumpió Alice.
Isabella se la quedó mirando.
—No, ¿por qué iba a haber problemas?
—Han cancelado el vuelo de Edward —respondió Alice—. Ah, perdonad, no os he presentado. Este es mi hermano, Edward Masen. Edward, te presento a mi vecina, Isabella Swan.
Isabella asintió con la cabeza mirando al atractivo hombre.
—Supongo que debería llamar para confirmar el vuelo, pero como los del informe meteorológico han dicho que el mal tiempo no iba a empezar hasta esta noche, he supuesto que no habría problemas.
—Eso era lo que yo pensaba también —dijo Edward con voz profunda—. Pero el avión que tenía que tomar salía de Minneapolis, y no ha podido salir de allí.
—Bueno, espero que consigas salir antes de la tormenta —entonces, Isabella se volvió hacia su amiga—. Toma, aquí tienes la llave. Supongo que será suficiente con que riegues las plantas el sábado, nada más.
—¿No vas a llamar para confirmar el vuelo? — preguntó Alice—. Quizá sea el mismo que el de Edward.
—No, no lo creo. —contestaron Isabella y Edward al unísono.
Los dos se miraron.
—¿Pero no eres tú también de Oklahoma? —preguntó Alice.
—Sí, pero... —Isabella se interrumpió y miró al hermano de su vecina—. ¿Ibas a volar a Oklahoma?
—Sí, en el vuelo de las tres y media.
— ¡Oh, no! No puede ser... En fin, encontraré otro vuelo.
Isabella se dio media vuelta para ir a su apartamento y llamar por teléfono.
—No creo que te sirva de nada. —le informó la voz lacónica del hombre.
Isabella se volvió y se lo quedó mirando.
—Edward ha llamado a un montón de compañías aéreas, pero nada. Como pronto, si la tormenta de nieve no hace que cierren el aeropuerto, le han ofrecido un vuelo para mañana por la mañana.
Los informes meteorológicos preveían una enorme tormenta de nieve para aquella misma tarde, pero ella les había prestado poca atención. Además, era aún un poco pronto para tormentas de nieve en Chicago.
El pánico que empezó a sentir no tenía razón de ser. No pasar el día de Acción de Gracias con su familia no iba a ser el fin del mundo.
Pero echaba de menos el hogar paterno.
Lo echaba mucho de menos.
Inmediatamente, cambió de planes. Nada iba a impedirle ir a ver a su familia.
—En ese caso, iré en coche. —anunció Isabella sonriendo a su vecina y al hermano de esta.
—También he llamado para alquilar un coche, pero no he encontrado ninguno disponible. Supongo que es por lo de las vacaciones. —dijo Edward.
Ahí, tenía ventaja sobre él.
—Tengo mi propio coche. No tardaré ni media hora en prepararlo todo y salir de Chicago antes de que se eche encima la tormenta.
Con una sonrisa triunfal, Isabella giró sobre sus talones y ya estaba en el descansillo de la escalera cuando él la llamó.
—¿Podría ir contigo?
Isabella se volvió y lo miró. Al instante, su imaginación visualizó a los dos en su diminuto automóvil, prácticamente el uno encima del otro. Un intenso calor se le concentró en el vientre. Cosa que era ridícula. Ese hombre era el hermano de Alice y, a juzgar por lo que su vecina decía de él, era un santo.
—Mi coche es muy pequeño.
—Podríamos turnarnos para conducir.
Isabella se quedó pensativa. Tenía por delante quince horas de viaje por carretera y ya era la una de la tarde. Tenía que hacer el trayecto sin parar con el fin de estar en su casa al día siguiente por la mañana.
Alice habló antes de que Isabella pudiera hacerlo.
—Ed, me gustaría que te quedaras. A Brad y a mí nos encantaría que pasaras el día de Acción de Gracias con nosotros.
—Lo siento, cielo, pero le he prometido a Carlisle que estaría de vuelta hoy por la noche.
A Isabella no le gustó en absoluto que Edward llamara «cielo» a su hermana. Los cinco hermanos con los que se había criado y su padre siempre le habían controlado sus movimientos y la palabra «cielo» era algo que le sacaba de quicio.
Edward se volvió a Isabella.
—Pagaría la mitad del coste del viaje.
Isabella le lanzó una prolongada mirada. Era un desconocido, pero conocía a Alice desde hacía un año y le caía muy bien. Y Alice adoraba a su hermano.
Por otra parte, su propia familia se sentiría mejor al saber que había un hombre para «protegerla». ¡Insoportable!
—De acuerdo, Edward. Pero voy a salir de aquí dentro de media hora.
—Yo estoy listo. ¿Vas a ir vestida así?
Isabella se puso rígida. Aunque no se le había ocurrido pensar en ello, quizá debiera cambiarse de ropa.
Pero ahora que él lo había sugerido, no podía hacerlo.
Sabía que era una reacción infantil; sin embargo, había ido a Chicago para alejarse de hombres que creían que sabían lo que a ella le convenía.
—Me parece que eso no es asunto tuyo.
Isabella no esperó respuesta. Abrió la puerta de su apartamento, entró y cerró de un portazo.
—¡Hombres!—exclamó Isabella. Mejor sin ellos.
—Espero que no se vaya sin ti, Edward. Creo que le has ofendido.
—Me parece que tienes razón, cielo —dijo él con una cínica sonrisa—. Las mujeres de ciudad son muy susceptibles, ¿verdad?
—Isabella es de Oklahoma, así que no es una mujer de ciudad.
—La ciudad de Oklahoma es más grande de lo que crees, Alice; tiene incluso buenos restaurantes. Vas a tener que venir a verme en primavera.
—Sí, por supuesto... si es que a Brad le apetece.
Edward apretó los labios. Había ido a Chicago porque su hermana, el día anterior, le había llamado por teléfono y estaba llorando. Aquella mañana, al llegar, ella le había asegurado que no le pasaba nada, que solo estaba un poco nerviosa. Él no la creía.
—Escucha, Alice, quiero que tengas esto —Edward se metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó una cartera; de ella, sacó una tarjeta de plástico y se la dio a su hermana—. Guárdala y no le digas nada a Brad. Si alguna vez necesitas dinero o quieres venir a verme, úsala.
—Brad y yo no tenemos secretos. —le aseguró Alice mirando la tarjeta con la duda reflejada en el rostro al tiempo que se llevaba una mano al vientre.
—¿Te encuentras mal? —le preguntó él.
—Sí, últimamente no tengo bien el estómago. No estoy segura de...
—Aunque solo sea por una vez, haz lo que te pido. No te va a hacer daño tener la tarjeta. Si no la usas, bien. Pero me sentiría mejor si te la quedas, ¿de acuerdo? Hazlo por mí.
Edward lanzó un suspiro de alivio cuando su hermana aceptó la tarjeta.
—¿Tienes dónde esconderla?
—La meteré en mi monedero.
— ¡No! No, busquemos otro sitio —Edward la llevó al dormitorio—. ¿Qué te parece si la pegas con celo a la parte trasera del espejo?
Edward señaló un espejo que había encima de una cómoda.
—Bien.
Alice fue por la cuita de papel celo y Edward pegó la tarjeta al espejo. Después, él le pidió un par de ahuchadas y algunas mantas.
—Por si nos pilla el mal tiempo. Y también una botella de agua mineral.
Edward esperaba que aquellos detalles distrajeran a su hermana y lograra olvidarse de la aprensión que le había producido aceptar la tarjeta.
Media hora después, Isabella volvió a llamar a la puerta de Alice. Como no era tonta, se había quitado los zapatos de tacón y se había puesto unos planos. Pero había metido los tacones en una bolsa que iba a dejar a mano para cambiarse en el coche antes de llegar a su casa.
El traje de chaqueta verde con botones dorados era de los que no se arrugaba y la falda era lo suficientemente corta para conducir sin que la molestara. No tendría problemas con la ropa.
Ese vaquero no sabía lo que decía. Igual que sus hermanos.
La puerta se abrió y se encontró delante del hombre que había estado ocupando sus pensamientos. Iba cargado con almohadas, mantas, un termo y una bolsa.
—¿Lista?
—Sí —Isabella y ya había metido las cosas en el coche.
Como el maletero de su utilitario era tan pequeño, no estaba segura de que la bolsa del hermano de su vecina cupiera en él.
—¿No llevas equipaje?
Isabella suspiró.
—Ya he metido mis cosas en el coche.
—Te las podría haber llevado yo.
A Isabella le habría gustado dejar claro que una mujer podía valérselas por sí misma, sin la ayuda de un hombre. Sin embargo, sabía que él solo estaba tratando de ser amable, aunque típicamente macho.
—No es necesario.
Alice estaba detrás de su hermano.
—Edward, por favor, ten cuidado. Y llámame cuando llegues.
—Lo haré. Saluda a Brad de mi parte y dile que siento no haberle visto.
Alice enrojeció visiblemente.
—Yo... preferiría que no se enterase de que has venido. Si se lo digo, tendré que explicarle que he estado llorando y eso lo disgustaría.
Isabella observó el intercambio entre hermanos y sintió curiosidad. Era evidente que las palabras de Alice habían disgustado a Edward, pero él no le llevó la contraria
—Haz lo que te parezca mejor.
—Gracias; Ed. Que pases un buen día de Acción de Gracias.
Alice abrazó a su hermano. Él la besó en la mejilla y luego se volvió a Isabella.
—Bueno, vámonos.
Como si él estuviera al mando.
—Adiós, Alice. Y gracias por cuidar de mis plantas.
—Hasta dentro de unos días. —le dijo Alice con una sonrisa.
Pero su vecina tenía lágrimas en los ojos. Isabella llamó al ascensor.
—Vamos, entra, cielo, y descansa. —le dijo Edward a su hermana mientras esperaban a que subiera el ascensor.
—No, yo...
La llegada del ascensor la interrumpió. Isabella volvió a decir adiós y, rápidamente, se metió en el ascensor. Edward la siguió.
—¿No llevas abrigo? Esa chaqueta no parece abrigar demasiado.
Isabella esperó a llegar al portal. Una vez allí, se volvió hacia Edward y se enfrentó a él.
—Vamos a aclarar las cosas, ¿te parece? Yo no soy tu hermana y tampoco necesito alguien que me cuide. Vamos a hacer un viaje, mi viaje, en mi coche. Y tú vienes conmigo siempre y cuando se te meta en la cabeza que yo estoy a cargo de todo. ¿Lo has entendido?
Edward apretó los dientes mientras le pasaba por la cabeza alejarse cuanto antes de aquella obstinada mujer. Podía ir a un hotel y esperar a que la tormenta pasara.
Pero quería volver a casa.
Antes de decidirse, ella dijo:
—Puede que haya parecido brusca y lo siento, pero no me gusta que la gente se meta en mis asuntos. Si vamos a pasar quince horas juntos dentro del coche, me ha parecido mejor dejar las cosas claras desde el principio.
Edward empleó un tono de voz que disimuló su irritación.
—De acuerdo. —y se quedó inmóvil, a la espera de que ella diera el primer paso.
A Isabella le costó un minuto darse cuenta de que Edward estaba esperando. Entonces, alzó la barbilla con gesto desafiante, se dio media vuelta y cruzó la puerta que daba al garaje.
De nuevo, Edward tuvo dudas al ver el tamaño del coche. Un Miata. Iba a estar atrapado en aquel diminuto coche durante quince horas con una feminista que parecía un vaquero acorralado por un toro que odiaba a los humanos. Imposible.
—El maletero está lleno —murmuró ella—, pero creo que tus cosas cabrán en el asiento trasero.
¿Qué asiento trasero? Había una especie de alero detrás de los asientos delanteros, pero no iba a discutir. Se quitó la chaqueta y la dejó en la parte posterior del coche; después, se acomodó en el asiento, encogido. Iba a acabar arrugado como una uva pasa.
—Por favor, abróchate el cinturón de seguridad. —le recordó ella.
Por supuesto. ¿Por qué aquella mujer le había tomado tanta antipatía nada más conocerlo?
En el momento en que salieron del garaje y se encontraron en medio del tráfico de la ciudad, Edward se dio cuenta de que el viaje iba a durar más de lo que había supuesto.
Las calles estaban llenas de impacientes conductores utilizando sus bocinas como medio de expresar su frustración.
—Mucho tráfico hoy. —comentó él mirando a Isabella disimuladamente. Ella tenía el ceño fruncido.
—Nunca he visto tanto tráfico.
—Bueno, con la tormenta de nieve y estos días de vacaciones, supongo que no debería extrañarnos.
—Si tanto te desagrada, puedes bajarte del coche. No tienes que andar mucho para volver a casa de tu hermana.
—Eh, no ha sido una queja, solo un comentario. Un comentario inofensivo.
Edward la vio cerrar las manos sobre el volante con fuerza.
—Lo siento. Estoy un poco nerviosa hoy.
—Es comprensible, teniendo en cuenta que has tenido que cambiar de planes en un momento.
Ella le dedicó la sombra de una sonrisa que se desvaneció rápidamente; entonces, volvió a concentrarse en el tráfico.
Edward la observó. Era una mujer lo suficientemente hermosa como para satisfacer a cualquier hombre. Tenía el cabello chocolate y recogido en un moño, iba maquillada discretamente, y el color del traje le iba bien a sus ojos castaños.
Y tenía unas piernas impresionantes.
El resto parecía bien proporcionado, aunque la larga chaqueta le impedía ver los detalles.
Era la clase de mujer que Edward solía evitar.
A pesar suyo, se acordó de su ex esposa. Siempre pendiente de la moda. Nunca un mechón de cabello fuera de su sitio. Nada demasiado caro para ella. La moda había sido lo más importante en su vida, siempre por encima de todo lo demás.
Incluido él. Era deprimente sentirse menos importante que un jersey de cachemire. Al final, no había logrado aproximarse a las expectativas que Jessica tenía de él como esposo.
—¡Maldita sea! —exclamó su compañera, sorprendiéndolo.
—¿Qué pasa?
El atasco les había hecho detenerse.
—Esperaba poder llegar a la Interestatal cincuenta y cinco antes de que el tráfico se hiciera tan denso. En fin, una vez que lleguemos a la autopista, el problema se habrá solucionado.
—La Interestatal cincuenta y cinco. Es la autopista que va a San Luis, ¿no?
—Sí. Y en San Luis, tomaremos la Interestatal cuarenta y cuatro, que va a la ciudad de Oklahoma.
—¿Tienes un mapa en el coche? —preguntó Edward.
Isabella volvió la cabeza para mirarlo.
—¡Conozco el camino!
Edward suspiró. Sí, esa mujer era como un toro furioso.
—Solo quería ver si hay otra forma de llegar a la Interestatal cincuenta y cinco. Esta avenida, Lakeshore Drive, es muy conocida y, por tanto, muy concurrida.
Las mejillas de Isabella enrojecieron.
—Lo siento, estoy un poco nerviosa... En la guantera hay un plano de Chicago.
¿Su nerviosismo se debía a que estaba con él? Sin más comentarios, Edward sacó el plano, y también vio que Isabella tenía otro del Medio Oeste. Iba bien preparada.
Tras examinar el plano, miró por la ventanilla.
—¿Hemos pasado ya la avenida Madison?
—No, todavía no. La vamos a pasar pronto.
—En ese caso, podríamos tomarla. Entonces, cualquier perpendicular que cruce Madison nos llevará a la Interestatal cincuenta y cinco.
—¿Estás seguro? Nunca...
—Estamos parados, puedes mirar el plano si no me crees.
Edward no le dijo que dudar de su palabra era tan insultante como que él le dijera lo que tenía que hacer.
Isabella le quitó el plano y lo miró. Después, con una sonrisa de disculpas, dijo:
—Tienes razón. Ahora, en cuanto podamos movernos un poco, saldremos de este atasco.
—De todos modos, no te sorprendas si a los demás conductores se les ocurre lo mismo que a nosotros — le advirtió Edward.
—Tengo miedo de que la tormenta de nieve nos pille antes de salir de la ciudad. Mira esas nubes.
Isabella indicó hacia sus espaldas y Edward se dio cuenta de que había estado mirando por el espejo retrovisor.
—Sí, ya veo. En fin, esperemos que nos dé tiempo a salir de aquí antes de que descargue la tormenta.
—Eso espero yo también. Vamos a ver qué dice el informe meteorológico.
Isabella manipuló la radio del coche hasta localizar una emisora que tenía música.
—Creo que esta emisora da el tiempo cada hora.
Edward se miró el reloj. Habían salido a la una y media y eran casi las dos. Y solo habían recorrido unas cuantas manzanas.
Las previsiones meteorológicas no eran buenas. Al parecer, la tormenta se acercaba a más velocidad de la esperada. Se suponía que iba a descargar a las tres de la tarde.
Isabella lanzó un gemido.
A Edward se le encogió el estómago. Llevaba mucho tiempo sin estar con una mujer; pero su ex esposa, al principio de estar casados, lanzaba gemidos parecidos al que Isabella acababa de emitir.
No quería pensar en eso.
—¿Por qué estás nerviosa? —preguntó Edward. Ella, sorprendida, se volvió para mirarlo.
—Yo... ¿qué quieres decir?
—Cuando te he preguntado si tenías un plano, has dicho que hoy estabas un poco nerviosa, pero no has dicho por qué.
—No creo que eso sea asunto tuyo. —respondió Isabella secamente.
—No, supongo que no. Supongo que has despertado mi curiosidad.
—No he ofrecido satisfacer tu curiosidad, solo llevarte a Oklahoma. —Isabella volvió la cabeza hacia el frente.
—De acuerdo. —Edward se cruzó dé brazos.
—¿En qué parte de Oklahoma vives? ¿Cerca de la Interestatal cuarenta y cuatro?
—Sí, bastante cerca; pero si me dejas en cualquier ciudad, desde allí conseguiré un vuelo.
—¿En estos días de vacaciones? No lo creo. ¿En qué ciudad vives?
—No creo que hayas oído hablar de ella. Es una ciudad muy pequeña al sur de la ciudad de Oklahoma. Se llama Apache.
—Ahora lo comprendo. —dijo ella con expresión de desagrado.
—¿Qué comprendes qué?
—Querías saber lo que me tenía nerviosa, ¿no? Pues es volver a casa y estar con mis hermanos.
—¿No quieres a tus hermanos? —preguntó Edward extrañado.
—Los quiero mucho, pero no hacen más que mandarme. Igual que tú. Por eso estoy nerviosa y tensa. Y vivimos cerca de Duncan, a solo unos kilómetros de Apache. Supongo que me has recordado a mis hermanos.
—En ese caso, estamos en paz —respondió él con voz tensa—, porque tú me recuerdas a mi ex esposa, a Jessica.
Isabella se volvió y lo miró boquiabierta; en ese momento, el coche de atrás tocó la bocina.
Los coches habían empezado a rodar.
Edward suspiró. Iba a ser un largo viaje.
¡Hola chicas bonitas! Y sí que va a ser un largo viaje para estos dos. ¿Notaron que Bella se refirió a una nueva Isabella? Ahí hay gato encerrado y agréguenle a todo ese mal humor que se carga, ojala Edward se lo pueda aligerar *mueve las cejas de arriba abajo* ¡Muy bien! Cuéntenme que les parece esta nueva adaptación, estoy muy contenta de poder compartirles una nueva historia.
Déjenme sus comentarios, ideas, preguntas, en los reviews, me encanta leerlas. Y recuerden: #DejarUnReviewNoCuestaNada.
—Ariam. R.
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