− Mikasa Ackerman, estás excluida de la legión de Reconocimiento − las últimas palabras siguieron sonando en la cabeza de la azabache mientras trataba de procesarlas.
− ¿Qué?
− Te daré una recomendación con la cual puedes ingresar a Policía militar o hasta la propia guardia del rey − continuó Levi secamente.
− ¿Solo por lo de hoy? − los ojos de Mikasa se llenaron de asombro. Por muy grave que fuera su error, no podía entender cómo sus superiores habían llegado a esto.
− ¿Piensas que puedes hacer todo lo que quieres? − la mirada del capitán ahora fijada en la azabache era afilada y directa igual que sus palabras − ¿Acaso quieres morir?
La pregunta le cayó a Mikasa como un balde de agua fría. Enseguida bajó la mirada entiendo a qué Levi se refería.
− No.
− Firma estos papeles.
La azabache se acercó lentamente al escritorio y miró unos folios junto a una carpeta con su nombre. No estaba segura que tenía que hacer. Se giró al capitán como si esperara que él cambiara su decisión, pero al cruzarse de nuevo con su mirada severa entendió que no había vuelta atrás. − No quiero morir − repitió Mikasa poniendo su firma en uno de los documentos. − Y no lo harás. Al menos bajo mi responsabilidad − dijo el moreno con firmeza − Aquí también − le dio a la chica otro papel para firmar.
− ¿Y ahora?
− Ahora lárgate − había tanto desprecio en esta frase que Mikasa miró a Levi casi con el horror − Y que no te vea cuando nos partamos a la misión.
La azabache revisó los folios en su mano sin entender lo que estaba escrito. No podía creer que esto era todo. Le echó una mirada a Hange, pero la comandante esquivó la conexión visual no dejándole a Mikasa otra opción a menos que abandonar el despacho apretando sus papeles.
Armin ya estaba esperando en el pasillo.
− ¿Qué te han dicho?
La azabache no le respondió nada, ni siquiera miró a su amigo mientras se dirigía a la escalera.
− Oye, Mikasa − llamó de nuevo el rubio, pero como la primera vez sus palabras no tuvieron efecto. Indignado por tal comportamiento de su amiga, Armin atravesó un espacio entre ellos y la agarró bruscamente por el codo haciéndole girarse hacia él.
− ¿Qué rayos te está pasando?
− Me han excluido − contestó la azabache en una voz baja, casi fue un susurro.
− ¿Cómo?
Mikasa no dijo nada más, solo le enseño al rubio los papeles.
− No puede ser − los ojos de Armin se abrieron al más no poder. Al instante siguiente el sonido de la puerta abriéndose se hizo presente y Hange salió de su despacho causando que el rubio se lanzara hacia ella.
− Comandante Hange, ¿es en serio? − le preguntó estupefacto echando miradas inquietas en dirección de la azabache. − Sí − la voz de la comandante sonaba firme, aunque había algo triste en esta firmeza − Lo siento mucho.
− Pero...
− Nada de peros − le cortó Hange − tienes que prepararte para el siguiente combate. Esta vez también vamos a usar armas de fuego. Ve al depósito y elígete algo.
− Sí, señora − cedió Armin en voz opaca − Nos vemos en la ciudad − le dijo inseguramente a Mikasa antes de dirigirse a la puerta principal. La comandante también se fue ignorando por completo la presencia de la azabache mientras la pasaba. Por algunos segundos el pasillo se llenó de un silencio. Hasta parecía que no había pasado nada, tan común y corriente estaba todo alrededor, pero los papeles en las manos de Mikasa no le permitían olvidar lo ocurrido. Estaba aún en el medio del pasillo cuando la puerta del despacho se abrió otra vez y apareció Levi.
− ¿Qué parte de "Que no te vea" no has entendido? − al escuchar esta voz fría la azabache se volteó a su dirección.
− ¿De verdad soy tan insoportable para ti? − la chica miró directamente al capitán por unos segundos. El rostro de su superior permanecía tranquilo e impenetrable como siempre y era evidente que no le iba a responder. Mikasa tampoco dijo nada más, solo se dio la vuelta y fue a su cuarto.
En cuanto entró a su dormitorio, se aplastó en la cama y miró al techo. De nuevo permanecía en el lugar al que ya estaba acostumbrada. ¿Tenía que recoger sus cosas y abandonarlo? Poco a poco los ruidos de preparaciones que se escuchaban hasta aquí se callaron. La azabache se levantó y vino a una ventana para ver a toda la legión alejándose en la dirección del bosque. Iban a capturar a este rubio y cumplir la misión sin Mikasa. Estaba excluida.
Definitivamente fue un error. ¿Cómo podía estar excluida si era una de los mejores? ¿Policía militar, la propia guardia del rey? Sería un desperdicio de sus habilidades, de lo que era capaz de hacer. No podía aceptarlo. Su lugar era ahora la legión de Reconocimiento, no tenía sentido dedicarse a algo otro. Era verdad que no obedeció la orden haciendo que Levi corriera el riesgo enfrentando las consecuencias de su elección mala. Pero en general este hecho no era tan grave para excluirla, no era un crimen. Bueno, según la ley, infringir la orden, sí, era el crimen. Pero la azabache tenía sensación de que el capitán la había excluido no por la ley, sino por algunos motivos suyos, dado que siempre ponía en primer lugar el sentido común y solo después todas las formalidades. Si había excluido a Mikasa, significaba que ya no la veía como el soldado, o sea como el miembro de la legión. ¿Ella de verdad estaba tan mal? Por un momento la azabache trató de mirarse a sí misma desde otro punto de vista. Sí, tal vez últimamente estuviera malísimo. Por otro lado aumentó la cantidad de sus entrenamientos, lo que tenía que llevarla a resultados mejores que antes. Pero... Sabía que en realidad no era así. En los combates no estaba tan efectivamente letal como antes probando constantemente nuevos grados del peligro. De todos modos, podría dejar de hacerlo, sería capaz de derrotar a los titanes como antes si eso fuera necesario para seguir en la legión. Tenía que convencer a Levi de cambiar su decisión. Iba a argumentar, a insistir, a pedir si fuera necesario. Aceptaría cualquier otro castigo, fuera lo que fuese. Si tan solo pudiera permanecer en este lugar...
Decidió hablar con el capitán en cuanto estuviera de vuelta, ya que de ningún modo se iría sin probarlo. Hasta se sentía inquieta mientras daba vueltas por la estancia vacía tratando de ordenar sus argumentos. Por fin construyó una cadena lógica y adecuada, solo tenía que presentarla a su superior. No obstante, en cuanto el futuro discurso fue terminado, la azabache se puso aún más impaciente repitiéndolo todo en su cabeza una y otra vez. Pero con el tiempo comenzó a pensar en otras cosas. Era muy raro que sus compañeros no volvieran en tanto tiempo. ¿Se encontrarían con esa gente de nuevo? ¿Habría salido mal? ¿Por qué no habrían retrocedido? Ya empezó a anochecer, pero nadie del equipo regresó. La intrusión de Mikasa le decía que algo andaba mal, algo les pasó a sus compañeros en este bosque, ya que era poco probable que la misión pudiera dudar tanto tiempo. La esperanza sutil que aún pudieran volver se desvaneció totalmente en cuanto se oscureció por completo.
Sintiendo que ya no podía solo esperar, la azabache vino al depósito en búsqueda de una pistola o escopeta. Desgraciadamente, como las armas de fuego eran inaplicables contra los titanes, en la legión de Reconocimiento nunca se preocupaban para traerlas en la suficiente cantidad. Ahora después de que los soldados se fueran equipados, no le quedó nada para Mikasa. La azabache incluso dudaba que lo que sus compañeros habían encontrado allí les bastó a todos. Al parecer Mikasa no tenía otra opción que ir por la legión sin ningún arma especial. De todos modos, esto poco le importaba a la chica cuando montó un caballo y se dirigió hacia el bosque, ya que al fin y al cabo ella misma fue un arma.
Por suerte, un cielo nocturno no estaba nublado dejando la luz de la luna iluminar todo alrededor. En estas condiciones Mikasa podía cabalgar muy rápido, aunque tenía que mantenerse alerta para no atropellarse con titanes vagantes. Recordaba el camino al bosque bastante bien para en poco tiempo ya cruzar su borde, pero al llegar hasta allí tuvo que parar el caballo, dado que la luz se cesaba retenido por una exuberante densidad de copas. La azabache se desmontó mirando adelante y tratando de distinguir algo en esta profundidad de árboles. No se veía nada, tampoco se escuchaba ningún sonido. Una pequeña lámpara que Mikasa encendió enseguida no servía mucho, ya que su luz iluminaba solo pocos centímetros alrededor, pero de otra manera igual era imposible avanzar. La azabache andaba lentamente por un camino principal sin desviarse en ningún lado para no perderse. Con el tiempo ya no podía reconocer el lugar dejando atrás las partes donde había estado antes. Pero no era la oscuridad de este sitio tremendo envuelto en el silencio de que se preocupaba Mikasa. Cuanto más se adentraba al bosque, más perdía la esperanza de encontrar a sus compañeros simplemente siguiendo la ruta, ya que aún no apareció ni un rastro de ellos. Podrían estar muy lejos del camino, o sea en cualquier parte del bosque o hasta fuera de él. En este caso sería imposible encontrarles ahora, tenía sentido regresar mañana cuando la luz del sol realmente ayudara en la búsqueda. Pero mañana podría ser demasiado tarde. Este presentimiento macabro volando por la cabeza de la azabache no le dejaba rendirse. Tuvo que hacer todo lo posible para encontrar la legión hoy mismo, así que continuaba avanzando.
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Antorchas escasas colgadas a las paredes eran la única fuente de luz en un pasillo tan largo que parecía ser casi infinito. Al menos su inicio y el fin no se veían desde celdas donde ahora estaban los miembros de la legión. Si tan solo ellos hubieran sabido cómo lo iba a acabar, de ningún modo habrían participado en esta misión. Pero pasó lo que pasó, y esta vez al encontrarse en el bosque con el rubio no solo no pudieron acercarse a él, sino perdieron su conciencia al intentarlo, todos casi a la vez. Por muy alerta que se mantenían y por muy preparados que eran, ni siquiera consiguieron retroceder. Ahora estaban encerrados en dos celdas vecinas en un lugar desconocido, por supuesto ya sin sus armas. Por alguna razón extraña aún seguían vivos, pero todos entendían que era solo cuestión de tiempo.
Levi y Hange sentaban recostándose contra una pared húmeda, cada uno sumergido en sus propios pensamientos. No eran los únicos quienes guardaban el silencio funéreo, ya que todos en su celda parecían ya haberse despedido de la vida. Al contrario la otra parte de la legión en la celda vecina aún tenía un poco de ánimo manteniendo una conversación. Tal vez la última conversación en su vida. Las voces estaban tan bajas que apenas se escuchaban, pero a veces era posible distinguir algunas palabras o hasta frases. No era que Levi tuviera muchas ganas de hacerlo, pero tampoco tenía otra cosa que hacer.
"¿Nos van a matar?" − Parecía la voz de Sasha. Después de todo aún no quería pensar en su fin.
"¿Para qué estamos aquí?" − esta vez fue Connie. Con mucha probabilidad su pregunta estaba dirigida a Armin, lo más inteligente de su grupo.
La respuesta de Arlert era incomprensible, pero por un tono de su voz Levi concluyó que el rubio como los demás no tenía ni la menor idea. Continuó explicándoles algo a sus compañeros, hasta que su siguiente frase completa se hizo presente:
"Mikasa no está con nosotros"
Mikasa. De verdad era una maravilla que ahora no estuviera con ellos, lo que significaba que hoy no moriría con la legión. Al fin y al cabo era lo único que Levi quería para esta chica perdida en su infelicidad, que no muriera. El dolor se le pasaría con el tiempo, se curaría, aunque sería en meses o años, al contrario la vida perdida por una estupidez sería algo irrecuperable. Parecía que Mikasa lo había olvidado. Excluirla de la legión no fue una decisión fácil para el capitán, pero fuera de los muros la azabache tenía demasiadas oportunidades de morir mientras no apreciaba su propia vida. Entonces, que se alejara. El moreno cerró los ojos. Aunque hoy por mera coincidencia Mikasa se quedaría viva, los demás con mucha probabilidad morirían, lo que de nuevo convertiría a la azabache en la única sobreviviente mientras perdería a otro su amigo. A pesar de que últimamente ella y Armin no parecían llevarse bien, su pérdida a Mikasa le dolería igual, de esto Levi estaba seguro. ¿Después de todo Mikasa estaría quebrada por completo?
Un sonido de disparos distrajo al moreno de sus pensamientos. En un rato se escucharon también los pasos corrientes a lo lejos acompañados con gritos de guardianes. El ruido aumentaba acercándose hasta entrar en el pasillo. En este momento Levi la vio. Definitivamente era una ironía amarga del destino que el capitán estaba pensando en Mikasa alegrándose de que no estuviera con ellos justo cuando la azabache apareció casi de la nada enfrente de su celda. Al notar la presencia de sus compañeros Mikasa se detuvo en el centro, mientras los guardianes se concentraban alrededor de ella. Docenas de pistolas ahora la estaban apuntando.
− Baja las armas − le ordenó a la azabache un jefe de la guardia. En este momento Levi se dio cuenta de que en vez de espadas para matar titanes Mikasa tenía dos pistolas en ambas manos. Tal vez las hubiera sacado de otros guardianes, dado que en la estancia no quedaba ningún arma de fuego.
La azabache no se movió como si no hubiera escuchado la orden, ni siquiera parpadeó. Los observó largamente a los soldados, estimando su posición. El aire se congeló mientras todos miraban a Mikasa. Por un instante a Levi le pareció que era un fin sin salida y la matarían. Hasta sintió un escalofrío recorriendo por su espalda, pero al instante siguiente la azabache se lanzó hacia la multitud de los soldados y el capitán entendió que no era el fin de Mikasa, sino de la guardia. Un salto acompañando con un disparo y un cuerpo cayó en el suelo. Otro salto, otra muerte. Una serie corta de disparos, más cuerpos en el suelo. Salto, disparo, salto, cambio de armas, dado que en las suyas se acabaron las balas. ¿Cuántos soldados estaban contra ella? ¿40? ¿50? Todavía nadie logró herirla, dado que la azabache se movía tan rápido que siempre estaba fuera del alcance. Salto, giro, disparo atrás. Los movimientos exactos y letales de Mikasa parecían a un baile. Sus ojos no expresaban nada, no era ninguna diversión en ella, solo la eficacia en matar y sobrevivir. Tal vez no supiera para qué vivir, pero en matar por la legión no vacilaba. Ahora no parecía la chica perdida y perpleja con quien el moreno habló pocas horas antes en la estancia. Ya era un arma letal, fugaz y eficiente. Era exactamente esto lo que Levi consideraba por ser Ackerman. Si fuera él, haría lo mismo. Exactamente lo mismo, entendía que incluso él no podría actuar mejor en este combate. Por cierto, de dónde Mikasa aprendió a usar pistolas tan bien, se preguntó el moreno a sí mismo, recordando que en la legión casi nunca se usaban armas de fuego. A lo mejor para Ackerman no era necesario. Levi observaba el rostro de la azabache ya un poco manchado de sangre sin desviar la mirada. Sabía que no era nada especial, seguramente él podría repetir lo que estaba haciendo. Pero aun así, no podía dejar de mirarla.
− Ahora entiendo cómo sobrevivió aquel día − silbó Hange junto al capitán − Oye, ¿y tú por qué la miras así? Levi no le respondió nada.
− Te ves igual en combates − continuó la comandante − ¿No sabías que esto se ve tan tremendo?
− Es perfecta − dijo el moreno más para sí mismo que para Hange devorando a Mikasa con sus ojos.
− ¿Eh? ¿En sí mismo también lo piensas? − el rostro de la comandante se retorció en una mueca mientras Levi de nuevo no le respondió nada.
"Claro que no" − pensó él, pero permanecía demasiado sumergido en lo que estaba pasando fuera de su celda para decirlo en voz alta.
El último disparo resonó en el aire terminando con la guardia por completo. Los cuerpos cubrían todo el suelo mientras Mikasa miraba a su alrededor examinando el espacio por cualquier tipo de amenaza. Pero todo estaba silencioso aparte de sus compañeros que ya empezaron a llamarla. Al fin la azabache los miró tras las rejas entendiendo con un alivio enorme que todos de la legión estaban vivos. No se permitió asegurarse de ello durante el combate para no distraer su atención. Ahora solo necesitaban abrir las celdas e irse de este maldito lugar. O sea de un castillo que encontró Mikasa al salir al otro lado del bosque.
La azabache se puso a buscar llaves en los cuerpos caídos y con una ayuda de Jan quien vio primero el cadáver del jefe de la guardia consiguió hallar el manojo y abrir la primera celda.
− Déjame − le pidió Jan al salir y abrió la otra cerradura con tanta agilidad como si él mismo fuera un carcelero.
Después Mikasa llevó a sus compañeros fuera del castillo directamente a una estala donde se encontraban sus caballos. Sin otros obstáculos la legión abandonó el lugar de su encarcelamiento dirigiéndose hacia el bosque. Como era bastante oscuro para montar a toda velocidad, se trasladaban con cautela por precaución no diciendo nada durante todo el camino. Solo en cuanto empezaron a ver la estancia, se sintieron más o menos a salvo.
− Gracias por salvar nuestros culos − dijo Jan en voz lo bastante alta para que Mikasa podía oírlo.
− De nada − simplemente respondió la azabache.
− En serio, Mikasa, ya preparábamos por lo peor cuando entraste − añadió Connie.
− Y resulta ser que lo peor será enfadarte a ti algún día.
Todos alrededor se rieron ante este último comentario de Jan, haciendo que el ambiente se aflojara un poco. Una leve sonrisa curvó los labios de la azabache también. Estaba incluso más agotada que los demás, dado que este día para ella no fue nada fácil, pero el alivio que sentía por salvar a sus compañeros le daba fuerzas. No podía dejar la legión. Ahora lo entendía con aún más claridad que antes, cuando estaba preparando su discurso para Levi. Era su lugar. Aunque ella no siempre era una chica buena o al menos soportable, pertenecía a la legión como los demás. Esa gente no era su familia y tampoco la hacía sentirse menos sola, pero había algo más profundo en todo esto. Tal vez el deber. O a lo mejor el sentido, dado que en la guardia de la ciudad y mucho menos en la del rey no era ni una gota de esto. Tenía que seguir con ellos, costara lo que costase.
Todos estaban enormemente cansados cuando al final frenaron los caballos en la estancia. Cuando Mikasa echó un vistazo a este edificio conocido, a ella le pareció que había pasado toda la eternidad desde su partida. Hange les ordenó a todos que tomaran descanso y estuvieran preparados para marcharse mañana mismo. Como los soldados empezaron a desprenderse por todos lados, la azabache se apresuró a cruzarse con Levi. − ¿Podemos hablar? − le preguntó en una voz baja al acercarse.
− Sí. Sígame − dijo el moreno y se dio la vuelta para entrar adentro. Ambos pasaron por el pasillo ya silencioso y envuelto en una oscuridad y entraron en el despacho de Hange. Aquí podían hablar tranquilamente, dado que la comandante se había ido a dormir.
Levi encendió una lámpara y miró a la azabache con una pregunta. Ya sabía que Mikasa tenía en la mente, pero necesitaba escucharlo de ella misma. Mientras tanto, la azabache entendió que toda su cadena de argumentos que había preparado antes ya estaba perdida. Se encogió bajo esta mirada intensa del capitán aspirando el aire nocturno para reunir los pensamientos. Después empezó a hablar.
− Creo que estamos mano a mano. La anterior vez mi actitud causó que usted tuviera que arriesgar su vida para salvar la mía y esta vez yo me arriesgué para rescatar la legión. Me disculpo por no haber obedecido la orden. Esto no vuelve a ocurrir. Permítame seguir con la legión.
Levi miró a Mikasa por algunos segundos sin responder, como si tratara de encontrar algo más en ella, pero el rostro de la azabache estaba igual de impasible como el suyo.
− Está bien − dijo al fin − Y deja tu amabilidad para ocasiones formales, no te cae bien.
Mikasa parpadeó sopesando lo que había escuchado. ¿Era verdad que el capitán cedió tan fácil sin hacerle más preguntas o criticarla? Mientras lo pensaba su mirada se cayó al escritorio agarrándose a la carpeta que había visto esta tarde. "Mikasa Ackerman" decía su título.
− ¿Qué hay dentro? − la pregunta abandonó su boca casi sin querer.
− Todo lo que se sabe de ti − respondió Levi en un tono indiferente.
− ¿Y qué es? − los ojos de Mikasa se fijaron en el moreno quien le sostuvo la mirada.
− Cuando teníais 9, tú y Eren matasteis a tres hombres. Dos de ellos tenían múltiples heridas de cuchillo, aparentemente les mató Eren. Al contrario el tercero murió de una sola puñalada justo en su corazón. Creo que le mataste tú.
La azabache bajó la mirada y por algunos momentos el despacho se quedó en silencio.
− ¿Suena horrible, verdad? − al fin preguntó Mikasa mientras los recuerdos semiolvidados pasaban por su mente.
− No. La gente hace cosas peores para sobrevivir. Solo quiero que no pierdas esta sensación − una calma entera que ahora sonaba en la voz del capitán le hizo a la azabache mirarlo de nuevo.
− ¿Qué sensación?
− Que tienes que sobrevivir. Aunque era duro para la niña de 9 años, elegiste matar en vez de ser una víctima. Esta guerra también es muy dura, tanto para ti como para los demás. Pero quiero que sobrevivas.
− ¿Por eso me has excluido? − se asombró Mikasa, ya que había creído que Levi actuaba principalmente en intereses de la legión, sino en los personales.
− Sí. ¿Y tú que pensabas? ¿Que no te puedo soportar?
Una sonrisa fugaz apareció en el rostro de la azabache ante tal suavización, pero al instante siguiente ya se desvaneció por completo cuando respondió:
− Pensé que te había decepcionado.
− No. No después de lo que he visto hoy − aseguró el capitán − Has estado muy convincente.
− Bien − suspiró Mikasa con alivio − Entonces, ¿puedo seguir como si nada?
− Sí.
− Gracias. ¿Me retiro?
− Sí, tienes que descansar.
La azabache salió del despacho dejando a Levi enfrente del escritorio. El expediente permanecía en su lugar donde el moreno lo había dejado esta tarde. Tal vez Hange tuviera razón nunca rellenando los papeles enseguida, ya que si fuera ella quien había excluido a Mikasa, su expediente todavía estaría intacto. Pero a diferencia de su superior Levi acostumbraba hacerlo todo a su tiempo, así que la orden de la exclusión ya estaba dentro. El capitán tomó la carpeta y la abrió en la última página escrita, estudiando atentamente los pliegues del papel cubierta por su letra fina. Después tiró el folio con fuerza. La hoja con la orden estuvo desprendida mientras en su lugar se quedó un poco de papel entrecortado que casi no se veía. Levi miró fijamente el resultado de su trabajo. "Suficiente" − pensó, dudaba que alguien leyera este expediente con tanta atención para notar la falta de la página.
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El viejo castillo se asomó a lo lejos dándoles una bienvenida silenciosa a sus dueños que acabaron de salir del bosque. Desde hace más de un año este lugar a medias destruido le servía a una familia Leblanc como una vivienda, un refugio y un laboratorio, pero por mucho tiempo que habían llevado allí, no podrían decir que era su casa. Una decisión de abandonar su verdadero hogar en el continente no fue fácil para Edmond, el mayor miembro de la familia, dado que en la isla no había nada de esa riqueza y comodidad a que estaba acostumbrado desde su infancia. La mayor parte de un servicio también se quedó en una hacienda familiar, solo pocos sirvientes acompañaron a Edmond, su hermano menor Remy y su amigo Thierry en el viaje. Pero todas las carencias no serían en vano si los tres nobles lograban cumplir su meta. Ahora, cuando habían atrapado a la legión de Reconocimiento, les faltaba poco.
− Ya he inventado que quiero hacer − musitó Remy pensando en la siguiente etapa mientras una sonrisa soñadoramente cruel apareció en su rostro. Aunque la menor Leblanc solo tenía 10 años, cada uno de sus gestos y expresiones desprendía tanto poder que el niño parecía una pequeña copia de su hermano mayor con la única diferencia que el pelo rubio de Remy era mucho más largo casi hasta su cintura.
− Oye, primero tú haces lo yo te digo − la voz de Edmond fue severa y no consideraba una discusión causándole al niño hacer una mueca.
− Lo sé, no seas un rollo.
− No te enfades, hermanito − se suavizó un poco el rubio mayor − Después puedes hacer lo que quieres.
Un gritillo alegre de Remy expresó su aceptación completa.
− Es un montón de gente − intervino Thierry refiriéndose a la legión encerrado en el castillo.
− Los demás no me interesan − la voz del pequeño rubio enseguida se volvió fría − es muy aburrido, quiebran muy rápido.
− Así que tendré que matarles yo − suspiró levemente Edmond, no obstante no preocupándose mucho al respecto. − Hace ya un tiempo no has practicado múltiples paros cardíacos − una sonrisa retorcida se instaló en el rostro del castaño. Se escondían en este destierro por un rato lo bastante largo para olvidar de este tipo de diversión.
− El corazón humano... − meditó pensativo Leblanc mayor − tan importante y tan frágil. Siempre me sorprendía por qué para nosotros es un órgano lo más fácil a que podemos afectar.
Thierry solamente se encogió de hombros. Había pasado bastante tiempo en el laboratorio estudiando los límites de este poder sobrehumano para acostumbrarse a él por completo y no hacer las preguntas.
Los tres hombres ya estaban muy cerca del castillo cuando se dieron cuenta que por alguna razón extraña no había ningún guardián delante de la entrada. Todo el edificio viejo estaba envuelto en un silencio, pero a pesar de la falta de evidentes señales preocupantes, se percibía algo malo en el ambiente. Con un ceño fruncido el mayor de los Leblanc abrió la puerta y hasta tragó en seco al ver lo que estaba dentro.
− Remy, espera aquí − le dijo a su hermano con un acero en su voz deslizándose adentro junto con Thierry.
La cantidad de los cuerpos muertos aumentaba mientras los dos atravesaban salas amplias del castillo dirigiéndose al calabozo. Lo que les esperaba en cuanto bajaron ya fue predecible.
− Están todos muertos, todos de nuestra guardia − constató Edmond estudiando el espacio con una mirada fría y macabra. Su amigo a diferencia parecía estar estupefacto echando los vistazos inquietos a los cadáveres.
− ¿Y los demás del servicio?
− No lo sé, probablemente se hayan escondido. Dudo mucho que alguien de ellos se haya atrevido a acercarse.
− ¿Habrán venido más soldados de Randort? − supuso el castaño. Como era la ciudad más cercana dentro de las murallas, era posible llegar desde allí incluso en un corto plazo del tiempo que duró su ausencia. − O tal vez haya otra parte de la legión que no hemos capturado − contradijo el rubio no creyendo que la versión de Thierry fuera viable.
− Es imposible, la legión no es tan numerosa.
− ¿A lo mejor tus fuentes te han engañado? − los ojos de Edmond se entornaron clavándose en su amigo, pero este permanecía firme:
− Tampoco es posible. En esta fuente estoy seguro.
− ¿Has visto la lista con tus propios ojos? − en la voz de Leblanc mayor ya apareció una furia creciente.
− No, no fue necesario.
− ¡Rayos, sí que lo fue! − se estalló Edmond sintiendo enormes ganas de golpear al castaño en la cara y reprimiéndolas con un gran esfuerzo − ¡Tenías que hacerlo! Ahora no estaríamos sin guardia y sin nuestro objetivo.
Una piedra fría de la pared que al fin golpeó el rubio no le daba tanta satisfacción como quisiera, pero igual le servía bien para disminuir la rabia que se apoderaba de él.
− Edmond... − cautelosamente trató de empezar Thierry, pero su amigo aún no era capaz de escuchar nada.
− ¡Joder! ¡Estábamos tan cerca! ¡Lo teníamos en nuestras manos! Solo nos faltaba traer aquí a Remy. ¿Y ahora? La legión se volvió dentro de los muros donde no podemos alcanzarla. Vamos a pudrir adelante esperando. Ya estoy hasta las narices de vivir en este castillo de mierda en esta maldita isla mientras toda la nobleza del continente no sabe qué más hacer con su riqueza.
El rostro del castaño se volvió serio. Él también se sentía deprimido por perder la oportunidad tan brillante de llevar su plan a cabo, pero supo que no fue un momento para desesperación. Así que tuvo que recordarle a su amigo la razón por la que permanecían en la isla: − Con tus intenciones, Edmond, si no vivieras aquí, ya te habrían encarcelado o ahorcado.
− ¿Crees que lo que planeo está mal? − se agitó el rubio de inmediato − ¿Acaso ya estás decepcionado en el concepto?
− No digas tonterías, lo quiero igual como tú. Si no fuera así, no estaría ahora a tu lado.
− Perdona − dijo Leblanc mayor después de una pausa larga, ahora sin la rabia destructora en su voz − A veces olvido que siempre eras un amigo lo más cercano de nuestra familia.
− Un amigo lo más cercano, ¿es todo lo que puedes decir? − ahora fue un turno de Thierry de ofenderse − Fui comprometido con tu hermana, me considero a mí mismo como parte de esta familia.
− Como dices, pariente − cedió Edmond − ¿Por eso no sales con otras chicas, aunque ya han pasado 2 años? ¿Para poder considerarte la parte de la familia?
− No − la voz del castaño se volvió inhabitualmente frío − Solo no puedo amar a nadie más como la amaba a Lidia.
− Si algún día te cambias de opinión, no te diré nada − aseguró el rubio sintiendo una lástima por su casi cuñado, pero este solo frunció la frente cambiando el tema:
− Remy te está esperando afuera.
