De un tiempo a esta parte se siente agotada. Agotadísima. Es como si todo a su alrededor se volviera más lento, hasta sus puntadas parecen volar en el aire hasta que encuentran su camino en la tela. Ha intentando hasta el cansancio explicarle a su madre que no podrá ir a la fiesta de la cosecha, porque no sabe si sus piernas le permitirán llegar hasta el carruaje. Hasta bordar me cuesta, madre, por los Dioses. Pero no, ella ha salido con el discurso del deber, del respeto a las tradiciones y ya hacia el final ha dicho bajito, tenemos que intentar hacer como que todo es normal. Alys lo intenta, borda escenas felices, a su hermano regresando a casa, incluso al dichoso Stark sentando en el Trono de Hierro, que le encantó a su madre. A ella le parece que se ve como incomodo, da la impresión que no sabe como sentarse. Como que no pertenece ahí, pero no se lo dice a nadie.

La doncella toca la puerta, viene a ayudarla con el vestido y a peinarla. Alys se levanta con lentitud y se queda mirando un punto fijo en la pared. Gracias a los Dioses, su doncella no es habladora. O quizás prefiere evitar hablarle. A la niña rara. Alys sacude la cabeza, sabe que es un camino que no debe tomar. Sabe que es rara, pero eso no tiene nada de malo. El Pequeño Jon siempre le decía eso. Eres única, Aly. Cualquiera que te depose será el hombre mas afortunado del mundo, nunca lo dudes. Ella suspiraba y lo abrazaba. Siempre le quedaba en la boca una respuesta igual de cariñosa, pero nunca la sacaba. No era necesario, su hermano sabía lo que pensaba antes que ella misma.

Viajan en carruaje. Blanco por todas partes, un paisaje tan impoluto que parece como si fuera bordado.

—Al menos podrías intentar sonreír un poco querida. No es una fiesta de la cosecha normal —su madre se pasa una mano por el cuello, es un tic nervioso— pero no sirve de nada estar tristes. Hay que mantenerse fuertes por los que están lejos.

—Tienes razón, madre —esboza una sonrisa pequeña.

—Ahí lo tienes, mi niña bella. Resplandeces cuando sonríes, te queda bien.

Alys mira hacia abajo, odia esos comentarios incomodos a los que no sabe que responder. De pronto, las ganas de llorar le aprietan el pecho. Respira una, dos, tres veces. Hay que mantenerse bien por los que no están.

Cuando llegan a Invernalia, todo ya esta en movimiento. Los mozos corren de un lado para otro llevando caballos, los sirvientes ayudando a las señoras y señores que se bajan con mayor o menor elegancia de sus transportes. Ve a sus tíos bajarse del otro carruaje de la comitiva y sigue a su madre hacia las habitaciones. Tienen charlas intrascendentes con alguien de los Manderly y uno que lleva el emblema de los Karstark, o eso le parece a Alys. Los emblemas los puede recordar porque son juegos de colores, pero las caras se le deshacen en la memoria. Ya es hora de la cena y se ubica con su madre y sus tíos en la mesa principal, la más cercana a la mesa de los Stark. De pronto aparece el chico Stark montado en un caballo, la sala estalla en vítores. Por Robb Stark, por Invernalia, por la victoria. Todos se animan y levantan sus copas, rebosantes de orgullo, de confianza en el futuro. Alys desea poder sentirse así. Mira la cara del Stark y se da cuenta que esta pensando lo mismo que ella.

Comienzan a comer. Por fin puede respirar, porque a medida que la gente se emborracha deja de prestarle atención a ella y se libera de la presión de las miradas. Come con calma un poquito de cada cosa que tiene alrededor, saboreando su silencio interior. Mira con atención a la mesa de los Stark. Puede notar lo solo que se siente el chico, Bran, lo fuera de lugar que se siente siendo el señor. Lo incomodo que se siente porque su hermano menor (¿Rickon?) no deja de tirarle comida a su ya muy borracho tío Mors, que se ríe a carcajadas e intenta atrapar los pedazos de jamón en el aire. De pronto, puede ver claramente a Ned Stark entre ellos. Es un poco más opaco que su hijo y que su maestro de armas, como si la luz le llegara distinto, pero esta allí y le rodea los hombros con sus anchos brazos. Le sacude el pelo a Rickon. Catelyn Stark esta sentada a su costado, ella si reprende a su hijo menor y su boca hace formas en el aire, como si estuviese hablando. Le planta un beso a Bran, pero no llega a rozarle la cara. Robb solo se ríe y mira a lo que queda de su familia con ternura, casi con pena. Alys se siente en un trance. Frente a ella, esta su hermano, riendo, haciéndole gestos para que mire a las personas del salón que están haciendo el ridículo. Su hermano, el Jon Umber de siempre, risueño, cariñoso y amable.

Una presión imposible le estrangula el pecho. No puede respirar. No puede respirar. Jadea, peleando por que le entre oxigeno a los pulmones. Alguien le toca el brazo.

—Alys, querida. ¿Estas bien? —su madre, un poco achispada, le mira con preocupación.

Asiente débilmente.

Están ya saliendo del salón, cuando un chico que identifica como un Reed le toca el hombro.

—Debes venir con nosotros. Cuando sea el momento.

Alys le mira y sabe que esta hablando en serio. Algo le obliga a responder.

—Lo prometo.