Capítulo II.
En cuánto lo vio luego de su regreso lo supo. No pudo determinar qué fue lo que le hizo comprender el cambio en él. Tal vez el hecho de que su mirada rehuyó la suya, tal vez por el hecho de que no buscó cobijo en su cama esa misma noche –aunque no era la primera vez que se regocijaba con otras mujeres-. Tal vez fue haber oído a las criadas hablar sobre el torneo y su finalidad. No lo pudo determinar, pero algo cambió en lord Sasuke Uchiha.
Tres días después de su retorno se presentó en sus aposentos. Ella lo esperó pacientemente, sin presionar y sin preguntar por él. Sabía que debía respetar los espacios y ser sumisa, callada y paciente.
- Estáis hermosa esta mañana, lady Ino. – la saludó observando la habitación. Se dirigió a ella lentamente, estudiando su mirada clara, en contraposición de la suya: tan oscura.
- Sois muy amable mi señor. Os extrañé –le respondió de forma humilde, sin dar pie a ninguna reclamación. Sabía que sería una mala jugada, él no soportaba ninguna muestra de reproche, ni escándalo.
- Hay algo que debo deciros, y prefiero hacerlo ahora. – esta vez la mirada fue directa, implacable como él mismo. Dura.- creo que ha llegado la hora de que tome una esposa.
Por un momento, uno solo y fugaz, la esperanza anidó en el corazón de lady Ino. Por un momento se vio como la legítima señora de aquellas tierras, digna y enfrentando con orgullo a todos los demás. Por un momento se soñó siendo la madre de los hijos de aquel hombre al que amaba con todo su ser y por el que hubiese dado su vida. Por un momento...
- Me casaré con lady Hyuuga. - la dura voz interrumpió sus pensamientos, y de paso, le golpeó el centro del pecho con un dolor que no había sentido antes.
Fue suficiente. Aquella fue una afrenta que no fue capaz de soportar. Se dirigió al arcón de su habitación y comenzó a lanzar todo en la habitación y contra él. Comenzó a gritar y a maldecirlo, a gritar que le había trastocado una feliz existencia para solo regalarle la indignidad y la humillación. Gritó hasta quedar sin voz, hasta que de su boca no osó a salir sonido alguno.
Lord Sasuke la miró en silencio, mientras ella le maldecía y rompía todo en aquella habitación. Nunca le había parecido tan hermosa, con tanta fuerza, una fuerza que le hacía relucir en su dolor. Siempre detestó lo sumisa que podía ser, pero la amaba a su forma.
Se acercó a ella y la abrazó con violencia, obligándola a mirarlo a través de sus lágrimas. Ella se resistió en un principio, luchando contra él, pero la diferencia de fuerza era demasiado notoria. Era tan grande, tan fuerte. Tan hombre, mucho más hombre que su difunto marido. Mucho más hombre que cualquiera que hubiese conocido.
- Seguiréis siendo mi mujer, seguiré siendo vuestro señor y no consentiré que exista otro hombre en vuestra vida –le susurró contra la piel de su delicado cuello, acariciándole con aquellas palabras. Ella quería huir, de verdad, quería escapar de él, pero sabía que no podría o moriría en el intento.
- ¿Y si no quiero seguir siendo humillada? Mi lord, os amo y bien lo sabéis, pero no podría soportar veros con otra mujer y vivir bajo sus indicaciones, como una criada. ¿Lo merezco, yo que sólo he sabido amaros? Miradme a los ojos mi señor y responded –posó sus ojos azules en aquellos oscuros, intentando llegar hasta su alma- ¿Os he dado motivos de quejas? Sabéis bien que no, que os he sido fiel, os he respetado y dado los espacios que necesitáis, aún cuando sabía que buscabais calor en otras mujeres.
El sonrió.
- No cambiará en nada el amor que siento por vos. Ella será mi mujer, pero la dueña seguiréis siendo vos. Os visitaré por las noches – besó sus labios fugazmente, haciéndola estremecer de deseo- os seguiré haciendo el amor como hasta ahora. Si no consientes en eso, os enviaré a un convento, porque o seréis mía o sólo le pertenecerás al Dios al que rezáis.
- No haríais tal cosa, mi lord… -susurró sintiendo verdadero miedo. Sabía que de alguna forma, él la amaba. Pero sabía que era capaz de cumplir con su palabra.
- Debéis ver mi decisión como un asunto práctico. Al unirme con aquella mujer me haré acreedor de la mayor fortuna del reino, seré invencible y necesito que me acompañéis. Juro que no amaré a otra, y ella no será rival de ninguna forma. Luego de consumar el matrimonio, no volveré a yacer con ella.
La sola mención sobre consumar el matrimonio la hizo volver a montar en cólera. Nuevamente intentó escapar de abrazo, sólo para que él la tomara más fuerte. Comenzó a quitarle la ropa a la fuerza, y a pesar de que lo intentaba, no pudo.
- No os creo, mi lord. Recordad mis palabras, nada de lo que me decís será cumplido. Y sólo os deseo una cosa: que ella jamás os ame. Porque nunca nadie os amará como yo lo hago. Así sufriréis esta afrenta de la que me haces víctima.
Lord Uchiha volvió a sonreír, esta vez con frialdad, mientras retiraba de sí el último vestigio de ropa. Contempló su desnudez perfecta, esa piel blanca que no dejaba de admirar y de querer acariciar. Recorrió cada marca, cada cicatriz de su cuerpo con lentitud, sabiendo que era el dueño de su voluntad. Ella no escaparía de él, porque así lo había decidido.
- No necesito el amor de aquella mujer, necesito el poder que puede entregarme. Y del renombre del que puedo hacerme con su linaje. Nada más me importa.
Lady Ino cerró los ojos cuando lo sintió entrar en su cuerpo.
Hinata entró en silencio a las habitaciones de su padre. No habían sido muchas las ocasiones en las cuales había ingresado, y siempre lo había hecho con reverencia y temor. A pesar de que Hiashi nunca fue violento con ninguna de sus hijas, imponía respeto a todos, y eso las contaba a ellas.
- Pasad, hija. Necesito que hablemos sobre vuestro futuro. –la invitó a tomar asiento en una butaca cerca de la ventana. Débiles rayos de luz se colaban en la habitación y de pronto un escalofrío la recorrió.
- Aquí estoy padre, atenta a vuestras palabras.
El hombre la miró en silencio algunos instantes. Era tan bella esa hija suya, tan calmada y digna. Le recordaba tanto a la madre, a aquella mujer que amó hasta lo indecible y que perdió hacia algunos años. Hinata era su viva imagen: calma, digna, hermosa. Incluso era una mujer intelectual porque había consentido en que se instruyera en diversos ámbitos, evitando que fuese una mujer ignorante. Su madre se lo había pedido y nada podía negarle a esa mujer.
- He recibido algunas propuestas por vuestra mano. – La vio desviar la mirada hacia sus pies. No estaba preparada, pero nada dijo.- Les he pedido tiempo, porque necesito analizar en profundidad y deseo conocer mejor a aquellos hombres que ansían solicitaros en matrimonio. No os entregaré a cualquier hombre, necesito saber que os dejaré en buena unión.
Sabía cómo todo lord, que la mujer pasaba a ser una propiedad y que debía obedecer en todo a su señor. Una vez consumado un matrimonio no existía forma de que la mujer pudiera renunciar a él. Sabía que varios habían acudido por su fortuna, y en parte él buscaba un aspirante con igual o más fortuna, pero quería un hombre que estuviera a la altura y por sobretodo, que la cuidara.
- De entre ellos, una propuesta fue desechada de inmediato. Lord Uchiha. Aún así, quería conocer vuestra opinión. ¿Hice bien o tal vez debería reconsiderarla?
- ¡No! – se escapó el grito desde el alma de lady Hinata. Hubiera llorado de felicidad y gratitud hacia su padre. Sabía que él podría haber pedido su mano, y la sola idea de que su progenitor hubiese accedido la llenaba de temor y de incertidumbre. Se hubiese lanzado a los brazos de su padre para abrazarlo y agradecerle, pero su natural decoro se lo impidió.
No. A un hombre como él debía tenerlo lejos.
- He tomado la decisión correcta, hija mía. Aquel hombre no es digno de vosotros, vive en el escándalo y hasta dónde he podido saber, es cruel y sanguinario. – Lord Hyuuga frunció el ceño, como si de pronto hubiese recordado algo desagradable. Pero ella no se atrevió a preguntar, tal era su alivio que no pensaba en nada más que en esa pequeña felicidad que sentía.
Pero con todo, el tema de su matrimonio no estaba resuelto. No tenía derecho a opinar al respecto, desde pequeña sabía que era una moneda de cambio importante, aunque su padre le dijera que buscaba un buen hombre para ella y que se preocupaba de su bienestar.
- De todas formas, hija, aquel hombre no se ha tomado del todo bien mi negativa. De hecho me indicó que volvería, a pesar de que dejé clara mi postura. ¿Qué os parece?
La joven bajó la mirada.
- No me gusta aquel hombre, padre. Hay algo oscuro en él, algo turbio en sus formas, por lo que os agradezco vuestra consideración… No me imagino sin la luz… - de pronto se calló, al darse cuenta de que estaba a punto de delatarse. Estaba pensando en lord Naruto, en la luz que desprendía su mirada, en la forma en que ella misma se iluminaba cuando le tenía cerca.
Su padre sonrió levemente.
- Sé a quién os referís, hija. Hace mucho tiempo que lo sé, pero no estáis destinada a lord Uzumaki - la sonrisa era triste.
Hinata levantó la vista de forma violenta, presa de una intensa emoción: se sentía avergonzada por saberse descubierta y dolorosamente clara de lo que su padre decía. Lo sabía, tenía toda la certeza, pero con aquellas simples palabras sus sueños terminaban de derrumbarse. En ese momento comprendió que siempre guardó la secreta esperanza de tener una pequeña oportunidad de ser la mujer de lord Uzumaki, pero su familia, su posición y condición la separaban de tal anhelo.
- Espero no me odiéis hija. Pero no puedo entregaros a él, confío en ambos, para mí es un hijo al que he aprendido a amar con los años y sé que no me traicionará jamás y por eso sigue bajo mi merced. – La miró un instante con piedad – os ruego que olvidéis la vana pretensión de ser su mujer, cuanto antes lo asumáis menos será el dolor que sentiréis.
Hinata volvió a bajar la mirada, estaba tensa y era notorio por la forma en que aferraba su vestido, hasta el punto de volverse pálidos sus nudillos. Así que finalmente volvió a la realidad. Nunca sería de lord Uzumaki, pero tampoco sería de lord Uchiha.
Aún así la perspectiva de no pertenecer al único hombre que amaría en toda su vida le dolía hasta el infinito.
- Me la negó, aquel bastardo negó a su hija – la frustración era evidente en la voz del señor del castillo. Su rostro evidenciaba la furia que lo embargaba por aquella negativa. Él, el orgulloso e indómito señor, acostumbrado a hacer su voluntad y jamás encontrarse ante una negativa. Su honor, su amor propio estaban en juego, su orgullo de hombre que siempre se supo valeroso y orgulloso. No. No.
Su acompañante prefirió el silencio, sabiendo que ninguna palabra sería capaz de aplacar su enojo. De hecho, era consciente de que podría ser víctima de un ataque de furia si no seleccionaba sus palabras de forma adecuada.
- Pero esto no quedará así. ¿Cómo osa a negarla? Tengo riquezas más allá de su conocimiento, tengo títulos. Tengo todo. ¿Por qué? – preguntó golpeando la mesa con sus puños. Y aunque se lo preguntase mil veces, lo sabía o creía saberlo: el honorable lord Hyuuga debía de conocer su vida y de la mujer que vivía como la señora de sus dominios. No la negaba y nunca lo haría y sabía que para aquel lord el honor lo era todo.
Se levantó de su silla y comenzó a recorrer la habitación. Si de algo se preciaba era de su inteligencia, y maquinaba la forma en que conseguiría su objetivo. Porque desde que la había visto no había podido quitarse a aquella mujer de la cabeza. Por más que jurara fidelidad a Ino, no podía olvidar esa límpida mirada a tal punto de que por las noches pensaba que era su cuerpo el que poseía.
La tendría. Fuese cual fuese el precio a pagar.
- Será por las malas, si así lo decidió. Pero lady Hyuuga será mi mujer.
No notó la mirada azul que se escondía tras la puerta, y que se apartaba sufriendo por los pasillos. Ella lo sabía, así como supo que aquel hombre sería su perdición, así como supo que lord Kiba se iría de su lado. Ella simplemente lo supo, y esa certeza comenzó desde aquel mismo momento a carcomerla, a roer su alma y acabar con el amor propio que aún poseía.
- Si tengo que robar a su hija y pisotear su maldito orgullo de noble ancestral, lo haré. Porque no hay otra alternativa, porque me quedaré con sus títulos y sus tierras, y haré que mire atentamente como me quedo con todo lo que ama.
La decisión ya estaba tomada.
