Disclaimer: Ni la historia de Prodigiosa: Las aventuras de Ladybug ni sus personajes me pertenecen, pertenecen a Thomas Astruc y a Zagtoon. Esta historia ha sido escrita sin ánimo de lucro.
2.
THE GUY THAT'S WAITING ON A GIRL
«¿Qué haría yo sin ti, gatito?»
Aquella noche Adrien no podía dormir, pero no le pilló por sorpresa. Siempre tenía insomnio cuando había algún acercamiento con Ladybug, o lo que en su cabeza consideraba que era un acercamiento –solía equivocarse la mayoría de las veces–. No podía evitar pasarse la noche en vela dándole vueltas a todo, cada palabra, cada pequeño gesto, cada ligerísimo contacto físico. Diseccionaba cada una de sus interacciones como si se encontrara diseccionando una rana en clase de biología, en busca de una señal –cualquier señal, por pequeña que fuera– que le indicara que Ladybug había empezado a sentir algo romántico por él. Pero la señal nunca llegaba.
Últimamente, desde la batalla contra la Prodigiosa Reina, le parecía que Ladybug había empezado a apoyarse más en él. La heroína parecía haber comprendido por fin que no tenía que hacerlo todo sola, que Cat Noir estaba ahí para ayudarla a soportar sus cargas. Adrien consideraba eso un gran avance, que aquella tarde le hubiera pedido ayuda para traducir el Grimorio era un paso adelante.
Pero con Ladybug normalmente un paso adelante significaba que inmediatamente darían dos pasos atrás, y eso lo asustaba sobremanera. ¿Y si en realidad no podía ayudarla con la traducción? ¿Y si ella se daba cuenta de lo verdaderamente inútil que era en realidad?
Adrien renunció por fin a dormir. Pateó las sábanas y se levantó de la cama, con cuidado de no despertar a Plagg. Se dirigió al enorme ventanal que ocupaba toda una pared de su habitación y observó la luna llena en lo alto del cielo nocturno. Desde que había recibido el Prodigio, aquélla era su parte favorita de la habitación pues era su vía de escape.
Cuando su madre desapareció, su padre decidió que el mundo exterior era un lugar demasiado peligroso para su único hijo por lo que lo encerró en aquella enorme habitación con todo lo que cualquier adolescente pudiera desear. Pero le negó lo que Adrien más deseaba: libertad.
Plagg y el anillo habían cambiado eso, y solo podía agradecérselo al Maestro Fu por haberlo elegido.
Ahora podía escapar siempre que quisiera –poniendo especial cuidado en que no lo pillaran, por supuesto–. Solo tenía que abrir una de las hojas del ventanal, decir las palabras mágicas y extender el bastón de Cat Noir, y el viento le golpearía en la cara y los pulmones se le llenarían de aire libre.
Aquella noche no hizo nada eso. Solo pensó en la chica que le robaba el sueño y el corazón, la chica que ocupaba su mente y su alma. La chica que nunca sería suya.
—Adrieeeeeeeeen —gimió Plagg. A pesar de sus esfuerzos, parecía que lo había despertado.
El pequeño Kwami voló hasta posarse en su hombro y frotó la cabeza contra la mejilla de Adrien.
A Plagg no le gustaban mucho las muestras de cariño. De hecho, decía que las aborrecía. Pero en mitad de la noche, cuando la luna estaba alta en el cielo y el mundo parecía más pequeño y vulnerable, el dios de la destrucción parecía estar más en sintonía con los sentimientos de Adrien. Se despojaba de su disfraz de tipo duro, quejica y egoísta, y le ofrecía una oreja que lo escucharía sin juzgarle. Y al chico le invadía una ola de cariño y gratitud por el pequeño ser que había cambiado su vida.
—¿Crees que alguna vez me verá como algo más?
Por el suspiro que emitió Plagg, Adrien supo que no necesitaba aclarar de quién estaba hablando.
Plagg era un buen hombro sobre el que llorar para todo lo relacionado con su padre y sus estúpidas y rígidas reglas, pero últimamente parecía tener menos y menos paciencia en lo referente a Ladybug.
Adrien sabía que Plagg conocía la verdadera identidad de Ladybug. También sabía que el Kwami quería contárselo para «acabar con sus lloriqueos» pero la magia de los Prodigios se lo impedía y eso le frustraba.
—No creo que Ladybug esté en condiciones de pensar en relaciones románticas en este momento —respondió, sonando extrañamente sabio—. No creo que ninguno de los dos entendáis aún lo que significa ser el Guardián de la Caja de los Prodigios. Es un trabajo a tiempo completo, no hay vacaciones como en esa escuela tuya.
Adrien se quedó pensativo.
—Pero yo podría ayudarla. De hecho, quiero ayudarla en todo lo que pueda.
—También es un trabajo solitario —repuso el kwami—. Y no puedes ayudarla sin revelar vuestras identidades. Aunque eso acabaría con todas las noches en vela y por fin podría dedicarme a dormir y comer camembert… —consideró, rascándose la barbilla.
—Sí puedo ayudarla. De hecho, voy a ayudarla con el Grimorio —insistió el chico.
—No puedes ayudarla con el Grimorio. No es chino, ni ningún idioma conocido, es un código. Parece chino porque lo escribieron los guardianes del templo del Tíbet. No es algo que se pueda traducir sino algo que hay que descifrar. Pero no será fácil, incluso el Maestro Fu tuvo problemas con eso.
Adrien se desinfló como un globo. Si no podía ayudar a Ladybug con las cosas importante, ¿entonces cuál era su papel en toda aquella historia? Había sido divertido ser el compañero payaso, el escudo que se interponía entre el peligro y la verdadera heroína, pero los peligros se habían vuelto mucho mayores. Ser el que seguía las órdenes era fácil pero injusto. Ahora había mucho más en riesgo y Adrien ansiaba tomar la parte de responsabilidad que le correspondía, pero no sabía cómo.
—¿Quieres un consejo? —preguntó Plagg de repente. Adrien asintió—. Hazle saber que estás aquí para lo que necesite, que estás dispuesto a escucharla o a hacer un chiste malo cada vez que lo necesite, pero nada más. No la presiones. Esa es la mejor manera de ayudarla, hacerle saber que siempre tendrá tu apoyo, sin importar nada más.
Adrien se quedó bastante sorprendido ante ese nuevo Plagg, sabio y sensato, y también un poco asustado. Si su kwami era capaz de ponerse serio significaba que la situación también se había puesto muy seria.
—Espero que te hayas grabado a fuego mi consejo —prosiguió el dios de la destrucción— porque mañana por la mañana negaré que hayamos tenido esta conversación —soltando un sonoro bostezo se dirigió volando hacia la cama—. Y ahora déjame dormir de una vez.
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A la tarde siguiente Cat Noir se dirigía veloz hacia su encuentro con Ladybug. Por primera vez no iba pensando de manera obsesiva en la chica que le robaba el sueño, sino en otra chica diferente.
Desde hacía unos días Marinette se comportaba de manera extraña con Adrien, pero extraño en plan bien. Por fin le hablaba formando frases completas y coherentes, y cuando le sonreía ya no parecía una maníaca. Seguía hablando poco con él, pero al menos cuando lo hacía ya no parecía tan incómoda. Adrien no podía evitar preguntarse a qué se debía aquel cambio, pero fuera lo que fuera, se alegraba. Valoraba mucho la amistad de Marinette.
En aquella ocasión era su lady la que lo esperaba a él en el helipuerto de la Torre Montparnasse. Parecía pensativa, pero últimamente siempre estaba así.
—Buenas tardes, milady —saludó, sentándose a su lado—. Espero que hayas tenido un bonito día.
—Sí, gracias, Cat Noir —respondió la chica con una sonrisa de afecto—. ¿Alguna novedad?
—Ehh, bueno… —dudó, rascándose la nuca como hacía siempre que se ponía nervioso o cuando las noticias no eran las mejores. Procedió a decirle todo lo que Plagg le había contado sobre el Grimorio—. ¿No te lo dijo tu kwami?
—Algo parecido me dijo Wayzz. Tikki está demasiado ocupada intentando mantener a raya al resto de los kwamis.
—¿Los tienes sueltos? —preguntó con curiosidad.
—No por decisión propia, te lo aseguro. Un día apreté un botón de la caja y salieron todos, y después me dio pena volver a meterlos dentro. ¿Sabes que han estado dentro de esa caja durante 172 años?
—Vaya —suspiró Cat Noir—. Si alguna vez necesitas un canguro solo tienes que llamarme.
Ladybug sonrió, y eso hizo que aquel chiste estúpido mereciera la pena. Empezaba a entender el consejo que le había dado Plagg la noche anterior.
—Ojalá fuera tan fácil…
—Tal vez sí sea tan fácil —murmuró el chico para sí.
—¿A qué te refieres?
—Al Grimorio. Tal vez sea un código de sustitución. ¿No tienes ninguna parte traducida por el Maestro Fu? ¿Aunque solo sea una palabra? Tal vez solo sea cuestión de sustituir cada símbolo por su letra correspondiente, y lo que te falte se podría traducir por contexto. Será difícil y trabajoso, pero no imposible. Merece la pena intentarlo, ¿no crees?
Ladybug hizo algo que lo pilló por completo por sorpresa. Le agarró la cara con ambas manos y lo miró fijamente a los ojos esbozando una sonrisa de oreja a oreja.
—Eres. Un. Genio.
—Ya era hora de que te dieras cuenta —susurró, un poco embobado.
Las sorpresas no acabaron ahí. Acto seguido Ladybug le rodeó la cintura con los brazos y le abrazó muy fuerte. Cat Noir le devolvió el abrazo con torpeza, pero no fue un abrazo normal. Ladybug siguió abrazándose a él mucho después de lo que se suponía que duraba un abrazo estándar, y Cat Noir comprendió lo mucho que la heroína necesitaba aquello, el contacto con alguien que la comprendiera, aunque fuera solo un poco.
—Recuerde que yo siempre estaré aquí para ti, Ladybug —susurró contra su pelo—. Siempre.
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Otra tarde de aquella misma semana, Adrien y Kagami salían del entrenamiento de esgrima sintiéndose un poco más libres de lo habitual. En un giro de los eventos, ambos habían conseguido darles esquinazo a sus respectivos cuidadores por lo que disponían de al menos una hora libre para hacer lo que quisieran.
El problema era que dos adolescentes nada acostumbrados a salir por su cuenta no tenían mucha idea de a qué podían dedicar aquel inesperado regalo que era el tiempo libre sin supervisión.
Adrien miraba a su alrededor desde lo alto de las escaleras de la entrada del Instituto Françoise Dupont, sintiéndose incómodo por lo mal que había planeado todo aquello. No quería que Kagami pensara que era el chico más aburrido de todo París. El problema era que más allá de la esgrima, no sabía muy bien cuáles eran los intereses de Kagami. Si tenía otros hobbies, o si tenía sueños por cumplir fuera de lo que su madre había planeado para ella. Estaba claro que si quería ser un buen amigo tenía que trabajar más en aquella relación.
El chico siguió estrujándose el cerebro hasta que sus ojos se posaron en un escaparate conocido.
—Eh, Kagami —la chica clavó sus ojos oscuros en él—. ¿Quieres probar los mejores cruasanes de todo París?
Sin esperar una respuesta, la agarró de la mano y tiró de ella. Corrieron hasta el otro lado de la calle y no se detuvo hasta que estuvo delante de la puerta de la panadería de los padres de Marinette. Estaba a punto de entrar cuando, por simple inercia, miró hacia el parque, y encontró a Marinette sentada en un banco.
—Pensándolo mejor, ¿por qué no le damos una sorpresa a Marinette? —preguntó, señalando con la cabeza hacia el parque.
En todo un alarde de demostración de emociones, Kagami pareció ligeramente sorprendida pero asintió de todos modos.
Marinette se encontraba sentada en una postura bastante conocida por él y por todos los que alguna vez la hubieran observado cuando se encontraba inmersa en un frenesí de inspiración. Los talones apoyados en el filo del asiento, su cuaderno de dibujos apoyado sobre las rodillas completamente flexionadas, el ceño fruncido por la concentración y la punta de la lengua asomándole entre los labios. Dibujaba casi con furia, totalmente ajena a todo lo que pasaba a su alrededor, por lo que Adrien decidió gastarle una pequeña broma.
Se llevó un dedo a los labios para pedirle a Kagami que no la alertara y se acercó a su espalda con sigilo. Cuando se encontró justo detrás de ella, se inclinó y le susurró al oído:
—Hola, Marinette.
Adrien debió haberse imaginado que la reacción de Marinette no se limitaría al típico chillido agudo de susto, sino que vino acompañado de un fortísimo golpe en su nariz con un cuaderno muy pesado. Y el que acabó chillando, pero de dolor, fue él. ¿Quién iba a imaginar que la pequeña Marinette era tan fuerte?
—¿Adrien? —preguntó, estupefacta—. ¡Oh, no! ¿Te he hecho daño? ¡Por favor, dime que no te he roto la nariz! ¡No puede ser! Le he roto la nariz a Adrien Agreste. ¡Madre mía! Tu padre se pondrá furioso conmigo por haber destrozado tu perfecta cara —Marinette parecía ser incapaz de interrumpir su perorata y estaba llamando la atención de los viandantes y en cualquier momento alguien se pondría a sacar fotos y subirlas a las redes sociales.
—Estoy bien —gimió, tapándose la nariz con las manos, para intentar tranquilizarla.
—¿De verdad? Déjame ver.
Adrien no pudo evitar dar un paso atrás cuando vio acercarse a la chica. Era difícil no verse intimidado por ella después del golpe que le había propinado.
En un gesto casi calcado al de Ladybug el otro día, Marinette le agarró la cara con ambas manos con decisión y le instó a destaparse la nariz. Inspeccionó su rostro con la misma concentración con la que había estado dibujando antes y eso le dio tiempo a Adrien para inspeccionarla a su vez.
¿Siempre había tenido los ojos tan azules? Es decir, sabía que Marinette tenía los ojos azules al igual que sabía que los ojos de Nino eran marrones y los de su padre eran grises, pero nunca les había dedicado mayor atención. Ahora que la tenía tan cerca se daba de lo profundamente azules que eran sus ojos. Una vieja canción, una de las favoritas de su madre que solía escuchar a todas horas cuando él era pequeño, empezó a sonar en su cabeza. «She's got eyes of the bluest skies», cantaba Axl Rose, y Adrien no pudo hacer más que darle la razón.
—No te sangra la nariz —dijo, pensativa—. Eso es buena señal, ¿no?
Cuando sus miradas volvieron a cruzarse, Marinette pareció darse cuenta de lo cerca que estaban porque sus mejillas empezaron a enrojecerse, y por el calor que empezó a sentir Adrien supo que él también se estaba sonrojando.
—No creo que esté rota —la voz de Kagami lo devolvió bruscamente a la realidad—, pero sí está un poco roja. Lo mejor sería que te pusieras hielo.
—Entonces iremos a mi casa —propuso Marinette, alejándose lentamente de él, y por alguna razón que Adrien no llegaba a comprender, lamentó la distancia.
—No sabía que fueras tan fuerte, Marinette. ¿Practicas algún deporte? —preguntó Kagami, con curiosidad.
—Sí, el deporte de caerme de culo cada vez que alguien se atreve a pasarme la pelota en clase de gimnasia —respondió Marinette con ironía, al tiempo que recogía sus cosas del banco.
—¿Entonces de dónde has sacado esos músculos? —inquirió Adrien, intentando devolver el buen humor a la situación aunque le estaba costando. La voz le sonaba nasal, como si estuviera constipado, y le seguía doliendo bastante donde le había golpeado.
Marinette pareció quedarse paralizada por la pregunta.
—¡Pan! —exclamó de improviso.
Adrien y Kagami se miraron. A veces Marinette era así, respondía a las preguntas con palabras al azar que no parecían tener nada que ver, aunque en aquella mente suya tuviera todo el sentido del mundo.
—¿Pan?
—Son de amasar pan. Llevo haciéndolo toda mi vida y creedme cuando os digo que es la mejor manera de fortalecer los bíceps y los tríceps y todo eso —explicó con una risita nerviosa—. Vamos a buscar ese hielo.
Adrien y Kagami asintieron y la siguieron hasta la panadería donde los recibió el señor Dupain quién casualmente se encontraba en aquel momento amasando pan.
—Hola, preciosa —saludó el hombretón a su hija—. Veo que vienes con amigos.
—Sí. Vamos arriba a buscar hielo para Adrien.
Tom dejó lo que estaba haciendo y los miró bien.
—¿Qué ha pasado?
—Le he arreado en la cara con mi cuaderno de bocetos —respondió Marinette con naturalidad, casi como si fuera algo que ocurriera todos los días.
—Vaya —exclamó el hombre—. Si eso es lo que le haces a los chicos que te gustan, no quiero ni imaginar lo que les harás a los que no te gustan.
—¡Papá! —lo reprendió su hija. Se giró hacia Adrien y Kagami—. Mejor vamos arriba.
—Si no os importa —intervino Kagami— yo prefiero quedarme a poner a prueba la teoría de Marinette. Señor, ¿de verdad puede uno fortalecer sus brazos amasando pan?
Tom se iluminó como un árbol de navidad, como siempre hacía cada vez que alguien se interesaba por su trabajo, aunque en realidad no fuera por el trabajo en sí sino por las consecuencias. Marinette se encogió de hombros y le hizo un gesto con la cabeza a Adrien para que la siguiera a las escaleras.
—Lo que ha dicho mi padre sobre los chicos que me gustan, en realidad se refería a que me gustan como amigos, no a lo otro.
Adrien sonrió.
—Lo he entendido.
—Ya. Claro.
—Además, sé que estás saliendo con Luka —añadió.
Marinette lo miró sorprendida, pero ya habían llegado a la puerta por lo que no dijo nada mientras la abría.
Ya en la cocina, Adrien se sentó en un taburete mientras ella sacaba un paño de cocina limpio de un cajón y empezaba a amontonar cubitos de hielo encima. Envolvió el hielo con el paño y se volvió hacia él.
—¿Puedo…? —e hizo un amago de acercarle el hielo a la cara.
—Sí. Gracias.
Se acercó a él, dubitativa, y posó el paquete de hielo sobre su nariz con una delicadeza que lo conmovió.
Se quedaron en silencio, mirándose. Adrien no creía que hubieran pasado tanto tiempo juntos antes. Era extraño, pensó Adrien. Hacía casi un año que la conocía, pero todo lo que sabía sobre ella era información de segunda mano, sobre todo cosas que le habían contado cosas sobre ella o que había observado él mismo desde lejos. Nunca habían pasado el suficiente tiempo juntos como para poder conocerla por sí mismo. Tal vez aquella podría ser su oportunidad.
Adrien cogió aire para decir algo –lo que fuera–, pero Marinette se le adelantó.
—En realidad no estamos juntos. Luka y yo. Al menos no oficialmente.
—¿Qué significa eso?
—Pues que no me lo ha pedido, ya sabes, oficialmente. Con palabras y eso.
Adrien asintió, dando a entender que lo entendía aunque en realidad no fuera así. Tal vez la experiencia de Marinette con Luka podría ayudarlo a comprender la situación tan rara en la que se encontraba su relación con Kagami.
—Pero tú le gustas a Luka, eso es obvio —sopesó—. Y él… ¿te gusta a ti?
—Sí. Claro. Luka es genial.
—¿Pero…? —ahí había un «pero». Seguro. Podía oírlo en su voz.
—Pero no sé si estoy preparada —explicó la chica—. Estoy muy ocupada con las clases y mis diseños y… —se quedó callada— otras… actividades extraescolares. Y Luka se merece a alguien que pueda estar al cien por cien en una relación. Pero me temo que yo no puedo ser esa persona —Marinette cerró los ojos y negó con la cabeza—. Ni siquiera sé por qué te cuento esto a ti.
—Porque somos amigos… ¿No es así?
Marinette lo miró a los ojos y, durante un momento, pareció como si quisiera decirle algo. Algo muy importante. Pero el momento pasó y el silencio se alargó.
—Claro. Amigos.
—¿Marinette?
Como si hubiera sido invocado por su conversación, Luka Couffaine apareció en el umbral de la puerta, con su aspecto tranquilo de siempre y su sonrisa amable en el rostro.
Marinette se apartó de Adrien de un salto, como si se hubiera quemado, y se puso roja como un tomate.
—Tu padre me ha dicho que estabais aquí. Hola, Adrien.
—Hola, Luka.
—Le he pegado a Adrien sin querer y le estaba poniendo hielo —le contó Marinette con voz extrañamente chillona.
—Sí, eso me han contado —respondió Luka, con voz tranquila. Se volvió hacia el chico rubio—. ¿Estás bien?
—Sí, mucho mejor —respondió, dándose unos golpecitos con el dedo en la nariz. No era exactamente la verdad, el dolor había sido sustituido por la quemazón provocado por el frío del hielo, pero al menos no creía que se le fuera a hinchar como un pimiento. Si su padre se daba cuenta, siempre podría decirle que había recibido un mal golpe en el entrenamiento de esgrima—. Supongo que debería irme ya.
Marinette lo miró, y de nuevo pareció que quería decirle algo, pero no lo hizo.
—No habrás olvidado lo nuestro, ¿verdad, Marinette? —preguntó Luka, mientras Adrien se bajaba del taburete.
Marinette se quedó paralizada, y Adrien empezó a ver un patrón. Hacía eso cada vez que le hacían una pregunta que no sabía cómo responder.
—Eh, claro que no.
Luka sonrió con evidente cariño, aunque Marinette no pudo verlo porque se había vuelto hacía el fregadero para tirar los cubitos de hielo que no se habían derretido del todo.
—Habíamos quedado para hablar de los nuevos trajes de Los Gatitos.
—¡Ya lo sabía! Claro que no lo había olvidado —exclamó, de nuevo con aquella voz chillona.
Era evidente para todos que mentía.
Los Gatitos. Hacía tiempo le habían ofrecido en el grupo, pero él lo había rechazado porque ¿cómo iba él a formar parte de un grupo? ¿Cómo iba a asistir siquiera a los ensayos? Su padre jamás lo dejaría. Pero de repente se le ocurrió una loca idea, un deseo incontenible se apoderó de él. No estaba seguro de qué lo motivaba, el evidente nerviosismo de Marinette, su confesión de antes o si, por fin, ansiaba hacer algo por sí mismo, simplemente porque le apetecía. Adrien quería pensar que era lo último. Aún así era una auténtica locura. ¿Cómo iba a conseguirlo?
—Adrien —la voz de Kagami lo sacó de sus pensamientos—. Es hora de irse.
Adrien observó un momento a su compañera de esgrima, un plan empezando a formarse en su cabeza. Podría ocuparse de la logística después.
—Eh, Luka. ¿Aún necesitáis un teclista?
Continuará…
