*DISCLAIMER: Los personajes y serie no me pertenecen, son propiedad de la mangaka Rumiko Takahashi. Únicamente el fanfic y su trama son de mi entera pertenencia. No se aceptan copias, adaptaciones y/o plagios. Muchas gracias.
*SUMMARY: Kagome está herida de gravedad e Inuyasha teme lo peor. Nadie le dice nada, ni dejan que se acerque a la azabache. El monje se apiada de él y, finalmente, le dice la cura para salvar a Kagome, pero... ¿Estará Inuyasha dispuesto a hacer tal sacrificio?
La cura
II
Mientras removía las casi inexistentes brasas de la fogata, una inesperada bellota fue disparada directamente hacia su cabeza.
—¡Ay!, ¿pero qué...?
—¡Miroku! —Al susodicho le tomó una fracción de segundo reconocer aquella desesperada voz.
—¿Qué? ¿Inuyasha? —Sus ojos vieron cómo poco a poco la figura rojiza que corría hacia él se hacía más y más notoria mientras no dejaba de gritar su nombre con desesperación. Cuando finalmente lo vio llegar hasta él, supo que no traía buenas noticias— ¿No deberías estar...?
—¡Kagome está...!
—Sí, con ella debías estar —susurró—. ¿Qué pasó?
El ojidorado tragó saliva con pesadez y se esforzó por mantener al menos un poco la compostura que parecía querer abandonar su cuerpo. Aún no podía sacarse las imágenes de la cabeza... Y eso lo atormentaba.
Recordaba cómo con solo sentir ese nuevo aroma fue consciente del ambiente que rodeaba el cuarto de la pelinegra. Había una bolsa de agua caliente tirada en el suelo, aunque al tocarla se dio cuenta de que el agua en su interior se había enfriado. El cuarto estaba completamente a oscuras, como si eso le ayudara a la azabache a dormir el mayor tiempo posible sin ser consciente del paso de las horas. Sobre su mesita de noche, normalmente ordenada, había una pequeña caja rectangular con extraños proyectiles similares a las balas de juguete que usaba Sota para jugar con él. Eran blancos, suaves, y estaban cubiertos por un plástico transparente. Le tomó unos pocos segundos leer los kanjis de dicho paquete.
—Ta... Tampax. ¿Tampax? ¿Qué es esto?
¿Por qué tendría Kagome eso ahí? ¿Y por qué había una tableta de pastillas junto a esa caja con "tampax"? Esa medicina la usaban para hacer los dolores de las peleas más llevaderos y Kagome, por lo visto, ya había tomado tres cápsulas. ¿Acaso estaba tan enferma? ¿Qué clase de mal podría hacerle eso?
La oyó quejarse en sueños y el olor de la sangre se intensificó junto con los pequeños jadeos que soltaba aún dormida. Definitivamente algo no iba bien. Todo lo que alcanzó a hacer fue escapar de ahí lo antes posible, no sin antes cerrar bien las cortinas para que la luz del día no perturbara el codiciado sueño de la azabache. Necesitaba encontrar ayuda lo antes posible, y la primera persona que vino a su mente fue el monje budista que siempre lograba hacerlo entrar en razón. Sus pergaminos sagrados debían contener algo de información sobre cómo atacar aquel mal. Estaba seguro.
—Kagome corre peligro —su voz cargada de angustia logró conmover al monje frente a él—. Necesito tu ayuda.
—Claro, Inuyasha, cuenta conmigo.
Mientras Inuyasha le relataba todo lo que había visto, no podía evitar rememorar una y otra vez los aromas de ese cuarto. El ambiente pesado, deprimente e incluso amenazante. Recordaba perfectamente el ceño fruncido de Kagome y la forma extraña en la que parecía removerse intentando aliviar algo, solo para terminar acurrucándose en posición fetal para así seguir durmiendo. Tuvo el impulso de despertarla, de ofrecerle alguna hierba que la anciana Kaede pudiera recomendarle e inclusive bajar a buscar a la señora Higurashi para que le diera uno de esos extraños comprimidos que parecían curarlos en cuestión de minutos, pero, al igual que la noche anterior en el campamento, prefirió dejarla descansar. Aunque por la forma en que suspiraba sabía que su sueño no era uno de los más tranquilos.
Se sintió culpable. Culpable porque la veía sufrir, pero no podía hacer nada por ella a pesar de tenerla frente a él. La había olfateado disimuladamente y a su nariz llegó el aroma del dolor, eso lo dejó aún más intranquilo. Efectivamente, Kagome sufría, pero no parecía tener heridas externas a pesar de que todo su cuarto olía a sangre femenina. Kagome estaba herida, pero... ¿Dónde?
Miroku escuchaba atentamente a su amigo. Se lo notaba apesadumbrado y, por sobre todo, terriblemente preocupado.
—No lo entiendo. ¿Acaso se lastimó en la última pelea contra Naraku? Creí protegerla, en verdad creí que...
A decir verdad, incluso sin los exagerados detalles de su amigo, Miroku sabía exactamente qué era lo que tenía la joven sacerdotisa. La mirada de Sango el día anterior y su empeño por mantener a Inuyasha de este lado del pozo eran prueba suficiente: Kagome estaba en "esos" días, y estaba seguro de que lo último que querría ver era a un inquieto Inuyasha revoloteando cerca. Miró a su compañero a su lado formulando miles de escenarios para poder explicar la "herida" de la azabache y una diabólica idea surcó sus pensamientos.
—Mmm... No, no creo que sea eso —desmintió, captando así la atención del peliplata. Esta sería su oportunidad para vengarse de todas las veces que lo tachó de chantajista o de libidinoso. Tal vez fuera una de esas cosas... O las dos, pero al menos la lujuria que lo caracterizaba le había servido para entender mejor el cuerpo de las mujeres—. Pero de todas formas me temo que es algo terrible —añadió con gran pesar.
—¡¿En serio?! —Sus peores miedos se vieron confirmados y el monje frente a él sonrió levemente al dar el primer paso hacia su satisfactoria venganza. El conocimiento era poder y, por una vez, se permitiría divertirse con la ignorancia de su querido amigo. Luego se encargaría de disculparse debidamente con la joven sacerdotisa.
—Lo es. Me temo que la señorita Kagome... —Hizo una pausa para contener la risa, aunque a Inuyasha le pareció más una pausa dramática. Y él detestaba el drama.
—¿Qué? ¿Kagome qué? ¡Habla, Miroku!
—Ella está herida.
—¡Lo sabía! —Su olfato no lo engañaría jamás— ¿Y es muy grave?
—Eso depende.
—¿De qué? ¿Cómo? ¿Acaso en la última batalla...?
—Oh, no, no, no —se apresuró a negar—, la señorita Kagome está herida en una zona muy privada. Todas las mujeres tienen esta... Enfermedad —le hubiera encantado decirle la verdad, decirle que solo se trataba del período... No, era mentira, verlo con los nervios de punta valía todos los golpes que recibiría a futuro— y cada mujer puede reaccionar de diferentes maneras.
—¿Zona privada? ¿Diferente? ¿Enfermedad? ¡Sé claro! ¡Kagome está lastimada y yo...! ¡¿Sabes qué?! Iré con la anciana, sí, eso haré. Ella debe saber qué hacer.
—¡Ni lo pienses!
—¡¿Por qué?! ¡Esa vieja debe tener la cura!
—La anciana Kaede debe estar muy ocupada cuidando de la aldea y, además, yo tengo la cura —añadió con un toque enigmático, captando así por segunda vez la atención del ojidorado.
—¡¿La tienes?! ¡Entonces dámela de una vez para que pueda dársela a Kagome!
—Primero escúchame —ordenó—. Esta enfermedad es muy complicada. Siempre trae dolores intensos, cambios de humor, sensibilidad... Dime, ¿has notado que la señorita duerme mucho?
—Sí, cuando fui a verla estaba durmiendo y ya pasaba del mediodía.
—¡Dios, es peor de lo que temí!
—¡Lo sé!
Que Buda lo perdonara, ¡pero esto era jodidamente gracioso!
—Entonces realmente la señorita Kagome tiene esta enfermedad —concluyó con aire solemne—. Escucha bien —advirtió.
—Sí —la recién adquirida seriedad de Inuyasha casi le hacía querer contarle toda la verdad, pero tendría que aguantarse un tiempo más.
—Esta condición puede durar varios días, es decir, la señorita Kagome sufrirá incontables días hasta que ese mal decida abandonarla.
—¿Entonces se irá solo? —Preguntó con alivio, aunque no le agradaba para nada el hecho de dejarla padecer tanto dolor en la cama durante días. ¡Él debía aliviarla!
—Sí, pero, si no se tiene cuidado, las mujeres pueden tener graves problemas de salud. Se quedan postradas en cama porque están débiles, pálidas. En algunos casos las jovencitas pierden tanta sangre a causa de esa herida que son obligadas a comer algunas legumbres o hígado para reponer fuerzas —por alguna razón, en cuanto terminó de decir lo último, los ojos de Inuyasha brillaron con determinación y eso sí que le llamó la atención—. ¿Qué?
—Mi madre solía prepararme un brebaje de hígado para curar el resfriado. Sabía horrible, pero si dices que Kagome necesita comer hígado, creo que esa medicina le servirá —por fin pudo respirar con alivio. No todo estaba perdido.
—No lo entiendes, ¿cierto? —Esa pregunta derrumbó su repentina ilusión.
—¿De qué estás hablando?
—No es tan sencillo, Inuyasha. Este mal es mucho más difícil de curar de lo que crees. Aunque logres ahuyentarlo, regresará en un mes, y el siguiente...
—¡¿Qué?! —¡¿Kagome se desangraría mes a mes hasta fallecer?! ¡No lo permitiría!— ¿No dijiste que tenías la cura? ¡Dime cuál es!
—Oh, claro que hay una forma de curarla, aunque... Es temporal —agregó con pesar.
—¿Qué? ¿Qué es? ¿Cuál es esa cura?
—Es riesgoso... Y puede que requiera varios intentos. Depende qué tan... —¿Qué palabra usar?— Fuerte seas.
—Soy muy fuerte.
—No estoy hablando de fuerza bruta, Inuyasha. Hablo de... Otro tipo de fuerza —una que no dudaba en lograr enseñarle a su querida Sango algún día.
—¿De qué hablas entonces? Dímelo de una vez y sin rodeos —aquella fue la señal que Miroku estaba esperando desde que lo vio arribar a su campamento. Con cautela apoyó una mano en su hombro y, sin quitar la sonrisa ladina de su rostro, le susurró algo que lo dejó helado.
—Debes... Embarazarla.
—¡¿Qué?! ¡¿Cómo se te ocurre...?!
—Es la forma más eficaz. Las mujeres embarazadas, por alguna extraña razón, se libran de esta enfermedad mientras están gestando.
—¿Kagome y yo tendremos un...? ¡¿Estás loco?!
—Si quieres que deje de sufrir esos dolores, esa es la única salida.
—No entiendo.
—Si la señorita Kagome queda encinta, no tendrá su período durante nueve meses.
—Yo... Yo... No podría...
—Que no te aflija, amigo mío —consoló—. ¿No dijiste que eras fuerte? Entonces no hay que temer. Estoy seguro de que lograrás aliviar su malestar al primer intento.
Tuvo que detenerse para retener la risa que clamaba por salir. ¡La cara de Inuyasha valía oro! Estaba pálido y sus ojos reflejaban el terror que sentía. Aunque no sabía si esto último se debía al miedo de no lograr embarazar a la sacerdotisa o, por el contrario, lograrlo casi al instante y no saber qué hacer después. Sonrió con disimulo. Él bien sabía que lograr un embarazo podría resultarle especialmente difícil a su querido amigo... A menos que lo hicieran en luna nueva, en ese caso el hanyou lograría cerrarle la boca.
—No puedo hacerlo —sentenció—, no soy capaz de...
—Oh, pero si es el momento ideal.
—¿Ideal?
—Claro, ¿en qué otro momento piensas hacerme tío? El agujero negro podría absorberme mañana, y dudo mucho poder conocer a mis propios hijos si Sanguito sigue rechazándome de esa manera. Al menos quisiera... Conocer a mis sobrinos antes de partir —agregó con drama y se mordió el puño para evitar llorar... De la risa.
—¿Es la única salida? —Preguntó con desesperación. El ojiazul se llevó una mano al mentón y fingió sopesar la situación antes de hablar.
—Bueno, claro que hay otra forma...
—¡¿La hay?! —La ilusión colmaba su voz. ¡Kagome se curaría!
—Claro que la hay. Después de todo, cualquier hombre podría curarla.
—¿Qué? —¿Otros hombres?
—Oh, no, yo no. Yo soy devoto a mi querida Sango —se apresuró a aclarar. Si no tenía cuidado, esa broma podría costarle muy caro—. ¿Te parece bien si le preguntamos a Koga?
—¡¿A Koga?!
—Bueno, si quieres que se parezca un poco a ti, podríamos probar con Sesshomaru. Aunque creo que a él no le gustan los humanos. ¿Crees que accederá si se lo pides de rodillas y le ofreces a Colmillo de acero a cambio? Me parece que es un buen trato. La salud de la señorita Kagome y un nuevo integrante en el grupo, a cambio de tu espada —ante lo último, un duda surgió en su mente—. ¿Heredará alguno de los poderes de Sesshomaru? Nos sería útil en la batalla contra Naraku.
—¡Ya cállate!
—Oye, yo solo decía... —Alzó ambas manos en señal de paz y rio nerviosamente. Podía notar la forma en que Inuyasha comenzaba a perder los estribos. Estaba funcionando— Eres tú el que no quiere cooperar para que la señorita Kagome se recupere, yo solo estoy ofreciéndote otras opciones.
El monje se puso de pie con tranquilidad, tratando por todos los medios no estallar en risas frente a su compañero, y lo miró a los ojos.
—Iré a la aldea a ver si la anciana Kaede tiene información que pueda ayudarnos, pero estoy seguro de que esta es la única salida. Así que también le preguntaré a los aldeanos si hay alguien dispuesto a ayudar, ¿de acuerdo?
—¡Ni se te ocurra, Miro...!
—Entonces nos vemos.
El ojiazul se dio vuelta antes de que Inuyasha tuviera oportunidad de terminar de responder. Debía marcharse de allí cuanto antes para no delatarse y, de paso, le contaría a los ebrios del pueblo la broma que le había jugado a su amigo. Esperaba que la señorita Kagome no se enfadara con él. Después de todo estaba seguro de que ella lograría quitárselo de encima con solo pronunciar un par de veces el conjuro, así que estaría bien.
Por la noche, Inuyasha permaneció pegado al pozo como si le fuera la vida en ello. Nadie entraría, ni saldría de allí sin su consentimiento. Era una fortuna que Kagome estuviera en su época porque al menos así le sería más difícil a los humanos de esta época llegar hasta ella. Lo que le había dicho Miroku, lejos de aliviarlo, solo consiguió preocuparlo más.
¿Enfermedad? ¿Zona privada? ¿Que Kagome enfermaría mes a mes? Eran demasiados conceptos para asimilar y su pobre cabeza estaba sufriendo por eso. Solo tenía en claro una cosa: si quería salvarla, debía darle un hijo. Pero... ¡¿Cómo lo lograría?! ¿Un hijo de ambos? ¿En ese momento? ¿Hacerlo en "esa" noche? Es decir, en solo un par de horas podría estar curándola de su terrible enfermedad, pero ni siquiera estaba seguro de poder lograrlo. Aunque, por otro lado, si no lo hacía él, otro baboso podría aprovecharse de la situación y meterse al cuarto de la colegiala con tal de "hacerle favores". Ese humano debilucho que de vez en cuando frecuentaba la casa de Kagome era una potencial amenaza. Ya lo había visto mostrarse especialmente preocupado por la salud de la azabache en más de una ocasión. Cada vez que se lo topaba traía consigo un manojo de pastillas, almohadones y menjunjes para hacer que la salud de la sacerdotisa mejorara. Dudaba mucho que el susodicho se perdiera la oportunidad de ser un héroe y salvarla. Algo dentro suyo gruñó con insistencia al pensar eso último. No permitiría que nadie se acercara a Kagome con dobles intenciones. Su sangre aún hervía de solo pensar en la forma en que Miroku se había propasado con Kagome el día en que se conocieron. No toleraría verla con otro hombre, peor aún: con un hijo ajeno.
Miró el oscuro interior del pozo y tragó saliva con nerviosismo. No podría ser tan malo hacerlo con Kagome, ¿o sí? Había visto a humanos haciéndolo en el bosque y ninguno parecía sufrir, por el contrario... Parecían disfrutarlo. Además, Kagome no podría sentarlo, ni regañarlo por dos simples razones: la primera, estaba demasiado enferma como para gritarle y, la segunda, él solo estaba ayudándola a curarse cuanto antes. Frunció el ceño y se alzó con decisión. Eso era todo. No importaba si le daba vergüenza o si era demasiado osado de su parte, lo único que importaba era la salud de Kagome.
—No te preocupes, Kagome. Ya voy a salvarte.
Y, con ese último pensamiento, saltó dentro del pozo. Él se encargaría de aliviarla con aquella milagrosa cura.
FIN
¡Y LLEGAMOS A LAS VEINTE HISTORIAS! No, no, no, pónganle condón al 2021 porque se vieneee (?
JAJAJAJAJAJA Se quedaron con ganas de un lemon, ¿cierto? ¿Doloroso, no? Pues es mi venganza porque yo misma me estoy retorciendo de dolor. So... Suframos juntas, queridas lectoras xD Menstruación y la puta que te parió, ah me calmo xd
¡Gracias por sus tiernos comentarios en este breve fic de menos de 24hr de vida! Espero que haber llegado al final no las detenga de seguir comentando c: especialmente para hacerme saber qué les pareció esta ''pequeña'' broma de Miroku hacia nuestro idiota favorito xD
INFORMACIÓN: SÉ que tengo que terminar "Game 'L'over", y de verdad deseaba actualizar el 26, pero tuve serios problemas —tal y como informé en Wattpad—. Mi hijo gatuno casi parte al otro mundo por una obstrucción renal. Me partió el alma verlo tirado dejándose morir, pero luego de llevarlo a incontables veterinarios y gastarme hasta el último centavo: lo salvamos. Ahora mismo se encuentra acostado junto a mí, mientras me ve teclear en la computadora. Sé que entenderán que en medio de tantos medicamentos, jeringas y llantos, lo último que se me cruzaba por la cabeza era actualizar. Ustedes fueron tan dulces al entenderme y contenerme... Realmente no puedo estar más agradecida por tener lectoras tan maravillosas como ustedes. Ahora que estoy de vuelta en el juego, espero avanzar lentamente hasta traerles el capítulo final que tan amorosamente les dedico. Tengo escritas 4.000 palabras, pero me falta mucho por corregir. Así que, mientras transito la primer semana de universidad, intentaré actualizar. Nos acercamos a una despedida porque luego de esto no tendré tiempo ni de respirar. Así que espero que este pequeño fanfic, junto con el final de "Game 'L'over", logre contentarlas lo suficiente hasta que llegue con nuevas historias, dulzuras.
¡Gracias y nos leemos pronto! Las adoro, lo diré una y mil veces más y, si hace falta, lo repetiré otras mil veces: ¡LAS ADORO!
5.4.21
