La música extranjera que se escucha del radio es realmente lo único que ha logrado distraerme en algún tiempo. Me la paso sin hacer mucho y eso no va conmigo, pero después de todo lo que causé, ya es tiempo de seguir su consejo. No entiendo que canta esa mujer en el radio, pero me gusta creer que me habla a mí, y que me dice que sea fuerte, que lo sea por los dos. Levanto la cabeza y él está ahí, pero a la vez no. Siento como si me hubiera soltado la mano, siento como si no fuera el mismo. No he hecho más que causarle daño, lo he lastimado para siempre, esa marca que ahora lleva es prueba de ello. Él podría vivir sin mí, no lo dudo, y de solo pensar que por mi culpa el brillo en sus ojos se haya desvanecido me hace pensar que sería mejor así. Pero de solo mencionarlo me odiaría para siempre.

Está más delgado. Aún no estoy seguro si de verdad ha perdido peso o yo ya había comenzado a olvidarle, si su esbelta silueta en mi memoria se hubiera distorsionado un poco en el tiempo que no nos vimos. No quiero preguntarle nada, no quiero hablarle, no quiero que se quede conmigo, no quiero que sufra a mi lado. Aunque también quiero quedarme con él por siempre, y no diré hasta morir, porque estuve muy cerca de ello.

Sin querer me reí de mi propio pensamiento, algo que aparentemente hago muy a menudo. He llamado su atención, aquella que anhelo y desprecio al mismo tiempo como el idiota que soy, pero tengo un buen motivo y es que no quiero hacerle daño. Gira la cabeza lentamente y me mira con sus ojos negros, en los que ya me he perdido muchas veces, en los que me perdería muchas más. Asume rápidamente que solo estoy portándome tan infantil como siempre, y aparta la mirada al instante. Mi sonrisa se mantiene, mi corazón se destroza. No hemos hablado como antes en días y cada vez se me hace más difícil siquiera decirle buenos días cuando despierto. El dragón se ha recluido a su bello palacio en las profundidades, y no existe nadie que pueda ayudarme a alcanzarlo otra vez.

No basta con mirarlo con cariño. Cada vez que pone en marcha el auto, siento que va a abandonarme en medio de la nada a un lado de la carretera, no podría culparlo. Podría acariciarme el cabello y voltearse sin decir una palabra, yo me quedaría en aquel lugar, y el regresaría a continuar con su vida. Solo quiero lo mejor para él.

Me muevo en mi asiento, de repente me han dado muchas ganas de salir al patio trasero, que ciertamente no existe más. A veces olvido que ya no vivimos en mi casa por simple lógica tuya, a la cual me acomodé y por eso ahora nos quedamos en este pequeño apartamento, siendo la sombra de lo que habíamos sido hasta hace sólo unas semanas. Le subo el volumen al radio, el locutor anuncia que es la última canción del programa que tanto me gusta, y me quedo inmóvil con los brazos cruzados sobre la mesa, descansando la cabeza sobre ellos como si fuera a dormirme. Otra vez siento dolor, pero no se parece al que solías causarme con tus torpes caricias, tus apasionados besos, o con la fuerza a veces excesiva con la que manejabas mi cuerpo por tu propia emoción adolescente que he adorado desde que te conocí. La canción esta vez fue corta.

Supongo que estos días solo me la paso demasiado rato pensando, escuchando el radio, mirando al techo o sentándome afuera a observar las estrellas cuando es de noche, y aunque él me acompaña con su silencio, su precioso silencio, no puedo evitar sentirme perturbado. ¿Cómo puedo pensar en ti cuando estás ahí, a mi lado? Soy tan ridículo que te creo distante, y tu mano está apenas a centímetros de la mía. A tu lado soy pequeño, torpe y necesitado, pero creo que ya no tienes tiempo para ocuparte de mí, a pesar de, si, a pesar de estar conmigo. Nada de lo que pueda decirte, ni decirme a mí mismo, podrá remediar todo lo que causé por no haberte escuchado, por prácticamente obligarte a subir a ese tren conmigo. Por mentirte al decirte que todo estaría bien, pues es obvio que no es así. Aceptaría de buena gana un golpe de tu parte, te has vuelto muy fuerte, no te diría nada si te quiebras y me gritas, amo tu voz en cualquier intensidad. Solo quiero que me des una señal de vida. Solo quiero que le des sentido a la mía de nuevo.

Se me ha pasado el día otra vez, es de noche, estamos en la habitación, y de nuevo insistes en cambiar mis vendajes. Las cicatrices están sanando pero no parece que puedas verlo, pero allí estás, demostrándome que estoy equivocado. "Ésta se ve muy mal, aniki, parece que nunca va a sanar" dices con un dejo de desconcierto en tu ronca voz. Solo bajo la mirada, haciéndome el tonto fingiendo que miro lo que me estas señalando, pero en realidad solo evito tu rostro. Es un corte a un lado en mi abdomen, en la boca del dragón, que repaso con el filo de la navaja de afeitar cada vez que me doy un baño. No tengo el valor de oprimir demasiada fuerza, así de cobarde soy, que incluso cuando parece que me estoy lastimando, no lo estoy haciendo realmente. No entiendo cómo es que aún no te has dado cuenta.

El antiséptico quema casi tanto como tu mirada sobre mi espalda cuando me quito la camisa impunemente antes de acostarnos, siempre sin dar la cara. Estoy seguro de que si pudiera verte te sonreiría como muchacha de club al encenderte un cigarrillo, desvergonzado, invitándote a algo más simplemente con la mirada. Sé que habrías aceptado, pero con cierta timidez, porque eres todo un caballero al menos conmigo. Ahora mismo lo demuestras, pasando el trozo pequeño de gasa por sobre la herida que yo mismo me he infligido, con una expresión de pura concentración, que a tu rostro le queda tan bien. Sin querer, o tal vez no, de mis labios se escapa un suspiro en cuanto pones tu mano sobre mi costado para moverme apenas y con ello, te quedas inmóvil pero rozas con algo de torpeza la herida que estabas atendiendo. La princesa ladrona en mi interior celebra, ya sabe con qué domar al dragón, pero también sabe que no permanecerá así mucho tiempo y que pronto colapsará, ya sin sangre en su cuerpo.

Y digo sangre, pero realmente estoy pensando en otra cosa.

Sé que a Ryuji siempre le han molestado los eufemismos, pero de alguna manera tolera la forma poética en la que me gusta hablarle, siempre dándome aires de artista, porque me gusta pensar que cree que soy más interesante de lo que en verdad soy, o más inteligente. Tal vez he sido simplemente un engreído todo este tiempo, un vil narcisista que necesita continuamente verse en los espejos del alma de aquel chico que me encontré en Okinawa y al que he arrastrado a un mundo criminal del cual casi no sale con vida. Puedo verme reflejado en el abismo de su mirada, solo espero que él pueda ver el deseo que seguro hay en la mía.

A pesar de ser un delincuente con todas las letras, siempre ha sido un buen chico conmigo, a veces frustrándome por eso, solo hace unos meses es que comprendí que todo es por la infancia que se le negó. La forma en la que me abraza, como ahora, me hizo dar cuenta de ello. Cierro los ojos, claro que las lágrimas bajan por mis mejillas, claro que me aferro a él con fuerza, porque no quiero dejarlo ir.

"Encontrarás a alguien mejor, que no vaya a torturarte de esta forma" le dije, no sé por qué diablos lo hice, pero no me detuve ahí, sino que seguí: "Vas a olvidarme y vas a ser feliz"

Me soltó y por un momento creí que me obedecería, como el buen subordinado que siempre había sido. Por un momento creí que se levantaría y se iría, para olvidarme y permitirse ser feliz y vivir su vida como quisiera. Por un momento creí mal. Si hay algo que he notado a lo largo de estos maravillosos meses, es que a Ryuji le importa muy poco que yo sea su jefe en momentos como éste, y que le gusta tener el control. A mí no me molesta en lo absoluto que sea así.

Me había soltado solo para secar mis lágrimas que no se detendrían, antes de besarme y hacer latir mi corazón otra vez. Siento que he estado triste todo este tiempo porque extrañaba sentir que de verdad me amaba. Ahora estoy un poco más contento porque su calidez limpia un poco de culpa en mi alma. Lo abrazo por el cuello, besándolo también con intensidad, dándome cuenta de que tenía que dejar de lado mis tonterías. Me empuja despacio para recostarme sobre el futon, no se aparta de mis labios claro, acompañándome en el suave descenso y concluyo que es mucho mejor que el golpe o los gritos que antes hubiera querido. Se apartó jadeando apenas y se me quedó mirando, secó mis lágrimas de nuevo y me habló:

Creo que lo he escuchado decir que me ama.