Capítulo 1

Año 60 a.C. Al norte del río Támesis. Noche de Imbolc

Era noche abierta, un espléndido plenilunio. Las estrellas centelleaban al son de una melodía inaudible para el ser mortal, pero llena de excelencia para el universo. Hacía poco tiempo que el hijo de Beli Mawr, Caswallawn, se había hecho con la zona de la tribu britana trinovante. Los trinovantes habían aceptado la soberanía y la fuerza de su nuevo rey, y se convirtieron en casivelanos, viviendo con sus invasores en relativa paz y armonía. Aquella noche estaba señalada por los astros.

Para el clan de los Kamiruzu y los Uchiha era momento de celebración. Los padres de Itachi y Shisui, únicos druidas casivelanos, habían vaticinado el nacimiento de una nueva estrella entre los humanos. Las runas habían hablado sobre una niña a la que cuidar, una mujer futura a la que venerar, alguien que iba a marcar el sino de la humanidad. Su cuerpo sería un templo de luz, y de ella saldría una nueva esperanza. Y aquella noche de Imbolc era la señalada.

Los celtas habían llenado el poblado de pequeñas antorchas, la luz alejaría a los malos espíritus. Los miembros de los clanes se encontraban reunidos alrededor de la pequeña casa circular de los Kamiruzu, su chakra. Estas pequeñas chozas, hogares llenos de calidez para ellos, las colocaban estratégicamente sobre puntos energéticos de la tierra, y en ellas se concentraba la energía telúrica y la luz de los elementales más puros. Los celtas, que adoraban el círculo, creían que su forma repelía la energía negativa ya que, al no tener esquinas, nada podía quedar atrapado: todo fluía en círculo, todo se renovaba.

Chakra: nombre que se le daba a las casas circulares de los celtas.

Un estrella fugaz cruzó el cielo. El pequeño Itachi Uchiha miró al cielo y sonrió a aquel trozo de luz que, con rebeldía y sin ningún tipo de permiso de sus mayores, atravesaba el techo estelar de punta a punta. La niña que iba a nacer sería una estrella decían. ¿Brillaría? ¿Si él se atrevía a tocarla, le quemaría la piel?

—¿En qué piensas, brathair? —preguntó Shisui, su hermano mayor que estaba a su lado intentando escuchar los ruidos que salían del interior del chakra de los Kamiruzu. Los dos niños eran muy parecidos físicamente; ambos pelinegros , con ojos muy grandes y negros, Itachi con su pelo largo y el pelo de Shisui corto y ondulado en las puntas. Con sus hoyuelos en sus barbillas y la belleza salvaje de los niños que crecen en libertad y sin restricciones. Eran dos caballos locos.

Brathair: en gaélico signidica «hermano».

—¿Crees que la Elegida... Brilla? —le preguntó Itachi lleno de curiosidad.

Shisui frunció el ceño y miró a su hermano, extrañado.

—¿Por qué iba a brillar?

Mamaidh dice que será una estrella entre los humanos. ¿Te has fijado en las estrellas, Shisui? Son faros llenos de luz. Sería bonito que ella brillara —suspiró soñador.

Mamaidh: en gaélico significa «madre».

—Itachi —miró a su hermano con pesar—, estás obsesionado con las sitíchean y con las diosas. Sólo ellas brillan.

Sitíchean: en gaélico significa «hadas».

Itachi bajó la vista avergonzado y golpeó una piedra con el pie.

—Sólo pensé que sería bonito que ella brillara —murmuró—. Como la luna.

—Es sólo una niña.

—¿Y por qué no iba a brillar? —la voz de Ise Uzumaki, un apuesto jovencito pelirrojo y de grandes ojos carmín, seis años mayor que ellos, renovó las esperanzas del pequeño. Sonrió a Itachi y le revolvió el pelo. Ise tenía la cara manchada de barro, pues había estado peleando de nuevo para hacerse un gran guerrero. Los druidas ya habían anunciado que la Britania sería asediada en los años venideros por un grupo de hombres con metales en el cuerpo y en la cabeza, y con extraños pelajes rojos sobre el cráneo. Unos hombres con diferentes credos, que no creían en lo que ellos creían y por eso querían matarlos. Él quería estar preparado para ello—. Itachi, si tú quieres que brille, brillará.

Itachi sonrió, y Shisui rio divertido al ver a su hermano feliz por aquella confirmación. Ise era como un hermano mayor para ellos. De repente, los gritos y los sollozos de un bebé se oyeron en todo el campamento. La gente se removió inquieta y expectante. ¿La niña estaría bien?

Shisui, Itachi y Ise se hicieron sitio hasta llegar delante de la puerta del chakra. Tenían los ojos abiertos y esperaban ver a aquel diminuto milagro. Del chakra salió un hombre rubio, con barba espesa y ojos azules, era Ishikawa, el vigía del clan. Llevaba algo en los brazos, cubierto con un manto de piel de ciervo.

—¡Mi niña! —exclamó un Ishikawa orgulloso alzándola por encima de la cabeza— ¡Mi Sakura!

Todos vitorearon a la pequeña y al padre. Era un día de alegría y júbilo. La Elegida había nacido en Imbolc, y eso acrecentaba su leyenda personal. Sakura estaba marcada por la magia y las runas, pero nacer ese día era como ponerle la guinda a un pastel. El Imbolc se celebraba en un mes frío como era febrero. Pero ese día estaba marcado por hechos mucho más trascendentales. En aquellas fechas aparecían signos de la vida que renace en la tierra: la tierra reverdece con las nimias lluvias, los corderos nacían de nuevo, la naturaleza empezaba a retomar su curso, se volvía a oír el canto esperanzador de las alondras... En resumen, era el retorno de la vida con la llegada de la primavera, de ahí que el Imbolc estuviera relacionado con Brigit, la diosa celta portadora de luz, la Joven Doncella de la Primavera; frágil, necesitada de protección, pero que se hace más fuerte cada día que el sol revive su fuego interior. Sakura representaba todo eso en su pequeño cuerpo. Sakura acarreaba con todo ese peso sobre su minúscula espalda. Demasiado para una niña.

Después de que todos los allí presentes saludaran a la niña y dieran la enhorabuena al padre, sólo los niños se quedaron en el chakra. Deidara, el hijo pequeño de Ishikawa, los invitó a entrar y se sentó en la butaca que había al lado del fuego. Su padre le había prometido que cuando estuvieran más tranquilos dejaría que cogiese a Sakura.

Shisui, Itachi y Ise se sentaron al lado de Deidara, y Ishikawa, con la cara llena de orgullo y amor, puso a la pequeña Sakura en brazos de su hijo de seis años.

—Es tu piuthar, Dei. Vas a tener que cuidar de ella.

Piuthar: en gaélico significa «hermana»

Deidara, con sus ojos tan grandes como dos soles, asintió y besó en la cabecita a su hermanita.

Itachi no perdía detalle de aquella niña pequeña y sonrosada, que sólo hacía pucheros y no dejaba de moverse. Era tan pequeña. Tan diminuta. Se levantó y fue hacia la cama en la que se hallaba Maron, la madre de Deidara y Sakura. Estaba muy cansada y abatida, y el pequeño sintió admiración y compasión por ella. Que de un cuerpo pudiera salir una vida tan grande como aquella, era... Magia.

—Señora Kamiruzu —dijo acercándose a ella con convicción.

Maron abrió sus ojos verdes y revolvió el pelo del pequeño ángel.

—¿Qué pasa, jovencito?

—Mamaidh me dio esto para ti —le enseñó una pequeña bolsa de tela llena de hierbas—. Son plantas para hacer caldo caliente. Para que te repongas y te hagan sentir bien.

—Tu madre es una diosa —sonrió Maron tomando la bolsa en sus manos—. Ishikawa.

El hombre se acercó a su mujer y se llevó la bolsa con él, añadiendo:

—Ahora te daré un cuenco de caldo, mo ghràidh. Descansa.

Mo ghràidh: en gaélico significa «mi amor».

Maron sonrió a su marido y miró a Itachi con ojos tiernos.

—¿Qué te parece mi niña? —se acomodó, sin poder disimular los dolores que le suponía moverse para hablar con él.

Itachi se puso rojo como un tomate y miró al suelo.

—Es muy pequeña.

—Claro que sí, es un bebé.

—Sí —sonrió—. Cuando sea mayor, le vea los ojos y le crezca el pelo, te diré qué me parece Sakura, señora Kamiruzu. Ahora se parece al viejo Uzumaki, el abuelo de Ise. Está un poco calva, sin dientes y arrugada. Es como él.

Maron desencajó la mandíbula y pese a los dolores arrancó a reír como loca. Cuando se calmó, se limpió las lágrimas de los ojos y añadió:

—¿Cuidarás de ella, Itachi? ¿Cuidareis de ella entre todos? Sakura será especial. Será muy importante. ¿La cuidarás, pequeño?

El pequeño cuadró los hombros y asintió solemnemente.

—Siempre, señora.

Dicho esto, el niño se fue con Sakura y Deidara, y se tomó su tiempo para estudiarla con atención. Tenía una pequeña mata de pelo rosa en la cabeza, las manos cerradas como puños y buscaba el calor del cuerpo de su hermano. Itachi alargó su mano y, con un dedo tembloroso, acarició el puño cerrado de la niña. Ésta, al instante y en un movimiento reflejo, se lo cogió con fuerza. Los cuatro niños se echaron a reír.

—¿Ves como no brilla? —le dijo Shisui pasando un brazo por encima de los hombros de Itachi.

—Sí que brilla —murmuró Itachi maravillado. Sakura abrió sus ojitos y lo miró fijamente. El pequeño tragó saliva y sintió que algo poderoso y lleno de magia recorría su cuerpo—. Sí que brilla, Shisui, sólo que tú no puedes ver su luz.

Pasaron las primaveras y Sakura se convirtió en una hermosa niña de pelo rosa y ojos verdes tan claros como el cielo. Era rebelde, impetuosa, pero muy dulce y cariñosa. Los niños la protegían allá donde iba. Todo el poblado la adoraba, todos la querían. Pero Sakura tenía la energía de los niños de su edad, cinco años llenos de vitalidad y curiosidad que volvían loco al poblado, y también una fijación: un niño de once años de pelo negro azabache y cara de ángel. Su amigo, Itachi.

Deidara ya había aceptado que Sakura no iba a ser fácil de controlar y que, visto la gran influencia que tenía su amigo en ella, iba a necesitar de su ayuda para que la pequeña obedeciera, ya que tenía dificultad para acatar órdenes.

Un día, los críos estaban pescando truchas en el río. Itachi y Shisui intentaban arrinconar a una especialmente grande que se había ocultado bajo una roca. Ise y su hermano Daibutsu, que contaban con quince y dieciséis años, peleaban en el agua, riéndose el uno del otro, haciendo caso omiso de los peces que pasaban por su lado y se escapaban de sus manos. Otros niños más como Kakazu, Gai y Anko se reían de las bromas de los hermanos, y vitoreaban a Itachi que alzaba victorioso con sus largas extremidades una trucha de más de unos dos kilos de peso.

Sakura, que estaba sentada a la orilla del río, con la barbilla apoyada en las rodillas, aplaudió la caza de su amigo y miró orgullosa y soñadora cómo Itachi se dirigía hacia ella para enseñarle lo que había cazado.

Itachi y los demás se estaban convirtiendo en niños grandes. El chico ya tenía once años; su hermano Shisui trece, Deidara catorce, Daibutsu dieciséis y Ise tenía quince... Y ella sólo tenía cinco. Quería tener la misma edad que Itachi para poder hacer lo que él hacía. Había crecido mucho su amigo; era delgado y desgarbado, como los demás, pero era como un príncipe sítich, su príncipe de las hadas. Con su pelo negro brillante y largo, esos labios gruesos y su dulce mirada oscura. Y ella ya sabía que Itachi, por alguna razón que no sabía explicar su pequeño e inocente corazón, era de ella.

—¿Has visto, pequeña? —le preguntó Itachi jactándose de su pesca.

Sakura se levantó, se espolvoreó la túnica y sonrió para observar al pez que movía su boquita intentando respirar. Le daba mucha pena comer animales; todos en su tribu cazaban y comían animales, pero ella siempre pensaba en la familia que esos seres dejaban atrás.

—Es muy grande, Itachi —susurró Sakura.

Itachi se hinchó como un gallo ante las palabras de la niña. Su dulce Sakura, su estrella.

—¿No tendrá pececitos que le esperen? —susurró con tristeza—. ¿Y sus hijitos?

Itachi sonrió con ternura y miró a la cabecita pelirosa que estaba inclinada mirando lo que tenía en sus manos. Sakura era misericordiosa, y tenía un espíritu muy especial. No quería hacer daño a nada ni a nadie, nunca.

—Este pez es mayor, es viejo —le explicó Itachi para tranquilizarla—. Ya ha cumplido con su ciclo de vida.

Sakura frunció el ceño.

—¿Cómo lo sabes?

—Por el color de sus escamas, por el tacto rasposo de su cola y porque está cansado de nadar.

—¿Está cansado de nadar? —repitió Sakura prestando atención—. Los peces no se cansan de nadar, Itachi. Han nacido para eso.

—Éste sí —tocó las aletas del pez y éste las movió instintivamente—. Mira, ¿ves? No las mueve bien, es lento y apenas lucha por su vida. Creo que este pez está preparado para decir adiós.

Sakura tragó saliva y sus enormes ojos esmeralda se humedecieron.

—Nadie está preparado para decir adiós —murmuró la pequeña con gran sabiduría—. La vida es muy bonita para despedirse de ella porque sí.

Itachi miró a la criatura con atención y sintió que Sakura siempre, de alguna manera, podía hacer que cambiara de opinión.

—Pero este pez no se despide porque sí. Se despide porque ya es mayor.

—Deja que diga adiós rodeado de su familia. Suéltalo, Itachi —de repente la pequeña, que no estaba nada convencida, puso una mano sobre la de Itachi y lo obligó a abrir los dedos y a dejar de apresar a la pobre trucha—. Suéltalo —susurró con una dulce sonrisa.

Sakura era convincente y cautivadora. Itachi miró a su alrededor, sonrió con dulzura a Sakura y comprendió que no podía romper su brillante corazón. La trucha saltó al agua y nadó con lentitud. Itachi negó con la cabeza y Sakura le sonrió y se encaramó de un brinco sobre él abrazándole con fuerza. Aquellas muestras espontáneas que Sakura sólo mostraba con él siempre lo dejaban aturdido y eufórico por partes iguales.

—Gracias, príncipe. ¡Gracias, gracias!

Itachi la abrazó con cariño y la dejó en el suelo de nuevo. Aquello no podía ser. No era la primer vez que se lo hacía, y sólo se lo hacía a él.

—No puedes hacerme esto cada vez que esté de caza. No me acompañes más o regresaré al chakra con las manos vacías.

Sakura inclinó la cabeza con culpabilidad y asintió avergonzada.

—Es que, Itachi, yo creo que la vida se debe... Se debe... —No le salía la palabra y se desesperaba cuando no podía explicarse.

—Respetar.

—Eso, respetar. ¿Eso está mal? —preguntó confundida.

Itachi se recogió el pelo con su cinta y pensó en todo lo que tenían que hacer para alimentarse, en todo lo que debían hacer para sobrevivir... Sakura era pequeña, pero su alma era muy sabia. ¿Estaba mal respetar la vida? ¿Estaba mal comer animales?

—Pues no lo sé —contestó retirándole un mechón de pelo rosa y colocándoselo detrás de la orejita—. Es lo que siempre hemos hecho, es lo que nos han enseñado a hacer. Pero creo que... Es bonito pensar como tú, pequeña.

Sakura se sonrojó y asintió emocionada por las palabras de su príncipe sitích. De repente oyeron un chof enorme. Kakazu había dejado caer una roca inmensa sobre el agua y había cazado a la pobre trucha que Itachi había liberado. El niño corrió hacia Sakura con orgullo y le enseñó el pez como si fuera un trofeo.

—Es para ti, Sakura —dijo el niño de ojos verdes y pelo negro—. Es para que coma nuestra estrella. Tu padre estará orgulloso de mí.

Sakura apretó la mandíbula y sonrió a regañadientes a Kakazu. Asintió con la cabeza como una princesa, que era así como la consideraban en el clan, y le dijo:

—Eres muy amable, Kakazu. Muchas gracias.

Kakazu miró a Itachi de reojo, orgulloso de su proeza, y se alejó con la trucha muerta en las manos. Sakura suspiró y miró al suelo con los ojos llenos de pesar.

Itachi miraba a Kakazu mientras se alejaba feliz con su caza en la mano, y apretó los puños. Ese bribón de Kakazu siempre lo fastidiaba todo.

—Gracias por escucharme, Itachi —dijo Sakura suavemente—. Tú siempre me escuchas.

Itachi se centró de nuevo en la dulce niña que tenía delante y sintió que su luz lo bañaba por completo.

—Yo siempre te escucharé, pequeña.

Meses más tarde, los mensajes de las runas se cumplieron. Los romanos llegaron a las costas britanas. Los casivelanos y los trinovantes se unieron para enfrentarlos, pero no contaban con la traición de uno de los miembros de su clan. El día que las tropas romanas les saquearon, Gall, el que había sido el ojito derecho del rey y mejor amigo de Ishikawa, y algunos traidores más, lideraron la emboscada romana, aprovechando que el vigía del poblado celta aquel día era un chico de sólo catorce años, Deidara Kamiruzu, y que no vería nada extraño en que los miembros de su clan se acercaran a él y lo saludaran. Deidara era hábil y muy rápido, pero le agarraron antes de que le diera tiempo a encender las hogueras de aviso, colocadas estratégicamente en las peñas montañosas más altas. Le arrastraron con los caballos y llegó muy mal herido ante los suyos. Los romanos quemaron los chakras, asesinaron a los guerreros celtas y se llevaron a las mujeres para usarlas en otro tipo de menesteres..

Un grupo de niños y adolescentes presenciaron, impotentes, la matanza. Varios romanos les rodearon y les apuntaron con lanzas para que no escaparan ni intentaran oponer resistencia alguna. A Deidara y a Sakura, aunque pelearon, les obligaron a ver cómo cortaban la cabeza de su padre Ishikawa. Itachi y Shisui vieron cómo su padre, el druida mayor de los trinovantes, también perdía la vida a manos de espadas romanas. Ise, Daibutsu, Kakazu, Gai... Todos vieron la carnicería.

Los romanos se llevaron a las mujeres para que les sirvieran de todas las maneras posibles. Gall se llevó a la madre de Sakura. Deidara intentó detenerle, pero recibió una buena paliza a manos de ese hombre mucho mayor que él.

—La próxima será tu hermana. Me la llevaré. —Se limpió la sangre del labio, un ligero corte que Deidara le había producido con el codo, y miró de reojo a la niña—. Veremos lo especial que eres, Elegida. Vendremos a recogeros mañana y nos serviréis, y juraréis pleitesía a Roma.

Itachi gruñó y tiró de Sakura hasta colocarla tras él.

—No —dijo el joven pelinegro, igual de sucio y magullado que los demás—. No te la llevarás.

Sakura se agarró a su cinturón y ocultó la cara en su espalda. Shisui también la cubrió, al igual que el resto de chicos secuestrados. Debían protegerla. Siempre.

Gall alzó el labio con una sonrisa de suficiencia y agarró una de las lanzas que el romano más delgado de todos sostenía.

—Trae, no tienes fuerza —le dijo Gall—. ¿La vas a proteger tú? —se rio mirando a Itachi.

—Gall, miserable carroñ... ¡Arg!

Gall le había cortado en el pecho con la punta afilada de metal, una herida profunda y aparatosa que le cruzaba el pecho a la altura del corazón. Itachi frunció el ceño debido al dolor y se llevó las manos al pectoral. Manos que se llenaban de su joven sangre.

—¡Itachi! —gritó Sakura, ayudándole inmediatamente a que se mantuviera en pie. Todos los niños hicieron el intento de pelear, pero las lanzas dolían cuando se clavaban en la piel, y al final, a regañadientes, se estrecharon más en el cerco, sólo dispuestos a defenderse.

—Atadlos —ordenó Gall a los romanos—. Son muy escurridizos.

Aquella misma noche, liderados por Ise Uzumaki, todos los jóvenes del poblado, más de veinte, lograron escapar de las garras romanas y se internaron en los bosques. En los libros de historia hablan de grandes leyendas celtas. Narran que un año después, los romanos vencieron al rey Cassivelanus y, sin embargo, nunca llegaron a dominar a los britanos. Culpa de eso la tuvieron los jóvenes celtas que se internaron en los bosques. Algunos los llamaban pictos, ya que se pintaban la piel cuando iban a la guerra. Otros los llamaban Hijos de los Bosques, y para los romanos eran simplemente "la Semilla de Satán". Los primeros pictos fueron los hijos de los casivelanos, Ise y su clan.

Vivían en el interior de los bosques britanos; lograron combatir a los romanos durante años, con muchísimo éxito ya que, en todo ese tiempo, sólo dos de ellos murieron a manos de los miembros del ejército del César, y sin embargo, ellos acabaron con la vida de muchos. En los bosques coincidieron con trece jóvenes más, ya adolescentes como ellos, que habían logrado escapar de los centuriones. Las tribus de los casivelanos de Ise y la de los caledonios recién encontrados se unieron y combatieron juntas contra Roma. Ninguna muerte fue tan celebrada como la de Gall. Los caledonios habían sido ejecutados a través de sus manos, y Hidan, uno de los caledonios más agresivos, el líder, le había contado a Ise con pelos y señales cómo entrar en su campamento, y le había descrito con odio y rabia todo lo que había hecho el traidor.

Fueron a su campamento de noche, una emboscada llena de sigilo. Sus piernas más jóvenes y más atléticas eran silenciosas, el bosque les había enseñado a no despertar a los animales y ahora parecía que volaban. Fue Deidara quien le asestó la puñalada final a Gall. Todos esperaban encontrar a las madres que habían perdido tiempo atrás, pero ya no estaban. Descubrieron en la voz moribunda de Gall que algunas habían muerto o que las habían intercambiado con jefes de otros clanes a cambio de colaboración para asentar el asedio y la conquista de Britania a manos de Roma.

Muchos britanos se comprometieron a pagar tributo y a jurar fidelidad, pero los pictos no se doblegaron jamás. Se creó un vínculo muy fuerte entre ellos, eran los supervivientes de una manera de vivir, de un modo de pensar. Los romanos les temían, incluso los britanos lo hacían. Eran grandes estrategas y auténticos animales de caza en las batallas. Incluso las mujeres sabían luchar, eran increíbles arqueras. Sakura era la única chica que no podía ir a la guerra debido a su condición. Todos esperaban algo de ella, creían que ella podría detener la guerra, pero ella no sabía nada de eso.

—Dejadme, al menos, luchar con vosotros —dijo Sakura una noche a su hermano mayor—. Practico todos los días con el arco, brathair, soy muy buena.

Deidara sonrió a la joven que tenía delante. Sakura, con los años, se había convertido en una preciosa joven de diecisiete años.

—No puedes, princesa.

—¿No puedo? —gruñó harta de tanta protección—. ¿Dónde está Itachi?

Deidara exhaló el aire con cansancio mientras afilaba una espada con una piedra.

—Preparando infusiones en su chakra.

Sakura no necesitó más. Giró sobre sus talones y se dirigió a las ollas, un lugar retirado en un pequeño chakra del interior del bosque donde Itachi creaba sus pócimas y sus infusiones medicinales. Cuando entró y lo vio de espaldas, dando vueltas al agua hirviendo, con esos hombros tan anchos y ese pelo tan negro, notó que le pasaba lo de siempre: se sonrojaba y su cuerpo temblaba reaccionando a su cercanía. Su príncipe de las hadas la afectaba muchísimo.

—¿Itachi?

Itachi la miró por encima del hombro y le sonrió invitándola a que se acercara.

—Princesa, ven y ayúdame con esto. Necesito otro par de manos para ayudar a mezclar el agua y la miel.

Sakura se acercó a él y Itachi, con gran naturalidad, la tomó de la cintura y la colocó delante, entre la olla y su cuerpo. Itachi se inclinó y olió su pelo con placer.

—Hueles bien —dijo encantado. Itachi tenía asumidas muchísimas cosas acerca de Sakura. La primera es que estaba enamorado de ella desde hacía años, y la segunda, que la Elegida nunca podría ser reclamada hasta que cumpliera su profecía. Todos habían jurado protegerla, desde el primero al último de los pictos, pero eso también incluía protegerla de sí mismos y de sus instintos. La joven era una diosa encarnada en mujer. Sus ojos, su cuerpo y su sola presencia hacía sentir bien a los guerreros e incomodaba a las mujeres. Pero ella no parecía darse cuenta de lo magnético que era su aspecto. Y eso era algo que Itachi adoraba de ella. No era nada vanidosa, y nunca utilizaba esa arma para sonsacar nada de nadie.

—¿Qué? —susurró la joven dando vueltas a la enorme cuchara de palo. Que Itachi se le acercara tanto era malísimo para ella, la desorientaba.

—Tu pelo. Huele muy bien —repitió él encerrándola con los brazos y ayudándola con la enorme cuchara de palo—. Así. Dale vueltas así —rodeó sus manos con las suyas y le indicó cómo hacerlo.

—Itachi —dijo con voz ahogada.

—¿Mmm?

—Itachi... —carraspeó—, mi hermano no me deja luchar con vosotros. Todas las mujeres han aprendido a hacerlo y os acompañan en vuestras reyertas. ¿Por qué no me dejáis a mí?

—Tú eres especial.

—No lo soy. No me siento especial, Itachi —se quejó—. Pero me sentiría mejor si me dejaras luchar... A tu lado. Al lado de todos —se aclaró la garganta.

Itachi detuvo la cuchara y miró la cabeza pelirosa que tenía a la altura de la barbilla.

—No puedo permitir eso, Sakura —sentenció Itachi.

Sakura apretó la mandíbula y se giró rabiosa a encararlo.

—Tú no eres mi amigo. No lo eres, Itachi. Nunca me dejas hacer nada —sus mejillas estaban rojas del calor de las ollas y de la rabia que tenía.

—Puedes hacer lo que quieras mientras yo o Deidara podamos cuidar de ti.

—Pero sí que dejas a Anko o a Tsunade. A ellas sí que las dejas que te acompañen. Son mujeres, como yo.

Tsunade había llegado con el clan de Hidan.

—Ellas ya tienen quienes las protejan —explicó él, paciente—. Y ellas, aunque son mis amigas, no son especiales como tú.

—¿Qué tengo de especial? No sé nada de lo que tengo que hacer. Dices que los dioses tienen algo preparado pero no sé qué es. Me siento inútil. Un estorbo.

Itachi le levantó la barbilla con el índice y el pulgar y la miró fijamente a sus ojos verdes.

Mo leanabh... ¿Tú quieres que me maten?

Mo leanabh: en gaélico significa «Mi niña».

—¿Cómo? ¡No! ¡Claro que no, Itachi! No digas esas cosas o los dioses... Simplemente no lo digas. —Puso sus dedos sobre los labios de Itachi y ambos se miraron fijamente a los ojos. Un contacto tan íntimo, tan cercano y personal. La boca de Itachi atraía a la joven como la luz de las antorchas a las polillas. Itachi besó sus dedos ligeramente y ella los deslizó hasta su barbilla, rasposa por el nacimiento de la barba. Qué diferentes eran el uno del otro.

—Me matarían si vinieras conmigo, Sakura.

La joven tragó saliva y miró hacia el suelo.

—¿Por qué?

—Porque estaría pendiente de ti. Así no podría protegerte —volvió a alzarle la barbilla.

—¿Por qué me cuidas tanto? —preguntó Sakura asombrada por la luz de los ojos de Itachi. Agrandó los suyos verdes, llenos de expectación—.Todos lo hacen, pero tú... Eres diferente. Eres diferente conmigo.

¿Qué podía decirle? ¿La verdad? ¿Que desde siempre la había querido para él? No podía. No podía proteger a Sakura siendo su cáraid. Sería un auténtico desastre. Y ella estaba marcada, era la Elegida.

Cáraid: en gaélico significa «pareja».

—Se lo prometí a tu madre, a Maron.

A Sakura los ojos se le oscurecieron de decepción, y una chispita de algo más, ira, refulgió en ellos. Itachi, su príncipe, nunca le decía lo que quería oír. Siempre la llenaba de palabras hermosas, pero luego, en el momento de la verdad, nunca decía lo que ella anhelaba escuchar.

—Entiendo —murmuró alejándose de las ollas y sobre todo de él. En la puerta del chakra y con los hombros caídos en claro gesto derrotado, se giró y le dijo—: La miel ya se ha deshecho, Itachi.

Pasó el tiempo. Sakura se convirtió en una mujer espectacular llena de habilidades que nadie le dejaba poner en práctica por miedo a que saliera herida. Tsunade y Anko eran sus mejores confidentes. Con Itachi no podía hablar mucho porque había una tensión muy enrarecida entre ellos.

Itachi siempre estaba con ella, la acompañaba a todos lados, pero no podían mirarse con inocencia como antes. El celta ahora la traspasaba con los ojos, siempre de arriba abajo, con descaro, y nunca disimulaba cuánto le gustaba lo que veía. Y ella no podía hacer otra cosa que sonrojarse. Seguían siendo muy buenos amigos; Sakura siempre quería estar cerca de él y siempre le necesitaba, aunque él no se decidiera nunca a reclamarla. Pero hay cosas que las mujeres saben sin necesidad de palabras, y Sakura sabía lo que no le decía Itachi. Tsunade siempre intentaba averiguar lo que había entre ellos y siempre quería echarles una mano, acercarles. Pero Itachi no quería saber nada de ella y eso a Sakura le sentaba fatal. Hasta que un día, Sakura se comportó de otra manera y voló la resistencia de Itachi por los aires. Entonces todo cambió.

Fue en el enlace de Gai y Anko. Sakura estuvo bailando toda la noche con Kakazu bajo la atenta mirada de Itachi, que no le quitaba los ojos de encima. Le controlaba a él, pero, por encima de todo, estudiaba las expresiones de Sakura, y ella se cuidó en todo momento de fingir que lo pasaba a las mil maravillas con Kakazu. Kakazu era un hombre muy atractivo y viril, agresivo físicamente. A Sakura no le gustaba especialmente, pero funcionaría para su ardid.

Itachi estaba que ardía de los celos. Esos dos hacían buena pareja, pero ¿con quién no haría buena pareja Sakura? Su belleza valía por dos. Una posesión enfermiza recorrió su cuerpo y decidió que aquello no podía pasar. ¿Kakazu y Sakura juntos? Ni hablar.

Aquella noche, Itachi acompañó a Deidara y a Sakura hasta su chakra, como hacía siempre, pero, esta vez, el sanador, que era como conocían a Itachi en el clan, agarró de la muñeca a la hermana de Deidara y la obligó a detenerse. Quería su atención.

—Necesito hablar contigo.

Sakura sintió cómo ardían las manos de Itachi al contacto con su piel. Los ojos negros de su amigo eran suplicantes.

—Claro —se aclaró la garganta y miró a su hermano de reojo.

Deidara entrecerró los ojos mirando a Itachi.

—No tardéis mucho —hubo una comunicación no verbal entre hombres muy explícita. Como si Deidara supiera lo que iba a pasar.

Itachi asintió e invitó a Sakura a que caminara delante de él. Llegaron a un roble enorme y se colocaron detrás de él, dentro del hueco del tronco. En los robles, los druidas como Shisui hacían muchas iniciaciones.

Sakura se frotó las palmas de las manos. La temperatura por la noche bajaba de una manera muy brusca, las Islas eran húmedas y frías. La niebla se deslizaba por la hierba y la luna iba a ser el único testigo de lo que allí iba a suceder.

—¿Qué quieres? —se giró hacia él y se encontró con la boca de Itachi sobre la suya. Un beso lleno de contención, de deseo y de paciencia.

Itachi se comió a Sakura. Llevaba tanto tiempo deseándola, tanto, que creía que se estaba volviendo loco. Pero ahora ya sabía que de nada servía amar a alguien si nunca podía decirlo en voz alta. Él la protegería, no bajaría la guardia. Ya lo había decidido. Sólo le hizo falta ver cómo Kakazu le ponía las manos encima y bromeaba con ella esa noche para darse cuenta de que Sakura podría elegir perfectamente a quien quisiera, y de que aunque él tenía reparos en emparejarse con ella por miedo a fallar en su protección, muchos otros como Kakazu no los tendrían, y tampoco ella. No había un hombre, a excepción de Deidara y Shisui, que no deseara y respetara a Sakura, pero si el respeto hacía que Sakura acabara eligiendo a otro, entonces Itachi tenía muy claro que debía desterrarlo.

La tomó de la cara y la absorbió. Estaba respirando a través de ella. Siempre lo había hecho.

—Por Morgana... ¡Itachi! —No la dejaba hablar. La besaba de tal manera que parecía que le iba la vida en ello. Sakura sintió que estallaba de alegría por dentro y se agarró a sus hombros. ¡Por fin!

—Sakura. Quiero estar contigo, para siempre —la besó en el cuello y la abrazó con fuerza—. ¿Kakazu y tú no...?

—¿Kakazu? ¿Esto es por Kakazu? —murmuró sobre su pecho—. ¿Me estás besando porque has visto a Kakazu cortejándome?

—Kakazu siempre te ha perseguido. Pensaba que no te dabas cuenta. Pero hoy al veros bailar...

—No soy tan inocente, Itachi.

—No puedes estar con él —dijo apasionado—. Ni con él ni con nadie. Sólo conmigo.

Sakura alzó la cabeza y lo miró a los ojos.

—Yo siempre he querido estar contigo, Itachi. Pero sabía que no querías involucrarte por lo de mi profecía y porque no estabas seguro de que me pudieras dar la protección que yo necesitaba. Pero yo... Sólo... Siempre has sido tú. Siempre.

Itachi tragó saliva y juntó su frente a la de ella mientras le acariciaba las mejillas con los pulgares.

—No quiero esperar más, Sakura. Ya lo he hecho suficiente. Pasa la noche conmigo, emparéjate conmigo. Llevo años deseándote, queriéndote...

—Yo también te quiero. —Se alzó de puntillas y le cubrió la cara de besos—. ¿Y la profecía?

—La compartiremos. La viviremos juntos.

Sakura sintió que le ardían los ojos y Itachi que el corazón le iba a explotar.

—Ven —entrelazó los dedos con los de ella y la guió hasta su chakra.

Caminaban por el bosque, se paraban y se besaban. Avanzaban de nuevo, Itachi la apoyaba en un árbol y la volvía a besar, hambriento. Él estaba muy nervioso, por fin podía tocar lo que era suyo. Una vez dentro de su hogar circular, cerró la puerta de madera y la aseguró con un palo para que nadie pudiera entrar. En su interior había ollas, utensilios de piedra y madera donde guardaba todo tipo de plantas. El interior de su casa olía a romero y a esencias picantes. La guió hasta la cama, compuesta por pieles de oso rellenas de plumas.

—Itachi, ¿vamos a...?

Itachi asintió. Nada ni nadie podría reclamar a Sakura, sólo él. Y quería reclamarla en ese preciso momento.

—¿Estás nerviosa? —le acarició la mejilla, entrelazó la otra mano con la de ella y la besó suavemente en la sien—. Quiero hacerlo ahora, Sakura. Hace tanto tiempo que te anhelo, tanto... Pero si tú no quieres, podemos dejarlo hasta que hagamos una ceremonia de emparejamiento como la de Anko, si eso te...

—No —se apresuró ella. Si Itachi se echaba atrás no se lo perdonaría nunca—. Itachi... Creo que he necesitado estar contigo desde que nací. He necesitado de ti siempre.

Itachi la miró con adoración y la besó de nuevo.

—Tú para mí, Sakura. Tú eres para mí.

Ella asintió hipnotizada y dejó que Itachi hiciera lo que quisiera con ella.

—Dan y Tsunade también están... —suspiró cuando sintió la mano grande de Itachi deslizarse por su espalda y desabrocharle el nudo de la especie de tartán de pieles que se ataba a la altura del sacro—. Creo que también... Se quieren... Creo que... ¿Me estás desnudando, Itachi? —hundió su cara en el pecho de él y se refugió en sus brazos. ¿Qué sabía sobre el amor? ¿Cómo se unían un hombre y una mujer? Anko le había explicado muchas cosas, Tsunade también, pero... No estaba segura de que ella supiera hacer eso—. Yo no debería preguntar tanto, ¿verdad?

Itachi sonrió y bajó la cabeza buscando sus labios.

—Te estoy amando, mo leanabh. No me tengas miedo. Nunca te haría daño, eso sería como hacérmelo a mí mismo.

Sakura aceptó el beso de Itachi y rodeó su cuello con los brazos.

—Bien, pero tú no dejes de besarme.

Itachi negó con la cabeza, y mientras la desnudaba, volvió a por su boca. Los labios de Sakura eran exuberantes, puro sexo y sensualidad, pero sus ojos llenos de dulzura lo descolocaban y Itachi no sabía si ir rápido o lento con ella. Pero era su primera vez y se había prometido controlarse. Todos en el clan creían que era un hombre pacífico, que era sensato y cabal, pero nadie, excepto Shisui, sabía lo que provocaba Sakura en su sistema nervioso, en su alma y en su corazón. Era como uno de esos polvos que estaban inventando Ise y Shisui para luchar contra los centuriones romanos, lo llamaban «fuego mágico». Eso era Sakura para él. Puro fuego que le hacía explotar por los aires cuando entraban en contacto.

Daba igual lo que le hiciera; una mirada, una sonrisa, un gesto nimio de agradecimiento o de ira. Todo, todo lo bueno y lo malo que le podía pasar tenía su principio y su final en ella. En esa mujer preciosa, que temblaba bajo sus caricias y que se entregaba a él con confianza plena.

—Sakura... —La desnudó y dejó que la luz de la luna y el calor del fuego moldearan su figura y la mostraran a él como una ofrenda. Era una diosa. Itachi tenía la boca seca y levantó una mano para acariciarle un pecho. Le pasó el pulgar por el pezón y dibujó un círculo sobre él hasta que se le erizó—. Mujer, tú eres... Eres lo más bonito que he visto en mi vida, Sakura.

La chica lo miraba impresionada y también divertida.

—Y tú tienes cara de lobo... Parece que tengas hambre —sonrió y se retiró el pelo rosa y largo de los hombros para que él pudiera verla bien—. Lo raro es que no te hayan salido colmillos.

Los ojos negros de Itachi se oscurecieron aún más y la miraron peligrosamente. Descendió la cabeza y tomó un pecho de Sakura en la boca. Ella sólo pudo ahogar un gritito, pero al momento, muerta de placer, le agarró la cabeza y lo sostuvo contra ella. Se dejaron caer en la cama. Sakura lo desnudó como pudo, y no fue fácil, porque Itachi se estaba dando un festín con sus pechos. Ella se sentía febril, tenía un segundo corazón entre las piernas, uno que palpitaba dulcemente y la dejaba con ganas de algo más.

—La Diosa —exclamó Sakura mirando cómo succionaba y lamía su busto—. Mo Itachi...

Consiguió quitarse las pieles de encima y quedarse desnudo, de rodillas ante ella. Sakura se detuvo para contemplarlo. Itachi era un príncipe dorado y hermoso.

—Quiero verte —susurró Sakura incorporándose y colocándose también de rodillas ante él. Acarició su pecho, grande y musculoso, salpicado de ligero pelo oscuro. ¿Cómo se sentiría ese pelo sobre sus pechos? Le acarició los laterales del torso y percibió cómo cambió la respiración de su sanador; sonrió insegura. Itachi era bello. Por fuera y por dentro. Nunca le haría daño, jamás la trataría mal, siempre la respetaría y la amaría como ella lo amaba a él. Con esa seguridad, agradecida con la vida por permitirle ese momento de entrega con él, se dio a él, porque sin estar convencida de ello nunca lo hubiera hecho. Deslizó los ojos hasta su ombligo y luego entre las piernas. Se mordió el labio inferior y se quedó con la mirada fija en el pene de Itachi, e inmediatamente sus manos fueron hasta esa parte de su anatomía que se levantaba con soberbia y reclamaba atención exclusiva. Puso la mano sobre la erección y la acarició. Itachi ronroneó y colocó su mano más grande sobre la de ella, guiándola, enseñándole cómo darle placer.

—Así, princesa... —Tenía la voz ronca y los ojos eran dos líneas obsidianas que la miraban fijamente.

Sakura lo acarició como él quería mientras Itachi le pellizcaba los pezones. Cuando no lo pudo aguantar más, cayó con ella sobre la cama, de lado, mirándose cara a cara, y le acarició todo el cuerpo, encendiéndola, a fuego lento. Itachi era mucho más grande y corpulento que ella, pero nunca se había sentido tan segura con nadie.

—Itachi...

—¿Qué? —murmuró él besándole el cuello, sabiendo perfectamente el estado de excitación en el que ella se encontraba—. Tranquila, amor. Déjame a mí.

Deslizó una mano por su nalga izquierda y la moldeó con intensidad y luego la tomó del muslo y se lo levantó hasta colocárselo sobre su cadera, abriéndola para él. Con suaves y susurrantes palabras, llevó sus dedos a la entrepierna húmeda de Sakura y allí jugó con ellos, y jugó también con ella. Le acariciaba suavemente en su entrada, pero luego era más intenso y más duro cuando le rozaba el clítoris. Sakura estaba roja como un tomate y sus ojos verdes brillaban húmedos y sorprendidos por lo que Itachi le hacía. Itachi la besó y metió su lengua en la boca de Sakura en un gesto dominante y sensual. Sakura aceptó el beso y acarició su lengua varias veces. Le gustaban esos besos. La boca podía acariciar de muchas maneras, y notar la suavidad y el calor de la lengua de Itachi era algo increíble, y además, sabía tan bien... Estaba perdida en ese intercambio cuando Itachi introdujo un dedo invasor en su cuerpo y ella se tensó y lo mordió en el labio. El sanador, excitado por esa reacción, le introdujo el dedo más profundamente y Sakura echó chispas por los ojos.

—Tranquila, pantera —murmuró divertido pasándose la lengua por el labio herido—. Tienes los colmillos afilados.

—Lo siento... —se disculpó ella escondiendo la cara en el ancho hombro de él—. Es que... Dé 'n gonadh a th' ann... —susurró con un quejido lleno de aprensión y vergüenza.

Dé 'n gonadh a th' ann: en gaélico significa « Eso duele un montón ...».

Él sonrió comprensivo, y tomó un pezón con la boca.

—Estoy haciendo esto para que te duela menos —movió el dedo de un lado al otro y cuando vio que había menos resistencia introdujo un segundo dedo—. Quiero que tu primera vez sea especial y quiero que disfrutes de verdad. —Itachi entró en ella hasta los nudillos y la abrió de tal manera que tocó el himen de la joven. Hizo un movimiento de tijeras con los dedos mientras con el pulgar le acarició el clítoris, que lucía hinchado y palpitante. La penetraba con los dedos, dentro y fuera, repetidas veces. Sakura gimió y le levantó la cabeza para besarlo de nuevo en la boca y curarle con la lengua y los labios el mordisco que le había dado. Sentía el cuerpo y la piel en llamas y no tenía suficiente con lo que le hacía su príncipe, ella iba en busca de algo que se le escapaba, algo que necesitaba rebelarse en su interior. Escapar.

—Estoy bien... —empezó a mover las caderas hacia delante y hacia detrás, en un movimiento pélvico de vaivén. Sakura se humedecía y eso facilitaba la penetración de Itachi. Lo besaba con fuerza y su cuerpo se cubría de una fina capa de sudor—. Itachi... —gimió—. Itachi... Haz algo...

Él supo que ella ya estaba a punto, así que se colocó encima, le abrió las piernas y retiró los dedos rápidamente para sustituirlos por su miembro. Entró poco a poco, estudiando los gestos de su mujer que se tensó de inmediato ante la invasión mayor.

Sin a tha' gam ghonadh —sollozó ella echando el cuello hacia atrás.

Sin a tha' gam gonadh: En gaélico significa «Eso es lo que me hace daño en realidad»

El sanador aprovechó y pasó la lengua por su cuello, para luego marcarla ahí con los labios. Apretó con la caderas y empujó fuerte hasta traspasar la barrera de la virginidad de Sakura.

Sakura gritó y le mordió con fuerza en el hombro. ¡Por los dioses! Dolía como el demonio.

Itachi gimió y se quedó muy dentro de ella, quieto, dejándole a Sakura el tiempo suficiente para que se acostumbrara. Ella temblaba y sorbía por la nariz, estaba llorando y eso a él le destrozaba el corazón. Se acomodó sobre ella, colocó los antebrazos a cada lado de la cabeza de la Elegida y la miró a los ojos con ternura y arrepentimiento.

—Princesa... —Le limpió las lágrimas con sus besos y la besó en la boca. El dolor cesaría pero antes debía entretenerla. A ambos les encantaba besarse por lo que había podido comprobar—. Bésame, Sakura —le pidió Itachi juntando la frente con la de ella—. Me duele. Haz que me olvide del dolor.

—¿Que te duele? —dijo ella asombrada—. A mí también —contestó compasiva con él, más tranquila al saber que eso era normal y que a su pobre príncipe también le dolía.

—Entonces cálmame —le rogó él, fingiendo, sólo para que ella pudiera centrarse de nuevo y olvidara el dolor que suponía perder la virginidad. Sakura era inocente, no sabía nada sobre las relaciones sexuales.

—No quería hacerte daño —murmuró ella levantando la cabeza, disculpándose ingenuamente. Lo tomó de la cara y lo besó tomándose su tiempo.

Itachi sonrió y entonces arrasó con su boca hasta tenerla febril y moviendo sus caderas de nuevo.

—Quiero más, Itachi. ¿Tú quieres más? —le preguntó mientras movía las caderas.

—Más. Eso es, Sakura —se quedó quieto, clavado de codos, mirando hacia abajo cómo ella lo engullía y hacía casi todo el trabajo. Siempre a su ritmo, siempre ella antes que él. Sakura era delicada y tan especial... Itachi estaba a punto de correrse, y ella también. Se empalaba cada vez con más fuerza y profundidad—. Mi pantera —gimió Itachi eufórico.

Cambió la posición de su cuerpo y se encorvó sobre ella, para que su pubis rozara el clítoris de su chica. Sakura llevó las manos a sus nalgas y se agarró de él mientras ella misma llegaba a su liberación. Se tensó, soltó un quejido y de repente estaba cabalgando en un orgasmo doloroso y estremecedor. Itachi se corrió a su vez, moviendo las caderas, dejando que ella lo drenara, que ella también le quitara su virginidad. Había sido la primera vez de ambos.

Itachi siempre la había esperado, tanto como ella a él. Y ahora estaban juntos, abrazados, sin dejar de besarse, de acariciarse y de enardecerse con sus mimos.

—Te voy a amar toda mi vida, Itachi —susurró ella acariciándole el pelo y besándole ligeramente en los labios.

Él asintió con las mejillas rojas y los ojos húmedos de emoción. Tomaría su palabra y la grabaría a fuego en su piel.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo.

—¿Mae?

Mae: «¿Para siempre?»

Mae, mo ghràidh.

Mae, mo ghràidh: «Para siempre, mi amor»».