Eremika week day 2: the one that got away/ so forget about me. Be free

Los personajes no son míos, si lo fueran, sería un todos con todos.

Hanji es no binarie acá, si no les gusta, rajen, porque no es para ustedes mi historia.

Disfruten.


Cada día que despierte, se siente más pesada. Pasa de levantarse religiosamente a las seis a arrastrarse fuera de la cama a las ocho, y es porque Eren la despierta. Está cansada todo el tiempo, aunque el médico dice que es normal.

—¿Se me va a pasar?

—Claro, sí, cuando nazca el bebé.

No era a lo que se refería.

Le gustaría preguntarle a alguien más que haya estado embarazada, pero no conoce a nadie.

—¿Vómito y cansancio? Ugh —Ymir hace una mueca—, suena como reseca, pero sin la parte divertida.

—Oh, sí que hubo parte divertida —dice Eren y Mikasa le da un empujón, avergonzada.

Están en la casa de Ymir e Historia. Es domingo y hace un poco de calor, pero están en el patio, a la sombra.

Historia y Sina regresan de la cocina. Ella deja una bandeja con galletas en la mesita y Sina toma dos, después se acerca a Eren y le tira de la manga.

—Come —dice, estirándole la galleta.

—Ay, gracias.

Después hace lo mismo con Mikasa.

—Gracias, Sina —dice, mordiéndola—. Están deliciosas, ¿tú las hiciste?

La niña baja la mirada y sonríe apenas, asintiendo.

—Las hicimos —dice Ymir—, las dos juntas, ¿verdad?

Sina frunce la nariz y le saca la lengua, luego sale corriendo hacia la casa, tropezando en la puerta.

—¿Ves? Esto pasa por correr —reprende Ymir, cargándola. La mira y pregunta en voz baja—, ¿quieres que te baje?

Ella niega y abraza su cuello.

—No puedo creer que Ymir sea dulce con alguien —dice Eren, tomando otra galleta.

—Ah, pero si soy una dulzura de persona —responde sarcástica, volviendo a sentarse y dejando a Sina en sus piernas.

—¿Y cómo estás? —pregunta Historia, mirando a Mikasa—. ¿Cuándo tienes cita con el doctor?

—Fui hace unos días, así que, en un mes iré otra vez. Y, ah, las náuseas me matan, pero creo que están mejorando.

—¿Ya eligieron cosas para el bebé? —pregunta y después jadea, con sus ojos brillando—, hay que hacer un Baby Shower.

—Creo que es algo pronto, cariño —dice Ymir, dando un trago a su limonada—. Y si necesitan cosas de bebé, tenemos cosas viejas de Sina.

—En realidad, deberíamos buscar otro departamento —comenta Eren mientras recibe un vaso de limonada de Historia—. Tenemos que hacer muchas cosas.

—¿Se van a mudar también? —pregunta sorprendida.

—Deben tener bastante ahorrado —agrega Ymir, bajando a Sina de su falda. Ella sale corriendo hacia la casa otra vez.

Eren y Mikasa se miran.

—Porque tienen ahorrado, ¿verdad?

—Pues…

—Gastamos casi todo en la florería —dice Mikasa, haciendo una mueca.

Los cuatro hacen silencio. Sina regresa con hojas y lápices, y se vuelve a sentar con Ymir.

—¿Vas a dibujar? —pregunta ella, decidida a ignorar el incómodo ambiente. Sina asiente—. Dibuja a los tíos.

—Todavía es pronto —dice Historia, volviendo al tema, tratando de arreglarlo—, mucho puede cambiar en nueve meses.

—Nosotras no teníamos tanto ahorrado —miente Ymir, pero no se le ocurre cómo eso ayudaría—. Bueno, sí, ahorramos por un año, en realidad, pero era una situación bastante distinta. Ustedes ya tienen un departamento, pueden esperar un poco más para mudarse.

Sina termina de dibujar. Son Eren y Mikasa hechos con palos y con muchos corazones alrededor.

—Será la próxima Van Gogh —bromea Historia e Ymir suspira.

—Te pedí que dejaras de decir eso, él se cortó la oreja.

—Pero sus cuadros son lindos...

—Está muy lindo, Sina —sonríe Eren. Ella se vuelve a bajar y se acerca a él, tirando de su pantalón.

—Oh —ríe Historia—, alguien quiere mostrarte su galería de arte.

Sina toma de una mano a Eren y en la otra a Historia, llevándolos dentro. Ymir se reclina en la silla, suspirando tranquila y pasa una pierna sobre la otra a la vez que prende un cigarro.

—Creí que habías dejado —dice Mikasa.

—Oh, lo siento —hace su silla hacia atrás, quedando a dos metros de ella—, dejé de hacerlo delante de ellas. Y como que Historia no sabe, así que…

—Ah, no te preocupes —le resta importancia ella—, me llama más la atención que ella no se haya dado cuenta, literal los tenías en el bolsillo.

Ymir ríe, como si fuera un chiste interno, y Mikasa no pregunta. Se reclina en su asiento y mira su celular.

—¿Cómo te está yendo en la florería? —pregunta Ymir. Ella baja el teléfono y la mira haciendo una mueca—. Dijiste todo con eso.

—Es decir, va bien, pero es inestable todavía. Como, demasiado inestable —Ymir asiente—. Me preocupa que todo esto… Me preocupa que no sea el momento, ¿entiendes?

Vuelve a asentir y respira profundo.

—No te lo tomes a mal, ¿sí? —comienza ella—. Pero no es tarde para arrepentirse. Lo sabes, ¿verdad?

Lo sabe, pero no es algo que haya considerado. Tampoco le parece opción porque sí quiere tener al bebé.

—Por otro lado —continúa Ymir—, si necesitas tu trabajo otra vez, puedo meterte. Tu antiguo puesto y todo.

Mikasa sonríe—, ¿de verdad puedes? No eres supervisora.

Ymir apaga el cigarro y la mira satisfecha.

—¿Quién dice que no? —presume su ascenso.


Preparando su equipaje, la conversación con las chicas regresa a Mikasa.

No son irresponsables con el dinero, en realidad, todo lo contrario. Pero ahora que lo piensa bien, tal vez no es el mejor momento para tener un bebé. No tienen una economía estable, a la florería a veces le va bien, pero a veces le va terrible.

No deberían gastar dinero viajando.

—Tal vez, deberíamos decirles por teléfono —dice Mikasa, pero no puede suprimir la decepción de su voz.

Eren deja de sacar la ropa del ropero y se gira a ella.

—Eso es inesperado —se sienta a su lado en la cama—. Ya tenemos los boletos, no nos reembolsarán ahora, pero si prefieres quedarte…

Mikasa hace una mueca.

—¿Qué pasa? Te encanta ir a ver a tu familia —pregunta preocupado.

—Es que– deberíamos ahorrar.

—Estamos ahorrando, a veces más, a veces menos, pero siempre lo hacemos —toma sus manos y se sienta más cerca de ella—. Es por el bebé, ¿verdad? No te preocupes. Ymir tiene razón, no es prioridad mudarnos. Y los muebles, podemos sacar un préstamo o algo así.

Mikasa asiente apenas, no tan convencida. Eren sonríe y le acaricia las mejillas.

—No te preocupes —repite y la besa—. Por ahora, solo concéntrate en pasar el mejor fin de semana de tu vida.

—No puedo esperar a ver la cara de Levi —sonríe ella, un poco más animada.

—Ah, espero que llore como Zeke.


Levi vive a algunas horas de ellos. Cuando los padres de ella habían muerto, cuando tenía diez, se había ido a vivir con él y su otro tío por algunos años. Habían sido años, uh, curiosos, porque si bien Levi es frío, siempre tuvo una debilidad por los niños desolados. Por eso, habían pasado de ser tres Ackermans y una Ral a tres Ackerman, una Ral, una Braun, un Grice y, a veces, un Zoe también.

Familia rara, pero familia al fin.

Llegan el viernes por la noche. La casa de Levi está silenciosa y oscura, además de vacía. Mikasa abre la puerta y ambos entran, como otras veces han hecho. Dejan sus cosas en la antigua habitación de ella y después regresan a la sala. Sobre la mesa hay una notita amarilla, para que se note contra la superficie negra.

—"Ya vengo" —lee Mikasa en voz alta. Se encoge de hombros y va a sentarse al sofá.

—¿Qué hacemos mientras? ¿Quieres acostarte?

No llega a contestar porque golpean la puerta. Eren se acerca a abrir.

—¡Te dije que– ah! —Kenny jadea, dándose cuenta de que es Eren y no Levi. Sonríe amplio y mueve la cabeza al costado, para ver a Mikasa—. ¡Llegaste!

Ella ríe y se levanta del sofá, acercándose. Kenny le da las bolsas de compras a Eren y la abraza con fuerza, levantándola unos centímetros del suelo.

—Te extrañé mucho —dice ella, abrazando su cuello.

—Yo también, cariño —la baja y se gira a Eren—. Sigues bajito, por lo que veo.

—Sí, sí, también es un gusto verte, Kenny —responde él, dejando las bolsas en la mesa para volverse a cerrar la puerta.

—¿Qué crees que haces? —la voz de Levi lo hace saltar, pues no estaba mirando. Eren le abre la puerta y Levi le da sus bolsas también, para acercarse a Mikasa.

—¡Abrazo familiar! —dice Kenny, pasando un brazo por los hombros de los dos. Eren suspira y lleva todas las bolsas a la cocina.


—¿Y Petra? —pregunta Eren, cuando están poniendo la mesa para cenar.

Kenny hace una mueca y sale veloz de la cocina. Levi cierra la puerta de la heladera con más fuerza de la necesaria.

—No está —dice entre dientes. Mikasa hace una mueca y empuja apenas a Eren para que salga de la cocina.

—¿Qué hay de Hanji? Creí que vendría hoy —pregunta ella, tratando de cambiar de tema.

Él suspira y niega apenas—, dijo que tenía una cita o algo así. Tal vez venga mañana.

Mikasa asiente y sale de la cocina. En la sala están Kenny, riendo en voz baja, y Eren, con expresión irritada.

—Eres bueno para cagarla, huh.

—¿Cómo iba a saber que estaban peleados? —pregunta Eren y debe ser la quinta vez que lo hace.

—Saben que se escucha desde la cocina, ¿verdad?

—Ambos sabemos que no me importa —responde Kenny y se sienta en la mesa, prendiendo la televisión.

Poco después, Levi lleva la cena y todos comienzan a comer.

Eren nunca disfruta cuando van a visitar a Levi porque no se siente tan… bienvenido, de alguna forma. Su familia es cerrada y siempre le cuesta aceptar gente nueva, a pesar de que hace años que están juntos. Pero esta vez, Mikasa tiene que admitir que parece que la pasa bien.

En esta ocasión no se preguntan cuál será el momento ideal para decirlo, porque Mikasa quiere esperar a que Gabi y Falco llamen por teléfono, como dijeron que harían.

La llamada llega cuando ya terminaron de cenar. Mikasa deja los platos que iba a llevar y toma su celular, iluminado con la foto de Falco.

—Hola —dice sonriendo, pero no llega a agregar nada más que la voz de Gabi la interrumpe.

—¿¡Por qué no nos dijiste que irías!? ¡Nosotros también habríamos ido a casa!

Falco suspira—. No le hagas caso, tenemos que estudiar.

—¡La familia es más importante que estudiar!

—No lo es —dicen Mikasa y Falco a la vez, y él sigue—. ¿Cómo estás? ¿Fuiste con Eren?

—Sí, estamos los dos —ve a Eren y a Levi regresando de la cocina y ella le hace un gesto a él, diciendo que es ahora—, espera, los pondré en altavoz.

—¡Hola a todos! —grita Gabi.

—¡Pendejos de mierda, espero que estén aquí para mi cumpleaños! —devuelve Kenny.

La risa de Falco opaca las groserías de Gabi, capaz porque debe alejar el teléfono de ella—, claro, sí, si es que Gabi aprueba el semestre.

Ella jadea, indignada. Se escucha un golpe y un quejido.

—No estoy pagando por una universidad en la otra punta del puto país para que lo desperdicies, Gabi —dice Levi, pero suena más resignado, como si se hubiera venir esto.

—Bueno, bueno, basta de hablar de mí —dice ella, ignorando a Levi. La risa de Falco suena de fondo—. ¿Cómo están? ¿Cuánto tiempo se quedarán?

—Vamos a tener un bebé —dice Mikasa. Todos quedan en silencio.

La llamada termina, pero segundos después, Gabi vuelve a llamar, esta vez con video.

—¡Falco está llorando! —grita enfocando al otro.

—¡Déjame! —devuelve él, tapando la cámara.

—Lo sabía, mierda —dice Kenny. Se pasa una mano por el rostro y por el cabello—. Puta madre, no puedo creerlo… Pu– puta madre…

Está más que a punto de llorar.

Es entonces cuando Mikasa gira a Levi, él único que no ha dicho nada. Tiene una mirada conflictiva y parece que todavía lo está asimilando.

—Es… ¿es esto lo que quieres? —pregunta y Mikasa no puede discernir si está decepcionado o no—. ¿Eres feliz?

Ella se acerca a Eren y toma su mano, asintiendo.

—Sí, soy muy feliz —sonríe.

Levi la mira por un segundo muy largo y después suspira, aliviado.

—Acabas de salvarte de una muerte tan dolorosa —dice mirando a Eren, quien solo ríe apenas, inseguro de cómo responder y sudando frío.

—¡Oigan! —grita Gabi—. ¡No veo nada!

Levi toma el teléfono de Mikasa de la mesa.

—¿Cómo es eso que estás fallando en tus clases?

Kenny se acerca a Eren y a Mikasa. La abraza a ella, besa su mejilla y después mira a Eren.

—Tal parece que te ganaste un lugar en esta familia —por alguna razón, Eren no siente que sea sincero. No está seguro si es por su sonrisa tan Kenny o por el tono burlón que usa. Kenny lo abraza—. No la cagues o te quebraré huesos que no sabías que tenías.

Eren se separa veloz, riendo para ocultar el miedo.


Dos horas después, Mikasa sigue hablando con Gabi. Hace mucho que no tienen tiempo para charlar.

Levi había sido el primero en irse a dormir, después Eren. Kenny está sentado a su lado en el sofá, mirando la tele en voz baja y participando de la conversación de vez en vez. Falco no había dicho nada más, pero Mikasa duda que esté dormido, porque Gabi grita todo el tiempo.

Cerca de las doce de la noche, la llamada finaliza.

—¡Al fin! —exclama Kenny—, cómo habla esta niña.

—Está emocionada por el bebé —dice ella.

—¿Tú lo estás?

Ella exhala por la nariz y hace una mueca sonriente.

—Creo que no termino de creerlo todavía.

Kenny ríe también. Vuelve su vista a la televisión y cuando pasan el corte comercial, vuelve a hablar.

—¿Necesitan dinero?

—Ay, Kenny…

—Los años no vienen solos, cariño —sonríe él y la mira—. Un negocio nuevo es difícil de mantener, lo sé bien. Si necesitan dinero, no dudes en pedirme, ¿sí?

—No lo necesitaremos.

—Vamos, antes muerto que dejarle toda la herencia a Levi —bromea él—, en algo tengo que gastarla antes.

—Gracias —se acerca a él y apoya su cabeza en su hombro, mientras Kenny la abraza.


La conversación con Kenny no le parece tan sorpresiva como la sincronía que tiene con Levi.

A la mañana siguiente, es la segunda en levantarse, porque no importa el día que sea, Levi siempre está levantado antes de las ocho.

Cuando entra en la cocina, él está sentado, desayunando. La televisión de ahí está encendida en el canal de noticias, pero está en mudo. Mikasa se sirve del té que él preparó antes y se siente enfrente suyo.

—Nunca te levantas antes de las diez —murmura Levi.

—Eso fue antes de que tuviera responsabilidades —responde y después hace una mueca—, pero me despertaron las náuseas.

Él resopla divertido y da un trago a su té.

—Así que, un bebé… —comenta y la mira—. ¿Cuánto tienen ahorrado?

—No te atrevas a depositarme dinero en el banco otra vez, como cuando recién me mudé.

—No lo haría si me dijeras cuando necesitas dinero.

—Es porque no lo necesitaba —responde exasperada.

Ambos dan un trago de té.

—¿Entonces? —Mikasa no responde—. Entonces, nada.

—Tenemos un poco —murmura. Levi suspira.

—Prométeme, Mikasa —ella lo mira—, que si necesitas dinero, o lo que sea, me dirás. Promételo.

Ella rueda los ojos.

—Lo prometo.

Ambos dan otro trago de té.

—¿Qué pasó con Petra? —pregunta después.

—No pasó nada —responde exasperado. Mikasa levanta una ceja y él le devuelve el gesto.

—Eso no suena a nada.

—Peleamos. Quería que fuera de viaje con ella y le dije que no.

Ella suspira.

—No puedes vivir encerrado aquí —dice y Levi frunce el ceño—. Tienes que aprovechar que Gabi y Falco están todavía en la universidad para viajar. Siempre quisiste hacerlo.

—No puedo gastar en eso.

—¡Debes tener como un millón ahorrado! —dice en voz baja. Escuchan ruido del baño y es su pie para terminar la conversación—. Arréglate con ella y disfruta tu puta vida, por Dios.

Levi hace una mueca.

—No me digas qué hacer, niña.

—Le diré a Kenny.

—¿Qué pueden hacer una niña y un vejestorio? —bufa, pero ambos saben que pueden hacer bastante.


El lunes por la tarde regresan. Al final, Hanji no había aparecido en todo el fin de semana. Mikasa supone que le fue bien en su cita.

Por otro lado, lo que no salió bien ese fin de semana es su presupuesto. Terminan gastando más de lo que esperaban. Y aunque trata de no pensar en el tema y acrecentar su preocupación por no tener dinero para el bebé, el sentimiento es inesquivable. Tienen que pagar el alquiler de su departamento y de la florería. No tienen el dinero.

—No pasa nada —dice Eren, a pesar de que sí pasa—, sacaremos un poco de los ahorros y lo repondremos el próximo mes.

Ese poco se convierte en todo el ahorro que les quedaba.

—No debimos haber ido a lo de Levi —dice Mikasa, apesadumbrada.

—Vamos, ya no podemos hacer nada —trata de conciliar Eren—, es para nada amargarse.

—Tienes razón —dice y se amarga más de antemano por lo que dirá—, pero sí podemos hacer algo con la florería.

Eren deja de contar el dinero y la mira, frunciendo el ceño.

—No estarás diciendo…

—No podemos con ambas cosas —su boca es una mueca—, y entre el bebé y la florería, prefiero al bebé.

—¿Qué? ¡No! —niega con fuerza—, no hay que elegir entre ninguna, tendremos las dos.

—No le está yendo bien, lo mejor es cerrar.

—Nos esforzamos demasiado por eso, Mikasa. No cerraremos.

—No le está yendo bien —repite ella.

—¿Si al bebé no le fuera bien, dirías eso?

Mikasa jadea, dolida—. ¡Eren!

—¡Quiero decir–! —respira profundo, tratando de pensar—, no la cerraremos. No se convertirá en otro desperdicio.

Ella frunce el ceño.

¿Otro desperdicio? ¿Qué se supone que significa eso? —Él toma el dinero y lo guarda en su bolsillo—. Eren. ¡Eren!

—Iré a pagar —dice, ignorando las preguntas de antes. Sale del departamento antes de que ella pueda decir más.


Regresa a la hora. Mikasa sigue en la habitación, pensando en lo mismo.

Cuando él entra, ella lo mira veloz, todavía frunciendo el ceño.

—¿Qué quisiste decir antes?

Él suspira y se sienta en la cama. Está más tranquilo, a diferencia de ella.

—Si cerramos la florería ahora, tal vez nunca podremos abrirla otra vez.

—Y si tiene que pasar, pasará.

—Dios, Mikasa, no —se acerca más a ella—, es tu sueño, no podemos dejarlo.

—Es mi sueño —recalca ella—, si quiero dejarlo, lo dejaré.

Él se cruza de brazos.

—Entonces, no te dejaré. Y perdón si suena mal, pero no se convertirá en un desperdicio de dinero.

—En ese caso, regresaré a trabajar con Ymir.

Él bufa—, por cuánto, ¿tres meses? Estás embarazada.

—¿¡Y cuál es tu maravillosa solución!?

—¡Pediré más horas en el trabajo!

—¡Dios, Eren! ¿¡Volverás a trabajar doce horas!? ¿Por cuánto tiempo?

—Por el tiempo que sea necesario.

Esa no es solución. Eren ya había trabajado doce horas antes y en esa época era un zombie, yendo de la cama al trabajo y viceversa.

Pero al mismo tiempo, a Mikasa no se le ocurre qué más decir.


Vuelven a la rutina. Eren trabaja doce horas y ella pasa algunas horas en la florería y el resto en casa, haciendo quehaceres y descansando.

Eren trata de ocultarlo, trata de fingir que no está exhausto todo el tiempo y que esto sí es la solución, pero Mikasa no es estúpida, ella sabe.

Pasa una semana. Dos, tres. Casi no se ven en el día y cuando lo hacen, discuten. Al final de la pelea, cuando ella está en la habitación, nunca recuerda porqué fue que comenzó.

Una noche, tiene la cena preparada. Está decidida a que será una linda velada, que la pasarán bien. El reloj da las nueve y Eren no llega.

Da las diez.

Da las once.

Casi a las doce de la noche, ella escucha el ruido de llaves en la puerta. Se levanta veloz y está a punto de llorar.

—¿Dónde estabas? —por suerte, su voz no tiembla.

Eren sonríe apenas, con disculpa.

—Me dormí en el autobús. Terminé en la otra punta de la ciudad.

—Dios, Eren —su voz se quiebra—. No puedo hacer esto.

Él frunce el ceño, sin entender.

—¿De qué estás hablando?

—Estoy pasando mi embarazo sola, no te veo, no pasamos tiempo juntos… —se tapa la cara y respira profundo, serenándose—, mis tíos nos ofrecieron dinero–

—Dios, no, no necesitamos su ayuda —niega él de inmediato—. Yo puedo con esto, ¿sí? Tenme un poco más de fé, por favor.

—No se trata de fé o lo que sea, se trata de mí, de que veo que te estás sobre esforzando y yo no hago nada, que soy inútil.

—No eres inútil y deja de preocuparte por mí –—responde exasperado, dejando su mochila en el sofá.

—¡No puedo no preocuparme! —ya no puede contener el llanto—. Mierda, estoy tan harta, que lo haría si pudiera.

—¡Entonces, olvídate de mí! —devuelve, también harto y cansado—, sé libre, vete con tu familia o haz lo que mierda quieras.

—¿¡A dónde vas!? —exclama cuando lo ve tomar su mochila y sus llaves otra vez, sintiendo el enojo reemplazar a la angustia—. ¡Hice la puta cena!

—¡Estoy enojado, ¿sí?! ¡Quiero estar solo!

Sale del departamento.

—¡Puta madre! —lo escucha decir del otro lado de la puerta.

Sigue ahí. Debería ir a buscarlo. Debería disculparse, decirle que regresa, que puede estar solo ahí, que no es necesario que se vaya.

Pero está tan cansada y el alivio que siente le duele en el corazón, pero sigue siendo liberador.

No está segura si llora del alivio o del arrepentimiento. Tal vez por el segundo, porque el sentimiento de que la cagó no la abandona.


Gracias por leer!

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