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Era el primero de septiembre de 1943 y Alastor se encontraba en la estación nueve y tres cuartos en esta ocasión, sin sus padres. Se sumaban ya trece años del reinado de terror de Gellert Grindelwald en Europa. Los aurores eran obligados a trabajar a tiempo completo debido a la escasez de ellos. Gracias a sus padres, sabía que un antiguo estudiante de Hogwarts, Newt Scamander, estaba dando caza al mago tenebroso, y su hermano Theseus era quien comandaba a los aurores de Francia y Gran Bretaña y eso había brindado esperanza a todos.
Estaba ansioso por volver. Extrañaba a todos sus profesores. A Horace Slughorn, a pesar de sus preferencias con los estudiantes de Slytherin y aún más con los que pertenecían al Club de las Eminencias, un selecto grupo de estudiantes que el mago consideraba que tenían grandes oportunidades de conseguir un buen puesto en el futuro. A la profesora McGonagall, quien poco a poco había mejorado su trato con él, luego de que obtuviera nota perfecta en su materia.
Pero había un profesor al que deseaba volver a ver más que a todos los demás y era al profesor Dumbledore; sus dos años de clases con él habían incrementado considerablemente la admiración que le tenía. Según le habían dicho sus padres en su última visita, el ministro de magia lo visitaba cada semana para implorarle que peleara contra Grindelwald, pero Dumbledore siempre se negaba rotundamente.
—¡Alastor! —escuchar su nombre lo sacó de sus pensamientos, se giró para ver como Filius se acercaba corriendo desde el muro que separaba el andén nueve y tres cuartos del mundo muggle.
Gracias a Merlín, su amigo había pasado casi todas las vacaciones en casa de los Moody durante los últimos dos años. Alastor no quería imaginarse qué habría pasado si no lo hubiera hecho. Había soportado la soledad antes de entrar al colegio, porque desde pequeño se había acostumbrado a ella; pero ahora que tenía amigos y todos los días veía a los cientos de estudiantes del colegio, temía llegar a enloquecer si no estaba rodeado de todos ellos.
Filius resultó ser poco atlético, por lo que los deportes o juegos al aire libre estaban descartados; tampoco Alastor era muy fanático de esas actividades, por lo que durante las vacaciones pasaban las mañanas leyendo en la biblioteca y por las tardes, salían a los terrenos para realizar pequeños duelos en los cuales casi siempre era derrotado por su amigo quien resultó ser un gran duelista.
—Hola, ¿encontraste algún vagón vacío? —preguntó Alastor. Flitwick había pasado los últimos dos días con su madre y había llegado más temprano al andén.
—Sí, sígueme —Alastor empezó a guiarlo por entre los estudiantes que se despedían de sus padres. Esto le dió un poco de nostalgia, pero se le fue enseguida en cuanto recordó que sus los suyos no estaban con él porque estaban luchando por un mundo mejor.
Cuando llegaron al vagón, vieron que Olive estaba dentro y tenía acorralada a Myrtle quien lloraba desconsolada. Eugenia Jenkins, que siempre estaba protegiendo a los más débiles, intentaba hacerla a un lado, pero Olive era mucho más grande y fuerte por lo que la ignoraba completamente.
—¡Aléjate de ella! —exigió Filius—. ¡Este es nuestro vagón!
—Vaya, vaya —respondió ella con una mueca de desprecio—, supongo que si no lo hago me vas a obligar ¿no?
—Así es —respondió sin dejarse intimidar por la figura de la bruja a pesar de que era bastante más alta.
—Ya lo veremos —Olive sacó la varita de su capa tan rápido que tomó desprevenido a Flitwick por lo que el hechizo lo lanzó contra los asientos del compartimento.
—¿Qué pasa aquí? —la puerta se abrió de golpe. Tom Ryddle, el Premio Anual de Slytherin, se encontraba con los brazos cruzados y el ceño fruncido—. Saben que no pueden hacer magia antes de llegar al colegio—. En ese momento reparó en Filius, quien yacía inconsciente en el suelo—. ¿Quién hizo esto?
Alastor y Eugenia señalaron a Olive quién miraba al suelo cabizbaja.
—Tendrá que acompañarme, señorita Hornby. Los demás, colóquense sus túnicas —a continuación, sacó su varita y apuntando a su amigo murmuró: enervate y abandonó el vagón seguido de cerca por Olive.
—Olive, detente, es suficiente —Eugenia gritaba lo más alto que podía pero la bruja no parecía escucharla.
—En serio, Myrtle, cómo soportas tener que vivir con esa cara, y esos lentes te hacen ver aún más ridícula.
La chica se encontraba nuevamente acorralada contra la pared por su acosadora. No paraba de llorar y lucía realmente mal. Alastor tomó del brazo a Olive y la apartó de ella el tiempo suficiente para que Myrtle lograra salir corriendo. Habían pasado sólo unos instantes cuando Filius llegó corriendo en compañía de la profesora McGonagall. Hacía varios minutos que Eugenia le había pedido que solicitara ayuda, pero como era usual, habían llegado tarde.
La profesora los mandó al Gran Comedor pues era la hora de la cena y se quedó únicamente con Olive. Los tres se dirigieron preocupados escaleras abajo: no era la primera vez que sucedía algo similar y ningún castigo había sido impuesto hasta el momento.
Ese día la mesa estuvo más silenciosa que nunca; nadie se dirigió la palabra hasta que se encaminaron a la Sala Común. Alastor se cambió rápidamente y se fue a la cama. Esperaba dormir toda la noche pero una pesadilla no le dio descanso. Se encontraba en el invernadero en mitad de una clase de Herbología cuando Olive se transformó en Grindelwald quien, elevando su varita al cielo, decía que por el bien mayor, mataría a todos los muggles con un sólo hechizo creado por él mismo. Se despertó sudoroso y con el corazón palpitando con fuerza y ya no pudo dormir más.
Temprano en la mañana, un ruido lo alertó. Agudizó el oído y escuchó unas voces que hablaban en voz baja. Sigilosamente bajó las escaleras y se encontró a la Profesora McGonagall hablando con los prefectos de Ravenclaw. Estaba realmente sorprendido, no era muy común que profesores pertenecientes a otras casas entraran a la Sala Común. Fuera lo que fuera que había sucedido, era lo suficientemente grave para que ella estuviera ahí.
La profesora se acercó a él y le posó las manos sobre los hombros.
—Señor Moody, qué bueno que está por acá. Necesito que me haga un favor. Suba a sus dormitorios y regrese con el señor Flitwick y la señorita Jenkins —la profesora lo miró con una evidente tristeza que le hizo preocuparse aún más.
—¿Ocurre algo profesora? —preguntó.
—Será mejor que se lo diga junto a sus amigos. Vaya a despertarlos —insistió.
Alastor subió las escaleras lo más rápido que pudo; con la intriga lo quemándole por dentro. Supuso que tenía algo que ver con lo sucedido la noche anterior con Olive y Myrtle y que por eso debían estar los tres presentes.
Llegó a la habitación, observó a Filius, quien, en la cama de a su derecha dormía profundamente. Le dio pena despertarlo, pero era más su curiosidad. Le empujó el hombro suavemente hasta que logró sacarlo de su sueño.
—¿Qué sucede? —preguntó notablemente molesto por la interrupción.
—La profesora McGonagall —informó—, quiere hablar con nosotros. Creo que tiene algo que ver con Myrtle pues también me pidió que despertara a Eugenia.
Filius tardó un poco en levantarse, a pesar de que Alastor lo apuraba. Cuando por fin se incorporó, salieron corriendo hacia los dormitorios de las mujeres. A diferencia de las otras casas, los hombres sí podían entrar, pero los prefectos habían advertido que solo lo hicieran si era estrictamente necesario.
Eugenia, a diferencia de Filius, estaba despierta. Leía un libro de pociones apoyada en el respaldar de su cama. Cuando llegaron alzó la vista tranquilamente y se dirigió a ellos.
—¿Qué hacen aquí? —observándola de cerca parecía que tampoco había logrado conciliar el sueño.
—La profesora McGonagall, quiere hablar con nosotros. ¡Vamos!
La profesora los esperaba sentada en un sillón ubicado al frente de la chimenea. Cuando los vió llegar, les hizo señas para que se sentaran, se aclaró la garganta y luego habló:
—Lo que voy a decir es muy grave. Ayer llevé a Olive a la oficina del director. Luego de una larga charla y una advertencia, el profesor Dippet le encargó que buscara a Myrtle y se disculpara —la profesora se detuvo un momento, sacó un pañuelo de su túnica y se enjugó las lágrimas.
—¿Myrtle está bien, profesora? —preguntó Eugenia con voz casi inaudible, como si temiera la respuesta.
—Me temo que no. Ella… está muerta.
"Está muerta". Las palabras resonaron una y otra vez por varios minutos. Filius se agarraba la cabeza incrédulo. Eugenia lloraba desconsolada. Y Alastor, sabía que su expresión debía ser de profundo terror. Debía haber una equivocación. Olive no sería capaz de matar a alguien, pero, la profesora nunca dijo que había sido ella, o siquiera que hubiera sido asesinada.
—¿Cómo murió? —preguntó tratando de no sonar descortés.
—No estamos completamente seguros, pero creemos que fue alguna criatura mágica. Por los signos, no parece haber sido asesinada con magia.
—Fue Olive —afirmó Eugenia sollozando—. ¿Quién más le haría daño a la pobre Myrtle?
—Es lo que debemos averiguar, por el momento me temo que han decidido cerrar el colegio. Este viernes, el Expreso de Hogwarts llegará y todos se marcharán a casa hasta que todo peligro sea contrarrestado. Les pido que no intenten buscar respuestas pues, si hay una criatura peligrosa rondando el colegio o peor aún un mago dispuesto a matar, es muy riesgoso salir sin compañía de un profesor y no queremos lamentar más muertes.
—¿Qué pasará con Olive? —preguntó Flitwick.
—Está horrorizada, no es lindo encontrar un cadáver, aunque sea una persona a la que no aprecies. Sus padres se la llevaron y probablemente no vuelva hasta el próximo curso. Ahora, debo irme; los padres de Myrtle llegarán pronto y todos los profesores debemos estar presentes para brindarles los detalles de los sucedido y el protocolo a seguir.
La profesora se marchó en silencio. Media hora después, durante la cual ninguno de los tres dijo palabra alguna, la sala empezó a abarrotarse por lo que decidieron salir a dar un paseo en los jardines. Las clases comenzaban a la una de la tarde, así que tenían todo la mañana para pensar en lo que acababan de escuchar.
Nadie en el colegio parecía saber lo que había ocurrido, era un día como cualquier otro. Cuando salían por las puertas del colegio, observaron un carruaje que se aproximaba a paso lento por el camino de Hogsmeade. Alastor supuso que en él venían los desdichados señores Warren.
—Hoy estamos de luto. Una compañera nos ha abandonado dejando un vacío en nuestro colegio —la voz del profesor Dippet se escuchaba realmente débil, más de lo normal. A pesar de que era amplificada mediante la magia para que todos lo escucharan, la edad y la tristeza por la muerte de Myrtle provocaban que las palabras salieran lenta y débilmente de su boca.
Toda la acostumbrada algarabía de las cenas en Hogwarts había sido suplantada por un silencio sepulcral mientras el director pronunciaba su discurso. Todas las banderas de las casas excepto las de Ravenclaw habían sido removidas y en su lugar, trozos negros de tela evidenciaban la tristeza que irradiaba el Gran Salón.
El profesor Dippet continuó hablando durante media hora hasta que hubo explicado toda la situación.
—Lamento informar que debido a los sucesos recientes y a que no se ha encontrado a los responsables, el colegio cerrará de manera indefinida —hubo un murmullo general, todos los estudiantes susurraban entre sí y la profesora McGonagall tuvo que intervenir para que volviera el silencio—. Sé que es difícil, pero entiendan que es por su propia seguridad. Les solicitamos que si alguien tiene información relevante de lo sucedido, se comunique inmediatamente con un profesor.
El resto de la noche fue igual de lúgubre, todos realizaron un brindis dedicado a Myrtle y se dispusieron a cenar. A las nueve, el director los envió a las Salas Comunes. Tanto Filius como Alastor, se dirigieron directamente a los dormitorios y en pocos minutos ya estaban dormidos.
—Apresúrate, los carruajes partirán en cualquier momento —Alastor apuraba a su amigo, cuando Eugenia entró caminando tranquilamente.
—¿Qué están haciendo? —ambos la miraron incrédulos.
—Sabes perfectamente qué hacemos, estamos empacando nuestras cosas.
—¿Acaso no lo saben? —la bruja empezó a reírse y Alastor se frustraba cada vez más.
—Lo que tengas que decir, dilo ya. Nos haces perder el tiempo.
—Atraparon al responsable. Tom Ryddle, el prefecto de Slytherin, resolvió todo y entregó al asesino. Según dicen, planean darle el Premio por Servicios Especiales al Colegio por ello.
—Entonces, ¿quién lo hizo?
— Rubeus Hagrid, de Gryffindor. Tenía una acromántula, de manera ilegal, pues no tenía autorización del Ministerio de Magia. No lo van a encerrar, pues no ordenó a la bestia que lo hiciera, pero lo expulsaron y rompieron su varita.
—No puedo creerlo... jamás lo hubiera imaginado —dijo Filius con expresión triste.
—Ni yo, pero la buena noticia es que podremos terminar el curso y volver el año que viene. Así que, creo que no es necesario que sigan empacando —concluyó con una gran sonrisa para luego marcharse.
Alastor no podía creerlo, si alguien le hubiera dicho que ese chico solitario que sobresalía únicamente por su gran estatura, sería capaz de hacerle daño a alguien, no lo hubiera creído; pero lo había hecho: Myrtle estaba muerta y Hagrid era el responsable.
