Día 2. Gótico.

Para mi estimado Paulo Da Silva…
Esta es la clase de cartas que uno nunca espera escribir en su vida y resulta tan extraño encontrarme en tales circunstancias para tener que escribirla que solo puedo reír. En este viejo pergamino no te anunciare mi fecha de regreso ni mis planes de lo que haré después de mi visita a mi viejo hogar porque simplemente mi retorno será imposible.

Hice muchos sacrificios para lograr que esta carta llegará a tus manos, principalmente porque nadie más en mi vieja vida se preguntará por mí, además de ti o al menos nadie más que tú lo hará con una sincera preocupación. Así que te doy una explicación del porque no me verás nunca más, recuérdalo Pau, estas son mis últimas palabras…

Arthur Kirkland, un hombre de buena reputación se encaminó hace tres meses al lugar donde perdería la vida con una gran sonrisa y un sombrero de copa que combinaba con su traje oscuro. Esas eran sus últimas prendas y en la vieja tierra inglesa los días soleados eran una especie de mito imposible por lo que un resplandeciente sol no estaba brillando en el cielo como era usual pero nadie puede negar que para ser otro día gris el ambiente es tenso, cargado de un peso angustioso sin aparente razón de ser, era una especie de augurio a los sucesos que se desencadenarían esa misma noche.

El carruaje que tomó le lleva al sitio del que escapó en un arranque de furia y pesar hace tiempo, era un decadente edificio en Londres, al llegar bajó del carruaje y se detuvo a observar la fachada del lugar. En el instante en el que se detuvo su mundo parece moverse con la misma lentitud; el ruido habitual era opacado, acallado y solo escuchaba sus pensamientos. Muchas viejas memorias aparecieron y comenzaron a perforar en su alma nostálgica.

Se armó de valor para dar los primeros pasos y logró entrar. No saludo a nadie y subió las escaleras, recorriendo un camino que había recorrido tantas veces en el pasado, sus pasos son calmados, recorre con su mano el barandal, apoyándose en este para estar de pie y poder continuar, por un momento se recuerda a sí mismo, siendo unos años más joven en espíritu, él corría, sus pasos acelerados resonaban por la estancia, ella apareció tras su antiguo reflejo, persiguiéndole con el ceño fruncido y una sonrisa encantadora, bromeaban, disfrutaban de su compañía.

Entonces en algún escalón logró alcanzarle para darle un beso, uno suave, uno que podía hacerle olvidar quien era. Y esa mujer sabía el efecto que tenía en él, se apartaba, se reía, feliz por distraerle y avergonzarle. Nada parecía malo ni horrible cuando estaba con ella… Arthur sigue subiendo los escalones hasta llegar al cuarto maldito. Observa la cerradura y le cuesta mucho abrirla. Porque de nuevo su mente saca a relucir el pasado y el presente, le hace anhelar encontrarla tras esa puerta y recordarse a sí mismo lo absurdo e imposible que era ello.

Abre y lo saluda una habitación casi vacía, todo estaba en su lugar excepto por un florero roto que le trae amargos recuerdos de su anterior visita, una que fue funesta. Recorre el sitio, con la mente en blanco, pasa entre los pequeños y descuidados muebles, levanta el polvo de la estancia con su caminar, no le toma mucho tiempo haber dado una vuelta entera por el sitio.

Una ventana solitaria ilumina el cuarto, resplandece lo abandonado y decadente que era. Es una especie de golpe para Arthur, observa sus manos enguantadas y se decide a ponerse cómodo. Sabía el porque estaba aquí, debía retirar las cosas y marcharse con estas. Se quitó su saco, su sombrero y conservo los guantes a pesar de todo, incapaz de tocar las cosas que le miraban con lástima ante su incapacidad de avanzar, aun cuando no había podido ni se había permitido lamentarse y dejar su vida atrás, volver aquí le regresaba ese cansancio que intentaba ignorar día con día, le regresaba a la alegría que sabía había perdido.

En una pared colgaba el retrato de Francine, quien había sido su esposa, la persona a la más había amado y odiado en su vida, ella era intensa, atractiva, inteligente y elegante. Era dulce, gentil y comprensiva. Era firme con sus opiniones y no temía contradecirlo o compartir sus ideas. Pero ella ya no estaba.

Arthur se vio pronto intentando resguardar en cajas y maletas una historia que todavía no podía olvidar, que era indigna de terminar en una simple caja, reviso cada objeto, cada nota, no pudo moverlos, se sentía inadecuado sin quiera intentar colocarlos al fondo de una caja, como si fueran objetos rotos, inútiles y sin valor cuando no era su caso.

Las horas pasarían y él continuaría envuelto en ese maniático juego donde se lastimaba a sí mismo y no se permitía avanzar, porque el mundo sin Francine parecía soso y aburrido. Sin embargo la vida no se detendrá por nuestra miseria, pronto Kirkland vio al anochecer recibirle, la luz se había perdido y ahora mismo era solamente él entre sombras, él entre oscuridad, una penetrante y cruel.

Pensó en irse y dejarlo para otro día, pero apretó los ojos frustrado porque sabía que eso era huir y él ya no podía escapar, no de nuevo. Intenta seguir y con paso firme logra colocar los primeros objetos; todos suyos, dándose menos valor, despreciando en cierta forma a su antiguo yo, por ser tan ingenuo, en cierta forma no solo Francine perdió su vida, él mismo renunció a su persona cuando ella partió.

El viento se coló por la habitación, cuando la noche cayó alguien volvió de un largo sueño, una mujer que se desvanece abre sus ojos azules y descubre otra vez que sigue aquí, atrapada entre cuatro paredes, solitaria y sin entender la razón para que su corazón simule latir, es hasta que la atraviesan las cobijas que se recuerda que es un simple recuerdo condenado a recorrer en silencio este cuarto, a veces solía espiar a los vecinos y recorría la azotea, descubrió escondites, trucos que la animaron por muy poco tiempo ya que ninguno tenía significado alguno sin nadie a quien contárselos, sin nadie con quien discutir, la aparente inmortalidad era desalentadora sin su amado.

Este fantasma que atrae la lluvia, despierta y puede ver que por primera vez en meses que hay algo de vida en el ambiente, es indescriptible pero algo es distinto y esperanzador en este momento, se acerca con cautela para encontrar con gran sorpresa a Arthur. Lo primero que quiere hacer es abrazarlo, decirle cuanto le extraño pero en su mente suena el sonido de un florero caer, recuerda la gran discusión donde el reclamo por su ausencia, de cómo al aparecerse en el más allá le había perturbado y habían destrozado un florero, que estaba quebrado como ambos.

Dudó y quiso pasar desapercibida, caminando hacia él con timidez, temiendo asustarlo y solo le observo, con compasión, grabó en su memoria el verde esmeralda de sus ojos, el brillo en ellos propio de la vida que fluía por sus venas, escucho el latino de un corazón que aún podía palpitar y le extraño tanto aun cuando estaban en el mismo cuarto, extraño sus caricias, sus besos y su voz relatando cuentos, quejándose de todas las cosas, extraño sus sonrojos, anhelo tanto la vida con él que sus emociones congelaron poco a poco las orillas del vidrio.

El suelo se tornó invernal en los rincones. Arthur se dio cuenta de que la temperatura bajaba y decidido a ahogarse en penurias al menos hoy, se levantó yendo por su saco de donde saco una botellita de alcohol. Que bebió con empeño, queriendo olvidar todo, perderse y no volver nunca más. Terminó mareado, haciendo movimientos torpes, ya que llevaba bastante tiempo sin beber y lo que tenía en su botella no era una bebida suave. No perdería la conciencia pero podría concentrarse más en no dejar caer las cosas mientras las movía.

Al trasladar las cosas tropieza con un cristal roto del florero que nunca recogió. Nunca se dignó a levantar las piezas y evocó en su mente con mayor claridad aquel día…

Este es un adiós. La lluvia cae y un trueno resuena a lo lejos. El hombre frente al ventanal observa el paisaje y siente con ironía que le describe a la perfección, plantas marchitas y destrozadas se iluminan por el roció de la lluvia, más que ningún otro día, las lágrimas del cielo exhiben sus heridas. Y puede que Arthur se sienta así, bajo un gran pesar, con sus heridas siendo visibles para todos, incluso aquellas que han ocultado por años.

Ha considerado escribir una carta, dejar un mapa o una señal de que existió pero se da cuenta de que eso es atarse a este mundo, de una u otra forma, es mejor desaparecer en un parpadeo, ser un rumor, un tal vez porque sin la plena conciencia de que existió, puede no existir cuanto quiera…Se aleja de la ventana y se acerca al estante donde cuelga el retrato de una mujer muy bella, ella era Francine su amada, su pulsión de vida, ella…ya no era. Solo había este pequeño cuarto al que llamaban hogar, inundado de su presencia, por los muebles, las pinturas, el perfume de los lirios y todos esos detalles que ella dio para hacer de este piso mohoso y lamentable un verdadero hogar.

Habían soñado con esto tantos años que era una agria tragedia saber que los buenos días se esfumarían para siempre. Este ya no era un hogar, era un infierno donde cada esquina era una memoria dolorosa…

Y tal vez fue la impulsividad, el enojo, que lo hizo discutir con la nada, perdiendo su control, todos los que conocieron a Arthur supieron bien de lo que sucedió ese día y el gran escándalo que se armó cuando un hombre casi se suicida en un lugar así, decían los rumores que el caer de ese florero alerto a algún vecino.

Arthur, el que vive en esta noche piensa en cómo debió lucir cuando le encontraron, fue una sombra en ese incidente, apenas si una sombra de la persona que era, se había reducido a una imagen tan patética, como era él alguien desangrándose en el suelo, alucinando con la mujer que perdió, creía en fantasmas pero no pudo sentirse totalmente abatido y sin ganas cuando descubrió que ella en cierta forma seguía aquí.

Se apoderó de su razón, la locura infantil de dos amantes que lucharon por años contra los propios prejuicios que se tenían uno del otro, que lucharon contra sus familias y vencieron, para verse separados por la muerte, eran unos trágicos enamorados como Romeo y Julieta. Arthur en su peor momento deseo cumplir ese fatídico destino porque en las historias en algún lugar Julieta lograba reunirse una vez más con Romeo, su amor era inmortal entre páginas y él quiso lo mismo para ellos dos.

En el presente Arthur intenta recoger con sus manos los trozos del florero y por alguna razón su alma se paraliza, fue golpeado por una ola de emociones, una que arrasó con todo a su paso, una única lágrima se escapó de su angustiado corazón y en esa oscura noche, Francine decidió abrazarlo, el frio penetró en sus pulmones, el cuarto estaba repleto en nieve, su cuerpo inicio a congelarse y aun así, se sintió completo, supo que Francine le tomaba entre sus brazos, porque había estado entre ellos millones de veces antes, el cosquilleo, la ansiedad y felicidad que le invadieron lo revivieron de su liturgia, el frío aumentaba.

Podía ver copos de nieve caer, en ese instante lo decidió, dejo de pensar y dejo de negarse a ver su oportunidad, busco con su mirada a Francine, que era tan preciosa, poco importaba lo traslúcida de su apariencia y lo muerta que estuviera, ella era el amor de su vida, sin importar el costo, él no se sentía preparado para volver al mundo que existía tras la puerta, no quería regresar a la angustia de una vida sin ella, la apartó y antes de que ella pudiera reclamar le dio lo más cercano que podía darle a un beso, sellando su destino.

Esta fue mi decisión, se el precio que pague, al mandarme a mi mismo al limbo, no estoy muerto ni vivo pero puedo asegurarte mi viejo amigo que estoy en un lugar mejor, pues en el fin del mundo esta a mi lado Francine y puedo jurar por Dios que ella puede darle vida al infierno mismo, puede darle terror al cielo y puede traer vida y muerte a las almas que nos perdimos en la niebla. Tu mejor que nadie sabe lo que hice al robar un beso a un fantasma, así que no creo necesitar decir más, solo recuérdame como un extraño al que le tuviste afecto, considerame un rumor o un loco según te reconforte, me despido desde algún sitio, algún tiempo.

Atte. Tu eterno amigo, Arthur Kirkland Bonnefoy.