JŌNETSU

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Se acercó despacio, sin querer perturbarla y miró como la llama danzaba y creaba formas iluminando los contornos de la sacerdotisa que tenía en frente. Ella tomó a un lado el pelo que aún le quedaba por cepillar, la yukata ligera caía de forma leve por su espalda, lo que dejó su cuello al descubierto. InuYasha se quedó prendado de la piel que ahí se apreciaba y pensó en lo delicada y hermosa que parecía. Quería acariciarla, aunque sabía que Kagome no se lo había pedido; la caricia más atrevida que habían compartido hasta el momento era la de poner una mano sobre su cadera cuando la besaba y de ese modo acercarla a su cuerpo, mientras ella tocaba su pecho bajo el haori.

¡Kuso! —cómo amaba ese contacto. No era como cuando lo tocaba para curarlo durante las batallas contra Naraku, o cualquier otro demonio que lo hubiese herido. Era puro calor, emanando desde la punta de sus dedos y metiéndose bajo la piel para recorrerlo por completo.

Sin embargo, ahora se sentía hipnotizado por aquel punto en su cuello que lo atraía y como si él no tuviese más voluntad que esgrimir, extendió la mano muy despacio mientras ella continuaba cepillando su pelo y leyendo el fuego, completamente ajena a su intención. Acercó los nudillos con mesura, muy lentamente, siendo consciente de cómo se iba acortando el espacio y conteniendo el aliento ante la idea de ese tacto que anhelaba. Notó un escalofrío cuando pudo sentir el finísimo vello que cubría la zona y que provocó en Kagome una respiración profunda que la llevaba a comprender lo que sucedía. InuYasha se mantuvo atento a su reacción, muy quieto, por si ella se sentía invadida, pero no se movió más que para liberar el aire con suavidad. Él, en cambio, comenzó a respirar más agitado cuando comprendió su aprobación y se atrevió a tocar con sus nudillos la piel. Empezó a deslizar los dedos con delicadeza, notando como el momento se convertía en encanto y tortura entrelazados, creando en su interior una sensación nueva que sólo podía definir como éxtasis. Nunca imagino que un toque así de sutil pudiese estremecerlo de esa forma, apenas podía respirar. A Kagome se le había erizado la piel y él podía ver y sentir ese efecto en ella; ahora ya la olía, escuchaba, veía y tocaba, sólo le faltaba saborearla. Cerró los ojos ante la sensación de su sangre densificada, se sentía poderosamente excitado.

Vio como ella cambiaba las manos de sitio, para sostenerse a un lado del suelo de madera, parecía estar perdiendo la fuerza al igual que él. InuYasha se sentía temblar, un hanyou fuerte como él a punto de caer arrodillado por algo tan etéreo como un roce. Llegó al borde de la tela que le ocultaba de la vista el resto de la piel y sintió deseos de afilar las garras y continuar el recorrido cortando la ropa. No se había dado cuenta de lo cerca que estaba de perder la razón.

—InuYasha —la escuchó murmurar su nombre, sin llegar a mirarlo.

Él soltó el aire y sintió como su cuerpo respondía ante el llamado que Kagome parecía estar haciendo. Vio cómo se giraba ligeramente para mirarlo; había tanto anhelo en el castaño de sus ojos que sintió como el pecho se le llenaba de amor. Fue testigo del modo en que ella dejaba caer la yukata por la espalda, permitiéndole ver algo más de piel, aquello era una invitación que al estar enlazada con el momento en que Kagome bajó la mirada, se convirtió en una necesidad que ya no podía contener.

Se dejó caer, arrodillado tras ella, y depositó un beso trémulo en la zona de su piel que había quedado descubierta. Notó la textura suave en contacto con los labios y se permitió suspirar, recibiendo una exhalación rota por parte de Kagome, mientras se sostenía con ambas manos sobre el piso de madera para no perder el equilibrio y desfallecer ante un roce que sólo acababa de comenzar. InuYasha le cruzó un brazo por el torso y la sostuvo mientras continuaba dejando besos húmedos y lentos en su cuello, descendiendo hacia la espalda con una calma que a Kagome se le antojaba incitante y deliciosa. Permanecía centrada en el toque de los labios de su compañero, que no dejaba centímetro de la línea de su columna sin tocar. Escuchó el desgarro pausado de la tela de la yukata en contacto con las garra de InuYasha, el que iba descendiendo a la par de los besos que desgranaba por su columna y Kagome se desmadejara despacio hacia el suelo, mientras él llegaba al final de la espalda. Llegado ese momento, InuYasha se permitió suspirar y ambos se quedaron suspendidos, por un instante, en las sensaciones que comenzaban a experimentar. Había una especie de pacto no dicho en la entrega que comenzaba, llevaban varias lunas viviendo juntos y su intimidad había comenzado desde la emocionalidad, el pensamiento y ahora exploraba el cuerpo.

Kagome notaba el aliento de InuYasha sobre el final de su espalda y sentía cómo se le erizaba toda la piel. Buscó girarse, para poder mirarlo, lo necesitaba y él accedió a darle espacio, quedando con el pecho soportado sobre la cadera de su compañera y desde ahí podía observar lo hermosa que era. La yukata había perdido su forma y la curva del pecho le permitía ver algo más de piel, las mejillas se habían arrebolado con aquellos hermosos tonos de rosa que parecían maravillosamente íntimos bajo la luz del fuego. Se sintió invadido por todos aquellos momentos en que la había contemplado mediante la sombra que se formaba en la pared de la cabaña, debido a la luz tras el byobu. También su cuerpo reaccionó ante la elucubraciones que hacía su mente, en silencio, cuando la anhelaba en medio de los besos castos que se regalaban.

La vio extender la mano como una petición de la suya y cuando se la cedió se descubrieron creando una caricia en el hilo rojo del otro, embelesados por esa unión.

Te amo tanto —resonó en su mente y aunque era absurdo, aún se sentía tímido de expresar aquello, lo asustaba la fuerza de esa declaración y el modo en que se perdía a sí mismo en ella.

El impulso de ese sentimiento lo llevó a alzarse sobre Kagome en busca de sus labios, los que tomó con cautela y profundo deseo. Notó el latido del corazón de su compañera en sus labios y se deleitó con la inquietud de éste. No fue consciente de inmediato del modo en que frotaba su erección sobre la cadera de ella, mientras su compañera le devolvía el beso, abriéndose para él, dejando que comenzara a explorar su boca. Ya conocían la sensación de la excitación, se habían sentido así antes; sin embargo, nunca con este nivel de vertiginoso ascenso que parecía que les iba a quemar cada parte del cuerpo, dejando de ellos sólo la ropa que vestían.

InuYasha —la escuchaba musitar su nombre, cuando permitía algún espacio a su boca para que se expresara de otra forma que no fuera con besos.

Pudo sentir sus manos temblorosas que buscaban abrirle el haori, él se alzó para facilitarle el movimiento y Kagome se giró levemente, quedando boca arriba y entre las piernas de su compañero; InuYasha permaneció prendado del modo en que la yukata se le había removido desde el hombro y sobre el pecho, dejando un amplio espacio de piel que decidió que debía tocar, besar y lamer.

Se inclinó sobre ella, olvidando sus intentos con el haori, para posar los labios en la suave piel de su compañera, justo bajo la clavícula. La besó, arrastrando los labios, para luego lamer desde ahí hasta el cuello, deteniéndose tras la oreja y Kagome exclamó como si la hubiese herido. Se alzó lo suficiente para mirarla, se sentía asustado, nunca le había escuchado semejante expresión que parecía una mezcla entre el dolor y el placer.

—¿Estás bien? —notó su propia voz contraída por la tensión que mantenía su cuerpo.

Kagome lo miro y le costó un segundo enfocar los ojos dorados que la miraban con preocupación. Emitió un monosílabo a modo de pregunta, sus pensamientos se habían extraviado en las sensaciones que tenía en todo el cuerpo. Sentía como se le hinchaban los pezones, la sangre le bombeaba con fuerza, la cabeza se le comenzaba a embotar y experimentaba palpitaciones justo entre las piernas.

—¿Estás bien? —InuYasha volvió a preguntar, mientras le tocaba la mejilla con los nudillos y la olfateaba con disimulo. Ella comenzaba a mirarlo con los ojos ya más despejados.

—Bésame —fue la respuesta que recibió: no un bien, no un desde luego.

InuYasha cerró los ojos cuando sintió que todo el cuerpo se le sacudía ante esa petición. Había anhelado tanto este momento con ella, sentirla suya sin limitaciones, y él de ella; claro.

La besó, esta vez sin la cautela inicial. Hurgó dentro de su boca con la lengua y siseo de puro deseo cuando notó la forma en que Kagome le respondía. No eran expertos, no eran sabios en cuestión de sexo, sin embargo, se conocían y ese conocimiento los guiaba y liberaba a la vez.

InuYasha deslizó su mano bajo la cabeza de ella para alzarla y hundir aún más la lengua dentro de su boca, la escuchaba ahogarse con la caricia, pero contra toda lógica no se soltaba de él y lo sostenía bajo los brazos y tras la espalda, asiéndose a su cuerpo como si fuese un refugio.

La ansiedad y la prudencia de tantos días encontraban su muerte entre los besos y las caricias que comenzaban a entregarse.

Kagome escapó del beso y alzó la cabeza para poder respirar, su compañero no se resignó a esperar y pasó a dejar besos en su cuello, mientras le demostraba lo excitado que estaba al rozar su erección hacia ella. Se sintió invadida por la expectativa y la curiosidad, la forma que notaba encima de su muslo estaba endurecida y Kagome quiso saber cómo se sentiría tocarla de forma más directa. Llevó una mano hasta ese sitio y la pasó entre ambos, para acunarlo en su palma, entonces escucho a su compañero perder el aliento hacia su cuello de forma intensa, roto de deseo, temblando en medio del abrazo que los unía.

—No sigas… no puedo… —InuYasha suplicaba, sosteniendo la muñeca de ella para que no moviera la mano. El aroma de Kagome había cambiado drásticamente y lo que había sido una sutil excitación ahora era un reclamo, podía oler su deseo y eso lo estaba desquiciando.

—¿Qué pasa? —la pregunta resultó retórica, luego de formularla ella comprendió lo que pasaba. Intentó retirar la mano y eso pareció acrecentar el problema.

—No… —negó suavemente con la cabeza, respirando agitado y cerrando los ojos para centrarse.

Por un momento Kagome pensó que InuYasha huiría, estaba tenso y parecía que en cualquier momento iba a dar un salto lejos de ella. Se incorporó, quedando arrodillado, sin poder mirarla directamente aún. Se sentía extraño y frustrado. El fuego crepitaba en medio del silencio que se hizo entre ambos. Se quitó la chaqueta, el hitoe y los lanzó a un lado ¿Qué sabía él de cómo hacer que Kagome se sintiera bien?

Notó el sonrojó cubrirle las mejillas al ver el bulto marcado que había bajo su pantalón, sabiendo que ella también lo estaría viendo y se atrevió a enfocar sus ojos castaños que estaban fijos en la erección que se marcaba bajo la tela. Quiso ponerse en pie y escapar, pero ella le sostuvo la mano para detenerlo. Kagome podía percibir la congoja en su compañero, ella misma se sentía de tantas formas ahora mismo que no podría encontrar una palabra para definirse. Deseaba sentir a InuYasha con la piel, que se retorciera con ella de ansia y placer. Intentó arrodillarse delante de él y la ropa se le caía por los hombros, no quería soltarle para mantener ese contacto, así que decidió que la ropa sobraba y si en este momento quedaba desnuda delante de él; qué más daba.

Cuando consiguió arrodillarse delante a InuYasha, la tela que había sido su yukata descansaba a mitad de su cadera, dejando casi todo el cuerpo expuesto. Él la recorrió con la mirada, muy despacio, como si la viese por primera vez. Cuando volvió a enfocar su cara, Kagome se humedeció los labios para mostrar lo mucho que necesitaba un beso que los acercara. InuYasha se detuvo en la hermosa visión de aquel gesto, para enseguida tomar su boca y suspirar en medio del beso que le daba. Cerró los ojos cuando sintió el pecho de ella pegado a su pecho en una sensación de deleite puro, la abrazó para que ese contacto fuese más intenso y les perteneciera. Se notó debilitado ante el calor que emanaba de aquel contacto y jadeó en medio del beso. Su sexo iba a estallar sólo por abrazar la desnudez de Kagome.

—No sé… si voy a aguantar —murmuró sobre sus labios y ella sintió una profunda ternura. Alzó las manos, que hasta ahora lo abrazaban, y enmarcó el rostro de su compañero para que la mirara.

¡Qué dorado tan hermoso y limpio! —pensó, sin llegar a decirlo.

—No tienes que hacerlo —intentó calmarlo. Ella ya había decidido que hoy romperían la barrera que los separaba de la intimidad total de este universo que eran los dos juntos.

InuYasha sintió que iba a reventar de amor, estaba experimentando tantas sensaciones físicas y emocionales que temblaba sin proponérselo. Y el aroma de Kagome se hacía cada vez más penetrante.

¡Kuso!

—Quiero que sea especial —le confesó, sin dejar de mirarla. Era la primera vez que estarían unidos de esta forma y quería que fuese hermoso.

Kagome le sonrió y le dio un suave beso en los labios, sin extender el beso más allá de ese toque. Volvió a enfocarse en sus maravillosos ojos dorados.

—Lo será, del modo que sea, será nuestro —lo animó. Nunca se lo había preguntado, pero creía que para InuYasha también sería la primera vez. En eso estaban iguales y comprendió que sus miedos se asemejaban.

Lo siguiente que él sintió fue el beso que Kagome ponía en su cuello, bajo la barbilla, con los dedos hundidos en su pelo a la altura de sus orejas y se estremeció ante el contacto, sosteniéndola por detrás de los hombros en un acto de necesidad y control. Quería alejarla, para escapar del cúmulo de sensaciones que le despertaba y a la vez quería retenerla, para que no dejara de tocarlo.

Ladeó la cabeza y dejó que ella continuara con su labor de besos, mientras él le recorría la espalda con las yemas de los dedos, intentando que sus garras no la tocasen; sin embargo, al llegar a la parte baja de la espalda, un par de sus garras le tocaron la piel y Kagome tembló, InuYasha quiso mirarla y ella no se lo permitió, sin embargo, continuó con los besos. Él decidió probar subir por su espalda en un recorrido que harían sus garras con delicadeza. Su compañera dejó se besarlo y jadeó, manteniéndose quieta, sólo quería sentir lo que él le hacía. El corazón se le había desbocado y para cuando InuYasha llegó a sus hombros, la esencia de ella lo llenaba todo.

—Hueles tan bien —le soltó, ella sonrió mientras liberaba el aire que había quedado atrapado en una respiración. Vino a su mente el recuerdo de la primera vez que le había dicho que le gustaba su aroma.

Lo miró a los ojos, tenían tantas primeras veces juntos, todas las imágenes pasaban por su mente: la primera vez que les pilló un aguacero, la primera vez que se tomaron un helado juntos, la primera vez que él durmió en su cama, la primera vez que se callaron un beso.

Sintió como le quemaban los labios ante ese pensamiento, nunca más se callaría un beso. Tomó los labios de su compañero y le recorrió los colmillos con la lengua en un acto de posesión; él era suyo. InuYasha suspiró y la rodeó con un brazo sosteniéndola más firmemente.

La pasión de Kagome se hacía cada vez más evidente para él, su piel había aumentado el calor que emanaba, su aroma era intenso y lo estaba enloqueciendo. La rodeó con un brazo para sostenerla con firmeza y llevarla hacia el futón. Necesitaba explorarla como un depredador que atisba a su presa antes de devorar. Pudo escuchar la sorpresa en su voz ante el movimiento rápido que él ejecutó y cuando la tuvo sobre la superficie blanda, se permitió respirar para calmar el instinto que Kagome le despertaba. La besó en los labios, en el cuello, en la oreja; notaba como ella se tensaba con el contacto que él hacía de sus labios sobre la piel. Le besó el hombro, la clavícula y se detuvo para mirar la expresión de su compañera que respiraba agitada, pero tenía en sus hermosos ojos castaños aquella expresión que él le conocía de las batallas que habían enfrentado juntos: determinación. Eso lo llevó a convencerse del siguiente paso, que en su mente se gestó extrañamente como un desafió. Se posicionó encima del pezón, que le pareció de un rosa delicioso y lo tocó con la punta de la lengua, sin dejar de mirar a Kagome a los ojos; ella pestañeó, pero no evadió la mirada, también quería verlo hacer aquello. InuYasha repitió el toque, notando la tensión en la zona que tocaba y la presión que se iba haciendo más intensa en su sexo. Kagome volvió a cerrar los ojos por un lapso de tiempo un poco más extenso que un pestañeo, por lo que él comprendió que aquello le gustaba, así que le dio un nuevo toque húmedo, esta vez un poco más largo, sincronizándose con el modo en que su compañera cerraba los ojos. Las sensaciones en ella parecían acentuarse y el aroma que liberó lo hicieron desear más de aquel momento; sin mucho preámbulo se llevó el pezón completo a la boca y decidió succionar de él, no quería perderse las expresiones de Kagome, pero se descubrió cerrando los ojos ante la oleada de deseo que lo abordó cuando la escuchó jadear de placer.

¿Él había hecho eso? —la pregunta se quedó dando vueltas en su mente, mientras insistía en lamer y succionar de aquella parte de Kagome que la hacía disfrutar. Se cambió de mama, si le gustaba en una, también le gustaría en otra.

Su razonamiento era basto, pero también lógico.

Era consciente del modo en que InuYasha le arrancaba más y más expresiones de placer y de cómo éstas iban llenando el aire. Sentía desesperación ante sus caricias y el modo en que se afanaba en ellas: mientras más expresaba el gozo que sentía, más se esforzaba él por seguir escuchando sus gemidos. Se llevó una mano a la boca, para acallar su voz, pero él se la tomó con una de las suyas, para poder seguir escuchándola. Lo que sintió ante ese gesto sólo podía definirlo como pasión, Kagome sólo podía pensar en tenerlo dentro. Comenzó a tirar de él y de la ropa que aún vestía. Comenzó a exigirle con la mirada, que de tanto en tanto se encontraba con la suya, para que la ayudara. Sin embargo, su compañero continuaba prendado de su pezón, con lo que conseguía que sus intentos por desnudarlo terminaran en un estremecimiento que le hacía temblar las manos.

—Ven —le pidió, con la voz pérdida en un gemido. InuYasha detuvo la caricia de su boca, recostó la cabeza sobre el pecho y desde ahí la miró, se la encontró con los ojos brillantes de pasión, la respiración agitada y las mejillas enrojecidas. Ver a Kagome se permitió pensar en que esa debía ser su propia viva imagen.

Notó como él comenzaba a desanudar el pantalón de su haori y ella aseguraría que estaba a punto de encenderse en llamas ante la idea de verlo desnudo en este escenario. La ropa encontró un sitio en algún rincón de la cabaña y la yukata que ella aún llevaba enrollada a la cintura, fue desprendida por una garra de su compañero para hacerle compañía al resto. Ambos respiraron hondamente y suspiraron, sin dejar de mirarse a los ojos; al fin podían sentirse con la piel de todo el cuerpo. Kagome movió las piernas, notando el vello suave que tenía InuYasha en ellas; si lo pensaba, en realidad no tenía siquiera barba. Lo escuchó murmurar una alegoría a todos los demonios cuando su cadera le rozó la erección, la que apenas le había dejado ver.

—Quiero verte —le confesó y notó el calor que le cubrió las mejillas, no obstante, después de luchar contra youkais de tantos tipos, no se iba a dejar amedrentar por eso; ella quería lo que quería.

—¿A mí? —le preguntó, sin comprender del todo, entrecerrando los ojos cuando sintió que Kagome volvía a frotarse contra su sexo.

—Especialmente a una parte —su voz le resultó tan jodidamente sugerente, que pensó en tomarla de una vez y cortar la agonía. Sin embargo, la agonía lo tenía fascinado y se sentía atrapado en un bucle de pasión.

InuYasha sostuvo el peso de su cuerpo a un costado y ese movimiento le permitió a Kagome ver la forma en que la erección presionaba sobre su vientre. La respiración se le agitó y sintió deseos de recorrer la forma con los dedos, más aún cuando vio que daba pequeñas sacudidas como respuesta a la apreciación positiva que ella le daba con la mirada.

Le gusta —pensó, InuYasha, en medio de la sorpresa. Sintió una onda de excitación que le erizó la piel y le arrancó un temblor.

—¿Puedo? —preguntó ella, llevando la mano muy cerca de su sexo.

—No… —fue todo lo que pudo pedir. Estaba seguro que si lo tocaba se iba a derramar en su mano.

—No me importa —respondió, como si le adivinara el pensamiento.

—A mí, sí —hundió el rostro en el cuello de su compañera, soltando un bufido que lo ayudara a calmar el ánimo y poder confesar lo que no abandonaba su mente—. Quiero… quiero que sea dentro de ti.

Kagome se sintió arrebatada ante esa confesión. Podía parecer simple, incluso podía parecer cómodo de cara al momento que compartían; sin embargo, era InuYasha, y con él nada se ceñía a lo convencional. Alzó la cabeza, para estar más cerca de su oreja y le susurró.

—Entonces, entra.

Lo escuchó soltar el aire en un estertor que sólo le había oído en batalla. La contención que ahora estaba demostrando era mayor de la que ella podía imaginar. Sintió como le acariciaba la mejilla con la propia y la besaba en el cuello, en la oreja y luego en la sien, manteniendo ahí el beso, como un aviso, mientras lo sentía abrirse paso entre sus piernas con las propias. Kagome accedió y contuvo el aliento cuando sintió que InuYasha rozaba su sexo en la entrada al suyo, creando con ese gesto una caricia que ambos estaban disfrutando y sufriendo a la vez. Los labios de su compañero le presionaron la sien en el momento en que comenzó a empujarse para abrirse paso en su interior. Escuchó la forma en que le brotaba un gruñido desde el pecho, en tanto ella asimilaba la forma de su erección al abrirse paso.

La escuchaba respirar agitadamente por la nariz, se mantenía tensa en tanto él iba entrando en ella. Tuvo el impulso de detenerse y abandonar, quizás la estaba haciendo sufrir, no obstante, el movimiento de retroceso lo hizo gemir y parar, porque aquello se volvía más intenso de lo que pensaba y alcanzaba a tolerar.

—¿Estás bien? —la pregunta venía de ella y él casi se echa a reír por el absurdo ¿No se suponía que eran las mujeres las que sufrían?

—Kagome —musitó su nombre como única respuesta.

Ella se mantuvo muy quieta, comprendiendo su estado y esperando a que él pudiese seguir.

Cuando se notó un poco menos agitado, volvió a empujarse en aquella humedad que lo estaba devorando. Parecía menos tensa ahora y cuando finalmente pudo estar dentro del todo, ambos jadearon al unísono, como si acabaran de llegar a un lugar ansiado. InuYasha se quedó muy quieto por un momento, y llegó a pensar que no le importaría sí todo era sólo esto, porque ya era maravilloso. Comprendió que este acto en sí mismo contenía toda la intimidad que dos seres podían compartir. Miró a su compañera a los ojos, sostenido en los antebrazos y con los dedos enredados en las hebras abiertas de su pelo oscuro. Kagome siempre había sido una luz en medio de toda la oscuridad que lo había rodeado y ahora brillaba ante él desde otro prisma, uno que quería ver tantas veces como ella le permitiera.

Fortaleció sus piernas y salió de ella lo suficiente como para que aquello fuese una caricia y cambiar su lugar como asistente al espectáculo de colores que ahora era el rostro de Kagome. Notó como a ella le temblaban los labios cuando él volvió a entrar con lentitud, no quería apresurarse, no quería que la prisa lo privara de la belleza de tenerla así de suya. Salió de ella, nuevamente, y se detuvo cuando un estremecimiento le sacudió la columna y la cadera; cerró los ojos un instante, esperando a que la intensidad de las sensaciones bajara. Sin embargo Kagome no parecía de acuerdo y alzó la cadera en busca de lo que le pertenecía. Se escuchó jadear y ella lo instó con las manos que le presionaban la cadera.

La miró.

La suplica que había en los ojos dorados le pareció lo más fascinante que existía. Había una mezcla de amor, de dolor, de decisión y de profundo anhelo en ellos. Sentía como InuYasha temblaba ligeramente entre sus brazos, como si quisiera resistir el peor ataque que hubiese recibido. Ella lo contenía en su interior, ahora que la primera sensación de intromisión se había esfumado, cada movimiento le resultaba un poco más placentero; y quería más. Removió la cadera, en busca de sentirlo: InuYasha gruñó.

—Para, mujer —su voz estaba oscurecida y soltaba el aire con fuerza.

Se quedó mirando la forma en que una sonrisa jugaba en la comisura del labio de su compañera y eso lo llevó a querer venganza, por lo que dio un empujón dentro de ella que casi se lo lleva a él por delante, no obstante, soportó estoico. Se sintió resarcido cuando la escuchó gemir como respuesta. Eso lo llevó a salir un poco y a dar un segundo empujón fuerte, que le producía un placer que alcanzaba a controlar, en tanto Kagome cerraba los ojos y empezaba a agitarse. El que sonreía ahora era él, porque había descubierto una forma de tolerar el ansia, al menos de momento. De ese modo comenzó con una retahíla de entradas y salidas, todas marcadas por la sacudida que daba contra su compañera, la que cada vez respiraba más agitada y se quejaba más alto, haciendo de sus gemidos verdaderos lamentos.

La forma en que InuYasha estaba entrando en ella la hacía perderse en las sensaciones por un par de segundos, los suficientes para que él volviese a removerla y entregarle una nueva carga de sensaciones que poco a poco se iban acumulando en su interior. Sentía que sus pensamientos se perdían en una nebulosa de emociones, era como estar en un campo abierto y no reconocer nada de lo que había alrededor. Por un momento lo comparó con acercarse al abismo de la muerte y con esa idea vaga comenzó a musitar el nombre de su compañero, de su amante, sosteniéndose más a él.

A InuYasha, la seguridad y la valentía le duraron hasta que escuchó a Kagome comenzar a gemir su nombre, aquello fue un toque directo que lo agitó como si fuese una hoja en el viento. Sus movimientos rítmicos comenzaron a ser más rápidos y temblaba en medio de ellos cada vez que su compañera balbuceaba su nombre que terminaba irremediablemente en una queja lastimera que lo hacía jadear. La rodeó con un brazo bajo la espalda y le sostuvo el muslo con la otra mano, anclándoselo a su cadera, para hundir la cara en su cuello y su pelo oscuro que olía fresco como la hierba que nacía en primavera. Se removía dentro de ella, musitando su nombre entre jadeos cada vez más frecuentes. La sintió tensarse y clavarle las uñas en la espalda.

Kagome notó como el vientre se le caldeaba y su sexo se contrajo de forma violenta durante unos segundos que parecieron eternos, hasta que todo se expandió en ella; su cuerpo tembló sin que pudiese controlarlo, su boca emitió quejas, lamentos y gemidos, sus emociones parecían bullir por los poros de la piel y se sintió elevada a un espacio que no podía reconocer, entre pensamientos, sensaciones, emociones; todo el amor que contenía dentro la estaba rodeando, le daba un soporte, y entre todo ese caos ella encontraba algo permanente: InuYasha.

Kagome temblaba entre sus brazos, se agitaba, gemía y lo abrazaba. Podía sentir como su interior le quemaba y lo oprimía como si quisiera fundirlo con su cuerpo. InuYasha sintió que ya está, que aquello debía ser el clímax al que estaban aspirando desde que todo esto había comenzado. Alcanzó a dedicar un pensamiento a la piel desnuda de Kagome en la parte del cuello, desencadenante de la locura que ahora mismo sentía que lo calcinaba. La besó en la curva entre el hombro y el cuello, le pasó la lengua por esa zona a modo de caricia y sintió la necesidad apabullante de clavarle los colmillos, no lo pensó, sólo lo hizo, tuvo que sostenerla con firmeza mientras se retorcía entre el placer y ansia. La mantuvo así un instante, la liberó de la marca y mantuvo su lengua sobre ella, para calmarla, sintiendo el latido de su corazón a través de la herida. La escuchó jadear, quejarse y clavarle las uñas en la parte baja de la espalda a modo de sujeción y fue consciente del modo en que su vientre se endurecía buscando una liberación. En ese momento se dejó llevar por su compañera que le estaba exigiendo todo lo que tenía y estuvo a punto de maldecir cuando su sexo estalló dentro de ella. Las emociones lo estaban masacrando, las sentía en la piel, en el músculo, como si eso fuese posible; cada parte de él parecía entregada a lo único existente ahora mismo: Kagome.

Se mantuvieron perdidos en el éter de las emociones, con los latidos del corazón desperdigados por todo el cuerpo y los pensamientos en un completo adormecimiento. InuYasha permanecía sobre Kagome y le pasaba la lengua sobre la marca que acababa de hacer. Nunca le había hablado de ello, nunca se lo había planteado tampoco, era instinto puro y había brotado de él en medio de ese momento exultante que acababan de compartir. Continuó lamiendo la piel con lentitud, mientras el corazón de Kagome se iba calmando poco a poco y le enredaba los dedos por el largo pelo plateado para acariciarlo.

Pensó en que quizás debía apartarse para no cargarla con su peso, sin embargo ella lo retuvo.

—No salgas, por favor.

InuYasha suspiró, la petición le resultó más potente de una declaración de amor formal.

—Si no salgo, ya no saldré —le advirtió.

El tono de la risa de Kagome le pareció la más hermosa aprobación.

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N/A

Si has llegado a las notas de autor ¡Te felicito!

Porque este relato se suponía que iba a ser relativamente corto, pero no hay lemon que me salga corto y éste en particular se merecía cada detalle, después de todo ha sido su primera vez. Y no les contaré lo que me costó escribirlo, los "inuítos" querían salir antes de tiempo xD

El significado de JŌNETSU es PASION. He querido que ese fuese el título porque creo que la Pasión es una energía creadora y la más cercana al Amor, que a su vez es la energía más cercana a la perfección.

¿Por qué la pasión es la más cercana al Amor?

Porque la pasión es la energía que nos guía hacia aquello que somos. Siempre que sentimos pasión por algo estamos siendo impulsados por nuestro espíritu y éste nos llevará a explorar nuestros dones.

En el caso particular de este relato, InuYasha y Kagome son impulsados por la pasión que experimentan uno por el otro como un complemento para desarrollar sus dones: Yin y Yang.

Y todo esto es tan cierto como mentira, porque está en mi zona de certezas y ésta no tiene porqué ser igual a la de otro

Sin más que decir, espero que hayan disfrutado leyendo, tanto como yo escribiendo.

Besos

Anyara