Disclaimer:

La trama es original y está basada en los personajes de la serie animada "Miraculous: Les aventures de Ladybug et Chat Noir". Los personajes son propiedad de Thomas Astruc.

Los personajes originales así como las situaciones aquí presentadas son ficticios y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

[PROHIBIDA SU COPIA]


No había podido conciliar el sueño en toda la noche pensando en el gran error que había sido seguir las órdenes de su padre y viajar hasta China. Tal vez en su interior, en medio de todo aquel resquemor hacia él albergaba la esperanza de encontrarse con un padre amoroso y arrepentido, pero que decepción fue ver aquella indiferencia aplastante con la que lo recibió.

Hacía el esfuerzo por contener el acuoso de sus ojos pero no fue suficiente para evitar que dos solitarias lágrimas se deslizaran por sus mejillas ante la mirada de aquel amanecer que poco a poco daba su color a la ciudad.

Era temprano, en la casa no se escuchaba un solo sonido. Al llegar al piso de abajo vio como Lian amenamente conversaba con una chica junto a la puerta, sin que ninguna de las dos se percatara de su presencia se mantuvo en su posición detallando con esmero a la visita.

Era una chica agradable con una franca sonrisa, de una tez blanca equiparable al más puro carrara, un sedoso cabello negro en donde se percibían unos tenues brillos azulados tal cual fuera una perla de Tahití, no muy alta pero de figura muy estilizada, y lo mas destacable de todo eran sus ojos, aquellos dos luceros azules que invitaban a soñar, a perderse en ellos con el anhelo de conocer sus secretos.

Finalmente las dos chicas se despidieron y en cuanto la azabache salió por la puerta él apareció en el rellano con aire despreocupado.

- ¡Ahh!...bu...buenos días señor, no lo he escuchado llegar. - sobresaltada se dirigió a Félix.

- Lo siento no fue mi intención asustarla y buenos días a usted también. - saludó cortes, mostrando una agradable sonrisa.

- He escuchado voces al bajar, ¿hay visitas en la casa?. - inquirió con falsa curiosidad aquella argucia.

Extrañado sentía un especial interés en saber quién era aquella chica y lo más importante donde podía encontrarla.

- No, solo han traído las provisiones. - respondió diligente.

- ¿Provisiones?, - inquirió curioso - Me pareció escuchar la voz de una mujer. - insistió con sutileza en su empeño por saber algo más sobre ella.

- ¡Oh!, lamento si nuestra conversación lo importunó. - apresuró a disculparse agobiada - Era Bridgette, es ella quien nos entrega la provisiones cada tercer día desde el almacén de sus tíos. - Lian no pudo percibir la leve curvatura en los labios de Félix que denotaban su agrado.

- No se preocupe Lian, no me han molestado en lo absoluto. - la tranquilizaba mostrando una cálida sonrisa.

No podía esperar en salir y buscarla para verla una vez más. Una vez obtenida la información deseada se encaminó hacia la puerta. No podría explicar el porqué pero en ese momento se sentía exaltado a la vez que ansioso por conocer a esa chica.

- ¿Piensa salir? - se atrevió a preguntar la chica, previniendo la reacción que podría tener su jefe.

- Si, es una hermosa mañana y me apetece conocer la ciudad. - respondía sin dejar su cordial manera.

- Pero su padre querrá saber de usted. - se notaba la aflicción en su rostro.

Pensativo torció los labios para finalmente mostrarse serio.

- No se preocupe, si yo espere diez años el bien puede hacerlo un par de horas. - sin decir nada más salió por la puerta.

- Pero... - Lian se quedó aun más angustiada que antes ante la acción de Félix.

Se dio media vuelta y se encaminó hacia la cocina, cuando escuchó como la puerta se abría.

- Por cierto Lian, ¿podría indicarme el camino al almacén de provisiones? - asomó por la puerta Félix mostrando una cómica sonrisa.

Lian solo lo observaba desconcertada.

Caminaba animado calle abajo, al menos había algo en aquel lugar que le hacía olvidar el porqué estaba ahí. En su cabeza imaginaba la mejor manera de presentarse, no quería parecer ansioso pero tampoco tímido, ¿que pensaría ella de que él apareciera así de improviso?, ¿se asustaría?, ¿le parecería bien?...

- ¡CUIDADO!.

Todos sus pensamientos se esfumaron al escuchar el angustiante grito. El yugo que sostenía la lanza de una carreta se había roto y ahora esta corría descontrolada calle abajo mientras su dueño gritaba aterrado.

Una expresión de miedo se mostró en su rostro cuando vio como un anciano cruzaba la calle despreocupado de todo mientras la carreta se acercaba velozmente a él. Sin pensarlo dos veces corrió hacia él, con preocupación sentía que el tiempo avanzaba más rápido y que no sería capaz de llegar a tiempo, apresuró lo más que pudo su frenética carrera para en el último momento dar un desesperado salto, alcanzando a tomarlo por el brazo y tirar de él protegiéndolo con su cuerpo y esquivando por milímetros el fatal desenlace.

Aun aturdido permanecía tirado en el suelo, levantó la vista y frente a él estaba el anciano mostrándole una afable sonrisa a la vez que le tendía la mano para ayudarlo.

Sorprendido, aceptó la mano del hombre para ayudarse a incorporarse.

- ¿Estas bien muchacho? - preguntó afectuoso.

- Sí, estoy bien, ¿pero no debería preguntar yo eso? - refutó sacudiendo el polvo de su ropa y sin apartar la vista de él.

- Me parece que de los dos, has sido tú quien se llevó la peor parte. - con una suaves palmadas sobre el hombro de Félix se dio la media vuelta y se retiró sin decir nada más.

- Lo que me faltaba. - farfulló entre dientes observando cómo se alejaba silbando una tonada.

Siguiendo las instrucciones de Lian finalmente había llegado hasta el almacén, se sorprendió al ver salir a Bridgette cargando tres abultados fardos de arroz que la desequilibraban al andar.

Se tambaleaba de un lado a otro tratando de mantener su carga entera, en un mal paso no pudo evitar irse de frente, caía de bruces con los fardos por delante.

- ¡Aaagh! - antes de que llegara a tocar el duro suelo sintió como unos brazos la tomaban con cuidado por la cintura y evitaban su caída.

- ¿Estas bien? - muy lentamente se giró para toparse frente a frente con una tímida sonrisa que decoraba un rostro que ella ya conocía.

- ¡Aaagh! - volvió a gritar cohibida, soltándose rápidamente del agarre del chico y alejándose un par de pasos.

- Yo...yo lo siento, solo quería ayudarte. - indicó nervioso.

- ¡Bridgette! - un fornido hombre salía a la prisa del almacén seguido de cerca por una mujer de cabellos azabache.

- ¿Estas bien cariño? - se acercó preocupada la mujer.

- Si...si, es solo que tropecé, - señalaba los fardos de arroz desperdigados por el suelo - él...él ha evitado que me cayera. - miraba inquieta ahora a Félix.

La pareja se giró hacía el rubio y una franca sonrisa apareció en los labios del hombre.

- ¡Eres francés! - exclamó con ánimo.

Félix miró extrañado a aquel enorme hombre que se acercó aun más a él, llegando a invadir su espacio.

- Yo también soy de Francia. - informó aun más exaltado.

- Soy Tom y ella es mi esposa Sabine y esta guapa señorita es nuestra sobrina Bridgette - señalaba a una más que sonrojada chica por la efusividad de la presentación.

- Es...es un placer, mi nombre es Félix. - se presentó cohibido, su intención era encontrarse solo con la chica y poder conocerla mejor, pero ahora se veía en la tesitura de presentarse a toda su familia sin tan siquiera haber hablado con ella.

- ¿Y qué te trae por estas apartadas tierras, tan lejos de casa?...porque acabas de llegar, ¿cierto?, tú cara no me resulta familiar. - lo miraba más de cerca intentando reconocerlo.

- Llegue hace tan solo un día. - respondió abrumado al recordar cuál era la razón por la que estaba en esa ciudad.

- En ese caso pasa a tomar un té como bienvenida a Tientsin. - invitó cordial Sabine.

Bridgette se mantenía en silencio observando con asombro como sus tíos trataban con tanta familiaridad a aquel extraño, de hecho lo único que sabía de él es que era el hijo de Gabriel Agreste, uno de los mayores explotadores de la ciudad. Para nadie era un secreto como Agreste se aprovechaba de sus contactos y de los sobornos para conseguir mejores acuerdos que el resto de los extranjeros afincados en China. Así mismo tampoco ocultaba las condiciones discriminatorias en que tenía trabajando a la gente en sus empresas, en ocasiones llegaban a trabajar en jornadas de hasta dieciséis horas y todo por un mal salario.

Observaba la sincera sonrisa de Félix mientras conversaba con sus tíos y lo cristalino de sus ojos que no ocultaban su tristeza, tal vez él no fuera como su padre, además ayer la había salvado en el barco.

- ¡Bridgette! - exclamó por tercera vez Sabine.

- ¡Sí! - respondió dando un respingo.

- ¿Estabas de nuevo soñando despierta?

- ¡No!...no, yo solo... - sin saber que responder se agacho para recoger los fardos que estaban desperdigados por el suelo.

- Permíteme ayudarte. - apresurado se inclinó junto a ella para tomar en un santiamén todos los bultos.

Sabine y Tom miraban la escena compartiendo una sutil sonrisa de complicidad.

Algo más de una hora había transcurrido en la compañía de aquella agradable familia, degustando un fragante té blanco. La conversación fue agradable, supo como Tom llegó a establecerse en China por seguir a Sabine. El la conoció en Paris cuando su familia escapando de la guerra decidió trasladarse a Europa. Diría que fue un amor de flechazo, en cuanto la vio sabía que aquella menuda chica era su destino. Así fue como dos años después cuando la familia de la chica decidió volver a China él no dudo en ir tras ella.

El por su parte solo mencionó que estaba ahí por un mandato de su padre, al final no había ninguna razón para romper aquel momento con la historia de su apesadumbrada vida.

Al despedirse Bridgette lo acompaño hasta la calle, caminaron en silencio, él pensativo y ella confundida al no saber si él sería igual que su padre.

- Tus tíos son muy agradables. - fue el primero en romper el sepulcral silencio.

- ¿Eh?...si, si lo son, ellos me han cuidado desde los cinco años y los considero más como mis padres. - respondió despacio saliendo de sus pensamientos.

- ...Bridgette...tú...yo...¿me...me preguntaba si un día de estos quisieras acompañarme a conocer la ciudad? - la saliva paso pesadamente en lo que entre balbuceos trataba de hablar con ella.

Ella lo miró extrañada, notó como una gota se deslizaba por su frente entre sus rubios cabellos y luchaba por mantener la sonrisa.

- Yo... - mirándolo una vez más soltó un leve suspiro mostrando una suave sonrisa - sí, claro. ¿Dime cuando quieres salir?

- ¡Mañana! - exclamó de inmediato.

- ¿Mañana?. - volvió a mirarlo aun más sorprendida - Muy bien, mañana por la tarde te mostrare Tientsin, te veré aquí a las cuatro.

- Hasta mañana Félix. - sonriendo se despidió de él y regresó al interior del almacén.

- Sí, hasta mañana...Bridgette. - con un suave murmullo se despidió al verla entrar por la puerta.

Su cara era toda una oda a la felicidad, con paso alegre comenzó su andar de regreso hacia la casa de su padre, sin importarle en ese momento ese deprimente hecho. En su cabeza no había nada más que preparar su cita de mañana con la encantadora Bridgette.

[...]

- ¡¿Que quieres decir con que ha salido?! - exigía iracundo una respuesta.

- Se...señor, yo...yo...no...no pude hacer nada, me fue imposible detenerlo. - respondía temerosa Lian.

- ¡Cuando lo hice venir no fue para que se paseara despreocupado! - volvía a gritar haciendo blanco de su cólera a la ya de por si hostigada chica.

- Lo...lo siento señor,...no...no volverá a ocurrir. - en una forzada reverencia mantenía la vista al suelo, disculpándose acongojada ante su jefe.

- Por su bien espero que así sea. - sin molestarse en mirarla apuró su paso hacia su despacho, dejando a Lian con el sentimiento del miedo en su cabeza.

Al entrar en aquella estancia tuvo que entornar los ojos para poder habituarse a la escasa luz que proveía de las ocho lámparas donde lentamente ardía la parafina.

Sobre una gran mesa se distribuían libros, columnas de papeles y un enorme mapa donde se resaltaba en colores los estados del este del país, siendo los más remarcados los de Chu y Qi.

De uno de los montones de documentos tomó un par de hojas donde se apreciaban algunos diagramas y los dejo sobre el mapa, pensativo dio una profunda inspiración y apoyo las manos sobre la mesa.

- ¿Donde estará? - dijo entre dientes a la vez que daba un sonoro golpe con el puño sobre el mapa, exactamente en la zona remarcada de Chu.

- ¿Se encuentra bien maestro? - de entre las sombras apareció flotando un diminuto ser alado en un suave tono violáceo.

- Llevó meses enviando mis engendros detrás de cualquier pista y aun no soy capaz de conseguir el mapa. - dijo con frustración.

El pequeño ser mantuvo la distancia y se decidió por la prudencia de permanecer callado, de sobra sabía lo irritable que era Gabriel Agreste en esos momentos de exasperación.

- Maldito Liu Bang, ¿donde ocultaste el jade azul? - volvía a golpear con fuerza la mesa, descargando toda su cólera por sus anteriores fracasos.

- ¡¿Donde?!...¡¿Donde?!...¡¿Donde demonios voy a encontrar un cerezo en eterna flor que corona la cima de una montaña?! - golpeaba una y otra vez la mesa con rabia - ¡¿Donde Nooro?! - su mirada enajenada se posó exigente sobre el pequeño kwami.

[...]

Absorto en sus pensamientos regresaba mostrando una inusitada felicidad, no muy propia en él desde hacía casi un año. En cuanto giró la esquina tuvo que detenerse en seco para evitar caer sobre la persona que acuclillada recogía del suelo el contenido desperdigado de su cesta.

- ¿Pe...pero qué...? - inquirió sorprendido al reconocer a la persona que afanosa recogía sus cosas.

El anciano miró hacia arriba en cuanto notó la sombra sobre él y sonrió al reconocer al joven rubio.

- ¡Eres tú!, veo que te has repuesto de tu caída de antes.

- ¿Esta usted bien? - inquirió obviando el comentario del anciano.

- Si, no te preocupes. Que no te engañe mi aspecto aun soy muy fuerte. - argumentó mientras intentaba ponerse en pie con dificultad.

- Deje que lo ayude. - rodó los ojos ante la obstinación del hombre.

Se inclinó para tomarlo del brazo y con cuidado lo ayudó a incorporarse, una vez que el anciano estuvo de pie se acuclillo para recoger todo el contenido de la cesta.

- Lo acompañare hasta su casa. - ofreció su ayuda tomando la cesta entre sus brazos y esperando que el anciano le indicara la dirección a seguir.

- ¡Muy bien!, no hay más tesoro que la juventud. - dio unos efusivos golpes en el brazo de Félix que llegaron a hacerlo tambalear.

Cuando recuperó el equilibro vio con sorpresa como el anciano ya iba algunos metros por delante de él. Frunciendo el ceño, soltó un leve bufido antes de seguir a aquel peculiar hombre.

- ¡Hemos llegado!.

Después de un largo trecho finalmente estaban frente a una humilde casa con un pequeño pero muy bien cuidado jardín al frente.

- En ese caso lo dejo, tenga cuidado y mire por donde va. - aconsejo mientras dejaba la cesta en suelo.

- ¿No iras a dejar esto aquí? - señalaba la cesta con su bastón.

- Pero... - no pudo terminar la frase.

- Adentro, debes dejarla adentro. - sin decir nada más abrió la puerta y se adentró al interior, dejando a Félix resoplando hastiado.

Ya cansado dejaba la cesta sobre la mesa de la cocina. Una vez completado su cometido entró al pequeño salón para despedirse del anciano, era encomiable como en una casa de tal sencillez emitía una la paz y tranquilidad que eran casi palpables. En ese momento se sentía seguro de todo y de todos, era como si estuviera acobijado por el manto de Eirene. Su respiración se volvió pausada y la presión que comprimía su pecho desde que llego a aquella ciudad poco a poco disminuía.

- Siéntate muchacho, preparare un poco de té. - ofreció el anciano apareciendo a su espalda.

- No es necesario, debo irme ya.

- ¡Pamplinas!, siempre hay un minuto para disfrutar una taza de té. Toma asiento que yo volveré en un momento.

Levantando los hombros en rendición se acercó a la mesa y tomó asiento.

Un momento después tenía frente a él una humeante taza de té, miraba aun desconcertado al curioso hombre que el destino parecía querer ponerlo en su camino. Tomando la taza sopló ligeramente para retirar el vaho y dio un profundo sorbo.

- ¿Te gusta?, es un buen té. - indico el anciano que en ningún momento había apartado la vista de él.

- Tiene buen sabor. - respondió sin más, manteniendo la cordialidad.

- Me alegro que lo aprecies...Y Félix, ¿que te ha parecido tu...agitada llegada a Tientsin? - inquirió por sorpresa, mostrándose suspicaz sin dejar su apacible expresión.

Sus ojos se abrieron de más, incrédulo ante la pregunta dejó con un torpe movimiento su tasa sobre la mesa.

- ¿Como sabe usted eso?...y...¿como es que conoce mi nombre? - lo miró desconfiado, pensando que tal vez el hombre estuviera relacionado con su padre.

- Porque es mi obligación. - respondió en un apacible tono de voz - ¿Más té? - ofreció jovial, consiguiendo que la expresión del chico se suavizara.

- ¿Su obligación?...no lo entiendo. - desconcertado frunció el ceño hacia el anciano que aun le despertaba cierta desconfianza por su extraña actitud.

Se sirvió un poco más de té, dejando la tetera sobre la mesa dio una profunda inspiración. Su expresión antes afable se volvió seria mirando directamente a los grises ojos de su invitado.

- Ayer conociste a Ladybug, - los ojos de Félix se entrecerraron recelosos - no fue en el momento más propicio pero es lo que ella hace cada día, proteger a la gente de personas akumatizadas.

- ¿Akumatizadas? - preguntó ahora curioso.

- Son personas que han sido poseídas por un akuma, seguramente habrás visto unas mariposas oscuras que salieron de alguno de los objetos de los guerreros, - el chico solo hizo un ademán con la cabeza - ellas eran los akumas.

Félix recordaba aun con asombro como al romperse las mascaras de ellas salieron volando aquellos sombríos seres violáceos y como Ladybug las capturaba transformándolas en dos brillantes mariposas blancas.

- Fue el poder de Ladybug quien logró purificarlas y eliminar de ellas la esencia maligna que las había corrompido.

Aun por inconcebible que le pudiera parecer las palabras del anciano, estas comenzaban a tener sentido en su cabeza sobretodo después de lo vivido en el barco junto a la heroína. Dio un nuevo sorbo a su té y una duda asalto su mente.

- ¿Cual es el fin de todo esto?...¿por qué crear estos akumas?

- El porque es muy sencillo, con el akuma es posible otorgarle poderes sobrehumanos a una persona y a la vez controlar su voluntad. - meditó unos segundos antes de continuar - ...el fin de ello lo desconocemos. Desde que los akumatizados comenzaron a aparecer hace unos meses solo han atacado a monjes y a algunos altos cargos del gobierno, incluso se han llevado a algunos de ellos y no han vuelto a aparecer. Arrasan los lugares por donde pasan. - una mueca de desagrado se mostró en su rostro.

- Yo he visto su obra de destrucción, el cómo destrozan el mobiliario, las paredes...todo, esa manera de actuar siempre me ha hecho pensar que buscan algo, pero no sé lo que pueda ser. - bajó la vista pesaroso.

Un silencio se formó entre ambos, pareciera que buscaran las palabras correctas para llegar a su propósito, el más joven saciar su sed de información y el anciano...ya se vería...

- ¿Si es posible controlar a estos seres significa que hay un responsable para todo esto? - volvía a preguntar con cierta ansia, quería saber más sobre todo aquello.

Una sutil sonrisa se mostró en los labios del anciano, al parecer había conseguido interesar al joven Agreste.

- Así es, el responsable es aquel que tiene el prodigio de la mariposa, el cual le confiere el poder de crear los akumas. Pero lamentablemente desconocemos quien pueda ser.

- ¿Un prodigio? - con cada nueva información su curiosidad iba en aumento.

- ¡Un prodigio...eso es!...es la gema que otorga fantásticos poderes a quien la posea. Ladybug tiene uno. - habló con un entusiasmo renovado mientras que su invitado una vez más se mostraba sorprendido, manteniéndose estático en su lugar.

- Bebe, que se enfriara. - indicaba señalando la taza de té y captando nuevamente la atención del atónito chico - Ladybug es la poseedora del prodigio de la creación...- Félix separó levemente los labios con la intención de hablar - ...fui yo quien se lo entregó, porque yo soy el guardián de los prodigios.

Esta nueva información se aglutinaba en la cabeza de Félix, quien desde el inicio de la conversación y con cada nuevo descubrimiento se discernía entre la lógica y lo que había visto hasta ahora por inverosímil que le pudiera parecer.

Bajó la vista para tomar su taza, su mano se detuvo cuando se encontró en el centro de la mesa con una pequeña caja hexagonal de madera con unos grabados que no le eran familiares.

Levantó la vista hacia el anciano y este le hizo un gesto con la mano indicándole que la tomara.

Con cuidado tomó la caja y poco a poco la giraba observando cada pequeño detalle, dio una última mirada al anciano y se decidió abrirla.

Apenas la hubo abierto un brillante resplandor verde salió de ella, obligándolo a cerrar los ojos. En cuanto la intensidad de la verde luz disminuyo abrió los ojos, con un leve sobresalto se alejo hacia atrás al ver flotar frente a él un pequeño ser negro que se asemejaba a un gato. Dejo escapar pesadamente el aire contenido ya más por condescendencia que por hastío. A esas alturas ya no le sorprendía nada de lo que pudiera encontrar en esa ciudad.

- Hola soy Plagg - saludó dicharachero el pequeño ser.

Inclinándose ligeramente hacia la derecha Félix miró indeciso al anciano. Después de todo lo vivido no estaba muy convencido de entablar una conversación con alguien o algo que no sabía lo que era.

Haciendo una leve mueca Plagg se giro hacia el anciano.

- Maestro, ¿este es mudo o tímido?, ¿no podría elegir por una vez a alguno menos ton...?

- ¡Plagg!, cuida tus modales con nuestro invitado. - apuró a reprenderlo.

- ¿Que quiere decir con maestro?...y...y...¿que es esta cosa? - señalaba con el índice al pequeño ser.

- ¡Plagg!, mi nombre es Plagg y no soy una cosa soy un kwami. Maestro este es más tor... - replicó enérgico.

- ¡Plagg!. Lamento no haberme presentado antes, soy el maestro Fu y soy el último de los guardianes. Eso que tienes en tus manos, - Félix miró la caja que aun sostenía - es el prodigio de la destrucción y Plagg es el kwami que otorga los poderes a través de la gema.

Félix detallaba ahora el singular anillo que estaba en la caja, era una sencilla muestra de orfebrería que mostraba la efigie de un gato negro donde sobresalían la brillantez de una piedra roja en el centro y dos más pequeñas en verde que hacían la vez de ojos.

- Ayer si no hubiera sido por ti posiblemente habrían derrotado a Ladybug, - su voz se volvió sobria - es la primera vez que aparecen dos enemigos a la vez y no sabemos el porqué, lo único que tengo en claro es que esto irá a peor, los ataques con más de un akuma se volverán a repetir y una carga así es muy pesada solo para Ladybug.

- ¡No!. - una rotunda exclamación sorprendió al maestro Fu, rompiendo cualquier intento de continuar hablando.

No era necesario ser muy perspicaz para saber lo que vendría a continuación, y eso era un reto que él no pensaba afrontar sin mencionar que su intención era alejarse de esa ciudad y de su padre a la primera oportunidad que tuviera. El que él estuviera ahí fue más por injusta imposición que por propia voluntad, no había nada en ese lugar que lo obligara a quedarse y mucho menos con aquel hombre que dejo morir a su madre en la peor de las amarguras.

Inclinó levemente la cabeza y muy despacio dejó la pequeña caja sobre la mesa. Plagg miró inquieto al maestro Fu, quien permanecía en silencio mientras Félix se ponía en pie.

- Yo...lo lamento, espero que pueda encontrar a alguien que realmente esté dispuesto. - dando media vuelta se encaminó hacia la puerta.

- Esto no se trata de disposición Félix, cualquiera podría estar dispuesto, ¿quien no querría tener este poder entre su manos?. Esto se trata de convicción y de compromiso, y tú muchacho sabes de lo que hablo. ¿Acaso no te mantuviste al lado de tu madre todo ese tiempo?, ¿no te has enfrentado a tu padre defendiendo lo que era correcto?, no puedo obligarte a aceptar tal responsabilidad, es tu decisión y la respeto. - Félix mantenía la mano sobre el picaporte, escuchando al anciano sin girarse a mirarlo, apenas y se dio cuenta de que oprimía con fuerza su mandíbula ante los recuerdos evocados por las últimas palabras del maestro.

- ¿Algo habrá en Tientsin que te interese proteger?, - los veteranos ojos se entornaron con picardía y un sutil sonrisa de media lado se dibujo en los labios del anciano - solo te pido que tomes el prodigio y lo pienses hasta mañana y si tu decisión sigue siendo la misma no volveré a molestarte.

Para ese momento la mente de Félix estaba ensimismada en unos fulgentes ojos azules y en la sonrisa más inquietante que jamás hubiese visto. Su mano temblaba sobre el picaporte, dando un profundo suspiro regresó a la mesa y tomó con energía la caja.

- Solo hasta mañana. - advirtió al maestro Fu - ¡Tú te vienes conmigo!.

- ¡Pero...! - sin tiempo a responder tomó al pequeño kwami por el cuerpo y lo llevó hasta uno de los bolsillos interiores de su traje.

Con una expresión de satisfacción dio otro sorbo a su té cuando el joven Agreste hubo salido de la habitación.

Abotagado finalmente llegó a la casa de su padre, durante el camino tuvo que soportar paciente la insufrible charla del kwami, así como sus sonoras quejas sobre el hambre que tenía. Al final del trayecto solo tenía en claro dos cosas, la primera, la palabra transfórmame para poder utilizar el prodigio y la segunda que a Plagg le encanta el queso, para todo lo demás eran palabras dispersas en una espesa niebla.

Unos gritos provenientes de una de las habitaciones llamaron su atención, sigiloso se acercó y por la puerta entreabierta pudo ver a su padre discutir acaloradamente con un hombre de mediana edad y aspecto rudo.

- ¡Es inconcebible que no lo hayan encontrado aun!, ¡les he dado suficiente información como para que ya hubieran llegado a él!.

- Estamos...estamos haciendo todo lo que podemos señor. - se disculpó apocado, temeroso de la reacción de su jefe.

Frunció marcadamente el ceño e iracundo se puso en pie, caminó hacia el inquieto hombre, marcando en un sonoro golpe cada uno de sus pasos. Al llegar frente a él en un rápido movimiento levantó su brazo derecho propinándole una fuerte bofetada del revés, marcando profundamente los nudillos en el pómulo del inocente que sin poder evitarlo fue a parar al suelo golpeando su cabeza contra este.

Félix miraba incrédulo todo aquel derroche de maldad y prepotencia, con intensidad se clavaban su uñas en sus maños por la fuerza con la que apretaba sus puños. Echando mano a la puerta la abrió del golpe.

- ¡Que crees que estás haciendo!. - se encaminó directo al hombre que permanecía tendido en suelo.

Tomándolo por el brazo le ayudo a incorporarse y lo acerco hasta una silla. El maltrecho hombre aun aturdido levantó la vista y lo primero que vio fue la mirada amenazante de Gabriel.

Como pudo se puso en pie, zafándose del agarre del Félix que insistía en ayudarlo. Se irguió lo mejor que pudo frente a su jefe.

- Le...le prometo que pron...pronto daremos con el mapa. - un hilo de sangre comenzó a fluir desde su labio, tambaleándose salió de la habitación.

Félix estaba perplejo ante aquello, su padre acababa de golpear con crueldad a aquel hombre y este aun le rendía pleitesía, no paso por alto el terror que se reflejaba en la mirada de este, algo que aun le encendía más la sangre.

- ¡¿Como puedes tratar así a esta gente?! - recriminó alterado.

- ¡NO VUELVAS A PONER EN EVIDENCIA MI AUTORIDAD! - en apabullante grito se enfrentaba a su hijo.

Sin apartar su intensa mirada de Félix, regresó a su silla detrás del elegante escritorio.

- ¡Tú no puedes...! - intentaba rebatir sus palabras a la vez que reprender sus acciones.

- ¡Yo puedo hacer lo que quiera! - hiriente, acalló la voz de su hijo.

Ninguno doblegaba su posición, sus miradas se enfrentaban retadoras, hasta que una sonrisa de superioridad se mostró en Gabriel.

- Siéntate... - ordenó con voz impostada - por favor. - suavizó el tono al final.

No se esperaba ese repentino giro en la actitud de su padre, dudó por un momento pero acató la petición.

- Hace algo más de diez años que llegue a este país intentado conseguir un porvenir que darles a ti y a tu madre. Fue una época difícil era mil ochocientos sesenta y cinco, solo habían pasado cinco años desde que se acordaran las concesiones, la gente de aquí aun nos veía como enemigos...¿sabes cuantas veces intentaron matarme?. - apartó la mirada de su hijo para ver el gran mapa que tenía sobre la pared - Además estaban los ingleses que aun eran peores, las mejores propiedades había que pagarlas con sangre, siempre era una batalla con ellos por conseguirlas.

Se levantó y fue hasta una mesa con botellas, tomó un vaso bajo y se sirvió una copiosa cantidad de coñac, regresando después a su asiento.

Félix solo se mantenía en silencio, siguiendo con la vista los movimientos de su padre. Notaba como Plagg se movía inquieto en su bolsillo.

- Y aun con todo eso logre abrirme paso entre todos y forjar un pequeño imperio. - sus ojos se abrían cada vez más denotando su exaltación - Pero eso no es suficiente, siempre habrá gente que intente destruirte, que quiera verte hundido,...- dio un sorbo a su licor y clavó su mirada en su hijo - pero eso pronto cambiara.

- ¿Que quieres decir con eso? - incomodó con aquella conversación se aventuró a preguntar.

- Hace unos meses en una de las excavaciones encontraron un pequeño arcón y en él había un libro. En este se relataba una historia acaecida en el siglo cuatro antes de Cristo, donde un artesano un día se encontró con un ave fénix posada sobre una roca, creyendo que la roca era especial al ser elegida por tan fantástico ser decidió llevársela al rey.

Gabriel dio un nuevo sorbo a su bebida mientras que Félix sin saber a qué venía aquella historia solo pensaba en marcharse lo más lejos posible de su padre.

- La roca fue entregada al rey y este la despreció al verla como un vulgar pedrusco sin valor, castigando por ello al artesano, - le incomodó la expresión seria de fastidio que mostraba su hijo - no te aburriré con los detalles, - indicó molesto - no fue hasta dos reinados después cuando el monarca decidió abrir la roca, y ahí para sorpresa de todos encontraron una perfecta pieza de un invaluable jade azul.

Tomó su vaso y se puso en pie, caminó hasta quedar frente al escritorio y se recargo contra él, siempre mirando de soslayo a su hijo.

- Esa pieza de jade azul, hijo, es especial. Todo aquel que la ha poseído ha visto como su imperio crecía a pasos agigantados, era invencible en las batallas y podía doblar la voluntad más férrea. Tenía la lealtad incondicional de todo aquel que se acercaba a él. - dio el último sorbo a su bebida y dejo con fuerza el vaso sobre la mesa - ¡Y yo quiero ese jade azul!, ¿te imaginas hasta donde podré llegar?, tendré poder sobre todos.

- ¿Que te detiene entonces para hacerlo? - inquirió ya hastiado de aquella verborrea sin sentido que parecían más las lucubraciones de un loco.

- Que no sé donde está. - golpeó frustrado la mesa con su puño - La última página del libro fue arrancada y al parecer tenía un mapa que indica el lugar exacto donde el último rey que tuvo el jade lo enterró para que nadie más pudiera tener aquel poder.

- Pero estoy muy cerca de encontrarlo, es solo cuestión de tiempo. En el arcón había también un broche que me ha facilitado las cosas en la búsqueda del mapa.

- Y es por eso que te necesito aquí, serás quien se ocupe de ir a las zonas de trabajo, de presentarse en mi nombre para que todos esos haraganes sepan que aunque no este ahí están siendo vigilados. Al ser mi hijo acabaran temiendo tu presencia y trabajaran aun más. Y así podré dedicarme completamente a encontrar el mapa.

La expresión de Félix era en ese momento de total incredulidad, su padre le estaba ordenando que se convirtiera en un esclavista. Mascullando algún improperio se puso en pie ya con la plena convicción de lo que iba hacer.

- Tendrás que hacer tu mismo tu trabajo sucio, yo tomare el primer barco que salga para Francia o para donde sea. No quiero permanecer ni un momento más aquí. Y pensar que aun albergaba alguna esperanza hacia ti pero eres un ser malvado sin escrúpulos.

Se irguió un poco más, sintiéndose incomodo ante la sonrisa de suficiencia de su padre.

- Tú no iras a ningún lado y harás solo lo que yo te he dicho. Ya estuviste diez años de vago, refugiándote entre las faldas de tu madre, seguramente habrá muerto por tener que llevar la carga de tener que cuidarte. - los dientes le dolían por la tremenda presión que estaba aplicando a su mandíbula y sus ojos ahora cristalinos contenían las lagrimas - Pero eso se acabo, harás lo que te he dicho sin cuestionarme y si no estás de acuerdo con eso puedes ocupar un lugar en las excavaciones que seguramente algún chino te lo agradecerá.

Sin molestarse en responder salió del despacho, azotando la puerta con furia. Cada objeto con el que se encontraba en su camino pagaba el dolor de su frustración. Cerró con fuerza tras de sí la puerta de su habitación, dejándose caer pesadamente sobre sus rodillas, y fue ahí en la soledad donde las imágenes de los últimos momentos de su madre aparecieron de golpe en su recuerdo y sus ojos ya anegados dejaron correr libre sus lagrimas.

No sabía a qué sentimiento que ahora le embargaban acogerse, la ira, la impotencia, la frustración, la tristeza, todos a la vez lo atormentaban sin clemencia. Nada...no había nada bueno en su vida a que asirse.

El pequeño kwami salió del bolsillo y siendo prudente por una vez se sentó a su lado respetando el silencio.

Por segunda vez ese día la imagen de unos alegres ojos azules se abrían paso entre tanta desesperación. Tal si fueran una blanca paloma que retorna con la rama de olivo, esos dos luceros le indicaban que más adelante podría encontrar por fin la alegría perdida.

Lo que su padre estaba haciendo era una locura, una que ya se había cobrado la felicidad de su madre y ahora sometía a gente inocente a un yugo opresor. Ya no estaba en sus planes huir por egoísmo, si quería encontrar la paz, lo haría ayudando a los demás a hacerlo también.

Ante los atónitos ojos del kwami, sacó el anillo de la caja y lo colocó en el dedo medio de la mano derecha.

- Al final tendremos que estar juntos. - le mostró una tímida sonrisa al pequeño ser.

- ¡Plagg, transfórmame!...