Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y a la Saga Crepúsculo.
.
¡Hoooooola de nuevo!
Para no romper con la tradición de todos mis Fics comienzo agradeciéndoos vuestro apoyo y el recibimiento tan bonito que me habéis dado. Os comentaba a alguna de vosotras que tenía la sensación de estar en una reunión de antiguos alumnos volviéndoos a leeros. De verdad sois un amor.
Os dejo con un nuevo capítulo. Como los primeros son un poco más breves, actualizaré hoy y otro el fin de semana para que podáis haceros una idea de los personajes.
Sin más, os dejo con Bella. Espero que os guste.
.
PITIDOS Y SILENCIOS
BPOV
.
[CINCO DÍAS ANTES]
Mi día comenzaba de pena.
A penas eran las nueve de la mañana y ya me faltaba el aire. Si no conseguía llegar en diez minutos mi jefe iba a darme una buena patada en el culo y no podía permitirme perder mi trabajo.
¡Joder, necesitaba este trabajo!
Me quedaban un total de veinte dólares para pasar esta semana. Sí, sin duda, necesitaba este trabajo y mucho más el sueldo que conllevaba.
Apresuré mis pasos y acabé cruzando la puerta solo cinco minutos más tarde de mi hora de llegada.
-Llegas tarde. – me recordó mi pedante compañero.
James Witherdale era bastante buen compañero aunque le encantaba sacarme de quicio con su perfección y sus bromas que solo él entendía. Tenía veinte años y estudiaba magisterio aunque trabajaba aquí en sus ratos libres sacándose un dinero extra para ayudar a su madre con los gastos de su casa. Era un buen tipo, sin duda.
Su melena rubia estaba atada en una perfecta coleta y ya vestía su uniforme haciéndome enfadar con su asquerosa puntualidad.
-No, no lo hago y si tú no dices nada, nadie se dará cuenta. – puntualicé mientras iba a cambiarme sin perder ni dos segundos en discutir con él.
Dejé mi viejo, pero precioso, vestido de flores en la taquilla y me puse mi aburrido uniforme. Salí a ayudar a James a preparar la tienda antes de la apertura.
Me paré contemplando el lugar que pagaba mis facturas y mataba mi ánimo; la tienda del museo MoMA. Había varias por toda la ciudad pero yo trabajaba, precisamente, en la del propio museo. Veía pasar a través del lobby a miles de personas cada día para ver las exposiciones de otros artistas… Lo único que me aportaba este trabajo era que cada día durante ocho horas me sintiera un poco más fracasada que el día anterior.
Llegué a Nueva York hace más de medio año, después de pasar una temporada en Vancouver. Había sido un buen lugar. Trabajé en un pub que me dejaba exponer de vez en cuando, no como el mes escaso que pasé en Los Ángeles que no me aportó mucho más que calor y dolor de cabeza.
Me había convertido en un verso suelto que no estaba mucho tiempo en el mismo lugar. Siempre rodando, buscando algo que aún no había encontrado y que muchas veces dudaba, incluso, saber qué era. En el fondo lo que más me gustaba de mi vida era la libertad. Nada me ataba en un sitio. Me dejaba impregnar por todo lo que podía aportarme y cuando no había nada más de lo que aprender me marchaba. Sola.
Me gradué en San Francisco. Allí viví y disfruté durante cuatro años con la ilusión de que cuando consiguiera graduarme mi vida mejoraría pero estaba equivocada. Cada vez que tenía que pagar las cuotas de mi crédito universitario me daban ganas de llorar. Trabajar en la tienda de un museo no era lo que esperaba cuando me gradué en Bellas Artes.
Aún así, levanté mi ánimo obligándome a sonreír. Tenía veinticinco años y tiempo por delante suficiente antes de considerarme una auténtica fracasada. Quizás Nueva York no era mi lugar en el mundo, cosa que no debía sorprenderme, por otro lado. No había lugar para una Swan en esta ciudad.
-¿Vas a hacer algo? – me apremió James con cara de disgusto al ver que le tocaba hacer todo el trabajo solo debido a que mi cabeza estaba en otro lugar.
-Estás especialmente quejica hoy. – repliqué aunque me puse en marcha antes que pudiera echarme en cara algo más.
Hice el primer cuadre de caja antes de abrir. Como cada mañana comprobé que no había desbarajustes de dinero. Era algo que ni James ni yo podíamos permitirnos.
Miré el reloj.
Faltaban diez minutos para abrir el museo y dos para que él bajara por las escaleras que tenía en frente con su perfecta sonrisa pintada en la cara.
Quizás éste no fuera el trabajo ideal pero él lo hacía mejor aunque sonara como una novela romántica cursi.
Jasper Hale era mi jefe y estaba completamente encaprichada por él. Lo que era, sin duda, algo nuevo para mí.
Era simpático, inteligente y a pesar de lo patética que parecía a veces le caía bien. Habíamos ido a tomar algo varios días y lo habíamos pasado en grande, al menos yo. Por su cara creía que él también. Podíamos pasarnos horas hablando de cualquier tema, especialmente de cualquier cosa que envolviera arte a su alrededor.
-Buenos días. ¿Qué tal estáis? – nos preguntó Jasper animado con sus perfectos modales sureños.
James y yo cabeceamos a modo de saludo mientras le entregaba el documento de cuadre.
-Esta noche toca mi banda en Terry's. ¿Te apuntas?- me preguntó Jasper apoyándose en el mostrador mirándome con esos ojos azules tan intensos.
Jasper se encargaba que todo en el museo funcionara perfectamente pero seguía manteniendo ese espíritu rebelde con su banda de rock.
-Trabajo. – me quejé enfadada conmigo misma por desaprovechar esta oportunidad.
-Si me consigues una copa gratis podría pasarme por ahí cuando acabe y acompañarte a casa. No me gusta que vayas sola por estas calles tan tarde. – se ofreció y mi tonto corazón se saltó un latido por lo que podían llegar a significar mis palabras.
Lo mejor de Jasper era que conocía todas mis miserias y seguía tratándome igual. Al menos las actuales.
Y mi realidad era ésta; cuando no me llegaba el dinero a final de mes hacía unas horas extras en un bar del centro que solía estar repleto de turistas y dejaban buenas propinas.
-Si vienes que sea por la copa y la compañía. – dije guiñándole un ojo aparentando más valentía de la que realmente sentía.
-Hecho. – aseguró antes de acabar de organizar los turnos y marcharse a la zona de venta de entradas que solía ser lo que más trabajo le ocasionaba.
El día en el museo fue increíblemente aburrido, como lo eran todos los laborables en épocas no festivas.
Me pasé por casa para cambiarme de ropa y poder comer sin gastar más dinero del necesario. Me quedaba aun un paquete de fideos que para ser tan baratos sabían a gloria.
Saludé a uno de mis nuevos compañeros de piso, Boris, creo que era ruso pero no pondría la mano en el fuego por eso. Cambiaban tan rápido que había optado por no perder el tiempo aprendiéndome sus nombres. Mucho menos encariñándome con nadie.
Cuando llegué a la ciudad soñaba con poder llegar a vivir en el Soho, quizás en un loft de estilo bohemio. En cambio, compartía habitación con dos desconocidos en un apartamento viejo. Aunque no podía quejarme mi habitación tenía vistas al puente de Brooklyn. Cuando estaba triste miraba sus luces y todo desaparecía.
Me puse mis tejanos negros preferidos y una camiseta gris de "Los Ramones" algo desgastada. Me calcé mis botines más cómodos y salí con el ánimo renovado. Por mucho que adorara mi vestido de flores no era demasiado factible como uniforme para una camarera en un bar de copas.
Caminaba por las calles, distraída, pensando en las pinturas que tenía que comprar para substituir las que se me habían acabado después de pintar varios encargos a la abuela de una compañera del museo y de los que aún esperaba su pago.
Mi mente volaba lejos cada vez que pensaba en mis cuadros y pinturas.
Quizás si hubiera estado más atenta podría haber entendido que los gritos de la gente iban dirigidos a mí antes de sentir el fuerte impacto contra mi cuerpo.
Caí contra el asfalto tan fuerte que el aire me abandonó.
Dolía mucho.
Chillé.
Lloré.
Estaba rodeada de gente que me miraba con espanto pero nada calmaba el dolor que sentía en el costado derecho de mi cuerpo.
Hasta que todo se detuvo y solo hubo silencio.
Solo unos ojos verdes surgieron de mis recuerdos antes de dejar de ser consciente de todo lo que me rodeaba.
…
[ACTUALIDAD]
Escuchaba un pitido agudo a lo lejos como si alguien se hubiera dejado el despertador encendido. Tan olvidado que nadie lo paraba. Cada vez el estruendo era más ensordecedor.
Intentaba abrir los ojos para localizar de dónde provenía, quizás podía levantarme y pararlo, pero mis parpados pesaban mucho.
Desistí.
Volví a abrir los ojos, incapaz de decir cuánto tiempo había pasado desde la última vez que lo intenté. Solo sabía que finalmente alguien había parado el despertador.
Volvía a sentir ruidos, más tenues, a mí alrededor, pero esta vez me esforcé en mantener los ojos abiertos. Comenzaba a tener la sensación que algo no iba bien.
-Hola. – escuché que una mujer pequeña con ojos rasgados y facciones finas me saludaba inclinándose sobre mi cara.
-Yo… ¿Qué?. – intentaba hablar pero mi boca estaba seca y mi mente aturdida.
No pude moverme tampoco aunque no tenía la sensación que algo me inmovilizara. Mis huesos pesaban tanto que no podía con ellos.
-Soy la doctora Brandon, Alice. Estás en el hospital de Brooklyn. Te atropellaron. – me explicó aunque estaba confundida y no acababa de entenderla.
-Yo.. no… - balbuceé sin entender nada. Me costaba procesar sus palabras.
-Descansa. Estás bajo los efectos de mucha medicación. Hablaremos más tarde. – me dijo con una sonrisa tranquila.
Cabeceé volviendo a cerrar los ojos.
…
Llevaba cinco días ingresada, al menos de los que era completamente consciente, y si no fuera por los calmantes seguiría llorando de dolor.
Marisa, la enfermera que se había estado encargando de supervisar mis constantes durante el turno de la tarde, entró en la habitación con su sonrisa incansable.
Ella y la doctora Brandon habían estado a mi lado durante todas estas horas y, con suma paciencia, se habían encargado de explicarme todo lo que había pasado y lo que habían tenido que hacer para recomponer los maltrechos huesos de mi pierna y brazo.
-Hola de nuevo Bella. – me saludó mientras arrastraba la máquina para tomar mi tensión. - ¿Cómo te encuentras? – preguntó ajustando la tela a mi brazo.
-Mejor. – hice mi mejor esfuerzo por convencerla.
No podía quedarme más días ingresada. De hecho, si le preguntabas a mi risueña doctora debería hacerlo mínimo una semana más, pero la realidad era que no podía permitírmelo.
-Tu tensión lo está, eso te lo compro. – me miró de tal manera que dejaba cristalinamente claro que no me creía.
Tenía razón.
Me sentía horrible.
Mi lado derecho del cuerpo dolía tanto que ni la medicación que me daban ayudaba a menguar los constantes pinchazos.
Ese todoterreno me había golpeado tan fuerte que me había destrozado por demasiados sitios mi pierna y brazo. Mi amable doctora confiaba en una rápida recuperación para mi brazo pero su cara se transformaba cuando hablaba de mi pierna. Hasta ahora había evitado que me contara el pronóstico para mi futuro próximo pero se me acababa el tiempo, especialmente, si quería que me dieran el alta lo antes posible.
-¿Cómo está mi paciente preferida? – la voz cantarina de la Doctora Brandon inundó mi habitación.
Todos habían sido muy amables conmigo, seguramente el que estuviera sola les había conmovido. La gente acostumbraba a recibir visitas durante sus estancias en el hospital. Hasta de esos conocidos con los que no cruzas excesivas conversaciones intimas pero no era mi caso. No conocía a mucha gente en la ciudad y a la que conocía no iba a molestarla con esto. Implicaría demasiados favores y vínculos que no estaba segura de poder devolver. No me gustaba estar en deuda con nadie.
-Bien… Genial… Algo dolorida, sí, pero mucho mejor... sin duda. – fui añadiendo a medida que mi doctora me miraba incrédula, alzando sus cejas. ¿Hasta dónde podían llegarle?
-No te creo y en el caso que sea verdad que no te duele es gracias a los analgésicos, pero una actitud positiva siempre es clave en la recuperación. – contestó sin desfallecer.
Respiré hondo. Había llegado el momento de ser sincera.
-Quiero el alta. – pedí sin mesurar demasiado mi ímpetu.
La Doctora Brandon me miró sorprendida. Le pidió la carpeta de mis constantes a Marisa.
-Hollywood ha hecho mucho daño a la profesión. – fue lo único que dijo antes de cerrar la carpeta.
-Voy a ser sincera doctora. – le dije apenada por ser tan desagradecida con quien tan bien se había portado conmigo. – No puedo pagar todo esto… Así que si estoy estable preferiría seguir mi recuperación en casa. – confesé. – Prometo seguir a rajatabla todas sus instrucciones. – cedí haciendo su gesto se dulcificara después de mi intento de intrusismo laboral.
-¡Odio nuestro sistema sanitario! – se quejó. – Te entiendo, así que estoy dispuesta a ceder siempre que tengas ayuda en casa. Es mi única e inmovible condición.
-Hecho. – acepté encantada viendo mi salida cerca.
-Genial. – coincidió con una blanca y perfecta sonrisa. – Dame su nombre y número de teléfono. Lo llamaré para explicarle todo y para que venga a buscarte. No tenemos a nadie como contacto de emergencia. – agregó dejándome sin salida.
La triste realidad era que no tenía a nadie de suficiente confianza como para acarrearle esa responsabilidad. Quizás podría llamar a Jasper pero odiaría que me viera en estas condiciones.
-Bella tienes una rotura en la pierna que te ha destrozado la rodilla. Nos ha costado horas reconstruirla y tu mano derecha acabó aplastada por un coche enorme. No te voy a dejar irte sin antes haber tenido una charla de, como mínimo, media hora con la persona que se va a asegurar que haces reposo para que mi magnífico trabajo sea fructífero. – dijo a una velocidad supersónica. Tenía suerte de estar menos atontada porque si no solo hubiera entendido mi nombre.
Solo necesitaba un nombre y después inventaría alguna excusa. Era lista, seguro que algo se me ocurría después pero ahora solo necesitaba salir de ésta.
Un nombre.
Un maldito nombre.
Entonces caí.
¡Dios! ¡Era una genial!
Era la persona perfecta.
Alice tendría su nombre y yo podría volver a mi apartamento. Con suerte cuando Alice se enterara mis papeles estarían listos y yo habría urdido otra excusa más creíble para salir de este golpe que me había dado la vida. Literal y metafóricamente.
-Edward Cullen. – anuncié aparentando seguridad. Ante todo necesitaba que Alice Brandon me creyera.
-¿Edward Cullen? – repitió estupefacta.
Asentí.
-Edward Cullen. – repetí firme.
-Está bien… Edward Cullen. –dijo de nuevo, aún confundida. Miró a Marisa quien tenía el mismo gesto petrificado que ella antes de salir de la habitación.
No me lo podía creer.
¡Lo había conseguido!
Y había sido mucho más fácil de lo que había pensado. Al fin la suerte estaba de mi lado. Esperaba que no me abandonara la iba a necesitar si quería pagar otra factura más que ya intuía no iba a ser barata.
.
[**]
.
¡Ya conocéis a Bella! ¿Qué os ha parecido? Como siempre os digo poco a poco iremos conociendo más de ellos.
¿Alguna teoría? Os leo y sabéis que adoro cuando os ponéis a hipotetizar jajaja
Un abrazo fuerte,
Nos leemos en el próximo ;)
