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SASUKE

Estaba en Roma, dentro de un almacén. Aunque me hubieran arrancado el rastreador del brazo, seguía siendo una estupidez de sitio al que llevarme. Seguramente Obito me estaba siguiendo la pista de cerca cuando se interrumpió la conexión, lo cual le había confirmado que me iban a mantener en Italia. Mi hermano era un imbécil, pero muy observador para las cosas importantes.

Irónicamente, no estaba más que a media hora de la antigua base de Bones. Era probable que Tristan hubiese escogido el lugar por lo cerca que estaba de casa. Obito nunca esperaría encontrarme tan cerca. Cuando me quitaron el rastreador supe que aquella situación se iba a complicar. Me sería mucho más difícil escapar. Y ser rescatado, todavía más.

Pero Obito era inteligente, igual que los hombres que trabajaban para nosotros. No descansaría hasta haberme encontrado.

En cambio, Botón... estaría sollozando en ese preciso instante.

Estaría más asustada de lo que lo había estado en toda su vida.

Perderme significaría perder una parte de sí misma.

No podía pensar demasiado en ello porque se me partía el corazón. Tenía que salir de allí por ella. Tenía que salir de allí por el pequeño Uchiha que crecía en su interior. No le negaría a mi bebé la seguridad de tener cerca un hombre poderoso que lo protegiera. Si era niño, le enseñaría a amar por el modo en que yo amaba a su madre. Si era niña, le enseñaría qué esperar de un hombre que aspirara a su mano... si era lo bastante valiente como para estrechar la mía.

Pero hasta en el supuesto de que no consiguiera salir con vida, sabía que Botón saldría adelante.

Aquella mujer era fuerte.

Quedaría devastada, pero continuaría sin mí. Tendría mi fortuna y a mi hermano para protegerla. Criaría a mi hijo para que fuera un hombre y a mi hija para que fuera más fuerte de lo que yo había sido nunca.

Ella lo lograría.

Pero yo no quería obligarla a hacerlo.

Tenía que salir de allí.

Estaba a solas en un pequeño almacén. El hormigón estaba húmedo por una fuga en una de las cañerías. Aquello me decía que estaba dentro de un complejo más antiguo, del tipo que estaría situado por las afueras. Había algunas cadenas colgando del techo, indicándome que aquel lugar había sido utilizado originalmente para cargamentos pesados. Eso quería decir que estábamos cerca de una carretera por la que camiones de gran tamaño pudieran acceder con facilidad a la zona. Seguramente no tendría oportunidad de hablar con Obito, pero si se me presentaba, necesitaba darle toda la información posible.

Tenía el ojo derecho cerrado por la hinchazón y la parte derecha de la mandíbula rota. Tristan me había atravesado el antebrazo de una puñalada, teniendo cuidado de no cortarme ninguna arteria, pero penetrando lo bastante para debilitarme al hacerme sangrar por todo el suelo. Tenía muchas costillas rotas. El pulso me martilleaba en la sien. Me había dado una buena paliza, en venganza por todos los hombres que había matado.

Yo no emití ni un solo sonido en ningún momento.

Sabía lo que se avecinaba. Sabía cómo enfrentarme a ello. No le daría la satisfacción de hacerme daño de verdad. Sólo a través de mi esposa podía herirme de verdad. Y ella estaba muy lejos, protegida por mis mejores hombres.

Tristan no tenía nada que utilizar en mi contra.

Se abrió la puerta y apareció una sombra, a la que siguió la silueta de Tristan. Sus botas apisonaron el duro cemento a medida que se aproximaba a mí, mientras los guardias que había a ambos lados de la puerta lo contemplaban en silencio. Cada uno de ellos llevaba un arma en la cadera.

Tenía las manos atadas a la espalda y los tobillos unidos y rodeados con cadenas. No había modo de escapar de aquella por mi cuenta, no a menos que encontrara una herramienta adecuada para liberarme. Observé a Tristan acercarse a mí mientras su rostro aparecía por fin a la vista.

Retorcía los labios en una mueca permanente y tenía una nariz ganchuda como una garra. Sus pobladas cejas necesitaban mantenimiento y sus ojos eran del color de esas manchas de aceite que aparecen debajo de los coches averiados. Compadecí a Temari por haber tenido que follarse a un tío tan feo.

Tristan se detuvo frente a mí con los brazos colgando a ambos costados. Tenía una pistola, pero no la desenfundó.

―Te veo fatal, Sasuke.

Escupí un chorro de sangre a un lado. Me había dado unos cuantos puñetazos en la boca.

―Sigo teniendo mejor aspecto que tú.

Entrecerró agresivamente los ojos.

―Eres muy valiente... o muy estúpido.

―Son lo mismo, si te interesa mi opinión. ―No me dejaría intimidar ni por aquel ni por ningún otro hombre. Demostrar miedo era una sentencia de muerte. Los ruegos y las súplicas no me salvarían la vida. Sólo me despojarían de mi dignidad justo antes de que terminara mi existencia.

Tristan cogió una silla de un extremo de la sala y la plantó delante de mí. Se sentó como si fuera a tener lugar una larga conversación.

―¿Estás disfrutando de tu estancia con nosotros?

―No es un hotel de cinco estrellas, pero no está tan mal.

Cuanto más me hacía el listo, más se irritaba. Él sabía que de haberse encontrado en una situación similar, nunca habría tenido la valentía que yo estaba demostrando. Intentaba ejercer su poder sobre mí, pero nunca podría lograrlo, no si yo no se lo permitía.

―He hablado con tu hermano.

―¿Qué tal está? ―Proyectaba un aura de tranquila indiferencia, pero no era más que un paripé. Tenía que encontrar una manera de volver junto a mi esposa... mi esposa embarazada.

―Ha tenido momentos mejores –dijo―. No estuvo muy hablador.

–Probablemente porque está ocupado tirándose a tu antigua prisionera.

Los ojos de Tristan volvieron a estrecharse... y esta vez pareció estar pensando en pegarme. A lo mejor perdía los nervios y me daba un tiro sin más. Pero en ese caso no tendría nada con lo que negociar para recuperar a Temari. Seguramente todo esto venía de ahí. Le había cabreado que se la quitaran y me estaba utilizando como rehén para que se la devolvieran. Yo no tenía ni idea de si Obito accedería o no al intercambio. Por un lado, yo era su hermano y haría cualquier cosa para salvarme. Por el otro, ella era la mujer a la que amaba. Si me dieran a elegir a mí, me resultaría difícil tomar una decisión.

―El único modo de que puedas salir de aquí es haciendo un intercambio.

Mis sospechas eran correctas.

―Dime dónde está tu mujer y te dejaré marchar.

Oculté mi reacción lo mejor que pude, pero a duras penas logré controlarme. Antes ya me había preguntado por Sakura, pero me había figurado que se debía a que planeaba secuestrarnos a los dos. Sin embargo, daba la impresión de seguir detrás de ella.

―No veo qué importancia puede tener ella en todo esto. No tuvo nada que ver con el secuestro de Temari.

―Tienes razón. No tuvo nada que ver. Pero desde que le puse los ojos encima a esas tetas y a esas piernas tan largas, he deseado follármela igual que haces tú, Sasuke.

Toda mi sangre abandonó mi corazón bombeada hacia las extremidades. Mis músculos recibieron una descarga de adrenalina y se contrajeron automáticamente, preparados para el combate. Si no hubiera estado atado en aquel momento, habría matado a Tristan con mis propias manos. Le habría arrancado los ojos antes de destrozar el resto de él, desgarrándole las extremidades y los dedos.

Mantener una actitud estoica en aquel momento fue lo más duro que he tenido que hacer jamás. No podía dejarme provocar por su mala leche. Tenía que seguir manteniendo la calma porque cabrearme era justo lo que él quería. Defender el honor de mi esposa no era lo prioritario en aquel momento. Todo lo que Botón quería era que yo volviese a su lado. Las siniestras intenciones de Tristan no podían importarle menos.

―Me vas a decir dónde está. Cuando la tenga a ella, te soltaré a ti. Me parece un castigo justo por el modo en que me habéis puteado vosotros dos. Tú consigues tu libertad, y puedes imaginarte lo que estará haciendo tu esposa cada hora del día, encadenada a mi cama. ―Me fulminó con una mirada cargada de hostilidad vengativa.

Yo ni siquiera parpadeé.

―No te voy a mentir diciéndote que no sé dónde está. Sé exactamente dónde está. Pero nada de lo que puedas hacerme conseguirá que te la entregue. Puedes cortarme todas y cada una de las extremidades trozo a trozo, hasta que no quede nada o muera desangrado. Puedes torturarme como más te excite. Seguiré sin soltar ni una puta palabra. Si no me crees, ponme a prueba. Saca las sierras y los taladros y mátame lentamente. ―Yo era el que estaba atado y lleno de golpes, pero en ningún momento perdí mi confianza o mi autoridad. Tristan estaba a mi merced porque intentaba penetrar en una cámara acorazada impenetrable. No había dinero ni armas suficientes en el mundo que lograran permitirle avanzar hacia su objetivo. Moriría con gusto antes de consentir que cualquier hombre se acercara a la mujer que amaba.

Tristan estudió mi expresión como si tuviera las palabras que había pronunciado escritas en la cara. No sonrió ni hizo mueca alguna, absorbiendo el mensaje como una esponja. Se levantó de la silla y la empujó a un lado.

―Ya le he dicho a Obito que es el único intercambio que estoy dispuesto a hacer. Así que, sea como sea, uno de los dos terminaréis por ceder. Lo único de lo que todavía no estoy seguro es de cuál de vosotros será.

Obito sabía exactamente lo que querría yo en aquella situación. Sabía que ni siquiera me parecería bien entregar a Sakura, sacarme de allí y después unirnos para recuperarla. No querría que ningún hombre le pusiera una sola mano encima a mi esposa, sin importar lo breve que fuera el contacto. Ni aun estando Sakura de acuerdo me parecería aceptable.

Prefería morir.

Obito lo sabía. No me cabía duda de que tomaría la decisión correcta... incluso si hacerlo significaba no volverme a ver jamás.