-Tiempo-
II. Presente
La muerte de Eren había supuesto un antes y un después muy brusco en la vida de todos. No solo de Mikasa o de Armin, quienes eran sus amigos de la infancia y quienes acabaron con su vida y asumieron la responsabilidad respectivamente, sino de todos los que alguna vez habían tenido contacto directo con él.
Jean, más que otra cosa, sintió mucha frustración por cómo había acabado todo. Eren ya no estaba, pero quién sí quedaba allí era Mikasa. Una Mikasa que probablemente estaría destrozada, con el alma herida de muerte y que cambiaría para siempre, sin dejar un solo rastro de la persona que había sido en el pasado.
Curiosa paradoja eran unas palabras más que acertadas para definir el final de Eren; el héroe, el villano, que había engañado a sus compañeros para que acabaran con él y, en consecuencia, con aquella pesada carga que tenía todo el pueblo descendiente de Ymir.
El presente lucía realmente aterrador. Porque sí, era cierto que el poder de los titanes se había esfumado de la faz de la Tierra, pero se abría un período de incertidumbre muy inquieto para los habitantes de Paradis y, sobre todo, para los supervivientes del antiguo Cuerpo de Exploración, que a partir de ese momento serían considerados traidores para siempre por haber llevado a cabo el asesinato de Eren, villano para muchos, pero salvador indiscutible para aquella isla y la gente que la habitaba.
Por lo tanto, algunos de los antiguos soldados devotos de la isla que siempre había albergado demonios habían organizado una visita clandestina. Una especie de despedida que era sobre todo para Eren. Para el camarada, amigo, compañero o amante que lo había sacrificado todo por el bien de la gente que amaba, sin pensar en que la humanidad era mucho más que una pequeña porción de tierra encerrada entre murallas.
Jean, sentado en un prado de las afueras, allí donde no serían vistos porque era una zona completamente despoblada, miraba el cielo azulado. Había algunas nubes blancas adornándolo y la brisa soplaba a ratos, como si quisiera limpiarle algún pensamiento descolocado en su cerebro. Connie estaba a su lado con la misma postura y mirando hacia el mismo punto. Ambos estaban en silencio.
Ellos también le debían mucho a Eren, muy a su pesar. No recordaban demasiado de la sensación de haber sido titanes, pero a Jean le daba una especie de escalofrío que le sacudía todo el cuerpo cuando sus conexiones neuronales actuaban y algunos esbozos de recuerdos de ese momento se le aparecían en la mente.
En cualquier caso, ahora estaban ahí, habían sido capaces de sobrevivir a una masacre que había acabado con un porcentaje muy elevado de la humanidad y debían sentirse aliviados por ese hecho. Pero Jean también sentía algo de vacío en su interior y sabía bien a qué se debía.
Siempre había sabido que no tenía demasiadas posibilidades de conquistar a Mikasa, pero ahora quedaba más que claro que no tenía ninguna. Sin Eren, ella simplemente se refugiaría en su recuerdo, lo velaría durante el resto de su vida y nunca pensaría en encontrar a otra persona a quien amar. Era injusto, pero no podía hacer nada para cambiarlo.
También era cierto que ellos habían pasado varias noches juntos antes de que se activara el retumbar y que Jean no podía sacarse de la cabeza los gemidos de Mikasa inundando la habitación ni la forma tan cruda pero placentera con la que tenían sexo. Era lo único que permanecía junto a él al final; el recuerdo de aquellas efímeras noches pasionales, así que no le quedaba de otra que aferrarse a él.
—¿En qué piensas tanto? —preguntó repentinamente Connie, haciendo que Jean se sobresaltara.
Dándose cuenta de la naturaleza de sus pensamientos y de que los había esparcido sin control por su mente aun cuando su amigo se encontraba al lado, se sonrojó y echó la vista hacia otro lado.
—En nada —farfulló con molestia y Connie se rio por su reacción.
Le empezó a dar codazos leves mientras sonreía con picardía y alzaba las cejas sin parar, gestos que le resultaron a Jean muy hastiosos.
—Es en Mikasa, ¿no? —canturreó con voz divertida—. Ahora que Eren no está, deberías aprovechar.
—Cállate, asqueroso —espetó Jean mientras lo alejaba de su lado empujándole la cara con la mano.
El silencio se instaló de nuevo durante algunos segundos en los que la risa de Connie se entremezcló con el viento. Jean suspiró y se llevó la mano hacia la parte posterior del cuello para rascársela. Hacía mucho tiempo que no tenía ese tipo de charlas con su amigo y aunque le fastidiara su actitud a veces, también le tenía mucha consideración y cariño. Era prácticamente su hermano. Parecía casi irreal que pudieran estar hablando de temas que conciernen a seres humanos normales y corrientes y no de planes concienzudamente urdidos para derrotar a titanes o marleyanos. Le alegraba profundamente que pudiera compartir esos momentos de cotidianidad con él, aun sabiendo que en realidad echaba de menos a muchísima gente.
—Sí, es en Mikasa… —aceptó, suspirando de nuevo.
Connie le pasó el brazo alrededor del cuello con jovialidad.
—Es que… ¿ha pasado algo?
Oh, dios, otra vez el movimiento de las cejas y ese tonito que lo enfermaba. Jean se zafó del abrazo y, sin mirarlo, contestó.
—Sí. Pasaron cosas… hace un tiempo.
Al joven, que había hecho la pregunta de la forma más trivial posible y para mofarse de su amigo, se le borró la sonrisa. Nunca había imaginado que en efecto habría sucedido algo entre Mikasa y Jean, si parecían tan distantes en los últimos tiempos. Aunque él siempre se empeñara en tener un interés inusual por ella, la joven Ackerman siempre reaccionaba con apatía a sus intentos de acercamiento.
—Wow, no… no tenía ni idea.
—Ya, es lógico. El problema es que ahora no sé qué hacer. No sé si acercarme a ella o dejar que tenga su propio duelo a solas. Quiero ayudarla, quiero… quiero estar a su lado si lo necesita. Pero no me gustaría atosigarla —Connie no le respondió. Era horrible para dar consejos, pero apreció mucho que Jean le contara lo que le inquietaba—. ¿Qué crees que diría Sasha?
Jean se volteó para mirarlo. Estaba muy serio y su amigo no tenía ni idea de qué contestar en aquel momento tan profundo. Así que hizo lo que mejor sabía hacer: decir lo primero que se pasó por su cabeza.
—¿Que tiene hambre…?
Los chicos se quedaron mirándose por un par de minutos en silencio. Después, pestañearon en repetidas ocasiones y las carcajadas estallaron de forma simultánea.
—Sí, probablemente diría eso.
Jean sonrió mientras miraba hacia el cielo. Ya era capaz de recordar a Sasha sin dolor, solo quedándose con los buenos momentos que había vivido junto a ella, pero le había costado muchísimo. Y no podía negar que en algunas ocasiones necesitaba un punto de vista femenino porque Connie era nulo para ese tipo de asuntos. La echaba mucho de menos, pero siempre que hablaba sobre ella o pensaba en ella se le colaba una sonrisa de forma irremediable en los labios.
—Sinceramente no sé qué diría, Jean. Pero pienso que debes hacer lo que verdaderamente sientas. ¿Crees de verdad que Mikasa está lista para olvidar a Eren tan rápido y pasar página como si nada hubiera sucedido? ¿Estás seguro de que ella quiere que tú seas esa persona? Encuentra las respuestas a esas preguntas y después actúa en consecuencia.
Jean arqueó un poco las cejas mientras lo miraba. ¿Cuándo se había vuelto ese zoquete tan elocuente? En cualquier caso, aquellas palabras fueron una especie de detonante más que necesario. No era el momento de presionar a Mikasa porque con ello solo conseguiría rechazo de su parte. Tal vez nunca sería capaz de reemplazar a Eren, pero sin duda alguna, ese no era el momento de comprobarlo.
La reunión en sí entre todos los exmiembros del Cuerpo de Exploración no duró demasiado. Estuvieron viendo la tumba de Eren y poco más. No hablaron ni siquiera mucho entre ellos porque tampoco había nada nuevo ni relevante que contar.
Jean no paró ni un segundo de mirar de reojo a Mikasa. Sus ojos negros parecían vacíos. No derramaban lágrimas, pero tampoco parecían sentir y eso lo asustó mucho.
Al final del encuentro, justo cuando todos estaban a punto de irse, la joven se acercó a Jean y le susurró un «veámonos más tarde» en el oído, además de la dirección de una posada apartada y que solía estar vacía. Eran común que se hospedaran allí todo tipo de criminales, así que pasarían completamente desapercibidos.
Él se quedó ciertamente descolocado. Lo último que esperaba por parte de Mikasa era aquella citación privada. Justo cuando había decidido darle su espacio, llegaba ella con aquella propuesta. No sabía qué hacer. Si no iba, sabía a ciencia cierta que se arrepentiría y era una persona que siempre prefería arrepentirse por lo que había hecho antes que por lo que no, así que decidió, después de darle muchas vueltas, que acudiría a la cita.
Llegó veinte minutos antes de la hora acordada. No recordaba haber estado tan nervioso nunca. Antes de tocar a la puerta con el número de la habitación que Mikasa le había susurrado al oído, suspiró un par de veces.
Después de llenar sus pulmones con aire del ambiente cargado de la posada, dio tres toques tenues a la puerta, que se abrió justo después.
Mikasa asomó solo un ojo por una rendija que abrió para asegurarse de que fuera él. Al comprobarlo, abrió la puerta completamente y lo instó a pasar. Jean sintió una especie de escalofrío producido por una suerte de déjà vu cuando ambos se quedaron en medio de la habitación sin proferir palabra alguna. Esa escena no era nueva, pues ya se había desarrollado con anterioridad, cuando ambos, rotos por la soledad y el hastío de una vida llena de guerras, habían decidido encontrar consuelo en el cuerpo del otro.
—Mikasa… —susurró Jean, pero no le dio tiempo a decir nada más porque la chica recortó la distancia que había entre los dos y se acercó para besarlo en los labios.
Estaba muy sorprendido por aquella actitud, pero no pudo evitar dejarse llevar por aquellos besos tan desgarradores como pasionales y placenteros. La mente se le puso en blanco y de un momento a otro estaba tumbado en la cama con Mikasa encima y sintiendo su lengua recorriéndole la garganta.
Su erección no tardó demasiado en aparecer ni tampoco lo hicieron las ganas de acariciar la cintura desnuda de la joven, que, cuando sintió las manos toscas de Jean colándose por debajo de su blusa, se incorporó un poco para ayudarlo a quitársela.
Tras observar el pecho de Mikasa, solo cubierto por un sostén negro sencillo, Jean alzó las manos para acariciar sus senos y arrancarles algunos gemidos a los labios femeninos. Sin embargo, algo no iba bien. Sus encuentros siempre habían sido frenéticos, directos e intensos y Mikasa parecía estar apagada. Por eso, la sujetó por las muñecas y le dio la vuelta, colocándose él esta vez encima. La miró directamente a los ojos, que le brillaban con desasosiego. La sintió alzando la cabeza para besarlo de nuevo, pero Jean cortó todo contacto.
—Para ya, Mikasa.
Ella simplemente abrió los ojos, como si se hubiera dado cuenta de algo de forma repentina. Algunas lágrimas se acumularon en sus ojos, que por fin comenzaron a sentir de nuevo, a vibrar de nuevo, a vivir de nuevo.
—¿Por qué? Esto es lo que siempre has querido, ¿no?
—Sí, tienes razón. Esto es lo que yo quiero, pero no lo que quieres tú. ¿Cuándo vas a ser un poco egoísta y vas a pensar más en ti? Siempre estás intentando anteponer el bienestar de los demás por encima del tuyo propio. Ya te sucedió con Eren y ahora quieres hacerlo conmigo. Pero yo no soy como él y no te lo voy a consentir.
Jean le soltó las muñecas con molestia y se tumbó en la cama bocarriba, mientras que Mikasa se recostó de lado para mirarlo. Sin embargo, él no le correspondió a ese cruce de ojos porque estaba furioso. No con ella, sino más bien consigo mismo por haber permitido que la situación llegara hasta ese punto. Era más que obvio que ella estaría destrozada y en lugar de intentar detenerla antes, sus instintos y sus deseos habían prevalecido y habían hablado y actuado por él.
—Lo siento, Jean… —musitó la chica con la voz entrecortada. Sollozaba ligeramente. Jean solo giró el rostro para, ahora sí, poder verla—. Te he utilizado en el pasado. Y quería utilizarte ahora de nuevo porque estaba y estoy muy cansada de estar sola. Lo siento de verdad.
La honestidad con la que Mikasa habló le cayó a Jean como un balde de agua fría. Dolía, aquellas palabras dolían con una intensidad indescriptible y reabrían la herida una vez más, pero también las agradecía. No tenía mucho sentido seguir aparentando que Mikasa podría llegar a amarlo algún día, así que sería mejor cortarlo todo de raíz.
Como gesto de despedida, Jean se puso de lado y, sin apartar la mirada de sus ojos cristalinos a causa del llanto, la abrazó.
—No te preocupes. Está bien.
Se quedaron abrazados algunos minutos más mientras Mikasa descargaba toda su tristeza entre sus brazos. Jean podría haberle reprochado, podría haberle recriminado su trato, pero no lo hizo. Y sospechaba que fue así porque él la comprendía perfectamente, porque al final, el sentimiento de vacío, inestabilidad emocional y soledad era algo que ambos llevaban a cuestas y que le estaba devorando el alma por completo a los dos.
Cuando el llanto de la chica se secó, Jean se incorporó para sentarse en el borde de la cama. Recogió la blusa de Mikasa, que estaba tirada en el suelo, y se la echó por encima para taparle el torso desnudo. Después, le acarició la mejilla y el hombro.
—Será mejor que no nos veamos más.
Jean vio a Mikasa asintiendo, aunque le estaba dando la espalda. Ese fue su último cruce de palabras. Tras pronunciar aquella frase, se marchó de la posada.
Ni siquiera el tiempo había sido capaz de borrar la huella que Eren había imprimido en el corazón de Mikasa; ni siquiera el tiempo lograría que lo olvidara. Y en ese bucle infinito estaba Jean atrapado, porque ni siquiera el transcurso inevitable del tiempo podría conseguir que dejara de amar a Mikasa Ackerman; de eso estaba completamente seguro.
Continuará...
Nota de la autora:
Bueno, pues aquí vengo con el segundo capítulo de esta historia. Ay, qué bebé es Jean, lo amo. Siempre me pasa que hago sufrir a mis personajes favoritos jajaja no lo entiendo. Espero que os haya gustado.
Nos leemos en el próximo, que será el último.
