La Rosa y La Daga

Esta historia no es mía; fue escrita por Renée Ahdieh. Esta es una adaptación de su trabajo con personajes del anime/manga Inuyasha, creados por Rumiko Takahashi. Al leerla no pude evitar pensar en estos personajes y en compartir con ustedes la historia de Las Mil y Una Noches re-imaginada.

Esta es la continuación de La ira y el amanecer (The Wrath and The Dawn), si es que no han leído la primera novela, les recomiendo leerla antes de continuar. Pueden encontrarla en mi perfil.

Espero que disfruten la historia tanto como yo y si es así, los invito a leer la novela (The Rose and The Dagger) en el idioma de su preferencia, inglés o español :3


1. EL AGUA MIENTE

Era sólo un anillo.

Y aun así significaba tanto para ella.

Tanto que perder. Tanto por qué luchar.

Kagome levantó su mano en un rayo de luz. El anillo de oro apagado brilló dos veces, como si le recordara a su compañero, lejos a través del Mar de Arena.

Inuyasha

Sus pensamientos se alejaron al palacio de mármol en Rey. Con Inuyasha.

Esperaba que estuviese con Miroku o con su tío, el Shahrban.

Esperaba que no estuviera solo. A la deriva. Preguntándose…

¿Por qué no estoy con él?

Sus labios se apretaron.

Porque la última vez que estuve en Rey, miles de personas inocentes perecieron.

Y Kagome no podía regresar hasta que hubiera encontrado una forma de proteger a su gente. A su amor. Una manera de terminar la terrible maldición de Inuyasha.

Fuera de su tienda, una cabra comenzó a balar con feliz abandono.

Con su enojo creciendo, Kagome lanzó su improvisada manta y alcanzó su daga junto a su saco de dormir. Una amenaza vacía, pero sabía que debía al menos luchar por un semblante de control.

Como si se burlaran de ella, los estridentes sonidos fuera de su tienda crecieron incesantemente.

¿Es eso…una campana?

¡La pequeña bestia tenía una campana alrededor de su cuello! Y ahora el ruido y el balar aseguraban la imposibilidad de dormir.

Kagome se sentó, tomando el enjoyado mango de su daga.

Entonces, con un exasperante grito, se dejó caer contra el algodón irritante de su saco.

No es como si me las estuviera arreglando para dormir de todas formas.

No cuando estaba tan lejos de casa. Tan lejos de donde su corazón deseaba estar.

Tragó el repentino nudo que se formó en su garganta. Su pulgar rozó el anillo con dos espadas cruzadas, el anillo que Inuyasha había puesto en su mano apenas una quincena atrás.

Suficiente. Nada se logrará de tal tontería.

De nuevo se sentó, sus ojos escaneando sus nuevos alrededores.

El saco de dormir de Tsukiyomi estaba almacenado pulcramente a un lado de la pequeña tienda. Su hermana pequeña seguro ya tenía varias horas despierta, horneando pan, haciendo té, y trenzando la barba de la contenta cabra.

Kagome casi sonrió, a pesar de todo.

Su inquietud tomó forma en la penumbra, metió su daga en su cintura, después se estiró para levantarse. Cada músculo en su cuerpo dolía por los días de arduo viaje y las noches de pobre sueño.

Tres noches de preocupación. Tres noches pasadas escapando de una ciudad encendida en llamas. Una interminable fuente de preguntas sin respuestas. Esas tres largas noches de preocupación por su padre, cuyo cuerpo azotado todavía tenía que reponerse de cualquier daño que le ocurrió en las colinas fuera de Rey.

Kagome inhaló pofundamente.

El aire aquí era extraño. Más seco. Más árido. Suaves barras de luz se colaron a través de las costuras de su tienda. Una delgada capa de fina tierra se pegaba a todo. Hacía que su pequeño mundo pareciese hecho a partir de una oscuridad con polvo de diamantes.

En un lado de la tienda había una pequeña mesa con una jarra de porcelana y una vasija de cobre. Las pocas posesiones de Kagome estaban colgadas junto a ella, envueltas en la deshilachada alfombra que le dio Myoga Sukkipu hacía varios meses. Se arrodilló delante de la mesa y llenó la vasija con agua para lavarse.

El agua estaba tibia. Su reflejo se veía extrañamente calmado mientras le devolvía la mirada. Calmado pero distorsionado.

La cara de una chica que había perdido todo y nada en el lapso de una simple noche.

Deslizó ambas manos dentro del agua. Su piel se veía pálida y cremosa bajo la superficie. No su usual cálido color bronce. Fijó su mirada en el lugar donde el agua se encontraba con el aire, en la extraña curva que hacía ver como si sus manos estuvieran en un mundo diferente bajo el agua.

Un mundo que se movía más lento y contaba historias.

El agua miente.

Salpicó un poco de agua en su rostro y arrastró sus dedos húmedos por su cabello. Luego levantó la tapa del pequeño contenedor de madera cerca de ella y usó una pizca de la menta pulverizada, pimienta blanca, y sal en grano molida guardada dentro para limpiar su boca del sueño.

"Estás despierta. Después de que llegaras tan tarde anoche, no creía que fueras a levantarte tan temprano."

Kagome se giró para ver a Tsukiyomi de pie debajo de la solapa de la tienda.

Un triángulo de luz desértica dibujó la silueta del marco delgado de su hermana.

Tsukiyomi sonrió, sus infantiles rasgos enfocándose.

"Tú nunca te levantabas antes para desayunar." Ella se agachó para entrar, asegurando la solapa cerrada tras ella.

"¿Quién puede dormir con los balidos de esa maldita cabra gritando afuera?" Kagome lanzó agua hacia Tsukiyomi para eludir su inevitable torrente de preguntas.

"¿Te refieres a Farbod?"

"¿Has nombrado a la pequeña bestia?" Kagome sonrió mientras comenzaba a trenzar las enredadas ondas de su cabello.

"Es bastante dulce." Tsukiyomi frunció el ceño. "Deberías darle una oportunidad."

"Por favor dile a Farbod que, si insiste en sus recitales mañaneros, mi platillo favorito es cabra guisada, servida en salsa de granadas y nueces molidas."

"¡Já!" Tsukiyomi tomó un trozo largo de hilo del bolsillo de sus pantalones de sirwal. "Supongo que no deberíamos olvidar que estamos ahora en presencia de la realeza." Enrolló la tira de hilo alrededor del final de la trenza del Kagome. "Le advertiré a Farbod que no se atreva a molestar a la ilustre esposa del Califa de Khorasan."

Kagome miró sobre su hombro a los pálidos ojos de Tsukiyomi.

"Estás muy alta." Dijo quedamente. "¿Cuándo creciste tanto?"

Tsukiyomi rodeó la cintura de su hermana con los brazos.

"Te extrañé." Sus dedos rozaron la empuñadura de la daga, ella se echó para atrás en alarma. "¿Por qué cargas con una…?"

"¿Está Baba despierto?" Kagome dijo brillante. "¿Puedes llevarme a verlo?"


La noche de la tormenta, Kagome había cabalgado con Koga y Hoshiyomi a una colina a las afueras de Rey, en busca de su padre.

No había estado preparada para lo que encontraron.

Saito Higurashi se había enroscado en un charco alrededor de un viejo libro encuadernado en piel.

Sus pies descalzos y sus manos estaban quemados. Rojas, en carne viva y abrasada. Su cabello se estaba cayendo en manojos. La lluvia los había juntado en el lodo, aplastando las hebras contra la piedra mojada, como otras cosas olvidadas.

Al moteado caballo de su hermana ya tenía tiempo muerto. Su garganta había sido cortada. La sangre se había drenado en riachuelos de una herida viciosa en su cuello. Venas de lodo y ceniza esparcida se había juntado con el carmesí para formar un trazo siniestro a través de la colina.

Kagome nunca olvidaría la imagen del cuerpo encorvado de su padre contra la roja y gris colina.

Cuando había tratado de retirar los dedos de Saito lejos del libro, él había gritado en un lenguaje que ella jamás había escuchado que usara antes. Sus ojos habían rodado hacia atrás, y sus pestañas habían temblado hasta cerrarse, para no volverse abrir de nuevo, ni una vez en los cuatro días después de eso.

Y hasta que lo hicieran, Kagome se rehusaba a alejarse de su lado.

Tenía que saber que su padre estaba a salvo. Tenía que saber lo que había hecho.

Sin importar qué-o a quién-había dejado en Rey.


"¿Baba?" dijo Kagome suavemente, mientras se arrodillaba junto a él en su pequeña tienda.

Tembló en su sueño, sus dedos cerrándose más fuerte alrededor del antiguo tomo asido en sus brazos. Incluso en su delirio, Saito se había negado a soltar el libro. Ni un alma estaba permitida a tocarlo.

Tsukiyomi suspiró. Se paró junto a Kagome y le tendió un vaso de agua.

Kagome sostuvo la taza en los labios partidos de su padre. Esperó hasta que lo sintió tragar. Él murmuró para sí, se volteó en su costado, metiendo su libro más adentro de sus mantas.

"¿Qué pusiste en esto?" Kagome preguntó a Tsukiyomi. "Huele bien."

"Sólo un poco de menta fresca y miel. También unas pocas hierbas de té y un chorrito de leche. Tú dijiste que no ha comido nada en días. Pensé que ayudaría." Tsukiyomi encogió los hombros.

"Esa es una buena idea. Debí haberlo pensado."

"No te regañes. No te sienta. Y…has hecho más que suficiente." Tsukiyomi hablaba con una sabiduría mayor a sus catorce años. "Baba se despertará pronto. Lo sé." Mordió su labio, su tono perdiendo convicción. "La calma es necesaria para sanar sus heridas. Y el tiempo."

Kagome no dijo nada mientras estudiaba las manos de su padre. Las quemaduras ahí habían ampollado a lo largo del morado amoratado y llamativo rojo.

¿Qué fue lo que hizo la noche de la tormenta?

¿Qué hemos hecho?

"Deberías comer. Apenas y comiste ayer en la noche cuando llegaste." Dijo Tsukiyomi interrumpiendo los pensamientos de Kagome.

Antes de que pudiera protestar, Tsukiyomi retiró el vaso de la mano de Kagome, la puso de pie y la arrastró a las dunas afuera de la tienda de su padre. El aroma de carne rostizada colgaba espeso en el aire del desierto, el humo sobre ellos en una nube sin rumbo.

Aterciopelados granos de arena se deslizaron entre los dedos de Kagome, apenas demasiado calientes para soportar. Duros rayos de luz de sol emborronaban todo lo que tocaban.

Mientras caminaban, Kagome miró alrededor del campo de los Badawi a través de ojos entrecerrados, estudiando el ajetreo y el bullicio de caras sonrientes en su mayoría; gente cargando bolsas de granos y atajos de mercancías de una esquina a la siguiente. Los niños se veían suficientemente felices, aunque era imposible de ignorar el brillante surtido de armas, espadas, hachas y flechas apoyadas en la sombra de pieles de animales curándose. Imposible de ignorar su asaltante propósito...

Preparativos para la guerra que viene.

Y te quitaré estas vidas mil veces..

Kagome se tensó, después llevo sus hombros hacia atrás, rehusándose a cargar a su hermana con esos problemas. Esos problemas eran pensados para gente con habilidades únicas.

Aquellos como Myoga Sukkipu, el mago del Templo de Fuego.

Aunque le tomó un poco de esfuerzo, Kagome se encogió de hombros ante el interminable peso de la maldición. Ella caminó con Tsukiyomi a través del enclave de tiendas hacia la más grande en su centro. Era una estructura impresionante, aunque parchada: una mezcolanza de colores apagados por el sol, con un estandarte desvanecido en su ápice, ondeando en la brisa. Un centinela encapuchado envuelto en tela áspera estaba de pie frente a la entrada.

"Sin armas. " La mano del soldado afianzó el hombro de Kagome con la fuerza de un agresor de toda la vida. De la clase que amaba su rol más de lo necesario.

A pesar de sus sabias inclinaciones, la respuesta de Kagome fue inmediata y automática. Empujó su mano lejos, su ceño fruncido.

No estoy de humor para hombres groseros. O su belicismo.

" Las armas no están permitidas en la tienda del Sheikh. " El soldado alargó la mano hacia su daga, sus ojos brillando con una amenaza sin palabras.

" Tócame de nuevo, y yo…"

" ¡Kag! " Tsukiyomi se movió para aplacar al soldado " Por favor disculpa a mi…"

El soldado empujó a Tsukiyomi hacia atrás. Sin pensarlo por un momento, Kagome aplastó sus puños en el pecho del soldado. Él se tambaleó a un lado, las aletas de su nariz airadas. Detrás de ella, oyó a hombres comenzar a gritar.

" ¿Qué estás haciendo, Kagome? " Tsukiyomi gritó, su asombro ante la temeridad de su hermana estaba extendido por su rostro.

Colérico, el soldado tomó posesión del antebrazo de Kagome. Ella se preparó para la pelea que venía a continuación, sus dedos de los pies enroscados y sus nudillos tensos.

" ¡Suéltala inmediatamente! " una sombra alta se apareció tras el soldado.

Perfecto.

Kagome hizo una mueca, un destello de culpa luchando con su furia.

" No necesito tu ayuda, Koga" dijo ella entre dientes.

" No te estoy ayudando" se acercó, lanzando una corta pero reprimente mirada en su dirección. Su dolor sin esconder era muy crudo para robarle su pensamiento.

¿Acaso nunca me perdonará?

El soldado se giró hacia Koga con una consideración que, en circunstancias normales, irritó a Kagome inmensamente.

" Disculpas, sahib, pero ella se negó a…"

" Suéltala de una vez. No pregunté por excusas. Sigue órdenes o atente a las consecuencias, soldado."

El soldado la soltó con renuencia. Kagome se empujó fuera de su alcance. Armándose de valor con un respiro, miró a su alrededor. Hoshiyomi estaba de pie junto al hombro de Koga, varios hombres jóvenes estaban en su flanco opuesto. Uno era un muchacho delgado, portando el disfraz de un hombre mucho mayor. Su barba estaba creciendo en parches sobre una larga y fina cara, y sus cómicamente estrictas cejas estaban cortadas sobre ojos fríos como el hielo.

Ojos que la miraban con infame odio. Sus dedos se deslizaron hacia su daga.

" Gracias, Koga" dijo Tsukiyomi, ya que Kagome tenía todavía que ofrecer un poco de gratitud.

" Por supuesto" respondió él, con un extraño cabeceo. Kagome mordisqueó por dentro de su mejilla.

" Yo…"

" No te molestes, Kag. Ya pasamos por esas cosas" Koga lanzó la capucha de su rida' hacia atrás y se agachó por la entrada de la tienda, salvándose de más de su compañía. El chico de los ojos de hielo fulminó a Kagome con la mirada antes de seguirlo. Hoshiyomi se detuvo junto a ella, su expresión sombría, como si hubiera esperado algo mejor.

Entonces dio un paso hacia Tsukiyomi, su cabeza ladeada en pregunta. Su hermana lanzó media sonrisa en su dirección. Suspirando suavemente, Hoshiyomi pasó de ellas dentro de la tienda, sin ninguna palabra.

Tsukiyomi codeó a Kagome en las costillas

" ¿Qué está mal contigo? " la regañó en un susurro " Somos invitados aquí. No puedes comportarte de esa manera."

En silencio, Kagome asintió secamente antes de entrar por la cavernosa puerta.

Le tomó un tiempo a sus ojos ajustarse a la súbita penumbra. Una serie de lámparas de latón colgaban en perezosos intervalos de las vigas de madera por encima, su luz pálida después del sol del desierto. En el lado más lejano de la tienda había un larga y baja mesa, hecha de sencilla madera de teca. Desgastados cojines de lana estaban tirados por ahí en pilas al azar. Niños gritando corrieron junto a Kagome, ciegos a todo menos a su directa misión para tener el más estimado asiento en la mesa del desayuno.

Sentado en el mismo centro de ese barullo que ponía a castañear los dientes, estaba un hombre anciano con unos ágiles ojos y una desarreglada barba. Cuando vio a Kagome, le sonrió con una sorprendente calidez. A su izquierda estaba una mujer de una edad similar con una larga trenza de cobre apagado. A su derecha se sentaba el padre de Ayumi, Muso Tendo. El estómago de Kagome se tensó, un destello de culpa resurgiendo. Lo había visto el día anterior, pero en el clamor de su llegada los saludos habían sido breves, y aún no estaba segura de que estaba lista para ver al padre de Ayumi.

Tan pronto, después de fallar en vengar el asesinato de su hija.

Tan pronto, después de enamorarse del mismo hombre que la había asesinado.

Decidiendo que era mejor evitar la atención no deseada, Kagome mantuvo su cabeza baja y tomó el cojín junto a Tsukiyomi, enfrente de Koga y Hoshiyomi.

Ella evitó la mirada de aquellos a su alrededor, especialmente esa del chico de los ojos de hielo, que tomaba cada oportunidad para quemar a través de ella con la llama de su desconcertante mirada. El deseo de llamar la atención a su comportamiento estaba siempre en el margen de su mente, pero el regaño de Tsukiyomi era cierto: ella era una invitada aquí.

Y ella no podía comportarse de forma tan temeraria. No con el bienestar de su familia en riesgo.

Una pierna de borrego rostizada fue puesta en el centro de la muy usada mesa. Su servicio de vajilla era una variedad de plata aplanada, dentada de todos lados por antigüedad y uso. Gruesas rebanadas de pan barbari, cubiertas de mantequilla y rodadas por semillas negras de sésamo, fueron dejadas en cestas al alcance, junto con tazones astillados con nabos enteros y bloques de queso de cabra salado. Niños gritones alargaron sus manos a los nabos y arrancaron grandes trozos de barbari a la mitad antes de agarrar la carne con sus manos desnudas.

Sus mayores aplastaron tallos de menta fresca antes de servir chorros oscuros de té sobre las fragantes hojas.

Cuando Kagome se atrevió a levantar la mirada, se encontró con el anciano estudiándola con sus agudos ojos, otra cálida sonrisa esparciéndose por sus labios. El espacio entre sus dos dientes delanteros era pronunciado, y a primera vista, lo hacía parecer casi tonto.

Aunque Kagome no se había dejado engañar ni un poco.

" Así que, mi amigo... ella es Kagome" dijo el anciano.

¿Con quién está hablando?

" Tenías razón. " El viejo se río " Es muy hermosa."

Los ojos de Kagome se desplazaron por ambos lados de la mesa. Se detuvieron en Koga.

Sus amplios hombros estaban rígidos, su esculpida mandíbula estaba tensa. Exhaló por su nariz y levantó su mirada a la suya.

" Lo es. " Koga aceptó con resignación en su voz. El viejo hombre ladeó su cabeza a Kagome.

" Has causado muchos problemas, hermosa."

A pesar de la reconfortante mano de Tsukiyomi sobre la suya, la ira de Kagome se elevó como ascuas elevadas a llamas.

Sabiendo que le faltaba gracia en ese momento, Kagome eligió no decir nada. Ella enrolló su lengua dentro de su boca. Apretó su labio inferior entre los dientes.

Soy una invitada aquí. No puedo comportarme como deseo. No importa que tan enojada o sola me sienta.

El viejo sonrió de nuevo. Más ampliamente. Más espacioso entre sus dientes. Exasperante.

" ¿Lo vales?"

Kagome se aclaró la garganta.

" ¿Perdón? " dijo ella, ajustando firmemente las riendas de sus emociones. El muchacho de los ojos de hielo la miró con la fija atención de un halcón.

" ¿Qué si vales todo este embrollo, hermosa? " el viejo se repitió en una cancioncilla enloquecedora.

Tsukiyomi envolvió una suplicante palma alrededor de los dedos de Kagome, sudor frío chorreando en su palma.

Kagome no podía arriesgar la seguridad de su hermana. No en un campamento lleno de desconocidos. Desconocidos que podían tirar pronto a su familia al desierto por una palabra errada. O cortarles la garganta por una mirada mal interpretada. No. Kagome no podía poner la dudosa salud de su padre en juego. No por todo el mundo.

Sonrió lentamente, tomándose el tiempo de aplacar su ira.

" Creo que la belleza rara vez vale la pena. " Kagome asió la mano de Tsukiyomi más fuerte en solidaridad fraternal " Pero yo valgo mucho más de lo que puedes ver" Su tono era tranquilo a pesar de su reproche disimulado.

Sin dudarlo, el anciano lanzó su cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.

" ¡La verdad! " Su cara brillaba de contento. " Bienvenida a mi casa, Kagome Higurashi. Yo soy Mimisenri Sen-mairu, y tú eres mi invitada. Dentro de estos límites, siempre serás tratada como tal. Pero ten presente: la esposa de un Califa en seda o un indigente en la calle no tienen diferencia para mí. Bienvenida. " Bajó su cabeza y rozó su frente con la punta de sus dedos a lo largo de su frente con una amplia floritura.

Kagome soltó un respiro contenido. Se escapó en un soplido, llevándose con él la tensión de sus hombros y estómago. Su sonrisa se extendió más, Kagome se inclinó en respuesta, tocando su frente con la mano derecha.

El padre de Ayumi miró su intercambio con una mirada inexpresiva, sus codos doblados contra el borde desgastado de la mesa.

" Kag-jan" empezó él en un tono sombrío.

La atrapó justo cuando alcanzaba un pedazo de barbari.

" ¿Sí, tío Muso? " Alzó sus cejas en forma de pregunta, su mano flotando sobre la cesta de pan.

Los rasgos de Muso se volvieron pensativos.

" Estoy muy feliz que estés aquí…que estés a salvo."

" Gracias. Estoy muy agradecida a todos por cuidar a mi familia. Y por cuidar tan bien de Baba."

Él asintió, entonces se inclinó hacia delante, acomodando sus manos bajo su barbilla.

" Por supuesto, tu familia siempre ha sido mi familia. Como la mía siempre ha sido tuya."

" Sí" dijo Kagome " Lo ha sido."

" Así que…" dijo Muso, líneas de consternación rodeaban su boca " Me lastima mucho preguntarte esto, ya que pensé que estabas desorientada cuando llegaste anoche, pero me he tragado tu insulto por tanto como he podido."

El cuerpo entero de Kagome se congeló, sus dedos aún paralizados sobre la canasta. La tensión renovó su agarre en su cuerpo, y la culpa enroscándose alrededor de su estómago con el salvajismo de una serpiente.

" Kagome... " la voz de Muso Tendo había perdido todo rastro de amabilidad; cualquier calidez en el hombre que había considerado como un segundo padre había desaparecido " ¿Por qué estás sentada en esta mesa, partiendo pan conmigo, usando el anillo del muchacho que asesinó a mi hija?"

Era una acusación cortante.

Cortó a través de la concurrencia como una hoz en un mar de granos.

Los dedos de Kagome presionaron firmemente sobre el estandarte de dos espadas cruzadas. Lo bastante firme como para causar dolor. Parpadeó una vez. Dos.

Koga se limpió la garganta. El sonido hizo eco en la repentina quietud.

" Tío Muso..."

No. No podía dejar que Koga la salvara. No de nuevo. No más.

" Yo... yo lo siento" dijo ella, con la boca seca.

Pero no lo estaba, no por eso. Ella lo sentía por cientos de cosas. Miles de cosas. Una ciudad entera de disculpas sin entregar.

Pero nunca estaría apenada por esto.

" No lo sientas, Kagome" Muso continuó en la misma fría voz. La voz de un extraño "Decide."

Murmurando sus disculpas, Kagome se puso en pie.

No se detuvo a pensar. Colgándose a los pocos restos de su dignidad, se tambaleó lejos de la mesa hacia el abrasador sol desértico. Sus sandalias se quedaron en la arena caliente, lanzándola tras ella, azotando sus tobillos con cada paso.

Una larga, mano callosa tomo posesión de su hombro, deteniéndola. Miró hacia arriba, escudando sus ojos de la luz cegadora.

El soldado. El agresor de toda una vida.

" Quítate de mi camino" susurró, peleando para controlar su rabia "Ahora."

Sus labios se curvaron hacia arriba con una entretenida clase de malicia. Se rehusó a moverse.

Kagome tomó su muñeca para empujarlo a un lado.

El sencillo lino de su rida' se enrolló sobre su hombro, revelando una marca quemada en su piel.

La marca del escarabajo.

La marca de los asesinos Fida'i que se habían escabullido a su cámara en Rey y habían intentado asesinarla.

Con un jadeo, Kagome corrió. Torpemente, sin pensarlo, su único pensamiento, escapar.

En algún lugar en la distancia, oyó la voz de Tsukiyomi llamándola. Aun así, no se detuvo.

Corrió dentro de su diminuta tienda, aventando la solapa de la puerta cerrada con un resonante golpe.

Sus resoplidos superficiales rebotaron a través de las tres paredes.

Kagome alzó su mano derecha en un eje de luz filtrándose por la costura de la tienda. Ella vio como la atrapaba el oro apagado de su anillo.

No pertenezco aquí. Una invitada en una prisión de sol y arena.

Pero necesito mantener a mi familia a salvo; debo encontrar una manera de romper la maldición.

Y regresar a casa con Inuyasha.

Por desgracia, ella no sabía en quién podía confiar. Hasta que Kagome supiera quién era este Sheikh Mimisenri Sen-mairu y por qué un asesino Fida'i merodeaba este campamento, debía permanecer cuidadosa. Porque era claro que ya no tenía un aliado en Muso Tendo como lo tuvo alguna vez. Y Kagome se rehusaba a cargar con sus problemas a Koga.

No era su responsabilidad mantenerla a ella y a su familia a salvo. No. Esa obligación se quedaba en ella, y solo ella.

Sus ojos se desplazaron alrededor antes de fijarse en el charco de agua en la vasija de cobre.

Existen bajo el agua.

Se mueve lento. Cuenta historias. Miente.

Sin ningún momento para el sentimentalismo, Kagome se arrancó el anillo del dedo.

Respira.

Cerró sus ojos y escuchó el silencioso grito de su corazón.

" Aquí. " Tsukiyomi soltó la solapa y se puso al lado de Kagome. No necesitaba dirección. Ni ofreció ninguna clase de reproche. En un momento, había soltado la hebra que amarraba la trenza de Kagome.

Las hermanas se miraron a los ojos mientras Tsukiyomi tomó el anillo de la mano de Kagome y creó un collar con el hilo.

Sin palabra alguna, Tsukiyomi aseguró el collar tras la garganta de Kagome y ocultó el anillo bajo su qamis.

" No más secretos."

Algunos secretos están más seguros bajo candado y llave.

Kagome asintió a su hermana, las palabras de Inuyasha un bajo suspiro en su oído. No en advertencia. Pero sí en recordatorio.

Ella haría lo que se necesitara hacer para mantener a su familia a salvo. Incluso mentirle a su propia hermana.

" ¿Qué quieres saber?


Ok…

Estoy segura que el grito silencioso de su corazón no fue el único en esa parte (sigo sensible, creo que no se me va a quitar hasta que Inuyasha y Kagome se reencuentren).

¿Creen que los padres de las mejores amigas (los de Kagome y Ayumi) puedan dejar atrás el odio?

No se si el Fida'i sea un espía o si por ahora está del bando de Koga, recuerdo que en la primera novela mencionaron que vendían sus servicios al mejor postor…y si es así…¿Quién pagó sus servicios?

¿Qué opinan?