2. Titubeo

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Íbamos a partir la búsqueda cuando se nos terminó uniendo Snape en el Vestíbulo. Este, por algún extraño motivo, también la buscaba. ¿Estaría en problemas de nuevo? ¿Había hecho alguna travesura? El profesor de Pociones se veía ofuscado.

La buscamos por todos lados, pero no aparecía. Cada lugar que fue tachado funcionó como comburente para aumentar mi preocupación. Me estaba sintiendo realmente mal.

Peor me puse cuando tuvimos que requerir de la ayuda de la mitad del colegio. Supuse que mi amigo estaba igual que yo, pero ocultaba el sentimiento tras esa máscara de perseverancia y tranquilidad. "La encontraremos" decía a cada momento sin vacilar.

Llegaron las seis de la tarde y no había ni la más mínima señal de ella, y nuestra jefa de casa, Sprout, decidió que tenía que contactarse a sus padres. Fue Dumbledore el encargado de redactar la carta.

Con Kingsley seguíamos patrullando por los pasillos, en vano. Yo tenía una opresión en el pecho tan grande, que me causaba dolor.

—Lo siento tanto —le dije cuando dieron las siete. Bajábamos al Gran Comedor para comer algo; no habíamos probado bocado durante todo el día, y mis tripas se retorcían con fuerza.

Me miró con las cejas levemente arqueadas.

—¿Por qué me dices eso? Es tu amiga también, ¿no?

—Sí pero… la relación que tienes con ella, y ahora que no está… ¡No voy a descansar tranquila si le ha pasado algo!

Se detuvo en seco y me miró con atención.

—¿A qué te refieres con lo de "mi relación con ella"?

Me detuve también y lo miré un poco confundida. Él también parecía confundido y alarmado.

Decidí ir por la verdad. Fuera lo que fuera lo aceptaría con dignidad.

—Bueno… Ustedes tienen algo romántico, ¿no?

Pasó lengua por sus labios, buscando alguna respuesta. Ese era un detalle que no podía pasar por alto: su lengua.

—Margaret… Creí que… Bueno… —su voz era suave, aunque sonaba como la de un tenor — Creí que las cosas estaban claras…

Solté una risa despectiva.

—¿Claras? ¿En qué sentido? Porque llevamos semanas sin hablarnos, y tú no me has dicho nada esclarecedor, precisamente.

De súbito volví a la normalidad: mi personalidad calculadora y mandona. Lo miré desafiante.

—Tú estabas sacándome celos; no soy tonto —expresó sin alterarse, cruzándose de brazos.

Por un segundo no supe qué contestar, pero luego pensé que qué sentido tenía ocultar algo que era cierto. Si lo negaba me lanzaría al agua sola.

—Sí —resoplé dirigiendo mi vista hacia otro lado para evitar ver su expresión.

—¿No ves lo malo de la situación? —inquirió incrédulo.

—¿Sacar celos? —troné con antipatía volviéndolo a mirar.

Llenó sus pulmones de aire antes de lanzarme la respuesta.

—¡Somos amigos, Margaret!

—¿Y qué? —Hubo un momento de silencio… Y comprendí —Oh.

—¿Entiendes? Sería lo mismo con Tonks… Pero… Margaret, no podemos… Sería incorrecto y arriesgado si es que no…

—Ya entendí —interrumpí, por primera vez en mucho tiempo sonrojándome. Estaba completamente atónita y avergonzada.

No, no me daba vergüenza haber descubierto el error garrafal que era destruir la amistad, sino que Kingsley me estaba confesando de manera indirecta de que él sentía lo mismo por mí. Estaba segura de eso porque habría dicho "Tú estabas tratando de sacarme celos" en vez de "tú estabas sacándome celos". Y su mirada intensa, su actitud…

Estaba obligándonos a ambos a no hacer nada por temor a destruir la amistad de años. Yo le gustaba… él me gustaba… Y no podíamos hacer nada. ¡Pero jamás pensé en que estar juntos pudiera ser un riesgo para nuestra amistad! ¿Por qué? Porque yo estaba segura de mis sentimientos. El amor que sentía por él no era algo que pudiera destruirse con facilidad. Pero si él tenía inseguridades, yo no podía cambiar su parecer.

—Olvídalo — agregué retomando el paso, aún con las mejillas ardientes. Él me siguió —. Aquí no ha pasado nada… Sigamos tal cual, ¿sí?

No lo miré, pero por el rabillo del ojo vi cómo asentía con la cabeza.

Estuvimos juntos el resto de la noche, pero hablamos muy poco. Era evidente que algo había cambiado y que había nacido un ambiente de incomodidad que nos envolvía.

Me sentía mucho peor que en un principio porque, primero, había tenido celos de mi amiga; segundo, la había tratado mal por eso; tercero, ella estaba perdida quién sabe dónde —me negaba a pensar que le había pasado algo grave —; y cuarto, jamás había pensado en la importancia del asunto de la amistad. Tal vez, en mi primer año de enamoramiento pensé en que eso era un inconveniente. No obstante, luego de tanto tiempo, me costaba pensar que podría desencantarme de él de un momento a otro.

A las ocho en punto apareció Andrómeda, la madre de Tonks, muy alterada. Nos reunimos todos en un aula vacía a discutir el asunto, y lo primero que hizo fue llenarnos de preguntas sobre los lugares donde la habíamos buscado.

Finalmente sugirió que teníamos que rastrear el bosque, lo que no le hizo gracia a nadie, pero teníamos que hacerlo porque Tonks era nuestra amiga. Decidimos que emprenderíamos la misión apenas amaneciera.

—¿Qué tal si te vas a dormir? —inquirió mi amigo hacia las dos de la mañana. Estábamos en la Sala Común, frente a frente, en unas mullidas butacas.

—No podría —contesté negando rotundamente con la cabeza, sin mirarlo.

Estuvimos toda la madrugada en silencio, con la Sala Común para los dos solos. Por un breve momento, con ilusión pensé que podría darse algo. No obstante, jamás nos dijimos nada.

Solamente somos amigos. La amistad por sobre todas las cosas; incluso el amor.

Aun así no podía negar que la luz del fuego daba un toque tan romántico a todo… Tuve que hacer un esfuerzo colosal para no tomarme con sus ojos a cada momento.

A las cinco de la mañana ninguno de los dos soportó más y bajamos al vestíbulo. Para nuestra sorpresa, la mayoría de los profesores y Dumbledore estaban congregados al pie de la escalera de mármol. No dieron muestras de asombro al vernos.

No me fijé en la hora, pero faltaba poco para el amanecer cuando, milagrosamente, una de las puertas de robles se abrió y vi aparecer mi amiga ―muy magullada y sucia.

Con Kingsley suspiramos al mismo tiempo, aliviados. Parte del peso desagradable que se me había acumulado en los hombros desapareció en ese instante.

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La aparición de nuestra amiga marcó un antes y un después en el afiatamiento de nuestra amistad. Con Kingsley nos dedicamos nada más que a distraerla y a estar con ella en todo momento. Tonks, luego de haber llegado aquella mañana, se había largado a llorar desconsoladamente, y yo nunca le había visto así de triste. Y allí entendí que lo que le sucedía no tenía nada que ver con Kingsley, significando un gran alivio para mí. Si hubiese estado enamorada de él se lo habría dicho. Tonks era más directa para sus cosas, así que debía tratarse de un asunto más grave aún.

Estuve tentada de preguntarle qué le ocurría, pero su madre nos había hecho prometer a Kingsley y a mí que no la asediaríamos nunca con preguntas que tuvieran que ver con ese desagradable evento.

A Tonks y a mí nos resultaba a la perfección el papel de "aquí no ha pasado nada". Sin embargo, con Kingsley era diferente: casi no nos mirábamos a los ojos, y ambos sufríamos de espasmos cuando nos tocábamos las manos ―sin querer― para intercambiar deberes, plumas o tinteros.

Yo estaba dispuesta a no negar lo que sentía por él, y a la vez dispuesta a no hacer nada. A pesar de eso, algo me decía que nuestros intentos iban a fracasar… Siempre que él no se hubiese olvidado de mí tan fácilmente.

Cuando se acercaba el día de San Valentín tuve que obligarme a mí misma a conseguir pareja ―Tonks hubiese sido mi pareja de no haber estado castigada ―; no deseaba que nos viéramos forzados a estar juntos él y yo. Kingsley hizo lo mismo, claro. De todos modos, teniendo en cuenta que Tonks pasaba por momentos difíciles, ambos quedamos de acuerdo en que no la dejaríamos sola mucho tiempo. Concertamos que volveríamos antes de las once de la noche, pero yo esperaba que fuera mucho antes de eso. Realmente estaba dispuesta a marcharme lo antes posible de allí. Sabía de antemano que me costaría soportar ver a mi amigo bailar y reír con otra.

—Trataremos de salir temprano —le prometí a mi amiga con una leve sonrisa. Kingsley asintió fervorosamente en mi apoyo.

—No se preocupen, diviértanse —nos alentó ella.

Partimos juntos, en silencio. Él estaba vestido con una túnica plateada que contrastaba perfectamente con su tez oscura. Se veía tan…

—Linda túnica —expresó mirándome de reojo.

—Gracias —respondí con una mueca. Habría sido mejor que me dijera que me veía bien. Su comentario había sido completamente impersonal — Tú te ves… genial.

Dirigió su mirada hacia a mí y apretó los puños.

—Margaret… —farfulló apenado.

Me puse en guardia de inmediato.

—¿Qué? ¿Es malo decir que mi amigo se ve atractivo?

No dijo nada, y a cambio me lanzó una mirada extraña como si estuviera tentado de hacer algo. Como si luchara con su interior.

Miré hacia el frente ignorando su actitud y continuamos con nuestro camino.

Llegamos al vestíbulo para reunirnos con nuestras parejas. Su pareja era una muchacha de Gryffindor, y la mía de Ravenclaw.

—Te veo luego —se despidió.

Me acerqué a mi acompañante, quien me sonrió de oreja a oreja, pero creo que mi mirada glacial le borró la sonrisa de la cara al instante.

—Hola —lo saludé sin pizca de entusiasmo. Él me ofreció el brazo, pero yo no lo tomé, y entramos con rapidez al Gran Comedor apenas se abrieron las puertas.

En otro momento habría quedado fascinada por la decoración: muérdago colgado por todas partes, guirnaldas de flores adornando las sillas, pompas de jabón con forma de corazón y de tono rojo transparente flotando a la altura de una persona promedio. No se reventaban cuando uno las tocaba, sólo se desplazaban. Las velas eran de color rojo también, y la noche dibujada en el cielo raso no podía estar más despejada y estrellada. Parecía un trozo de terciopelo con escarcha plateada. Sin embargo, me limité a echar un vistazo despectivo a todo. ¡Yo debería estar allí con Kingsley! Me enfurecí conmigo misma y con él.

Las mesas, circulares y pequeñas, daban la cabida justa para dos personas.

—Y… ¿cómo estás? —balbuceó mi acompañante cuando comenzamos a cenar, luego del breve y simpático discurso del director.

No pude evitarlo: tuve que desquitarme con mi cita. Me porté muy mal; reconozco que fui groserísima. Con suerte le hablé y bailé con él como tres empalagosas canciones de Celestina Warbeck sin entusiasmo alguno. Hacia las nueve de la noche lo único que me dediqué a hacer fue beber cerveza de mantequilla para que me animara un poco, pero lo único que conseguí fue acalorarme un montón.

—Lo siento mucho, tengo que salir a tomar aire —me excusé dejándolo solo y saliendo hasta el vestíbulo. Recién eran las diez. Me quedaba una hora para soportar.

Me senté en un peldaño de la escalera del vestíbulo y me abracé las piernas enterrando mi cara en las rodillas.

Luego de casi tres cuartos de hora…

—¿Margaret? —resonó la voz de Kingsley en el vestíbulo.

Di un respingo, mareada. Me había quedado en un estado semiconsciente. Cuando logré enfocar la vista noté que él había asomado la cabeza por la puerta.

—¿Qué?

—Ah, eras tú. Pensé que eras otra chica, y que te habías ido donde Tonks… De pronto no te vi y pensé en buscarte.

Mentiroso, pensé. ¡Mis bucles eran inconfundibles! Era la única que parecía tener fideos espirales en la cabeza. Además de ser la única chica con túnica celeste tan brillante.

—Quedamos en que nos iríamos a las once, así que estoy haciendo la hora —contesté apesadumbrada.

Pensé que se devolvería, pero salió cerrando la puerta tras él.

—Mira, Margaret… —farfulló sentándose a mi lado. Parecía nervioso. Clavé mis ojos en él —. Es… es muy difícil para mí también…

—¿Qué es difícil para ti? —susurré ladeando la cabeza, decidida a controlar mi mal humor.

—Margaret… —Hizo una mueca y se agachó a mi altura hablando en un tono aún más bajo.

Sus labios carnosos estaban tan cerca… y del cuello de su túnica se expelía un aroma de perfume tan varonil ― de los caros y exclusivos― que me estaba costando pensar. Además, tenía suficiente cerveza de mantequilla en mi cerebro como para cometer alguna locura.

—¿Qué? —lo alenté con voz derretida.

—Tú sabes… ya sabes lo que siento por ti. Pero no puede ser —añadió como si le partiera el alma, manteniendo la mirada en sus zapatos lustrosos —. ¿Te imaginas… te imaginas si terminamos algún día? Sería fatal… Bueno, puedo apostar que yo no tendría motivos para terminar nunca contigo... Creo que me gustas desde que te conocí…

Seré sincera: no estaba poniendo atención a sus palabras. Mi mente se había llenado del deseo de besar, y de pronto me descubrí aproximándose más y más… La distancia se estaba perdiendo.

—¿Qué…? —comenzó cuando se dio cuenta de que yo estaba tan cerca. Me apresuré a acortar los centímetros antes de que se me acabara la valentía.

Nunca había dado un beso en mi vida, así que me limité a hacer lo que hacían los demás: pellizcarle el labio inferior con los míos. Fue una sensación extraña, como si me llenara de hormigas por todos lados ―y en lugares que jamás pensé que se pudiera sentir hormigas―. Estuve tentada de sacar mi lengua y…

¡Pum!

La puerta se abrió de golpe y salió un grupo de estudiantes que se dirigían al baño.