Capitulo 2
La respiración es la base sobre la que se asientan los fundamentos de un buen día. Simplemente, acuérdate de respirar y sobre todo, acuérdate de tomar consciencia de que estás respirando. Sólo así las aguas turbulentas volverán a su cauce.
Aquel era un buen mantra para seguir adelante día tras día y en la mayoría de veces, simplemente funcionaba. Cuando las cosas parecían torcerse y sus recuerdos se tornaban demasiado pesados para sobrellevarlos, June dejaba lo que estaba haciendo y se tomaba cinco minutos para tomar consciencia sobre su propia respiración y todo lo que le rodeaba.
Poco a poco había conseguido superar los obstáculos más duros. Ya no se pasaba las noches llorando ni los días como un fantasma. Su dolor era ahora una molestia latente y constante pero que no le impedía seguir adelante.
Sin embargo, había momentos en los que la realidad le sobrepasaba y sin querer se quedaba pensando en cuál era su propósito en la vida y lo que ésta podría haber sido. Imágenes borrosas y desfiguradas de un futuro imposible. Aquellos recuerdos son los que nos forjan como seres humanos y los que determinan nuestro camino a seguir.
Aquel día June estaba al teléfono y un huracán de recuerdos la inundaron de repente sin darle tiempo a sentarse a respirar.
Tras el accidente que se llevó a Harry y Rose, June necesito mucho tiempo para poder recomponer su vida de nuevo. En aquellos primeros meses estuvo en un grupo de apoyo guiado por un terapeuta. Se suponía que iba a ser de gran ayuda; un lugar con gente que había sufrido pérdidas similares a la de ella. Entre todos saldrían de nuevo al mundo como personas nuevas y con las habilidades suficientes para sobrellevar la tragedia que les había tocado vivir. Enterrando el pasado y abrazando el futuro.
Nada más lejos de la realidad. En aquellas sesiones, el dolor compartido impregnaba toda la sala consiguiendo que en ocasiones costara hasta respirar. June nunca quiso relatar su historia. A pesar de todo, no quería recibir miradas de lastima de ninguno de los presentes. No quería abrazos ni promesas de que todo mejoraría. No lo creía. Su vida en familia se había terminado. Como el capítulo de un breve libro.
La terapia particular fue diferente. Su terapeuta, Claire, tomo una directriz diferente. Ambas decidieron centrarse en el futuro y como podían moldearlo a partir de las experiencias de June hasta convertirlo en una experiencia agradable. A partir de ese concepto y tras muchas sesiones llegaron a un lugar común que se grabó a fuego en la mente de la mujer.
June echaba de menos ser madre. La maternidad había sido lo más hermoso por lo que había pasado y a pesar de todo, pensar en ello aun la hacía inmensamente feliz. Sin embargo, en aquella etapa de su vida y con las cicatrices que le marcaban el alma, no estaba segura de estar preparada para volver a ser madre de nuevo.
Claire decidió darle una vuelta a ese concepto y le introdujo la idea de ser madre de acogida. Ofrecer su hogar de manera temporal a algún niño o niña que lo necesitase hasta que les trasladasen a su residencia definitiva.
Al principio June mostró cierta reticencia ante aquella idea. Sentía que no tenía nada que ofrecer, que no podía ser ese tipo de personas y que había mejores opciones que ella.
Finalmente y tras sopesarlo mucho, se animó y rellenó los pertinentes formularios en el registro municipal. Siguió todos los pasos a seguir y poco a poco se fue entusiasmando con la idea. Los funcionarios encargados del proceso no habían puesto ninguna traba y eso le hacía pensar que quizás si tenía algo que ofrecer.
Sin embargo, el tiempo pasó y no volvió a tener noticias del tema. Era como si los papeles que había rellenado se los hubiera llevado el viento y la formación que había recibido hubiera quedado olvidada en un rincón.
Así que June se olvidó del tema. Dio por terminada la terapia y el grupo de apoyo y decidió seguir adelante sin mirar atrás. Encontraría otros proyectos, otras ilusiones, algo que le hiciera saber que su vida tenía un sentido por si misma.
Aquella llamada de teléfono sacó de lo más profundo de su memoria todo aquello sin darle tiempo a tomar conciencia de que el aquí y el ahora estaba siendo invadido por sueños que había descartado. Por eso no conseguía respirar.
Apenas si podía escuchar lo que la persona al otro lado de la línea estaba diciendo. Dos niños, hermanos, necesitaban un hogar temporal. ¿Estaba dispuesta a dar el salto? No lo sabía. Ni siquiera podía pensar cómo después de tanto tiempo habían decidido contar con ella.
En aquel momento, todo lo que había deseado estaba de nuevo frente a ella formando una imagen que la asustaba terriblemente pero que al mismo tiempo hacía que su corazón se le desbocase de excitación.
Se sorprendió al escuchar a su propia voz enunciando preguntas sobre aquellos niños y su situación dentro del sistema de adopción. La mujer le aseguró que sería algo temporal y que no tardarían mucho en encontrarles un hogar definitivo.
Tras colgar, June fue plenamente consciente de que había aceptado y una oleada de terror la envolvió. Tuvo que recostarse en el suelo para tratar de calmarse.
Simplemente, acuérdate de respirar
Respiró durante diez largos minutos. Tomo consciencia del aire frío entrando por sus fosas nasales y saliendo por su boca a temperatura ambiente. Se puso las manos en el abdomen y pudo sentir ese aire llenando cada cavidad de su cuerpo. Sintió la madera robusta sobre su espalda y los tejidos de su ropa sobre la piel.
Tras diez minutos, levantó los ojos y se incorporó, mucho más tranquila y serena.
Dos niños. Hermanos. En su cabeza se imagino a un par de gemelos rollizos dormitando en dos portabebés. Aquella idea la hizo sonreír ligeramente. No tenía por qué salir mal. Ella ya había sido madre y aunque Rose había sido un bebé tranquilo, mucho tendría que haber olvidado para no saber hacerse cargo de la situación. Aunque esta vez fuera por partida doble.
Subió al piso de arriba y entró en la segunda habitación, su mirada recorriendo toda la estancia. Aquella había sido la habitación de su hija y aunque ahora estaba prácticamente vacía, su recuerdo lo impregnaba todo. Era lo único que no había podido eliminar y por ello apenas entraba allí.
Pero por mucho que quiso racionalizar la situación, su corazón se estremeció al imaginarse a dos extraños en aquella habitación. Aquel lugar era sagrado y por nada del mundo quería empañar los recuerdos de su hija con los de otros. Salió de la habitación cerrando la puerta tras de si y se dirigió a la siguiente habitación, la de invitados.
–Si. Se quedarán aquí. Mañana sacaré la cuna del desván.
Con esa idea en mente June por fin aceptó la idea del camino que tenía por delante. Sería difícil, doloroso y quizás la prueba más dura a la que se había enfrentado en los últimos dos años. Pero de una cosa estaba segura. Quería hacer esto. Quería ofrecer lo mejor de si misma a aquellos niños y permitirles sentirse a salvo. Quería permitirse sanar.
Sin quererlo, John siempre terminaba mirando fijamente por la ventana a aquel punto exacto. El lugar donde Matty Williams solía aparcar su coche. Habían pasado dos semanas y aún no se podía creer que ya no le iba a volver a ver. La noticia del fallecimiento de su compañero y su mujer fue como un balde de agua helada sobre toda la comisaría.
Matty y su esposa Susan eran dos de las mejores personas que había conocido en su vida, con un corazón y unas ganas de vivir inmensas pero aquel accidente de coche truncó todo los proyectos de vida que tenían. Y lo que era peor. Había dejado solos a dos niños.
Los ojos de John se empañaron al acordarse de ellos. Era él quien había estado a su cargo cuando sucedió todo, él que tuvo que contarles lo que les había pasado a sus padres, el que les abrazó para tratar de consolarles y el que, con todo el dolor de su corazón, tuvo que llevar a servicios sociales para que se encargasen de ellos por la via oficial.
Los Williams no tenían familia conocida y eso sólo significaba que esos dos niños entraban de cabeza en el traumático sistema de acogida. A John se le partió el corazón sólo de pensar que podían ser adoptados por alguien que se los llevase lejos de allí y la mera posibilidad de que los terminasen separando hacía que le diesen nauseas.
La llamada que estaba esperando por fin llegó y el policía escuchó atentamente el mensaje que tenían para él. Tras colgar, suspiró de alivió. Habían encontrado una candidata para hacerse cargo de ellos de manera temporal. Una mujer de la ciudad.
Eso le hacía sentirse ligeramente mejor. Tenía fe ciega en que los servicios sociales habían elegido a la persona idónea. Y en cualquier caso, de momento los chicos no se iban a mover de Lawton por lo que tendría la oportunidad de estar cerca de ellos para cualquier cosa que necesitasen.
Decidió que al día siguiente iría a verlos. Quería asegurarles de que todo saldría bien y que por sobre todas las cosas, él estaría siempre a su lado.
–Entiendo su sorpresa, Sra Evans. Y nuevamente le pido disculpas si durante nuestra llamada, no fui lo suficientemente clara acerca de la situación de los chicos.
June era incapaz de moverse del umbral de la puerta que daba al patio del orfanato. Ni siquiera podía escuchar a la mujer dirigirse a ella. Desde el momento en el que la trabajadora social le señaló quienes eran los supuestos "bebes" de los que se iba a hacer cargo, una sensación de angustia comenzó a invadir cada centímetro de su cuerpo y su mente.
Los chicos no eran precisamente bebés, ni siquiera niños pequeños. Según la trabajadora, Jensen, el mayor, tenía 13 años y su hermano Cole, 9. Ahora mismo se encontraban sentados al fondo del patio. Cole jugaba con un palito a hacer dibujos en la arena mientras su hermano mayor le miraba, su semblante serio y apagado.
–¿Por qué no nos acercamos y se los presento? –sugirió la trabajadora. De manera automática June asintió y sus pasos siguieron a los de la mujer, aunque en lo más profundo de su cabeza deseaba que se estuvieran moviendo en la dirección opuesta.
–Jensen, Cole. Aquí hay alguien que está deseando conoceros.
Ambos chicos alzaron la mirada para posarse en los de la mujer que se había dirigido a ellos. Segundos después, dos pares de ojos se cruzaban con los de June.
Mientras que el pequeño Cole no tardó en agachar la cabeza y esconderse tras Jensen, éste mantuvo la mirada distante y fría. June conocía por encima la historia de los dos hermanos. Habían perdido a sus padres recientemente y no tenían a nadie más por lo que habían tenido que entrar en el sistema.
Por detrás de esa indiferencia que mostraba, June pudo discernir la gran tristeza que el chico estaba tratando de ocultar. Estaba segura de que se había pasado horas llorando en silencio sólo para que su hermano pequeño no se enterase.
–Es sólo un niño –pensó June.
Esbozando una leve sonrisa, la mujer les saludo alzando la mano.
–¿Qué os parece si vamos los cuatro a la cafetería a comer algo y así os podéis conocer mejor? –preguntó la asistente social.
June asintió esperando con el corazón en un puño la respuesta de los chicos. Para su sorpresa se encontró deseando que toda aquella locura tuviera algo de sentido y todo comenzaba con que los chicos accediesen de buena gana a acompañarlas. Aquel concepto hizo que le temblaran las piernas. No había duda, quería que esto saliese bien. No iba a salir de allí con dos bebes sino con un casi adolescente y un casi pre-adolescente, ambos conscientes de la tragedia que habían vivido. No sería fácil pero a estas alturas del partido no iba a echarse a atrás. Ni siquiera estaba segura de tener el valor o de querer hacerlo.
Con un suspiro de alivio, vio como los hermanos echaron a andar tras los pasos de la asistente. Solo cuando el pequeño Cole giró la cabeza hacia atrás para tratar de mirar furtivamente a June, esta tuvo la entereza suficiente para seguirles.
Y mientras caminaba. Se acordó de aquella frase y supo de ahora en adelante iba a necesitarla más que nunca.
Simplemente, acuérdate de respirar.
