No sé si haya mucha gente que le interese la historia, pero igualmente quería pedir disculpas por la tardanza más que larga en actualizar. No me había dado cuenta todo el tiempo que pasó. A veces saco tiempo que no tengo para ponerme a escribir, pero me encanta esta historia y espero que les guste.
Continúa la búsqueda de Sansa.
CAPITULO 2: Pesadillas.
Los caballos estaban listos. La oscuridad todavía se asomaba en el Norte. Sansa se había colocado su abrigo de piel más cálido. Gendry también estaba listo, esperándola arriba del caballo. Brienne había procurado ser lo más sigilosa posible y preparar todo con dos guardias de su confianza en una salida de Winterfell que pocos conocían, aislada y solitaria.
—Tomarás mi lugar como Mano, pero no le dirás a nadie de mi verdadero destino. No quiero generar pánico con lo que Arya me dijo. Si mis consejeros y los ciudadanos estaban así por meros rumores, no quiero imaginar cómo reaccionarán si los pueden confirmar con una Stark —le dijo Sansa mientras se subía al imponente caballo negro—. Debes decirles a los demás consejeros que me fui a visitar a mi tío Edmure, que he decidido que necesito tiempo para pensar algunas cosas.
En efecto, Brienne sintió que todos los consejeros habían quedado sorprendidos con la expresión y la actitud de Sansa luego de la reunión. Realmente le había afectado bastante que le insinuaran que debía contraer matrimonio porque existía la posibilidad de que un dragón los atacara y la matara. Pocas veces Sansa se había mostrado con ese nerviosismo, en especial después de la muerte de Daenerys. Ella tenía un corazón dulce, pero fuerte. No cualquier cosa podía colmar sus nervios. En una situación normal habrían sospechado de que Sansa abandonara Winterfell de esa manera sólo para visitar a su tío –a quien rara vez le interesaba ver–, pero en efecto, él no dejaba de ser uno de los pocos miembros de su familia que quedaban vivos, y el hijo que él tenía era tierno y a ella le agradaba pasar tiempo con él las pocas veces que habían ido a visitarlos a Winterfell. Ella era una Reina, pero no dejaba de ser humana. Incluso quizás se alegrarían, pues Sansa siempre había sido muy inteligente y seguramente sospecharían que estaría considerando seriamente la idea del matrimonio.
La rubia le asintió, aunque todavía un poco aturdida por todo lo que pasaba. Después de insistirle, camino a la salida secreta de la gran casa, Sansa le había explicado de manera muy resumida lo que había dicho Arya. Entendía por qué quería buscar a Jon, pero no terminaba de cerrarle la actitud de la joven Reina, que aunque siempre había sido muy sensata parecía ocultar en sus ojos una ansiedad particular, entremezclada con la seguridad de Winterfell y la del mismo Jon.
—Yo cuidaré de Arya y nadie se enterará de su presencia en Winterfell —prometió Brienne, dirigiendo una corta mirada a Gendry, que intentaba con fuerza no demostrar sus sentimientos en esos momentos.
—Intentaré volver lo antes posible, pero necesito encontrar Jon —le dijo Sansa luego de asentirle, con un brillo extraño en los ojos.
Brienne frunció el ceño y se acercó más a la joven, mirándola con curiosidad.
—Lady Sansa... —susurró— respecto de encontrar a Jon, usted... —Brienne no se atrevió a continuar la oración y tampoco estaba segura de querer hacerlo. De hecho, se había arrepentido en el instante en el que lo dijo.
Sansa no la miró, pero tragó saliva un poco nerviosa.
—Cuida de mi hermana —ordenó con la voz dura antes de partir.
El caballo salió corriendo a toda velocidad, Gendry tuvo que alcanzarla con fuerza.
Allí quedó Brienne, entre confundida y preocupada por su Reina.
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El viento le golpeaba la cara a Sansa con una fuerza cortante difícil de soportar para cualquiera, pero ella era norteña y la aguantaba bien. Gendry ya se había acostumbrado, había aprendido a amar el clima. Se sentía un norteño de nacimiento.
Llegaron a la Guardia de La Noche más rápido de lo que pensaban, y desde allí les abrieron la puerta con confusión pero sin dudarlo ni por un segundo. Seguía estando lleno de varones y la presencia de mujeres seguía estando prohibida, pero a una Stark —en especial a la Reina— nunca habrían dudado en permitirle el paso e incluso servirle comida caliente de inmediato.
Sansa recibió de buena gana el plato de sopa que le ofrecieron, pues sabía que les esperaban quizás varias horas de viaje tras la puerta y necesitaban todas las energías que pudieran recaudar.
Allí, en la mesa donde le ofrecieron sentarse, el nuevo Lord Comandante, una persona a la cual Sansa nunca había visto personalmente, decidió preguntarle qué era lo que llevaba a la gran Reina a acercarse en persona a semejante lugar. Le dijo, apresuradamente, que ellos podrían haber ido a verla a ella si ocurría alguna emergencia, pero Sansa lo interrumpió de inmediato para que dejara de atosigarla con comentarios inútiles.
—Lord Comandante —le ordenó, mientras tomaba una cucharada—, no hace falta que se disculpe ni que me haga comentarios simpáticos. Necesito que me diga dónde está mi hermano.
—¿Jon? —preguntó el hombre, consternado por la dureza de la mujer. Por su expresión, se dio cuenta que debía estar pasando algo muy serio, así que decidió dejar de cuestionarla— Por supuesto, podemos decirle dónde sabemos que estuvo por última vez... pero no sabemos dónde está él actualmente —explicó provocando la mirada preocupada de Sansa—. Él a veces envía intermediarios para buscar medicamentos, telas, o algunas otras provisiones de emergencia, y siempre nos informa dónde están ubicados. Pero la última vez fue hace seis meses. Ellos no se quedan en un solo lugar tanto tiempo, se mueven según las necesidades de la época. A veces para cazar o para tener más acceso al agua, o por tormentas, se retiran de los lugares donde se encuentran.
Sansa se mordió el labio y dejó de comer, cada vez más preocupada.
—¿Dónde fue la última localización? —le preguntó.
—A unos cien kilómetros de aquí, al noroeste, en la zona de las montañas más grandes de la zona —le contestó, dudoso de si podría encontrarlo.
Sansa miró inmediatamente a Gendry, quien no tuvo que esperar a que le preguntara para responderle.
—Sé dónde es, lo que no sé es si estarán allí cuando lleguemos —le informó éste, mirándola con cierta duda.
Sansa cerró sus ojos por un momento, indignada. ¿Por qué todo tenía que ser tan complicado siempre?
—No tenemos opción, deberemos ir por esa zona para comenzar — le dijo ella seriamente.
—Podrían tardar más de dos días en llegar —interrumpió Lord Comandante, con notable preocupación—. Con el clima tan cambiante, el peso de los caballos... ¿no prefiere que la escolten algunos de mis mejores guardias? —ofreció con amabilidad el hombre, pero sabía la respuesta de Sansa.
—No, se lo agradezco. Deberemos arreglárnosla entre nosotros. Estaremos bien —le contestó ella, sin contestar nada en absoluto. Ella no había revelado la verdadera razón de por qué estaba allí, y Lord Comandante era lo suficientemente inteligente como para no cuestionarlo. Si había llegado hasta allí ella sola, a esas horas, acompañada tan sólo de un miembro de su Consejo, debía ser por alguna razón que iba más allá de su simple entendimiento.
Luego de tomar algunas provisiones extras, por recomendación del Lord Comandante y acorde al peso que podía cargar el caballo, y alimentar y descansar apropiadamente a los animales, les abrieron la puerta para dirigirse hacia su incierto destino.
Todavía faltaban muchísimos kilómetros para llegar a destino y varias horas para que llegara la noche, así que finalmente Gendry decidió romper el silencio que los invadía desde la salida de Winterfell.
—Su majestad, disculpe —pidió, lo más cortés que le salió. Ella lo miró de reojo—. ¿Qué le pasó a Arya?
—Es cierto, no te expliqué nada, después de todo —suspiró la pelirroja, mirando el cielo encapotado y gris—. Llegó tan herida que tuvieron que cargarla hasta una habitación.
La preocupación en la voz de Gendry se volvió considerable.
—¿Herida, cómo?
—Con severas quemaduras en la espalda, hombros y pecho —le informó, cerrando sus ojos angustiada.
—¿Qué es lo que le pasó? ¿Cómo pudo pasarle eso a ella? —preguntó ansioso, preocupado.
Sansa se dio cuenta que lo mejor, con Gendry, era no omitir ningún detalle de lo que sabía, por más especulativo o confuso que éste fuera. Él tenía un asunto personal con Arya del cual ella estaba al tanto porque la misma Arya se lo había contado antes de irse. Además, pocas cosas escapaban del entendimiento de Sansa en su pueblo. Si ella podía presumir de algo era de su poder de la observación, y no se le había escapado la forma en que Gendry miraba a Arya ni las expresiones de evidente curiosidad que hacía cada vez que alguien mencionaba noticias suyas.
Por esto, no le ocultó nada. Y al menos, hizo el viaje más ameno durante algunas horas ya que pudieron debatir al respecto y distraerse del frío que cada vez era más fuerte.
A medida que se acercaba la noche, el viento incrementaba y con la oscuridad, los peligros de animales salvajes que pudieran aproximarse a ellos y atacarlos por la espalda.
No tardaron en decidir acampar. Gendry armó las tiendas lo más rápido que pudo, y fuera de ellas encendió una fogata para entrar en calor y consumir algo de la carne que llevaban.
La noche, tan lejos de casa y las comodidades a las que Sansa estaba acostumbrada después de esos años, resultaba tenebrosa. Sin embargo, ella se sentía en paz con Gendry allí. No era un secreto para nadie la fuerza y habilidad de la cual era poseedor el último descendiente de Robert Baratheon. No había sido esa la única razón por la que lo había escogido sin dudar en su viaje, pero sí que le influía.
Allí, a la luz de la tenue luz del fuego y con la helada que se les colaba hasta por la espalda, ella finalmente se relajó un poco mientras tomaba algo de té caliente que Gendry le había preparado. Lo observaba asando la carne con cuidado, allí, iluminado por el fuego. Él era de un perfil asimétrico, varonil y fuerte. Sansa se daba cuenta por qué su hermana había tenido cierta debilidad por él en sus últimos días en Winterfell, y se preguntaba si todavía la seguía teniendo.
—Gracias, Gendry —le dijo honestamente, tomándolo por sorpresa.
—¿Por qué lo dice? —le preguntó él, con ternura.
—Por no cuestionarme, por tu lealtad, por compartir tu preocupación por mi hermana —contestó ella sonriendo con tranquilidad. Él se sonrojó tanto ante el último comentario que ella se rió—. Tranquilo, no revelaré a nadie que aún la quieres —finalizó, tomando otro sorbo de su té.
—Su majestad... —susurró él, visiblemente nervioso.
—No hace falta que me trates con tanta formalidad aquí, no hay nadie para vernos y nos conocemos hace demasiado tiempo —contestó ella, tranquilizándolo. Él le sonrió con placidez mientras seguía asando la carne.
—De acuerdo, Sansa —comentó, terminando de preparar la comida y asintiendo con la cabeza contento.
—Gendry —lo llamó ella, cambiando su semblante a uno más serio. Él dirigió sus ojos a ella con la misma seriedad—. ¿Tú qué piensas de lo que dijeron los consejeros?
Él se acomodó y le alcanzó un plato de con carne.
—Que con lo que informó Arya ya no hay lugar a dudas. Es muy preocupante saber que esa bestia... —intentó contestar Gendry, pero Sansa lo detuvo con un gesto de la mano.
—No me refiero a eso —él la miró confundido—. ¿Qué piensas de lo que dijeron respecto de asegurar el trono con un descendiente, de un matrimonio?
Gendry se rascó la cabeza y miró a la fogata un instante, intentando articular pensamientos. La pregunta lo había tomado por sorpresa.
—Pienso que sólo debería ser importante lo que tú piensas. Nadie debería imponerle a nadie sentimientos de ningún tipo —Gendry decía aquello con la razón de la experiencia propia. Él no había sido capaz de cambiar el corazón y las convicciones de Arya, por más que la quisiera. Allí aprendió que sólo el amor sincero puede doblegarse de esa manera.
—Yo no sé qué es lo que pienso de todo eso —confesó ella, bajando la mirada—. Brienne me dijo lo mismo que tú, pero no sé qué debo hacer realmente. Con estas noticias se incrementan los fundamentos de los Consejeros en sus afirmaciones. El Reino podría estar en peligro.
Gendry comenzó a revolver un poco la fogata mientras pensaba en su respuesta.
—Si de verdad crees que el Reino está en peligro por no casarte, entonces hazlo con quien realmente quieras. Es decir, entiendo que lo más conveniente será una persona fuerte, poderosa e influyente, de una gran familia. Pero creo que primero deberías conocerlo y cerciorarte de que te agrada. O al menos eso es lo básico, ¿no?
Sansa suspiró mientras se aferraba a su abrigo.
—Ayer no parecías pensar de esa manera. Dijiste que el Norte es conservador, arraigado a sus costumbres y que sólo estará bien si un Stark lo gobierna.
Gendry tosió visiblemente nervioso.
—Respecto de eso... —titubeó, todavía con nervios— Creo que me sobrepasé. Me arrepentí luego de decirlo. En realidad pienso eso, pero no quisiera verte casada con alguien que no es de tu agrado, por simple deber. Nadie merece eso.
—No. En realidad tenías razón. Aunque lo neguemos es una necesidad que cada vez se vuelve más alarmante. Intenté evadirlo todo este tiempo sin darme cuenta que sólo podría retrasarlo, pero no evitarlo.
—De cualquier manera... siempre he pensado que los matrimonios por obligación sólo pueden terminar de dos maneras.
Sansa dibujó una sonrisa con curiosidad y lo miró de reojo.
—¿Ah, sí? ¿Y cuáles son esas maneras? —le preguntó.
—En desastre o milagro.
—¿A qué te refieres?
—Mira lo que pasó con Cercei y mi padre —a Sansa la sorprendió la respuesta—. Todo podría haberse evitado si mi padre se hubiera casado con una mujer que realmente quisiera.
—Bueno, quizás no todo —lo corrigió ella, segura de que Daenerys hubiera reclamado y destruido todo a su paso sin importar con quién se hubiera casado Baratheon—, pero al menos quizás no habrían muerto todos tus hermanos unilaterales, ni hubieras tenido que escaparte del Sur.
Él asintió sin mirarla, con melancolía, tragando saliva.
—Pero por lo que me contaron los más ancianos de Winterfell, tus padres tampoco se casaron por amor —él la miró y ella tuvo que pestañear varias veces para evitar que le corrieran las lágrimas.
La imagen de sus padres, de Ned y Cat gobernando Winterfell con tanta fidelidad, amor y respeto el uno por el otro, era lo más bello de su infancia.
—Lo siento —le dijo él tras darse cuenta lo que acababa de provocar en ella—. No fue mi intención.
—No, tienes razón —sonrió ella con tristeza, intentando no quebrantar su voz—. Mis padres también fueron un matrimonio arreglado, mi madre siempre nos contó esa historia. Ellos construyeron su amor cimiento por cimiento, piedra por piedra. Esas eran las palabras que ella siempre usaba para describir su relación —Sansa agachó su cabeza por unos instantes, recobrando el aliento, y luego añadió: — Cuando era una niña mi padre solía decirme que me casaría con un hombre que me mereciera. Alguien bueno, gentil y fuerte. Supongo que pensaba que mi futuro matrimonio sería como el de él con mi madre. Yo fui lo suficientemente estúpida para seguir en mi berrinche infantil por el bastardo de Joffrey, y él fue lo suficientemente débil para no separarme de ese monstruo.
—No vale la pena mortificarse con el pasado. Todos fuimos niños idiotas en algún momento —contestó él, comenzando a apagar la fogata y guardando las tazas—. Además, gracias a todo eso eres nuestra Reina en el Norte.
Ella le sonrió complacida. Sabía que él tenía razón. Había aprendido muchas cosas que la habían llevado a ocupar el lugar que tenía con soltura y sabiduría. Nadie podría ocupar a tan joven edad un cargo tan importante sin haber pasado por todas las cosas que ella. Sin embargo, cualquier error podía llevar todo a la ruina en menos de lo pensado. Los peligros que se acercaban ponían en peligro todos los años de construcción y desarrollo en el Norte, que podían desaparecer en menos de lo pensado. Uno de esos errores consistía en no asegurar el Reino lo más rápido posible. Gendry tenía razón. Sansa sabía los peligros de un matrimonio arreglado y se resistía a la idea de ello. ¿Pero dónde iba a encontrar un esposo que fuera aceptado por el Reino, que tuviera todo lo necesario para ser su compañero, y que además no le resultara desagradable?
Mientras se preparaba para dormir en la tienda contigua de Gendry pensaba en todas las veces que había estado casada o comprometida y las experiencias desagradables que había tenido que soportar.
Cerró sus ojos pensando en el objetivo de ese viaje: Encontrar a Jon.
Era imperioso verlo, advertirle de cualquier peligro, explicarle la situación, maquinar una solución a semejante amenaza.
Sansa se quedó dormida con la ansiedad en el corazón. Se preguntaba cuán cerca estaba Jon; si seguía en la zona indicada por el Lord Comandante o si se había ido. ¿Acaso estaba perdiendo el tiempo, buscando a alguien que no quería ser encontrado? Se afligía pensando en si querría verla o no. Sus últimas cartas no habían sido muy esperanzadoras. Fuese como fuese, las dudas se disipaban rápidamente mientras pensaba en las posibilidades lo que se avecinaba.
"Debo encontrarlo", pensaba en sus adentros, mientras sucumbía a los sueños más profundos.
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El escenario era reconocible. Era el patio principal de su palacio, allí en Winterfell. Sansa se acercaba a las barandillas de la terraza, observando a su pueblo caminando. Entrando, saliendo, trabajando.
La brisa era fría, pero no de invierno. Parecía otra época, otros años venideros. Allí abajo cruzaba Arya, caminando mientras la saludaba. Su cabello lucía más largo y su rostro más adulto. Sin embargo, no fue la repentina aparición de su hermana lo que llamó su atención. Fue la presencia de una niña, de unos doce años, con el cabello castaño y ondulado; de rasgos finos y ojos verdes; quien llamó su atención. Su mirada fuerte y su actitud contundente tenían una similitud a la de su hermana. Estaba practicando con un pequeño arco y flechas, no parecía fallar muchas veces.
—Ha crecido muchísimo —le dijo su hermana, quien pareció materializarse a su lado de la nada.
—¿Tienes una hija? —le preguntó Sansa, mirándola con una sonrisa. Su hermana le devolvió la sonrisa, pero parecía sarcástica.
—¿Hijos, yo? Es la tuya —le contestó.
Sansa frunció su ceño y se quedó seria mientras observaba a la niña. De pronto todos en el patio habían desaparecido: Los trabajadores y comerciantes parecían haberse esfumado. Sólo estaba la niña, que seguía practicando con su arco.
Miró a su lado nuevamente para responder a Arya, pero ésta también había desaparecido. De pronto una ventisca más fría y sombría que antes comenzó a soplar, desordenando su cabello en todas las direcciones.
—¡Mamá! —gritó la niña, provocando la rápida mirada de Sansa.
La pequeña, que antes estaba sola, ahora estaba frente a frente de una mujer. Sansa no llegaba a ver su rostro. El cabello, con el viento, le tapaba la mayoría de sus rasgos. Era delgada, y su cabello ondulado y largo hasta la cintura, era más oscuro que la noche.
—¡¿Quién eres?! —gritó Sansa, amenazante y temerosa. La mujer nunca volteó a verla. Estaba frente a la niña, mirándola fijamente, como si no hubiera otra persona allí. Estaba inmóvil, ni siquiera parecía respirar. Era como un espectro, o peor, un monstruo esperando para atacar.
La niña la miraba temerosa. Le disparó una de sus flechas, pero la mujer ni siquiera se inmutó. No parecía ser humana.
De pronto levantó su mano, como si llamara a alguien... o algo. Y entonces, entre toda la oscuridad del cielo, que se había llenado de nubes oscuras de un momento a otro, se aproximó una bestia alada muy reconocible. Era Drogon, respondiendo al llamado de la mujer.
—¡No! —gritó Sansa desde lo profundo de su garganta, llena de dolor y horror.
Pero era demasiado tarde. Las dos estaban muertas, ella y la niña. El dragón comenzó a expulsar su fuego sobre ellas, pulverizando todo a su alrededor.
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Sansa se despertó agitada, sin aire, y pese a la helada que sucumbía fuera, estaba llena de sudor.
—¡Sansa! —la llamó Gendry, abriendo la carpa sin consideración. La vio en ropa de dormir y se avergonzó, cerrando nuevamente la tela— Disculpa, ¿pero estás bien? Estabas gritando —le preguntó, preocupado.
Ella tardó varios segundos en recuperar el aliento. Aquel sueño se había sentido tan real, tan sombrío. ¿Acaso era una videncia del funesto futuro que le esperaba? ¿Acaso ni siquiera un matrimonio arreglado podría asegurar el trono?
—Estoy bien —titubeó, comenzando a cambiarse—. Sólo fue una pesadilla.
—De acuerdo —contestó él mientras se alejaba, un poco más tranquilo—. Comenzaré a desarmar las tiendas. Apenas amaneció, pero debemos continuar —le indicó.
Ella asintió y terminó de prepararse para ayudarlo a preparar los caballos.
Les esperaba otra dura y larga jornada de caminata.
