2
Claridad...
El sol entra por la ventana del hotel y, tras apartar las sábanas, me desperezo desnuda mientras hago la croqueta encima del destartalado colchón.
—¡Ohhh..., qué gustitoooooooo!
Abro los ojos, estoy sola en la cama y sonrío. Greg se ha marchado a su habitación, y suspiro al pensar en lo bien que me lo he pasado con él esta noche.
El sexo sin amor me resulta muy gratificante. Mientras lo practico, disfruto, me preocupo por mí, sólo por mí y, cuando la cosa acaba, el invitado se va a su camita y toda la cama queda para mí. ¡Solamente para mí!
De pronto comienza a sonar el tono de llamada de mi teléfono con la voz de mi hija, que canta: «Mami..., mami..., mami..., te dama papi..., papi..., papi. Mami..., mami..., mami..., te dama papi..., papi..., papi».
Sonrío. Candela es mi amor y el motor de mi vida.
Mi Gordincesa de dos años y medio es lo más salado que hay sobre la faz de la Tierra. Está con su padre en Los Ángeles, y rápidamente cojo el teléfono y oigo a Chōji preguntar:
—Hola, Temari; ¿sabes a qué hora vendrás por Candela esta tarde?
Oír eso me sorprende. No hace ni veinticuatro horas que está con la niña y ya me está preguntando cuándo regreso a por ella.
— Chōji, no me he levantado todavía —respondo mientras me siento en la cama—. Además, creo que...
—Escucha —me corta—, cuando vengas a buscarla, aparca el coche y sube a mi casa porque tenemos que hablar.
Oh..., oh... Me inquieto al oír eso y pregunto despertándome del todo:
—¿Candela está bien?
—Sí..., sí, tranquila. Está con Karui y está perfectamente.
—Joder, Chōji —le reprocho llevándome la mano al corazón al enterarme de que mi hija está con la novia de él—. Qué susto me has dado.
Oigo cómo sonríe. Lo imagino sonriendo mientras mira al suelo como siempre hace.
—Tranquila —dice—. Pero cuando vengas a recogerla quiero hablar de un par de cosas.
—Vale..., vale... Aparcaré y subiré. Pero no creo que llegue antes de las seis. Hasta luego.
Una vez cierro mi móvil, suspiro y me tranquilizo. Mi niña está bien. Sonrío. Sé que Chōji la cuida y la quiere tanto como yo, y que Karui, su novia, también.
Me levanto trabajosamente y recojo del suelo las bragas, el sujetador y el vestido que llevaba anoche mientras sonrío con placer. Lo dejo todo sobre la cama y me voy directa a la ducha.
Al entrar en el baño, me miro en el espejo. Vaya pinta que tengo de haber tenido una noche movidita en cuanto al sexo se refiere.
Riéndome estoy cuando, de pronto, algo llama mi atención y murmuro horrorizada observando mi cabeza:
—Joder..., ¿esto es una cana?
Por Dios..., por Dios..., ¡qué horror!
Y, de pronto, me acuerdo de que mi madre siempre me ha dicho que a ella se le llenó la cabeza de canas a partir de que fue madre.
No me jorobes con la genética. Físicamente soy como ella..., ¿me sucederá igual? ¡Ya soy madre!
¡Ay, Diosito!
Angustiada, me estoy observando la maldita cana cuando de pronto cuchicheo:
—Y ahora, encima, Canicienta —y, alertándome, casi grito—: ¿No tendré también en el potorro?
Con más miedo que vergüenza, me lo miro. Por suerte, llevo la depilación brasileña, por lo que pelo hay poco, poquito, y no veo ni una. Respiro. Eso me tranquiliza.
De nuevo, me miro al espejo y la cana que está al lado derecho de mi cabeza parece decirme con descaro: «Hola, soy tu cana, y estoy aquí para recordarte que dentro de dos meses y medio cumples los treinta».
¡Será perra, la cana!
Durante unos segundos me pregunto si arrancarla o no. Le he oído decir muchas veces a mi madre aquello de que, si te arrancas una cana, te salen diez, y decido no hacerlo para no tentar la suerte.
Más que nada, porque suerte, suerte, lo que se dice suerte... yo no tengo mucha.
No quiero seguir pensando en la cana, ¡me niego!, y me meto directamente en la ducha. Allí me refresco. Oh..., qué placer sentir el agua corriendo por mi cuerpo. Me lavo el pelo y, al salir, me enrollo una toalla en la cabeza mientras me seco.
Una vez me pongo el albornoz, me quito la toalla del pelo y lo primero que vuelvo a ver es la maldita cana. Sigue ahí, reluciente, brillante... Mientras me desenredo el pelo, intento camuflarla como puedo, pero nada... Ella continúa saludándome y, al final, tras cagarme en ella y en toda su familia, la arranco y la tiro a la taza del váter al tiempo que digo:
—En cuanto llegue a Los Ángeles, voy a la peluquería para darme un tinte oscuro. ¡Me niego a ser Canicienta!
Diez minutos después, cuando he conseguido olvidarme de la dichosa cana y me estoy dando crema hidratante en las piernas, suenan unos golpes en la puerta.
—¡Un momento! —grito.
Miro a mi alrededor en busca del albornoz que acabo de quitarme. Lo veo sobre la cama, me lo pongo y entonces descubro el chaleco de Greg, que está tirado en el suelo. Sonrío, lo cojo y, abriendo la puerta sin mirar, pregunto en un tono íntimo y sexual:
—Greg..., machote, ¿vienes por esto?
De pronto, mis ojos y los oscuros azules de Naruto, el jefe de seguridad de la gira, chocan, y él responde:
—No soy Greg, soy machote y creo que eso me quedaría pequeño.
Sonrío al oír su comentario.
No voy a negar que la envergadura de Naruto no la tiene Greg ni de lejos y, sin querer ver su mirada de alucine por la información innecesaria que acabo de darle, tiro el chaleco a un lado y pregunto sin dejarlo entrar:
—¿Qué quieres?
Naruto asiente con gesto serio.
—Acabo de enterarme de que vives en Manhattan Beach, al lado de la playa.
Vayaaaaaaaaa, y ¿quién le ha dicho eso? Aun así, sin inmutarme respondo:
—Sí, ¿y?
—Es una buena zona y muy bonita.
—Sí, ¿y? —repito sin entender nada.
—Estoy buscando apartamento y Sakura me ha comentado que tu casero tiene varios apartamentos libres donde tú vives; ¿es cierto?
Mato a Sakura. Juro que la mato. Ella es la única que sabe que Naruto es mi debilidad.
—Philip tiene varios apartamentos libres —respondo como una autómata—, pero no son baratos. Precisamente por estar donde están, el ca...
—No busco algo barato —me corta ligeramente incómodo. Creo que lo he ofendido—. Busco algo que me guste, y esa zona me gusta.
Asiento. No digo más, ¡vaya corte me ha dado!
—¿Podrías darme el teléfono de tu casero para hablar con él? —me pregunta a continuación.
Bueno..., bueno..., bueno... ¿Naruto, mi vecino? No sé si alegrarme o llorar.
La cabeza me va a mil.
Tener viviendo junto a mí a la tentación personificada, al único hombre en el que repito pensando cuando alguna madrugada utilizo a Ironman, mi vibrador, me descabala. No obstante, como no quiero mostrarle lo confundida que estoy, abro la puerta del todo y digo:
—Pasa. Te lo daré.
Un par de segundos después, oigo cómo la puerta se cierra.
Un poco alterada por estar a solas en mi habitación con el Caramelito de mis fantasías prohibidas, camino hacia la cama, veo mi teléfono al otro lado de la misma y, como suelo hacer, me subo al colchón, paso por encima de él y, tras dar un salto para bajarme, cojo el móvil.
Con disimulo, miro a Naruto a través de las pestañas y veo que me observa entre alucinado e incrédulo por lo que acabo de hacer. Si supiera que mi madre lleva regañándome por pisotear camas desde que era pequeña y me ha dejado por imposible, ¡fliparía!
—Curioso tatuaje, el tuyo.
Cuando lo oigo decir eso, miro mi antebrazo. En él llevo tatuado unas frases que vi en un libro y que me llegaron al corazón por lo que me hicieron sentir.
—No sé si es curioso o no —respondo—, pero a mí me gusta.
—¿Qué pone?
Sonrío. Está en español y no lo entiende.
—Es un proverbio indio.
—¿Indio? —me pregunta sorprendido.
Vale, ya estamos. Cuando me preguntan y digo que es un proverbio indio, la gente me mira con cara de alucine; vamos, con la misma cara con que me miró mi madre el día que lo vio. Sin embargo, no tengo ganas de dar explicaciones, así que respondo:
—Sí, indio. Pero no lo entenderías.
Y doy el tema por zanjado. Paso de explicar lo que pone y, sin querer mirar el desorden de mi ropa, que está desperdigada por todos lados, como una mujer segura de mí misma digo tras rebuscar en mi teléfono:
—¿Tienes papel y boli?
Naruto, que no me ha quitado el ojo de encima y me observa como el que mira a un bicho raro, me enseña su teléfono y dice:
—¿Qué tal si me lo pasas por wasap?
Asiento —¡parezco tonta!— y, acalorada por su presencia, exijo:
—Dame tu teléfono.
Una vez me lo da, le envío la información que me ha pedido y, cuando la recibe, sonríe y, tras señalar la cama deshecha, pregunta con picardía:
—¿Una buena noche?
Uf..., uf..., uf... Decir que no sería una gran mentira, por lo que, con toda la tranquilidad del mundo, respondo:
—Seguro que tan buena como la tuya con la pelirroja.
Naruto sonríe como un canalla. Menea la cabeza y, en un tono íntimo, que consigue que el vello de todo mi cuerpo se erice, contesta:
—La mía ha sido colosal.
Uy..., uy..., ¡será chulito, el colega! Y, como a mí chulería tampoco me falta, sonrío, le guiño un ojo y en plan sobradita afirmo:
—Si ha sido la mitad de increíble que la mía, ¡qué buena noche! Es más, creo que hoy mismo repito.
Mentira y gorda. Esta noche voy a dormir con mi pequeña y, estando ella en casa, allí no se baja nadie los calzoncillos o le corto la chorra.
Naruto me mira. No sé lo que piensa y, después de asentir, da un paso atrás y dice:
—Gracias por el teléfono. Llamaré a tu casero.
Luego da media vuelta y, sin decir ni una palabra más, se marcha. Cuando cierra la puerta, respiro. Nunca había vuelto a estar a solas con él en una habitación y, aunque esta vez hemos estado vestidos y no nos hemos tocado, en cuanto se va suspiro, resoplo y me doy cuenta de lo mucho que me altera su presencia.
Una hora más tarde, cuando llego al autocar donde están los componentes de la gira de mi amiga Sakura, ésta me mira, sonríe y, acercándose a mí, dice al tiempo que me entrega un frappuccino del Starbucks que hay al final de la calle:
—Con moca, como a ti te gusta.
—Graciasssssssss —respondo, y le doy un trago a la bebida—. Pero te voy a matar.
—¿Por? —La miro. No digo nada y, finalmente, sonriendo, ella dice—: Venga ya.
—¿Se puede saber a qué ha venido que le dijeras a Naruto dónde vivo?
Sakura sonríe, se retira un mechón rosado de su preciosa cabellera y dice:
—Ayer hablé con Mei y me comentó que él estaba buscando casa. Al parecer, donde está, los vecinos son demasiado ruidosos. Entonces recordé nuestra conversación del otro día y...
—Y lo enviaste a mi habitación.
Sakura sonríe. Qué perrota es la tía cuando cuchichea.
—Lo hice para que lo vieras un poquito más, sé que es tu debilidad.
Vale. Ella lo sabe.
Una noche le confesé con alguna copichuela de más que, siempre que utilizo a Ironman, mi vibrador, pienso en Naruto con su cazadora de cuero y sus andares chulescos.
Ambas reímos y me dispongo a decir algo cuando, de pronto, mi fantasía erótica, mi debilidad, aparece montada en su imponente moto, con la chupa de cuero.
—Sujétate las bragas, que las pierdes —murmura Sakura.
Me río, no puedo remediarlo. Parecemos crías, con la edad que tenemos. Pero me gusta nuestro lado gamberro. Es nuestro puntito, y al que no le guste que mire para otro lado.
Con un aplomo y una seguridad increíbles, Naruto para la moto, se baja, con una elegancia que me recuerda a los antiguos vaqueros de las películas, camina hacia sus gorilas, habla con ellos, se chocan las manos y, al darse la vuelta, nos mira. Uf..., ¡qué tío! Comienza a caminar hacia nosotras y, al ver que se acerca, Sakura le pregunta:
—¿Ya te marchas?
Él asiente y, tras darle un abrazo, dice:
—Gracias por dejarme libre antes de llegar a Los Ángeles. He hablado con Sam, Alex y Conrad, y estarás bien escoltada hasta que llegues con Sasuke.
Mi amiga sonríe. Yo también.
—Lo sé —dice—. Tú tranquilo, y disfruta de tu regreso en la moto.
—Lo haré —responde él y, sin mirarme, añade—: Ha sido increíble trabajar contigo, Sakura. Un auténtico placer.
—Lo mismo digo —asiente mi amiga—. Y desde ya te digo que vuelves a estar contratado para lo siguiente que salga. Nunca he tenido un jefe de seguridad tan bueno y resolutivo como tú.
Naruto sonríe pasándose el casco de la moto de una mano a la otra.
—Agradezco tus palabras y, desde ya, acepto tu propuesta. Por cierto, si hablas con Mei, dile que cuando llegue a Los Ángeles la llamaré para salir a cenar con ella e Itachi.
De nuevo sonrisas. Por todos es sabido que Naruto rondó a Mei hasta que Itachi apareció y le quitó sus esperanzas de un plumazo. De todo aquello quedó una excelente amistad, y me consta, porque Mei me lo ha comentado, que Naruto en ocasiones también trabaja con Itachi en temas de seguridad para galas y eventos.
—¿Comienzas gira con otro artista o descansas? —pregunta Sakura.
—Ha sido un buen año de trabajo y me voy a poder permitir relajarme unos meses. Así aprovecharé para cambiarme de casa y descansar.
De nuevo, sonrío. No abro la boca y sigo chupando de la pajita del frappuccino, hasta que finalmente Naruto me mira y, tras un simple movimiento de la cabeza que incluso me sube la bilirrubina, dice mientras comienza a alejarse:
—Que tengáis un buen regreso a Los Ángeles, chicas.
Luego regresa junto a su moto, se pone el casco, se monta y, segundos después, se va, mientras yo soy consciente de que su cercanía no me sienta bien.
—¿Va hasta Los Ángeles en moto?
—Sí —afirma mi Sakura y, señalando a un grupo de moteros que hay más allá, indica—: Ayer se la trajeron esos amigos y, como nadie lo espera en Los Ángeles y la gira ha acabado, prefiere regresar tranquilamente en moto.
—Y ¿tú cómo sabes todo eso?
Al oír eso, mi amiga sonríe y baja la voz para contestar:
—Como te he dicho, he hablado con Mei, y ya sabes que son buenos amigos. Por eso sé que él busca apartamento, me lo dijo ella.
Asiento.
De pronto, al ver salir a unas muchachas, cuchicheo señalando a la pelirroja:
—Anoche, el Caramelito se acostó con ésa.
—¿Con Giovanna?
Asiento. No sé si se llama así, ni me interesa. Lo que sí sé es la debilidad que él siente por las pelirrojas.
—Eso me dieron a entender anoche —añado—, y esta mañana me lo ha confirmado.
—Vaya, será frío como un témpano, pero es... todo un conquistador. —Sakura ríe.
—Un conquistador que no repite —subrayo y, como no quiero seguir hablando de él, digo al ver salir a un grupo de hombres del hotel—: Por cierto, yo pasé una noche genial con Greg.
Mi amiga sonríe. Sabe que Greg y yo hemos repetido varias veces, y sin cortarse un pelo pregunta:
—¿Te llevó a la decimoctava fase del orgasmo como tu Caramelito?
Miro a Greg. Sin duda, el guitarrista de nariz aguileña y buen sentido del humor sabe muy bien lo que hace, pero nunca ha conseguido que disfrute con el sexo tanto como lo hice aquella noche con Naruto. Sin embargo, miento y afirmo:
—Sí. Aunque siempre se puede superar. —Sakura suelta una risotada y, antes de que diga nada, añado—: Mira, mi niña, no todas tenemos la suerte de tener un marido enamorado hasta las trancas como tú y que encima está buenísimo. Tú has conseguido algo que yo siempre he querido, y no lo digo por lo de buenísimo, sino por el amor que te tiene, pero ya he asumido que eso nunca me va a suceder a mí.
—Tú estás tonta. Y ¿por qué no te va a suceder?
Me encojo de hombros. Si algo soy es realista, y respondo:
—Pues porque lo sé. Porque yo no tengo suerte en el amor.
—Pero ¿qué dices? —me corta mi buena amiga—. Eres preciosa. Tienes unos ojazos de color verde azulado increíbles, una cara bonita, una sonrisa divina, cabello rubio. Eres simpática, amiga de tus amigos, divertida y...
—Que sí..., que sí, que, como suele decir mi madre, soy la simpática de la familia.
—¡Lo que eres es tonta! —dice Sakura riendo.
—Y tú me quieres mucho y yo te lo agradezco —afirmo divertida—. Pero seamos realistas: nunca he tenido suerte en el amor. Además, tú no tienes la tendencia a engordar que yo tengo. En cuanto me descuido un poco, los kilos se me van al culo y a los muslos; recuerdas lo que me dijo mi ex, Shikamaru?...
—Ése era idiota.
—Lo sé..., era idiota profundo —digo sonriendo al recordar que me llamó muslos gordos—. Pero es la cruda realidad. Unas tienen una genética perfecta como tú, y otras, una genética algo complicadilla como yo. Y, ya para rematar, ¿a que no sabes lo que me he descubierto esta mañana?
—¿Qué?
Como si fuera a revelarle el mayor misterio de la humanidad, me acerco a ella todo lo que puedo y, bajando la voz, cuchicheo:
—Una cana...
—¡¿Una cana?!
—Soy Canicienta.
—¡¿Canicienta?! —Sakura comienza a reír.
Asiento. Todavía sigo horrorizada, e insisto:
—Dios, Sakura, ¡ya me están saliendo canas! Si es que cada día me parezco más a mi madre. Mira que la quiero, la adoro, muero por ella, pero, joder, ¿por qué tengo que parecerme tanto a ella? —Sakura ríe, ríe y ríe, qué perra es, y yo prosigo—: Aunque, por suerte para mí, tras revisarme los bajos, sigo siendo rubia por esos lares. Pero, oh, Dios..., en mi pelo una cana se ve una barbaridad, mientras que en el tuyo, al ser tan rosa, apenas se verán.
Sakura no puede parar de reír.
—Como sigas riéndote por lo de mi cana y la revisión de mis bajos, te juro que me las vas a pagar —le digo.
Aunque la primera que se ríe soy yo y, al final, como era de esperar, las dos nos partimos de risa mientras subimos en el autocar que nos llevará al aeropuerto, donde cogeremos un avión para trasladarnos a Los Ángeles.
