—Justo a tiempo.

En medio de la sala de baile, una elegantemente enguantada mano me sujetó un instante antes de que besase el suelo tras la culada que algún opulento miembro de la nobleza me había propinado. Miré hacia arriba y me encontré con un apuesto joven de ojos verdes que me sonreía con gracia.

—Muchas gracias.
—Un placer poder serle de utilidad, princesa.

Me incorporé rápidamente y recompuse mi vestido.

—Sólo Anna, por favor.
—Como desees, Anna. Príncipe Hans, de las Islas del Sur —se presentó entonces reverenciándome.

"Ah… otra reverencia…", pensé mientras una leve sonrisa escapaba de mis labios al recordar la insólita reacción que había tenido un rato antes Kristoff en una situación similar.

—Es un placer, príncipe Hans.
—Hans sólo.
—De acuerdo, Hans.
—¿Me concederías, Anna, el honor de bailar contigo?

El muchacho me tendió su mano con una estirada y normativa postura para invitarme a bailar e, inconscientemente, hice la comparación con la enorme, desnuda y tosca mano que me habían tendido tan sólo unas horas antes: la postura relajada y cercana frente a la dichosa etiqueta, la calidez y la rugosidad de la piel de alguien que trabaja con el sudor de su frente frente a la fría e impoluta y suave tela de quien vive del sudor de los demás. Supongo que yo no era quién para criticar.

Agité la cabeza casi imperceptiblemente sabiendo que todo aquello no me llevaba a ningún sitio y volví al rol que se esperaba de la princesa de Arendelle.

—Con gusto.

Tomé de nuevo la mano de Hans y bailamos la pieza que estaba comenzando a sonar con la gracia y la elegancia de quien ha recibido años de tediosa práctica.

Tras el baile, disfrutamos de la fiesta en mutua compañía. Durante un buen rato dimos buena cuenta del convite donde, gracias a Dios, no faltaba el chocolate. Después le hice un pequeño tour por el palacio, por las caballerizas y por los jardines del castillo. Finalmente, al caer la noche, paramos a comer algo más y a descansar mientras, desde uno de los grandes balcones del edificio principal, disfrutábamos de las vistas del las calles iluminadas del reino. Allí, los dos nos contamos un poco cómo habían sido nuestras vidas. Hans me habló de sus doce hermanos mayores y de cómo le dejaban de lado y yo le conté cómo mi única hermana había hecho lo mismo conmigo.

Pese a haber sentido el rechazo como yo, no pude sentir en él la comprensión y empatía que había recibido de Kristoff.

El oscuro cielo estaba ampliamente iluminado por una enorme luna llena que volvía casi imperceptible la luz de todas las estrellas que la acompañaban. Mi mirada viajó a las montañas y me pregunté si aquel tremendamente libre vendedor de hielo ya habría acabado su trabajo o si estaría allí, disfrutando del aire fresco de las montañas y de aquella luna que lo bañaba todo.

—Es realmente hermoso, ¿verdad? —comenté tratando de sacar tema de conversación sin retirar la mirada de las montañas.
—Desde luego que lo es, pero no tanto como tú.

Me giré hacia él algo ruborizada. No esperaba ese tipo de reacción. No acostumbraba a escuchar halagos de ese tipo a mi persona.

—Puedo entender lo sola que te has sentido hasta ahora, pero, ¿sabes?— Hans tomó con cuidado mi mano y clavó sus ojos en los míos—, yo nunca te haría eso.

Leí de inmediato su intención de cortejarme y no pude sentirme más incómoda con la idea. La fiesta, a su lado, estaba siendo bastante entretenida, pero ni de lejos lo divertida que yo esperaba. Me visualicé a mí misma encerrada en el palacio carteándome con un refinado, elegante y estirado príncipe hasta que, con suerte, llegase el momento de casarme. Y entonces, viviendo encerrada en mi propio castillo con aquel muchacho o viviendo libre en otro reino; en un lugar desconocido que no era mi hogar, rodeada de doce príncipes y sus princesas, todos igual de refinados y pedantes… Ésa era la vida que me esperaba, ¿verdad? Ésa era sin duda mi mejor opción.

"Y tú… ¿estás de acuerdo con eso?"

Inesperadamente, la voz de Kristoff resonó fuerte en mi cabeza.

—¡No! ¡No lo estoy!
—¿Disculpa?
—Oye Hans…

Pensé en una forma suave de rechazar al príncipe sin herir sus sentimientos y llegué a la conclusión de que lo mejor que podía hacer era contarle la verdad: el cómo había chocado con Kristoff, cómo me había hecho ver que hay mucho mundo ahí fuera y que yo también tenía derecho a disfrutarlo y cómo, probablemente, había desarrollado algún tipo de sentimiento por él. Quizás era muy pronto para eso, no le conocía y él no me conocía a mí, pero no podía negar que la idea de volver a verle no me había abandonado desde antes de irme de su lado.

—Oye, Hans, ¿puedo decir una locura?
—¡Adoro las locuras!

"Ya… veremos si ésta te gusta tanto."

Tomé aire y comencé a abrir mi mente y mi corazón en forma de canción. ¡Adoro improvisar canciones! En algo tiene que echar el tiempo una cuando no tiene con quién compartirlo. Tenía delante al príncipe, pero mis palabras iban dirigidas al muchacho de aquella mañana. Tenía que hacerle saber a Hans lo que sentía por otro hombre y que nunca podría aceptarle, por lo que le canté a Kristoff con el fin de que Hans me entendiese. Pensándolo ahora, quizás no le expliqué muy detalladamente hacia quién iba dirigida la letra…

—Mil portazos en la cara la vida me dio y de pronto, contigo choqué.
—Yo pensaba lo mismo porque Yo siempre busqué un lugar donde ser feliz Donde siempre sea una fiesta Y tú estés junto a mí.

"¡Vaya! Qué chico tan comprensivo, lo ha encajado muy bien. Pensaba que se tomaría mal que le cantase sobre otro y resulta que hasta se une a la canción. Está bien, será más divertido si es un dueto."

—Y por fin te encontré a ti —Y yo a ti.
—Por primera vez hoy siento que se abrió la puerta hacia el amor. (x3)
—Se abrió, —Se abrió —Se abrió —Se abrió —La puerta hacia el amor —¿Te has dado cuenta? —¿Qué?
—Nos gustan la mismos… —¿Sandwiches?
—Eso justo iba a decir.
—Somos los dos igual,
somos tal para cual. Chispas, ¡otra vez!
Siempre estamos sincronizados,
a tiempo y armonizados.
—Tú —Y yo "Espera, ¿qué? Bueno, da igual."
—Juntos hasta el fin.
—Di adiós —Di adiós —A tu vida anterior.
Es nuestra oportunidad de abrir la puerta hacia el amor.
La puerta hacia el amor.
Todo será mejor.
—Mejor —Mejor —Mejor —Mejor —La puerta hacia el amor.

"Vale, igual la letra ha sido un poquito exagerada, pero esto ha sido lo más divertido que he hecho en toda la fiesta."

—¿Puedo decir una locura? —preguntó Hans claramente emocionado.

"¿Querrá cantar ahora una canción propia?"

—Ahá.
—¿Te casarías conmigo?
—¡¿Qué?! ¡No! —exclamé quizás con algo de incontrolada grosería.

"¡Por Dios!, ¿qué es lo que no ha entendido de la canción?"

—Eh… yo creí que… Lo siento, igual me he precipitado.
—No, no es eso. Bueno, sí. Pero no es por eso. Oye Hans, hay cosas que quiero hacer y… hay alguien a quien necesito ver. Creía que te lo había explicado con la canción, la verdad.
—¿Qué?
—Es igual. No puedo aceptarte, lo siento.
—¿Es que hay otro?
—No estrictamente hablando.
—¿Es el tipo del carro?
—¿Cómo sabes de él?

"¿Una red de espionaje?"

—He visto cómo le besabas esta mañana.

"Claro, no podía ser algo tan emocionante…"

—Ah, pero eso ha sido sólo un beso de amistad y agradecimiento. No hay nada entre nosotros.
—Y, sin embargo, quieres ir con él, ¿no?
—Pues… sí. Pero eso no significa que vaya a pasar nada. Nos acabamos de conocer.
—Anna… entiendo que te sientas emocionada por tener trato con alguien de fuera, incluso por lo exótico de lo plebeyo, pero esa relación no podría funcionar. Te lo digo por tu bien. Acéptame y yo haré de ti una r… una princesa feliz.

"¿Lo exótico de lo plebeyo? ¿Acabo de oír eso?"

—Lo siento Hans pero, ahora mismo, creo que no quiero ser una princesa feliz.

Sin pensarlo demasiado, le dejé allí plantado y corrí sin frenos hasta la sala de baile donde se encontraba Elsa en el mismo lugar y en la misma postura en la que la había dejado.

—¡Elsa! Quiero decir… reina.
—Anna. ¿Qué ocurre?
—Elsa, no puedo seguir con esto. La idea de volver a estar encerrada me está volviendo loca. ¡El día de hoy está siendo el mejor de mi vida! No soporto ni pensar en volver a estar como antes. Te lo ruego, ahora eres la reina, está en tus manos… Declara las puertas abiertas, ¡por favor!

La expresión de Elsa pasó gradualmente de la sorpresa al miedo y después a la tristeza.

—Anna. No puede ser. Lo siento.
—Pero, ¡Elsa!
—Es mi última palabra.
—¡Elsa, por favor! ¡No puedo seguir viviendo así!
—¡Entonces vete!

"Parece que va a ser un día lleno de sorpresas". Su reacción me dejó perpleja a la par que dolida. No entendía nada. No entendía por qué debíamos estar encerradas ni por qué se veía tanta inseguridad en su mirada, pero entendí que aquella sería, probablemente, mi única oportunidad de vivir: le dediqué una profunda reverencia, una triste sonrisa y una mirada herida.

—Ahora cuento con la bendición de la reina.

Y, antes de que ella pudiese reaccionar, salí corriendo por la puerta. Atravesé el gentío que esperaba la esperaba en el patio de armas del castillo y que me reverenciaba según pasaba entre ellos y, tras escuchar tras de mí la voz desesperada de Elsa dándoles a los guardias la orden de cerrar las puertas, crucé el umbral de éstas con la firme intención de no volver a entrar por ellas nunca jamás.