3. Kissing a fool
Strange that I was wrong enough to think you'd love me too.
Con los ojos bien abiertos a pesar de que no veía más que piel morena y abundante cabello negro, Draco no pudo evitar jadear de la impresión, todavía bastante abrumado como para hacer algo al respecto, todavía no pudiendo creer que eso estuviese ocurriendo y que de verdad Potter se estaba atreviendo a besarlo. Y Potter, aprovechado y ladino como siempre, sacó ventaja de su jadeo para introducir de manera brusca su lengua en las profundidades de la boca de Draco.
La sensación de aquel músculo fuerte, sedoso y mojado, hurgando con decisión dentro de Draco fue electrificante; ráfagas de energía recorriendo cada centímetro de su cuerpo, casi, casi como... magia. Draco tenía suficiente experiencia sexual y había sido ampliamente besado antes, pero podía jurar que nunca había sentido nada así. Ese beso era increíble y sencillamente diferente. Cerró los ojos y gimió de satisfacción, correspondiendo el beso de Potter con acrecentada vehemencia, temiendo que no fuera más que una burla o un modo cruel de vengarse, pero sabiendo muy en el fondo que aquel mago era demasiado Gryffindor, demasiado sincero y honesto como para poder fingir que estaba disfrutando de aquello si no era cierto.
Porque vaya que Potter lo estaba disfrutando, oh sí. Draco se dio cuenta de eso porque Potter correspondió a su reacción, suspirando con ansias y pasando las manos por la espalda del rubio, abrazándolo completamente y pegando su cuerpo al de él. Draco se dejó hacer, perdido en el momento, cada vez más asombrado de que un simple beso pudiera sentirse así de bien; porque Potter lo estaba haciendo mirar puntos blancos bajo los párpados, lo estaba haciendo jadear y gemir de placer, lo estaba haciendo que se le pusiera dura y que deseara, con todas sus fuerzas, ser él a quien Potter se llevara a una habitación de aquel hostal en vez de aquel jovencito insípido, que deseara que se lo follara hasta dejarlo ciego, que...
Draco abrió los ojos de repente.
Dios mío, ¿qué era lo que acababa de pensar? ¿Qué era lo que estaba sucediendo? ¡Potter lo estaba besando y Draco estaba correspondiendo! ¡Y no sólo eso, sino que incluso ya estaba queriendo terminar la maldita noche en una habitación con él!
—Oh, Merlín —gimoteó con angustia, separándose bruscamente de Potter y arrojándolo lejos de él. Se llevó una mano a la boca para limpiarse los restos de saliva, mirando Potter y a su grandísima cara de desconcierto—. ¡Potter! ¿QUÉ CREES QUE ESTÁS HACIENDO? —le gritó con creciente ira.
Pero aún antes de que Potter pudiera responder, aún antes de que tuviera tiempo de asimilar la pregunta —creía Draco—, éste, más furioso con él mismo que con el otro, sacó la varita de la vaina oculta bajo su chaqueta con un solo movimiento raudo y preciso. Potter vio eso y, por instinto, se movió hacia atrás, tal vez creyendo que Draco le arrojaría una maldición. Pero Draco, ciertamente, tenía otros planes en mente y otro hechizo que realizar.
Francamente horrorizado de las acciones y reacciones de Potter, pero muchísimo más de las suyas propias, Draco convocó la desaparición y se largó rumbo a su mansión, ahogando un gemido al notar la mirada de ansiedad que Potter tenía clavada en él antes de hacerlo.
Llegó a su cuarto y se paseó como troll enjaulado durante algunos minutos, tirándose el cabello y no queriendo pensar en los motivos que los habían llevado a ambos a tener semejante comportamiento. Decidió ducharse —sí, con el agua más helada que pudo usar—, completamente resuelto a no darse el gusto de satisfacer a su todavía necia erección, intentando no discernir en nada relacionado a Potter ni al ardiente beso que acababan de compartir; intentando no pensar en que Potter podía estar en esos momentos compartiendo esos besos con cualquier otro, tal vez un jovenzuelo muggle en un hostal perdido de Glencoe. Y no sólo compartiendo besos, sino algo más, mucho más que...
Draco gimió y se obligó a pensar en Campbell, no en Potter; en su futuro como jefe de aurores, en ganarle el puesto a Potter... y fallando miserablemente al darse cuenta de que cualquier evento o circunstancia en su vida lo llevaba directo a pensar en Potter.
—¡Potter esto, Potter aquello, estoy harto! —le gritó a la soledad del baño—. Ya mañana será otro día, mañana lo pensaré... ahora, ahora lo que necesito es dormir —murmuraba mientras salía de la ducha y, temblando de frío, se ponía un pijama limpio—, y descansar porque mañana... Tengo que atrapar a Campbell. Yo. No él. No Potter...
Y así se acostó, tercamente obligándose a pensar en la manera de congraciarse con Shacklebolt, en las tácticas de persecución aprendidas durante toda su vida, en...
—Mañana —susurró, enterrando la cabeza en la almohada, casi dormido—... mañana, lo atraparé. Lo atraparé y... Potter será mío.
Cayó en un profundo sueño sin darse cuenta de que, por más que él insistía en pensar en Campbell y no en su odiado rival, sencillamente su subconsciente se había divertido con ganas traicionándolo con aquel desliz freudiano.
Pánico, vértigo y la sensación de estar dentro del agua despertaron a Draco a quién sabe qué horas de la madrugada. Se sentó sobre su cama, jadeando en un esfuerzo por respirar después de haber albergado las sensaciones de estar mojado, de haber resbalado y caído, al mismo tiempo y dentro de un sueño. Pero, sobre todo, lo que más lo había afectado y lo que realmente lo había llevado a despertar con tanta brusquedad a deshoras de la madrugada, había sido un miedo intenso que todavía no lograba sacudirse de encima.
Temblando, Draco tomó su varita y conjuró la hora. Las cinco y media de la mañana. Todavía le quedaba un poco menos de dos horas para levantarse. ¿Podría volver a dormir?
Se pasó una mano por el cabello y, al rozarse la frente, gimió de dolor. ¿Por qué le dolía tanto ahí? Se frotó distraídamente, intentando recordar si durante la tarde anterior se había dado un golpe. No lo recordaba, pero dadas las circunstancias, con tantas piedras volando, Campbell atacándolo y Potter empujándolo, aquello parecía bastante probable.
Restándole importancia, se acurrucó en posición fetal, se rebujó con las sábanas y cerró los ojos, intentando reencontrarse con Morfeo. Había estado durmiendo bastante plácidamente considerando los eventos ocurridos el día anterior —casi aplastado por una roca y todavía PEOR, haber sido besado por el imbécil de Potter— hasta el momento en que esa pesadilla invadió sus sueños.
Mientras se sumergía lentamente en el océano de la inconsciencia, Draco trató de recordar de qué había ido aquella pesadilla y por qué lo había asustado tanto. Pero no podía hacerlo. Sencillamente, ninguna imagen acudía a su mente. Había sido simplemente la sensación de perder el equilibrio, de caer, de morir. La sensación del miedo a perder algo... algo demasiado valioso para Draco y que había estado en gran peligro. Algo que debía estar protegiendo porque su pérdida le provocaría un dolor y vacío inmenso.
Había sentido miedo. Simple y llanamente, mucho miedo de perder algo que no comprendía qué era, ni mucho menos si realmente lo poseía.
A partir de esa pesadilla, todo fue de mal en peor. No consiguió dormir bien y tuvo que levantarse temprano para ir al trabajo. Eso sí, no hasta después de haberse aplicado un encantamiento contra la hinchazón y las ojeras. Porque un Malfoy podría estar trasnochado y cansado, pero impresentable jamás.
El tiempo frente al espejo le quitó minutos a su desayuno, y apenas sí alcanzó a bajar por un té y pan tostado. En el comedor se encontró con sus padres, quienes miraron con malos ojos su terrible aspecto matutino. Lucius y Narcisa tenían la firme convicción de que ser auror era sólo un capricho de su hijo para continuar compitiendo contra Potter, y estaban seguros de que pronto se cansaría de vivir peligros y desventuras y regresaría al redil de la cómoda vida aristocrática.
—Buenos días, madre, padre —saludó Draco, tomando una tostada y metiéndosela en la boca—. Adiós, madre, padre —se despidió Draco, quitándose la tostada recién metida en la boca para darle a su madre un beso en la mejilla. Narcisa apenas sí tuvo tiempo de reaccionar cuando Draco ya estaba corriendo hacia la puerta del comedor. Abrió la boca para pedirle explicaciones, pero Draco la atajó—: ¡Lo siento, mamá, hablaremos después! ¡Un maníaco anda suelto tratando de joderme el puesto de jefe de aurores, y tengo que ser yo el que lo atrape! ¡No puedo retrasarme, Potter ya debe estar buscándolo!
Sin más, los Malfoy escucharon el rugido de la chimenea al tiempo que Draco se lanzaba a la red flu. Lucius suspiró con resignación antes de volver a sumergirse en El Profeta. Narcisa, en cambio, se quedó bastante rato con gesto de preocupación en el rostro.
—Qué curioso —dijo al fin. Lucius dejó de leer para prestarle atención—. Flaco, ojeroso, cansado... y sin más ilusiones que las de ganarle en todo a Potter —enlistó Narcisa con lentitud—. ¡Cualquiera diría que está enamorado! —exclamó de repente, tan alto y tan rápido que provocó que Lucius brincara en su asiento—. Pero... ¡eso es imposible!
Lucius suspiró de nuevo y dejó el periódico en la mesa.
—No me digas que continúas creyendo esa fábula que te contó tu madre acerca de tu ascendencia, Narcisa, por favor... —dijo el hombre con fastidio. Después de todo, ¿cómo podría él creer aquel cuento cuando la misma Narcisa le demostraba tanto cariño y devoción?— Sólo ustedes los Black, en medio de toda su vanidad, podrían tomar en serio semejantes patrañas.
Lucius se interrumpió cuando su mujer clavó sus azules ojos en él y pareció resplandecer de ira. O de Lucius no sabía qué. Pero de que resplandeció, resplandeció, estaba completamente seguro. Entonces, tuvo que admitir que tal vez, sólo tal vez, aquellos cuentos no fueran tan falsos después de todo.
Carraspeó nervioso.
Historias verdaderas o no, Lucius recordó los motivos que había tenido para casarse con ella y que, al fin y al cabo, nada habían tenido que ver con el amor. Se ocultó de nuevo tras su periódico, intentando pensar en algo para cambiar de tema.
—¡Oh, cariño, mira! —dijo de pronto, mostrándole un anuncio de ocho columnas a su mujer—. Tu almacén de joyas favorito tiene mercancía nueva, costosa y reluciente... ¿Te gustaría ir a comprarte algo?
Narcisa sonrió alegremente y su pálido rostro pareció brillar con la belleza que caracterizaba a la familia Black y que siempre había dejado a Lucius con la boca abierta. Se inclinó hacia él y, sin decir palabra, le dio un cariñoso beso en la mejilla, haciéndolo sentir como un niño pequeño que recibe un premio por su buen comportamiento.
Después de eso, Lucius recordó el porqué nunca le había importado que su mujer no estuviera "enamorada" de él; al menos, no en aquellos términos en los que los poetas solían hablar del amor y del romance. Su vida con ella había sido bastante satisfactoria a pesar de haberse tratado de un matrimonio concertado y además, Lucius estaba casi convencido de que tal vez eran otro tipo de sentimientos y de lazos los que mantenían un matrimonio unido y feliz como lo era el de los exitosos Malfoy.
Así que, ¿amor? No era realmente necesario.
Draco llegó justo a tiempo a su cubículo... sí, justo a tiempo para encontrarse con el vociferador enviado por Pucey de parte de Shacklebolt, donde le daban la reprimenda de su vida por haber permitido la fuga de Campbell y donde se le citaba de inmediato en la oficina del Ministro. Draco salió de nuevo al corredor echando humo por las orejas, preparándose mentalmente para ser humillado por haber fallado por primera vez desde que se había convertido en auror, pero consolándose en el hecho de que Potter y Weasley también tenían que haber recibido una misiva igual e iban a compartir su misma suerte.
Llegó al despacho del jefe y pasó ante un sonriente Pucey sin dignarse a mirarlo siquiera. Se sorprendió del hecho de que Potter y Weasley ya estuvieran ahí, de pie ante el escritorio de un mal encarado Shacklebolt y con gesto culpable. Draco saludó a todos con una inclinación de cabeza y se unió a sus —bastante inusualmente— puntuales compañeros, dispuesto a tolerar con su mejor cara la regañina cortesía del hombre de voz profunda que era Shacklebolt.
Quizá en otras circunstancias, Draco se hubiese sentido bastante molesto al ver de nuevo a Potter después de que éste prácticamente lo asaltara la noche anterior, pero en ese momento aquella parecía una nimiedad comparada al castigo que seguramente el Ministro iba a otorgarles. Además, Potter ni siquiera se dignó a mirar a Draco cuando éste entró, situación que Draco aprovechó para pasar página en aquel incómodo asunto.
Después de todo, enfrentar a Potter y preguntarle por qué lo había besado era un riesgo que Draco no quería correr. No, porque primero tendría que responderse a él mismo la pregunta que lo estaba torturando desde aquel desafortunado momento: ¿por qué él, Draco Malfoy, le había correspondido el beso? Sobre todo porque no había sido solamente un "Oh, mírenme, estoy correspondiendo un poco al beso, tal vez abriendo la boca nada más tantito...". Oh no. Había sido un completo y totalmente vergonzoso: "Estoy correspondiendo al beso más ardiente que me han dado en mi puta vida abriendo la boca como una colegiala necesitada, gimiendo y jadeando, usando la lengua, la polla poniéndoseme dura..."
Draco enrojecía nada más de pensarlo. Así que decidió que era más fácil fingir que jamás había ocurrido a tener que ser sincero con él mismo y encontrarse con respuestas que prefería ignorar.
Media hora después, los tres aurores salieron de aquel despacho con la cola entre las patas. Shacklebolt había sido muy claro al advertirles que, si Campbell conseguía huir del país o asesinaba a una sola persona más, todo el peso de su furia caería sobre ellos y los condenaría a ser los asistentes de Pucey por el resto de sus miserables vidas. Semejante amenaza los colocó a los tres en la desesperación total. Tenían que atrapar a Campbell sí o sí, así se les fuera la vida en ello.
Lamentablemente, era sólo cuestión de tiempo para que el mago cometiera otro crimen. Después de todo, era una persona que había convertido el matar en algo patológico, como una manera cómoda de deshacerse de lo indeseable, tal como una persona normal aplica un insecticida para aniquilar la plaga de larvas que asola su jardín. Era de esperarse que tarde o temprano otro muggle tuviera la desgracia de cruzarse en su camino, y entonces...
Draco se estremeció sólo de pensar en que Shacklebolt cumpliera con lo advertido. Aprovechando que el Ministro había retirado a Weasley de su cargo de "líder de la misión", Draco, que se sabía sumamente inteligente y hábil para buscar información con rapidez, de inmediato comenzó a dar órdenes a los otros dos.
—Sería bueno que nos dividiéramos el trabajo para no perder tiempo, tal como lo acordamos ayer. Yo iré al archivo a revisar los antecedentes de Campbell a fin de establecer algún posible destino en el cual se esté ocultando. Por lo general, los criminales tienden a regresar a su pueblo natal y a los lugares donde tienen familia que pueda ayudarles.
Potter, que por lo general siempre discutía las decisiones tomadas por Draco, en esa ocasión sólo asintió.
—De acuerdo —informó con voz apagada—. Entonces, Ron y yo intentaremos contactar con sus familiares, posibles amigos, ex vecinos o cualquier otra persona que lo haya conocido.
Y fue entonces, justo hasta ese momento, que Draco miró efectivamente a Potter a la cara. Tuvo que tragar pesadamente cuando notó que Potter no estaba mucho mejor de lo que él había estado en la mañana al levantarse, y que además de las ojeras y la demacración, tenía un terrible y enorme chichón en la frente.
—Auch, eso debió doler —dijo Draco, señalando con un dedo la fea frente de Potter. Tal vez era hora de enseñarle al tonto que aparte del Expelliarmus también existían otro tipo de encantamientos bastante útiles para el mago moderno que se interesaba por su apariencia—. ¿Qué demonios te pasó ahí? No recuerdo que ayer tuvieses ese chichón...
Potter lo miró a la cara también por primera vez en esa mañana. De hecho, ahora que Draco lo pensaba, parecía como si ambos se hubiesen puesto de acuerdo para ignorarse cordialmente en pro de olvidar el momento bochornoso de la noche anterior. Pero Potter, a diferencia de él, tenía los ojos inyectados de sangre y nada de brillo en la mirada. Más que cansado, parecía sentirse derrotado.
"Quizá ya se dio cuenta de que no podrá ganarme el puesto de jefe de los aurores", pensó Draco mientras trataba de sepultar la inesperada ráfaga de compasión que experimentó.
Potter se llevó la mano a la frente e intentó ocultarse el golpe con el flequillo negro. Weasley, por su parte, sólo observaba intensamente a Draco, como si estuviese vigilando que no molestase demasiado a Potter. Bueno, al menos no más de lo normal.
—¿Se me nota? —preguntó Potter tontamente, todavía tocándose la frente. Draco le dio una larga mirada. Eso le arrancó a Potter una encantadora sonrisa ladeada que le quitó el aliento a Draco durante un momento—. No es nada de importancia, sólo que... en la mañana, cuando me duchaba, resbalé y me golpeé. Creo que todavía estaba algo...
—¿Borracho? —sugirió Weasley en tono aburrido.
Potter miró con resentimiento a su pelirrojo amigo y Draco, en cambio, sonrió ampliamente. ¿Así que cuando Draco los había dejado en el pub, Potter había bebido de más? Draco esperaba que eso significase que no había terminado la noche departiendo con el tal Johnny.
—Yo más bien pensaba en "dormido" —le replicó Potter a Weasley en tono contrariado—. Después de todo, eran las cinco y media de la mañana cuando tomé la ducha.
Draco jadeó, sinceramente horrorizado.
—¡Merlín, Potter! De verdad estás demente. Ésas son horas indecentes hasta para levantarse de la cama, mucho más para darse una ducha.
Potter, por alguna inexplicable razón, enrojeció súbitamente.
—Es que... últimamente no he dormido... muy bien —confesó sin mirar a Draco a los ojos.
Weasley soltó un resoplido de enfado y Draco los miró inquisitivamente. Desde un tiempo atrás, tenía la ligera sospecha de que Weasley y Potter se traían algo entre manos que lo involucraba a él, como si ambos estuviesen guardando un secreto que seguramente Draco debía saber.
—Ya veo —respondió Draco, decidiendo dejar aquel asunto para un mejor momento—. Pues te sugiero que tengas más cuidado, Potter. ¿Sabías que, según las estadísticas emitidas por el Departamento de Informática de la Secretaría de Salud muggle, el 10% de todas las muertes accidentales en el país se deben a caídas en la ducha?
Potter y Weasley lo miraron inexpresivamente durante algunos segundos.
—Estás bromeando, ¿cierto? —dijo Weasley al fin.
Draco rodó los ojos.
—El punto es que sería extremadamente patético que nuestro héroe nacional muriera por una tontería tan simple como un golpe en la cabeza por agacharse a levantar el jabón cuando ya ha superado tantas otras muertes complicadas e interesantes.
Potter boqueó durante algunos segundos, como si estuviera demasiado estupefacto de que las muertes se pudieran catalogar como "simples" o "interesantes". Pero al final, pareció darse cuenta de algo y en vez de molestarse, sonrió ampliamente.
—¿Debo tomar esa advertencia como una señal de que te preocupa mi bienestar, Malfoy? —le preguntó en tono sugerente. Draco resopló con burla, pero Potter continuó, sonriendo de manera depredadora—: ¿Para la siguiente ocasión que se me caiga el jabón en la ducha, podría llamarte a ti para que me lo levantes?
Weasley se aclaró la garganta ruidosamente mientras Draco se sonrojaba y miraba a Potter con los ojos entrecerrados. El recuerdo de la excitación que había sentido al ser besado por él la noche anterior acudió a su mente, aferrado como estaba a torturarlo mientras Draco continuara negándose a hacerse la paja correspondiente para liberar semejante tensión sexual.
—Primero te ahogarás en tus cochinos sueños húmedos antes de verme hacer eso, Potter —resolló con indignación y se dio la media vuelta, dirigiéndose prestamente al archivo a cumplir con su tarea. Escuchó que, a sus espaldas, Weasley le susurraba algo a Potter en tono enojado, pero Draco se alejó rápidamente y no pudo entender nada.
Después de tres horas y de haberse saltado el almuerzo por temor a enfurecer más a Shacklebolt, Draco se dio cuenta que su labor ahí parecía haber finalizado. Había revisado todos y cada uno de los pergaminos legales que mencionaban a algún mago o bruja de apellido Campbell y, con cierto regocijo, Draco se percató de que la antigua familia de magos eran todos originarios de Glencoe y que jamás ningún pariente había emigrado a ninguna otra parte, a excepción de una prima squib que se había mudado a Londres hacía bastantes años y que parecía haber roto completamente con la familia en Escocia.
Por lo demás, todo eso eran estupendas noticias: significaba que el viejo Campbell no podía andar lejos. No tenía a dónde más ir ni a quién recurrir; todo apuntaba a que tenía que estar oculto en ese mismo pueblo o en su defecto, en sus agrestes alrededores.
Satisfecho con la información recabada, Draco sacó su varita y comenzó a acomodar los legajos de pergaminos y las cajas llenas de periódicos que había estado consultando. Con un suspiro de cansancio (la trasnochada y la falta de alimento estaban pasándole larga cuenta), comenzó a frotarse la espalda (lo más lejos que su mano izquierda pudo llegar) mientras que con la derecha conjuraba los encantamientos de reacomodo y limpieza.
El pensamiento de salir de ese polvoriento archivo y dirigirse directamente hacia la cafetería del Ministerio, animó un poco a Draco. Se dio prisa para terminar de recoger y así poder ir a comer algo porque realmente las tripas se le estaban pegando a las pobres costillas y...
—¡Expelliarmus! —exclamó una voz detrás de él.
Ante la sorpresa de Draco, su varita salió volando de su mano. Distraído como estaba arreglando el archivo, lo habían cogido con la guardia baja. Se giró con rapidez para encarar al graciosito, y vaya que le iba a dar una lección que no le permitiera olvidarse de que con un Malfoy no se hacían ese tipo de bromas.
Era Pucey. Tenía dos varitas en la mano derecha; la suya y la de Draco. El enojo que Draco había sentido comenzó a mutar en verdadera furia cuando notó la mirada de odio con la que Pucey lo estaba observando, y todavía más cuando, con un movimiento de su instrumento mágico, éste cerró firmemente la puerta detrás de él.
Draco jadeó ante el atrevimiento del otro. Incrédulo, sólo se le quedó mirando esperando para ver qué era lo que pensaba hacer.
A pesar de estar rodeados de ruido con el incesante tráfico londinense y la gente caminando a toda prisa a su alrededor, el mutismo en el que estaban sumidos Harry y Ron mientras almorzaban era ya casi insoportable.
Ron carraspeó mientras terminaba de dar cuenta de su pescado con papas fritas, pero Harry, deliberadamente, siguió ignorándolo tal como lo había hecho desde la noche anterior. No despegó sus ojos de su propio plato de comida —el cual continuaba casi intacto— mientras jugueteaba con una papa y la sumergía una y otra vez en la salsa de vinagre hasta que ésta terminó por desbaratarse. Lo único que estaba haciendo era prolongar un momento que sabía inevitable, pero, aun así, Harry no quería mirar a Ron a los ojos.
Su amigó finalizó su almuerzo y dejó el plato desechable a un lado del banco que los dos ocupaban en el parque.
—¿No vas a terminarte eso...? —comenzó Ron y Harry, antes de que finalizara la pregunta, ya estaba pasándole su propio plato.
—No. Puedes tomarlo, si gustas.
Ron aceptó de buena gana y por la manera en que devoró la comida de Harry, nadie hubiera creído que él mismo acaba de zamparse otro plato igual. Harry suspiró y fingió observar a la gente que deambulaba alrededor. Ya pasaba del mediodía y aunque todavía no terminaban de entrevistar a toda la gente que figuraba en la lista de posibles conocidos de Campbell, para Ron había sido imposible aguantar otro minuto más sin almorzar.
Harry se figuraba que para Ron la necesidad de comida era algo similar a lo que a él le pasaba con aquella angustiante y nada normal necesidad de estar cerca, lo más cerca posible, de cierto compañero de escuadrón que lo odiaba desde sus tiempos de escuela.
La ironía de aquello era infinitamente hilarante. Tanto, que soltó un resoplido de risa sarcástica que sólo fue contemplada con ojos reprobatorios de parte de Ron.
Como siempre, Harry fingió que no se daba cuenta y sólo lo ignoró.
En eso estaban, cuando una chica muy joven y guapa pasó caminando lentamente muy cerca de ellos. Llevaba una perrita atada a una correa, la cual miró a Harry y a Ron con desconfianza antes de gruñir y soltar un par de ladridos. Ron le sonrió a la mascota con desagrado; ellos sabían que aquello era culpa del hechizo del uniforme de auror: solía poner nerviosos a los animales, como si éstos se dieran cuenta de que algo estaba fuera de lo normal con la ropa de los magos.
—Oh, lo siento mucho. No sé por qué Ruth se puso así, normalmente es muy amistosa... —se disculpó la chica, tirando de la correa para alejar a la perra que parecía empeñada en querer morder a Ron en una pierna. Harry miró a la muggle y se dio cuenta de que ella lo miraba fijamente a él con los ojos muy abiertos y una sonrisa muy amplia.
Ron carraspeó y le dio un codazo nada disimulado.
Un rato después, cuando finalmente aquella ciudadana terminara de disculparse con ellos, tratara de conseguir el número telefónico de Harry (fallando en el intento) y se marchara con gesto decepcionado, Ron se cruzó de brazos y soltó un largo suspiro exagerado.
—¿No te digo? Y ella, al igual que el muggle de anoche, ni siquiera sabe que tú eres el legendario Harry Potter, así que tu excusa de siempre de que la gente sólo se acerca a ti porque eres un mago famoso y toda esa monserga, queda definitivamente anulada. Amigo, tienes que reconocer que eres ardiente y podrías tener a quien fuera... si tan sólo te decidieras a dejar la soltería —finalizó Ron y volvió a darle un fuerte codazo.
—Auch, Ron —dijo Harry y se frotó donde lo habían golpeado ya dos veces, pensando en esa burla no intencionada que su amigo acababa de soltar.
"A quien fuera".
Sí, cómo no.
Harry no dijo más y evitó ver a Ron a la cara. Hermione y él (y toda la familia Weasley en general) tenían AÑOS intentando que Harry saliera con alguien, con quien fuera, muggle o mágico, mujer, hombre o no binario. Y francamente, ese asunto ya estaba hartándolo.
Aunque era cierto que sus dos mejores amigos eran los únicos que conocían su problema secreto, pero, aún así... Era bastante fastidioso que ellos dos y todos los demás no pudieran comprender que Harry no estaba interesado en establecer relaciones amorosas con nadie. No sólo no estaba interesado: estaba completamente convencido de que le era imposible.
Con nadie que no fuera...
Meneó la cabeza. La noche anterior, después de que hubiera besado a Malfoy y éste pusiera pies en polvorosa, Harry había regresado al lado de Ron dentro del pub e ignorado a Johnny, quien pronto se cansó y se buscó a otra persona. Ron había tenido que ser testigo de la miseria de Harry sin comprender qué era lo que había pasado, mientras éste bebía cerveza tras cerveza como si al fondo de cada vaso fuera a encontrar el modo de quitarse a Malfoy de la cabeza y, de la boca, el recién descubierto sabor de sus labios.
—Sé que te mueres por saber qué fue lo que pasó entre Malfoy y yo anoche afuera del pub —murmuró en ese momento, derrotado.
Ron lo miró con interés y jadeó, emocionado.
—¿No me digas que finalmente te decidiste a contarle lo que te pasa? ¿Te ofreció ayuda? ¿Se la exigiste? ¿Quedaron en algo?
Harry se pasó una mano por la cara y se puso de pie.
—No. Realmente no. Y no pienso hacerlo, ya se los he dicho a Hermione y a ti hasta el cansancio. Lo que sea, lo resolveré yo mismo. No necesito... Él no necesita saber nada.
—Pero, Harry...
—¡Ron, basta! Hemos hablado de esto desde hace años. Acordamos que todo estaría bien mientras que yo... mientras yo me mantenga sanamente alejado de Malfoy, ¿no? —agregó y miró hacia otro lado para que Ron no descubriera la verdad de lo ocurrido entre él y Malfoy la noche anterior. Sólo de recordar semejante beso que se había atrevido a robarle a su compañero auror, se ponía a temblar y no exactamente de miedo ni de arrepentimiento.
Había sucedido de modo casi inevitable... Habían estado tan cerca el uno del otro, discutiendo acaloradamente, los ánimos caldeándose... Y de pronto, Harry no pudo resistir ni un sólo segundo más de aquel insoportable magnetismo que lo atraía hacia Malfoy desde hacía tanto tiempo, de esa hambre salvaje que lo impulsaba a querer comerle la boca, de aquella necesidad animal de querer tocarlo entero... y no tuvo más remedio que ceder y dejarse llevar.
Lo había besado.
Finalmente, después de tanto tiempo de desearlo, lo había besado.
Suprimió un escalofrío cuando recordó que, asombrosamente y contra todo pronóstico, Malfoy le había correspondido el beso al menos durante un momento antes de quitárselo de encima y desaparecer. Y lo que Harry había sentido a través de sus venas y de su sistema nervioso cuando había sumergido su lengua en la boca de Malfoy, no había sido en absoluto normal.
Había sido magia. Lo sabía. Esa misma magia que...
Se obligó a interrumpir aquella peligrosa línea de su pensamiento. Le pidió a Ron:
—Por favor, dime quién es la siguiente persona en la lista. Necesitamos terminar con estas visitas lo antes posible para tomar algún curso de acción.
Ron lo miró con resentimiento.
—Y regresar lo antes posible al Ministerio para estar cerca de ese rubio malnacido, ¿cierto?
Harry frunció el ceño.
—Ron...
Ron gimió con hartazgo y sacó un pergamino de su bolsillo. Lo leyó y dijo:
—Margaret Campbell. Prima segunda de nuestro hombre. Vaya, es una squib. ¿La visitamos?
Harry no respondió. Miró la dirección escrita en el papel, se cercioró de que no hubiera ningún testigo cerca y tomó a Ron de la mano. Sin decir más, se desaparecieron juntos hacia la dirección de aquella persona, Harry sin poder dejar de pensar que Ron tenía toda la razón.
Aquella cosa que lo ataba a Malfoy lo hacía necesitar estar cerca; lo más cerca posible del otro auror. No importaba si el otro no lo hacía en el mundo, no importaba si Malfoy jamás iba a dejar de odiarlo: Harry, patéticamente, se conformaba con verlo de lejos y así poder saciar aquella extraña urgencia que lo asolaba día y noche de saber que Malfoy estaba bien y a salvo.
Lejos estaba de imaginarse que Pucey lo tenía en ese momento encerrado bajo su merced en el archivo del cuartel.
¡Feliz miércoles! :)
