La chica se quedó quieta, y pareció sentirse desconcertada.
Lincoln se sintió de lo más idiota en todo el mundo.
- De todas las cosas que pude decir, saludarla, suspirar o llamar su atención; ¡¿lo que se me ocurre es decir wow?! -pensó, mientras se imaginaba dándose golpetazos contra la pared. Más rojo que un tomate, tartamudeó en busca de enmendar lo que había dicho.
- Yo.. Tu poema... tú... genial... Me gustó... Creo que... Oye, ¡espera!
Lucy, temerosa de un ataque o cualquier otra cosa, salió corriendo. No le tenía mucha confianza a la gente, y si llegaba un completo desconocido que no decía nada claro, mucho peor. Antes de que él la alcanzara, ella ya había desaparecido detrás de una esquina.
Lincoln se sintió decepcionado consigo mismo. Nunca actuaba de esa forma, y mucho menos de forma tan nerviosa. Pero no le importaba lo que tuviera que hacer: la encontraría otra vez.
Mientras, Lucy entraba en su casa. Leni no había llegado, ni tampoco su madre. Sin embargo, Lori ya había recogido a Lana y a Lola, que hacían su tarea, a la vez que Lori cargaba a Lily. Ninguna le puso mucha atención, por lo que pasó casi inadvertida. Subió con rapidez, y se ocultó en el ático. Apreciaba mucho su propia habitación, pero como a ninguna de las demás les agradaba la idea de entrar al desván, tenía garantizada la privacidad y el pre-aviso de si alguien se acercaba.
De una de las cajas más apartadas sacó una efigie de Edwin, el vampiro a quien le hablaba cuando se sentía sola o perturbada.
- Oh, Edwin -susurró- Tengo miedo. Un chico me acaba de seguir. Se veía agitado. ¿Que habrá querido hacer...? Nada bueno, seguro. Tal vez me quiera secuestrar... ¿Qué? ¿Hablar conmigo? No digas tonterías, nadie querría hablar con alguien como yo. Debió de ser otra cosa.
Lucy le hablaba a menudo de esa manera, como si la efigie fuera otra persona. Sentirse sola prácticamente le creó esa segunda personalidad. Se quedó otro rato hablándole de esa forma, hasta que escuchó el coche de su madre. Como venía hablando, supuso que Leni la acompañaba. Lucy ya estaba más tranquila, aunque aún un poco inquieta. Fingió que estaba enfrascada en uno de sus muchos libros de vampiros, monstruos y temas oscuros. Cuando le dijeron que la cena estaba lista, respondió que no tenía hambre.
Se sentía inquieta por el temor de encontrarse de nuevo con ese chico otra vez. Era probable que quisiera hablar de nuevo con ella. Pero... Había algo más. Le resultaba vagamente familiar...
No, de seguro era una coincidencia. Estaba segura de que recordaría a un chico de pelo blanco. Suspiró, mientras se acomodaba para dormir en ese piso que crujía y se empolvaba en lo más alto de la casa.
- Que pase lo que tenga que pasar -pensó, medio dormida.
Su madre y hermanas habían aceptado desde hacía mucho que Lucy no podía cambiar. ESE hecho, aún cuando nadie recordaba el más mínimo detalle, la había cambiado por completo... Pero la gótica se negaba a hablar de ello con ellas, y eso que ninguna quería volver a recordar nada. ¿Quién lo haría, o siquiera recordaba algo? Sólo su madre, y ella no decía ni pío.
Aún así, a sus hermanas les preocupaba que no saliera con amigos cercanos más que en el trabajo, o que no les confiara nada a ellas o siquiera que las saludara más a menudo. Era muy reservada y poco podían hacer por ello.
- ¿Lucy?
La aludida levantó la cabeza, aún soñolienta, mientras el crujido de la trampilla que llevaba al ático se levantaba. La cabeza de Lola apareció por ella, mientras giraba la cabeza con los ojos entrecerrados, en un vano esfuerzo de tratar de localizar a su hermana.
- ¿Qué pasa, Lola?
- Lori dice que la cena está lista por si tienes hambre.
- No tengo mucha hambre ahora, tal vez coma más tarde -respondió Lucy, con tono distraído.
- Je, como quieras -repuso a su vez Lola, ansiosa de alejarse del polvo y la oscuridad del ático.
Lucy estaba segura de que Lori quería intentar hablar un poco con ella, pero no lo iba a permitir. Nunca lo haría. Sin embargo, se arrepintió un poco al percibir un aroma exquisito que venía del horno. Lori era una cocinera francamente estupenda. Pero la pobre había aprendido a cocinar por su ex novio Bobby, quien la dejó para estar con su rival Carol. Fue uno de los momentos en los que Lucy se sintió inclinada a ayudar, ya que era algo en lo que, por fin, se especializaba. Pasaron unos cuantos meses cuando Lori por fin se recuperó y volvió a su vida normal. Ahora la mayor entendía un poco más a Lucy y como es que las cosas malas nunca se van del todo. Tal vez fuera por eso que Lori se esforzaba en tratar de que Lucy mejorara.
Ladeó la cabeza para estar más cómoda, mientras los viejos recuerdos luchaban por entrar. Esforzándose, Lucy intentó atrapar al menos uno de esos recuerdos. Sin éxito. No durmió mucho esa noche.
Mientras, Lincoln se sentía decepcionado consigo mismo, por no mencionar avergonzado. Muy pocas veces había actuado de manera tan nerviosa. Lo intentaría otra vez, aunque no pronto.
- Puedo arruinarlo aún más -pensó- así que dejaré que se olvide un poco, y luego lo volveré a intentar.
No sabía qué tenía esa chica que le atraía tanto, pero no sentía algo así desde hacía años, de modo que era un poco comprensible que se comportara así. Para distraerse un poco, fue a ver a Luan, quien era la única que seguía despierta.
- ...así que ya sabes Señor Cocos, no vuelvas a usar mantequilla de maní para engrosar las llantas.
- Hola, Luan.
- Oh, hola, Lincoln. Hoy volviste tarde.
- Si, fui con Clyde a un café. ¿Qué haces?
- Nada, solo practico un poco para mi presentación de mañana.
- Pero es muy tarde, ¿es muy importante?
- Ya lo creo, me ofrecen bastante dinero, únicamente por unas cuantas horas. Parece que en serio quieren un buen show.
- Wow, ¿en serio? ¡Eso es genial!
- Jajaja, sí, lo sé. Me está yendo de maravilla. Cada vez tenemos más clientes, lo que nos da aún más presupuesto para más materiales y empleados. Aunque... Bueno, si es que se le puede decir empleados a mis compañeros.
Siguió platicando sobre como le iba en su negocio, arguyendo sobre lo beneficioso que es un negocio de bromas y fiestas en la ciudad. Lincoln escuchó, como siempre hacía, ya que era lo que las mujeres siempre querían: ser escuchadas. Poco a poco aprendió que las mujeres no pedían ningún consejo. Cuando hablaban de sus problemas y de lo que pasaron en el día, sólo querían hablar de ellos. No es que se quejaran o culparan a otros de lo que les haya pasado, solo querían un poco de merecida atención.
Para Lincoln, saber eso era prácticamente un arte, algo que le había ahorrado docenas de discusiones en su niñez. Ya que había crecido, les inspiraba mucha confianza a sus hermanas, algo que le agradecían con creces. Pocas veces se habían visto con un chico así de atento, pero como era su hermano, lo consideraban normal. Lincoln tenía algo que hacía que todos a cuantos conociera, prácticamente les caía bien desde el principio.
Su vida era bastante común si no contaba el hecho de tener muchas hermanas, pero por eso mismo siempre tenía algo nuevo que contar, y vivía sorpresas casi todos los días, al igual que discusiones o disputas. Era como el nexo que unía a todas sus hermanas, y a quien acudían en busca de consuelo o ayuda.
La voz de Luan le llegó de lejos, y se dio cuenta de que no había puesto mucha atención. Con cierto alivio, oyó que seguía hablando sobre su negocio.
- ...y finalmente el niño se rió. Fue difícil, pero al fin lo logramos. ¿Qué te parece, Lincky?
- Ehh... Pues la verdad no sé mucho de comedia, pero supongo que si realmente te estás esforzando, cualquier pago es solo un extra a cambio de haber visto sonreír al niño.
- ¡Exacto! Me ayuda el dinero, pero más me gusta ver que causa y provoca sonrisas en las demás personas... Ahhhhh, muchas gracias, Lincky, realmente aprecio que me hayas escuchado.
- No hay de qué, Luan... Waaaaahhhh, tengo sueño, creo que me iré a dormir. Descansa Luan.
- Descansa, Lincoln.
El peliblanco se dirigió hacia su cuarto, aún con la imagen de la chica de cabello negro pegada en su cabeza. No sabía mucho sobre ella, pero quería llegar a conocerla. El cansancio lo consumía, y se dispuso a dormir, así tal vez tuviera una nueva idea. La mañana siempre traía cambios a los pensamientos.
Lucy se retorcía en sueños, incapaz de escapar de sus propias inquietudes y molestias. La memoria la traicionaba una y otra vez, trayéndole la horrible sensación de vuelta a su cabeza. La oscuridad se hacía cada vez más acuciante. Se sentía cada vez más atrapada dentro de su propia mente; las paredes la aprisionarían hasta aplastarla, voces acusantes la acosaban incesantemente, la respiración le comenzaba a fallar, y su corazón latía más aprisa. Y lo peor, ni siquiera sabía las razones o el contenido de esas inquietudes.
- ¿Lucy?
Y de repente, todo se detuvo. Como si alguien hubiera apretado un interruptor, todo se volvió nítido, y finalmente despertó. Abrió los ojos. Se encontraba en su cama, y la luz entraba por la ventana, anunciando la mañana. Miró hacia la puerta, donde Lori miraba nerviosa.
- ¿Pesadillas otra vez?
- Sí -contestó Lucy, con la desgana impregnada en su voz. Supuso que Lori la había llevado a su cama, y fue cuando ella se despertó.
- Lucy, ya sabes que nosotras no...
- Déjame, Lori. No quiero tu ayuda. Déjame sola.
- Pero...
- Voy a cambiarme.
Lori se mostró dolida, pero nada podía hacer.
- Tú me ayudaste, Lucy -dijo, en voz baja- Sin ti, tal vez aún me estaría lamentando por Bobby. Y no me importa cuanto alegues que te gustaría estar sola. En el fondo, tienes un alma que lucha por salir, es sólo que necesitas abrirle tu corazón a alguien.
Lucy no respondió. Pero mientras Lori bajaba las escaleras, Lucy se odió por pensar que tal vez Lori tuviera razón: anhelaba la compañía de alguien. Abrazó su almohada, y las lágrimas no tardaron en aparecer.
