Capítulo 2
La música de la muerte
"hay batallas que están hechas para que las perdamos.
O para las cuales no estamos preparados.
O que están hechas para que nadie pueda vencer.
Batallas en las que nadie triunfa,
o que si alguien triunfa, ese alguien no tiene nombre."
Yang recordaba haber leído estas palabras en un poema de autor anónimo. Suponía que el autor se había referido a la muerte.
Se había cansado de decirle a su hermana que, por más horrible que fuera, la muerte era algo inevitable. Nadie podía escapar de la muerte. Bueno, podría parecer que la creencia popular en una vida después de la muerte lo consolaría, pero no era el caso.
No mentía cuando dijo que lo único que lo haría sería su propia muerte. Pero la esperanza de reencontrarse con su padre en el más allá era una cosa, y creer en que existía algo como el más allá era otra.
Resultaba irónico; ¿cómo podías consolarte en una esperanza basada en algo que te resistías a creer? Claro, no daba por hecho muchas cosas, eso se lo había enseñado el Woo-Foo. Pero la muerte era ese límite imposible de franquear.
Hubiese sido poético, si no fuera una constante en su mente atormentada.
¿Podrían haber evitado que sucediera?
No se trataba de una muerte natural. En ese sentido, su hermana tenía razón.
Pero estaba demasiado harto de esperar a que alguna fuerza sobrenatural le diera respuestas. Por eso se dedicó a la poesía; era casi como un remedio, que le daba cierto consuelo en las noches de tristeza.
Bueno, al menos hasta ayer. Ese idiota, que se las daba de médium, lo había puesto de los nervios.
¿Quién se creía él?
Lo enfadaba todavía más pensar en el hecho de que por su culpa, ni él ni su hermana habían sido capaces de dormir más que un par de horas.
Sabía que era injusto. Pero ¿qué se suponía que debía pensar? ¿Cómo se suponía que debía reaccionar?
Tras su noveno intento de la mañana por continuar con su trabajo, acabó por desistir y cerrar su cuaderno. Tomó la taza de café frío y la metió en el microondas de mala manera.
-Estás levantado –dijo una Yin somnolienta al entrar a la sala de estar, sujetando una taza de té humeante.
-Tú tampoco pudiste dormir, supongo.
-Te escuché levantarte. Simplemente no tenía ganas de hacerlo yo misma.
La coneja se acomodó en uno de los sofás frente al televisor, mientras le echaba un vistazo por el rabillo del ojo.
Era sábado. Sus fines de semana estaban mayormente libres.
-Pensaba que ya habrías acabado tu último libro a estas alturas. ¿Puedo leer lo que escribiste?
-Ay, Yin, por favor no.
Yin giró su cabeza hacia él, mirándolo con preocupación. El conejo yacía con la cabeza entre sus manos, completamente despatarrado sobre la mesa del centro. Un cuaderno de notas se encontraba a un lado, mientras su laptop ocupaba el otro.
-¿Por qué? No es algo demasiado abstracto, ¿verdad?
-te vas a burlar.
-Prometo que no voy a burlarme. Por favor, no puedo recordar cuándo fue la última vez que leí algo tuyo.
Yang levantó un único dedo, señalando el cuaderno a su lado para que ella lo tomara.
Yin lo levitó de la mesa hacia su regazo, y hojeó las últimas páginas.
-¡Yang! ¡Esto es impresionante!
-Lo que sea.
-¿Por qué el desánimo?
-Yin, mi último libro es un fiasco.
-¡Claro que no! Hmm, solo te falta algo de... ¿inspiración? ¿Más palabras oscuras?
-El tema es la angustia. Esos idiotas deben creer que puedo llenar un rascacielos de poemas sobre eso.
-Uh, ¿no es el caso? Quiero decir, ¿no es lo que haces?
-¡Yin, no puedo hacerlo! ¿Qué se supone que diga? No estoy listo para esto.
-Al menos ya empezaste. Eso es algo, ¿verdad?
-¡Solo escribí dos páginas! ¿Y tengo dos semanas más para terminarlo! ¿Cómo se supone que voy a hacerlo?
-Bueno, no recuerdo que te preocuparas tanto por estas cosas en el pasado. Rayos, incluso detestabas estudiar para los exámenes del...
-Estoy acabado.
-¡Ya, no es para anto! –la coneja devolvió el cuaderno a su dueño, levitándolo a través de la sala-. Tengo una idea. ¿Por qué no vienes el lunes a la clínica y nos ayudas en algo? Estoy seguro de que la gente estará más que feliz de compartir sus... historias de angustia y dolor contigo.
-¿Sabes? No lo había pensado. Oye, podría funcionar.
-Y ahora, salgamos. Como sigas con esa actitud, erminarás enfermándote.
-Es sábado. Se supone que estoy durmiendo a esta hora.
-Bueno, también yo, pero...
Antes de que pudiera completar su oración, el conejo azul roncaba en la mesa.
-Oh, será mejor que lo vuelva a poner en su cama, va a despertarse con el peor dolor de cuello de su vida si no lo hago. En realidad, tampoco me haría mal dormir un poco.
Con eso, abandonó su nuevo libro de hechizos de curación mágica, y con las pocas fuerzas que le quedaban, levitó a su hermano, caminando a su lado hasta su habitación compartida en el primer piso.
Una vez llegó allí, se desplomó sobre su cama, dejando caer al conejo inconsciente en la suya y cerrando los ojos por las siguientes cinco horas.
Eran pasadas del mediodía cuando un Yang más descansado volvió a levantarse, observando que su hermana se le había adelantado.
-¿Yin? –la encontró en la planta baja, cocinando el almuerzo-. Sabes, podría salir a caminar un rato más tarde. ¿Quieres venir?
-Claro. También pasaré por Lina y comprobaremos a una paciente del otro día. –Su leve sonrisa delató su recobrada alegría.
-Creía que no trabajabas los fines de semana.
-Y eso no ha cambiado. La pobre mujer solo quiere agradecernos por curarla.
-Está bien.
Pasaron el resto del almuerzo mayormente en silencio.
Más tarde ese mismo día, el conejo azul se hallaba con la vista perdida en el cielo azul. Los soles acababan de ocultarse en el horizonte, y sentía que la transición del día a la futura noche era un momento precioso.
Disfrutaba estos momentos, donde la soledad era una compañera apropiada.
Hasta que una nueva presencia asaltó sus sentidos. Sin embargo, no se dio la vuelta para ver de quién se trataba.
-Oh, hola, Yang, no esperaba verte por aquí.
-Hola, Ella, ¿qué tal te va?
La tigresa iba vestida de negro, calzando votas de senderismo y guantes sin dedos. Un pequeño bolso lila colgaba de su hombro, y le regaló a su ex alumno una pequeña sonrisa.
-me va bien, gracias. –Hizo una pausa, mientras ambos posaban sus miradas en el cielo-. Oye. Oí que tuvieron el aniversario hace nada.
-Anteayer.
-Sí. ¿Qué tal?
-Lo de siempre. Yin pensó que estaba siendo grosero, y acabamos peleando afuera del cementerio.
-Uf, no debe ser nada fácil.
El conejo asintió.
-Creía que hoy dabas clases.
-Los chicos se fueron de vacaciones, así que tengo este fin de semana libre.
-Ya veo.
-Sé que no es mi lugar, pero ¿estás bien?
Yang se sentó derecho de repente, antes de asentir, pero su antigua profesora y ex Némesis no lo compró.
-Ya sabes, puedes contarme lo que sea que te esté molestando. No se lo diré a nadie.
-Siempre dices que debemos escribir lo que nos pasa en lugar de tragárnoslo.
-Sí, pero ese consejo no es mío, se lo robé a mi psicóloga. Pero bueno, escribir no siempre es la respuesta. Para eso están la boca y la lengua, ¿verdad?
-¿otro consejo de tu psicóloga?
-Ajá. Aquí viene uno de mi autoría: si no puedes decir lo que sientes en el papel, puedes hacerlo por medio del viento. Lo que importa es que te escuchen. La tinta puede desvanecerse, el viento puede llevarse tus palabras; pero siempre habrá alguien dispuesto a escucharte.
-¿Por qué te mandaron con la psicóloga, otra vez? ¿Fue por Eradicus?
-No tuvo nada que ver con ese desgraciado. –Suspiró, con la mirada distante-. ¿Recuerdas a Bob?
-El gigante que era prácticamente invulnerable a todo. Sí, cómo olvidarlo.
-Ajá. Estaba jugando cerca de un acantilado, encima de un río. Aunque yo lo vigilaba, pensé que estaba bien. Me puse a charlar con una compañera de mi escuela primaria, cuando escuchamos un grito. En cuanto me di la vuelta, corrí para ver a Bob caer hacia el río. Bajamos por el otro lado lo más rápido que pudimos. Mi amiga llamó a emergencias, mientras yo usaba mi magia para buscar al grandullón.
-¿Qué pasó?
-Tuve que meterme en el agua hasta la cintura; utilicé mi báculo para sacarlo del agua y arrastrarlo de vuelta a la orilla. Cuando la ambulancia llegó, el pobre ya estaba muerto. Le practicaron todo: golpes al pecho, respiración boca a boca, incluso lo tumbaron bocabajo y le golpearon la espalda con un camión para que escupiera el agua.
-¿nada de magia curativa?
-Tu hermana es sanadora, ¿no?
-¿me veo como ella?
-No. Buen punto. –Volvió a concentrarse en el relato, y tras una pausa, agrego-: Primeros auxilios. Si hubiese tenido algún conocimiento en magia curativa... Pero ya sabes lo que dicen, no puedes deshacer lo que ya está deshecho.
-Oh. Disculpa mi curiosidad, pero ¿qué pasó después?
-En el hospital, intentaron revivirlo varias veces. Media hora más tarde, nos dijeron que su muerte era un hecho.
-¿Cuándo ocurrió todo esto?
-Un año después de su batalla con Eradicus. De hecho, su aniversario es en una semana.
Ambos guardaron silencio, mientras un grupo de niños pasaba corriendo delante del banco, en la zona arbolada.
-he visto la muerte, ya sabes. –Al recibir una mirada incrédula de la tigresa, agregó-: No literalmente a la muerte, pero sí he visto morir personas. El año pasado, Yin y yo íbamos en un colectivo de camino a un concierto. Llovía esa noche, pero no tuvimos contratiempos. O eso fue hasta que el chofer tuvo que esquivar una sombra y acabamos bolcando. Resultó ser uno de los viejos vagones del tren abandonado.
-¿Asumiré que el conductor murió en el acto?
-Algo así. Recuerdo que todos estábamos muy asustados de repente. Alguien había llamado a emergencias, y si bien llegaron en cuestión de minutos, ya era tarde.
-Sé que me dijiste alguna vez que todos tus conocidos han visto la muerte de cerca.
-Claro. Pero mira, mejor cambiemos de tema.
Ambos se levantaron del banco, comenzando a caminar en torno a la plaza.
-Sin embargo, podría ser un tema interesante para ti. Quiero decir, la muerte es uno de esos grandes temas de la literatura de todos los tiempos.
-No gracias, prefiero la vida cotidiana.
-Yang, por favor.
-¿Qué? Es mi tema menos favorito.
-Esto es por ese libro que te encargaron, ¿no es así?
-Bueno, más o menos.
Ella iba a comenzar a sermonearlo sobre que debía evitar la inconstancia, entre otras cosas, cuando, repentinamente, el conejo se detuvo, obligándola a imitarlo.
-Ella, ¿qué sabes sobre la magia de la muerte?
-¿Qué quieres decir? No existe algo como eso.
-Quiero decir, sé que no es mi lugar, pero ¿nunca has intentado revivir a Bob?
-Oh. Lo intenté una vez, pero acabé por desistir.
-¿Por escepticismo?
-En realidad, fue por miedo. Además, ya hace tiempo que he aprendido a convivir con el hecho de que mi único amigo no regresará.
-pero ustedes revivieron a Eradicus. Me engañaron para que lo hiciera posible.
Ella sintió el resentimiento en la voz del conejo, pero cuando lo miró, sus ojos estaban desprovistos de toda malicia.
-Eso fue diferente. Eradicus fue sellado. Un hechizo de sello contra uno de liberación. –Se miró las uñas, pensativa-. Técnicamente, Eradicus jamás murió, solo quedó... ¿cómo lo llamarías tú? Dormido. Traerlo de vuelta fue como despertarlo.
-Entonces, ¿no conoces ningún hechizo para revivir a las personas fallecidas?
Ella miró rápidamente a su alrededor, escaneando la zona por si alguien los estuviera escuchando. Se hallaban bajo un par de palos borrachos envejecidos. Pero por lo demás, estaban solos.
-Yang, ¿en qué estás pensando?
El conejo acortó la distancia entre ellos, y la tigresa tuvo que agacharse a su altura para poder escuchar su voz, ahora un susurro.
-Un paciente de mi hermana conocía a este... médium. Resulta que era el profesor de música de unos amigos. En fin, ayer por la mañana lo llevamos a la tumba del Maestro Yo. ¿Quieres saber qué nos dijo?
-¿Tengo que hacerlo? –ante la mirada suplicante del conejo, Ella acabó cediendo-. Está bien, ¿qué dijo?
-Dijo que no podía encontrar su espíritu por ninguna parte. Como si se hubiera perdido, de camino al cielo, o lo que sea que haya del otro lado.
Solo entonces, el dúo notó el cambio de temperatura en el aire circundante. Durante esos breves minutos, era como si hubiese bajado unos diez grados.
En cuanto el conejo finalizó su explicación, fue como si el tiempo volviera a correr.
-Es todo. Voy a renunciar –dijo el conejo azul, en cuanto llegaron a otro banco, desplomándose y metiendo la cabeza entre sus manos.
-Oh, vamos. ¿Vas a renunciar a tus fans por semejante estupidez? –su tono de regaño no disminuyó cuando su interlocutor se animó a mirarla-. Un invécil llega y les dice que no encuentra el alma de su padre de cmaino al cielo, ¿y ya está?
-Simplemente no creo poder continuar con el estrés agregado.
-Si mañana vengo aquí y te digo que puedo mostrate el futuro, ¿me creerás?
-Uh, no. ¿Puedes?
Ella se golpeó la cara con ambas manos.
-¡Por todos los cielos, Yang! Eres la persona más racional que conozco. Es como si me dijeras que un charlatán disfrazado de adivino te ha leído las manos, o ha visto tu futuro en una bola de cristal, y te ha dicho que morirás en dos semanas. ¡Vaya estupidez! Obviamente, ese tipo sería un escritor rival o un editor disconforme que quiere arruinarte.
-Esto es diferente. Vivimos en un mundo donde la magia es tan real como que dos más dos son cuatro.
-Aunque ambas cosas no son precisamente racionales, ienen un método específico. No me verás intentando venderte una lectura de la fortuna ni ninguna tontería semejante.
-Entonces, ¿todos los adivinos son unos estafadores? Si eso es cierto, ¿cómo es que ganan tanto dinero?
-Estafando, claro. En lugar de enseñar magia, cosa para la que no tengo paciencia, he acabado eligiando la literatura. Tuve profesores geniales, así que es algo tan maravilloso como la hechicería.
-O como el Woo-Foo. Pero ¿sabes? A veces extraño patear traseros. –Sonrió, nostálgico-. A veces me gustaría volver a usar mi traje de combate fuera de la academia, y patear algunos traseros de villanos.
-¿Te gustaría que Carl siguiera siendo un villano?
-¡Oh, no! Me gusta más el Carl, maestro de historia antigua, que Carl, el malvado brujo cucaracha.
-Yo también, ya he terminado con mi temporada de villanía, gracias.
-Así que, digamos, si Eradicus regresara y e pidiera que lo revivieras, ¿volverías a hacerlo?
-Solo si estuviera entre la espada y la pared. O si me ofreciera algo que no pudiera rechazar.
-¿como resucitar a Bob?
-Uh, no entremos en ese terreno.
-pero vamos, Ella, ¿eso no te haría repetir la historia?
-Sé que ahora conozco el lado bueno, pero chico, cuando tu vida se define por servir a un señor del mal y obtener poder a base de engañar a la gente, acabas olvidando que la correa que te sujeta está ahí, y es casi como si te acostumbraras a llevarla, como el reloj en tu muñeca o un par de auriculares.
-También podría preguntárselo a Carl. Lo peor que puede pasar es que diga que me vaya al diablo.
En su última batalla contra el entonces villano, los conejos habían acabado destruyendo –"accidentalmente"- la guarida de su hermano, Herman la hormiga, y su casa habría seguido, si no fuera porque el control remoto de su entonces Némesis había escogido ese preciso momento para volver a funcionar, y así apagar el televisor mágico gigante de donde había salido un monstruo, su último conjuro malvado, pero que había resultado terriblemente mal, al punto de verse obligado a llamar a los gemelos para ayudarlo a detener su propio desastre.
Herman había jurado venganza, pero por suerte, lo último que supieron de él fue que se había mudado a un pueblo cercano, y por lo tanto ya no tendrían que volver a pelear.
Ahora, eran tres años de ese líío, y Carl había prometido compensarlos por su ayuda. La compensación vino hacía dos añños, en forma del joven chico cucaracha como todo un profesor de historia, y ofreciéndole clases gratis al conejo. Hubiera dicho que no, pero su editor de entonces lo había amenazado con que, si no hacía por lo menos un curso de alguna cosa, ni loco publicaría su primer libro. Y las clases de cocina, de costura y de danza estaban descartadas definitivamente.
Fue allí donde, un buen día de verano, mientras buscaba el aula de su antiguo archienemigo, se topó con la tigresa, sorprendido por su elección de vida.
Ella acabó compartiendo sus pesares, y como la universidad era pública, le ofreció sus clases de literatura, explicando que la habían ayudado en los tiempos oscuros.
Ella y Carl habían acabado presentando sus libros la mayoría de las veces, incluso en otros Estados por sus viajes de estudio o de docencia.
-Yang, no. –ella se apresuró a sujetarlo de un brazo, obligándolo a detenerse-. Tú mejor que nadie sabes cuánto le costó corregir sus caminos y abandonar la magia negra definitivamente. No lo metas en tu lío.
-Si no es él, ¿quién puede ayudarnos?
-No es común en ti indagar en lo inexplicable. ¿A qué viene el repentino interés?
-El muy idiota –masculló con ira-, el médium ese, dijo que algo no le gustaba. Como si estuviera sugiriendo que no fue un simple accidente lo que mató a mi padre.
-Créeme, Yang, conozco a las tres personas más expertas en la materia que existen sobre la faz de la Tierra, y las tres te dirán que no metas tus orejas en estas cosas.
-¿En serio? ¿Y quiénes son?
-Carl, tu hermana y yo. Así que, por favor, deja el tema, ¿quieres?
-¿Qué hay de Saranoya?
-¿esa bruja loca? Lo más probable es que busque maneras de mandarte al otro mundo anes que ayudarte a encontrar a tu padre.
-Sé que todavía me odia, pero Yin y ella han hehco las paces. Sabes cuánto adora Saranoya a mi hermana. Podría ayudarnos.
-Si eso pasa, no quiero tener nada que ver con el tema.
-y pensar que, hasta hace un rato, eras tú la que hablaba de la importancia de la muerte.
-Como tema poético, ¡no como práctica real!
-Por favor, eres una hechicera, haces magia, hipnosis, etc.
-Corrección, señor sabelotodo. Hacía. Lo he dejado. Prefiero que la gente lea o escuche lo que tengo que decir con la mente consciente y fresca, en lugar de tener que obligarlos con mis hechizos. Por favor, ¿podemos cambiar de tema?
-odio la muerte.
-No puedes odiarla o amarla. Solo angustiarte cuando te pasa por el costado.
-o como diría mi hermana, aceptarla o rechazarla. –Se encogió de hombros, resoplando-. Ella prefiere rechazarla.
-¿Y tú la aceptas' mira que ni siquiera yo puedo terminar de hacerlo. Dios mío, puede que ya no esté en duelo, pero nunca superas la muerte de un amigo, solo puedes intentar vivir con ella, confiando en que está mejor donde sea que esté.
-Prefiero juntar las dos. Entonces, no tengo que decidir.
A buena distancia de allí, y observando al dúo por un par de binoculares, a un kilómetro de su posición, la misma paloma blanca y de cabello negro parpadeó, pensativa.
-Y yo que creía que mi trabajo ya habría finalizado para este punto. Supongo que no puedo relajarme todavía.
