Un capítulo más para terminar la semana, ja.


3. Caminata nocturna

Wendy se echó a correr con dirección al ruido del derrumbe, no sin antes echar su cigarro al suelo y apagarlo con su bota. Quizá no fuera una decisión muy prudente, pero ya andaba por el rumbo y estaba un poco aburrida, además siempre podía encontrarse algo emocionante. Como aquella fiesta a donde fue con Tambry, donde por alguno de esos locos sucesos terminaron corriendo para no ser arrestadas y al llegar a la casa de un vecino, fueron perseguidas por sus perros guardianes. Una noche divertida de la cual tenían las marcas de colmillos en las pantorrillas.

Sin embargo, le vino a la mente algo que su padre solía contarle cuando era niña, una leyenda que corría por todo el pueblo quizá desde su fundación: El Siempre Detrás, el cual estaba acompañado de siseos que te acosaban por todo el bosque y, aunque no auguraban algo malo, no era del todo seguro que los pudieras escuchar. Al cabo de unos momentos logró llegar hasta un claro, donde pudo ver un montón de rocas de gran tamaño.

Ella no podía equivocarse, el ruido provenía de ahí, pero aunque quiso acercarse, una tercera persona le hizo detener su marcha. Se trataba de una mujer no muy alta que estaba cubierta de una larga túnica de color negro, o quizás escarlata, no podía verlo bien ni siquiera por la luz de la luna. Lo que llamó la atención de Wendy, es que la mujer buscaba algo entre el montículo de piedras.

Cuando decidió tomar verdadera distancia, fue el momento en que la vio empuñando un cráneo. De lejos, el color grisáceo del hueso podría confundirse con una piedra, pero no. Wendy había visto a su padre destazar varios animales y podía identificar un cráneo cuando lo veía, en especial uno de forma tan singular. Un cráneo humano.

Se llevó la mano con mucho cuidado hacia el fondo de su bota y sin hacer ruido ni para respirar, logró deslizar su cuchillo de cacería hasta empuñarlo de forma fuerte. Poca precaución para algo que se estaba poniendo demasiado tétrico; la mujer ya no hizo nada más, sólo ocultó el cráneo dentro de su túnica y se marchó por el mismo sitio donde llegó, permitiéndole a Wendy respirar con tranquilidad. No pudo averiguar qué causó el tremendo ruido que escuchó al pasar por ahí. No cabía duda de que fueron las rocas, pero ¿de dónde habían caído? No había ninguna montaña cerca. Todo el terreno era plano.

Sin más que ver por ahí, decidió ponerse rumbo a su casa; llegar a la Cabaña del Misterio desde ese punto le tomaría a lo mucho diez minutos. Al otro lado sólo bastaba con brincar una verja de dos metros de alto y estaría a dos calles de la avenida principal del pueblo, con un terreno despejado y no abandonado o peligroso. No tuvo especial interés en guardar de nuevo el cuchillo, siempre pensando que una defensa era mejor que nada. Y cuando no tuviera nada, huir era mejor que pelear.

Esta vez no había cargado con su celular o con alguna linterna, aunque tampoco es que importara mucho, pues conocía bastante bien todos los rincones del pueblo y el bosque para llegar a casa, además tampoco era la primera vez que la castigarían por andar fuera tan tarde. No podía creer que su padre fuera tan desnaturalizado como para no haberla buscado junto a todos sus hermanos. Ah, pero no fuera su hermano menor porque entonces era el fin del mundo.

En cualquier otra familia con un varón entre jovencitas, él debía destacar. Si por el contrario, como en su caso, todos debían tenerla en pedestal. El problema radicaba en que su padre tenía otros tipos de ideales donde incluso una señorita tenía que aprender a hacerse valer como si fuera un hombre, pero sin perder nunca su lugar como mujer, ergo, lavar, planchar y cocinar. Una forma de pensar con la que estaba en contra muchas veces por lo estúpido que le parecía y tenía rencillas con su papá de vez en cuando por esto. Siguió caminando y refunfuñando por lo bajo cuando a lo lejos vio una extraña criatura que resaltaba entre la noche gracias a sus enormes ojos rojos.

¿Qué demonios es esa cosa? se preguntó Wendy.

Lo peor no era el peligro inminente, sino que la verja estaba a cinco minutos en esa dirección y aquella cosa le obstruía el paso. Se había quedado pasmada. Jamás había visto algo tan grande. Aquello no era un oso, ni ningún otro animal que conociera, y le quedó muy claro cuando a pesar de lo lejos que estaban uno de otro, le pareció que hacían contacto visual.

Aquellos orbes rojos trasmitían una salvajez impropia de algo que te pudieras encontrar en el bestiario habitual de Gravity Falls. Dipper, sin embargo, insistía una y otra vez que las cosas así abundaban por todo el bosque, solo hacía falta buscar muy, pero que muy bien… o que ellos te encontraran primero.

La bestia dio un gruñido gutural y luego lo vio correr hacia ella. Sus pisadas en el suelo agitaban las ramas de los pinos, sacaban nubarrones de tierra y piedras conforme se acercaba. Wendy no estaba segura de presentar la ofensiva o emprender la retirada. De pronto, la lección enseñada por su padre se le había borrado de la mente. Esto era peligro real, era enfrentarse cara a cara con la muerte. Y ella tenía todas las perder.

Apenas pudo alzar su cuchillo a la altura del pecho cuando la criatura saltó por encima de ella, enfrascándose en una sangrienta lucha con un segundo monstruo de dimensiones más grandes que descendía por entre los pinos. La pelirroja no podía creerlo. Dos enormes bestias se batían en duelo por el sitio, siendo la segunda una criatura de múltiples patas con esferas brillantes de color violeta colocadas alrededor de ellas. Su aspecto asemejaba a una araña gigantesca con fauces que se abrían arrancándole trozos de piel y pelaje al que avistó primero.

Mientras ella se alejaba arrastrándose con el cuchillo por delante, pudo ver que logró derribar a la araña de los árboles y la dejó fuera de combate por unos pocos segundos haciéndola retorcerse en el suelo, arrojando piedras, hierba y tierra. En medio de la nube de polvo, Wendy se vio de nuevo con la bestia de ojos rojos.

—Huye, hembra humana, ¡huye! —le gritó.

Wendy obedeció y corrió lejos del peligro y de su bestia defensora. A cada paso que se alejaba, los gruñidos de ambas abominaciones quedaban más y más lejanas. Luego de unos minutos que se tornaron eternos, Wendy pudo ver el alumbrado de la calle y la verja que debía saltar. La saltó por pura adrenalina tal como si fuera una entusiasta del parkour, teniendo suerte de no herirse con la hoja de su cuchillo al caer. Siguió corriendo hasta dar vuelta en la esquina sin siquiera darse cuenta de lo solitarias que estaban las calles, hasta quedar tirada en la entrada de una tienda de antigüedades.

Sus pulmones amenazaban con salirle por la boca y el sudor perlaba su frente. Le costó recuperar el aliento, y cuando lo hizo, se quitó el gorro para limpiarse el sudor. Estaba temblando de miedo puro. Ni siquiera se dio cuenta de que una camioneta se aproximaba a la esquina donde estaba recargada.

— ¿Wendy?

— ¿Soos?

— ¿Qué haces afuera tan tarde? ¿Vas a una fiesta o vienes de una?

—Fui a caminar en el bosque, ¿puedes darme un aventón? Estoy agotada.

—Seguro, sube.

Fuera de las canciones pop que él solía escuchar, viajar con un buen amigo la hizo sentirse segura. Soos no pudo pasar por alto que Wendy estaba temblando y se veía bastante cansada y asustada, incluso más pálida que lo habitual en ella. Lo extraño es que serían ya las tres de la madrugada. Y por muy extraña que fuera la situación, no fue necesario preguntar.

— ¿Crees en monstruos, Soos?

—Pero claro que sí, incluso Dipper y yo hemos tratado de darles caza a unos cuantos que lucen peligrosos. Él dice que mientras más grandes y grotescos, mayor será el reconocimiento que nos den.

—Vi dos enormes bestias, Soos —exclamó la pelirroja— ¡Eran enormes! ¡Con la fuerza de diez hombres!

— ¡No inventes!

— ¡Te lo aseguro! Eran espantosos.

— ¡Oh, vaya, Dipper estará encantado de…!

—No le digas nada —a pesar de que las calles estaban desiertas, Soos detuvo la camioneta en una luz roja—. Eran demasiado peligrosos para Dipper y para ti, además… uno de ellos me ayudó a escapar del otro.

Soos ya no dijo nada, pues estaba consciente del peligro que representaba adentrarse en el bosque a tan altas horas de la noche. No se atrevió a decirle que, después de huir de un pterodáctilo, ya nada podría asustarlo.

— ¿Vas a estar bien? —le preguntó al llegar a su casa.

—Seguro, no es nada —le dijo alzando el pulgar ya más relajada—. Le tengo más miedo a mi papá y su griterío de cuando llego tarde.

—Si quieres puedo hablar con él.

Wendy sonrió.

—Sólo lo pondrás peor, Soos, pero gracias.

El robusto emprendió el viaje de regreso y Wendy se abstuvo de preguntarle qué hacía él tan tarde por la ciudad. Supuso que si Soos quisiera contárselo lo hubiera hecho. Por ahora, sólo quería tomar una ducha y meterse a la cama. Le estaba esperando un buen regaño.


Y con eso terminamos por esta noche, espero que les haya gustado. Una historia con nuestra pelirroja favorita nunca viene mal. Hasta la próxima.

-Slash.