Disclaimer: Todo lo que aparece en el fic es de Rowling, incluidas sus contradicciones.

Tercer capítulo. ¡Hora de hincar los codos, Harry Potter! Bueno, al menos un rato, jajaja.

Muchas gracias por las lecturas y comentarios. *Milen, lo de la cajita de música* ¿Eh? ¡Ah! Aún tendréis que esperar para eso, lo siento :P.


Primer día de clases

Malfoy estaba cepillándose los dientes cuando Harry entró en la habitación. Dejando las deportivas a los pies del baúl, entró en el baño a hacer lo mismo. Poniéndose al lado de Malfoy, le miró a través del espejo. Este estaba frotando enérgicamente y mantenía los ojos fijos en su propio reflejo, ignorándole.

—Y… ¿me cuentas el truco del juego, Malfoy? —le preguntó Harry, dispuesto a mantener una conversación amigable.

—Creo que si lo piensas un poco puedes llegar tú mismo a ello, Potter —contestó Draco tras escupir en el lavabo y enjuagándose la boca.

Draco había arrastrado las palabras de la manera en que solía hacerlo y que no le había oído en toda la noche, haciendo énfasis de nuevo en su apellido. Harry se maldijo a sí mismo cuando se dio cuenta de que le había llamado Malfoy en lugar de usar su nombre como habían quedado y había roto la frágil familiaridad que habían creado en la fiesta. Dudó, sin saber si disculparse o dejarlo pasar. Draco decidió por él, saliendo del baño sin añadir nada más. Harry suspiró, resignado y malhumorado al comprobar, una vez más, que el imbécil susceptible que era Malfoy seguía estando dentro del Draco que había visto en la sala común. Irónicamente, aquello le resultaba hasta reconfortante.

Cuando volvió al dormitorio, Malfoy estaba terminando de abrocharse la camisa del pijama y comenzando a meterse en la cama. Con un movimiento de varita, bajó la intensidad de la luz de la mesita y, dándole la espalda, se dispuso a dormir. Harry se quitó la camiseta y el pantalón y, en calzoncillos, se acostó también. Con un suspiro, apagó la luz del todo e intentó conciliar el sueño.

Los primeros rayos del amanecer lo despertaron. Habían olvidado correr las cortinas la noche anterior y, dado que estaban en el ala este del castillo, el sol había inundado la habitación de luz cuando asomó por encima del horizonte. Guiñando los ojos, Harry buscó sus gafas tanteando con la mano y se las puso. Mirando hacia la cama de al lado la descubrió deshecha, pero vacía.

—Vaya, sí que madruga —masculló Harry con la voz ronca por el sueño, todavía intentando despegar los ojos.

Se desperezó en la cama, pateando las sábanas con los pies y escuchando atentamente, intentando averiguar si Malfoy estaba en el cuarto de baño. Su cerebro recuperó retazos de recuerdos de la noche, debía haberse despertado en algún momento porque Malfoy había hecho ruido, pero había vuelto a dormirse tan rápido que apenas conseguía distinguir si era un recuerdo real o parte de un sueño. Ahora no se escuchaba nada en la habitación.

—Quizá lo oí levantarse y volví a quedarme completamente dormido —bostezó. Con cansancio, gruñó quejándose por la falta de rutina—. En fin, hora de levantarse.

Se levantó y entró al baño para ducharse. Al salir, Malfoy estaba sentado encima de la cama, todavía en pijama con cara de sueño, un poco despeinado y una de las mejillas ligeramente enrojecida por la marca de la almohada, que le cruzaba la cara como una vieja cicatriz. Harry frunció el ceño, pensando en por qué Malfoy parecía recién levantado si no había estado en su cama y preguntándose dónde habría ido sin quitarse el pijama ni lavarse la cara. Un pensamiento fugaz de que con ese aspecto Malfoy no tenía en absoluto esa pose impertérrita y envarada que solía mostrar la mayor parte del tiempo le cruzó la mente. Harry lo reprimió con un escalofrío cuando empezó a considerar que, incluso, parecía un poco adorable con esa pose de sueño interrumpido.

—Buenos días —le saludó Harry, tartamudeando por la incomodidad de lo que estaba pensando.

Correspondiéndole al saludo con un ademan de la cabeza, Malfoy se incorporó nada más oírle y cruzó la puerta del baño, cerrando tras de sí. Unos segundos después, Harry oyó el sonido de la cadena del retrete y el agua de la ducha cayendo con fuerza. Harry se mordió el labio, fastidiado, teniendo la sensación de que cada vez que intentaba pensar en Malfoy en buenos términos, este se comportaba con un imbécil, desmintiendo sus impresiones.

—Gilipollas —susurró Harry abriendo el baúl, sintiéndose más satisfecho cuando el insulto abandonó su mente y se verbalizó.

Se vistió rápidamente con el uniforme, consultó el horario de clases y, metiendo los libros, cogió la bandolera y salió por la puerta. Llamó a la habitación de las chicas y esperó a que Hermione abriese.

—¿Estás lista?

—Sí, vamos —asintió Hermione. Ambos se dirigieron caminando despacio hacia el Gran Comedor—. ¿Qué tal la noche?

—Bien. Echo de menos la habitación de la torre, pero la cama es cómoda. ¿Y tú?

—Ya sé que las camas de Hogwarts son cómodas, Harry, hay un hechizo que… ¿Nunca os vais a leer Historia de Hogwarts? —Harry negó con la cabeza con una sonrisa divertida—. No me refería a eso.

—Es un imbécil —contestó Harry, cortante.

—Vaya… Anoche lo vi bastante relajado y pensé que todo iría más… fluido. ¿Qué ha ocurrido? —Hermione le miró con curiosidad. Harry resopló, secretamente aliviado, porque él también había tenido esa impresión y se alegraba de no ser el único que lo había pensado. Le hacía sentirse menos frustrado.

—Creo que se enfadó porque le llamé Malfoy —confesó Harry, sintiéndose culpable. Hermione le miró con las cejas levantadas en un gesto de curiosidad casi científica—. Anoche, cuando volvimos de la sala común. Le pregunté cuál era el truco del juego de la caja de música por sacar conversación, porque creía que habíamos conseguido llegar a una especie de tregua. Y, sin querer, le volví a llamar Malfoy. Y contestó con un sarcasmo de esos suyos, arrastrando las palabras.

—¿Estás seguro?

—Claro que estoy seguro, 'Mione. Fue sin querer, de verdad, no tengo ningún problema en llamarle Draco si eso ayuda a que todos nos llevemos mejor, pero creo que ya le había molestado antes de la fiesta, porque también con desdén sarcástico. Tendrías que haberle oído.

—No sé, Harry —dudó Hermione, pensativa—. ¿Recuerdas lo que nos contaste que decía tu psicólogo? ¿Eso de que a veces suponemos las razones y los motivos de las acciones de otras personas bajo nuestra interpretación personal?

—Que sólo sabemos aquello de lo que tenemos pruebas objetivas. No conocemos las motivaciones de alguien salvo que nos las diga —asintió Harry, comprendiendo a qué se refería y suspirando con resignación—. Lo demás son suposiciones que hacemos bajo nuestro juicio sesgado y no tiene por qué ajustarse a la realidad.

—Ayer Draco procuró hablar lo menos posible —dijo Hermione con la voz que ponía cuando intentaba encontrar una respuesta que se le escurría de la mente—. Se le escapó algún apellido. Al resto también se nos escapó llamarle Malfoy. Y no vi que se lo tomara a mal.

—Bueno, pues le habrá sentado mal porque he sido yo. ¿Qué más da? ¿Por qué empeñarse tanto en que forme parte del grupo? No parece que él esté tan interesado.

—No estoy yo tan segura. Creo… Es posible que sólo sea una forma de autodefensa. De protegerse a sí mismo contra posibles amenazas, aunque no existan. Habéis pasado muchos años peleándoos, es normal que no confíe en ti de un momento a otro. Y no hay que olvidar que ayer acabó viniendo a la sala común.

—Sí, pero…

—Además, respondiendo a tu pregunta, creo que es bueno para todos si permanecemos unidos. Recuerda lo que Dumbledore y el Sombrero Seleccionador han dicho siempre: tenemos que permanecer unidos, independientemente de nuestras casas.

—¿Aunque sea un imbécil que está siempre a la defensiva?

—No te rindas con él, Harry. No después de todo lo que hemos hecho.

Entraron en el Gran Comedor y se sentaron en la mesa redonda. Todavía estaba vacía. Apenas había estudiantes desayunando y solo dos profesores presidían la sala. Los platos se llenaron automáticamente de comida cuando notaron su presencia y Harry atacó las tostadas y el café.

—Ayer, cuando dijo que no vendría a la fiesta, le ofrecí el botellín diciéndole que sería bienvenido.

—Lo sé, Harry, lo hablamos ayer —dijo Hermione son sorna.

—Ya… ¿sabes cuándo una persona dice que no porque cree que es lo que se espera de ella? —Harry volvió a pensar en todas las veces que se negó a jugar en el colegio con chicos y chicas de su edad, con la mirada de Dudley clavada en su nuca, dispuesto a intervenir y la lástima que había sentido por sí mismo. Hermione asintió, comprendiendo qué quería decir—. Tuve la sensación de que Malfoy…

—Draco —dijo Hermione, corrigiéndole con paciencia. Harry volvió a resoplar, fastidiado.

—Al punto, Hermione. Quiero decir que tuve la sensación de que Draco se sentía así. Que realmente quería decir que sí pero, por la razón que fuese, se veía obligado a decir que no. Por eso le insistí, nadie debería sentirse así.

—Tiene sentido —asintió Hermione, reflexionando—. Eres una de las mejores personas que he conocido, Harry, alguien que siempre ha hecho lo que creía que era correcto incluso si le perjudicaba. No te rindas con él. Tengo el presentimiento de que hay algo más dentro de él que lo que conocemos, sobre todo tras haber visto cómo se comportó anoche.

Harry asintió con incomodidad por las palabras de Hermione, recordando que se había divertido con el sentido del humor de Malfoy, que normalmente le exasperaba u ofendía. Sintiéndose sin fuerzas para seguir la conversación, rezó para que Hermione también se hubiese cansado. Afortunadamente, la llegada del correo matinal ocupó toda su atención. Una lechuza tiró ejemplares de El Profeta, El Quisquilloso y Corazón de bruja delante de Hermione, que se apresuró a recogerlos y ordenarlos junto a su plato antes de empezar a leer una de las portadas.

—¿Corazón de bruja? —se burló Harry al verlo—. ¿En serio?

—Quiero estar informada de todo. —Hermione se encogió de hombros con indiferencia, sirviéndose cereales en un bol—. Todo el que es alguien aparece en estas páginas antes o después.

Poco a poco, las mesas se fueron llenando según iban llegando los estudiantes menos madrugadores. Neville, Michael y Dean llegaron juntos y se sentaron a su lado sin dejar de hablar entre ellos sobre las clases de ese día. Malfoy llegó y se sentó al otro lado de Harry, en el mismo sitio que el día anterior, mascullando un saludo casi inaudible. Todos los demás le contestaron con diversos grados de entusiasmo.

Como habían llegado los primeros, Hermione y él se levantaron de la mesa antes de que el resto terminara. Con paso tranquilo, se dirigieron al pasillo donde estaban las aulas que les habían asignado para las asignaturas troncales que recibirían sin unirse a los alumnos de las otras casas. Entraron en la primera y se sentaron juntos en la última fila. En silencio, Harry se dedicó a garabatear un pergamino mientras Hermione abría el libro.

Los pensamientos de Harry vagaron de nuevo hacia Malfoy y su comportamiento del día anterior. Cuanto más lo pensaba, más se daba cuenta que el rubio había estado a la defensiva desde el momento en que entró por la puerta. Malfoy entró en el aula en ese momento, interrumpiendo sus pensamientos. Correspondió con un asentimiento de cabeza al saludo de Hermione. Harry le saludó también con un ademán. Malfoy se quedó parado un segundo mirando los diez pupitres, que estaban colocados en parejas de dos.

Parecía como si ninguno de los sitios le gustase y Harry supuso que había llegado temprano buscando, como ellos, sentarse en la última fila desde el primer día. Era una de las condiciones que Harry le había puesto a Hermione si quería sentarse con él. La chica habría preferido sentarse en las primeras filas, pero Harry estaba un poco cansado de atraer las miradas. Algunas de las clases las compartirían con el resto de alumnos de séptimo y otras las tendrían los nueve solos, así que Harry había decidido que la mejor manera de pasar desapercibido era sentarse en la última fila. Desde allí sería más complicado que los demás le observasen.

A pesar de que el aula era grande, sólo habían puesto sólo diez mesas para ellos nueve, por lo que uno de ellos tendría que quedar desemparejado. Harry tuvo pocas dudas de quién iba a ser el agraciado. Un pequeño atisbo de culpabilidad le mordisqueó el estómago al pensar que, probablemente, Malfoy no había tenido ninguna oportunidad de elegir.

Finalmente, Malfoy se sentó delante de Hermione. Esta había vuelto a bajar la vista hacia el libro de texto de Transformaciones. Harry aprovechó que podía verle el rostro desde su asiento para mirar a Malfoy, que había fijado la vista en el tablero de la mesa, mesándose el cabello con ambas manos. Parecía cansado y derrotado y Harry sintió simpatía por él, recordando los tiempos escolares en los que todo el colegio le marginaba por ser campeón de Hogwarts, algo que le había caído sin elegir. Mordiéndose el interior de la mejilla, se dio cuenta de que probablemente Malfoy tampoco había tenido elección real en sus acciones.

«Y cuando pudo elegir, bajó la varita», recordó Harry, pensando en la noche de la Torre de Astronomía.

La culpabilidad le volvió a pesar en el pecho. Las similitudes entre él y Malfoy en cuanto al trato recibido en tiempos de poca popularidad entre sus compañeros le dolieron más que asustaron. Dejó de pensar en cuello cuando el resto de compañeros entró en pequeños grupos por la puerta, distribuyéndose por las mesas. Como esperaba, Neville y Dean se sentaron delante de Malfoy, lo más cerca de Hermione y él posible. Michael y Morag ocuparon los dos pupitres de la primera fila y Ernie y Justin, que llegaron los últimos, se quedaron con la última pareja de mesas libres.

Volviendo a observar a Malfoy, que había levantado la mirada fijándola en la pizarra, con los labios apretados. Su postura, anteriormente alicaída, había cambiado, tensando la espalda como la cuerda de un arco de violín, muy recto. Si no lo hubiese visto unos minutos antes, Harry lo habría definido como orgullo, pero comprendió que sólo era un intento de aparentar y protegerse a sí mismo.

«Mira a Malfoy», escribió rápidamente en el pergamino que había estado garabateando y dando un codazo a Hermione para llamar su atención.

Esta leyó el pergamino con curiosidad, miró a Malfoy frunció el ceño con cara de incomprensión, levantando las cejas para pedirle más detalles a Harry.

«Estaba triste y ahora que han entrado todos, está tenso, en guardia», garabateó Harry rápidamente, sin saber bien adónde quería llegar con aquello.

Hermione volvió a mirar a Malfoy, entrecerrando los ojos. Deslizó los ojos por el resto del aula. La fila de diez pupitres no estaba alineada con la pizarra. Había sido colocada de manera que quedaba un amplio espacio vacío que cubría más de la mitad de la clase para poder practicar hechizos sin tener que cambiar de lugar. Cogiendo el pergamino, Hermione esbozó unas líneas con la pluma. Se lo devolvió y Harry vio que era un esquema de la clase, señalando que se habían sentado por casas.

«Los viejos hábitos son difíciles de romper», había anotado Hermione en el margen.

Harry se mordió el labio, pensando que de nada servía hacer una fiesta de confraternización si al día siguiente todo seguía igual. Pero sí había cambiado algo. Todos los demás estaban charlando entre ellos. Justin estaba girado sobre su silla, charlando con Dean y Neville. Ernie se inclinaba hacia adelante, escuchando algo que Morag le estaba diciendo. Harry volvió a mirar a Malfoy, que seguía en la misma posición, inmóvil como un soldado haciendo guardia.

Con pena, Harry comprendió que Malfoy era el único que estaba fuera de lugar y un sentimiento de protección hacia él despertó en su pecho. Con ironía, se dio cuenta de que dos días antes había estado harto de tener que salvar el mundo y ahora la conciencia le exigía seguir ayudando a alguien para salvarle de una marginación. Incluso aunque ese alguien fuese Malfoy y estuviese contribuyendo activamente a ella.

«Entonces habrá que luchar el doble por romperlos, no aceptar que estén ahí», escribió Harry en el pergamino antes de deslizarlo hacia Hermione.

Mirando al frente con decisión y sin esperar a que esta leyese lo que había escrito, se levantó, arrojó su mochila al pupitre que estaba delante del suyo, retiró la silla bruscamente y se dejó caer al lado de Malfoy. Mantuvo la mirada fija en la pizarra, consciente de que su movimiento había llamado la atención de todos los compañeros. Segundos después, volvieron a sus conversaciones con naturalidad y Harry dejó salir el aire despacio, aliviado.

Por el rabillo del ojo, constató que Malfoy estaba mirándolo con los ojos muy abiertos, atónito. Se giró hacia atrás, donde Hermione, que le miraba con una chispa de diversión, se había quedado sola. Esperando que le entendiese sin más palabras, le hizo un gesto con la cabeza. La chica se levantó también y con un movimiento de varita, levitó su mesa y silla hasta situarla pegada a la de Malfoy.

McGonagall entró con paso firme en el aula, saludando y provocando que todos se sentasen rectos. Cuando la profesora llegó al frente de la clase se fijó en la última fila, donde Malfoy estaba flanqueado por Hermione y Harry. Harry se tensó, pensando que la directora les pediría que recolocasen las mesas en su disposición original, pero esta asintió brevemente con aprobación y comenzó a explicarles el programa que seguirían ese curso y cómo se organizarían.

«¿Por qué?». Harry se quedó mirando esas dos palabras escritas con caligrafía elegante en el pergamino que Malfoy había situado en la línea divisoria entre ambos.

«Somos un grupo. Nadie se queda atrás». Ver su letra desigual y desmadejada al lado del trazo fino de Malfoy le hizo sentir torpe.

«No necesito vuestra compasión, Potter. Puedo sentarme perfectamente solo. No soy un niño pequeño que necesite compañía».

«No seas imbécil, nadie ha hablado de compasión. Eso es sacar las cosas de quicio».

Su conversación silenciosa siguió mientras McGonagall comenzaba a explicarles los rudimentos del hechizo de transformación que iban a practicar durante las siguientes semanas.

—Es fundamental que consigan dominar este conjuro, pues constituye la base de cualquier transformación avanzada de alto nivel. Deberán practicarlo hasta estar seguros de poder realizarlo a la perfección, incluso de manera no verbal. Si no consiguen dominarlo no podrán aprobar el EXTASIS de esta asignatura, señor Longbottom, lo siento —espetó en su característico tono seco la profesora a Neville, que había levantado la mano tragando saliva con dificultad—. Ha demostrado usted más habilidades mágicas de las que nadie esperaba, tenga un poquito más de confianza en sí mismo, señor Longbottom. No le habría aceptado en esta clase si no hubiese estado segura de que puede hacerlo.

«Estás siendo condescendiente», había afirmado Malfoy cuando Harry volvió a bajar la vista hacia el pergamino.

«¿Sentarme a tu lado es ser condescendiente?», garabateó en respuesta, intentando no perder el hilo de lo que McGonagall decía.

—Aquellos que tenéis un talento natural para las Transformaciones podréis, una vez tengáis un control férreo del hechizo, empezar a considerar la idea de comenzar el proceso para practicar la animagia —explicaba McGonagall, fijando su vista en el fondo del aula—. Sobre todo creo que a partir del segundo trimestre deberían ir comenzando a leer la bibliografía que les facilitaré los señores Malfoy, Potter, Granger y McDougal.

Hermione contuvo el aliento, emocionada. Malfoy levantó la cabeza de golpe al oír su nombre, distraído de la contestación que estaba escribiendo. Harry esbozó una sonrisa de medio lado, complacido al acariciar la idea de comenzar el proceso para ser animago como su padre y Sirius. Era algo que había pensado en algunas ocasiones, pero la escasa practicidad de la habilidad, más allá de la capacidad de poder hacerlo, siempre había hecho que no le dedicase más que un pensamiento.

—No me mire así, señor Malfoy —dijo McGonagall, impertérrita—. Tiene usted mucho talento para las transformaciones, y, salvo por el desastre que fue su sexto curso, sus notas siempre han sido excelentes en la materia. Confío en que trabajará duro para recuperar el nivel. No espero menos de usted.

«Sí, si lo haces porque te doy pena. ¿No basta con que tengamos que compartir habitación?».

Harry apretó los labios al leer aquello. No esperaba un agradecimiento por parte de Malfoy, pues no lo había hecho por eso, pero tampoco era creía que fuese justo tener que leer quejas al respecto.

«De acuerdo. Lo siento», garabateó Harry con furia, en una letra casi ilegible. «Cuando acabe la clase, Hermione y yo volveremos a nuestro sitio y podrás quedarte solo. Con el dormitorio me temo que no puedo hacer nada para solucionarlo».

Con rabia, pasó el pergamino a la mesa de al lado y se volvió hacia la pizarra para darle a entender a Malfoy que la conversación había terminado. Apretó los labios y empezó a tomar apuntes de la fórmula que McGonagall estaba apuntando, refrescando los conceptos que ayudaban a la transformación en objetos a partir de un animal vivo.

Un rato después, habiendo olvidado ya a Malfoy a fuerza de ignorarlo, un pequeño pedazo de pergamino apareció en su campo visual. Levantó la vista hacia Malfoy. Estaba mirándolo con los labios apretados con un atisbo de culpabilidad en el rostro. Harry suspiró, exasperado.

«No es necesario».

Enfadado todavía, Harry apartó el trozo de pergamino de vuelta hacia Malfoy sin responder y volvió a concentrarse en sus apuntes, intentando no perder el hilo de la explicación de McGonagall. Cuando la clase acabó, había rellenado un rollo entero con los apuntes y se suponía que sólo era repaso para recordar conceptos.

—No tendrán ustedes deberes este trimestre, al menos por mi parte —dijo McGonagall mientras recogía los papeles y libros que había traído—. Pero les aconsejo que empiecen a dedicar a todas las asignaturas varias horas de estudio desde hoy mismo.

—¿Has oído, Harry? —preguntó Hermione asomándose desde el otro lado de Malfoy, que estaba aplicando un hechizo secante en sus apuntes—. Lo de la animagia a partir del segundo trimestre, ¿vas a intentarlo?

—¿El qué? —preguntó Harry desconcertado, todavía con la cabeza llena de fórmulas mágicas. Se levantó, enrollando los pergaminos que había utilizado para tomar apuntes.

—Lo de ser animago, tonto. ¿Y tú, Draco?

—No… no lo sé —tartamudeó este, luciendo todavía un poco desconcertado por la situación.

—Me gustaría intentarlo, la verdad, pero tengo que pensarlo —contestó secamente Harry, terminando de meter los libros en la mochila y recogiendo sus plumas y tinteros.

—Yo también tengo que meditarlo detenidamente. Quiero abarcar muchos EXTASIS y las aplicaciones prácticas de la animagia son… —Hermione se detuvo, extrañada, cuando Harry terminó de recoger—. Harry, Encantamientos también es en este aula.

—Lo sé. Sólo estoy cambiándome de mesa otra vez.

«Claro, a ella no le ha dicho nada. Le molesto yo en particular», comprendió Harry, fastidiado. Lo había intentado, pero nada había cambiado a pesar de todo. Un sentimiento de injusticia se adueñó de él, enfadándolo más. Malfoy había agachado la cabeza ignorando a Hermione, retorciéndose los dedos con nervios.

—¿Por qué? —Hermione le miraba con un gesto de sincera incomprensión.

«Por qué a este gilipollas no le molesta que te sientes aquí y sí que lo haga yo, sería una pregunta más adecuada», pensó Harry, frustrado. Se mordió la lengua para no decirlo en voz alta, porque tenía la impresión de que sonaría pueril. «Una cosa es esforzarme por tener la fiesta en paz y llevarnos bien y otra ser gilipollas», agregó mentalmente para reforzar su planteamiento.

Una mano pálida le sujetó de la muñeca. Harry miró a Malfoy, que miraba hacia abajo, evitando sus ojos. Una pequeña chispa eléctrica recorrió el brazo de Harry al contacto. Se quedó inmóvil, mirando la mano de Malfoy ensimismado. Los dedos largos y delgados de Malfoy se aferraban a su brazo con una fuerza inusitada. No lo soltó a pesar de que no se había movido del sitio.

—No es necesario —susurró Malfoy.

—Malfoy… —Harry empezaba a estar hasta las narices de ese imbécil y su capacidad para sacarlo de sus casillas.

—No es necesario —insistió este con la cabeza baja.

Hermione los miraba, alternando la vista entre ambos. El resto de la clase no les prestaba atención, ocupados en sus cosas. Flitwick entró en el aula dando los buenos días. Malfoy soltó su muñeca, enrojeciendo y carraspeando.

—Lo siento —murmuró Malfoy tan bajo que Harry no estuvo seguro de haberle oído bien. Aun así, la disculpa lo desconcertó, desarmándolo.

—¿Todo bien, señor Potter? —preguntó jovialmente Flitwick desde el estrado.

—Sí, profesor Flitwick —contestó Harry rápidamente.

—Pues si me hace el favor de sentarse, les explicaré qué programación he preparado para las próximas semanas.

Harry se sentó despacio. Malfoy había abandonado esa pose de aristócrata estirado que había adoptado cuando todos entraron en clase y ahora estaba agarrándose un brazo con la mano contraria, envolviéndose en una especie de abrazo. De nuevo, Harry pensó que aquella vulnerabilidad debía definir más al Malfoy real que la pose envarada con la que intentaba disimular. Hermione les miraba con suspicacia sin terminar de entender del todo qué había ocurrido, pero con una idea bastante definida. Harry miraba al frente otra vez, intentando concentrarse en lo que Flitwick estaba diciendo, cuando otro trozo de pergamino volvió a deslizarse hacia su mesa.

«No pretendía sacar las cosas de quicio».

Harry leyó la nota todavía enfadado. Dio un resoplido y, devolviéndosela sin contestar, siguió ignorándolo.

«Siento también haber dicho lo de compartir la habitación. En realidad, no me molesta tanto».

Harry la leyó de soslayo antes de deslizársela de vuelta. Una tercera nota entró en su campo visual.

«Es raro disculparme contigo. Es correcto, por eso lo hago, pero es raro».

«No te entiendo, Malfoy», escribió Harry debajo de la última frase y devolviéndosela con un gesto brusco.

«Yo tampoco me entiendo a veces». Harry resopló en una risa irónica y amarga.

«Eso explica muchas cosas», garabateó Harry con más soltura. A pesar de que todavía sentía restos del enfado dentro de él, la disculpa de Malfoy, que no creería si no la estuviese leyendo un par de líneas más arriba del pergamino, le había aplacado bastante.

«No te rías, Potter. Tú tampoco eres fácil de entender».

«Pues pregunta cuando no entiendas», contestó Harry antes de darse cuenta de que podía haber parecido brusco. Aun así, no rectificó. Su psicólogo le había instado a preguntar las cosas cuando no entendiese a otras personas en lugar de darlas por supuesto.

«Ya lo hice. Te pregunté por qué».

Harry suspiró. Malfoy iba a volverle loco. Podía ser un imbécil y unos minutos después comportarse como una persona civilizada. Igual que la noche anterior. Era desquiciante. Se preguntó qué contestarle. Su intuición le decía que era mala idea responderle que McGonagall y Hermione le habían pedido que intentase integrarlo en el grupo. Pero no lo hacía por eso. Al menos, no solamente. Tampoco era compasión, como decía Malfoy, era otra cosa.

«Es justo».

«¿Por qué?», insistió Malfoy.

Frustrado, Harry levantó la mirada. Malfoy estaba mirando al frente, simulando estar atento a Flitwick. Al sentirse observado, giró la cabeza hacia él. Se miraron a los ojos unos segundos. Nunca había observado los ojos de Malfoy tan de cerca. Sabía que sus eran grises, sí, pero no había visto hasta ahora las pequeñas salpicaduras azules que daban brillo a su iris. Harry pensó que eran los ojos más bonitos que había visto nunca antes de sacudir la cabeza para alejar ese pensamiento y pensar en una respuesta que satisficiese a Malfoy.

«La guerra terminó», acabó escribiendo Harry, sin saber qué otra cosa decirle.

«No tenemos por qué ser amigos sólo porque la guerra haya terminado. Te recuerdo que estábamos en bandos diferentes», replicó rápidamente Malfoy. Harry se fijó en que escribía con la mano izquierda, sin necesitar apenas mirar el pergamino más que de reojo.

Meditó en las últimas palabras de Malfoy antes de contestarle. No estaba seguro de si quería ser amigo de Malfoy. Había prometido a Hermione hacer lo posible por integrarlo en el grupo. Y a McGonagall le había asegurado que no eran enemigos. No sólo eso, seguía pensando en que Malfoy parecía vulnerable. Seguía empatizando con él, ambos habían pasado por situaciones parecidas a pesar de lo diferentes que eran.

«No somos enemigos», afirmó Harry finalmente, considerándolo un buen punto intermedio.

«¿Eso piensas?», fue la respuesta de Malfoy.

Volvió a mirarle. Él estaba mirándole también, con una expresión enigmática en la cara. Volvió a darse cuenta de que las chispitas azules de sus ojos se engastaban como piedras preciosas en el gris que las rodeaba haciéndolo parecer plata fundida y dándole una calidez que no recordaba haber visto jamás en la fría mirada de su padre.

«No por mi parte», escribió Harry, tajante, dando por finalizada la conversación.

Malfoy no añadió nada más. Se limitó a mirar al frente, prestando atención a Flitwick hasta que este les pidió que se levantasen y se situasen en la otra parte del aula para practicar el encantamiento que había estado explicándoles, una variante del evanesco. La práctica era individual, aunque Dean y Neville se colocaron a su lado. Aprovecharon el ambiente distendido que les solía permitir Flitwick para charlar de cosas insustanciales y Harry se relajó por primera vez en todo el día, empezando a disfrutar de la clase.

Tras las horas dobles de ambas asignaturas, todos ellos tenían el resto del día libre excepto Hermione, que se uniría a los alumnos de séptimo para estudiar Runas Antiguas, ya que era la única del grupo que la recibía. Después de almorzar, Harry se despidió de ella y subió hacia los dormitorios, pensando en aprovechar el rato que Hermione no estaría para pasar los apuntes a limpio y practicar los hechizos de McGonagall y Flitwick.

Inicialmente había pensado en hacerlo en la sala común, pero Dean, Neville, Ernie y Justin no parecían dispuestos a estudiar y estaban jugando una partida de snap explosivo, así que prefirió hacer uso del escritorio doble que estaba en el dormitorio. Decidiendo empezar por Transformaciones, extendió el pergamino donde había apuntado las anotaciones durante la clase y empezó a reescribirlas de nuevo de manera más clara, intentando memorizar las fórmulas.

—Hola —saludó Malfoy al entrar en la habitación. Harry levantó la cabeza y le saludó con un ademán cortés.

Volvió a centrarse en los apuntes, pero se desconcentró cuando sintió a Malfoy acercarse a la silla de al lado. Levantó la cabeza de nuevo y le descubrió mirándole.

—No te importa que estudie aquí también, ¿verdad? —preguntó Malfoy con un deje de duda en la voz—. Puedo irme a la sala común si no.

—No, Malfoy. Está para eso.

—Genial. —Malfoy se sentó y empezó a sacar sus cosas. Harry le observó de reojo—. Va a ser complicado ponerme al día con Transformaciones —dijo, con tono casual similar al que Harry había utilizado para intentar iniciar conversaciones con él. Harry asintió, recogiendo el cabo que Malfoy le estaba lanzando.

—Creía que se te daba bien la asignatura.

—Sí —suspiró Malfoy, ligeramente tenso—. Pero me temo que en sexto apenas presté atención en clase. Y el año pasado… bueno, ya me entiendes. La mitad de las fórmulas no las entiendo porque me falta información que McGonagall da por supuesta. Voy a tener que pedir a mi madre que me envíe los apuntes de quinto o ir a la biblioteca a por algún manual.

—Malfoy, si quieres… —Harry se mordió el labio, no muy seguro de que su propuesta fuese a ser aceptada—. Si quieres, puedo ayudarte. Se me da bien la asignatura. En sexto la aprobé.

—Eso me ha parecido entenderle a McGonagall, sí —contestó Malfoy en tono diplomático.

Malfoy no añadió nada más. Harry se encogió de hombros y mojó la pluma en el tintero, intentando recordar por dónde iba. Transcurrieron varios minutos en silencio, hasta que Malfoy volvió a hablar.

—Yo tampoco creo que seas mi enemigo.

Harry levantó la cabeza. Desconcertado, parpadeó unos segundos hasta que cayó en la cuenta de que Malfoy estaba retomando la conversación que habían mantenido en clases.

—Ajá —asintió, sin saber muy bien qué responder, ya que no había sido una pregunta.

—Un enemigo no habría declarado a mi favor —susurró Malfoy, casi más para sí mismo que para Harry.

—No tiene importancia, Malfoy. Tú y tu madre…

—Sí la tiene —insistió Malfoy mirándole con intensidad—. Nuestras decisiones tienen importancia, ¿no? Y las mías fueron nefastas.

—No todas. Yo te vi bajar la varita en la Torre de Astronomía. Dumbledore decía que nuestras elecciones muestran lo que somos más que nuestras habilidades —dijo Harry con calma, intentando poner en palabras algunos de sus pensamientos que le llenaban la cabeza caóticamente.

—Ese viejo manipulador sabía de lo que hablaba —dijo Malfoy con una mueca.

—¡Eh! —empezó a advertirle Harry frunciendo el ceño.

—No pretendía ser despectivo, Potter —le tranquilizó Malfoy con un ademán de la mano—. Sólo realista.

Harry apretó los dientes, dejando pasar la pulla por una vez. Al fin y al cabo, tenía que admitir que Dumbledore sí había sido un poco manipulador. «Quizá bastante», reconoció con un bufido.

—¿Entonces? —preguntó Harry con curiosidad a pesar de todo.

—No lo sé, Potter.

—No sé dónde quieres llegar, Malfoy —dijo Harry, exasperado por los circunloquios que estaba dando este.

—¿Podemos intentar empezar de nuevo?

—¿Qué quieres decir?

—Yo soy Malfoy… Draco Malfoy. —El rubio le extendió la mano derecha con timidez—. Como te dije en una ocasión, hay algunos magos mejores que otros. Siento haber errado en cuáles eran. Espero que puedas obviarlo.

Harry miró a Malfoy a los ojos, sorprendido de que recordase aquella conversación con tanta nitidez como él. Vio el optimismo desaparecer de sus ojos y pasar al nerviosismo. Justo cuando Malfoy bajaba la mano y la vista, Harry extendió la suya y, con firmeza, se la estrechó.

—Yo soy Harry.

—Encantado.

Frustrado, Harry se preguntó qué había querido decir Malfoy con todo aquello. ¿Eran amigos ahora? ¿Esperaba de él algo parecido al amistoso compañerismo que tenía con Dean o Neville? ¿O simplemente era un gesto simbólico para enterrar el hacha de guerra? Ni siquiera sabía si era posible enterrar un hacha de guerra tan grande como el de ellos dos. Frustrado, Harry pensó qué ojalá algo tan complicado pudiese solucionarse de manera tan sencilla como estrecharse las manos para dejar atrás años de peleas, insultos y provocaciones, como cuando los niños discutían antes de volver a ajuntarse como si nada hubiese pasado.

—Creo que me vendría muy bien esa ayuda —confesó Malfoy, esbozando un conato de sonrisa que no llegó a materializarse.

Harry se inclinó hacia él y empezó a explicarle los conceptos básicos de la primera fórmula que McGonagall les había mostrado. Estudiaron juntos durante varias horas. Malfoy le escuchó atentamente, haciendo observaciones agudas de vez en cuando. Harry se dio cuenta que Malfoy era un estudiante inteligente y despierto. Después de Transformaciones, cuando Malfoy hubo entendido las fórmulas, Harry pasó a Encantamientos. Dirigía fugaces vistazos a Malfoy de vez en cuando por el rabillo del ojo. Había disfrutado tanto enseñándole Transformaciones que había perdido la noción del tiempo. Una idea empezó a rondarle la mente y, durante unos minutos, se perdió en los recuerdos del Ejército de Dumbledore practicando hechizos en la sala de los Menesteres.

Volvió a observar a Malfoy de reojo. Parecía concentrado en lo que estaba haciendo. Tanto, que mordisqueaba distraídamente la pluma cuando no escribía, en un gesto cotidiano que no casaba con la apariencia estirada y formal que solía adoptar. Pensado que probablemente era la primera vez que veía a Malfoy tan relajado, Harry se sintió contento de que el chico se permitiese

Una sensación extraña le inundó al pensarlo. Mirándole de nuevo, Harry se fijó los labios entreabiertos de Malfoy y cómo se acariciaba el inferior con la lengua o con los dientes en pequeños mordiscos. Sintiéndose observado, Malfoy levantó la vista con una mirada interrogante. Un ligero nerviosismo salido de a saber dónde inundó el cuerpo de Harry. Se encogió de hombros y bajó la vista a su propio pergamino, donde una mancha de tinta se había extendido en un círculo enorme desde la punta de su pluma.

Maldiciendo por lo bajo, cogió la varita para borrarlo, oyendo la risita de Malfoy cuando sus intentos no dieron resultados.

—Espera, déjame —dijo Malfoy, sacando su varita.

Extendiendo el brazo delante de él, tocó el pergamino con un hechizo no verbal y la mancha de tinta se desvaneció. Un golpe en la puerta les asustó, haciéndoles dar un salto sobre la silla. Los dos se volvieron hacia la puerta bruscamente. Hermione abrió y asomó la cabeza dentro del dormitorio.

—¡Hola, chicos! —los saludó con una sonrisa—. Nos preguntábamos si os apetecería venir a la sala común. Como lo de anoche funcionó tan bien, Justin ha sugerido que podíamos intentar quedar todas las noches un rato antes o después de la cena. Como una asamblea, todos juntos.

—De acuerdo —asintió Harry. Malfoy se encogió de hombros—. ¿A qué hora?

—Bueno… la idea era hacerlo antes de cenar. —Hermione levantó las cejas—. O sea, ya.

Harry miró su reloj. Apenas quedaba una hora para la cena. Era consciente de que en algún momento, Malfoy había agitado la varita para encender la luz y poder ver bien, pero no imaginaba que fuese tan tarde.

—Ahora vamos, Granger —contestó Malfoy por él. Hermione asintió y salió, cerrando con cuidado.

—Gracias por esto, Malf… Draco. —Después del apretón de manos, Harry se había determinado a intentar llamarlo por su nombre cada vez que se acordase independientemente de lo que él hiciese—. Soy un desastre con este tipo de hechizos.

—Es solo una variante del evanesco, pero aún no hemos abordado esas diferencias en clase, creo. Yo los conozco porque… —Harry notó que dudaba un segundo antes de continuar—: porque mi padre me los enseñó. Ha funcionado bien, ¿no?

—Claro, el pergamino parece nuevo. —Harry lo enrolló con un toque de varita.

—Me refería a lo de estudiar juntos, Potter —dijo Draco poniendo los ojos en blanco—. Se te da bien enseñar.

—¿Sí? —balbuceó Harry, confundido por el hecho de que Malfoy creyese que él enseñaba bien. Más aun, que Malfoy pareciese estar felicitándole por ello le desconcertaba y abría una puerta a un mundo que nunca habría imaginado unos días atrás—. Podemos estudiar juntos mañana también, si te parece bien.

—No puedo rechazar una ayuda tan buena en Transformaciones. ¿Vamos? —preguntó Malfoy con una sonrisa cortés.

—Claro.

Ambos recogieron rápidamente y fueron juntos a la sala común. Cuando entraron, el resto de sus compañeros habían colocado los sillones y los sofás en un semicírculo alrededor de la chimenea, más cómodos que los cojines de la noche anterior. Todos tenían uno de los botellines de cerveza de mantequilla que habían sobrado el día anterior. Sólo quedaba un sofá de dos plazas libre. Malfoy se sentó en él mientras Harry se dirigía a la estantería y cogía dos cervezas. Ofreciendo uno a Malfoy, se dejó caer a su lado.