Lo primero que Harry vio al abrir los ojos, fue a Ginny Weasley observándolo con una mueca de dolor en su rostro.

No era su cuarto. Ni su casa. Siquiera La Madriguera, no. Era el apartamento que él y Ginevra habían conseguido luego de la guerra, desesperados por un nuevo comienzo. Sus paredes eran de color crema, iluminadas por un gran ventanal que daba a la ciudad y el sol se colaba entre las cortinas, llenos de sillones de buen gusto y cuadros de ambos, sus amigos y familia con el pasar de los años.

Lucía mas joven, también. Diez años más joven. Y Harry se dio cuenta de que había vuelto y estaba reviviendo su último día juntos.

Honestamente, no tenía idea cómo habían durado casi dos años en una relación. No tenían temas de conversación en común, además del Quidditch del que Ginny le hablaba cada vez que volvía de su trabajo siendo entrenadora de las Arpías. Nada más. Apenas la veía, y mirando hacia atrás ni siquiera le preocupaba aquello. Tener a Ginny se sentía seguro, se sentía como lo correcto de hacer y lo que se esperaba de él, porque la conocía de toda la vida. Y podría haber seguido así.

Bueno, hasta que le empezó a gustar un hombre.

Un chico dos años más joven que él recién ingresado al cuerpo de Aurores que no paraba de coquetearle, y al que deseaba más de lo que alguna vez deseó a cualquier mujer en su vida. No fue algo muy importante, ni siquiera los llevó a una relación luego de que había pasado lo que tenía que pasar, después de su término con Ginny. Simplemente le sirvió para hacerse consciente de que toda la vida, quizás, le había atraído su mismo sexo.

Es que volvió a primer año, Oliver Wood. Luego a cuarto, donde conoció a Bill y no pudo evitar jadear de sorpresa al verlo. O la invitación a los baños de los prefectos de Cedric, a quien cada vez que veía no paraba de pensar en lo guapo que era. Había tenido un crush en un montón de chicos y ni siquiera se había dado cuenta.

En algún punto, ese análisis lo llevó a Draco también. A como durante las vacaciones pensaba en él de la nada, porque según su mente de niño era porque extrañaba Hogwarts. O cómo sabía cuál era su Búho, o la correspondencia. Cómo cada vez que sucedía algo volteaba a mirarlo a su mesa solo para poder quejarse de la reacción que tuviese o reírse de él. Pensó en quinto año, en lo mucho que trató de buscar algún defecto físico en su persona y no parecía encontrar nada además del gesto de asco que siempre traía. Rememoró sexto, cómo la mayor parte del día sus únicos pensamientos eran dirigidos a Draco cuando se suponía estaba enamorándose de Ginny. Cómo se dedicaba a seguirlo y varias veces el pensamiento intrusivo de imaginárselo tendido en una cama, sudoroso, cruzaba su mente. Lo mucho que se sorprendió al ver que sus magias eran compatibles.

De alguna forma, se las arregló para convencerse que eso no era nada más que una ligera obsesión infantil por lo mal que le caía y la rivalidad que compartían. Que no tenía nada que ver con su sexualidad.

Entonces, luego de llegar a la conclusión de que tal vez los chicos le iban más que las chicas, se lo confesó a Ginny, dando por terminada su relación. Ella le había dedicado una mirada profundamente herida, que no lo abandonó jamás.

Porque la amaba. No estaba enamorado de ella, pero la amaba. Y nunca quiso hacerle daño.

Quizás, era una metáfora de su mente, haciéndole empatizar aún más con el sufrimiento de su ex novia, porque Harry después de perder la consciencia, dspertó dos días después con un dolor terrible en cada rincón de su cuerpo y su garganta quemando.

Apenas se dio cuenta de donde estaba, cuando los recuerdos de lo que había sucedido antes de desmayarse llegaron a su mente como cuchillos afilados, mientras Draco lo observaba desde su usual lugar, impasible, y Harry solo quería gritar. Llorar. No despertar nunca más.

Quedó tan agotado, que se sumergió en la inconsciencia, intentando conjurar un Wingardium Leviosa. Un jodido Wingardium Leviosa.

Y la puta pluma ni siquiera se había alzado a una altura lo suficientemente decente para haberlo debilitado así, para que al menos hubiese valido la pena.

—No me dijiste —fue lo primero que pronunció Draco al notar que estaba despierto. Su cuerpo se estremeció con desagrado.

El moreno no respondió, y cerró sus ojos con fuerza. Lárgate.

—Te dije que me avisaras, y no hablaste, Harry. No dijiste una jodida palabra.

No quería mirar a Draco. Mordió su lengua con tanta fuerza que llegó a probar el sabor metálico de su sangre dentro de su boca, ignorándolo.

—No puedo ayudarte si no te comunicas conmigo...

Bufó, fuerte y claro ante esto, volviendo a abrir sus párpados. El rubio lo observaba con sus manos tomando su bastón que estaba inclinado entre sus piernas, una ceja arriba y la mandíbula tan tensa que ahuecaba aún más sus mejillas.

—Quiero mi puta vida de vuelta. No levitar plumas. No desmayarme —espetó con veneno, tragándose el nudo de su garganta—. Quería hacerlo tan desesperadamente, que sí, Malfoy, sí, no te avisé porque era una estupidez. Porque es un hechizo estúpido y ¡no fui capaz de hacerlo! —su garganta ardió— ¡Mierda! —apretó los dientes.

Draco recorrió su rostro cautelosamente, y dejó salir un suspiro, desviando la mirada mientras la puerta se entre abría un poco, casi como invitándolo a irse.

—Harry...llevamos cerca de un mes trabajando, y eres capaz de levantar tus dos brazos con ayuda. Pudiste levitar una pluma en menos de diez intentos, y sí, te desmayaste, pero fue un logro que no suelo ver mucho. Es genial —sus ojos brillaban con intensidad—. Es un milagro.

Sentía las lágrimas arremolinarse en sus orbes levemente, mientras negaba con la cabeza y se mordía el interior de la mejilla. No era un milagro. Era una pesadilla.

—Quiero mi vida de vuelta —repitió con voz rota.

El hombre apoyó el bastón sobre su colchón y aunque Harry no podía verle, sabía que estaba entrelazando las manos sobre su regazo, como siempre hacía, y dejando que sus pantalones a la medida se ajustaran a sus piernas al mirarlo.

—Hace dos años atrás, tuve un caso de un chico. Quince años. Fue atacado porque era pariente de un Mortífago —empezó a relatar él, con voz fría y de sonido calculador—. No se encontró al culpable, porque por supuesto que a nadie le interesaba encontrar el atacante de un posible supremacista racial, incluso diez años luego de la guerra —no había una manera educada de decir que no le interesaba su puta historia, no en la más mínimo, y es que estaba a un pelo de hacerlo—. Recibió una maldición combinada con otra, que en términos simples, terminó por arrebatarle las piernas y dejándolo incapaz de volver a moverse de la cintura hacia abajo. Tampoco usar magia sin sentir dolor —su mirada subía de profundidad—. Quince años, Harry. Quince. También estaba herido, pero se conformó con lo que tenía, e intentó mejorar su calidad de vida. Él, que quedó sin piernas y casi completamente discapacitado, decidió alegrarse cada que hacía un hechizo y dolía menos —trató de tomar su mano, o al menos acercarse hasta la suya, pero él la apartó, volviendo a apretar los párpados con fuerza. Sintió como Draco tragaba— Tú estás completo, Harry. Todo lo que tienes está en tu mente. Va a costar, va a demorar, pero realmente eres un milag--

No pudo continuar, porque fue brutalmente interrumpido por el desgarrador sollozo que salió de los labios del pelinegro. Su pecho subía y bajaba con cortos movimiento, mientras sus manos formaban puños y su garganta quemaba aún más. Su cara estaba arrugada en una mueca del más puro dolor, desolación, y su labio temblaba, las lágrimas cayendo con libertad por sus mejillas.

Mierda, había roto una de sus barreras en cuanto al jodido Malfoy.

—¿Harry? —preguntó con temor— Harry, ¿qué pasa?

Sintió como Draco se levantaba, acercándose a él definitivamente, y juntando sus manos por fin. Era la primera vez que lo hacía, pero no podía disfrutarlo. Porque no entendía. Nadie lo entendía. Quería gritar, desaparecer.

No le interesaba una mierda ese niño. Ni que ahora sea feliz o que haya podido superar su mala suerte. No le importaba. No quería saberlo. No quería oír que él estaba genial.

¡Porque no lo estaba! Por la mierda, no lo estaba...

—¿Qué pasó? —preguntó Draco con voz suave, arrodillándose a un lado de su cabecera, sintiendo su voz cerca de su oído. Volvió a sollozar— Harry yo-- Harry, lo siento.

El aludido abrió sus ojos. No tenía puesto sus lentes, pero aún si así fuese, no hubiera podido ver con claridad al rubio a su lado, mirándolo con la preocupación impresa en sus facciones. Draco estiró la mano disponible, de manera inconsciente, dispuesto a secar sus lágrimas, pero a medio camino se arrepintió. La bajó lento hasta su bolsillo, sacando un pañuelo de tela, y con cuidado lo posó sobre sus orbes y mejillas, donde el agua no paraba de brotar.

—No lo entiendes... —susurró con dificultad.

Draco no mudó su expresión, apretó aún más la mano contra la suya, como si quisiera inyectarle fuerzas. Formó con sus labios una sola línea y arrugó el pañuelo entre sus dedos.

—¿Por qué...? —tuvo que volver a tragar— ¿Por qué la gente no me deja procesar mi dolor?

El hombre lució como si hubiese sido abofeteado durante unos segundos, doblando levemente el cuello hacia un lado y entreabriendo su boca. Harry continuó.

—No quiero saber que soy afortunado, joder. No quiero saber que hay personas peores que yo. No me hace sentir bien, al contrario —la cara de Draco se curvó con culpa. El ojiverde no se sentía con el ánimo de hacerlo sentir mejor—. Solo quiero gritar. Llorar, si es necesario. Quejarme de la mierda que me pasó, porque es una mierda, Draco. Quiero sentirme miserable al respecto, y estar enojado con el mundo, la vida, o lo que sea que me puso aquí. No me interesa saber que hay niños muriendo en algún lugar del mundo, lo sé. Lo tengo claro. Y no me ayuda a sanar mi rabia —enfocó sus orbes en los ajenos, que habían vuelto a cerrarse—. Por favor, por favor, déjame hacer eso.

—Lo siento —repitió Draco, angustiado, con un hilo de voz.

—Por muchos años reprimí todo lo que sentía, por otra gente. Porque si yo me derrumbaba, el resto del mundo lo haría —su voz estaba volviendo a salir estrangulada, a pesar de que ya no lloraba—. Necesito por una vez, poder sentirme enojado y odiar al mundo.

—Lo siento.

No lo culpaba, pero no tenía ánimos de hacerlo sentir mejor, o de sacarlo de su miseria. El pelinegro suspiró, abriendo los ojos y bajándolos hasta sus palmas juntas, que le hacían cosquillear sus entrañas. Draco no había soltado la mano, y Harry, al ser capaz de ello, le dio un pequeño apretón con sus dedos, haciéndolo sobresaltarse un poco. El calor ajeno fluía entre su piel, siendo consciente, al fin, de que Draco estaba tomando su mano.

De alguna manera, le daba una especie de...confort. Tenerlo ahí. Asintió.

—Está bien —murmuró, antes de mirarlo a los ojos.

Draco tenía la más leves de las sonrisas, pero era una cansada. Se veía arrepentido, Harry podía sentirlo, verlo en su mirada. Como si hubiese traspasado un límite, una barrera imaginaria entre ambos. Y no, creía que no se refería a las manos tomadas. Era muy probable que esa no fuera ni la primera ni la última vez que entrelazaba los dedos con alguno de sus pacientes para depositar lentas caricias con su dedo pulgar sobre el dorso. No.

Porque a él le había pasado igual, más de una vez en sus misiones, al involucrarse personalmente con la mayoría de sus casos.

Draco, por un momento, olvidó que estaba hablando con un paciente. Olvidó el protocolo, la psicología y todas esas mierdas profesionales. No le contó esa historia, ni le regañó, de Sanador a enfermo. Le habló de Draco a Harry.

No sabía si eso era bueno o malo. Solo que hacía que los vellos de su nuca se erizaran y su estómago se revolviera con emoción.

—¿Vamos a intentar de nuevo hoy? —preguntó, en un intento de cortar el hilo de sus pensamientos.

Draco parpadeó hacia él un par de veces, levantándose de nuevo, pero sin soltar su mano, y girándose hacia atrás hasta alcanzar su silla y poder sentarse mucho más cerca de él. Haciendo que Harry se olvidara por qué estaba molesto o triste en primer lugar.

—No —negó suavemente—. Seguiremos con tu terapia física y te empujaré hasta el límite. Hasta que me odies.

Entonces, le dedicó algo que no acostumbraba a ver casi nunca. Una sonrisa abierta. La acción lo rejuvenecía y Harry notaba cómo su pálida piel se sonrosaba un poco en sus mejillas, arrugando un poco la nariz y ladeando levemente la cabeza, para dar paso a una sutil mordida de labios. Apenas notó que él mismo estaba correspondiendo a su sonrisa casi instantáneamente.

Nunca te he odiado. No podría odiarte ni aunque me obligaran a hacerlo. Quería ser capaz de decirle.

Pero no contestó nada, mientras Draco soltaba por fin su mano, y lo destapaba para dar paso a la sesión.

Una semana después, recibió una visita inesperada.

La sesión con Draco había finalizado hacía veinte minutos, donde logró levantar hasta su antebrazo por treinta segundos sin un apoyo. Y supuestamente mientras él se recuperaba, el rubio estaba escaleras abajo preparando la cena, cuando un ruido ensordecedor azotó la puerta de su pieza contra la pared y seis cabezas pelirrojas y una castaña entraban a la habitación.

Todos tenían sonrisas de oreja a oreja puestas en el rostro, un globo que decía "Recupérate" para cambiar a la frase "Te amamos" y una tarta hecha por Molly. Sentía la emoción emanar por los poros de todos. Podría haber sonreído él también, si no fuese porque la humillación y el abrumador sentimiento de no pertenencia eran mucho más grandes en ese preciso momento.

—¡Sorpresa! —gritaron todos a la misma vez.

Sus tripas se agitaron con disgusto, mientras la bilis subía por su garganta. No los había visto desde antes del accidente, y esperaba que así fuera, al menos hasta que volviese a ser normal. La persona que fue. No quería eso. Que le tuviesen la lástima que veía en sus ojos.

—Oh, querido —Molly se acercó hasta él, poniendo sus manos en su cara y dejando un sonoro beso en su frente que no pudo evitar.

—Hombre, te he visto mejor —intentó bromear George, cerrando la puerta.

Arthur miraba la escena con la frente arrugada, un traje muggle totalmente estrafalario. Percy, tan estoico como siempre, tenía las manos tras su espalda, observándolo de manera analítica. George ni siquiera se había cambiado el traje de Sortilegios Weasley, y al parecer traía unas bolsas llenas de regalos. Ginny estaba apoyada en una de las paredes, con una ceja alzada, claramente divertida por la situación, Harry no quería pensar que de él. Lucía bronceada, como si hubiera regresado de un viaje. Ron tomaba a Hermione por la cintura, ambos con expresiones cálidas en sus rostros.

Irónico como una imagen que en otro momento hubiese causado una felicidad desbordante, en el presente solo hacía hundirlo aún más en su miseria.

—¿Qué están haciendo aquí? —preguntó bruscamente, al Molly sentarse en su cama, dejar el pastel en su mesita de noche y palmear su pierna. Apenas lo sintió.

—Pues es obvio, ¿no? —preguntó la pelirroja, acercándose hasta él, quién le dedicó una mirada furibunda— ¿Cómo has estado?

Harry entornó los ojos hacia ella tras sus lentes, con una mueca de incredulidad, pero Ginny no parecía intimidada en lo absoluto. De reojo, notó como el matrimonio Granger-Weasley intercambiaban miradas nerviosas.

—De jodida maravilla, Gin —replicó, cargando su voz de sarcasmo—. ¿Cómo podría estar mejor siendo un maldito inválido?

—¡Lenguaje, jovencito! —dijo Molly con tono de reprimenda, aunque se estiró hasta la mesita, volviendo a tomar su tarta. Harry se obligó a morderse la lengua— Ten, cariño. Tu favorita.

Posó el recipiente sobre las cubiertas, con una sonrisa de expectación en el rostro, como esperando que la tomara. El moreno desvió su vista hasta Ron y Hermione, que lucían cada vez más nerviosos con el paso de los minutos, en los que Harry no tomaba la puta tarta.

La castaña comenzó a caminar hasta él, pero Arthur se le adelantó, hablando al mismo tiempo que Percy.

—Madre, creo que-- —empezó él.

—Molly —habló el hombre llegando hasta su esposa, posando una mano sobre uno de sus hombros, haciendo que la mujer se diese vuelta con una mueca confundida—. Creo que Harry no puede...

Dejó la oración en el aire, al mismo tiempo que el aludido cerraba los ojos, contando hasta diez. Era un hábito que tenía últimamente. Oyó como la señora Weasley hacía un ruidito de comprensión, girándose nuevamente hacia él. Se forzó a tragar el disgusto creciendo en su garganta.

Esto era mil veces peor de lo que esperaba.

—Oh, cariño, ven, deja--

—No.

Detuvo a la mujer a mitad de camino, que estaba alzando una mano con un trozo de la tarta para llevarla hasta su boca. Ella no entendió de inmediato, al menos, hasta que vio la cara de desagrado de Harry expandirse aún más en su expresión.

La habitación cayó en un profundo silencio un momento, y el ojiverde se negaba a mirar a nadie. Él no pidió nada de aquello. Absolutamente nada.

—Harry, me estaba preguntando... —Percy fue el siguiente en hablar, siempre con su tono sereno y cauto— Cuando vuelvas a trabajar...

El sonido de lo que quedaba por decir en la oración fue apagándose en sus oídos, apenas pronunció esas palabras. No podía ser posible. No podía ser jodidamente posible.

Era la gota que rebasó el vaso.

—Lárguense.

Aquello hizo callar a Percy de golpe. Que boqueó un momento, antes de sellar sus labios.

—Hey, Potty... —Fred intentó hablarle en un tono conciliador. Él volvió a cerrar sus ojos.

—Fuera —repitió, siseante.

Sentía cómo Molly estaba levantándose de la cama lentamente, sus orbes puestos en su cara. No sé atrevía a mirarla.

—Harry... —Hermione prácticamente rogó.

Él dirigió su vista hasta ella, que tenía las cejas bajas y sus ojos suplicantes. No le podía importar. No quería. No quería joder, ¿por qué nadie lo escuchaba?

—Compañero-- —Ron intentó, sin éxito.

—¡Largo! —terminó por gritar con dificultad, sus orificios de la nariz abriéndose y cerrándose con la rabia fluyendo en su interior.

Todos parecían sorprendidos. Le importaba una mierda. Y la familia Weasley se marchó sin una palabra más.

Él se forzó a no derramar una puta lágrima.

—¿Sabes qué te haría sentir mejor?

Ahí iba otra vez. No pudo contenerse, rodó los ojos en su mayor esplendor. Así había sido durante toda la última semana, y es que aparentemente ni Ron ni Hermione le habían dicho una palabra a Draco. La expresión de culpa de su rostro había sido suficiente para que se diese cuenta, o al menos suponiera, lo que había pasado con los Weasley.

—Pedir disculpas.

Harry bufó, mientras Draco levitaba una cuchara de lo que sea que le estuviese dando, (alguna mierda saludable, por supuesto), hasta su boca. Se cruzó de brazos, varita en alto.

—Lo entiendo. ¿Bien? —dijo finalmente, antes de recibir la comida— Sé que la cagué, lo sé, pero--

—Madre solía decir que si dices un pero, todo lo que has dicho antes se anula automáticamente.

Harry tragó, frunciendo el ceño. Eso era estúpido. ¿Qué tan enojado estaría Draco si le decía que lo encontraba tonto? Quizás se sentiría mejor si alguien le gritaba.

—Pero —recalcó, y el rubio tomó su largo cabello en una mano, para hacerlo todo hacia un lado y Salazar, bendito, qué caliente se veía—, yo no pedí por su ayuda. Yo no quería que vinieran a visitarme hasta que fuese, no--

—¿Normal? —interrumpió Draco peligrosamente, haciéndolo callar— Dime, por favor, que no estabas a punto de decir eso.

Quedó mudo. Por primera vez en días, no sabía que decir, y el Sanador tenía una expresión que hacía que su corazón se hundiese en su pecho. Era una mezcla de molestia, y dolor. Harry se aclaró la garganta.

—Solo quiero volver a ser quién era...

Draco devolvió la cuchara hasta el plato, y se sentó hacia atrás en la silla con una respiración de hastío, guardando su varita en los pantalones.

—Ni siquiera sé que responder. Por donde empezar por lo que acabas de decir —se masajeó la sienes, y luego se tomó el puente de la nariz—. ¿A qué te refieres a "volver a ser quién era"? ¿A caminar? ¿Hacer magia? —preguntó con incredulidad, conectando sus ojos, haciéndole perder el apetito— ¿Alguna vez miraste a alguien que no podía caminar, y pensaste, "pobre imbécil, jamás será normal"? ¿O a los Squibs? ¿Los mirabas en menos? ¿No eran lo suficientemente buenos a tus ojos de héroe...?

—¡No! —replicó Harry con horror, su boca seca.

—...¿Pensabas que Moody era un pobre incompetente porque le faltaba un pie? ¿O te daba lástima mirar niños muggles en sillas de ruedas?

—¡No es eso a lo que me refiero! —volvió a decir él.

—¡Es exactamente a lo que te refieres, Harry! —devolvió Draco, en el mismo tono— ¡Cuando dices que no eres normal, en un tono despectivo, a eso es a lo que te refieres! ¡Cuando piensas de ti alguien incapaz o inferior es exactamente lo que estás diciendo! —su pecho subía y bajaba agitado— Sí, en estos momentos no tienes las mismas capacidades que el resto. Nadie lo niega, pero si no quieres ser tratado diferente, entonces actúa como tal —bajó la voz, hasta que volvió a su volumen normal, dejando a Harry boquiabierto—. Esa gente que te ama, en otras circunstancias jamás hubiese permitido que les hablaras como les hablaste. Y lo sabes, y te aprovechaste de eso.

Harry tragó pesadamente, parpadeando un par de veces y negando con la cabeza. ¿Desde cuándo ese idiota se había convertido en alguien tan jodidamente sabio? No era justo tampoco. Lo hacía sentir aún más culpable.

Draco volvió a tomar su varita y comenzar a levitar la cuchara para retomar su alimentación, habiéndose calmado un poco, sacudiendo unas pelusas de sus muslos que no existían. Harry se sentía incapaz de hablar por unos segundos.

—Lo siento... —pronunció al cabo de un rato, terminando su plato.

Draco lo miró un segundo, sus orbes grises brillantes que solían ser inexpresivos, aunque de pronto, pequeñas emociones se colaban entre ellos. Como en ese momento, aunque Harry no sabía bien qué sentimiento era.

Entrelazó sus manos sobre su regazo, golpeando levemente el pie contra el piso, mordiendo su labio. Era imposible olvidar la atracción que sentía por él así.

—Nuestras acciones y el daño que nos hicimos han sido perdonadas hace muchos años —terminó por decir, asintiendo —. Además, sabes que no es conmigo con el que debes disculparte.

Harry no respondió. Y eso, era una respuesta en sí misma.

La verdad, enojarse y desenojarse con Draco era bastante fácil, descubrió al analizar sus encuentros, y porque al siguiente día de esa conversación donde los ánimos se habían caldeado un poco, la rabia volvió a crecer.

A veces se preguntaba si sería eso lo único que experimentaría el resto de su vida.

Se despertó con un leve dolor de cabeza, y estaba a punto de comunicárselo a Draco, a quien sentía andar de un lado a otro por la habitación, cuando notó que precisamemte, no era Draco.

Era una mujer, de cabellos castaños y ojos verdes, a la que en la vida había visto, que le sonreía dulcemente con su varita en mano.

—¿Qué haces aquí? ¿Quién eres? —había preguntado él, ausente y desorientado, ladeando el cuello para verla mejor.

—Te ayudaré con tu rehabilitación el día de hoy —respondió sin borrar esa estúpida sonrisa.

—¿Disculpa? —ojeó la pieza, sin eatros del rubio— ¿Donde está Draco?

Ella frunció el ceño, tomando asiento a un lado de su cama. Deseaba haber podido hacerse a un lado.

—Tuvo una emergencia. ¿No te lo dijo?

No, pensó amargamente. Negó con la cabeza, desviando la mirada.

—Prefiero esperar a que vuelva —espetó él.

Ella rió un poco, y tuvo que forzarse a evitar tener un escalofrío. Qué irritante.

—Hoy no va a volver, Señor Potter, debería dejar que--

—Entonces esperaré el tiempo necesario —la cortó, observando la ventana—. La red flú está conectada a San Mungo.

—Señor Potter...

—Esperaré a Draco —dijo, dando por finalizada la conversación.

La había oído tragar, pero se levantó de todas maneras, dudosa, y lo dejó solo.

Desde su incidente con los Weasley, solo Hermione había ido a verle, para nada más que bañarlo, pero apenas le hablaba y él tampoco hacía muchos intentos para crear tema de conversación. No después de lo que Draco le había dicho. Se sentía culpable, y al mismo tiempo, sentía que se lo merecían.

Además, el orgullo solía ser más fuerte.

Ese día, suponía que no iría, porque fue a verle durante la noche anterior. Por lo tanto, no tendría una sola cosa más que hacer que dormir.

Ojalá no despertara más.

Por eso, cuando Draco llegó a la mañana siguiente, él ya estaba despierto, con una mirada fulminante.

—¿Se puede saber qué te pasó a ti ahora? —preguntó divertido, con una ceja alzada mientras se apoyaba en el umbral de la puerta a mirarlo— ¿Debería asustarme o algo porque me estás esperando despierto?

Harry encajó la mandíbula, juntando el entrecejo, para luego recorrerlo con la mirada de pies a cabeza.

Usaba un traje gris hecho a la medida, junto con su usual túnica negra. Se cortó el cabello, lo suficiente para que ya no rozara su pera, resaltando sus afilados pómulos, y sus músculos se contraían, luciendo apretados a través de la tela mientras juntaba sus brazos, el bastón en una mano. Tragó saliva pesadamente, y la diversión de Draco pareció solo subir más, notando que lo estaba chequeando.

—¿Algo qué decir acerca de mi vestuario, Potter? —preguntó con el fantasma de una sonrisa.

—¿Por qué dejaste que otra persona me viera así? —decidió cambiar de tema distraídamente— Tú eres mi medimago.

Draco descruzó los brazos, frunciendo el ceño brevemente para caminar hasta él. Sorprendemente, no se sentó, si no que se apoyó en sus antebrazos en el respaldo de la silla en un ángulo que Harry no se atrevía a examinar, o perdería la cabeza.

—Tuve una emergencia--

—Aún así, no me dijiste jamás que si eso sucedía, otra persona vendría.

El rubio pasó los ojos por su cara, detallando sus facciones con una tortuosa lentitud y casi como grabándoselas en la memoria. Se relamió los labios, y Harry sintió las familiares mariposas en la boca de su estómago mientras el nerviosismo corría por sus venas.

—Tienes razón —terminó diciendo, sin desviar su atención—. No lo volveré a hacer. No sin avisarte antes.

El pelinegro botó una larga exhalación, relajando sus hombros que se habían puesto tensos ante la expectación y el análisis del hombre. Asintió.

—Siempre y cuando te disculpes con tu familia.

Ah, por supuesto. Se había olvidado que sin importar qué, Draco seguía siendo un Slytherin. Sagrado el día que diesen algo sin pedir nada a cambio.

—¿Qué? —preguntó, acentuando el ceño fruncido.

—Ya me oíste —se encogió de hombros, volviendo a caminar hasta él—. No eres imbécil, o bueno, eso creo —puso los ojos en blanco un momento, y cuando los volvió a él, Draco estaba mirándolo con la ceja más arriba. Harry no estaba seguro de por qué estaba comenzando a enrojecer—. Bien. En otras noticias... hoy re intentaremos el entrenamiento mágico.

Así era como su ánimo estaba en una constante montaña rusa esos días.

Las semanas pasaban, transformándose en un mes, y Harry aún no se disculpaba con su familia.

Su terapia mágica había avanzado también, aunque la física no tanto como deseaba. Pero al menos, algo era algo.

Ese día, Draco había llegado más parlanchín y radiante que de costumbre. Su cabello estaba definitivamente corto, y a pesar de que fuesen inicios de Diciembre, se había quitado su túnica apenas ingresó al cuarto, la emoción abriéndose paso por su rostro. Y sería mentir que su pecho no se calentaba viéndole así.

—¿Se puede saber qué te tiene tan feliz? —preguntó él con fingida molestia, mientras el rubio levantaba las cojibas hasta atrás.

—¿Te enoja saber que hay gente sonriendo allá afuera? —preguntó él, inclinándose sobre la cama para poner las usuales almohadas para mantenerlo apoyado y sentado en su lugar.

—Así es.

—Bueno, la vida me sonríe. Mantente enojado al respecto —canturreó, finalmente sentándolo—. Conseguí una beca en América del sur para ir a estudiar maldiciones extrañas y ayudar a pequeños niños en necesidad. ¿Qué tan genial es eso?

No debería, pero un pequeño sentimiento agridulce se instaló en su pecho al pensar en otra persona cuidándolo, mientras Draco se posaba frente a él nuevamente. Algo debió haberse traspasado a su rostro, porque el ojigris no demoró en volver a hablar.

—Obviamente, luego de que tu hayas sanado —aclaró con énfasis en ello.

—Podría pasar más de un año... —murmuró, bajando la cabeza hasta sus muslos.

Draco, contra todo pronóstico, tomó su barbilla suavemente entre su dedo índice y pulgar, para que lo mirara, y le sonrió amplia y cálidamente.

Bésame, por favor.

—Entonces me iré en un año o más si hace falta.

No era lo que quería tampoco, pero mejoraba un poco la situación.

Draco comenzó a desvestirlo al igual que siempre, de esa manera metódica y estudiosa de su ser, cuando Harry carraspeó.

—Supongo que tu novia te extrañará entonces... —comentó, tratando de disimular la duda en esa oración

El ojigris lo observó desde abajo, arrodillado, pasando sus pantalones de vestir por sus torneadas piernas y Merlín, no tenía derecho de lucir así desde ese ángulo. Su corazón empezó a latir rápidamente en su pecho, y entonces, Draco soltó una carcajada. Clara, limpia, y divertida.

—¿Novia? —preguntó con sorna— Tendría que ser novio si así fuese, y no, Potter. No tengo a nadie que me extrañe acá. Salvo Madre, pero ella está en Francia.

Se mordió el labio, mientras aquella sensación de excitación recorrió su cuerpo como latigazos, al obtener la confirmación que deseaba. No tenía novio, pero más importante aún, no tenía novia. Y por la forma en la que respondió, jamás la tendría.

—Es una pena... —susurró, mientras Draco rozaba su espalda baja, cerca. Muy cerca de él, teniendo a la altura de sus ojos el pecho ajeno. Tragó en seco.

—¿Pena? ¿Por mí? No he visto ninguna novia tuya por aquí tampoco —contestó el, posando sus largos dedos sobre su cierre y subiéndolo lenta, muy, lentamente. Dios.

—Sí bueno, en mi caso también tendría que ser novio.

Casi pudo oír como Draco se atragantaba con su respiración, y le dieron ganas de reír. ¿Realmente no sabía? Era hilarante.

—¿Tú...?

—La pregunta es, Malfoy —lo interrumpió con una pequeña risita, mientras el rubio se alejaba, sonrojado—. ¿Cómo demonios no sabías? Fue un escándalo gigante en El profeta.

—¿Y por qué debería saberlo? —hizo el ademán de un escalofrío, mientras agarraba su bastón, como si quisiera sujetarse de algo— Hace años que no leo esa basura.

—Hiciste bien —replicó él con diversión—. Yo tampoco lo leía, al menos hasta que este tipo al que me estaba follando vendió "mis más oscuros secretos" a Skeeter y quise saber qué decían —continuó con burla en aquellas palabras.

Ahora, el sonrojo de Draco se extendía a sus orejas y un poco en el cuello. Era divertido, divertido y agradable ver lo que unas simples palabras podían causar.

—¿A quién carajos te consigues para follar, Potter? —dijo finalmente, poniendo una mano en un bolsillo, tanteando su varita y rascándose tras el lóbulo— ¿Qué clase de maniático...?

—Bueno, no tenía cómo saber que el tipo estaba enamorado de mí desde Hogwarts y reaccionaría de esa forma cuando terminé las cosas.

—Sí, pero... ¿Quién no tuvo un crush en ti en Hogwarts? —replicó él, sentándose finalmente y encarándolo, a unos centímetros del otro— Eso no quiere decir que la obsesión debería transformarse en algo--

—¿Disculpa? —lo interrumpió, divertido, y con una sensación cosquilleando borboteando en su interior— ¿Draco Malfoy está admitiendo que tuvo un crush en mí durante nuestra época adolescente?

Sabía que era mentira. Lo dijo como broma, la verdad. Pero la expresión de Draco y cómo ahora sí su completa cara estaba de color carmín, hizo que sus nervios se pusieran a flor de piel de un minuto a otro. El rubio aún no le miraba a los ojos.

—No dije eso —respondió estranguladamente.

Bien, sonó tan avergonzado que le hizo sentir mejor. No hacía daño continuar con el juego. Amplió su sonrisa.

—Eso sono como un sí para mí —molestó Harry.

Draco emitió un sonido de frustración desde el fondo de su garganta, mirándolo al fin. Lucía furioso, apretando sus labios.

Y lucía precioso también.

—No, Potter.

—Seguiré pensando que es un sí. ¿Dime, te excitaba cada vez que nos peleábamos en los pasillos...? —preguntó con burla.

Sí, esto definitivamente le estaba levantando el ánimo.

—¡Bien, está bien! —admitió Draco, levantando las manos. Como pidiendo un alto al fuego. Se calló, pero no borró la sonrisa divertida— Sí, tenía un pequeño crush en ti, Harry. Pero eso no quiere decir que me gustabas, o me excitaban cosas tan extrañas o perversas--

—Espera —lo detuvo. Ahora sí sorprendido, el pulso latiendo con fuerza en sus oídos. No se esperaba eso—. No--no tiene sentido.

—Nunca dije que lo tuviera —respondió llanamente Draco, con su sonrojo empezando a bajar.

—O sea que... me odiaste, molestaste e hiciste mi vida un infierno viviente cada vez que podías, ¿Porque te gustaba...?

—¡No me gustabas! —dijo el hombre, y luego se tapó los oídos. Podría haberse derretido ahí mismo. Si no fuese porque estaba demasiado sorprendido para ello— Solo tenía un pequeñísimo, pequeñísimo, crush...

—¡Pero me odiabas! —exclamó él de vuelta.

Draco suspiró, pasando una mano por su cabello y desordenándolo. Inconscientemente, deseó ser él quien lo hiciese.

—Merlín, jamás en la vida imaginé hablar de esto contigo —murmuró más para él mismo que para Harry— Sí, Potter, te odié. Te odié porque me humillaste cuando nos conocimos y te hice la vida imposible porque era un idiota y le hacía la vida imposible a todos —eso le hizo sonreír brevemente—. Y también porque todos parecían desmayarse ante tu presencia y solo ver cosas buenas en ti, y quería demostrar desesperadamente que no valías suficientemente la pena para aquello. Que eras un fraude.

Tomó una larga respiración, bajando sus siempre rectos hombros, que estaban hace un minuto completamente tensos bajo la camisa. Bueno, al menos no había estado equivocado. Draco sí lo odiaba. Así como él creía haberlo odiado también.

—Entonces te odié aún más cuando me di cuenta de que me gustabas.

—Dijiste que no te gustaba —le recordó, retomando la nota cómica de hace unos segundos.

—Sí, bueno, jódete —replicó Draco en tono aburrido, pero que de igual forma le hizo reír—. De todas formas, nada se compara a lo mucho que me odié a mi mismo por eso. No tenía sentido, créeme Harry, lo sé, pero allí estaba. No era normal dedicarle tanto tiempo ni pensamientos a alguien solo por odio y rivalidad infantil. No, si hubiese sido así también hubiera pensado a cada momento del día en Weasley, o Longbottom. Pero no. Y a ti no te podía sacar de mi puta cabeza.

—Recuerdo que en segundo año, tu padre dijo algo sobre que habías hablado de mí todo el verano —confesó inconscientemente.

—¿Cómo sabes eso? —preguntó, desviándose del tema, pero con genuina curiosidad, arrugando la frente en confusión.

—El armario evanescente. Me escondí dentro antes de que llegaran en Borgin y Burkes —respondió Harry, subiendo levemente sus hombros, lo más que podía, para señalarle que no tenía importancia—. Continúa.

Draco rodó los ojos.

—Ese maldito armario... —comentó en un susurro—. Bien —sacudió su cabdza—. Así que sí, Harry. Intenté desesperadamente hacerte la vida imposible para demostrarme a mí mismo que eras un incompetente e indigno de amor y atención. Y no lo logré jamás.

Harry, que no sabía que estaba sonriendo, ladeó su sonrisa, elevando las cejas. Draco simplemente volvió a rodar los ojos.

—¿Cuánto te duró?

—¿En serio, Harry? —preguntó entrecerrando los párpados en su dirección— No tengo idea, era un chico. Tuvo que haber sido finales de quinto. O sexto. Cuando cosas más grandes tomaron mi mente.

—Por eso no me delataste en la mansión —respondió el moreno, subiendo y bajando las cejas sugestivamente.

—Idiota —replicó, acercando la silla hasta que sus rodillas se tocaron— Pero sí. Eso, y que tenía miedo. Y que no quería que murieras.

—Halagador. ¿Me estás coqueteando, Malfoy?

Draco sonrió desde su posición, ladina y engreídamente, volviendo a cruzar sus brazos y posando su lengua en el interior de su mejilla.

¿Estaba haciendo calor o solo era él?

—Apuesto a que te gustaría eso, ¿no, Potter?

Bien. Era un Gryffindor.

—¿Y si te dijera que eso es exactamente lo que espero? —la pequeña sonrisa comenzó a borrarse y no. Nop. Se arrepintió al instante. No quería que las cosas se volvieran incómodas, por mucho que le deseara— Al fin y al cabo, terminaste recién de confesarme tu amor eterno.

Las comisuras de su boca volvieron a torcerse hacia arriba, mientras negaba con la cabeza y Harry suspiraba de alivio. Casi la había fregado. De nuevo.

—Eres un idiota, y solo por eso, hoy haré que me odies en serio.

Pasó toda la mañana forzándolo a levantar sus brazos sin ayuda. Solo lo logró por veinte segundos cada uno.

El momento de las disculpas había llegado, unos días después de otro de sus pequeños logros.

La confesión de Draco no había hecho más que cultivar la insana atracción que sentía por el hombre, y ya habiendo pasado una semana de aquello, Harry buscaba a cada minuto y segundo un pequeño roce de su parte, esperando que el rubio jamás lo notara.

Acababan de terminar de hacer que Harry tratara de conjurar nuevamente el Wingardium Leviosa, lo que hizo impecablemente, incluso moviendo él mismo la varita, así que aún quedaba tiempo para un poco de terapia física.

Draco, como siempre, decidió concentrarse en los brazos.

Tomó tres intentos, pero al cabo de unos minutos, con dificultad y esfuerzo, Harry fue capaz de levantar su brazo derecho hasta el hombro por un minuto y medio seguido, sin ningún tipo de ayuda. Lo que no solo le hizo sentir feliz, algo que no sentía hace un tiempo, si no que le hizo darse cuenta, de que quería compartir ese logro con su familia. Necesitaba disculparse. Necesitaba tenerlos con él.

Aunque...como no había nadie en esos momentos, y debido a la emoción, no había pensado mucho antes de bajar el brazo con dificultad sobre los hombros de Draco, quien estaba sentado a su lado en la cama, y reclinarse contra su pecho.

Por la emoción del momento, nada más.

—Lo lograste —murmuró el ojigris distraídamente a un lado de su oreja. Harry no podía verle.

Sintió pequeñas descargas eléctricas recorrerrle el cuerpo ante la ronca voz de Draco, y deseaba poder tener la movilidad. O el valor. El valor suficiente para voltear un poco el rostro y besarlo.

Por favor.

—Lo hice... —susurró en respuesta.

El rubio se movió contra su espalda, como alejándose, y Harry creyó que separaría el intento de abrazo que se había creado. Pero Draco solo se giró completamente hacia él, inclinándose hacia adelante y abrazándole de lleno.

Sintió como la barbilla ajena se apoyaba en su hombro, y como sus fuertes brazos envolvían su cintura, traspasando el calor contra su cuerpo, removiendo su vientre bajo. Draco lo aferró fuertemente hacia sí, y su brazo derecho seguía reposando sobre sus hombros. Trató de cerrarlo en su cuello, para acercarlo más. Por favor, solo más cerca. Y lo logró.

Era un abrazo en toda su regla. Harry sintió como el rubio paseaba su mano por su espalda, acariciando de arriba a bajo su espina dorsal, haciéndolo soltar un pequeño suspiro que fue a parar directamente al oído del ojigris, quien tensó todo el cuerpo.

Estaba seguro de que el otro hombre escuchaba el latir de su corazón, pero no le importaba. No, porque Draco estaba sosteniéndolo, y esto era con lo que había soñado desde hace un mes, y que durara el tiempo que tenía que durar y ah-

Sintió algo presionando contra su cadera.

Era una presión pequeña, casi imperceptible, aunque seguramente se debía a la poca sensación que percibía en general, pero allí estaba.

Entonces Draco comenzó a separarse lentamente de él, tragando visiblemente.

—Yo-- —carraspeó con incomodidad, y se levantó, rascando un costado de su cabeza— iré a llamar a Molly...

Harry asintió, abrumado por las sensaciones de algo tan simple (y supuestamente inocente), como un abrazo. Para recibir un asentimiento de parte del otro hombre, que estaba rojo, se mordía el labio, y le echaba una mirada por todo el cuerpo. Entonces, su cara cambió a algo indescifrable, posando sus orbes cerca del ombligo de Harry...

Y entonces lo sintió también.

Cerró los ojos, avergonzado.

Dios. Esto no sucedía desde hacía un tiempo ya, y por supuesto que le sucedería en uno de los tiempos más miserables de su vida.