Alba, Piamonte.

Jugueteando con sus tostadas, el joven japonés titubeó. Su día había sido demasiado largo, así mismo le había mencionado ella. Entonces... ¿debería hacer la llamada de todos los días?

Dejó sus tostadas en la bandeja y continuó bebiendo su té, intentando contenerse de tomar su celular y escuchar esa voz fastidiada y rezongona pero que se tornaba dulce al instante, aquella que se le había vuelto costumbre oír en cada mañana. No la llamaría, al menos no hasta que unas buenas pares de horas pasaran. Shingo era distraído, despistado e incluso muy lento en ocasiones, pero nunca tonto. Sabía perfectamente que, luego de su larga jornada laboral y el estrés de una mala noticia, la chica necesitaba más que nunca sus horas de sueño.

-No se va a molestar porque le deje un mensaje.- Sonrió con mofa, procediendo a textear por medio de WhatsApp.

08:59 - "Hoy te permitiré dormir, no te molestaré. ¡Solo voy a desearte una buena jornada laboral y un excelente día! :)"

Presionó en enviar, manteniendo su mirada clavada en la imagen que ella tenía como foto de perfil. Sin saber porqué, sintió un ligero desazón. Había momentos en los que una buena charla y unas cuantas risas por llamada o videollamada lograban que su distancia se viera diminuta, pero en ocasiones no se sentía así, tal como ahora. No quería tener que depender de asuntos ajenos para poder charlar con ella, pero no le quedaba otra opción.

Suspiró, resignado. Bien dicen que toda espera tiene su recompensa, ¿no?


Como siempre, el camino a su destino era el mismo: calle Ospedale, directo hasta chocar con el campo de entrenamiento del Albese FC. Rápido y efectivo, como él mismo.

-¡Hey!- Exclamó Shingo al visualizar a una persona que acababa de doblar en la esquina de la calle Urbano Rattazzi, casi a veinte metros de él, tomando su mismo sentido. Al notar que volteó, levantó su mano en saludo.

Aquella persona no era otra que Amelia Bruno, quien al notar al japonés llamándole se detuvo y esperó a que la alcanzara.

-Buenos días.- Saludó ella, caminando al fin a la par suya. Shingo la miró extrañado.

-¿Segura que lo son?- Dijo Aoi, al notar un horrible seño fruncido en el rostro de la italiana, quien no se veía tan alegre como siempre.

-Ayer me dieron la nota de mi exámen.

-¿No te fué bien?- Preguntó con sorpresa. -Es raro, con todo lo que te has preparado. Supongo que los nervios te jugaron en contra, Ame.

-¡Es tan injusto! ¡Estuve preparándome por semanas y un tonto que ni siquiera se presentó en todas las prácticas acabó con una mayor calificación que la mía!- Soltó la italiana, indignada. -¡Solo me equivoqué en dos pequeñas cosas! ¿No pudieron dejármela pasar? ¡Soy la mejor alumna de las prácticas! ¿No es eso lo que cuenta, al fin y al cabo?

-Hey... ¿todo bien? ¿Necesitas un respiro? ¿Un té de tilo? ¿Un payaso inflable para golpear, quizás?- Sonrió nervioso ante la intensidad de su amiga. -Tranquila, tú enfócate en tu propio trabajo y verás que te irá genial. Es mejor convencerte a ti misma que intentar convencer a tus profesores, que se ve que tienen una gran benda en los ojos si no perciben el esfuerzo que haces y el talento que te cargas.

-Qué fastidio.- Amelia lo ignoró. -Pero... ¡heme aquí! Con la cola entre las patas, regresando a los viñedos.

-Ya, Ame, no vayas con esos pensamientos.- Aoi la tomó del hombro y la detuvo, tornándose serio. Al sentir la verde mirada de la chica en la suya, sonrió. -Eres la mejor de la clase, no continuarás siéndolo si pierdes los estribos.

-Lo sé, pero...

-Te diré algo, ¿a qué hora sales hoy?

-A las tres.

-Yo salgo a las dos del entrenamiento. Iré a mi departamento, me daré una ducha rápida, me cambiaré, te iré a buscar a los viñedos e iremos a almorzar. Yo invito. ¿Qué tal?

Amelia hizo una mueca dubitativa, por lo que el futbolista la imitó, con burla.

-Anda, te hará bien. Estás demasiado estresada.- Sonrió. -¡Las prácticas te están consumiendo!

-Está bien, acepto.

Aoi volvió a sonreír, continuando con su camino, seguido de la chica.

-Es lo mejor. Yo también quiero darme un respiro. Últimamente no he salido de casa más que para ir a hacer las compras y entrenar.

-Me vendría bien un buen almuerzo al terminar. Estar tanto tiempo en los viñedos me da un hambre que no te imaginas.

-Y no te imaginas mi hambre después del entrenamiento.- Se rió.

-Te creo, comes demasiado para ser tan pequeño.- Se mofó la castaña, de cabello hasta la cintura.

-¡Oye! ¡No soy pequeño en ningún sentido!- Aoi hizo un mohín. -¡Tengo veinte años y mido 1,69!

Amelia rió, para después negar con la cabeza, divertida.

-¿Qué crees que vayamos a hacer después de cumplir con nuestros objetivos aquí?- Le preguntó la italiana, luego de unos momentos, con un cierto aire de melancolía.

-Yo ya te lo dije la otra vez: cuando mi tiempo en Albese llegue a su fin y sientan en Inter que he crecido futbolísticamente lo suficiente, regresaré a Milán.

-¿Cuándo crees que vaya a ocurrir eso?- La chica clavó su clara mirada en él. -¿Cuándo crees que acabará tu tiempo en Alba?

-Seguro cuando sienta que le he dado lo suficiente al equipo y a la ciudad.- Respondió, mirando al frente y sonriendo con convicción. -No me iré hasta no llevar al equipo a la Serie A. Si voy a dejar algún día el equipo, quiero dejarlo lo más bien parado posible.- Dijo. Luego la miró. -¿Y tú? Ya vas por la mitad de tu carrera. A finales del año que viene ya serás oficialmente una enóloga y una muy buena. Tendrás opciones de sobra para trabajar.

-No lo sé.- Suspiró. -No sé si quedarme en casa o si irme a Brescia. Sé que uno no está tan lejano del otro, pero ir a trabajar a Franciacorta significa alejarme de mis padres y estar completamente sola. En otras palabras, comenzar de cero, solo que con el título de enóloga.

-Creo que eres un poco melodramática.- Sonrió Shingo. -¿"Sola" dices? ¡Pero si yo estaré jugando en Inter en un futuro! No estarás sola, me tendrás prácticamente a la vuelta de la esquina.

Amelia lo miró, sorprendida por sus palabras.

-Aunque...- Continuó el futbolista. -Esa es una elección que tú misma debes tomar, yo solo establecí el punto de que yo estaré contigo si llegaras a decidirte por Lombardía.

Los ojos de la joven italiana no tardaron en abrirse debido a la sorpresa, procesando una y otra vez las últimas palabras del futbolista en su mente.

("...yo estaré contigo si llegaras a decidirte por Lombardía.")

-Ajá.

-En fin...- Aoi, al percatarse de estar casi llegando al campo de entrenamiento, se detuvo, la tomó de los hombros y le sonrió. -Confío en ti. Tú eres lista y sabrás que hacer.

-Lo sé.- Amelia dejó atrás su sorpresa y sonrió con suficiencia. -Procura cuidarte de la molestia que estuviste sintiendo. ¡No querrás acabar con la pierna al hombro solo por terco!

Shingo rió. ¿Acaso todas las mujeres que lo rodeaban tenían una clase de pacto para regañarlo por eso?

-No te preocupes, lo haré.- Asintió. -Nos vemos en un rato.

-Nos vemos.- Le sonrió ella, continuando por el camino que rodeaba el campo. Shingo la miró marcharse por unos momentos, recordando algo al instante.

-¡Ame!

Ella, ya a unos buenos metros de él, volteó.

-¡Ten un buen día!- Le dijo, sonriendo. Amelia soltó una risita.

-¡Tu igual! ¡Aunque sé que lo harás!

Aoi rió. ¡La chica sí que lo conocía! Pues como Amelia había predicho: todo día para el Príncipe del Sol, aunque sea uno gris, nublado y lluvioso, era un buen día.

Al adentrarse en los vestuarios, saludando a algún que otro compañero en el camino, Shingo recordó la vez que había conocido a esa chica. Amelia Bruno, italiana, un año mayor que él, ojos verdes y cabello castaño completamente lacio. Amelia era una chica totalmente linda, él lo sabía y no le molestaba asumirlo. Después de todo, ¿quién no tiene alguna amiga linda? Sin embargo, el hecho de que le haya agradado tanto no era por su apariencia, si no por su carácter. Una chica dulce y gentil que podía volverse burlona y jovial con el mínimo pie que el muchacho le prestase. Una chica con la que podía pasar horas y horas hablando sobre distintos temas, tanto chismes como el partido entre el Bayern Munich y el PSG. Una chica soñadora que se encontraba fuera del nido paternal por un sueño a cumplir: convertirse en enóloga, tal como su mamá, su abuela y demás generaciones de esa gran familia rica propietaria de una de las mejores bodegas de Turín.

Ambos tenían demasiadas cosas en común, y eso es lo que había dado el pie para que aquella relación iniciara, compartieran su camino hacia su entrenamiento/prácticas, compartieran alguna que otra cena, almuerzos, helados o un simple rato en sus respectivos departamentos.

El día en que la conoció había sido por un desafortunado accidente debido a la gran niebla que muchas veces se presenta en la ciudad. Shingo se había quedado dormido ese día y no tuvo más opción que tomar su bicicleta para llegar rápidamente al entrenamiento, cosa que había causado que su día continuase mal pues el andar en bicicleta era algo que el japonés detestaba. La neblina le impedía ver a través de las angostas calles de Alba y por tal motivo no logró ver a una persona que caminaba delante suyo, en el mismo sentido. Al percatarse de la situación, Shingo presionó el freno e intentó frenar el vehículo con sus propios pies. Tal pareciera que lo hubiese logrado, en su rostro una leve sonrisa de satisfacción se plantó, mas no duró mucho pues el envión causado por el repentino freno causó que la parte trasera se elevara bruscamente y él saliera disparado hacia adelante, dando de lleno con la persona que intentó salvar de su choque, acabando con él sobre ella.

-¡QUÍ... TA... TE!- Exclamó la enardecida chica, lastimada en la barbilla y en varias partes del pecho, manos y brazos. -¡¡Eres un idiota!! ¡¿Cómo no miras por dónde vas?!

-¡Lo siento, lo siento, lo siento!- Aoi, a quien poco le importaron sus propias heridas, se paró inmediatamente e intentó ayudarla a levantarse. -¿Te lastimé?

-¡Sí!

-Te... Te llevaré a un hospital, tu barbilla sangra.- Le dijo con , notando cómo chorreaba unas cuántas gotas de sangre de ella con total impresión. -Por favor, ¡discúlpame! Yo... Yo no pude ver el camino por la niebla.

-¿Y no se te ocurrió ir despacio, viendo la niebla que hay?- Recriminó la joven, mirándolo al fin. Entonces, su mirada enojada cambió a una sorprendida. -¿Eres Shingo Aoi?

-S-Sí.

-¡Es increíble! ¡Me fascina lo que estás haciendo por Albese!

Una sonrisa de admiración fué el inicio de una larga charla hacia el hospital regional, desde el cual Aoi dió aviso a su entrenador sobre el desafortunado accidente.

Su día había iniciado mal, se había quedado dormido, había chocado con su maldita bicicleta, había herido a alguien con ello, había perdido un día de entrenamiento pero había ganado una nueva y muy buena amiga.

-Al fin y al cabo, a veces las cosas malas que nos suceden nos ponen en el camino todo lo bueno que ha de llegar.- Dijo Aoi, sonriente, dándose una última mirada al espejo antes de iniciar con su día de entrenamientos.