Capítulo segundo

Un par de días después —cuando los terribles efectos del jet lag abandonaron su cuerpo y pudo salir de la cama—, Takeru acompañó a Daisuke a la primera jornada laboral que haría con él.

Habían acordado levantarse a las siete de la mañana y pronto descubrió la férrea disciplina que llevaba Daisuke en su día a día, algo que chocaba terriblemente con la imagen despreocupada y relajada que recordaba de él en sus tiempos de adolescencia.

Éste se movía por esa rutina como pez en el agua y, en menos de una hora, ya se encontraban en plena Times Square donde Daisuke mantenía su pequeño negocio itinerante. Se trataba de un pequeño carro de madera al estilo japonés que Daisuke transportaba por la ciudad ofreciendo su especialidad en fideos fritos recién hechos. Nunca supo dónde había aprendido su amigo a elaborarlos, pero debía reconocer que era su plato estrella.

—Bueno, aquí lo tienes —dijo Daisuke mostrándole orgulloso su humilde negocio—. ¿Qué te parece?

—Es tal y como me lo había imaginado —sentenció Takeru pasando su mano por la madera— ¿Te cuesta mucho mantenerlo parado en un lugar como éste?

—Un poco, pero gracias a que pertenezco al gremio de trabajadores itinerantes, las cuotas de estacionamiento son más baratas —le explicó rápidamente mientras lo ponía a punto—. Yo suelo trabajar hasta las nueve con una hora para comer, pero tú no tienes por qué estar todo el día aquí conmigo. Puedes venir cuando quieras a ayudarme, pero no te sientas obligado. Tú has venido aquí a escribir y es en lo que tienes que centrarte.

—Lo sé, pero no me importa ayudarte, de verdad —contestó Takeru mientras le ayudaba a preparar la olla de los fideos—. Quizá mi inspiración se encuentre en el fondo de esta cazuela.

Daisuke se echó a reír por la ocurrencia y volvieron a enfocarse en el trabajo hasta que se pusieron en marcha a través de la avenida. La nieve estaba despejada y podían transitar por la acera con facilidad, pero el frío aún era tan terrible como el primer día y el viento helador procedente de la bahía vaticinaba la próxima gran nevada que les asolaría en unos días, tal y como habían anunciado en la televisión el día anterior.

Takeru se refugió aún más en su anorak y siguió tirando del carro en las direcciones que indicaba Daisuke hasta que efectuaron su primera parada. Consultó su reloj y observó fascinado que ya habían pasado las nueve de la mañana:

—¿De verdad que a estas horas hay gente dispuesta a tomarse unos fideos fritos? —le preguntó incrédulo mientras le veía comenzar a prepararlos.

—Los he visto comer cosas peores a cualquier hora del día, créeme —contestó Daisuke quien le señaló con la espátula en la mano antes de añadir—. Olvida todo lo que sepas sobre alimentación humana, esto es Nueva York.

Takeru se rio, pero no pudo añadir nada nuevo a la conversación porque, en ese mismo instante, se aproximaron al carro un grupo de personas ataviadas con trajes y maletines. Ambos se pusieron en guardia a la espera de sus demandas:

—Buenos días, Davis —saludó uno de ellos de forma amigable—. Queremos lo de todas las mañanas, por favor.

—¡Marchando! —celebró su amigo y se volvió hacia él para decirle— Sácame cuatro cajas de comida que tienes a tu izquierda.

Takeru le obedeció y se apresuró a prepararlas para que él las llenase de fideos humeantes listos para ser degustados. Una vez cerradas, se las entregó al grupo y estos pagaron con una sonrisa antes de marcharse a su puesto de trabajo. Miró a Daisuke que, en ese momento, se colocaba el gorro que utilizaba para cocinar y le preguntó:

—¿Quién es Davis?

—Davis soy yo —le aclaró soltando una pequeña risa—. Son incapaces de aprenderse mi nombre y ese es el que más se parece. Pero bueno, mientras compren fideos, que me llamen como quieran.

En ese momento, se acercó más gente y tuvieron que ponerse a trabajar casi sin poder volver a intercambiar palabra. Pronto tuvieron a más personas aglomerándose alrededor del carro y no tuvieron ni un momento de respiro hasta que todos aquellos clientes se marcharon con sus fideos. Cuando terminaron, Takeru consultó su reloj otra vez y vio cómo casi en un suspiro había pasado una hora. No quiso pensar en cómo se las apañaba Daisuke cuando estaba solo, debía acabar agotado.

—Suelo quedarme por aquí hasta las doce del mediodía —le explicó rápidamente mientras tapaba la olla donde había estado cocinando—. Después me paso por el Consulado de Japón y la sede de las Naciones Unidas, muchos de esos trabajadores son japoneses y aprecian mis fideos.

Takeru sonrió al escucharle. Parecía tener unas estrategias de mercado bien definidas y no le iba del todo mal, no entendía por qué vivía de una forma tan precaria:

—¿Sacas mucho dinero de todo este trabajo? —se atrevió a preguntar y se arrepintió en el acto— Perdón, no contestes si no quieres.

—Si te soy sincero, no —contestó Daisuke mientras volvía a ponerse a cocinar—, llego a fin de mes muy justo y no puedo permitirme ni un día de descanso. Para sacar beneficio necesito mucha más clientela y para ello, necesito más visibilidad.

—¿Cómo podrías conseguirlo? —le preguntó deseando poder ayudarle.

—Con esto —le mostró un folleto que tenía pegado en la pared y vio en la portada el anuncio de la Feria Anual de la Alimentación—. Ahí se reúne lo mejor de la gastronomía de esta ciudad. Siempre he querido ir, pero hasta ahora sólo han descartado mi candidatura. Pero este año tengo una corazonada.

Tras decir eso, besó el folleto y le hizo besarlo a él también para que le diese suerte. Ambos se echaron a reír minutos antes de recibir a otra remesa de hambrientos ejecutivos en busca de su dosis de hidratos de carbono para afrontar el día. Daisuke parecía estar en su elemento, bromeando con su deficiente inglés con clientes que parecía conocer y presentándole como algo que parecía sonar como su amigo TK. Le oía elevar el tono de voz como si así aquellas personas pudieran comprenderle mejor y a ellos haciendo lo mismo, convirtiendo aquel pequeño lugar en una reunión de cotorras insoportable.

Cuando todos se marcharon, casi suspiró y miró a su amigo a quien no parecía aquello afectarle lo más mínimo:

—Bueno —comenzó a decir Daisuke estirándose para desentumecer los músculos—, vamos a cambiar de lugar.

Entre los dos movieron en carro y fueron transportándolo por diferentes intersecciones, sorteando peatones, tráfico y repartidores de comida excesivamente malhumorados. Toda aquella actividad, sonidos y múltiples estímulos estaban agobiando a Takeru, sintiendo el corazón acelerado y la adrenalina comenzando a dispararse.

Por el camino, Daisuke hizo varias paradas para servir a clientes esporádicos que les hacían el alto en mitad de las calles y, en ocasiones, en medio de los pasos de peatones, pero finalmente llegaron a su destino.

Frente a ellos se encontraba el Consulado de Japón en Nueva York, no muy lejos de la estación central de ferrocarril donde irían después de aquella parada. Takeru sentía el agotamiento deslizarse por todo su cuerpo y un repentino vahído le asaltó, teniendo que apoyarse contra el carro para no perder el equilibrio, algo que no pasó desapercibido para su amigo:

—La primera vez me pasó lo mismo a mí —comentó divertido mientras volvía a afanarse con sus fideos—. Estuve varios días estresadísimo, pero uno acaba acostumbrándose a este ritmo de vida. Toma, te vendrá bien.

Le tendió una ración de fideos fritos recién hechos y él los tomó, empezando a removerlos con los palillos y soplando sobre ellos para espantar el humo. El olor era embriagador y, por primera vez, se dio cuenta del hambre que tenía.

Devoró el contenido y sintió que se encontraba mucho mejor para poder enfrentarse a otra oleada de duro trabajo. Hacía rato que el exceso de trabajo y el calor de los fideos le habían hecho abandonar el anorak en el interior del carro y sentía que trabajaba mucho mejor con menos prendas sobre su cuerpo.

En ese momento, comenzaron a salir varias personas del edificio del consulado, pero él sólo se quedó con una de ellas que se dirigía en ese momento hacia allí con una sonrisa y la cartera preparada. Era Yagami Taichi.

—No lleva ni una semana aquí y ya le estás explotando, Daisuke —fue lo que el susodicho sentenció segundos antes de que le rodease entre sus brazos en un sentido abrazo que Takeru correspondió al instante.

Conocía a Taichi desde que era pequeño, era el mejor amigo de su hermano Yamato y el alma del grupo de amigos de la infancia que había dejado en Japón. Hacía bastante tiempo que no le veía y lo poco que había sabido por parte de su hermano fue que era diplomático en Nueva York. No había esperado que su reencuentro fuera en aquellas circunstancias:

—¿Qué tal estás, Takeru? —le preguntó mientras varios trabajadores del consulado se animaban a acercarse al puesto de Daisuke— Me dijo éste que habías estado en cama por el jet lag.

—Sí, pero como hoy estoy mejor, decidí acompañarle en su jornada laboral —contestó señalando a su amigo con el dedo.

—No dejes que te mangonee —le dijo con una sonrisa, lo suficientemente alto para que Daisuke le oyera— Cuando menos te lo esperes, te tiene encadenado a este carro.

Daisuke comenzó a protestar sin despegarse de sus fogones y ambos se echaron a reír, pero Takeru decidió volver con él para ayudarle. Taichi recibió su cuenco de fideos y se alejó unos metros para degustarlos mientras ellos se repartían el trabajo para atender a todos en el menor tiempo posible. Enseguida todos estuvieron servidos y Takeru volvió a sentir cómo todo el agotamiento que llevaba sintiendo toda la mañana, volvía de una forma más violenta.

—Toma, lo que te debo —dijo Taichi cuando volvió a acercarse al puesto— y quédate con el cambio.

—Pero Taichi, es demasiado —protestó Daisuke al descubrir el billete de cincuenta dólares que le había tendido.

—Considéralo un premio a tu buena labor en la cocina —contestó Taichi de una forma que no admitía discusión—. Tengo una reunión en cinco minutos, así que no puedo quedarme más tiempo. Os invito mañana a cenar, ¿os viene bien?

Takeru miró a Daisuke esperando su confirmación y éste parecía dubitativo, pero Taichi no les dejó opción:

—Sí, os viene bien. Mañana a las ocho en el Manhattan's y espero que seáis puntuales —fue todo lo que dijo antes de despedirse y alejarse del carro en dirección al consulado de nuevo.

Takeru y Daisuke se miraron un segundo y se sonrieron por lo que acababa de pasar. Entonces comenzó a acercarse más gente y decidieron volver al trabajo. Sin embargo, Takeru había visto algo más en esa última mirada de su amigo que mera diversión por la situación y ese algo era el alivio de ser invitado a cenar por otra persona por una noche.

Pensó entonces en el billete de cincuenta dólares con el que Taichi había pagado por la comida y se preguntó una vez más por cuántos apuros económicos estaba pasando Daisuke por perseguir un sueño tan poco agradecido y duro como ese.


Notas de autor: Nos leemos en el siguiente episodio. ¡Muchas gracias!